Sostiene que la sociedad debería estar “profundamente feliz” de que hoy exista un alto nivel de conflictividad pública porque entiende que lo mejor que puede estar ocurriendo es que se discuta “crispadamente y mucho”. Además, no duda en asegurar que los medios compiten con la política, describe como un hecho auspicioso la toma de las escuelas, advierte que el gobierno ha sido rebasado por el conflicto biopolítico y hace saber que los “baronazgos” del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense. Alejandro Groppo, cuyo libro Los dos príncipes –prologado por Ernesto Laclau– fue presentado días atrás en la Feria del Libro de Frankfurt, es doctor en Ideología y Análisis del Discurso por la Universidad de Essex, del Reino Unido; investigador del Conicet; docente de la Universidad Nacional de Villa María, de la Católica de Córdoba, y del Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados (UNC).
–El conflicto que generó la toma de escuelas adquirió una dimensión quizás inesperada, incluso el gobernador salió públicamente a decir que apoyarlas era un acto “intolerante, antidemocrático, totalitario y profascista”. ¿Cuál es su opinión?
–Todo conflicto social es complejo por definición. A mí me parece que la toma de las escuelas es un hecho auspicioso porque aparece en el espacio público un actor político, que son los jóvenes escolarizados, que no estaban presentes en el espacio político y por lo tanto es un principio de pluralización, de complejización, que es positivo en toda sociedad compleja y democrática. Y pone en discusión un tema que no se estaba discutiendo en el espacio público, o que se estaba discutiendo a través del discurso oficial, dominante, que era el discurso de la educación como inversión tecnológica. Y acá lo que ponen los estudiantes en cuestión es el otro lado, el lado oscuro, lo que no se ve de la infraestructura escolar: la falta de planificación a largo plazo, la discusión de la ley, que había sido mal discutida. En Córdoba y en el país la educación media está en crisis. Y por lo tanto me parece que este conflicto, con la virulencia y el exceso en las formas, es necesario para romper esa cristalización de la discusión sobre la educación pública, que estaba absolutamente dominada por el discurso oficial, es muy positivo que haya sucedido. Sí creo que es para pensar un poco el hecho de que en el reclamo había una especie de estructura subyacente que lo presentaba como un conflicto particular, un reclamo estrictamente hecho por estudiantes. Creo que los estudiantes pecaron de eso. Rechazaban a los medios, a los partidos políticos, a la Iglesia, y ese rechazo me parece que era ir cortando las posibles equivalencias que le hubieran dado al conflicto un potencial importante.
–Por estos días parece haber un intento de politización en distintos sectores de la sociedad: se habla más de política, se toma partido, se discute, hay cierta tensión.
–Sí, ese es el fenómeno positivo que trae consigo la famosa crispación, la demonizada crispación. A mí me parece positivo que haya crispación. No que haya sólo crispación, pero es positivo que haya tipos que ven sus intereses problematizados, y que ven su identidad bloqueada, porque eso precisamente obliga a la reconstitución de la identidad. Por ejemplo ahora vemos mucho que en una charla de café está la división K o anti K. Una gran generalidad discursiva se instancia a nivel específico y va comiendo y se va reproduciendo en distintos niveles sociales. Y esto es de algún modo una de las formas de entender el populismo. El populismo es un modo de construir identidad que politiza las esferas más micro de la sociedad y que de alguna manera va produciendo esas divisiones, que no son malas. Cuando hablamos de divisiones no nos referimos a dos ejércitos enfrentados sino a la posibilidad de producir un distingo.
–Ernesto Laclau ha sugerido hace poco aquí en la Argentina que el populismo es de alguna manera necesario. Sin embargo, las teorías dominantes lo definen como un fenómeno perjudicial para la democracia. ¿Cuál es su opinión?
–No me animaría a decir lo de necesario. El populismo es un concepto negro de las ciencias políticas y de la sociología, y de las ciencias sociales en general, un concepto demonizado. Ahora bien, lo que ha hecho la teoría de Laclau es restaurar y darle una entidad al populismo. Yo no diría que es necesario en todo tiempo y en todo lugar, pero digo que por ejemplo en contextos de exclusión estructural, marginalidad estructural, en sociedades arrasadas por la injusticia histórica y perenne, junto con el clientelismo, son mecanismos de incorporación de sectores que de otra manera no serían incorporados. El populismo es una forma en la cual las sociedades encuentran mecanismos de integración o de inclusión social en contextos donde las instituciones normales de la democracia liberal no los pueden incluir. En ese sentido es que se debe entender la palabra “necesario”. Los críticos del populismo deberían ver, antes de demonizar, que en realidad el populismo completa la promesa de inclusión universal que está implícita en la democracia, y no por ello es antidemocrático sino que podríamos decir que tiene relaciones de vecindad con la democracia.
–Desde diferentes sectores de Europa, EE.UU. y de América latina misma, se cuestiona, se desacredita, se ataca permanentemente a algunos gobiernos latinoamericanos acusándolos de populistas, y acto seguido se sospecha del carácter democrático de estos gobiernos. ¿Por qué?
–Sí, efectivamente es así. Cuando critican la falta de democracia, lo primero que hay que preguntar es qué entienden estas posiciones políticas por democracia. Seguramente tienen una visión formal de la democracia, institucionalista, y por supuesto que el populismo conflictúa, pero no solamente con la democracia formal, conflictúa con una tradición de la democracia, esta vertiente popular de la democracia que conflictúa con la democracia liberal individualista. Por lo tanto, en realidad esa tensión no debe ser resuelta. Quienes la quieren resolver son los demócratas liberales que quieren eliminar el populismo como una forma negativa de la política para imponer una especie de universalización fantasmática de los principios de la democracia liberal.
–¿No existen además atrás de esta situación componentes racistas y hasta colonialistas?
–Sí, yo diría incluso que el debate entre Europa y América latina es entre los populismos de derecha y los de izquierda, más que un debate entre la democracia liberal formal y esta forma híbrida de sistema político que ellos ven en el populismo latinoamericano. Y claramente hay presupuestos eurocéntricos en esta crítica europea que esconde los populismos de derecha que tiene en su territorio para demonizar los populismos supuestamente de izquierda que hay en América latina. Hay ahí un elemento de eurocentrismo muy claro y por supuesto de racismo político muy claro, estoy absolutamente de acuerdo en eso. Critican formas políticas de América latina por el solo hecho de ser de América latina, y en ese sentido hay un intento de restauración de una especie de colonialismo teórico e intelectual que, gracias a Dios, América latina ya tiene las reservas para inocularse.
–En estos últimos tiempos, cada vez parece quedar más claro el papel preponderante que tienen los medios de comunicación más influyentes, el nivel de injerencia, el nivel de concentración que existe. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?
–Acá hay dos temas. Uno es el poder que tienen los medios, y el otro de qué manera el poder de los medios es construido como una estrategia de articulación política. Y yo creo que hay de las dos cosas: hay un poder de ciertos medios que tiene que ver con la estructura de la propiedad de ellos. Una de las características fundamentales de una democracia, de una sociedad plural, es que haya una pluralidad de fuentes de la enunciación de la información pública. Y creo que las condiciones materiales de enunciación de los discursos en la Argentina ofrecen hoy una deficiencia en esa pluralidad, y la Ley de Medios viene a incorporar mayores condiciones materiales para la enunciación plural. Sobre la injerencia, creo que sí, que hay ciertos medios que generan la agenda. Yo no lo sobredimensionaría tanto pero sí que hay un poder muy claro de generación de la agenda y en general los gobiernos de Latinoamérica y del mundo están viendo que los medios son una competencia de la política. Tienen un gran poder simbólico global, y generan lazos de identificación y representación, y generan discurso de la misma manera que lo hacen los gobiernos establecidos democráticamente, y en ese sentido son una competencia, y me parece bien que la política compita con ellos. Siempre la regla debe ser la pluralización y no el cercenamiento.
–¿Podría decirse que son directamente actores políticos y que como tales hacen política?
–Por supuesto, los medios compiten con la política y los periodistas son actores políticos. Porque enuncian un discurso que es tomado con criterios de veracidad por el solo hecho de ser enunciados por los medios y por lo tanto hay lo que podría llamarse una atribución de legitimidad del locutor. Ya de entrada, para el receptor ese discurso es objetivo, científico, veraz, puro. En cambio el político tiene ya de entrada un defecto de legitimidad de la locución. Y me parece sano que en una sociedad plural los gobiernos discutan con los medios, visibilicen esa primacía de legitimidad del locutor, la discutan, muestren que en general lo que dicen los medios puede ser subjetivo, no ser tan transparente y puede responder a intereses corporativos, sectoriales y demás, como es la propia palabra política. Tiene que existir un reconocimiento de que todos hablan desde un lugar particular, que pongamos nuestros propios fundamentos y que nos hagamos responsables por ello, eso es la democracia. Creo que lo mejor que le puede pasar a la Argentina es que haya una discusión tremenda entre medios, gobierno, política, corporaciones. Lo mejor que puede ocurrir es que se discuta crispadamente y mucho. Porque así el ciudadano hace su propio equilibrio, sus propias articulaciones. No hay que subestimar la capacidad de aprendizaje social y simbólico que tiene el ciudadano espectador. La capacidad de posicionarse, de hacerse responsable. Pero los medios en general propalan un discurso que dice que el ciudadano está asustado, y el ciudadano acaba asustándose. Yo creo que en cambio debería estar profundamente feliz de que hoy haya un alto nivel de conflictividad pública.
–Una de las grandes cuentas pendientes del gobierno nacional es la falta de políticas de Estado para afrontar las graves problemáticas socioambientales que estamos viviendo. ¿A qué lo atribuye?
–Sí, en el medio ambiente tenemos un defecto muy claro de regulación. Hay una cierta invisibilidad del Estado en lo que yo llamaría la protección de la vida. Me parece que el Estado contemporáneo se ha visto rebasado por fuerzas biopolíticas, que yo diría que son tres: la producción de alimentos, la violencia, la seguridad cívica, y los asuntos medioambientales. Esos son los tres grandes focos de conflicto estratégico: la producción de alimentos y su regulación, que sirven para la reproducción de la vida física; la apropiación de los recursos naturales, que sirven para la reproducción de la vida física; y la seguridad, en donde está en juego la continuidad de la vida física. No es en vano, y nosotros tenemos que pensar por qué los tres grandes conflictos casi insolubles que tiene hoy el Gobierno, tienen que ver con un triángulo conflictivo en el cual está en juego la reproducción de la vida física. Y esto yo creo que tiene que ver con que el Estado ha desconocido el componente biopolítico que reside en el sistema político.
–¿Qué lectura hace del panorama político que ve hoy en Córdoba?
–Córdoba es una provincia muy particular. Ha sido y creo que va a seguir siendo muy refractaria al proyecto del gobierno nacional. En las elecciones del 2009, por ejemplo, se dio la particularidad de que los tres partidos, que son tres partidos distintos, absolutamente opuestos entre sí, todos decían lo mismo. Y todos sacaron el 30 por ciento porque todos decían lo mismo. Por eso yo creo que va a ganar el que haga la diferencia. En general la política de Córdoba está cruzada por elementos coyunturales y estructurales. A nivel de la coyuntura, el peronismo tiene altas perspectivas, y va a hacer lo que hizo hasta ahora porque le ha dado excelentes resultados.
–¿Cree que De la Sota se va mostrar cerca o lejos de Kirchner?
–Acá vamos a creer que De la Sota es anti K, y el Gobierno va a creer que es uno de ellos. De la Sota va a seguir como candidato la misma línea de lo que hizo Schiaretti como gobernador. Schiaretti trata de mostrar cierta autonomía del kirchnerismo, de tal manera de no perder los votos antikirchneristas y disputar el amplio mercado anti K de Córdoba. Pero tampoco va a exagerar su antikirchnerismo al punto de no poder garantizar el año que viene viabilidad fiscal, financiera y de gobernabilidad en la provincia. Por lo tanto, un equilibrista perfecto, y lo mismo va a hacer De la Sota como candidato. Los otros dos candidatos, en cambio, no ganan nada con hacer equilibrio, por lo que la lógica indica que van a ir por el desequilibrio. El punto es cuál de los dos va a poder mostrarle a la sociedad que el desequilibrio que ellos proponen es lo que la provincia necesita.
–Sostiene que los baronazgos del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense, ¿por qué?
–Hay un imaginario social dominante que demoniza a los “barones del conurbano bonaerense” como si acá en el resto del interior del país viviéramos en Noruega. Durante el conflicto del año 2008 escuché decir a un intendente del sudeste de la provincia que habría que eliminar la coparticipación y que su municipio recibiera los 300 millones de pesos que era lo que la Nación “se llevaba” de su región por retenciones a la soja. Una locura. Es como volver a una especie de economía consuntiva donde cada uno vive con lo suyo. Es socialmente regresivo, económicamente inviable y políticamente feudal e irresponsable ya que condena a millones de argentinos de otras regiones a vivir sin esperanza. El conurbano bonaerense produce –hay industrias allí, por si no lo saben– el 50 por ciento del PBI. Por lo tanto, construir una nación es aceptar los juegos de coordinación y de interdependencia que supone vivir en un país republicano y federal como el nuestro. Los baronazgos del interior tienen responsabilidad electoral solamente, pero no control horizontal. Controlan la Justicia, la policía, el acceso a los cargos, el sistema de influencias y las redes del poder así como las estructuras burocráticas de los municipios y departamentos. Son la continuidad de la vieja figura constitucional de los “jefes políticos” que existió en Córdoba únicamente. Después de cada elección, que en general las ganan porque poseen recursos de todo tipo, la política se torna tierra de nadie. Son pequeños señores feudales implantados en la pampa gringa en medio de sociedades desmovilizadas que gozan con este modo de ejercicio del poder centralizado y sin control. Esto corta transversalmente a los partidos políticos tradicionales en Córdoba. No es un problema de un solo partido sino, al menos, de dos.
Cristian Maldonado