Gayatri Spivak nació en Calcuta, en febrero de 1942, en el seno de
una familia de clase media urbana. Desde los comienzos de su formación
universitaria en la India, los escritos de Carlos Marx fueron una
referencia clave para indagar en el concepto de explotación. En ellos,
esa joven estudiante de literatura comparada buscaba una referencia,
pero también una pista para su revisión teórica, para superar los
límites en los que esa noción se desplazaba: un proletariado industrial,
blanco y europeo. En los Estados Unidos, en la Universidad de Cornell,
conoció a Paul de Man, futuro director de su tesis de doctorado sobre la
vida y poesía de W. B. Yeats, y unos años después, introdujo la
deconstrucción de Jacques Derrida en el mundo anglosajón con la
traducción de De la Gramatología. En 1983, Spivak escribió el ensayo que
la convertiría en una referente mundial: ¿Puede hablar el subalterno?
Con el uso del concepto de subalternidad, una noción tomada de la
obra de Antonio Gramsci, Spivak buscaba cuestionar la unidad de los
explotados y exponer las distintas realidades que se escapaban al
análisis de clase. ¿Una mujer hindú, colonizada, analfabeta, de piel
oscura y campesina, cuenta con el mismo rango que un sindicalista
alemán? La pregunta retórica del ensayo ponía en evidencia así el
silencio estructural de quienes se ubicaban en lo más bajo del
capitalismo, quienes no podían ser representados porque no había
institución que legitimara ni escuchara sus palabras.
El texto se convirtió en un clásico de la teoría social contemporánea
y de los trabajos poscoloniales, entre ellos, los del Grupo de Estudios
Subalternos creado a principios de los '80 por historiadores de India,
como Ranajit Guha. La iniciativa había surgido en respuesta a una
historiografía india que, según el punto de vista de estos teóricos,
respondía a los intereses de las elites locales y subordinaba la lucha
de los más pobres a una propuesta nacional. Este trabajo influyó, años
más tarde, en la creación de un Grupo Latinoamericano, conformado, entre
otros, por Ileana Rodríguez y Walter Mignolo, quienes plantearon la
necesidad de crear nuevas perspectivas para pensar las realidades
regionales y dejar de lado el eurocentrismo y la lógica colonial de las
ciencias sociales en Latinoamérica.
A pesar de su pertenencia al Grupo, Spivak nunca se sintió cómoda con
las definiciones cerradas. Ni para las categorías, ni para ella misma. A
principio de la década del noventa, Spivak se definía a sí misma desde
una serie de controversias: "Soy vista por los marxistas como demasiado
codificada, por las feministas como demasiado identificada con lo
masculino y por los teóricos indigenistas como demasiado comprometida
con la teoría occidental. Estoy inquietamente complacida por esto."
Durante su paso por Buenos Aires, invitada por el Programa Lectura
Mundi de la Universidad de San Martín (UNSAM), Spivak dialogó con Tiempo
Argentino sobre la llamada "primavera árabe", sobre India, Israel y el
estado actual de la globalización, y aseguró: "Creo que la idea de
resistencia global es muy bella, y definitivamente no tengo nada en
contra de ella, pero no creo que sea ni un poco realista. No creo que el
capital financiero, que es lo que mueve al mundo, esté remotamente
interesado en lo que pasa allí."
–¿Cómo se puede pensar la categoría de "subalterno" hoy?
–No creo que sea necesaria esa categoría para el tipo de luchas que
existen hoy. Los movimientos de resistencia en la calle no necesitan la
idea de subalterno, porque es otro tipo de activismo. Sin embargo, es
una categoría teórica que sí sirve para otros activistas políticos,
especialmente la gente joven. Al Estado se lo ha desempoderado en
función de una sociedad civil internacional que sólo justifica el
interés por uno mismo. Por eso, la mayoría de los jóvenes no reconocen
al Estado y responden a una variedad de anarquismos. Pero el Estado es
la única herramienta que nos queda para los subalternos, porque todos
esos otros modelos de ayuda desde arriba, son formas de voluntarismo.
"Los movimientos de resistencia en la calle no necesitan la idea de subalterno, porque es otro tipo de activismo".
–La idea de subalterno fue tomada de los textos de Gramsci. ¿Necesita de una redefinición teórica?
–Como el concepto de Tercer Mundo, el de subalterno ha sido
bastardeado, y por eso ha perdido parte de su utilidad. El concepto de
Gramsci no ha sido revisado ni actualizado en gran medida. Un subalterno
es una persona sin identidad, una posición negativa, para lamentar y
destruir. Si alguien puede decir yo soy un subalterno, no es un
subalterno. Lo único que le agregaría a Gramsci, que él no sabía, es que
se puede tener subalternización, algo que se vio reflejado con el
desmantelamiento del Estado de Bienestar. Eso sí es nuevo, lo que se ve
en la primavera árabe. Yo no estoy interesada en corregirla, pero si me
hacen la pregunta, tengo que contestar que la categoría no es útil en el
modelo de activismo de hoy.
–Occupy Wall Street, los levantamientos en los países árabes, las
concentraciones en Brasil, fueron vistas como expresiones de una
resistencia global. ¿Tiene sentido pensarlas colectivamente o lo
nacional todavía tiene un valor explicativo?
–Creo que la idea de resistencia global es muy bella, y
definitivamente no tengo nada en contra de ella, pero no creo que sea ni
un poco realista. No creo que el capital financiero, que es lo que
mueve al mundo, esté remotamente interesado en lo que pasa allí. Hace
poco estuve en el Foro Económico Mundial de Abu Dhabi y la gente joven
que fue al foro social me preguntaba acerca del futuro de la
"primavera", de Occupy, y yo respondía lo que digo siempre: que la
pasión política no llega al establishment. Sin embargo, es cierto que
también hay otras miradas. En una de las sesiones del Foro, por ejemplo,
se estaba hablando sobre las sociedades en transición, y una persona de
Egipto pidió la palabra y aclaró que ella estaba trabajando en su país y
que lo que necesitaba era adquirir práctica para regular el Estado y el
capital, más que seguir las proposiciones entusiastas de conectar a
todos estos lugares porque en todos hay descontento. Estaba tan feliz de
escuchar eso.
–En ¿Puede hablar el subalterno? usted mencionaba un deseo de
Occidente de conservarse como Sujeto sin determinaciones geopolíticas.
¿Sigue siendo útil esa categoría: Occidente?
–No tengo idea de dónde está ubicado Occidente. ¿Los Balcanes son
occidentales? ¿Australia? ¿África es occidental? Yo trabajo en Estados
Unidos hace 52 años. Si tuviera que rechazar a Occidente, debería
proponerme un tipo de vida distinto. Cada vez que se habla de Occidente,
se habla desde la mala fe o la envidia. Debemos pensar un modo distinto
de abordar la cuestión, que no sea señalando a unos países u otros.
Especialmente los académicos e intelectuales deberíamos repensarnos a
nosotros mismos y dejar de mirarnos como Tercer Mundo.
–¿Entonces tampoco tiene sentido hablar hoy de una diferencia entre Occidente y Tercer Mundo?
–Yo me gradué en la escuela secundaria cuando se inauguraba la
Conferencia de Bandung, en 1955. Los países recientemente
independizados, que no estaban alineados ni al bloque oriental ni al
bloque occidental, comenzaban a desarrollar la noción de Tercer Mundo.
Esa idea particular se inició en Asia, en Indonesia, y también estaba
vinculada al panafricanismo. Se generó un gran entusiasmo alrededor de
esta idea. Sin embargo, yo creo que no dice nada nuevo, que lo que
expresa, en general, es no europeo. La idea del Tercer Mundo hoy ya está
un poco superada, hay un montón de Tercer Mundo que no está en el sur.
No veo manera de distinguir al sur global del norte global o de
Occidente. Mi geografía ética y política nunca ha estado comprometida
con la oposición entre Oriente y Occidente, ni entre Occidente y Tercer
Mundo, o entre India y no India. Las cosas han cambiado, como las
formaciones históricas, pero en referencia a ese tipo de oposiciones,
pienso lo mismo: nunca creí en ellas. Yo nunca las uso, y las considero
tan inaceptable como cuando se habla de minorías visibles.
–Algunos ven en el desarrollo económico de las potencias emergentes,
entre ellos India, un riesgo de neocolonialismo, ¿comparte ese temor?
–Nunca escribí apoyando a India. ¿Puede hablar el subalterno? es un
texto completamente crítico de India y de la razón poscolonial de los
migrantes. Yo soy muy crítica de esta gente, y no me llamo a mí misma
una nacionalista, así como estoy en contra del identitarismo, de la
compartimentación de la democracia en bloques: el voto latino, el voto
de las mujeres. Así se traiciona a la democracia. Hoy en día estoy
realmente en contra del nacionalismo competitivo de Asia, de China,
India, Japón, porque enfatiza y exacerba la distinción entre ricos y
pobres, y soslaya la integridad ética y política de los países. No estoy
sola en esta crítica.
–¿Cómo define a la globalización hoy? ¿Es una categoría financiera, militar?
–En un sentido estricto, la globalización comenzó cuando los chips de
silicio permitieron la conexión entre los grandes mercados de Bolsa
globales, como los de Tokio, Shanghai, Londres, Bombay. Nosotros
empezamos a hablar de esto cuando el término globalización no era una
palabra permitida para los intelectuales, sino algo que remitía a los
mercados. Esa fue para nosotros la definición de eso que estaba un paso
más allá de lo multinacional. Y también cuando empezó a darse el auge
del capital financiero en detrimento del comercio mundial, del
capitalismo industrial. El balance entre ambos empezó a cambiar. Pero
sería impreciso definirla sólo en estos términos. Como usted sugirió, la
esfera militar, por ejemplo, es diferente en un mundo globalizado de lo
que solía ser cuando nosotros enfatizamos las regiones y las posiciones
imperialistas. Todas las guerras son ahora guerras mundiales, pero no
se parecen a las dos guerras que nosotros llamamos así. La esfera
militar también se ha globalizado.
–¿Hay algún cambio de índole epistemológico? ¿Qué opina sobre las
propuestas de epistemologías alternativas vinculadas, por ejemplo, a
tradiciones indígenas?
–El campo epistemológico ha sido globalizado pero del modo en que
procede la epistemología. En general, lo que se reclama como
epistemológico es la negación de lo epistémico, pero ese cambio se mueve
con un ritmo muy diferente y va a ser diagnosticado por otros, en un
futuro. Yo diría que las rupturas que se reclaman son también una
repetición y que la proposición de que hay alternativas epistemológicas
ubicadas en las tradiciones indígenas, debería tratarse con mucho
cuidado. La mayoría de la gente vende epistemologías alternativas en el
mercado mundial, y lo que están haciendo es, otra vez, un mal trabajo,
que llaman intervenciones poscoloniales. Creo que es un término al que
hay que temerle. No presto mucha atención al avance de las
epistemologías alternativas como en épocas previas no le presté atención
a las posiciones contra la modernización. Este tipo de proposiciones
legitiman la epistemología que está en el poder, pero por la contraria.
–El surgimiento de los estudios poscoloniales estuvo ligado a los procesos de liberación nacional, ¿cuál es su potencial hoy?
–Cuando empecé a escribir acerca de estos temas, a principio de los
años ochenta, no sabía que ese trabajo podía ser caracterizado como
poscolonial. Cuando me di cuenta que eso era lo que estaba haciendo,
inmediatamente hice una crítica muy dura al trabajo poscolonial
migrante, así como ahora soy muy crítica de llamar a los trabajos de
resistencia, trabajos poscoloniales. Porque son fenómenos diferentes.
Los trabajos poscoloniales son de distinto orden y, en un sentido
estricto, su tiempo ya pasó: el período de liberación nacional
prácticamente se ha terminado, con excepción de Israel. Mi primer libro,
a pesar de que lo definieron como poscolonial, es una crítica a lo
poscolonial, pero nadie me tomó en serio. Y el ensayo que más se conoce,
sobre el subalterno, es una crítica a los indios y no a los británicos.
Es una crítica a mi propia tradición.
–¿En qué sentido Israel es una excepción?
–Israel procede de un modo que lo vuelve ilegal. Oprime a un grupo de
personas ubicadas en cierto territorio, no permite que se muevan
libremente, ni que tengan acceso libre a todos sus derechos, para luego
reclamar ese espacio para sí. Eso es un imperialismo territorial del
siglo XX, a pesar de que se llaman la única democracia en Medio Oriente.
La mayoría de las víctimas de ese imperialismo encuentran que la
violencia es demasiado costosa y se van. Hay otros tipos de colonialismo
que no te atan a la territorialidad, pero esta es una característica
propia de Israel.
–¿Se puede hablar de una institucionalización de los estudios poscoloniales?
–Los estudios poscoloniales desde siempre estuvieron
institucionalizados. En su primera etapa, vinculada al panafricanismo, y
luego en su segundo período, que comenzó en los Estados Unidos con los
trabajos de Homi Baba y los míos, ya se encontraban completamente
institucionalizados. No había una conexión con las naciones
poscoloniales, con nuestros países de origen. Esos movimientos no tenían
nada que ver con lo que nosotros estábamos escribiendo desde la
posición de migrantes. Luego se incorporaron las visiones
latinoamericanas de Ileana Rodríguez, Walter Mignolo, Alberto Moreira,
que continuaron este movimiento, y hubo trabajos en la ex Unión
Soviética y post soviéticos. Todos ellos ya estaban institucionalizados.
Este no es un problema nuevo.
Honoris causa
Gayatri Spivak recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad
Nacional de San Martín. Antes, fue galardonada con el Kyoto Prize en
Artes y Filosofía en Japón, y con el Padma Bhushan, una de las
distinciones más importantes de India.
"Controlar la información no es pensar ni juzgar"
–Usted trabaja en el campo de la educación. ¿Qué opina sobre el
avance de lo digital? ¿Cuáles son sus límites y sus potencialidades?
–La mente trabaja como una computadora pero no se mueve a la misma
velocidad que lo digital. Pensar que lo digital es una solución, es un
error. Voy a poner un ejemplo muy sencillo. Estuve trabajando en África,
en Ghana, porque estoy terminando un libro sobre William Edward Du
Bois. La primera vez que fui a la biblioteca, trabajé con mi laptop. El
único trabajo que hacía era mover mis dedos, y toda la organización se
hizo muy rápido porque lo hacía la máquina. En cambio, la segunda vez
decidí trabajar con mis manos, y como lo hacía a la velocidad de mi
mente, todo eso fue internalizado. Dos días después de que me fui de
Ghana, eso seguía en mi cabeza. Con esto quiero decir que lo digital es
muy útil para el mercado, el capital financiero, para la medicina, para
que los artistas usen hipotextos, para todo tipo de trabajo científico,
quiero decir, de ciencias duras. Pero el trabajo que requiere
pensamiento cualitativo, necesita una educación temprana que entrene a
la cabeza para pensar. Porque pensar y juzgar no es lo mismo que
controlar la información. Y hablando políticamente, lo que se llama
social media es útil cuando la pasión política está en su lugar, como en
la "primavera árabe". Pero la calidad de lo que aparece en los medios
sociales depende de un entrenamiento anterior de quienes lo usan. No
estoy diciendo nada nuevo, sino algo que ya grandes científicos, como
Albert Einstein, dijeron antes: si no se entrena la imaginación, no
vamos a poder usar la tecnología salvo como bastón.