Gatos

 Por Rubén Weinsteiner para ADN

La relación inestable entre palabras emitidas e imágenes evocadas, entre significados y significantes, entre lo que decimos nosotros y lo que escucha el otro, es una precondición de cualquier construcción discursiva políticamente significativa.

Este desplazamiento en la relación significado-significante adquiere una dinámica muy específica en el segmento Google, aquellos electores que nacieron después de 1988, en la construcción de su sistema de preferencias electorales.

El 25% de la población económicamente activa y con derecho a voto, tiene menos de 25 años, construir confianza e intención de voto en este sector es una tarea compleja. Es un sector al que llamamos generación Google, que ha desarrollado mecanismos cognitivos, de valoración y validación y códigos de pertenencia y pertinencia propios y disruptivos.


Ser Gato

Se va transformando en insumo de construcción,  el proceso de sobredeterminación de ciertas palabras que condensan en torno de sí,  múltiples significados.

Gato es prostituta, es alguien servil en lenguaje carcelario, es alguien que se presume gay, pero fundamentalmente en los focus groups de sectores google, de tercer, cuarto y quinto decil de ingresos, gato es alguien falso, no transparente, trucho.

 Desde la emergencia, la organización del debate para los Google se da en torno al clivaje “gato”-autentico. Los otros son la impostura, los que dicen una cosa pero son otra, contra eso, se plantea un modelo normativo de autenticidad, sencillez y transparencia.

No ser “careta”, no ser “gato”, no ser “trucho”, ser o en realidad parecer verdadero, transparente. El marco de referencia esta afuera pero dentro del círculo tribal, esa figura referencial emerge por un cualidad específica, ser el líder de la banda que más le gusta, pero además validar su autoridad con un discurso que se retrolegitime con los valores de la tribu de autenticidad y los proyecte hacia afuera.

Importa en la referencia, más que lo que dice, la forma en la cual se para frente al poder, de manera auténtica, sin ornamentos innecesarios. El lenguaje gestual derivado de la visualidad, resulta naturalmente clave. La gestualidad ligada a las jerarquías produce rechazo, la sobre actuación muy evidente también.

Francia: arranca la campaña presidencial

Los diez candidatos que se disputan el sillón del Elíseo entraron hoy de manera oficial en la pelea por obtener el voto de los 45 millones de franceses llamados a participar en los próximos comicios. Un revitalizado Sarkozy lidera las encuestas para la primera vuelta, pero el socialista Hollande se impondría en el ballotage



Lo que hoy empieza es la parte oficial de la campaña, con disposiciones que regulan hasta la medianoche del próximo 21 de abril el acceso de los candidatos a los medios públicos para difundir sus programas en igualdad de condiciones, aunque de hecho la actividad comenzó hace varias semanas.

Para la primera vuelta, el presidente y candidato conservador Nicolas Sarkozy parte con una ligera ventaja (entre dos y cuatro puntos) sobre su rival socialista, François Hollande,aunque la mayoría de los sondeos dan a éste como ganador en la segunda y decisiva ronda del 6 de mayo.

La gran revelación de esta campaña viene siendo el carismático líder del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, quien se ubicaría por delante de la ultraderechista Marine Le Pen, cuyos seguidores parecen haberse dejado seducir por el giro derechista del presidente.
Pero hoy la prensa francesa destaca que tanto Sarkozy como Hollande se enfrentan además al reto de convencer al elevado número de franceses que aún no han decidido a quién votar, después de conocerse que la abstención en los comicios podría alcanzar máximos históricos.

El próximo fin de semana, último antes de la primera vuelta, los candidatos Sarkozy y Hollande protagonizarán en París sendos mítines con los cuales pretenden demostrar la fuerza del respaldo que esperan. El presidente lo hará en la céntrica Plaza de la Concordia, mientras que Hollande eligió un parque junto al castillo de Vincennes, en el este de la capital, para celebrar un encuentro con sus simpatizantes.
Además de Sarkozy, Hollande, Mélenchon y Le Pen, se presentan a las elecciones la ecologista Eva Joly, la ultraizquierdista Nathalie Artaud, el centrista François Bayrou, el soberanista Nicolas Dupont-Aignan, el trotskista Philippe Poutou y el gaullista de izquierda Jacques Cheminade. 

La militancia juvenil

Por María Esperanza Casullo


Mucho se ha escrito en estos días, y seguramente mucho más se escribirá, sobre la agrupación juvenil kirchnerista La Cámpora. Se ha dicho, entre otras cosas, que son militantes más interesados en los cargos que en la militancia de base; que sólo responden a Máximo Kirchner, un líder oscuro y misterioso; que tienen relaciones tirantes con otras agrupaciones políticas y con los intendentes y gobernadores peronistas y que constituyen un grupo de choque dentro del movimiento peronista.
Ahora bien, ¿es realmente novedoso el fenómeno de La Cámpora? Desde un cierto punto, podemos decir que el fenómeno de La Cámpora no es en absoluto tan novedoso, ya que es comparable (no idéntico, pero sí lo suficientemente similar) con la consolidación de una corriente de militancia juvenil, nucleada en la Junta Coordinadora de la Juventud Radical en el momento de mayor auge del Gobierno de Raúl Alfonsín. Los que ahora critican el rápido ascenso de dirigentes de La Cámpora como Andrés Larroque o Eduardo De Pedro a posiciones de poder deberían recordar que críticas parecidas se hicieron en su momento a los dirigentes que ascendieron desde la Coordinadora a posiciones similares dentro del Gobierno de Alfonsín.
Como los dirigentes de La Cámpora, los dirigentes provenientes de la Juventud Radical fueron acusados de “buscar sólo cargos”, de no contar con suficientes pergaminos partidarios y de escalar posiciones demasiado rápidamente, trastrocando las tradicionales jerarquías partidarias. Como Cristina Fernández de Kirchner, Raúl Alfonsín también fue acusado de recostarse con demasiado énfasis en un sector cuyo único mérito era la lealtad personal con el líder; también, como recuerda María Soledad Delgado en su paper “El otro partido: algunas consideraciones con respecto al radicalismo (1983-1989)”, se acusó a Raúl Alfonsín de privilegiar criterios “tecnocráticos” y de lealtad personal por sobre criterios de representatividad política en su selección de funcionarios.
En este sentido, es claro que la acción de “recostarse” de Raúl Alfonsín y Cristina Fernández de Kirchner en los grupos de militancia juvenil cumple un objetivo similar: ambos buscaron de esta manera consolidar un liderazgo personal, disciplinando a estructuras partidarias díscolas mediante el “uso” de una agrupación que responde directamente al Presidente, y que no le debe lealtad a ningún otro sector del partido.De hecho, puede argumentarse que la consolidación del liderazgo personal de Cristina Fernández de Kirchner dentro del Partido Justicialista (y el rol de La Cámpora en este proyecto) no llega a ser comparable a la fortaleza del liderazgo personal de Raúl Alfonsín en el momento más fuerte de su hegemonía.
Entre 1983 y 1987 Raúl Alfonsín fue el único líder reconocido de la UCR y el elector de los candidatos a cargos subnacionales. Es cierto que Cristina Fernández de Kirchner intenta constituirse como la única líder del Partido Justicialista, sin embargo, miembros de su propia coalición (por caso, Hugo Moyano en la CGT o Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires) plantean desafíos muchos más abiertos que cualquiera de los que se enfrentaron a Alfonsín durante su gobierno.
¿Es negativo este proceso de ascendencia de una corriente juvenil? No necesariamente. Para comenzar, hay que señalar que tanto La Cámpora como la Juventud Radical sólo son posibles por la existencia previa de un genuino y autónomo proceso de politización de sectores amplios (no universales, por supuesto) de la juventud en general. La irrupción de estos sectores en la vida política es claramente un capital político importante a largo plazo, más allá de las limitaciones de su acción presente. La formación Juventud Radical permitió al alfonsinismo apropiarse, por así decirlo, de una generación entera, insuflando vida y energía al partido más allá de 1989, aún en la derrota. Lo mismo sucederá seguramente con la mayoría de los adherentes de La Cámpora, que seguirán siendo kirchneristas/peronistas en su vida adulta, aun cuando su fuerza no esté más en el poder. Es interesante contrastar ambas experiencias con la experiencia menemista, que tuvo casi nulo éxito en la formación de una corriente militante juvenil propia, más allá de los cuadros juveniles que supo captar brevemente la Ucedé.

Sobre todo, queda un saldo positivo cuando las agrupaciones juveniles tienen la capacidad de imponer temas de agenda, dando así el salto de la “militancia juvenil” entendida como militancia “de” jóvenes a la “militancia juvenil” entendida como militancia “para” los jóvenes. La Juventud Radical pudo imponer al menos una reivindicación propia: el acceso irrestricto a la educación universitaria. La Cámpora debe aún definir una agenda propia, nucleada tal vez alrededor de un proyecto de ley sobre un tema como primer empleo, subsidios a la primera vivienda, derecho al acceso al aborto, o algo similar. Nada mejor que un proceso de militancia legislativa sobre un tema candente de actualidad para romper con las acusaciones de ser militantes de Blackberry.

El enemigo posible, imprescindible para la construcción de la marca política

Por Rubén Weinsteiner para Newsweek

En estos días en los cuales la figura de Raúl Alfonsín se resignifica a la luz de la perspectiva que brindan la distancia, el reencuadre de algunas de sus decisiones y las referencias de gestiones posteriores, se impone reflexionar acerca de los mecanismos de construcción de poder y acumulación de la marca política Alfonsín, - lejos de creer que las comparaciones son odiosas, creo que son absolutamente necesarias- contrapuestos a los mecanismos de construcción y acumulación de la marca Kirchner.

A los efectos de este análisis tomo dos períodos en la gestión de construcción y acumulación de la marca Alfonsín: 
 
1) Construcción inicial, campaña y llegada al poder , 82-83
2) Gobierno 84-89

Observamos entre estos dos períodos muchas diferencias, tanto en la gestión del discurso, del posicionamiento, del relato, de la personalidad y de la identidad política como del naming entre otras cosas. Pero existe una diferencia altamente significativa, que determinó debilidad en la construcción de poder de la marca Alfonsín.

Durante el primer período Alfonsín denunció el pacto militar sindical, ubica al enemigo en una entidad compuesta por el viejo sindicalismo, el viejo peronismo y los militares.
Al “somos la rabia” del viejo peronismo, le esgrimió el “somos la vida” y de esa manera consolidó une enemigo posible, vulnerable, como vimos en las elecciones del 83, pero tampoco tan débil como para perder verosimilitud como enemigo.

Durante el gobierno radical, a la marca política Alfonsín, sus estrategas no supieron erigirle enemigos posibles, si bien enfrentó numerosos enemigos, todos ellos, como se demostró en el terreno, eran demasiado fuertes para Alfonsín: Saúl Ubaldini, La Sociedad Rural, los Carapintadas, la City, La Iglesia, Clarín etc.

Es muy difícil construir y acumular poder sin un enemigo viable, al que se pueda derrotar y que a la vez configure algún tipo de amenaza real, y de esa manera sea tributario de la construcción de la propia identidad.

Para construir marca política, hace falta determinar en el terreno un clivaje, un modelo binario. Lo que uno es contrapuesto a lo que no es. Institucionalidad versus clientelismo, justicia social vs reformismo conservador, corrupción vs honestidad, orden vs caos. De esa manera la propia identidad está definida por los atributos propios valorados y queridos por los segmentos a interpelar y del otro, los atributos valorados negativamente y temidos por la clientela electoral.
Este clivaje construido desde los conceptos requiere una personalización para dotar al esquema binario de mayor potencia emocional.

El concepto corrupción dispara significados negativos, pero si le ponemos nombres y rostros los significados que disparará adquirirán una dimensión emocional con mucho mayor poder de fuego.

Los Kirchner no enfrentaron a Clarín en su primer gobierno con el 22 % de los votos, ahí el enemigo era el neoliberalismo, encarnado en un menemismo residual agonizante. Tampoco enfrento a Duhalde antes del 2005, lo enfrentó cuando la relación de fuerzas se lo permitió. 

Carrió, los despojos del partido militar, Clarín, y los “piquetes de la abundancia” del campo, fueron enemigos que a la luz de los resultados se verificaron como superlativamente eficaces.
El 2% de la Coalición Cívica, la pérdida de poder de fuego de Clarín, el surgimiento del Kirchnerismo como aglutinador de sujetos políticos a partir de las derrotas de la 125 y de las elecciones de 2009, explican el escenario que le permitió a los Kirchner, consolidarse como espacio, retomar la iniciativa en 2010, lanzar medidas de gestión potentes como la AUH, el matrimonio igualitario, la eliminación de las AFJP, y así constituirse en el 54% en Octubre de 2011 luego del desgaste de dos gestiones.

Hoy Macri es para el Kirchnerismo un enemigo ideal para construir y acumular, y el gobierno lo ha elegido para que sea su enemigo de turno. Macri es vulnerable, es la contrafigura perfecta de CFK y de la esencia del Kirchnerismo, y además no tiene despliegue territorial, no tiene agenda ni un “reason why” nacional.

Alfonsín durante los dos primeros años, no tuvo una oposición sólida que pudiera establecerse como un enemigo plausible. Los enemigos corporativos eran creíbles pero demasiado fuertes. Cuando la oposición se consolidó, se convirtió en un enemigo exageradamente potente para enfrentarlo.

La marca política es una máquina que dispara significados. Alfonsín, parafraseando su último discurso, “no pudo, no quiso o no supo” erigir ese enemigo derrotable e imprescindible para construir una marca política, que dispare significados emocionales de poder.