El discurso de poder de la marca política en la problematización de las demandas



Leer, interpretar e intervenir sobre las demandas, es construir el discurso.

Rubén Weinsteiner

Las demandas como articuladoras de variables blandas definen segmentos a los cuales interpelar como marcas políticas.

El proceso de intervención consiste en: 1) lectura e interpretación de las demandas 2) caracterización y problematización discursiva 3) descripción de personajes y responsabilidades 4) planteo de solución.


La problematización e identificación de los personajes resulta esencial porque muchas personas pueden atribuir fenómenos a causas diversas. Una persona que pierde el empleo puede pensar que algo anda mal en el país, puede pensar que el no estuvo a la altura o que su jefe era malo y se la agarró con el.

Por otra parte una cosa es necesitar algo y otra es ser consciente de esa necesidad. O desear algo y no ponerlo en el nivel de emergencia, es decir obturar el deseo detrás de justificaciones o narrativas limitantes. Ya sea propias-históricas de falta de merecimiento o aptitud, o externas de la cultura dominante o el clima de época.


Las demandas no se constituyen en un proceso automático y natural, sino que se definen por la subjetividad enmarcada en los mecanismos primarios de referencia, que nos permiten construirnos una idea clara e inmediata de cómo leer la realidad a través de nuestro encuadre cognitivo (cognitive framing).
No hay un marco, hay una acción de encuadrar, de enmarcar la realidad.

Para intervenir sobre la subjetividad de los sujetos de elección hace falta conectar con su estructura de marcos cognitivos. Si nuestro discurso no esta alineado con los marcos de nuestro público, este lo rechazará o directamente no lo comprenderá, no lo sentirá, no le hará consonancia.


Es por eso que la lectura de las demandas y la construcción de la narrativa de la marca política sobre esas demandas puede y debe intervenir sobre ese encuadre cognitivo.

Esto es; alguien puede pensar que viajar mal en el transporte público es normal, que “es así”. Que los subtes son incómodos. La mirada crítica permitiría pensar que quizás los subtes son incómodos, porque no vienen con la frecuencia que deberían, y no vienen con la frecuencia que deberían porque no hay suficientes vagones, y que no hay suficientes vagones porque no se producen en el país y no hay recursos para importarlos, porque los recursos se gastan en otras cosas, y que si se gastaran en mejorar el transporte público todos podríamos viajar “como seres humanos” en el subte.


Alguien podría pensar que es normal que si uno tiene ganas de orinar, estando afuera, es normal tener que aguantarse porque es así, o hay que entrar a un bar, pedir un café e ir al baño. El pensamiento crítico podría llevarlos a pensar que todas las personas tienen la necesidad de orinar y que debería haber baños accesibles y próximos para que la gente orine.

Lo mismo con el acceso a los alimentos a precios posibles (comer hay que comer), a la salud, a la indumentaria, con las condiciones laborales, etc.


El disenso formal activo permite poner en crisis los marcos de encuadre cognitivo, problematizar la realidad, plantear, desde el discurso un nuevo formato problematizador que posibilite la conceptualización y la lectura de que no estamos condenados a esto, sino que esto pasa porque hay cosas que no se hacen o cosas que se hacen mal.
Por eso muchas de las demandas y deseos se encuentran en estado de latencia, obturadas por discurso del mainstream, limitante, justificador y obturador de los deseos lantentes.
El discurso de poder, debe organizar las percepciones en función de la potencialidad de acción de la marca política, para modificar aquello que parece inmutable y sin solución.
El camino crítico es leer las demandas, apropiarse de los marcos cognitivos de nuestro público, problematizar para proponer, convocar y esperanzar. Intervenir y comprometer desde el discurso al sujeto de elección con una perspectiva de un futuro distinto, mejor y alineado con las demandas latentes de los segmentos objetivo.

Rubén Weinsteiner

El voto evangélico en 2021

Martín Rodríguez

Durante los cuatro años de gobierno macrista ciertos “temas” parecieron entrar en el radar definitivo de la política: feminismos, iglesias evangélicas, organizaciones de la economía popular (el concepto mismo de esa economía), e incluso (descarnada) la discusión sobre “pueblos originarios”. No se trató de algo “nuevo”, obviamente, pero sí de algo ya ineludible que interpela al Estado; la otra herencia macrista: la consagración de los temas que no nos podemos sacar de encima. El kirchnerismo producía más la agenda de la sociedad (priorizaba con relativo éxito); el macrismo, con la combinación de micro-segmentación y crisis, quedó segmentado.

Sobre los originarios especialmente se dio un giro: los mismos que en oposición a Cristina no escatimaban gestos hacia la figura de Félix Díaz (miraban al pueblo Qom con los ojos de cielo de Víctor Heredia), luego, frente a los mapuches y su conflicto de tierras privadas, les clavaban los ojos de larga noche de Julio Argentino Roca (roquismo reducido a pura espada). Veámoslo en el sistema de solidaridades de un periodismo: pasaron de denunciar las represiones en Formosa a interrogar/entrevistar a un dirigente mapuche preso. Una parte de la Patagonia (con el crimen de Rafael Nahuel, la desaparición de Santiago Maldonado, la irrupción de la “RAM”) parecía el territorio sórdido en que se desataban los fantasmas de frontera. El sur, nuestro “lejano oeste”, un arquetipo del inconsciente argentino que, tras doce años de un kirchnerismo que vino de ahí, debía ser reconquistado.

El macrismo confundió durante mucho tiempo a la sociedad movilizada exclusivamente con el kirchnerismo. En el rechazo a los tarifazos, en las protestas por las reformas previsionales, en el 2 x 1, veía solo “kirchnerismo”. Como el personaje de Capusotto que lee en cada letra de rock que “están hablando de faso”. El modelo de gestión de grieta más restricción externa: el oficialismo como oposición de la oposición. En la recta final de su mandato, Macri ajustó clavijas, y se recostó sobre su parte sólida de la sociedad. Se fue hablando la lengua de su clase, la lengua del conflicto en la economía, de los “productivos”.

Ahora demos el salto al presente: como una gota, el universo evangélico muestra esas fuerzas y contradicciones que quedan de la época macrista, aunque el macrismo ya no esté en el poder.
Fragmentos de un discurso evangélico

Esta semana Pablo Fornero en el sitio Letra P publicó dos artículos sobre el lanzamiento de un partido evangélico cercano al macrismo. Leemos: “Pastores de nueve provincias armaron un espacio denominado Una Nueva Oportunidad (UNO) al que ya tributan diputados provinciales, concejales y dirigentes políticos”. El grupo arrancó una ronda de reuniones con virtuales aliados: primero se vieron las caras con la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, y van por los radicales Mario Negri y Alfredo Cornejo, Rogelio Frigerio y la Coalición Cívica. Los armadores de UNO son el diputado provincial santafesino Walter Ghione, el bonaerense oriundo de Lanús Diego Villamayor, la tucumana PRO Ana Valoy, el exconcejal del PRO de Santa Rosa, La Pampa, Roberto Torres y el dirigente entrerriano de Juntos por el Cambio Leandro Jacobi, entre otros.”

Una rápida impresión: un ala de Juntos por el Cambio ve en los evangélicos una “masa en disponibilidad”. En palabras del antropólogo Pablo Semán: “Cambiemos ve en el mundo evangélico un conjunto de organizaciones que tienen un capilaridad territorial que suplementa las posibilidades de Cambiemos”. Los evangélicos, así, podrían representar una oposición popular al gobierno actual a partir de dos elementos: “valores (sobre todo por temas como derecho de las mujeres a decidir la interrupción del embarazo) pero también, en menor escala, por lo socioeconómico en la medida que el liberalismo anti-Estado es también un motivo presente (aunque no tan ampliamente) en los sectores populares y en los evangélicos”. Y agrega Semán: “en la intersección de valores y economía, estas organizaciones ofrecen un know how social en temas de adicciones con que cualquier partido debería obligarse a dialogar”.

Ahora bien: habrá que ver si los dirigentes evangélicos logran movilizar los votos de electores evangélicos que en 2019 votaron al Frente de Todos (que fueron muchos) y no solo los votos evangélicos que Cambiemos ya tuvo. “Esos creyentes en disputa no son una tabula rasa, tienen sus propias elucubraciones y posibilidades de recepción. Lo que pasa es que desde otros espacios políticos no se busca encontrar esas claves”, resume Pablo Semán.

Entrevistado por Mariano Schuster en revista Panamá, Esteban “Gringo” Castro (secretario general de la UTEP y dirigente del Movimiento Evita) reconoció su acercamiento y su comprensión territorial del movimiento evangélico. “A medida que fui recorriendo iglesias evangélicas me fui dando cuenta de que quizás ellos tienen otras formas de lucha”, dice el Gringo. Se trata de acercamientos en torno a la cuestión de la desigualdad y del trabajo concreto con las iglesias barriales. (Otro caso de acercamiento -“por arriba”- es del gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, con las Iglesias evangélicas de su provincia.)

Estela va a una Iglesia en zona sur del GBA, dice: “nosotros oramos por los gobernantes, para que encuentren soluciones a la crisis, pero ningún pastor nos dice a quién votar”. Es empleada de un negocio, es pentecostal, y en torno a la iglesia organiza su vida. Hace un año votó al Frente de Todos, como muchos evangélicos. La proximidad que reconoció entre el peronismo y la IVE la alejó pero no fue determinante: en 2019 votó contra la crisis. Los votos se deciden en casa.Alberto Fernández con pastores evangélicos, en Olivos.

América Latina es el continente más católico del mundo: 420 millones. Representa al 40% de todos los católicos del mundo. Pero el 19% de los latinoamericanos son evangélicos y un 15,3% lo son en Argentina. La mayoría son pentecostales. En diez años, si se mantiene el mismo ritmo de crecimiento, se alcanzaría el 21,6% en Argentina. En la provincia de Buenos Aires existen más de 6.000 iglesias evangélicas. Cuando explotó la crisis en el último gobierno de Mauricio Macri, estas iglesias, a través del gobierno de Vidal, distribuyeron en el conurbano 90 mil toneladas de alimentos.

Sebastián Carnival es politólogo y director del CIE, el espacio de la Fundación Catedral de la Fe donde más de ochocientos alumnos se capacitan semanalmente. Dice: “Una de las mayores debilidades de la iglesia evangélica, que a su vez es el secreto de su crecimiento, es la horizontalidad de su estructura. El impacto que se ha visualizado de la iglesia en el último tiempo tiene que ver con la capacidad que han tenido los líderes evangélicos para llegar a ciertos consensos y articular objetivos en común. Esto los vuelve un actor de impacto en el territorio.”

Los principales referentes del PRO han construido una relación personal con referentes de la comunidad evangélica, estos puentes permitieron que los miembros evangélicos con vocación política puedan incorporarse y sumarse a sus estructuras partidarias. Se entiende también en esta inclinación al cambio de caballo en mitad del río: cuando en 2018 confirmaron que su programa económico fracasaba (y su consecuente obamismo), fugaron hacia un discurso duro de valores. Lo que vemos entonces no es lo que los evangélicos hacen con la política, sino lo que la política (macrista) quiere hacer con ellos. Pero dice Sebastián Carnival: “No se puede interpretar al ciudadano evangélico mirándolo únicamente en una dimensión política, es una persona multidimensional. En la Argentina las tradiciones políticas partidarias acompañan al evangélico y conviven con su fe, en otras comunidades los mismos referentes políticos surgen dentro de la misma comunidad ante la crisis de la representación política. Las características carismáticas prevalecen sobre lo partidario”.

La apuesta macrista tendría a su vez una lógica: así como en 2015 se pensó en la estructura nacional de la UCR para impulsar al PRO y su frente a nivel nacional, quizás hoy la iglesia evangélica le representa una estructura que podría “articular” esa extensión. Ocurre que la horizontalidad y descentralización de esas Iglesias puede ir a contrapelo de esa fantasía, pese a los datos contundentes y paradójicos de su expansión, como dice Carnival: “las Iglesias se encuentran en todo barrio, toda ciudad, toda provincia, en todo el país”. Pero son muchas porque pueden ser muchas (y distintas).

La apuesta de Cambiemos en esa relación se basa en una profecía que Pablo Semán describe así: “es necesario no olvidar el papel brutalmente reordenador de las coyunturas en que las crisis se comunican entre sí. Todo lo que podemos imaginar hoy proyectando el presente es nada si alcanzamos a imaginar lo que sería un país atravesado por los dolores de la crisis sanitaria, el hielo de la economía y el fuego de los debates morales. Tal vez en esa ocasión se daría aquello que parecen esperar los cuanto peor mejor de la derecha: la unificación de los repudios, entre ellos el de la mayor parte de los evangélicos”.

A vuelo de pájaro se puede decir que el retroceso de la Iglesia Católica, el Estado y el peronismo durante los años 90 (y la reconfiguración territorial de los conurbanos, la fragmentación del mundo popular) es simultáneo al crecimiento de movimientos sociales que van desde las organizaciones de desocupados hasta las iglesias evangélicas. Y cómo el peronismo no va a estar relacionado con ese mundo (muchas de sus bases pertenecen a él). Una Iglesia de abajo: una casa o un garaje se pueden transformar en templo. Los pastores son de los barrios, no llegan a los barrios y solucionan problemas concretos (adicciones, crisis de pareja, colectas de solidaridad) sumado a los ejercicios de sanación. Y a la vez: las Iglesias son mayoritariamente autónomas. Mientras que asociaciones fuertes como ACIERA intentan formar evangélicos que actúen en política y defiendan en cualquier partido las posiciones de esas asociaciones.

En definitiva, evangélicos y política: asunto no separado. Pero no necesariamente resumido en “el” partido o, ni siquiera, en “el” voto. Las iglesias defienden a los suyos, ayudan a los caídos, tallan un sentido moral que es una pertenencia para quienes pueden no tener ninguna otra. Pero difícil designar en esta posible relación una fijación partidaria o un voto cautivo, determinismo económico o determinismo de valores. Nadie está grabado en roca.