En la Casa Rosada usaba la mesa larga de reuniones, no el escritorio de la punta. Entonces extendía la mano derecha y la ponía perpendicular a la superficie, como si terminara de cortar algo, y bien cerquita del borde. “¿Ves?”, decía, y movía la mano para adelante y para atrás. “A la Argentina se la puede gobernar si uno se pone acá.” Y “acá” era, justamente, al filo.

–Pero en el borde, ¿eh? Si te pasás y te caés del borde, eso no es democracia. O te caíste solo y te quedaste sin la gente. Ahora, si no trabajás en el borde no hacés nada. En este país para que las cosas mejoren un poquito más, y para que vayan mejorando siempre, hay que aplicar la misma energía que poníamos cuando pensábamos que íbamos a hacer la revolución. Y después darle fuerte todos los días.

Néstor Kirchner, que murió ayer a los 60, le dio fuerte todos los días. Le gustaban las cosas concretas. Se ponía orgulloso cuando contaba que había sido intendente. Es verdad que cuando era Presidente andaba con un cuaderno. Un cuaderno piojoso lleno de números y siempre actualizado. Anotaba el índice de reservas o el crecimiento por sectores. Lo completaba con gráficos que leía y hacía leer a los demás. Cuando se le metía un tema en la cabeza lo machacaba ante cualquiera que entrase en ese despacho. Quizás fuera un ejercicio, porque después lo repetía y lo repetía en cuanto acto tuviera a mano. Una máquina de convencer.

No le gustaban las vacaciones ni el tiempo libre. Siempre prefería la política a cualquier otra cosa. Sus amigos más viejos cuentan que un día, cuando era gobernador, hasta le alquilaron una quinta para que descansara. El primer día apareció con unas ojotas impresentables y una malla vieja. El segundo día ya se había aburrido de descansar y estaba entregado a sus hábitos de siempre: el análisis de la relación de fuerzas, la hipótesis sobre cómo reaccionarían los demás ante una jugada, los escenarios del futuro.

–Acá lo que hay que tener es rumbo –decía–. De ahí no te movés. Y el resto lo vas viendo todos los días. Lo corregís.

Para imaginar a Kirchner diciendo estas frases se le puede agregar un “¿eh?” al final. A veces un poco de “che”.

Mientras fue Presidente su costumbre era resolver temas sin dilatarlos. Daba órdenes por teléfono y las terminaba igual: “¿Listo?”. Se reunía con todo el mundo y ese mundo se cruzaba en la sala grande del primer piso que está antes del despacho presidencial. Dirigentes políticos, legisladores, funcionarios, líderes sindicales, intendentes y pingüinos de vieja data se mezclaban en las esperas, a veces durante horas. De paso construían nuevas relaciones personas diversas que hasta ese momento de la vida no se habían imaginado juntas.

A todos les dijo, en algún instante, que no iba a ser candidato en el 2007. Nadie le creyó. Mal hecho: un costado sorprendente de Kirchner es que no mentía. Obviamente no contaba cada idea que le pasara por la cabeza ni secretos. En esos casos callaba. Pero nunca la vendía cambiada.

Cuando Cristina asumió la presidencia y después del paso fugaz por unas oficinas de Puerto Madero, Kirchner se recluyó en Olivos a trabajar en la articulación política. Era un negociador permanente que combinaba conflicto con acuerdo –a veces a tiempo, a veces no, como suele pasar en la vida– y no soportaba perder una cosa: el humor. Un atorrante cálido que siempre quería quedarse con la última palabra en el retruque y la gastada.

Néstor Kirchner


Extracto de una nota de Martin Granovsky

En la Casa Rosada usaba la mesa larga de reuniones, no el escritorio de la punta. Entonces extendía la mano derecha y la ponía perpendicular a la superficie, como si terminara de cortar algo, y bien cerquita del borde. “¿Ves?”, decía, y movía la mano para adelante y para atrás. “A la Argentina se la puede gobernar si uno se pone acá.” Y “acá” era, justamente, al filo.

–Pero en el borde, ¿eh? Si te pasás y te caés del borde, eso no es democracia. O te caíste solo y te quedaste sin la gente. Ahora, si no trabajás en el borde no hacés nada. En este país para que las cosas mejoren un poquito más, y para que vayan mejorando siempre, hay que aplicar la misma energía que poníamos cuando pensábamos que íbamos a hacer la revolución. Y después darle fuerte todos los días.

Néstor Kirchner, que murió ayer a los 60, le dio fuerte todos los días. Le gustaban las cosas concretas. Se ponía orgulloso cuando contaba que había sido intendente. Es verdad que cuando era Presidente andaba con un cuaderno. Un cuaderno piojoso lleno de números y siempre actualizado. Anotaba el índice de reservas o el crecimiento por sectores. Lo completaba con gráficos que leía y hacía leer a los demás. Cuando se le metía un tema en la cabeza lo machacaba ante cualquiera que entrase en ese despacho. Quizás fuera un ejercicio, porque después lo repetía y lo repetía en cuanto acto tuviera a mano. Una máquina de convencer.

No le gustaban las vacaciones ni el tiempo libre. Siempre prefería la política a cualquier otra cosa. Sus amigos más viejos cuentan que un día, cuando era gobernador, hasta le alquilaron una quinta para que descansara. El primer día apareció con unas ojotas impresentables y una malla vieja. El segundo día ya se había aburrido de descansar y estaba entregado a sus hábitos de siempre: el análisis de la relación de fuerzas, la hipótesis sobre cómo reaccionarían los demás ante una jugada, los escenarios del futuro.

–Acá lo que hay que tener es rumbo –decía–. De ahí no te movés. Y el resto lo vas viendo todos los días. Lo corregís.

Para imaginar a Kirchner diciendo estas frases se le puede agregar un “¿eh?” al final. A veces un poco de “che”.

Mientras fue Presidente su costumbre era resolver temas sin dilatarlos. Daba órdenes por teléfono y las terminaba igual: “¿Listo?”. Se reunía con todo el mundo y ese mundo se cruzaba en la sala grande del primer piso que está antes del despacho presidencial. Dirigentes políticos, legisladores, funcionarios, líderes sindicales, intendentes y pingüinos de vieja data se mezclaban en las esperas, a veces durante horas. De paso construían nuevas relaciones personas diversas que hasta ese momento de la vida no se habían imaginado juntas.

A todos les dijo, en algún instante, que no iba a ser candidato en el 2007. Nadie le creyó. Mal hecho: un costado sorprendente de Kirchner es que no mentía. Obviamente no contaba cada idea que le pasara por la cabeza ni secretos. En esos casos callaba. Pero nunca la vendía cambiada.

Cuando Cristina asumió la presidencia y después del paso fugaz por unas oficinas de Puerto Madero, Kirchner se recluyó en Olivos a trabajar en la articulación política. Era un negociador permanente que combinaba conflicto con acuerdo –a veces a tiempo, a veces no, como suele pasar en la vida– y no soportaba perder una cosa: el humor. Un atorrante cálido que siempre quería quedarse con la última palabra en el retruque y la gastada.

En China se enteró de que habían asesinado al Oso Cisneros, un dirigente social de La Boca al que habían amenazado unos narcos asociados con la policía. En una parada en la base de Guam, de donde salieron los aviones que tiraron la bomba atómica de Hiroshima, caminaba casi en soledad por el aeropuerto.

–No me lo puedo perdonar –decía en voz baja–. Porque nos avisaron. Y no llegamos a cuidarlo.Unos días después terminó de desmalezar en la Policía Federal lo que quedaba del comisario Jorge Palacios. Y cuando un jefe consideró humillante controlar una manifestación sin armas lo relevó e implantó para siempre una doctrina: el Estado debe contener la protesta social sin represión y, sobre todo, sin matar.

–A pesar de lo que dicen, no quiero un país en estado de locura –repetía en ese viaje de buenos oficios entre Colombia y Venezuela–. La gente tiene que tener un trabajo, un buen trabajo, y el fin de semana tiene que poder hacer su asadito y mirar el fútbol con tranquilidad, sin angustias y sin pensar en nosotros todo el tiempo.

Preguntaba datos de cada país, mezclaba justicia social con neodesarrollismo, se interesaba por los procesos políticos, era un peronista sin excesos en el ritual, estudiaba algunos temas obsesivamente como había hecho cuando negoció la quita de la deuda,

En las sobremesas convivían el Kirchner que ya empezaba a familiarizarse con un tablero mayor –el multilateralismo, las relaciones de Sudamérica con Asia– y el Kirchner ocupado en el 2011 y en formar cuadros y candidatos más jóvenes. “Que se larguen”, decía. Después agitaba las dos manos hacia delante como cuando uno empuja y completaba: “Que caminen, ¿cuánto van a esperar?”. En política no era un angelito y se sonreía como un chico con la astucia propia y con la astucia ajena. Peleaba cada centímetro y olfateaba por dónde pasaba el poder, en una intendencia de Jujuy o en las Naciones Unidas.



Liderazgos

Aldo Ferrer

Los liderazgos de un país constituyen uno de los componentes de su densidad nacional. Incluyen las dirigencias empresarias, políticas, sociales y culturales. De su comportamiento depende que una sociedad tenga, o no, capacidad de gestionar el progreso técnico como factor fundamental del desarrollo. Vale decir, de poner en marcha procesos amplios de acumulación de capital, tecnología, capacidades de administrar recursos y de sinergias entre las esferas pública y privada, reteniendo la dirección del proceso en manos propias, dentro del espacio nacional.

La fortaleza de la cohesión social es un factor determinante de la calidad de los liderazgos. Sociedades en las que prevalecen la concentración del ingreso y la propiedad y la exclusión de las mayorías generan dirigentes que tienden a reproducir las estructuras del atraso, que son, precisamente, el sustento de los privilegios de las minorías. Celso Furtado fue uno de los mayores estudiosos de este proceso de reproducción del subdesarrollo. En tales condiciones, los liderazgos tienden a asociarse a los intereses transnacionales que prevalecen en las economías subdesarrolladas y el Estado no introduce incentivos para actividades distintas de las tradicionales. De este modo, el crecimiento se reduce a la estructura prevaleciente.

Éstas fueron las condiciones predominantes en la Argentina, bajo el modelo primario exportador, desde mediados del siglo XIX hasta el derrumbe del orden mundial en 1930. Dado el dinamismo que adquirieron la producción y exportaciones pecuarias originarias de la región pampeana, particularmente en la provincia de Buenos Aires y su puerto, surgieron liderazgos pujantes, pero acotados dentro de un régimen de propiedad de la tierra y del ingreso rural, fuertemente concentrado y de asociación privilegiada con la potencia hegemónica de la época, Gran Bretaña.

De este modo, el cambio y la acumulación quedaron limitados a la actividad rural y a un “derrame”, en otras actividades, que no alcanzó a crear focos alternativos de expansión del mercado interno ni exportaciones distintas a las primarias. Experiencia muy distinta a la registrada, hacia la misma época, en los otros “espacios abiertos”, Estados Unidos, Canadá y Australia. A su vez, en la cadena de valor agropecuaria comprendida entre la producción y su colocación en los mercados finales de destino, la actividad estaba dominada por los capitales extranjeros. Así ocurría en los transportes, los frigoríficos, la comercialización y las finanzas. Experiencia radicalmente distinta también a la de los países mencionados.

El último intento de algunos grupos dirigentes de tomar un rumbo distinto, industrializando la producción primaria, fue liderado por Vicente Fidel López. Pero la propuesta fue descartada bajo las oportunidades abiertas, para la “oligarquía” terrateniente, por la expansión del mercado mundial y la entrada de capitales extranjeros. En las economías regionales del interior no pampeano, la precariedad tecnológica de la agricultura y las actividades artesanales y la estrechez de los mercados impidieron la formación de liderazgos empresarios y políticos capaces de emprender un proceso profundo de transformación.

Los liderazgos privados quedaron así asociados al modelo primario exportador. A su vez, las dirigencias políticas, aun después del triunfo de radicalismo y del ascenso de Yrigoyen al poder, se limitaron a promover la legitimidad del sistema político y a introducir mejoras en la legislación social. Ninguna de las fuerzas políticas mayoritarias, es decir, conservadores, radicales y socialistas, tuvo como objetivo la transformación de la estructura productiva que sustentaba la economía primaria exportadora. Es decir, la expansión del mercado interno y la agregación de valor y diversificación de las exportaciones. La política comercial mantuvo así su sesgo librecambista; la fiscal, su objetivo fiscalista, y la cambiaria y monetaria acompañó el comportamiento del mercado.

A partir de la crisis de los años ’30, la industrialización sustitutiva de importaciones promovió la aparición de nuevos emprendedores, trabajadores y cuadros técnicos, asociados a las nuevas actividades. Fundamentalmente, bajo el primer peronismo, surgieron liderazgos políticos, militares, empresarios y sindicales, comprometidos con la industrialización y el cambio de las relaciones con el mercado mundial y los intereses transnacionales. La progresiva transformación de la estructura productiva fue acompañada por un cambio en el comportamiento de los liderazgos y la orientación de las políticas públicas. Sin embargo, la transformación no llegó a constituir un nuevo bloque hegemónico distinto del asociado a la vieja estructura y, por lo tanto, capaz de imprimir un rumbo distinto y definitivo a la economía argentina.

Varios factores conspiraron en tal sentido. Por un lado, la inestabilidad política y la consecuente incapacidad de resolver los conflictos, derivados de la transformación, en el marco de reglas aceptadas dentro de la Constitución. Por el otro, la volatilidad y vulnerabilidad macroeconómica del sistema, que planteó un escenario permanente de disputa distributiva, inestabilidad e incertidumbre. Al mismo tiempo, el sector privado no contó con señales claras, orientadoras del rumbo a seguir, por la ausencia de una estrategia de desarrollo de lago plazo, liderada desde el poder político. Estos factores contribuyen a explicar por qué nunca se logró formar un bloque dominante de intereses privados asociados al pleno desarrollo de la economía argentina.

Vale decir, una “burguesía nacional” protagonista de la transformación, reteniendo el control nacional de la acumulación de capital y el cambio técnico. No existe “burguesía nacional” donde no existe un Estado desarrollista. Los ejemplos más notorios y recientes en estas materias se encuentran en los países emergentes de Asia, en los cuales los liderazgos públicos y privados son las dos caras de la misma moneda.

La incertidumbre frente a la inestabilidad político económica y el conflicto distributivo promovió estrategias defensivas en buena parte del empresariado. Esto se reflejó en la fuga de capitales y, sobre todo, en la renuncia a asumir protagonismo en el desarrollo de las industrias dinámicas, rol que, consecuentemente, fue asumido por las filiales de corporaciones transnacionales. En sus expresiones más retrógradas, las dirigencias privadas buscaron, en la subordinación a los criterios de los mercados internacionales y el FMI, la garantía de la impotencia de las políticas públicas y de cualquier amenaza de transformación. Es decir, una postura lisa y llanamente antinacional.

Este comportamiento de influyentes liderazgos privados tuvo su contraparte en las dirigencias políticas. No se logró instalar, sobre bases sólidas y permanentes, un Estado desarrollista. En varios períodos, dirigencias políticas asumieron posturas claramente opuestas al desarrollo nacional, como sucedió, por ejemplo, bajo el peronismo menemista en la década de 1990. A su vez, durante la dictadura instalada en 1976, los líderes de las fuerzas armadas renunciaron a la tradición desarrollista inspirada en los generales Savio y Mosconi y respaldaron la destrucción de la industria, que es el principal sustento económico de la defensa nacional. En otras instancias, líderes sindicales apoyaron el desguace del sector público y la extranjerización de sectores claves de la economía argentina, como sucedió en la década de 1990. La falencia dirigencial abarcó así, en varios períodos, la totalidad del espectro social del país.

En el transcurso de la década de 1970 se agravó la crisis política y económica. Hacia la misma época, la globalización del orden mundial y la especulación financiera multiplicaron los desafíos que enfrentaban los países en desarrollo. Cuando más falta hacía fortalecer la capacidad de respuesta para defender los intereses nacionales, el país se debatía en sus propios conflictos y sus dirigentes lo embarcaron en la subordinación incondicional a las fuerzas transnacionales. El gobierno de Alfonsín no logró revertir el descalabro provocado por la dictadura y, en consecuencia, tras las políticas neoliberales de la década de 1990, culminó el peor cuarto de siglo (1975-2001/02) de la historia económica y social del país. Y, por lo tanto, el de mayor fracaso de sus grupos dirigentes.

A la salida de la crisis de principios de la primera década del siglo XXI, el país tomó otro rumbo. Las políticas públicas contribuyeron a rescatar la gobernabilidad de la economía y a poner al país de pie sobre sus propios recursos. La recuperación de la soberanía en la conducción de la política económica refleja la emergencia de nuevas dirigencias políticas con una visión del país afianzada en la confianza del potencial argentino y más cercana a la concepción del desarrollo como un proceso de construcción nacional, dentro de un orden mundial globalizado. Los resultados se reflejan en el repunte de la producción y el empleo, la fortaleza de las finanzas públicas y los pagos internacionales, el encuadre de la deuda externa en límites manejables con recursos propios y, por lo tanto, en la reaparición del Estado y las políticas públicas, como protagonistas esenciales del desarrollo del país.

Está por verse, todavía, si los nuevos liderazgos en la política, la actividad privada y la cultura, que son protagonistas de los cambios en curso, lograrán conformar una coalición de voluntades e intereses, vinculados con el desarrollo nacional, capaz de sustentar un proceso de transformación y acumulación de largo plazo. O si, como sucedió en otras etapas del pasado, volverán a predominar las divisiones en las mayorías del país y en sus dirigencias, que permitan, nuevamente, el surgimiento de liderazgos incapaces de impulsar el desarrollo nacional.

La ruptura de este proceso pendular de estrategias y dirigencias, probablemente sólo puede resolverse desde la esfera pública y la política. Es decir, a través de un Estado desarrollista, transparente y democrático, capaz de encauzar los comportamientos e iniciativas privadas y el apoyo popular, en un sendero de desarrollo con equidad de la economía argentina.

“Los periodistas son actores políticos”


Sostiene que la sociedad debería estar “profundamente feliz” de que hoy exista un alto nivel de conflictividad pública porque entiende que lo mejor que puede estar ocurriendo es que se discuta “crispadamente y mucho”. Además, no duda en asegurar que los medios compiten con la política, describe como un hecho auspicioso la toma de las escuelas, advierte que el gobierno ha sido rebasado por el conflicto biopolítico y hace saber que los “baronazgos” del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense. Alejandro Groppo, cuyo libro Los dos príncipes –prologado por Ernesto Laclau– fue presentado días atrás en la Feria del Libro de Frankfurt, es doctor en Ideología y Análisis del Discurso por la Universidad de Essex, del Reino Unido; investigador del Conicet; docente de la Universidad Nacional de Villa María, de la Católica de Córdoba, y del Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados (UNC).

–El conflicto que generó la toma de escuelas adquirió una dimensión quizás inesperada, incluso el gobernador salió públicamente a decir que apoyarlas era un acto “intolerante, antidemocrático, totalitario y profascista”. ¿Cuál es su opinión?

–Todo conflicto social es complejo por definición. A mí me parece que la toma de las escuelas es un hecho auspicioso porque aparece en el espacio público un actor político, que son los jóvenes escolarizados, que no estaban presentes en el espacio político y por lo tanto es un principio de pluralización, de complejización, que es positivo en toda sociedad compleja y democrática. Y pone en discusión un tema que no se estaba discutiendo en el espacio público, o que se estaba discutiendo a través del discurso oficial, dominante, que era el discurso de la educación como inversión tecnológica. Y acá lo que ponen los estudiantes en cuestión es el otro lado, el lado oscuro, lo que no se ve de la infraestructura escolar: la falta de planificación a largo plazo, la discusión de la ley, que había sido mal discutida. En Córdoba y en el país la educación media está en crisis. Y por lo tanto me parece que este conflicto, con la virulencia y el exceso en las formas, es necesario para romper esa cristalización de la discusión sobre la educación pública, que estaba absolutamente dominada por el discurso oficial, es muy positivo que haya sucedido. Sí creo que es para pensar un poco el hecho de que en el reclamo había una especie de estructura subyacente que lo presentaba como un conflicto particular, un reclamo estrictamente hecho por estudiantes. Creo que los estudiantes pecaron de eso. Rechazaban a los medios, a los partidos políticos, a la Iglesia, y ese rechazo me parece que era ir cortando las posibles equivalencias que le hubieran dado al conflicto un potencial importante.

–Por estos días parece haber un intento de politización en distintos sectores de la sociedad: se habla más de política, se toma partido, se discute, hay cierta tensión.

–Sí, ese es el fenómeno positivo que trae consigo la famosa crispación, la demonizada crispación. A mí me parece positivo que haya crispación. No que haya sólo crispación, pero es positivo que haya tipos que ven sus intereses problematizados, y que ven su identidad bloqueada, porque eso precisamente obliga a la reconstitución de la identidad. Por ejemplo ahora vemos mucho que en una charla de café está la división K o anti K. Una gran generalidad discursiva se instancia a nivel específico y va comiendo y se va reproduciendo en distintos niveles sociales. Y esto es de algún modo una de las formas de entender el populismo. El populismo es un modo de construir identidad que politiza las esferas más micro de la sociedad y que de alguna manera va produciendo esas divisiones, que no son malas. Cuando hablamos de divisiones no nos referimos a dos ejércitos enfrentados sino a la posibilidad de producir un distingo.

–Ernesto Laclau ha sugerido hace poco aquí en la Argentina que el populismo es de alguna manera necesario. Sin embargo, las teorías dominantes lo definen como un fenómeno perjudicial para la democracia. ¿Cuál es su opinión?

–No me animaría a decir lo de necesario. El populismo es un concepto negro de las ciencias políticas y de la sociología, y de las ciencias sociales en general, un concepto demonizado. Ahora bien, lo que ha hecho la teoría de Laclau es restaurar y darle una entidad al populismo. Yo no diría que es necesario en todo tiempo y en todo lugar, pero digo que por ejemplo en contextos de exclusión estructural, marginalidad estructural, en sociedades arrasadas por la injusticia histórica y perenne, junto con el clientelismo, son mecanismos de incorporación de sectores que de otra manera no serían incorporados. El populismo es una forma en la cual las sociedades encuentran mecanismos de integración o de inclusión social en contextos donde las instituciones normales de la democracia liberal no los pueden incluir. En ese sentido es que se debe entender la palabra “necesario”. Los críticos del populismo deberían ver, antes de demonizar, que en realidad el populismo completa la promesa de inclusión universal que está implícita en la democracia, y no por ello es antidemocrático sino que podríamos decir que tiene relaciones de vecindad con la democracia.

–Desde diferentes sectores de Europa, EE.UU. y de América latina misma, se cuestiona, se desacredita, se ataca permanentemente a algunos gobiernos latinoamericanos acusándolos de populistas, y acto seguido se sospecha del carácter democrático de estos gobiernos. ¿Por qué?

–Sí, efectivamente es así. Cuando critican la falta de democracia, lo primero que hay que preguntar es qué entienden estas posiciones políticas por democracia. Seguramente tienen una visión formal de la democracia, institucionalista, y por supuesto que el populismo conflictúa, pero no solamente con la democracia formal, conflictúa con una tradición de la democracia, esta vertiente popular de la democracia que conflictúa con la democracia liberal individualista. Por lo tanto, en realidad esa tensión no debe ser resuelta. Quienes la quieren resolver son los demócratas liberales que quieren eliminar el populismo como una forma negativa de la política para imponer una especie de universalización fantasmática de los principios de la democracia liberal.

–¿No existen además atrás de esta situación componentes racistas y hasta colonialistas?

–Sí, yo diría incluso que el debate entre Europa y América latina es entre los populismos de derecha y los de izquierda, más que un debate entre la democracia liberal formal y esta forma híbrida de sistema político que ellos ven en el populismo latinoamericano. Y claramente hay presupuestos eurocéntricos en esta crítica europea que esconde los populismos de derecha que tiene en su territorio para demonizar los populismos supuestamente de izquierda que hay en América latina. Hay ahí un elemento de eurocentrismo muy claro y por supuesto de racismo político muy claro, estoy absolutamente de acuerdo en eso. Critican formas políticas de América latina por el solo hecho de ser de América latina, y en ese sentido hay un intento de restauración de una especie de colonialismo teórico e intelectual que, gracias a Dios, América latina ya tiene las reservas para inocularse.

–En estos últimos tiempos, cada vez parece quedar más claro el papel preponderante que tienen los medios de comunicación más influyentes, el nivel de injerencia, el nivel de concentración que existe. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?

–Acá hay dos temas. Uno es el poder que tienen los medios, y el otro de qué manera el poder de los medios es construido como una estrategia de articulación política. Y yo creo que hay de las dos cosas: hay un poder de ciertos medios que tiene que ver con la estructura de la propiedad de ellos. Una de las características fundamentales de una democracia, de una sociedad plural, es que haya una pluralidad de fuentes de la enunciación de la información pública. Y creo que las condiciones materiales de enunciación de los discursos en la Argentina ofrecen hoy una deficiencia en esa pluralidad, y la Ley de Medios viene a incorporar mayores condiciones materiales para la enunciación plural. Sobre la injerencia, creo que sí, que hay ciertos medios que generan la agenda. Yo no lo sobredimensionaría tanto pero sí que hay un poder muy claro de generación de la agenda y en general los gobiernos de Latinoamérica y del mundo están viendo que los medios son una competencia de la política. Tienen un gran poder simbólico global, y generan lazos de identificación y representación, y generan discurso de la misma manera que lo hacen los gobiernos establecidos democráticamente, y en ese sentido son una competencia, y me parece bien que la política compita con ellos. Siempre la regla debe ser la pluralización y no el cercenamiento.

–¿Podría decirse que son directamente actores políticos y que como tales hacen política?

–Por supuesto, los medios compiten con la política y los periodistas son actores políticos. Porque enuncian un discurso que es tomado con criterios de veracidad por el solo hecho de ser enunciados por los medios y por lo tanto hay lo que podría llamarse una atribución de legitimidad del locutor. Ya de entrada, para el receptor ese discurso es objetivo, científico, veraz, puro. En cambio el político tiene ya de entrada un defecto de legitimidad de la locución. Y me parece sano que en una sociedad plural los gobiernos discutan con los medios, visibilicen esa primacía de legitimidad del locutor, la discutan, muestren que en general lo que dicen los medios puede ser subjetivo, no ser tan transparente y puede responder a intereses corporativos, sectoriales y demás, como es la propia palabra política. Tiene que existir un reconocimiento de que todos hablan desde un lugar particular, que pongamos nuestros propios fundamentos y que nos hagamos responsables por ello, eso es la democracia. Creo que lo mejor que le puede pasar a la Argentina es que haya una discusión tremenda entre medios, gobierno, política, corporaciones. Lo mejor que puede ocurrir es que se discuta crispadamente y mucho. Porque así el ciudadano hace su propio equilibrio, sus propias articulaciones. No hay que subestimar la capacidad de aprendizaje social y simbólico que tiene el ciudadano espectador. La capacidad de posicionarse, de hacerse responsable. Pero los medios en general propalan un discurso que dice que el ciudadano está asustado, y el ciudadano acaba asustándose. Yo creo que en cambio debería estar profundamente feliz de que hoy haya un alto nivel de conflictividad pública.

–Una de las grandes cuentas pendientes del gobierno nacional es la falta de políticas de Estado para afrontar las graves problemáticas socioambientales que estamos viviendo. ¿A qué lo atribuye?

–Sí, en el medio ambiente tenemos un defecto muy claro de regulación. Hay una cierta invisibilidad del Estado en lo que yo llamaría la protección de la vida. Me parece que el Estado contemporáneo se ha visto rebasado por fuerzas biopolíticas, que yo diría que son tres: la producción de alimentos, la violencia, la seguridad cívica, y los asuntos medioambientales. Esos son los tres grandes focos de conflicto estratégico: la producción de alimentos y su regulación, que sirven para la reproducción de la vida física; la apropiación de los recursos naturales, que sirven para la reproducción de la vida física; y la seguridad, en donde está en juego la continuidad de la vida física. No es en vano, y nosotros tenemos que pensar por qué los tres grandes conflictos casi insolubles que tiene hoy el Gobierno, tienen que ver con un triángulo conflictivo en el cual está en juego la reproducción de la vida física. Y esto yo creo que tiene que ver con que el Estado ha desconocido el componente biopolítico que reside en el sistema político.

–¿Qué lectura hace del panorama político que ve hoy en Córdoba?

–Córdoba es una provincia muy particular. Ha sido y creo que va a seguir siendo muy refractaria al proyecto del gobierno nacional. En las elecciones del 2009, por ejemplo, se dio la particularidad de que los tres partidos, que son tres partidos distintos, absolutamente opuestos entre sí, todos decían lo mismo. Y todos sacaron el 30 por ciento porque todos decían lo mismo. Por eso yo creo que va a ganar el que haga la diferencia. En general la política de Córdoba está cruzada por elementos coyunturales y estructurales. A nivel de la coyuntura, el peronismo tiene altas perspectivas, y va a hacer lo que hizo hasta ahora porque le ha dado excelentes resultados.

–¿Cree que De la Sota se va mostrar cerca o lejos de Kirchner?

–Acá vamos a creer que De la Sota es anti K, y el Gobierno va a creer que es uno de ellos. De la Sota va a seguir como candidato la misma línea de lo que hizo Schiaretti como gobernador. Schiaretti trata de mostrar cierta autonomía del kirchnerismo, de tal manera de no perder los votos antikirchneristas y disputar el amplio mercado anti K de Córdoba. Pero tampoco va a exagerar su antikirchnerismo al punto de no poder garantizar el año que viene viabilidad fiscal, financiera y de gobernabilidad en la provincia. Por lo tanto, un equilibrista perfecto, y lo mismo va a hacer De la Sota como candidato. Los otros dos candidatos, en cambio, no ganan nada con hacer equilibrio, por lo que la lógica indica que van a ir por el desequilibrio. El punto es cuál de los dos va a poder mostrarle a la sociedad que el desequilibrio que ellos proponen es lo que la provincia necesita.

–Sostiene que los baronazgos del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense, ¿por qué?

–Hay un imaginario social dominante que demoniza a los “barones del conurbano bonaerense” como si acá en el resto del interior del país viviéramos en Noruega. Durante el conflicto del año 2008 escuché decir a un intendente del sudeste de la provincia que habría que eliminar la coparticipación y que su municipio recibiera los 300 millones de pesos que era lo que la Nación “se llevaba” de su región por retenciones a la soja. Una locura. Es como volver a una especie de economía consuntiva donde cada uno vive con lo suyo. Es socialmente regresivo, económicamente inviable y políticamente feudal e irresponsable ya que condena a millones de argentinos de otras regiones a vivir sin esperanza. El conurbano bonaerense produce –hay industrias allí, por si no lo saben– el 50 por ciento del PBI. Por lo tanto, construir una nación es aceptar los juegos de coordinación y de interdependencia que supone vivir en un país republicano y federal como el nuestro. Los baronazgos del interior tienen responsabilidad electoral solamente, pero no control horizontal. Controlan la Justicia, la policía, el acceso a los cargos, el sistema de influencias y las redes del poder así como las estructuras burocráticas de los municipios y departamentos. Son la continuidad de la vieja figura constitucional de los “jefes políticos” que existió en Córdoba únicamente. Después de cada elección, que en general las ganan porque poseen recursos de todo tipo, la política se torna tierra de nadie. Son pequeños señores feudales implantados en la pampa gringa en medio de sociedades desmovilizadas que gozan con este modo de ejercicio del poder centralizado y sin control. Esto corta transversalmente a los partidos políticos tradicionales en Córdoba. No es un problema de un solo partido sino, al menos, de dos.

Cristian Maldonado

“Los periodistas son actores políticos”

Sostiene que la sociedad debería estar “profundamente feliz” de que hoy exista un alto nivel de conflictividad pública porque entiende que lo mejor que puede estar ocurriendo es que se discuta “crispadamente y mucho”. Además, no duda en asegurar que los medios compiten con la política, describe como un hecho auspicioso la toma de las escuelas, advierte que el gobierno ha sido rebasado por el conflicto biopolítico y hace saber que los “baronazgos” del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense. Alejandro Groppo, cuyo libro Los dos príncipes –prologado por Ernesto Laclau– fue presentado días atrás en la Feria del Libro de Frankfurt, es doctor en Ideología y Análisis del Discurso por la Universidad de Essex, del Reino Unido; investigador del Conicet; docente de la Universidad Nacional de Villa María, de la Católica de Córdoba, y del Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados (UNC).

–El conflicto que generó la toma de escuelas adquirió una dimensión quizás inesperada, incluso el gobernador salió públicamente a decir que apoyarlas era un acto “intolerante, antidemocrático, totalitario y profascista”. ¿Cuál es su opinión?

–Todo conflicto social es complejo por definición. A mí me parece que la toma de las escuelas es un hecho auspicioso porque aparece en el espacio público un actor político, que son los jóvenes escolarizados, que no estaban presentes en el espacio político y por lo tanto es un principio de pluralización, de complejización, que es positivo en toda sociedad compleja y democrática. Y pone en discusión un tema que no se estaba discutiendo en el espacio público, o que se estaba discutiendo a través del discurso oficial, dominante, que era el discurso de la educación como inversión tecnológica. Y acá lo que ponen los estudiantes en cuestión es el otro lado, el lado oscuro, lo que no se ve de la infraestructura escolar: la falta de planificación a largo plazo, la discusión de la ley, que había sido mal discutida. En Córdoba y en el país la educación media está en crisis. Y por lo tanto me parece que este conflicto, con la virulencia y el exceso en las formas, es necesario para romper esa cristalización de la discusión sobre la educación pública, que estaba absolutamente dominada por el discurso oficial, es muy positivo que haya sucedido. Sí creo que es para pensar un poco el hecho de que en el reclamo había una especie de estructura subyacente que lo presentaba como un conflicto particular, un reclamo estrictamente hecho por estudiantes. Creo que los estudiantes pecaron de eso. Rechazaban a los medios, a los partidos políticos, a la Iglesia, y ese rechazo me parece que era ir cortando las posibles equivalencias que le hubieran dado al conflicto un potencial importante.

–Por estos días parece haber un intento de politización en distintos sectores de la sociedad: se habla más de política, se toma partido, se discute, hay cierta tensión.

–Sí, ese es el fenómeno positivo que trae consigo la famosa crispación, la demonizada crispación. A mí me parece positivo que haya crispación. No que haya sólo crispación, pero es positivo que haya tipos que ven sus intereses problematizados, y que ven su identidad bloqueada, porque eso precisamente obliga a la reconstitución de la identidad. Por ejemplo ahora vemos mucho que en una charla de café está la división K o anti K. Una gran generalidad discursiva se instancia a nivel específico y va comiendo y se va reproduciendo en distintos niveles sociales. Y esto es de algún modo una de las formas de entender el populismo. El populismo es un modo de construir identidad que politiza las esferas más micro de la sociedad y que de alguna manera va produciendo esas divisiones, que no son malas. Cuando hablamos de divisiones no nos referimos a dos ejércitos enfrentados sino a la posibilidad de producir un distingo.

–Ernesto Laclau ha sugerido hace poco aquí en la Argentina que el populismo es de alguna manera necesario. Sin embargo, las teorías dominantes lo definen como un fenómeno perjudicial para la democracia. ¿Cuál es su opinión?

–No me animaría a decir lo de necesario. El populismo es un concepto negro de las ciencias políticas y de la sociología, y de las ciencias sociales en general, un concepto demonizado. Ahora bien, lo que ha hecho la teoría de Laclau es restaurar y darle una entidad al populismo. Yo no diría que es necesario en todo tiempo y en todo lugar, pero digo que por ejemplo en contextos de exclusión estructural, marginalidad estructural, en sociedades arrasadas por la injusticia histórica y perenne, junto con el clientelismo, son mecanismos de incorporación de sectores que de otra manera no serían incorporados. El populismo es una forma en la cual las sociedades encuentran mecanismos de integración o de inclusión social en contextos donde las instituciones normales de la democracia liberal no los pueden incluir. En ese sentido es que se debe entender la palabra “necesario”. Los críticos del populismo deberían ver, antes de demonizar, que en realidad el populismo completa la promesa de inclusión universal que está implícita en la democracia, y no por ello es antidemocrático sino que podríamos decir que tiene relaciones de vecindad con la democracia.

–Desde diferentes sectores de Europa, EE.UU. y de América latina misma, se cuestiona, se desacredita, se ataca permanentemente a algunos gobiernos latinoamericanos acusándolos de populistas, y acto seguido se sospecha del carácter democrático de estos gobiernos. ¿Por qué?

–Sí, efectivamente es así. Cuando critican la falta de democracia, lo primero que hay que preguntar es qué entienden estas posiciones políticas por democracia. Seguramente tienen una visión formal de la democracia, institucionalista, y por supuesto que el populismo conflictúa, pero no solamente con la democracia formal, conflictúa con una tradición de la democracia, esta vertiente popular de la democracia que conflictúa con la democracia liberal individualista. Por lo tanto, en realidad esa tensión no debe ser resuelta. Quienes la quieren resolver son los demócratas liberales que quieren eliminar el populismo como una forma negativa de la política para imponer una especie de universalización fantasmática de los principios de la democracia liberal.

–¿No existen además atrás de esta situación componentes racistas y hasta colonialistas?

–Sí, yo diría incluso que el debate entre Europa y América latina es entre los populismos de derecha y los de izquierda, más que un debate entre la democracia liberal formal y esta forma híbrida de sistema político que ellos ven en el populismo latinoamericano. Y claramente hay presupuestos eurocéntricos en esta crítica europea que esconde los populismos de derecha que tiene en su territorio para demonizar los populismos supuestamente de izquierda que hay en América latina. Hay ahí un elemento de eurocentrismo muy claro y por supuesto de racismo político muy claro, estoy absolutamente de acuerdo en eso. Critican formas políticas de América latina por el solo hecho de ser de América latina, y en ese sentido hay un intento de restauración de una especie de colonialismo teórico e intelectual que, gracias a Dios, América latina ya tiene las reservas para inocularse.

–En estos últimos tiempos, cada vez parece quedar más claro el papel preponderante que tienen los medios de comunicación más influyentes, el nivel de injerencia, el nivel de concentración que existe. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?

–Acá hay dos temas. Uno es el poder que tienen los medios, y el otro de qué manera el poder de los medios es construido como una estrategia de articulación política. Y yo creo que hay de las dos cosas: hay un poder de ciertos medios que tiene que ver con la estructura de la propiedad de ellos. Una de las características fundamentales de una democracia, de una sociedad plural, es que haya una pluralidad de fuentes de la enunciación de la información pública. Y creo que las condiciones materiales de enunciación de los discursos en la Argentina ofrecen hoy una deficiencia en esa pluralidad, y la Ley de Medios viene a incorporar mayores condiciones materiales para la enunciación plural. Sobre la injerencia, creo que sí, que hay ciertos medios que generan la agenda. Yo no lo sobredimensionaría tanto pero sí que hay un poder muy claro de generación de la agenda y en general los gobiernos de Latinoamérica y del mundo están viendo que los medios son una competencia de la política. Tienen un gran poder simbólico global, y generan lazos de identificación y representación, y generan discurso de la misma manera que lo hacen los gobiernos establecidos democráticamente, y en ese sentido son una competencia, y me parece bien que la política compita con ellos. Siempre la regla debe ser la pluralización y no el cercenamiento.

–¿Podría decirse que son directamente actores políticos y que como tales hacen política?

–Por supuesto, los medios compiten con la política y los periodistas son actores políticos. Porque enuncian un discurso que es tomado con criterios de veracidad por el solo hecho de ser enunciados por los medios y por lo tanto hay lo que podría llamarse una atribución de legitimidad del locutor. Ya de entrada, para el receptor ese discurso es objetivo, científico, veraz, puro. En cambio el político tiene ya de entrada un defecto de legitimidad de la locución. Y me parece sano que en una sociedad plural los gobiernos discutan con los medios, visibilicen esa primacía de legitimidad del locutor, la discutan, muestren que en general lo que dicen los medios puede ser subjetivo, no ser tan transparente y puede responder a intereses corporativos, sectoriales y demás, como es la propia palabra política. Tiene que existir un reconocimiento de que todos hablan desde un lugar particular, que pongamos nuestros propios fundamentos y que nos hagamos responsables por ello, eso es la democracia. Creo que lo mejor que le puede pasar a la Argentina es que haya una discusión tremenda entre medios, gobierno, política, corporaciones. Lo mejor que puede ocurrir es que se discuta crispadamente y mucho. Porque así el ciudadano hace su propio equilibrio, sus propias articulaciones. No hay que subestimar la capacidad de aprendizaje social y simbólico que tiene el ciudadano espectador. La capacidad de posicionarse, de hacerse responsable. Pero los medios en general propalan un discurso que dice que el ciudadano está asustado, y el ciudadano acaba asustándose. Yo creo que en cambio debería estar profundamente feliz de que hoy haya un alto nivel de conflictividad pública.

–Una de las grandes cuentas pendientes del gobierno nacional es la falta de políticas de Estado para afrontar las graves problemáticas socioambientales que estamos viviendo. ¿A qué lo atribuye?

–Sí, en el medio ambiente tenemos un defecto muy claro de regulación. Hay una cierta invisibilidad del Estado en lo que yo llamaría la protección de la vida. Me parece que el Estado contemporáneo se ha visto rebasado por fuerzas biopolíticas, que yo diría que son tres: la producción de alimentos, la violencia, la seguridad cívica, y los asuntos medioambientales. Esos son los tres grandes focos de conflicto estratégico: la producción de alimentos y su regulación, que sirven para la reproducción de la vida física; la apropiación de los recursos naturales, que sirven para la reproducción de la vida física; y la seguridad, en donde está en juego la continuidad de la vida física. No es en vano, y nosotros tenemos que pensar por qué los tres grandes conflictos casi insolubles que tiene hoy el Gobierno, tienen que ver con un triángulo conflictivo en el cual está en juego la reproducción de la vida física. Y esto yo creo que tiene que ver con que el Estado ha desconocido el componente biopolítico que reside en el sistema político.

–¿Qué lectura hace del panorama político que ve hoy en Córdoba?

–Córdoba es una provincia muy particular. Ha sido y creo que va a seguir siendo muy refractaria al proyecto del gobierno nacional. En las elecciones del 2009, por ejemplo, se dio la particularidad de que los tres partidos, que son tres partidos distintos, absolutamente opuestos entre sí, todos decían lo mismo. Y todos sacaron el 30 por ciento porque todos decían lo mismo. Por eso yo creo que va a ganar el que haga la diferencia. En general la política de Córdoba está cruzada por elementos coyunturales y estructurales. A nivel de la coyuntura, el peronismo tiene altas perspectivas, y va a hacer lo que hizo hasta ahora porque le ha dado excelentes resultados.

–¿Cree que De la Sota se va mostrar cerca o lejos de Kirchner?

–Acá vamos a creer que De la Sota es anti K, y el Gobierno va a creer que es uno de ellos. De la Sota va a seguir como candidato la misma línea de lo que hizo Schiaretti como gobernador. Schiaretti trata de mostrar cierta autonomía del kirchnerismo, de tal manera de no perder los votos antikirchneristas y disputar el amplio mercado anti K de Córdoba. Pero tampoco va a exagerar su antikirchnerismo al punto de no poder garantizar el año que viene viabilidad fiscal, financiera y de gobernabilidad en la provincia. Por lo tanto, un equilibrista perfecto, y lo mismo va a hacer De la Sota como candidato. Los otros dos candidatos, en cambio, no ganan nada con hacer equilibrio, por lo que la lógica indica que van a ir por el desequilibrio. El punto es cuál de los dos va a poder mostrarle a la sociedad que el desequilibrio que ellos proponen es lo que la provincia necesita.

–Sostiene que los baronazgos del interior de Córdoba son tan malos o peores que los tan cuestionados del conurbano bonaerense, ¿por qué?

–Hay un imaginario social dominante que demoniza a los “barones del conurbano bonaerense” como si acá en el resto del interior del país viviéramos en Noruega. Durante el conflicto del año 2008 escuché decir a un intendente del sudeste de la provincia que habría que eliminar la coparticipación y que su municipio recibiera los 300 millones de pesos que era lo que la Nación “se llevaba” de su región por retenciones a la soja. Una locura. Es como volver a una especie de economía consuntiva donde cada uno vive con lo suyo. Es socialmente regresivo, económicamente inviable y políticamente feudal e irresponsable ya que condena a millones de argentinos de otras regiones a vivir sin esperanza. El conurbano bonaerense produce –hay industrias allí, por si no lo saben– el 50 por ciento del PBI. Por lo tanto, construir una nación es aceptar los juegos de coordinación y de interdependencia que supone vivir en un país republicano y federal como el nuestro. Los baronazgos del interior tienen responsabilidad electoral solamente, pero no control horizontal. Controlan la Justicia, la policía, el acceso a los cargos, el sistema de influencias y las redes del poder así como las estructuras burocráticas de los municipios y departamentos. Son la continuidad de la vieja figura constitucional de los “jefes políticos” que existió en Córdoba únicamente. Después de cada elección, que en general las ganan porque poseen recursos de todo tipo, la política se torna tierra de nadie. Son pequeños señores feudales implantados en la pampa gringa en medio de sociedades desmovilizadas que gozan con este modo de ejercicio del poder centralizado y sin control. Esto corta transversalmente a los partidos políticos tradicionales en Córdoba. No es un problema de un solo partido sino, al menos, de dos.

Cristian Maldonado

Marina Silva y 20 millones de votos que no puede direccionar

Los 20 millones de votos que recibió Marina Silva, la candidata a primera mandataria del PV, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil abrieron el debate y las diferencias en el seno de ese espacio político y hasta una eventual separación, a raíz de la definición de su apoyo a alguno de los candidatos para el ballottage. La forma en que se distribuirán esos votos en la segunda vuelta del 31 de octubre podrían tener una influencia decisiva para elegir al próximo presidente del país vecino, que surgirá de la puja entre la candidata oficialista, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), y el opositor José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).


En una elección histórica, el PV logró elegir el 3 de octubre 15 diputados federales y 37 estaduales.

Para Orjan Olsen, investigador político y consultor que trabajó en el equipo de Silva, en la segunda vuelta el voto que recibió la ex ministra de Medio Ambiente “hoy podría dividirse entre 45 y 50 por ciento para Serra, 25 a u 30 por ciento para Dilma y el otro 25 anularía o votaría en blanco”.

El profesional dijo que “el caudal de votos de Marina puede rastrearse en el grupo ambientalista tradicional de Brasil y al que se puede sumar los que respaldaron los siete años de gestión y sus posturas” que la llevaron a alejarse del Ministerio y del PT, en el que militó durante 30 años.

“La otra parte del voto es una identificación personal con la historia de vida de Marina, muy similar con la historia de vida de (el presidente, Luiz Inácio) Lula (da Silva)” a la que caracterizó como “surgida de la pobreza amazónica, su alfabetización a los 16 años, la superación de las dificultades, su participación en la militancia sindical y en la lucha por la preservación del Amazonas”.

Definiciones similares de último momento ya se habían registrado en las elecciones de 2002 y 2006, que llevaron a Lula a una segunda vuelta frente a las candidaturas de José Serra y el también socialdemócrata Geraldo Alckmin, respectivamente.

Para Olsen, la mitad de los 20 millones de votos que recibió Silva llegaron “del núcleo que deseaba un cambio en la manera de gobernar el país, no en lo económico, sino que reclama formas más transparentes, menos manipuladas por intereses políticos y que podría haber votado años atrás al PT y a su candidato Lula”.

“Su diferenciación ante la polarización que mostraba la eterna pelea del PT y el PSDB, y su rechazo a las coaliciones para alcanzar el poder y dominar el Congreso con partidos como el PMDB (centrista, aliado del PT) o el Dem (conservador, socio del PSDB), resultó ser buena parte de su mayor capital electoral” y fue lo que en los días previos a la elección se llamó “la tercera vía”.

Entre quienes votaron al PV el 3 de octubre, el consultor resaltó a “aquellos que prefirieron la historia de militancia de Marina en el PT frente a Dilma, una persona elegida y sostenida por Lula que no representa la historia del partido” porque “lo curioso es que esas personas son las que más rechazo tienen por Dilma y por su candidatura”.

Pero la mejor elección en la historia del PV -en las elecciones de 2006 había conseguido 3,6 millones de votos-, que a priori podría marcar el fin de la polarización electoral característica de las últimas décadas en Brasil, esconde la contradicción de enfrentar a esa fuerza con su propia crisis, y eventualmente hasta la división, justo en su mejor momento.

El analista explicó que aunque su núcleo inicial se encuentra en grandes ciudades, como San Pablo y Río de Janeiro, “el PV es un partido que tiene características diferentes en las distintas regiones del país”.

“Marina multiplicó varias veces el capital del PV y su peso electoral es muy superior al del propio partido”, subrayó Olsen.

A sabiendas de su responsabilidad en el caudal de voto recibido, Silva planteó a las estructuras partidarias que la definición de un eventual apoyo para la segunda vuelta deberá contemplar la opinión de los movimientos sociales que impulsaron ese crecimiento electoral aun por fuera del esquema del PV.

Esa postura podría generar una rebelión cuando este miércoles la conducción del partido, encabezada por su presidente, José Luiz Penna, y el diputado por Río de Janeiro Fernando Gabeira, tal vez defina el apoyo a Serra sin esperar el plenario que la misma Silva convocó para el domingo próximo, lo que anticipa una crisis interna difícil de digerir.

“Es una decisión difícil porque Marina tiene un capital político muy alto que debe cuidar y la prioridad debería ser colocar una lista de puntos de su programa en las propuestas de los otros partidos”, opinó Olsen.

Para el analista, “el riesgo de una indefinición es perder la posibilidad de una participación activa en los próximos cuatro años, lo que puede licuar su capital”, aunque también admitió la chance de que ante una eventual neutralidad se valore “su coherencia” y entonces ese capital crezca.

De todos modos, quedar totalmente fuera del gobierno “puede significar perder la oportunidad de ascender y fortalecer el partido en lo que es hoy su mayor flaqueza: la falta de equipos y experiencia administrativa a nivel nacional, la falta de personas para asumir el poder y las limitaciones como fuerza política con representación articulada en el Congreso”, sintentizó Olsen.

Rebelión en la mina

Por FRANCISO PEREGIL

Hace varias semanas ocurrió un hecho trascendental en la mina que hasta ahora se había mantenido en silencio: un grupo de mineros se rebeló contra la autoridad del jefe de turno, Luis Urzúa. El motivo era que ellos pretendían abrirse camino hacia la superficie por su cuenta y riesgo. En la superficie de la mina San José se dispararon todas las alarmas: necesitaban reforzar la autoridad de Urzúa, el topógrafo que durante los 17 días en que permanecieron incomunicados, logró mantener el orden y la disciplina.

Mientras el Gobierno trataba de acelerar varios planes de rescate, a setecientos metros de profundidad se debatía si seguir esperando las decisiones de arriba o no. Los expertos de la NASA habían advertido a las autoridades chilenas que en situaciones de aislamiento era esencial fomentar el liderazgo de una persona del grupo. Y a esa misión se dedicó el psicólogo Alberto Iturra. Pero la autoridad del psicólogo también llegó a cuestionarse por parte de algunos mineros.

En el primer vídeo que envió el Gobierno a los medios de comunicación no salieron al menos cinco mineros. Las autoridades no explicaron el motivo. Pero la razón era que esos cinco pertenecían a una subcontrata, vivían apartados del resto y buscaban otras vías de escape distintas a las del resto. "El problema se solucionó cuando el jefe de ellos les ordenó desde la superficie que se integraran con el resto", añadió Iturra.

Finalmente, las aguas volvieron a su cauce. "Yo no sé exactamente cómo lo arreglaron entre ellos. No sé si hubo episodios más o menos virulentos", comentó Iturra a El PAÍS. "Sólo sé que lo que el sistema que usaron funcionó. Y eso es lo que me interesa. A partir de ahí, pude seguir con mi trabajo".

Luis Urzúa, de 54 años y dos hijos, estudió topografía y llevaba sólo dos meses trabajando en mina San José, pero 31 años como minero. Fue el primero en establecer contacto con el exterior cuando el presidente se les puso al habla. Walter Carrizo trabajó con él desde 1981 hasta 1990 en la que antes era la mina Agustina y ahora se llama Carolina. "Le gustaba mucho la pelota y era buen futbolista. Y, como a todos los mineros, le gustaba carretear (salir de farra). Un asaíto, unos traguitos de vez en cuando... En aquella época no era jefe de turno, simplemente topógrafo. Pero ya tenía carácter de líder, aunque no fuera jefe siempre había gente alrededor de él. Además de que había estudiado, tenía mucha experiencia. El cerro enseña mucho".

La familia de Luis Urzúacon es la única que no ha hablado que no ha hablado con la prensa durante los dos meses en que han permanecido atrapados los 33. La esposa de Urzúa decidió que el único que tendría que hablar sería su marido cuando saliese. Se lo propuso y lo cumplió.

Estrategia capital

La región metropolitana Buenos Aires era una de las más pobres hasta el siglo XVIII y XIX, era una región marginal en el país y mucho más en el espacio colonial americano. Pero esto cambia de una manera espectacular. En pocas décadas, la región metropolitana se convierte en el centro de un proceso de desarrollo: se va concentrando y se va conformando una urbe, no sólo de un peso abrumador en el espacio nacional sino también por su desarrollo cultural y económico, en uno de los centros más importantes del continente.

Después de la crisis de 1930, cuando comienza el proceso de sustitución de importaciones, las industrias se van a instalar allí donde estaba el mercado, la mano de obra y donde estaba el puerto a donde llegaban los insumos para las industrias. Es un proceso acumulativo que se fue dando. El papel de la región se conformó a lo largo de un proceso histórico, por eso digo que no hay posibilidad de construir un futuro para la región aislado de un proyecto de país y del MERCOSUR. Este es un primer punto que está muy claro.

Si uno se imagina un país que puede dar el único proyecto económico capaz de dar lugar al despliegue de los recursos, que puede generar desarrollo, que puede incorporar a la ciencia y a la tecnología, es un país integrado territorialmente. Lo deseable sería que el peso relativo de la región metropolitana fuera declinando, no porque la región se achique, sino porque crezcan las demás como la patagonia, el centro, el noroeste, cuyo, la región mesopotámica. En ese escenario de un país más integrado, la región metropolitana enriquecería sus posibilidades, pero no con la pretensión de ser el cerebro de la Argentina, como se hizo en otras épocas. El país debe pensarse desde la integración nacional. No debemos pensar la Argentina desde el puerto.

Otro punto que me parece importante es el siguiente. La formación de una región metropolitana que resuelve sus problemas sociales, de infraestructuras, de uso de suelo, ambientales, un conjunto de temas que hacen al bienestar, va a depender de la calidad de las políticas públicas. La historia demuestra que los procesos liderados exclusivamente por las fuerzas del mercado tienden a concentrar y a reproducir los problemas. Para eso es importante tener capacidad de hacer políticas públicas.

En este terreno, las políticas públicas en Argentina estuvieron sesgadas por una impotencia absoluta del Estado para hacer política pública. A medida en que el país se fue endeudando, en el período de la historia argentina que arranca con el golpe de Estado de 1976 y finaliza en la crisis de 2001/2002 se pudo ver una liquidación de la capacidad del Estado de diseñar políticas. Como se decía explícitamente en aquellos tiempos, la política económica consistía en brindar señales amistosas al mercado. Era un país que había subordinado su capacidad de acción, con un Estado insolvente.

Lo que ha venido ocurriendo desde la salida de la crisis de 2001/2002 es la recuperación de capacidad de acción. Desde el caos de aquellos años, en donde apareció entre otras cosas el trueque como una posibilidad de intercambio, diría precapitalista. Había 17 monedas dando vueltas, el país en default. Era una situación extrema de desorden.

Por diferentes condiciones, el país se recuperó con recursos propios, logró ordenar las finanzas públicas, hubo un buen contexto internacional, se ordenó el tema de la deuda. De hecho, el país se está autofinanciando; a tal punto hay una recuperación de las finanzas que el país se permitió una fuga de capitales de 40 mil millones de dólares entre 2007 y 2009.

En ese contexto se puede discutir el ordenamiento territorial, qué estructura productiva queremos, pensar la relación campo – industria, debemos pensar en un campo fuerte pero complementando una economía de alta industrialización. Todavía subsisten algunos que quieren ser el granero del mundo. Si no tenemos un desarrollo industrial complejo, que vaya más allá de la cadena agro-industrial, nos sobra buena parte de la población. Este es uno de los dilemas: a dónde va el país.

Si al país lo sigue llevando la inercia, la región metropolitana seguirá teniendo su peso actual. Creo que hay que posibilitar un equilibro entre las regiones. Como pasa en los grandes espacios nacionales, como puede ser Estados Unidos, para que haya mucha integración entre las regiones es necesario que cada región tenga integración a su interior. Si las regiones pretenden vender sus productos primarios o trasladar sus excesos de ahorro interno a la región metropolitana se reproducen las inequidades regionales.

Todo lo dicho vale si se cumple el otro requisito sobre el que hemos hablado. Si no, lo que dijimos es literatura. La condición necesaria es que el país siga ganando soberanía, tiene que consolidar lo que ha logrado, movilizar su ahorro, establecer una relación simétrica, no subordinada, con el mercado financiero internacional. El desarrollo siempre es un proceso de construcción nacional. Ninguna nación se desarrolló desde afuera. El desarrollo no se importa, no se puede ir a buscar afuera. Las sociedades tienen o no tienen capacidad para hacer lo necesario para desarrollarse. Es una paradoja del mundo moderno: vivimos en la globalización pero el desarrollo es una cuestión nacional.

Adorno y el espacio del conflicto


Hoy a la tarde releía a Adorno, en Epistemología y Ciencias Sociales. Me quedé pensando en este párrafo:

El proceso de socialización no se realiza más allá de los conflictos
y los antagonismos o pese a éstos. Su elemento propio lo constituyen
los mismos antagonismos que desgarran la sociedad. Es la misma relación social de cambio la que introduce y reproduce el antagonismo que en todo momento amenaza a la organización social con la catástrofe total. Sólo a través de la búsqueda del beneficio y de la fractura inmanente al conjunto de la sociedad sigue funcionando hasta hoy, rechinante,
quejumbrosa, con indescriptibles sacrificios, la máquina social.