Italia en recesión



Recesión en Italia

La economía italiana registró una caída de 0,2% en el cuarto trimestre de 2018 y entró en recesión técnica.
Lo anunció hoy el instituto oficial de estadísticas Istat en base a datos provisorios.
Se trata del segundo semestre consecutivo de caída tras el -0,1% del período julio-septiembre.
Italia así entró en recesión técnica.
En relación con el cuarto trimestre de 2017 el PIB aumento 0,1% Esta contracción para la economía italiana es el peor resultado de los últimos cinco años.
Según el Instat, para hallar una caída similar se debe retrotraer al cuarto trimestre de 2013 cuando el PIB descendió 0,2%.

YPF se suma a la embestida de Rocca y pone en duda sus inversiones por el recorte de subsidios

Hasta la petrolera estatal cuestionó la medida de Lopetegui que podría ocasionar una ola de juicios.



El nuevo secretario de Energía Gustavo Lopetegui, desató una rebelión en la industria petrolera, que se niega a aceptar el recorte de subsidios al gas de Vaca Muerta y amenaza con frenar las inversiones planificadas.

La indignación es tal, que hasta la líder del sector que controla el Gobierno como YPF se sumó a la embestida comandada por Paolo Rocca, el principal damnificado de la medida anunciada este miércoles.

"La Sociedad está siguiendo la evolución de las distintas variables del mercado local de gas natural, para evaluar la continuidad de las inversiones en aquellos proyectos de desarrollo de gas no convencional que no contarán con el beneficio del Programa (de subsidios), ya que se han modificado algunas premisas básicas que sustentaron la decisión de inversión oportunamente tomada", comunicaron desde YPF.

En el marco de la exigencia de llegar a la meta fiscal de déficit cero, el FMI le ordenó a Dujovne el desmantelamiento de este polémico esquema de incentivos, que premiaba con 7,5 dólares el millón de BTU de gas producido en Vaca Muerta, el triple de lo que se paga en los Estados Unidos.

Pero ante la imposibilidad de lograr un consenso con todas las involucradas, Lopetegui decidió mantener la Resolución, rechazando los proyectos que tenían pendiente su aprobación y aplicando una curiosa interpretación de abonar solamente el gas estimado en el momento de solicitar el beneficio.

"Esto difiere de lo previsto originalmente y afecta de manera perjudicial tanto los proyectos que se encontraban a la espera de recibir la aprobación formal de la Secretaría como así también el monto a percibir vinculado a proyectos aprobados a la fecha", indicaron desde la petrolera de bandera.

Macri recorta los subsidios a Vaca Muerta y pone en crisis la alianza con Techint

En el Gobierno reconocen que esperan un inmediato accionar judicial por parte del Grupo Techint. Estudian recompensarla mediante un gasoducto.

Luego de seis meses de complejas negociaciones que hasta incluyeron la salida de Javier Iguacel por la presión de Paolo Rocca, la Secretaría de Energía confirmó el abrupto recorte de subsidios al gas de Vaca Muerta que había exigido el FMI para cumplir con la meta de déficit cero de este año.

Ante la imposibilidad de lograr un consenso con todas las petroleras involucradas, Lopetegui decidió que la peor parte se la llevara la petrolera de Techint, que hasta el momento era la más beneficiada de la política energética del Gobierno. Macri puso así en crisis una alianza fundamental de su administración.

Aún en los momentos más duros de la causa cuadernos, cuando las pruebas de pagos de coimas al kirchnerismo se acumulaban contra Techint, Macri no dudó en mostrarse junto a Paolo Rocca. Techint tiene lazos muy cercanos con los principales medios del país y es un actor central en la UIA y el establishment argentino. El conflicto con Macri al que a pesar de las tensiones entre ambas familias siempre apoyó, abre un nuevo escenario.

"Vimos que no había manera de compatibilizar los comentarios de todos los participantes con los objetivos del país de llegar al equilibrio fiscal primario. Con lo cual después de muchas reuniones tomamos la decisión de mantener sin modificaciones la Resolución 46", explicaron fuentes oficiales.


En rigor, el corazón del anuncio pasa por la interpretación que se hace de dicha Resolución, a partir de la cual se pasará a pagar sólo por la producción de gas declarada al momento de solicitar el beneficio. La diferencia es sustancial y está dirigida a una única firma: Tecpetrol presentó una curva de producción original de 8 millones de m3 por día, que rápidamente la llevó a 17 millones, ante el boom de su mega yacimiento Fortín de Piedra.

Techint tiene lazos muy cercanos con los principales medios del país y es un actor central en la UIA y el establishment argentino. El conflicto con Macri al que a pesar de las tensiones entre ambas familias siempre apoyó, abre un nuevo escenario.

En consecuencia, Rocca iniciaría inmediatamente un juicio al Estado por los más de 350 millones de dólares por año que recibirá de menos. El principal argumento de la petrolera del holding, es que la Resolución en ningún momento detalla contra qué nivel de producción se efectuarán los pagos y de hecho el propio Iguacel reconocía este derecho adquirido.

"Han cambiado el criterio de cálculo, aun cuando al liquidar los meses de abril, mayo, junio y julio de 2018, se consideró la totalidad de la producción del área. La Sociedad y sus asesores legales no encuentran sustento jurídico a este criterio, por lo cual hace expresa reserva de sus derechos, y se encuentra analizando los cursos de acción a seguir", comunicaron con tono amenazante desde la petrolera, que a su vez advirtió que estudia reducir sus inversiones.

"El cambio de criterio de pago alcanza retroactivamente a las liquidaciones de abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre y octubre de 2018. Dicho cambio implica hasta septiembre 2018 un menor pago de AR$ 1.994 millones y, si se mantuviera para todo el 2018, el impacto total del año ascendería a AR$ 5.655 millones", agregó Techint en un comunicado de una dureza inusual en el que deja ver su amargura porque ya invirtió USD 1.800 millones en apenas 18 meses y les cambiaron las reglas de juego.

"Javier decía muchas cosas", cargaron las actuales autoridades contra el ex funcionario, aunque reconocieron que este paso "da lugar a que se abra un conflicto legal con Tecpetrol". "Ellos pueden interpretar otra cosa. Todos nuestros abogados y el Procurador General del Tesoro interpretaron lo que estamos comunicando", agregaron.

Paolo Rocca en un reciente encuentro con el ministro Dante Sica.

Curiosamente, apenas se terminó de comunicar la nueva medida, se destacó que se reimpulsará el demorado gasoducto Neuquén-Rosario, donde justamente Techint es uno de los más interesados en su construcción y asoma como el principal candidato en llevar a cabo la obra. El Grupo envió al CEO de su petrolera Carlos Ormaechea a la presentación del acuerdo con los Estados Unidos en el G20, donde logró ser incluido como el único invitado externo a la mesa de firmas en un claro gesto simbólico.

"Queremos que un grupo de petroleras interesadas se asocie y construya este gasoducto de USD 2.000 millones en una iniciativa privada donde no competirían entre sí", subrayaron desde la secretaría, aunque conocen bien la expertiz del holding ítalo argentino como principal constructora de gasoductos del país.

De todas formas, es muy probable que Rocca no desista de un reclamo judicial donde tiene todas las de ganar y al que además se le uniría más de una petrolera. Es que el segundo diferendo de importancia radicó en el rechazo a los ocho proyectos de la cuenca neuquina que habiendo sido aprobados por la provincia de Gutiérrez, tenían pendiente el visto bueno de Nación.

Entre las damnificadas se destacan YPF, GyP, Shell, Exxon, Dow, Pluspetrol y Pampa, quienes argumentan que tras la autorización de Neuquén ya habían comenzado con su plan de inversiones.

"Los proyectos no aprobados también nos dijeron que tienen derecho a reclamar judicialmente", confesaron fuentes de la secretaría, que tomaron la decisión debido a que "la capacidad de transporte está a tope y si aumentásemos la producción no hay por dónde sacar el gas".

Los precios en los supermercados duplicaron la inflación

Según un relevamiento realizado sobre una canasta de 25 productos, en enero se registró un incremento del 4,35% en relación con diciembre.


El comienzo de un nuevo año no trajo consigo una modificación en la tendencia que se evidenció a fines de 2018: los precios en los supermercados volvieron a subir. Según un relevamiento que este diario realiza sobre una canasta de 25 productos, los últimos miércoles de cada mes, fue un 4,35% más costoso llenar el changuito en enero que en diciembre: un porcentaje que se ubica por encima del 2,5% de inflación estimada para el primer mes de 2019. Mientras que, si el cálculo es interanual, la suba es del 59,54%: comprar los 25 productos hoy cuesta $3.378,50, mientras que hacerlo hace un año salía $2.117,70.

Más allá del impacto total, en la canasta relevada hay algunos artículos que bajaron su valor en los últimos treinta días: por ejemplo, la yerba, el pan lactal, el papel higiénico y el jabón líquido. Otros tuvieron subas considerables que empujaron el promedio. Es el caso de las cápsulas de café, el botellón de jabón para lavar la ropa y el detergente (que en los últimos meses del año pasado se mantenía en el mismo valor y en enero “pegó un salto”).

En el marco interanual, los números pueden impresionar. Es que hay elementos de la canasta que subieron muy por encima de la inflación de todo 2018. El ejemplo de las cápsulas de café se repite: pasaron de costar $210 en enero del año pasado a $459 en la actualidad: es decir, un 118% más. El atún en oliva subió un 100% y el litro de aceite de oliva se incrementó un 90%; mientras que el desodorante para hombre, el paquete de tallarines y el jabón líquido para la ropa subieron por encima del 70%. Algo menos se incrementaron el queso untable, la leche, el jabón líquido para manos, el detergente y el shampoo. Por el contrario, el pan lactal, el vino y el papel higiénico, de las marcas relevadas, es lo que menos subió durante el último año.

Así como se mantiene la tendencia de la suba de los precios en los supermercados, también persiste la caída del consumo en esos establecimientos. Tal como difundió el INDEC la semana pasada, la venta por cantidades cayó 12,5% en noviembre en forma interanual, en lo que significó una baja en las ventas por quinto mes consecutivo.

Un físico encontró el secreto de los multimillonarios para ser exitosos "de grandes"

Se trata de una fórmula que explica qué es lo que realmente se necesita para tener éxito. De dónde sale y cómo puede aplicarse al mundo real.

Si bien el éxito de super empresarios como Jeff Bezos o deportista de élite como Lionel Messi parecen casi místicos, pero hay una razón que explica su éxito. Según el físico Albert-László Barabási, hay una fórmula lógica que explica el éxito de las grandes personalidades de negocios, deportes o artes.

En una reciente publicación del blog TED Ideas. En él, el autor y el experto en teoría de redes de Northeastern University explican cómo su equipo ha desarrollado una fórmula simple para el éxito. La fórmula en cuestión es S = Qr.

El éxito, denominado S, es el producto de r, el valor potencial de una idea dada, y Q, la capacidad de una persona para ejecutar esa idea, es decir, su "factor Q" o una combinación de talento y habilidad innata. Eso los hace efectivos o no en su campo elegido. "Entonces, si un individuo con un factor Q bajo encuentra una gran idea con un valor r enorme, el impacto seguirá siendo mediocre, ya que el pequeño Q-factor disminuye el producto resultante (o Qr). Fantástica idea, mala ejecución. Piense en el primer dispositivo de mano de Apple, Newton, con su inepto reconocimiento de escritura. Lo contrario también ocurre: una persona creativa con un alto factor Q puede lanzar múltiples productos débiles y mediocres o sea bajos en r ", explica Barabási . Ocasionalmente, una gran idea y una habilidad excepcional chocan. Ahí es cuando aparece los éxitos sobresalientes.

La ecuación intenta explicar que a mayor cantidad de ideas, mayor posibilidad de éxito, lo cual no es una novedad en si mismo. Pero esta ecuación también resalta otra verdad sobre el éxito menos reconocida pero quizás más esencial. Algo de los que no se habla tanto porque no es tan edificante. La efectividad Q para la aplicación de las ideas es crucial para tener éxito. No se trata sólo de tener buenas ideas, sino de tener la pericia para ejecutarlas eficientemente. Y esa habilidad, según el investigador, se mantiene constante a lo largo de la vida.

Vidal intentó pero Macri dijo no: no habrá desdoblamiento en la provincia de Buenos Aires

Desde el gobierno provincial confirman que la Gobernadora fijará la elección en la misma fecha que la Casa Rosada.
Es una mala noticia para Massa y Urtubey



María Eugenia Vidal decidió ponerle fin a una de sus jugadas más audaces y confirmó que no desdoblará la elección en la provincia de Buenos Aires, una posibilidad que durante dos meses incomodó al círculo más cercano a Mauricio Macri.

Tras algunos encuentros con el Presidente, Vidal decidió cortar por lo sano y ponerle fin a las especulaciones: las elecciones en la provincia serán el mismo día que la elección nacional.

Desde La Plata brindaron explicaciones superficiales. "Este gobierno no quiere que la gente vaya más veces a votar. No nos parece cambiar las reglas de juego a poco de la elección y además es más costoso", dicen.

Pero lo más importante es el trasfondo político. La posibilidad de que la provincia separara su elección de la nacional fue una maniobra que mantuvo en vilo a toda la política argentina. Incluso a las dos figuras centrales: El Presidente y Cristina Kirchner.

Ahora, la suerte de Vidal estará atada a la perfomance de gobierno nacional en las elecciones de octubre.

Según trascendió, la decisión fue adoptada hoy en forma personal por la gobernadora en una reunión que mantuvo con el jefe de Gabinete, Federico Salvai.

En diciembre, la Legislatura bonaerense había creado una comisión bicameral para analizar en principio un posible desdoblamiento de las elecciones municipales. Con la decisión de Vidal de avanzar con el desdoblamiento provincial la comisión fue ganando volumen.

Esa comisión había sesionado en Mar del Plata y Azul, y tenía pautada una próxima reunión para el 7 de febrero en La Plata. Sin embargo, el presidente de Diputados, Manuel Mosca, aseguró que la bicameral seguirá analizando otros temas.

Según explicó, la sesión del 7 se pospuso para el 14 donde se discutirá el sistema de votación y financiamiento de las campañas políticas.

Soros calificó a Xi Jinping como "el enemigo más peligroso" de las sociedades abiertas

Fuerte discurso del magnate en Davos


El magnate recomendó a Trump centrar sus políticas en China




El multimillonario estadounidense e influyente activista político George Soros arremetió contra el presidente chino, Xi Jinping, y lo calificó como el "enemigo más peligroso" de las sociedades libres y democráticas durante su discurso en el Foro Económico Mundial en Davos.

" China no es el único régimen autoritario del mundo, pero es el más rico, fuerte y tecnológicamente avanzado", señaló Soros. Estas circunstancias, según el multimillonario, convierten al líder chino en el "enemigo más peligroso" de las sociedades abiertas.

Soros advirtió de "un peligro mortal al que se enfrentan las sociedades abiertas por parte de las herramientas de control provenientes del aprendizaje y la inteligencia artificial en manos de regímenes represivos".

De acuerdo con el magnate financiero, el presidente estadounidense, Donald Trump, debería centrarse más en implementar medidas enérgicas contra China en vez de enfrentarse a "prácticamente todo el mundo" en conflictos comerciales. Y puso el foco en las preocupaciones de Occidente sobre los gigantes tecnológicos chinos ZTE y Huawei. "Si estas empresas llegaran a dominar el mercado 5G, representarían un riesgo inaceptable para la seguridad del resto del mundo", subrayó.

El portavoz del ministro de exteriores chino, Hua Chunying, contestó de una manera velada, pero directa, las declaraciones de George Soros. Chunying apeló al sentido común de América "para conseguir ver el desarrollo de China de una manera objetiva, no como una amenaza".

Por otra parte, la misión China en la Unión Europea se pronunció en contra de las barreras comerciales a empresas chinas basadas en meras especulaciones. Según señaló la agencia de noticias Xinhua news, la misión china declaró que estas barreras suponen una mala praxis que crean incertidumbre en el mercado de los países promotores de las mismas.

Al respecto de las acusaciones sobre espionaje por parte de empresas de telecomunicaciones chinas, la misión dijo que no se han presentado pruebas y que las autoridades chinas nunca han dado instrucciones en este sentido a las empresas tecnológicas.

Avanza hoy Gobierno con una reforma laboral textil (FMI más interesado que empresarios)

ESTA TARDE SICA RECIBIRÁ A EMPRESARIOS Y SINDICATOS DEL RUBRO





Por Mariano Martín

El Gobierno intentará hoy darle las puntadas finales a su primera reforma laboral sectorial en lo que va del año: la del sector textil. Será durante un encuentro que mantendrá esta tarde el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, con los principales referentes de las industrias y los sindicatos de la actividad. La negociación, impulsada por el Ejecutivo en línea con las sugerencias en esa materia del Fondo Monetario Internacional (FMI), tuvieron en el ámbito privado como sponsor principal a Daniel Awada, dirigente de la Cámara de la Indumentaria y cuñado de Mauricio Macri. En tanto que los gremios rechazan por ahora cualquier flexibilización y el grueso de los empresarios exige reorientar la agenda hacia otros ítems más urgentes.

El encuentro se desarrollará desde las 14 en la sede de la cartera de Producción y contará con la presencia del secretario de Trabajo, Lucas Fernández Aparicio, responsable de las reuniones previas de la “mesa sectorial” y de intentar un consenso en torno de un Acuerdo Compromiso por la Producción y el Empleo de la Industria Textil e Indumentaria, al que tuvo acceso este diario. El documento apunta en lo esencial a abaratar indemnizaciones y aguinaldos, a flexibilizar las jornadas laborales y las vacaciones, y a regularizar el trabajo a domicilio, y responde más a una agenda del Gobierno que a un reclamo en esa línea de los empresarios, como reconocieron varios de ellos a este diario.

De hecho, los dueños de fábricas y talleres acudieron en su mayoría a la negociación en la búsqueda de créditos blandos y subsidios para pagar salarios; una baja en la tasa de interés, en los impuestos y en las tarifas, y la eventual recreación del mercado interno al que la industria local dedica 98% de su producción, hoy amenazada por la apertura de las importaciones. En las conversaciones, que se aceleraron este mes, participaron la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA), la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI) y la Fundación Protejer, junto con la Asociación Obrera Textil (AOT), el Sindicato de Empleados Textiles (Setia), el gremio del vestido (Soiva) y la Unión de Cortadores de la Indumentaria (UCI).

De la delegación empresarial se destacó Awada, que no ocupa cargos formales en ninguna de las cámaras, pero integra la CIAI como principal interesado. El hermano de Juliana Awada es dueño de la marca que lleva el apellido familiar y de la línea de ropa para bebés Cheeky, y acumuló en los últimos años cuatro denuncias penales de la fundación La Alameda por presunto trabajo esclavo, y más recientemente enfrentó una causa judicial por importación de prendas de vestir mediante firmas apócrifas. El rol protagónico del ejecutivo a favor de la reforma laboral textil en las reuniones de los últimos días fue confirmado a este diario por tres participantes, mientras algunos funcionarios intentaron eludir cualquier alusión.

El borrador de la reforma propuesta por el Gobierno apunta de arranque a derogar el régimen de trabajo a domicilio normado por la Ley 12.713 y reemplazarlo por las pautas generales de la Ley de Contrato de Trabajo y de cada convenio colectivo del rubro. En la actividad de la fabricación de indumentaria se calcula que dos tercios de los trabajadores se desempeñan en la informalidad y buena parte de ellos, en condiciones de cuasi esclavitud.

A continuación, el texto que distribuyó Aparicio el jueves pasado plantea reemplazar las indemnizaciones formales por la creación de un “fondo de cese laboral”; permite a los empresarios incidir sobre las vacaciones del personal en función de las necesidades y estacionalidad del proceso productivo; faculta al fraccionamiento del aguinaldo en hasta tres cuotas, y habilita la creación de un banco de horas con jornadas laborales de hasta doce horas.

También promueve cambios en las categorías laborales y en las estructuras salariales, y promueve una comisión para el seguimiento de la informalidad. En espejo de la reforma laboral que envió el Gobierno al Congreso, impulsa una condonación de deudas de aportes y contribuciones para los empleadores dispuestos a registrar a su personal.

“Teniendo en cuenta el escenario de desregulación del mercado textil al que apunta el Gobierno, una flexibilización laboral puede aportar. Pero más importante que eso es para nosotros contar con un mercado interno con capacidad de compra, opciones reales de crédito, una baja rápida de las tasas de interés y de los impuestos regresivos, así como la administración del comercio exterior. Hoy corremos el riesgo concreto de que los productos extranjeros se queden con todo nuestro mercado”, le dijo a este diario Jorge Sorabilla, expresidente y actual vice de Protejer.

En la cartera que encabeza Sica admitieron que la negociación en el rubro textil será una suerte de prueba piloto para el resto de las mesas sectoriales mediante las cuales se intentará viabilizar en los hechos, y de manera secuencial, la reforma laboral que impulsa Cambiemos desde el arranque. Uno de los funcionarios aclaró, sin embargo, que el Ejecutivo sólo avanzará tras contemplar “las sensibilidades de todos los actores” del rubro, tanto empresarios como sindicalistas.

De todos modos, en el sector empresarial y en el sindical llamó la atención la premura que Aparicio y Sica les imprimieron a las negociaciones y dijeron suponer que el Gobierno espera obtener su primer avance formal de reforma laboral sectorial (luego de experiencias tempraneras como la de Vaca Muerta con los petroleros) para exhibirla ante el FMI, que focalizó sobre ese punto en sus recomendaciones del 19 de diciembre pasado.

“Nuestro convenio colectivo lo discutimos con la FITA, que es la signataria. Si el Gobierno quiere avanzar por su cuenta, que saque un decreto, pero nosotros no lo vamos a firmar sin antes discutirlo con los empresarios, primero, y luego con nuestros delegados”, advirtió a este diario Hugo Benítez, secretario general de AOT. El gremialista protestó por la celeridad impuesta a la negociación y sostuvo que “ninguno de los puntos fue acordado” con los sindicatos.

El mercado espera que en marzo vuelva la tensión cambiaria por las elecciones

Para febrero, prevén que el dólar siga moviéndose en torno del piso de la banda

Hacienda negocia con el FMI más libertad en el uso de reservas



Contenido por un contexto internacional más favorable y por el apretón monetario, el tipo de cambio continúa debajo de la zona de no intervención. En el mercado prevén que este cuadro de calma se sostenga durante febrero. Pero para marzo, esperan que la presión cambiaria crezca por clima preelectoral en un escenario aún incierto.

Por el momento, el esquema acordado con el FMI para secar de pesos la economía, atraer fondos con altas tasas, frenar la fuga de capitales y, así, contener las variables financieras, llevaron al dólar a descender alrededor de 10%. Y pese a las pequeñas bajas diarias, los elevados rendimientos en moneda local siguen marcando la tónica de los negocios para los capitales especulativos, como mostró la renovación del 100% de las Lecap que obtuvo ayer Hacienda con una tasa del 40%. A eso se suma un mejor marco global para los países emergentes, que llevó al grueso de las monedas de la región a apreciarse.

De no existir sobresaltos externos, en la city vislumbran un mes más con el dólar en torno al piso de la banda. Pero las dudas se asoman a partir de marzo. Los asesores financieros empezaron a advertir a sus clientes que no es tiempo de arriesgarse a inversiones en peso de mediano plazo ante una campaña que semana a semana aumentará su peso en la agenda. "Hay que prepararse para una mayor volatilidad", es la frase más repetida.

Lo mismo ocurre en las consultoras económicas, a pesar de que puertas afuera difundan el escenario más favorable. Según supo BAE Negocios, una de las más reconocidas firmas que trabaja para grandes empresas nacionales y extranjeras les planteó a sus clientes que hay reales posibilidades de una fuerte dolarización desde del tercer mes. El mayor factor de preocupación es un potencial desarme del cuantioso stock de plazos fijos que crece al 8% mensual y ya supera el billón de pesos, según datos del Banco Central.

"Hoy lo que prima es el contexto internacional y durante unos 30 días más va a seguir marcando lo que pase acá. Luego, va a pesar mucho más el contexto electoral local y las encuestas, donde no descarto que tengamos un escenario de dolarización importante que lleve a tener una presión fuerte sobre el tipo de cambio", coincidió el analista Christian Buteler.

Para afrontarlo, las apuestas oficiales pasar por los dólares excedentes que venderá el Tesoro directamente en el mercado cambiario, la liquidación de la cosecha y la continuidad de un férreo esquema monetario que ahoga la economía y es una fuente latente de conflictividad social. Además, el Gobierno negocia con el FMI una ampliación del tope diario de ventas de u$s50 millones de reservas para contener el dólar si rompe el techo de la banda.

Buteler lo sintetizó así: "Lo que liquiden el Tesoro y el campo (ya que tiene la necesidad de liquidar algo para solventar sus necesidades de pesos, en un contexto de tasas muy altas) seguro va a ayudar, pero si alcanza o no dependerá de la fuerza de la dolarización a la que lleve el ambiente político. Porque la cantidad de pesos que hay en plazos fijos es muy importante. Y el BCRA recién puede vender cuando el dólar está por encima del techo de la banda".

Trump, Putin and the New Cold War

The conflict is back. But this time, only one side is fighting.


 
When President Donald Trump met Angela Merkel last March for the first time, the German chancellor had Russia on her mind. Allegations about the Russian intervention on Trump’s behalf in the U.S. presidential election were swirling around Washington—and Trump had done nothing to allay the concerns of Russia’s neighbors that he planned to forge ahead with a new opening to Vladimir Putin, the Kremlin strongman he has so openly admired. He had never really backed away from his public bashing of NATO, either. The American security pact with Europe had survived for seven decades, since its creation in the aftermath of World War II as a counterbalance to the Soviet Union. But Merkel and many others now wondered if NATO could outlast the twin assaults of a Russian leader who had long viewed it as enemy No. 1 and an American president who publicly branded it as “obsolete.”

So Merkel came prepared. Briefed on Trump’s short attention span and his preference for visual aids over long written memos, she brought a handout to her Oval Office meeting: a map of the Soviet Union from 1982, with an overlay showing all the countries within those borders where Putin’s Russia is active today. “Azerbaijan, Armenia, Georgia, Moldova, Belarus, and Ukraine—he is either trying to get those countries back into his realm or, if he’s not able to, he at least makes sure those countries are totally unattractive to the West,” said an official familiar with the German presentation. Those states, of course, were all part of the Soviet Union until its abrupt collapse in 1991—a seismic event that Putin has called “the greatest geopolitical catastrophe of the twentieth century.”




When German Chancellor Angela Merkel first met Trump in March in Washington, D.C., she brought a map that purported to show that Putin was trying to get former Soviet Union countries back or otherwise make them unattractive to the West. | Getty



The Germans’ theory, increasingly shared by most serious Western analysts, was that Putin wants to “go back to the good old days,” as the official put it. In his first few years in power, Putin had concentrated on restoring the Russian state inside its borders, but in recent years the onetime KGB operative who has now become Russia’s longest-serving leader since Stalin has decided to revisit the world outside those borders, seeking wherever possible to reassert Russia’s position as the undisputed heavyweight of its neighborhood. He has once again turned NATO into Russia’s nemesis, portraying its extension into Eastern European countries, like Poland and the Baltic States, that were a part of the Soviet bloc as the ultimate affront.

Moreover, Putin has shown he intends to act on his views, not merely proclaim them. Already, he has used guns and tanks in Georgia and Ukraine (where fierce fighting continues today in the country’s embattled east), and he has employed some combination of political destabilization, bribery, propaganda, cyberattacks and economic pressure in every one of the countries that were part of the Soviet Union or under its control in the Warsaw Pact. He has interfered opportunistically in the NATO countries, as well—including the U.S. presidential election. In the Middle East, Russia has intervened in Syria on the side of its longtime client Bashar Assad and provided covert aid to the Taliban in Afghanistan, in what seem like obvious echoes of 1980s-style proxy wars.

As the Germans told the skeptical American president on that March day in the White House, Putin is “back to fighting the Cold War,” even if we in the West are not.

Not quite nine months later, the New Cold War that Merkel warned Trump about appears to be hotter than ever. Year-end magazine cover stories feature Putin’s scowling face and lengthy expositions trying to figure out what the tough guy in the Kremlin wants—not to mention his puzzling relationship with the American president. “Putin is preparing for World War III—Is Trump?” warned a December Newsweek dispatch from a veteran correspondent in Moscow.

At least on paper, the answer is yes.

In fact, the official U.S. National Security Strategy, released this week by Trump’s national security adviser, Lt. Gen. H.R. McMaster, contains exactly the kind of hawkish warnings about Russia that many Western allies like Merkel feared they would never hear from a Trump administration. Russia and China are “revisionist” powers, the document says, genuine geopolitical rivals to the United States that “challenge American power, influence and interests,” while “attempting to erode American security and prosperity.” The tough words were followed by some real actions from Washington, including approval for the first time of lethal weapons sales to Ukraine in its fight against Russian-backed militias and the announcement of a new U.S. sanctions list that targets Russians such as the Kremlin-appointed strongman in Chechnya. Russia, for its part, quickly denounced the American strategy document as an “imperialist” relic of a delusional superpower that persisted in acting unilaterally on the world stage.

The war—at least of words—seemed to be back on.

But Trump himself still does not seem to be fighting it. In the days leading up to the strategy’s unveiling, he talked with Putin by telephone not once but twice—including in a White House-initiated phone call whose purpose seemed to be an ostentatious thank-you to the Russian president for publicly praising the performance of the Trump-led U.S. economy in 2017. In a campaign-style speech rolling out his national security team’s work, Trump never called Russia a “strategic competitor,” although aides, according to Bloomberg, had promised that he would. Instead, the president touted U.S.-Russian cooperation that foiled a terrorist attack in Saint Petersburg over the weekend, refused to mention the Russian election meddling and noted that it was still very much his desire to build a “great partnership” with Moscow—a partnership not mentioned anywhere in the nearly 70-page document. The recent lovefest provoked James Clapper, the sober-minded former director of national intelligence, to say this week that Putin’s blatant manipulation of Trump’s ego shows that he “knows how to handle an asset, and that’s what he’s doing with the president.”

So is it a New Cold War or not? And does it matter?

***

The New Cold War isn’t just a 2017 catchphrase; it’s already been the subject of more than a decade’s debate, cropping up every few months with each new round of provocations and recriminations between Russia and the West.

Google the phrase today and some 260 million results pop up. “Cold War II” has its own Wikipedia entry. It has been the subject of distinguished lectures at Oxford and a whole shelf of weighty books, including Edward Lucas’s 2008 The New Cold War: Putin’s Russia and the Threat to the West and Mark MacKinnon’s 2007 The New Cold War: Revolutions, Rigged Elections, and Pipeline Politics in the Former Soviet Union. Lucas and MacKinnon are two excellent former Moscow correspondents who were based there, as I was, during Putin’s first few years in power. Both wrote that he came to the Kremlin on New Year’s Eve 1999 with just this sort of restoration in mind, and in their books, little noticed by the politicians at the time, they trace the early signs of the new Russian revisionism right back to the beginning of Putin’s rule. In fact, George Soros, the Hungarian-born financier who has in recent years become the ultimate “globalist” bugbear of the ultranationalist right, issued a warning within weeks of Putin’s surprise elevation to the Kremlin. “Who lost Russia?” he pointedly asked in a 2000 essay in the New York Review of Books, accurately predicting that Russia, having squandered its post-Soviet “historic opportunity,” would soon revert to its authoritarian past.




Putin speaks on the phone with Igor Plotnitsky, the leader of pro-Russian rebels in the Luhansk region on Ukraine, and Alexander Zakharchenko, the leader of pro-Russian rebels in Donetsk region of Ukraine, from Moscow, Russia, on Nov. 15, 2017. | AP Photo

Many other Russia watchers date the beginning of this “new Cold War” to more recent events. In particular, they point to the Russian invasion of the former Soviet republic of Georgia, in the summer of 2008, after years of escalating tension over two Russian-backed breakaway enclaves. Or else there was Putin’s return to the presidency, in 2012, after an interlude as prime minister to avoid the Russian Constitution’s prohibition on serving more than two consecutive presidential terms (since lengthened to six years each). The graph of those Google searches for the phrase “new Cold War” is not a straight line, but a series of spiky ups and downs. It rises during moments of tension and then it inevitably slides back down, as Russia recedes from the front pages and different threats occupy the Western commentariat.

For much of Putin’s rule, it has often been hard to tell whether we were still burying the Cold War, or already busy resurrecting it. In fact, four consecutive American presidents, from George H.W. Bush to Barack Obama, took credit for finally killing it off. But while they were busy ending the Cold War all over again years after it had actually sputtered to a close along with the Soviet Union’s collapse in 1991, others worried about its premature return—a debate that has tracked partisan political divisions in the United States as much as any new strategy by Putin.

At first, it was primarily the American left that worried about a new Cold War, fearing it would be caused not by Russia but by a reflexively warlike U.S. national security establishment. The idea, in effect, was that the Republican hawks who brought us to the brink of nuclear Armageddon in the first Cold War might trigger another go-round, simply by clinging to old habits and fears. Obama came to endorse a more sophisticated version of this thinking, even after his initial “reset” policy with the Russians ended in the usual hostile recriminations. Obama argued that Russia under Putin simply did not matter much anymore; it was now a second-rate regional power at best, rapidly being left in the dust by the rising Pacific might of China and the United States. So its revanchist troublemaking—in Georgia, say, or Syria—was hardly a major geopolitical concern.

The contending American views of Russia were clear in the presidential election of 2012, when Obama was still writing the Cold War’s obituary even as his Republican opponent, Mitt Romney, was denouncing Obama for not taking Putin seriously enough. During the second general-election debate, the candidates clashed over Romney’s statement that Russia constituted the greatest geopolitical threat to the United States. Obama mocked him. “The 1980s are now calling to ask for their foreign policy back, because the Cold War’s been over for 20 years,” he joked.

The debate point went to Obama, but Romney was vindicated by events. When Putin ordered Russian “little green men” into Crimea early in 2014, their armed takeover of the peninsula from Ukraine marked the first forcible annexation of territory in Europe since World War II. Ever since, no one has been talking about the great, historic ending of the Cold War anymore. Now the talk of Cold War redux is nearly inescapable, in Russia as well as in the United States.

“Welcome to Cold War II,” Dmitri Trenin, a well-connected Moscow security analyst, wrote in Foreign Policy right after the invasion of Crimea, summing up a view that is now prevalent in both Washington and Moscow:

“This will be the dawn of a new period, reminiscent in some ways of the Cold War from the 1940s to 1980s. Like with the two world wars, the failure to resolve the issues arising out of the imperfect peace settlement and the failure to fully integrate one of the former antagonists into the new system are leading to a new conflict—even if a large-scale war will again be safely avoided. This new conflict is unlikely to be as intense as the first Cold War; it may not last nearly as long; and—crucially—it will not be the defining conflict of our times.”

More recently, Russian Prime Minister Dmitry Medvedev endorsed the terminology. “One could go so far as to say that we have slid back to a new Cold War,” he said in February 2016, even as Russia was stepping up its intervention in the American presidential election. And since that election, Washington, too, has embraced the idea. In nearly two decades of closely following Russia, I have never heard so many American officials, in and out of government, use the language of a new Cold War. These days, whenever the subject of Putin comes up with America’s professional Russia-watchers, the word “war” inevitably follows.

***

But are they right? Is this really a new Cold War, one that appears to be escalating while we have an exceptionally inopportune president?

I remember only the latter stages of the first Cold War, when the Soviet Union was already terminally ill, though we did not know it at the time. I never had fallout drills at school or watched, terrified, as news anchors intoned about the imminent threat of nuclear war a few hundred miles offshore in Cuba. By the time I was old enough to experience the Cold War, it was the Reagan-era version, with its “evil empire” rhetoric and nuclear freeze protesters filling Central Park. We all watched “The Day After” on television and had nightmares of radioactive fallout, but soon enough even the fears of the scary-miscalculation-that-kills-us-all were basically forgotten, and we were instead glued to the television watching the Great Unraveling.




Fall of the Berlin Wall, 1989. | Getty Images

One fall day during my senior year in college, I went to my dorm room to take an afternoon nap, and when I came back downstairs a short time later I found the security guard staring in joy and amazement at the portable TV that had suddenly materialized on his desk. It was November 9, 1989, and the Berlin Wall had come down. The Cold War had ended while I slept. I don’t think I ever woke to better news.

My husband and I moved to Moscow as foreign correspondents for the Washington Post exactly a decade after the collapse of the Soviet Union, arriving in 2001 during Putin’s first year as president while the country waited, unsure, to see what course he would take. At the time, it was still possible to construct a plausible case for Putin as an economic modernizer, eager to share in the benefits of globalization. But even then, it was clear that Putin intended to restore the centrality of the state in Russian life after 10 years of what he and others believed to be democratic “chaos” and “disorder.” He would signal that agenda in ways large and small his first year in office, from seizing control over the one independent national TV network ever to exist in Russia to restoring the Soviet national anthem (after a decade when Russia was so gridlocked over its national identity that its anthem had no words at all).

I remember well a conversation with Aleksander Oslon, the Kremlin pollster who had helped Putin in his first presidential campaign. Oslon told me that he and others saw the rise of Putin, or someone like him, as an inevitability in Russian life. The metaphor he offered was that of a river. “If you think about politics and culture as a huge river, and there is a person going against the tide, you can swim that way—but not for long,” he observed. Boris Yeltsin, Russia’s first post-Soviet leader and the man responsible, as much as anyone, for the Soviet breakup, had flirted with a different, more democratic future. But this was artificial, Oslon told me in an interview for our book, Kremlin Rising: Vladimir Putin’s Russia and the End of Revolution, and soon enough, the river of Russian politics would go back to its natural course.




Left: President Vladimir Putin, second left, speaks to crew members aboard the Gepard nuclear submarine in Severodvinsk, 600 miles north of Moscow, in 2001. Right: Russian rocket launchers leave the South Ossetian capital in 2008 after Russian lawmakers recognized Georgia’s rebel regions as independent. | AP; Getty

Putin was that course correction, and he made it sooner rather than later, returning Russia to the long flow of its authoritarian past. Viktor Chernomyrdin, one of the many politicians who briefly became Yeltsin’s prime minister only to be dumped soon thereafter, had a famous line that even now is often quoted by Russians to capture the country’s perennially abortive efforts at reform. “We hoped for better,” he dourly said, “but it turned out as always.” In Washington, cold warrior-turned-Vice President Dick Cheney may have summed it up even more succinctly during this period, telling a visitor who asked what he thought of the new guy in the Kremlin that no matter how reformist-sounding the words, Putin would always be “KGB, KGB, KGB.”

By the end of Putin’s first few years in power, he had succeeded in taking control over virtually all rival power centers, real and potential. Those years saw the end of Russia’s independent media, the canceling of regional elections, the neutering of the federal parliament, and the renationalization of valuable oil and gas assets. Most grimly of all, they saw the ruthless and barbaric war against separatists in Chechnya.

It was a terrible and disheartening spectacle. The overthrow of communism and the collapse of the Soviet Union did not deliver the democratization of Russia, of which so many had dreamed and for which so many had suffered. But it is important to remember that Putin’s first few years in the Kremlin, dispiriting as they were, were largely concerned with domestic affairs. Even those who saw clearly at the time where his strong-state rhetoric and security-services cadres would lead the country were not at all convinced that a nastier regime inside Russia would inevitably lead to a more aggressive posture abroad.

Looking back now, I believe that to have been Putin’s plan all along. But it did not seem likely at the time. A return to confrontation with a hostile West? Much of the early bombast about a new Cold War seemed improbable and irrational, not to mention a potentially suicidal course for Russia to take. Putin appeared to want the benefits of economic growth, openness to the West, and globalization, not to shun them. He seemed to channel Russians’ desire to join the family of nations—to become, as the mantra went, a “normal, civilized country” at last. I have never been anywhere in the world where the word “normal” took on such a longing and loving tone—where it was an aspiration, not an insult. When we got to Moscow in 2001, it was still negotiating for Soviet debt relief and climbing out of the economic hole wrought by the ruble crash of 1998, when many Russians, already traumatized by years of political instability and the economic dislocations of the end of communism, lost whatever meager savings they had managed to accumulate.

So we didn’t exactly see it coming. Putin’s authoritarianism was a lot easier to predict than his appetite for foreign adventures, and while his rhetoric always tilted nationalist, when we arrived in Russia there were still regular meetings of the NATO-Russia friendship council and chatter, no matter how far-fetched, that maybe one day Moscow might even join the alliance. No surprise then, that I viewed the arms negotiators who still came to Russia from Washington as living anachronisms, with their 1980s-style jargon of nuclear throw weights and their Strangelovian fixation on nuclear weapons that absolutely everyone knew would never be taken out of their increasingly rusty silos.

***

The debate over the new Cold War, like the use of the term itself, has come and gone several times. But even those who promote the idea have usually adhered to the view that today’s Cold War is less deadly than the original: It may be dangerous, but it could never lead to actual war. This view combines alarm with reassurance. I must confess that, these days, it looks to me like a state of denial. Increasingly, I find myself wondering about the logic of the belief that since war is unthinkable, it cannot happen. Modern history is littered with unthinkable things that came to pass.

Others argue that the new Cold War is not like the original Cold War because it lacks an ideological dimension. In this view, the current tension between the United States and Russia is a Seinfeldian fight about nothing: Putin has no ideological goal beyond the elevation of the Russian state, ruled by him and his clan; he is not seeking adherents in the West, and therefore has brought about no great contest between two systems. In the second-time-as-farce analysis, the new Cold War is just a corrupt, hypocritical re-enactment, not at all comparable to John F. Kennedy’s “long twilight struggle … defending freedom in its maximum hour of danger.” After all, Putin does not preach worldwide revolution, which was a key doctrinal element of Soviet communism. While he has sought out like-minded fellow travelers with his talk of traditional values, his homophobia, and his clash-of civilizations blasts at the jihadist hordes waiting at the gates of Europe, he is not offering them anything beyond the comfort of shared enemies and Internet trolling. At least not yet.

However, there is also another school of thought, according to which today’s Cold War may be even worse than the original. This is not so much because it could end in nuclear annihilation, but because the world in which we now live is more dangerously interconnected, increasing the risks of crisis between the two powers and multiplying the possible fields of confrontation. It is certainly the case that our technological environment has created massive new vulnerabilities, and new possibilities for mischief and accident. Election tampering with targeted Facebook ads might even be the least of it; what about a drone attack of mysterious origin gone awry in some Mideast flash point, or a Russian-led cybersecurity company that just happens to be spying on thousands of U.S. government computers? Those aren’t even theoretical new problems but real ones ripped from today’s headlines; just imagine the ones that could arise. In our world, worriers do not lack for reasons.

Wherever the confrontation is headed, there is increasingly little doubt that Putin and his Kremlin advisers see today’s multipolar field of play as a great opportunity to compete with, to defy, to scorn, and even to humble the American superpower. A generation after what they view as their humiliating Cold War defeat, the Putinists have found the political and geopolitical opportunities to work off their anger and their resentment. Look at how many different fronts they have already opened up in this new competition—not least the digital anti-democratic front, in which they have assaulted the integrity of the election process in a variety of Western countries, including our own. This time the Russian goal seems to be not domination but chaos. The objective is not destroy us, but to weaken and confuse us.




A Russian T-14 Armata tank drives through Red Square during the Victory Day military parade in Moscow on May 9, 2015. Russian President Vladimir Putin presided over a huge Victory Day parade celebrating the 70th anniversary of the Soviet win over Nazi Germany, amid a Western boycott of the festivities over the Ukraine crisis. | Getty

Still, the historical analogy that most resonates with Putin, I think, is not the bipolar world of the Cold War, but the imperial great-power competition of the 19th century. Throughout his presidency, Putin has invoked tsarist-era symbols of Russian greatness as much as he has peddled Soviet nostalgia, and he has fashioned himself as a sort of realist truth-teller on the international stage much more than an ideologue in the Bolshevik mode. His fondest ideal is not to be the reincarnation of Stalin as much as the modernized avatar of the Romanovs. This is suggested by the imperial palace in Saint Petersburg that he renovated for himself early on, and by the myth-like narratives of Russian greatness that he offers his public.

A few years ago, I interviewed Sergey Lavrov, Putin’s formidable foreign minister. Lavrov repeatedly and somewhat surprisingly invoked as his role model a now-obscure 19th-century Russian foreign minister, Alexander Gorchakov, a once-legendary figure in Europe who had managed to reassert Russia’s great power status after the humiliation of the Crimean War. “Russia is not sulking,” he wrote in a memorable diplomatic circular. “She is composing herself.”

Lavrov’s message was clear, in hindsight at least: Russia was done composing herself after the humiliation of the Soviet collapse. In our interview (which he terminated abruptly, by walking out), he described Putin’s Russia as a restored Russia. It was now ready for a new and much more “assertive” foreign policy. “It is a very different country now,” he said. “And of course, we can now pay more attention to looking after our legitimate interests in the areas where we were absent for quite some time after the demise of the Soviet Union.”

The areas he mentioned were Africa, Latin America, and Asia—basically, the entire rest of the world. Although I found it chilling and ominous at the time, I did not realize the extent to which I was hearing the enunciation of a new doctrine. The conversation took place in the winter of 2013, in the minister’s private conference room on the seventh floor of the old Stalinist-era tower in Moscow that is the home of the Russian Foreign Ministry. The invasion of Crimea would take place almost exactly one year later.

***

The events of 1989, when the Wall came tumbling down and the Soviet bloc crumbled, ushered in a period of great optimism. Graduating into such a world, as I did, it was easy to carry the sense of freedom’s unbroken march into the trials and tribulations of adulthood. Today, in the Trump era, we are living in a heartrendingly different time. Now our conversations are about conflict and confrontation—about closing, not about opening. Russia’s short-lived experiment in freedom has ended, the march of democracy has been reversed, and Putin this fall even surpassed Leonid Brezhnev’s long Cold War tenure in the Kremlin. A new era of Russian chauvinism and aggression has begun. With no end to Putin’s rule in sight, and another sham presidential election set to take place in March, he will have every chance to continue his campaign to restore the lost empire and return Russia to the great-power status he believes is its birthright.

How should America respond? For a start, it should define the threat properly and describe geopolitical reality with precision. Trump’s weakness for authoritarians in general, and for Putin in particular, will not clarify or steady our course. A best-case scenario (or least a best-we-can-do scenario) may well be a return to the containment policies of a previous generation. We can work with and through our European allies, shoring up NATO, supplying arms to the battered front-line state of Ukraine. And this in many ways is exactly the policy proposed and promoted by Trump’s emerging national security team—though hardly, it is clear, genuinely supported by the president himself.




Besides, even if Trump were to be converted to the far more dire view of Russia held by his advisers, he and the America he leads would be unlikely to do much about it. His is an “America First” foreign policy for an inward-looking American political moment, and even those who warn about Russia’s geopolitical return from their perches in Berlin or Brussels, or from the besieged bowels of Trump’s bureaucracy for that matter, have no sweeping new plan for countering Putin to offer. Their proposals—even should they be genuinely and vigorously endorsed by the American president who up till now has had naught but praise for his Russian counterpart—amount to little more than holding the line.

So make no mistake about it: A full generation after the first Cold War ended, we are back to buying time. Back to shrugging our shoulders about what happens on Europe’s eastern borders and consigning Russians to their fate. Integrating Russia with the West was the cornerstone of American policy since 1991. It has failed. There is no new plan.

Instead, there is a conflict that is everywhere and nowhere, and no one can say for sure that we are even in the fight. When I think of the millions dead in Stalin’s purges and those who were later shot and killed trying to escape the Berlin Wall, it seems wrong to call this new confrontation by the same name as the old one. But the point is not its name. The point is its reality.

Ferreres: "Hay una injusticia social que está por venir"

EL EXVICEMINISTRO DE ECONOMÍA ADVIERTE QUE NO HAY MARGEN PARA NO ENCARAR EL AJUSTE DEL GASTO - Estima que recién a partir de junio se verá una tasa de inflación anual en torno al 25% o 30%. Aconseja ir bajando la tasa de interés porque el BCRA tiene margen con semejante zona de no intervención.


Orlando Ferreres.

Por Jorge Herrera

Periodista: ¿Qué puede decir de la herencia que deja Cambiemos con respeto a la que heredó del kirchnerismo?

Orlando Ferreres: Es mejor en el sentido que tiene más ordenados los precios relativos. O sea, corrigió bastante las tarifas de los servicios públicos que, sin contar combustibles que eran 2% del salario, todo el resto (luz, gas, teléfono, agua, etc.) salían el 13% del salario en 2001, con Cristina pasaron a ser el 3% y ahora ese 3% va a volver a ser 13%. Eso es una corrección de 10 puntos del salario real.

P.: ¿Perdón, hoy cuánto es?

O.F.: Hoy está aproximadamente en el 10% del salario. O sea, falta un 30% en términos reales. Entonces ese “30”, a lo mejor ya que bajaron los precios internacionales del petróleo y del gas, creo que ese precio se va a lograr con un más bajo precio internacional en dólares. O sea, capaz se queda en 10% u 11%. Pero eso exige que el consumidor debe dejar de consumir otras cosas, no puede viajar al exterior como lo hacía, no puede comer tanta carne, yogur, etc.; es decir, tiene que cambiar los gustos porque tiene que pagar obligatoriamente los servicios, y eso se decidió que era lo mejor para achicar el gasto público (los subsidios eran una parte importante del gasto), pero como no alcanzó con eso, hubo que aumentar los impuestos para este año ($4 por dólar para la exportación del agro y $3 para el resto) y hubo que poner un impuesto a la renta financiera, que son impuestos nuevos, y aun así no alcanzó; por ejemplo, hubo que parar las PPP, se postergaron sin fecha. O sea, por el lado de la demanda, 2019 va a ser difícil porque si bien la oferta va a andar bien porque el agro va a dar mejor (soja, maíz, girasol), va a dar casi la caída que tuvo en 2018 (fue 40%).

P.: Lo vuelvo a la herencia, ¿si se hace un arqueo, qué da?

O.F.: En las tarifas algo hizo, pero en el resto del gasto público no hizo nada. Casi 1 o 2 puntos menos que Cristina, pero hoy tenemos mayores impuestos, un poquito (2%) de menos gasto vía subsidios y en el resto aumentó, empeoró. Por ejemplo, no hubo ningún “ruido” en diciembre, es algo positivo pero que costó. Ahora tienen un programa de corto plazo, un plan de tres ceros y que lo va cumpliendo: Lebac a diciembre 2018 “0”, “0” de base monetaria desestacionalizada a junio, y “0” déficit fiscal primario. Por eso el BCRA no está bajando tan rápido las tasas de interés, por ahí algún día tiene que vender dólares, pero no lo hace para luego no tener que desdecirse como le pasó a Sturzenegger.

P.: ¿Cuánto margen tiene el BCRA para bajar las tasas?

O.F.: Sí. El tipo de cambio está en la banda del Central. Son $10 que tiene de margen, es muchísimo, $10 sobre $38 es una suma importante. La tasa de interés real proyectada está dando aproximadamente 2,5% mensual (eso es 27% anual). O sea, la tasa futura está dando más baja que la pasada. Por eso pagar una tasa de 60% (por las Leliq) es una barbaridad. Pero van a tener que ir bajando la tasa porque si no el dólar se va a estacionar y caer a la banda inferior y tendrán que salir a comprar, pero hacer eso teniendo margen para bajar la tasa no sé.

P.: ¿Pero también tiene que ver qué pasa con la inflación?

O.F.: La tasa de inflación pasada va a ser 45% anual hasta junio, o sea, cuando lleguemos a junio seguirá dando 45% porque la inflación viene de mediados de año, recién ahí va a bajar a 25% o 30% para fin de año. En el primer semestre irán bajando algo la tasa de interés, pero no quiere arriesgar mucho y que le vengan más tarifazos. A fin de enero se espera 55%, algo es. Pero la tasa que están bajando es la Badlar, por el cambio de los efectivos mínimos (encajes).

P.: ¿Cómo está el termómetro de las M&A?

O.F.: Sin grandes novedades, lo que si vienen son más clientes en busca de refinanciar deudas y a un paso de la quiebra. Lo que vemos es que los extranjeros se desalientan con los M&A por el tema impositivo.

P.: ¿Por sus proyecciones macro, uds. parecen más optimistas que el Gobierno?

O.F.: Suponiendo que gana Macri (probabilidad de 60%), el PBI crecerá un 1%, pero en el bimestre que se vota el PBI dará 5%. Ahora si gana Cristina o un peronista no tradicional ahí puede venir otra cosa, por ejemplo, dirán que con el Fondo no se puede cumplir y entonces no recibiremos nada. En 2019, el agro da 2 puntos del PBI más a nivel global, sólo con recuperar producción perdida y la industria otro tanto -aunque depende de lo que pase en Brasil-. Entonces, eso ya te da 2 de los 5, después la industria aporta 3 o 4, y no sabemos qué pasará con la obra pública (las PPP se suspendieron y no hay otra cosa que sepamos).

P.: ¿Pero el 5% no se va a sentir?

O.F.: En abril lo van a sentir los del campo y los de la ciudad en octubre cuando voten. Van a estar más tranquilos, y con 5% pueden recuperar algo de empleo porque crece al 1,3%/1,4%. Al 5% estaría todo más normalizado.

P.: ¿Qué da su índice de clima de inversiones?

O.F.: Da 49 sobre el óptimo que es 100, o sea, están dando mal, porque debajo de 50 es malo, lo ideal es tener entre 60/65/70. En ese nivel se mueve el país. El futuro del país está en la inversión, si da bajo, es por el tema impositivo.

P.: Pero al FMI, BM y otros les da más caída del PBI que a uds.

O.F.: Es que ellos dicen que va a bajar tanto que va dar tan bajo de arranque. La caída nos da igual entre 10%/12% y el promedio entre 4 o 5, porque al caer 10% frente a una caída promedio de 3 o 4 queda una diferencia que es el arrastre. Cuánto cierra el año y cuánto da el promedio del año, la diferencia es el arrastre. Lo que hay que ver es el cierre del año.

P.: ¿Si tuviera “carta blanca” en el próximo Gobierno, qué haría con el ajuste del sector público, del Estado?

O.F.: Hay varias alternativas, pero si no se baja eso, no hay chances. Vamos a cosas concretas: hay 1,5 millón de pensionados por invalidez, hay que revisarlos. Los jubilados que nunca aportaron y cobran como todos no ahorraron nada y cobran como los que sí ahorraron, hay que hacer alguna diferencia. Eso en materia de jubilados y pensionados. Con relación al empleo público, analizar qué hace cada uno y asignarle tareas. Cada provincia también tiene que ajustar el número de gente, porque no lo bajaron, sólo no ajustaron los sueldos.

P.: ¿Pero cómo es la transición?

O.F.: No hay transición, es como Bolsonaro, arrancar desde el primer día. Si no bajo los gastos, no puedo bajar los impuestos, y si no los bajo, no puedo tener inversiones, y si no tengo inversiones, tengo pobreza del 32%. ¿Qué prefiero? Hay una injusticia social que está por venir, Macri no quiere pagarla, entonces, va a tener problemas. Claro que si viene otro entonces es seguro que rumbeamos para otro lado como hicimos siempre. No se puede seguir dando vueltas con esto. Cuánto da el gasto público, el 46% del PBI, entonces, yo lo quiero bajar al 30% del PBI, tomando Nación, provincias y municipios. Y todos los que son planes sociales van a hacer trabajo público. En Chile, Pinochet que era un animal social, tenía 35% de desempleo ¿qué hizo?, un plan de trabajo social simple, era con la pala hacer zanjas etc., así ocupaba el 30% de la gente y el otro 5% era desocupado. Piense que con Cristina hubo dos millones más de empleados públicos para que no haya desempleo. Si querés ser presidente, tenés que hacer algo.

P.: ¿Y si no le doy carta blanca?

O.F.: Un programa de largo plazo que sea creíble para todo el mundo, no sólo para los de Cambiemos, que son 30%, sino para el resto. Un acuerdo nacional, pero no firmado, tiene que ser algo que sea creíble para todos,con un tipo que domine la situación.

P.: ¿Qué dicen sus clientes extranjeros?

O.F.: Quieren comprar más bonos, porque no tienen mucho. Tenían Lebac que se las sacaron de encima y tienen liquidez. Quieren ver qué hacen, no tienen un interés muy especifico. Les interesa el rendimiento porque mezclan retornos para promediar.

Entrevista de Jorge G. Herrera

La visión de Xi Jinping para la gobernanza global


El contraste entre el desconcierto que reina en Occidente (exhibido abiertamente en la cumbre de la OTAN y en la reunión del G7 celebrada el mes pasado en Canadá) y la creciente autoconfianza internacional de China se vuelve más evidente día a día. El mes pasado, el Partido Comunista de China (PCC) concluyó su “Conferencia central de trabajo relacionado con asuntos exteriores”, la segunda desde que Xi Jinping se convirtió en líder indiscutido de China en 2012. Estas conferencias no son un asunto de rutina; son la expresión más clara de la visión que tiene la dirigencia china del lugar de su país en el mundo, y también cuentan al mundo mucho sobre China.


En la última edición de la conferencia, en 2014, se enterró el famoso dicho de Deng Xiaoping “oculta tu fuerza, espera el momento, nunca tomes la delantera”, para iniciar una nueva era de jugador internacional híper activo. En parte, este cambio reflejó la centralización del control en manos de Xi, la conclusión de la dirigencia china de que hay una merma relativa del poder de Estados Unidos y su visión de que China se ha vuelto un actor económico global indispensable.

Desde 2014, China expandió y consolidó su posición militar en el Mar de China Meridional; tomó la idea de la Nueva Ruta de la Seda y la convirtió en una iniciativa comercial, de inversiones, de infraestructura y geopolítica/geoeconómica en general por valor de varios miles de millones de dólares, en la que participan 73 países de gran parte de Eurasia, África y otras regiones. Y sumó a la mayor parte del mundo desarrollado al primer Banco de desarrollo multilateral de gran escala fuera del sistema de Bretton Woods: el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

China también lanzó iniciativas diplomáticas fuera de su esfera inmediata de interés estratégico en Asia Oriental, y participó activamente en iniciativas como el acuerdo nuclear de 2015 con Irán. Construyó bases navales en Sri Lanka, Pakistán y Yibuti, y participa en ejercicios navales con Rusia en lugares tan distantes como el Mediterráneo y el Báltico. En marzo fundó su propia agencia de desarrollo internacional.

Pero el surgimiento de una “gran estrategia” coherente (independientemente de si Occidente decide reconocerla como tal) no es lo único que cambió desde 2014. Para empezar, el énfasis en el papel del PCC es mucho más fuerte que antes. A Xi le preocupaba que el partido se había vuelto marginal en las principales discusiones sobre formulación de políticas en el país, de modo que reafirmó su control sobre las instituciones del Estado, dando precedencia a la ideología política sobre la tecnocracia. Xi está decidido a confrontar la tendencia de la historia occidental, verificar la derrota del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, que debía culminar con el triunfo general del capitalismo democrático liberal, y asegurar la continuidad a largo plazo de un Estado comunista por lo menos en lo político.

Esta estrategia (el “Pensamiento de Xi Jinping”) ahora impregna todo el marco de política exterior de China. En particular, en la conferencia de política exterior del mes pasado tuvo un lugar destacado la idea de Xi de que el desarrollo histórico se rige por “leyes” (prescriptivas y predictivas) inmutables que es posible identificar. Si esto suena a materialismo dialéctico a la vieja usanza, es porque lo es. Xi adoptó como marco intelectual preferido la tradición marxista‑leninista.

Dado su énfasis en la existencia de leyes de desarrollo político y económico inexorables, la cosmovisión del materialismo dialéctico implica que nada de lo que acontece en el mundo es por azar. De modo que en opinión de Xi, si se aplica el marco analítico de Marx al período actual, se verá claramente que el orden global se encuentra en un punto de inflexión, en el que la decadencia relativa de Occidente coincide con circunstancias nacionales e internacionales fortuitas que permiten el ascenso de China. En palabras de Xi, “China ha tenido el mejor período de desarrollo de los tiempos modernos, mientras el mundo atraviesa los cambios más profundos e inéditos en todo un siglo”. Es verdad que ante China se alzan obstáculos formidables. Pero Xi concluyó que los obstáculos a que se enfrentan EE. UU. y Occidente son mayores.

No hay modo de saber hacia dónde llevarán estas ideas la política exterior concreta de China. Pero el modo en que los estados unipartidistas (en particular, los estados marxistas) deciden conceptualizar la realidad es sumamente importante: es el modo en que el sistema se habla a sí mismo. Y el mensaje que Xi transmitió a la élite de la política exterior china es uno de gran confianza.

En concreto, la conferencia central llamó a las instituciones a cargo de la política internacional del país y a su personal a adoptar la agenda de Xi. En esto parece que Xi tiene en la mira al ministerio de asuntos exteriores. El aparente malestar de Xi por la lentitud glacial del ministerio para la búsqueda de políticas innovadoras tiene un fuerte componente ideológico. A los diplomáticos de China se los exhortó a no olvidar que son ante todo “cuadros del partido”; esto indica que probablemente Xi alentará un mayor activismo del aparato de política exterior, para efectivizar al máximo su nueva visión global.

El mayor cambio que surgirá de la conferencia del mes pasado tiene que ver con la gobernanza global. En 2014, Xi habló de una competencia inminente en torno de la estructura futura del orden internacional. Si bien no desarrolló esta idea, desde entonces se ha trabajado mucho en torno de tres conceptos interrelacionados: guoji zhixu (el orden internacional); guoji xitong (el sistema internacional) y quanqiu zhili (gobernanza global).

Por supuesto, estos términos también tienen en inglés significados diferentes y superpuestos. Pero grosso modo, en chino el término “orden internacional” se refiere a una combinación de las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods, el G20 y otros organismos multilaterales (que China acepta), así como el sistema estadounidense de alianzas globales (que no acepta). El término “sistema internacional” se refiere más bien a la primera mitad de este orden internacional: la compleja red de instituciones multilaterales que actúan conforme a tratados internacionales y buscan gestionar los bienes comunes globales según el principio de soberanía compartida. Y “gobernanza global” denota la actuación real del “sistema internacional” así definido.

La novedad sorprendente en los comentarios de Xi en la conferencia central fue su llamado a que ahora China “lidere la reforma del sistema de gobernanza global con los conceptos de equidad y justicia”. Esta ha sido, con diferencia, la declaración más directa de las intenciones de China en relación con esta importante cuestión hasta ahora. De modo que el mundo debe prepararse para una nueva ola de activismo de China en el ámbito de la política internacional.

Como la mayoría de los demás países, China es muy consciente de la disfuncionalidad de buena parte del sistema multilateral actual. De modo que el deseo de Xi de liderar la “reforma del sistema de gobernanza global” no es accidental, sino reflejo de un creciente activismo diplomático en las instituciones multilaterales que busca reorientarlas en una dirección más compatible con lo que China considera sus “intereses nacionales centrales”.

Xi recordó a la élite a cargo de la política internacional de China que esos intereses deben guiar totalmente la dirección futura de esa política (incluida la reforma de la gobernanza global). En este contexto, China también quiere un sistema internacional más “multipolar”, un eufemismo para referirse a un mundo en el que el papel de EE. UU. y Occidente esté sustancialmente reducido.

El desafío para el resto de la comunidad internacional es definir qué tipo de orden global queremos ahora. ¿Qué quieren para el sistema internacional basado en reglas las instituciones actuales (como la Unión Europea, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático o la Unión Africana)? ¿Qué quiere exactamente EE. UU., con o sin Trump? ¿Y cómo preservar colectivamente los valores globales encarnados en la Carta de las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods y la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

El futuro del orden global está sumido en la incertidumbre. China tiene un guión claro para el futuro. La pregunta que se me ocurre es: Cuál es el guión de EE.UU.y cúal el de Europa?

El consumo interno de leche cayó un 10%

En 2018 se dio la tercera contracción interanual al hilo


Durante 2018 se perdieron 604 establecimientos lácteos




El consumo interno de leche cayó por tercer año consecutivo y consolidó una contracción de 10% durante el Gobierno de Cambiemos. El número no es sólo un indicador del nivel de actividad del sector lechero sino también una alarma respecto al deterioro social: se trata de un alimento clave en la dieta de las personas, especialmente los niños, y su consumo no debería mostrar caídas.

El consumo de leche fluida se redujo por tercer año consecutivo en los primeros once meses de 2018, según datos del Ministerio de Agroindustria. Si la comparación se realiza respecto del mismo período del año 2015, se nota un retroceso de 10% en las ventas. Un informe de la Universidad de Avellaneda (Undav) destacó: "Mermó notablemente el consumo de leche a partir del 2016. Es alarmante dada la magnitud y la constancia que ha mantenido la caída. Dada la importancia que tiene la leche para una alimentación saludable y nutritiva, esta baja implica un cambio forzado en los patrones de consumo debido a que la leche es un producto básico e imprescindible y con una baja elasticidad del precio de la demanda".

En 2016 la venta interna de leche comenzó a dar datos negativos y registró una caída de 1,9% contra los niveles de 2015, que fue el último año en el que se vio una mejora de la producción del sector y en el consumo per cápita. En 2017 la cuestión empeoró y la contracción fue de 7,1%. El remate lo dio el 2018, con una nueva merma de 1,3%. El total de esas caídas (no se suman matemáticamente sino que se acumulan y por ende la de 2017 es sobre una base ya menor y así sucesivamente) arrojó el registro de un consumo 10% menor en 2018 de un alimento fundamental en la alimentación, especialmente de los niños.

Pero además, las ventas de lácteos se redujeron en casi todos sus subproductos durante 2018: la leche en polvo cayó 8,4% interanual, los yogures y otras leches fermentadas 5,5%, los postres y flanes 6,2%, la crema 4,2%, las leches chocolatadas o saborizadas 6,4% y la manteca 3,3%. Sólo creció la venta de quesos, al 2,7%, y de dulce de leche, al 5,2%.

La contracción del consumo interno pegó fuerte sobre la producción. Desde el cambio de gobierno, la producción de leche promedio los 859 millones de litros mensuales, esto es, 14,6% menos que los producidos durante el 2015 (1.005 millones), tal como destacó la Undav.
Edición Impresa consumo Alimentos Leche Inflación Lácteos





Ranking de noticias


La OMC investigará aranceles de EE.UU. sobre China por cerca de u$s234.000 millones
1



El mercado espera que en marzo vuelva la tensión cambiaria por las elecciones
2



Lejos de la política, De Narváez invertirá u$s300 M en Uruguay
3



Deterioro social: el consumo interno de leche cayó un 10% desde el 2015
4



El mercado vuelve a apostar al carry trade y emiten $50.000 millones en Lecap
5






Negocios 29-01-2019 00:37 Hs.
Por el desplome de los créditos, la venta de inmuebles cayó 12% en 2018





Hubo 55.900 operaciones. El mercado comenzó a retraerse en la segunda mitad del año




porBAE Negocios



Los desarrolladores esperan que el sector se reactive gracias al fi nanciamiento desde el pozo
























La venta de inmuebles sufrió una baja del 12,2% durante 2018 en la Ciudad de Buenos Aires, en relación al año anterior, a raíz de un marcado descenso de las operaciones realizadas con hipotecas.

Según el informe del Colegio de Escribanos de la Ciudad, durante el año pasado, se firmaron 55.892 escrituras, contra las 63.680 registradas en 2017.

El primer cuatrimestre de 2018 había arrancado con una suba de 37% respecto al mismo período 2017, pero a partir de octubre, el consolidado comenzó a dar negativo.

Mientras los primeros cinco meses del año pasado fueron positivos, los últimos siete resultaron negativos frente a los del mismo período del año pasado, de acuerdo con el informe.

El acumulado de los doce meses con hipotecas, arrojó un resultado de 13.054 escrituras: la baja es de un 20,8%, ya que en 2017 el acumulado dio 16.487.


En un año, el monto de las transacciones creció 58% en pesos y bajó 26,7% en dólares


Compartir

La entidad señaló, además, que durante diciembre de 2018 se firmaron 4.656 escrituras, con un monto involucrado de $18.695 millones.

En comparación con noviembre del año pasado 2018, los actos subieron 26,2% en cantidad y escalaron 10,3% en pesos, "ya que el último mes del año se caracteriza por tener una actividad mayor", resaltó la entidad.

En diciembre, el monto medio de los actos fue de $4.015.255 millones, u$s103.352, de acuerdo al tipo de cambio oficial promedio. Esto es, creció 57,9% en un año en pesos, mientras que en moneda estadounidense bajó 26,7 por ciento.

También durante el último mes de 2018, las escrituras formalizadas con hipoteca bancaria totalizaron 336 casos, 85,8% menos que las registradas un año antes: representaron el 7,2% del total, frente a 29,9% de un año antes.

La cantidad de escrituras del último mes del año representó una baja interanual del 41,1%, mientras que el monto total de las transacciones realizadas bajó 7 por ciento. Durante diciembre, las escrituras con hipoteca bancaria totalizaron 336 casos, 85,8% menos que las registradas un año antes.

El golpe que significó para el sector la virtual desaparición de los créditos hipotecarios UVA fue demasiado fuerte, a tal punto que nunca se pudo recuperar de esta situación. Algunos agentes inmobiliarios, incluso, ilustran con crudeza lo que significó este cambio abrupto de escenario. "Vegetamos durante casi todo el segundo semestre del año", afirman sin dudar.

Expectativas

De cara al 2019, la baja de los costos de construcción en dólares y cierta estabilidad del tipo de cambio traen una luz de esperanza para los desarrolladores, que ven una oportunidad de reactivación en el formato de financiamiento desde el pozo.

Dentro del costo de un metro cuadrado, la mano de obra -que es en pesos- se lleva la mitad. El resto son los materiales, muchos de ellos atados al valor dólar. Según datos de la consultora Reporte Inmobiliario, el costo para construir una vivienda en un barrio privado bajo casi 36% en dólares, con respecto a noviembre del año pasado.

Islandia sabe cómo acabar con las drogas entre adolescentes

En los últimos 20 años, Islandia ha reducido radicalmente el consumo de tabaco, drogas y bebidas alcohólicas entre los jóvenes. ¿Cómo lo ha conseguido y por qué otros países no siguen su ejemplo?


Un grupo de niñas en un gimnasio en Reykjavik.

Falta poco para las tres de una soleada tarde de viernes, y el parque Laugardalur, cerca del centro de Reikiavik, se encuentra prácticamente desierto. Pasa algún que otro adulto empujando un carrito de bebé, pero si los jardines están rodeados de bloques de pisos y casas unifamiliares, y los críos ya han salido del colegio, ¿dónde están los niños?

En mi paseo me acompañan Gudberg Jónsson, un psicólogo islandés, y Harvey Milkman, catedrático de Psicología estadounidense que da clases en la Universidad de Reikiavik durante una parte del curso. Hace 20 años, cuenta Gudberg, los adolescentes islandeses eran de los más bebedores de Europa. “El viernes por la noche no podías caminar por las calles del centro de Reikiavik porque no te sentías seguro”, añade Milkman. “Había una multitud de adolescentes emborrachándose a la vista de todos”.

Nos acercamos a un gran edificio. “Y aquí tenemos la pista de patinaje cubierta”, dice Gudberg.

Hace un par de minutos hemos pasado por dos salas dedicadas al bádminton y al pimpón. En el parque hay también una pista de atletismo, una piscina con calefacción geotérmica y, por fin, un grupo de niños a la vista jugando con entusiasmo al fútbol en un campo artificial.

Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida saludable

En este momento no hay jóvenes pasando la tarde en el parque, explica Gudberg, porque se encuentran en las instalaciones asistiendo a clases extraescolares o en clubs de música, danza o arte. También puede ser que hayan salido con sus padres.

Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida saludable. El porcentaje de chicos de entre 15 y 16 años que se habían emborrachado el mes anterior bajó del 42% en 1998 al 5% en 2016. El porcentaje de los que habían consumido cannabis alguna vez pasó del 17 al 7%, y el de fumadores diarios de cigarrillos cayó del 23% a tan solo el 3%.

El país ha conseguido cambiar la tendencia por una vía al mismo tiempo radical y empírica, pero se ha basado en gran medida en lo que se podría denominar “sentido común forzoso”. “Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”, elogia Milkman. “Estoy muy impresionado de lo bien que funciona”.

Si se adoptase en otros países, sostiene, el modelo islandés podría ser beneficioso para el bienestar psicológico y físico general de millones de jóvenes, por no hablar de las arcas de los organismos sanitarios o de la sociedad en su conjunto. Un argumento nada desdeñable.

“Estuve en el ojo del huracán de la revolución de las drogas”, cuenta Milkman . A principios de la década de 1970, cuando trabajaba como residente en el Hospital Psiquiátrico Bellevue de Nueva York, “el LSD ya estaba de moda, y mucha gente fumaba marihuana. Había un gran interés en por qué la gente tomaba determinadas drogas”.

La tesis doctoral de Milkman concluía que las personas elegían la heroína o las anfetaminas dependiendo de cómo quisiesen lidiar con el estrés. Los consumidores de heroína preferían insensibilizarse, mientras que los que tomaban anfetaminas preferían enfrentarse a él activamente. Cuando su trabajo se publicó, Milkman entró a formar parte de un grupo de investigadores reclutados por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos para que respondiesen a preguntas como por qué empieza la gente a consumir drogas, por qué sigue haciéndolo, cuándo alcanza el umbral del abuso, cuándo deja de consumirlas y cuándo recae.

“Cualquier estudiante de la facultad podría responder a la pregunta de por qué se empieza, y es que las drogas son fáciles de conseguir y a los jóvenes les gusta el riesgo. También está el aislamiento, y quizá algo de depresión”, señala. “Pero, ¿por qué siguen consumiendo? Así que pasé a la pregunta sobre el umbral del abuso y se hizo la luz. Entonces viví mi propia versión del “¡eureka!”. Los chicos podían estar al borde de la adicción incluso antes de tomar la droga, porque la adicción estaba en la manera en que se enfrentaban a sus problemas”.

“¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En la Universidad Estatal Metropolitana de Denver, Milkman fue fundamental para el desarrollo de la idea de que el origen de las adicciones estaba en la química cerebral. Los menores “combativos” buscaban “sacudones”, y podían obtenerlos robando stereos, neumáticos, y más adelante, coches, o mediante las drogas estimulantes. Por supuesto, el alcohol también altera la química cerebral. Es un sedante, pero lo primero que seda es el control del cerebro, lo cual puede suprimir las inhibiciones y, a dosis limitadas, reducir la ansiedad.

“La gente puede volverse adicta a la bebida, a los coches, al dinero, al sexo, a las calorías, a la cocaína… a cualquier cosa”, asegura Milkman. “La idea de la adicción comportamental se convirtió en nuestro distintivo”.

De esta idea nació otra. “¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente intervenga  la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En 1992, su equipo de Denver había obtenido una subvención de 1,2 millones de dólares del Gobierno para crear el Proyecto Autodescubrimiento, que ofrecía a los adolescentes maneras naturales de "emborracharse" alternativas a los estupefacientes y el delito. Solicitaron a los profesores, así como a las enfermeras y los terapeutas de los centros escolares, que les enviasen alumnos, e incluyeron en el estudio a niños de 14 años que no pensaban que necesitasen tratamiento, pero que tenían problemas con las drogas o con delitos menores.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”. La idea era que las diferentes clases pudiesen provocar una serie de alteraciones en su química cerebral y les proporcionasen lo que necesitaban para enfrentarse mejor a la vida. Mientras que algunos quizá deseasen una experiencia que les ayudase a reducir la ansiedad, otros podían estar en busca de emociones fuertes.

Al mismo tiempo, los participantes recibieron formación en capacidades para la vida, centrada en mejorar sus ideas sobre sí mismos y sobre su existencia, y su manera de interactuar con los demás. “El principio básico era que la educación sobre las drogas no funciona porque nadie le hace caso. Necesitamos capacidades básicas para llevar a la práctica esa información”, afirma Milkman. Les dijeron a los niños que el programa duraría tres meses. Algunos se quedaron cinco años.


En 1991, Milkman fue invitado a Islandia para hablar de su trabajo, de sus descubrimientos y de sus ideas. Se convirtió en asesor del primer centro residencial de tratamiento de drogadicciones para adolescentes del país, situado en la ciudad de Tindar. “Se diseñó a partir de la idea de ofrecer a los chicos cosas mejores que hacer”, explica. Allí conoció a Gudberg, que por entonces estudiaba Psicología y trabajaba como voluntario. Desde entonces son íntimos amigos.

Al principio, Milkman viajaba con regularidad a Islandia y daba conferencias. Estas charlas y el centro de Tindar atrajeron la atención de una joven investigadora de la Universidad de Islandia llamada Inga Dóra Sigfúsdóttir. La científica se preguntaba qué pasaría si se pudiesen utilizar alternativas sanas a las drogas y el alcohol dentro de un programa que no estuviese dirigido a tratar a niños con problemas, sino, sobre todo, a conseguir que los jóvenes dejasen de beber o de consumir drogas.

¿Probaste el alcohol alguna vez? Si es así, ¿cuándo fue la última vez que bebiste? ¿Te has emborrachado en alguna ocasión? ¿Has probado el tabaco? Si lo has hecho, ¿cuánto fumas? ¿Cuánto tiempo pasas con tus padres? ¿Tienes una relación estrecha con ellos? ¿En qué clase de actividades participas?

En 1992, los chicos y chicas de 14, 15 y 16 años de todos los centros de enseñanza de Islandia rellenaron un cuestionario con esta clase de preguntas. El proceso se repitió en 1995 y 1997.

Los resultados de la encuesta fueron alarmantes. A escala nacional, casi el 25% fumaba a diario, y más del 40% se había emborrachado el mes anterior. Pero cuando el equipo buceó a fondo en los datos, identificó con precisión qué centros tenían más problemas y cuáles menos. Su análisis puso de manifiesto claras diferencias entre las vidas de los niños que bebían, fumaban y consumían otras drogas, y las de los que no lo hacían. También reveló que había unos cuantos factores con un efecto decididamente protector: la participación, tres o cuatro veces a la semana, en actividades organizadas –en particular, deportivas–; el tiempo que pasaban con sus padres entre semana; la sensación de que en el instituto se preocupaban por ellos, y no salir por la noche.

“En aquella época había habido toda clase de iniciativas y programas para la prevención del consumo de drogas”, cuenta Inga Dóra, que fue investigadora ayudante en las encuestas. “La mayoría se basaban en la educación”. Se alertaba a los chicos de los peligros de la bebida y las drogas, pero, como Milkman había observado en Estados Unidos, los programas no daban resultado. “Queríamos proponer un enfoque diferente”.

El alcalde de Reikiavik también estaba interesado en probar algo nuevo, y muchos padres compartían su interés, añade Jón Sigfússon, compañero y hermano de Inga Dóra. Por aquel entonces, las hijas de Jón eran pequeñas, y él entró a formar parte del nuevo Centro Islandés de Investigación y Análisis social de Sigfúsdóttir en 1999, año de su fundación. “Las cosas estaban mal”, recuerda. “Era evidente que había que hacer algo”.

Utilizando los datos de la encuesta y los conocimientos fruto de diversos estudios, entre ellos el de Milkman, se introdujo poco a poco un nuevo plan nacional. Recibió el nombre de Juventud en Islandia.

Las leyes cambiaron. Se penalizó la compra de tabaco por menores de 18 años y la de alcohol por menores de 20, y se prohibió la publicidad de ambas sustancias. Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente, así como a hablar con ellos de sus vidas, conocer a sus amistades, y a que se quedasen en casa por la noche.

Asimismo, se aprobó una ley que prohibía que los adolescentes de entre 13 y 16 años saliesen más tarde de las 10 en invierno y de medianoche en verano. La norma sigue vigente en la actualidad.

Casa y Escuela, el organismo nacional que agrupa a las organizaciones de madres y padres, estableció acuerdos que los padres tenían que firmar. El contenido varía dependiendo del grupo de edad, y cada organización puede decidir qué quiere incluir en ellos. Para los chicos de 13 años en adelante, los padres pueden comprometerse a cumplir todas las recomendaciones y, por ejemplo, a no permitir que sus hijos celebren fiestas sin supervisión, a no comprar bebidas alcohólicas a los menores de edad, y a estar atentos al bienestar de sus hijos.

Estos acuerdos sensibilizan a los padres, pero también ayudan a reforzar su autoridad en casa, sostiene Hrefna Sigurjónsdóttir, directora de Casa y Escuela. “Así les resulta más difícil utilizar la vieja excusa de que a los demás les dejan hacerlo”.

Se aumentó la financiación estatal de los clubs deportivos, musicales, artísticos, de danza y de otras actividades organizadas con el fin de ofrecer a los chicos otras maneras de sentirse parte de un grupo y de encontrarse a gusto que no fuesen consumiendo alcohol y drogas, y los hijos de familias con menos ingresos recibieron ayuda para participar en ellas. Por ejemplo, en Reikiavik, donde vive una tercera parte de la población del país, una Tarjeta de Ocio facilita 35.000 coronas (250 libras esterlinas) anuales por hijo para pagar las actividades recreativas.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”

Un factor decisivo es que las encuestas han continuado. Cada año, casi todos los niños islandeses las rellenan. Esto significa que siempre se dispone de datos actualizados y fiables.

Entre 1997 y 2012, el porcentaje de adolescentes de 15 y 16 años que declaraban que los fines de semana pasaban tiempo con sus padres a menudo o casi siempre se duplicó ­–pasó del 23 al 46%–, y el de los que participaban en actividades deportivas organizadas al menos cuatro veces por semana subió del 24 al 42%. Al mismo tiempo, el consumo de cigarrillos, bebidas alcohólicas y cannabis en ese mismo grupo de edad cayó en picada.

“Aunque no podemos presentarlo como una relación causal –lo cual es un buen ejemplo de por qué a veces es difícil vender a los científicos los métodos de prevención primaria– la tendencia es muy clara”, observa Kristjánsson, que trabajó con los datos y actualmente forma parte de la Escuela Universitaria de Salud Pública de Virginia Occidental, en Estados Unidos. Los factores de protección han aumentado y los de riesgo han disminuido, y también el consumo de estupefacientes. Además, en Islandia lo han hecho de manera más coherente que en ningún otro país de Europa”.


El caso europeo



Juventud en Europa, dirigida por Jón Sigfússon , nació en 2006 tras la presentación de los ya entonces extraordinarios datos de Islandia a una de las reuniones de Ciudades Europeas contra las Drogas, y, recuerda Sigfússon, “la gente nos preguntaba cómo lo conseguíamos”.



La participación en Juventud en Europa se hace a iniciativa de los Gobiernos nacionales, sino que corresponde a las instancias municipales. El primer año acudieron ocho municipios. A día de hoy participan 35 de 17 países, y comprenden desde zonas en las que interviene tan solo un puñado de escuelas, hasta Tarragona, en España, donde hay 4.200 adolescentes de 15 años involucrados. El método es siempre igual. Jón y su equipo hablan con las autoridades locales y diseñan un cuestionario con las mismas preguntas fundamentales que se utilizan en Islandia más unas cuantas adaptadas al sitio concreto. Por ejemplo, últimamente en algunos lugares se ha presentado un grave problema con las apuestas por Internet, y las autoridades locales quieren saber si está relacionado con otros comportamientos de riesgo.

A los dos meses de que el cuestionario se devuelva a Islandia, el equipo ya manda un informe preliminar con los resultados, además de información comparándolos con los de otras zonas participantes. “Siempre decimos que, igual que la verdura, la información tiene que ser fresca”, bromea Jón. “Si le entregas los resultados al cabo de un año, la gente te dirá que ha pasado mucho tiempo y que puede que las cosas hayan cambiado”. Además, tiene que ser local para que los centros de enseñanza, los padres y las autoridades puedan saber con exactitud qué problemas existen en qué zonas.

El equipo ha analizado 99.000 cuestionarios de sitios tan alejados entre sí como las islas Feroe, Malta y Rumanía, así como Corea del Sur y, muy recientemente, Nairobi y Guinea-Bissau. En líneas generales, los resultados muestran que, en lo que se refiere al consumo de sustancias tóxicas entre los adolescentes, los mismos factores de protección y de riesgo identificados en Islandia son válidos en todas partes. Hay algunas diferencias. En un lugar (un país “del Báltico”), la participación en deportes organizados resultó ser un factor de riesgo. Una investigación más profunda reveló que la causa era que los clubs estaba dirigidos por jóvenes exmilitares aficionados a las sustancias para aumentar la musculatura, así como a beber y a fumar. En este caso, pues, se trataba de un problema concreto, inmediato y local que había que resolver.

Aunque Jón y su equipo ofrecen asesoramiento e información sobre las iniciativas que han dado buenos resultados en Islandia, es cada comunidad la que decide qué hacer a la luz de sus resultados. A veces no hacen nada. Un país predominantemente musulmán, que el investigador prefiere no identificar, rechazó los datos porque revelaban un desagradable nivel de consumo de alcohol. En otras ciudades –como en la que dio lugar a la “llamada de crisis” de Jón– están abiertos a los datos y tienen dinero, pero Sigfússon ha observado que puede ser mucho más difícil asegurarse y mantener la financiación para las estrategias de prevención sanitaria que para los tratamientos.

Ningún otro país ha hecho cambios de tan amplio alcance como Islandia. A la pregunta de si alguno ha seguido el ejemplo de la legislación para impedir que los adolescentes salgan de noche, Jón sonríe: “Hasta Suecia se ríe y lo llama toque de queda infantil”.

A lo largo de los últimos 20 años, las tasas de consumo de alcohol y drogas entre los adolescentes han mejorado en términos generales, aunque en ningún sitio tan radicalmente como en Islandia, y las causas de los avances no siempre tienen que ver con las estrategias de fomento del bienestar de los jóvenes. En Reino Unido, por ejemplo, el hecho de que pasen más tiempo en casa relacionándose por Internet en vez de cara a cara podría ser uno de los principales motivos de la disminución del consumo de alcohol.


“Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”

Sin embargo, Kaunas, en Lituania, es un ejemplo de lo que se puede conseguir por medio de la intervención activa. Desde 2006, la ciudad ha distribuido los cuestionarios en cinco ocasiones, y las escuelas, los padres, las organizaciones sanitarias, las iglesias, la policía y los servicios sociales han aunado esfuerzos para intentar mejorar la calidad de vida de los chicos y frenar el consumo de sustancias tóxicas. Por ejemplo, los padres reciben entre ocho y nueve sesiones gratuitas de orientación parental al año, y un programa nuevo facilita financiación adicional a las instituciones públicas y a las ONG que trabajan en la mejora de la salud mental y la gestión del estrés. En 2015, la ciudad empezó a ofrecer actividades deportivas gratuitas los lunes, miércoles y viernes, y planea poner en marcha un servicio de transporte también gratuito para las familias con bajos ingresos con el fin de contribuir a que los niños que no viven cerca de las instalaciones puedan acudir.

Entre 2006 y 2014, el número de jóvenes de Kaunas de entre 15 y 16 años que declararon que se habían emborrachado en los 30 días anteriores descendió alrededor de una cuarta parte, y el de los que fumaban a diario lo hizo en más de un 30%.

Por ahora, la participación en Juventud en Europa no es sistemática, y el equipo de Islandia es pequeño. A Jón le gustaría que existiese un organismo centralizado con sus propios fondos específicos para centrarse en la expansión de la iniciativa. “Aunque llevemos 10 años dedicados a ello, no es nuestra ocupación principal a tiempo completo. Nos gustaría que alguien lo imitase y lo mantuviese en toda Europa”, afirma. “¿Y por qué quedarnos en Europa?”


En los demás países, las ciudades que se han unido a Juventud en Europa informan de otros resultados beneficiosos. Por ejemplo, en Bucarest, la tasa de suicidios de adolescentes ha descendido junto con el consumo de drogas y alcohol. En Kaunas, el número de menores que cometen delitos se redujo en un tercio entre 2014 y 2015.

Como señala Inga Dóra, “los estudios nos enseñaron que teníamos que crear unas circunstancias en las cuales los menores de edad pudiesen llevar una vida saludable y no necesitasen consumir drogas porque la vida es divertida, los chicos tienen muchas cosas que hacer y cuentan con el apoyo de unos padres que pasan tiempo con ellos”.

En definitiva, los mensajes –aunque no necesariamente los métodos– son sencillos. Y cuando ve los resultados, Harvey Milkman piensa en Estados Unidos, su país. ¿Funcionaría allí también el modelo Juventud en Islandia?

¿Y Estados Unidos?

Trescientos veinticinco millones de habitantes frente a 330.000. Treinta y tres mil bandas en vez de prácticamente ninguna. Alrededor de 1,3 millones de jóvenes sin techo frente a un puñado.

Está claro que en Estados Unidos hay dificultades que en Islandia no existen, pero los datos de otras partes de Europa, incluidas ciudades como Bucarest, con graves problemas sociales y una pobreza relativa, muestran que el modelo islandés puede funcionar en culturas muy diferentes, sostiene Milkman. Y en Estados Unidos se necesita con urgencia. El consumo de alcohol en menores de edad representa el 11% del total consumido en el país, y los excesos con el alcohol provocan más de 4.300 muertes anuales entre los menores de 21 años.

Sin embargo, es difícil que en el país se ponga en marcha un programa nacional en la línea de Juventud en Islandia. Uno de los principales obstáculos es que, mientras que en este último existe un compromiso a largo plazo con el proyecto nacional, en Estados Unidos los programas de salud comunitarios suelen financiarse con subvenciones de corta duración.

Milkman ha aprendido por propia experiencia que aun cuando reciben el reconocimiento general, los mejores programas para jóvenes no siempre se amplían, o como mínimo, se mantienen. “Con el Proyecto Autodescubrimiento parecía que teníamos el mejor programa del mundo”, recuerda. “Me invitaron dos veces a la Casa Blanca; el proyecto ganó premios nacionales. Pensaba que lo reproducirían en todos los pueblos y ciudades, pero no fue así”.

Cree que la razón es que no se puede recetar un modelo genérico a todas las comunidades porque no todas tienen los mismos recursos. Cualquier iniciativa dirigida a dar a los adolescentes estadounidenses las mismas oportunidades de participar en la clase de actividades habituales en Islandia y ayudarlos así a apartarse del alcohol y otras drogas, tendrá que basarse en lo que ya existe. “Dependes de los recursos de la comunidad”, reconoce.

Su compañero Álfgeir Kristjánsson está introduciendo las ideas islandesas en Virginia Occidental. Algunos colegios e institutos del estado ya están repartiendo encuestas a los alumnos, y un coordinador comunitario ayudará a informar de los resultados a los padres y a cualquiera que pueda emplearlos para ayudar a los chicos. No obstante, admite que probablemente será difícil obtener los mismos resultados que en Islandia.


Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente

La visión a corto plazo también es un obstáculo para la eficacia de las estrategias de prevención en Reino Unido, advierte Michael O’Toole, director ejecutivo de Mentor, una organización sin ánimo de lucro dedicada a reducir el consumo de drogas y alcohol entre los niños y los jóvenes. Aquí tampoco existe un programa de prevención del alcoholismo y la toxicomanía coordinado a escala nacional. En general, el asunto se deja en manos de las autoridades locales o de los centros de enseñanza, lo cual suele suponer que a los chicos solamente se les da información sobre los peligros de las drogas y el alcohol, una estrategia que O’Toole coincide en reconocer que está demostrado que no funciona.

El director de Mentor es un firme defensor del protagonismo que el modelo islandés concede a la cooperación entre los padres, las escuelas y la comunidad para ayudar a dar apoyo a los adolescentes, y a la implicación de los padres o los tutores en la vida de los jóvenes. Mejorar la atención podría ser de ayuda en muchos sentidos, insiste. Incluso cuando se trata solamente del alcohol y el tabaco, abundan los datos que demuestran que, cuanto mayor sea el niño cuando empiece a beber o a fumar, mejor será su salud a lo largo de su vida.

Pero en Reino Unido no todas las estrategias son aceptables. Los “toques de queda” infantiles es una de ellas, y las rondas de los padres por la vecindad para identificar a chavales que no cumplen las normas, seguramente otra. Asimismo, una prueba experimental llevada a cabo en Brighton por Mentor, que incluía invitar a los padres a asistir a talleres en los colegios, descubrió que era difícil lograr que participasen.

El recelo de la gente y la renuencia a comprometerse serán dificultades allá donde se proponga el método islandés, opina Milkman, y dan de lleno en la cuestión del reparto de la responsabilidad entre los Estados y los ciudadanos. “¿Cuánto control quieres que tenga el Gobierno sobre lo que pasa con tus hijos? ¿Es excesivo que se inmiscuya en cómo vive la gente?”

En Islandia, la relación entre la ciudadanía y el Estado ha permitido que un eficaz programa nacional reduzca las tasas de abuso del tabaco y el alcohol entre los adolescentes y, de paso, ha unido más a las familias y ha contribuido a que los jóvenes sean más sanos en todos los sentidos. ¿Es que ningún otro país va a decidir que estos beneficios bien merecen sus costos?