Pablo Gerchunoff es un destacado historiador económico, un
apasionado investigador, autor de varios libros y profesor de la
Universidad Torcuato Di Tella. En su acervo cuenta, además, con una paso
por el Ministerio de Economía. En un diálogo ameno con
el estadista
repasa los rasgos más salientes, tanto positivos como negativos, del
ciclo económico kirchnerista y señala de qué manera pueden impactar en
los futuros gobiernos.
El Gobierno está llevando a cabo un ajuste económico. ¿Qué cambios producirá en la coalición que lo apoya?
Cristina
debe haberse sentido muy satisfecha ese día de octubre de 2011 cuando
una coalición amplia de sectores populares y sectores medios, fundada en
la alegría del atraso cambiario y tarifario y del crédito barato, le
dio el 54% de los votos y la colocó dentro del rango de los grandes
triunfos peronistas. Y seguramente debe haber vivido una pesadilla
cuando pocos días después se enfrentó al hecho de que, tal como se había
armado, esa coalición era imposible de sostener: o se devaluaba la
moneda o se instalaba el cepo cambiario. Eligió lo segundo y rompió con
la clase media, que con la baja tasa de interés en pesos ahorraba en
dólares y ya no lo podría hacer. Fue entonces que se quebró la coalición
mayoritaria que alimentaba la ilusión reeleccionista. El ajuste actual,
por cierto inevitable, puede significar una erosión adicional, pero el
cambio crucial fue entonces.
¿Cuál será el rasgo distintivo por el cual será recordada la economía del ciclo político del kirchnerismo?
Primero, preguntémonos, ¿hay un rasgo común en estos casi once años
de economía kirchnerista? Yo creo que sí. El kirchnerismo, como el
peronismo, como ocurre casi siempre en gobiernos largos, tuvo varias
políticas económicas pero se percibió siempre a sí mismo, y nunca se
traicionó, como un movimiento de restauración productiva y social que
devolvería a la Nación al “paraíso previo a la barbarie neoliberal”. Fue
un mito retóricamente potente y políticamente eficaz. Fue a la vez un
mito conservador –como toda restauración– que pudo sostenerse en el
tiempo por las condiciones externas favorables. Como buen
conservadurismo popular, que identifica al futuro con un momento
supuestamente glorioso del pasado (¿1945? ¿1973?), mantuvo fuera de la
escena la idea de modernización y en el centro de la escena la idea de
proteccionismo distribucionista. Pero como conservadurismo inteligente,
se combinó con reformas de costumbres novedosas que atrajeron a franjas
progresistas de las clases medias. Imagínese usted a Perón promoviendo
el matrimonio igualitario y hablando de feminicidio…
¿Entonces el rasgo distintivo dependió del viento de cola?
No, no estoy de acuerdo. Condiciones externas favorables pueden
resultar en políticas muy distintas. En el medio está la voluntad. Por
tomar un ejemplo remanido, recién ahora Chile se siente incómodo en la
continuidad de los noventa.
Volvamos a la actualidad. ¿La devaluación la produjo el Gobierno o la impuso el mercado?
Ningún gobierno quiere devaluar: es un deterioro en las condiciones
de vida de la mayoría de la sociedad. Si pueden, los gobiernos ocultan
la devaluación como decisión política. Cuando Axel Kiciloff dijo en la
conferencia de prensa “querían el dólar a trece; no lo lograrán” buscaba
distraer del hecho de que habían devaluado a ocho. Me hizo acordar a
Eduardo Duhalde de comienzos de 2002. Pero a la vez, no existe el “golpe
de mercado”, esa brillante figura periodística de Julio Ramos. El
coctel en que se reúnen banqueros, inversionistas, rentistas y
especuladores para coordinar compras masivas de dólares a cuarenta pesos
la unidad y derribar de ese modo a un gobierno nunca existió ni
existirá. Nadie pierde dinero porque un gobierno le resulta antipático.
Aunque resulte poco emocionante, las devaluaciones ocurren porque
escasean los dólares. Otra discusión es si la escasez se origina en
errores de política económica o en adversidades externas.
Se refería usted a las condiciones externas. ¿Se mantendrán predominantemente favorables?
No me haga adivinar el futuro. Es difícil que acierte. Por eso me
dedico a la historia económica. La mayoría de los expertos dice que los
precios de las materias primas se mantendrán altos. Sólo le puedo
transmitir una impresión: la contaminación del aire en las ciudades
chinas es intolerable. Eso se debe al predominio del carbón en la matriz
energética. Llegarán espíritus inquietos y rebeldes que exigirán un
cambio y sonará –en verdad ya está sonando– la hora del petróleo. ¿Será
también la hora de Vaca Muerta en la Argentina, con la bienvenida YPF
nacionalizada al comando? Si así fuera, los dados volverán a caer a
favor de nuestro país. Pero la cuestión interesante no es esa. ¿Iremos
hacia el nuevo Dorado a galope corto o malvenderemos concesiones a
precio vil por una de nuestras recurrentes asfixias macroeconómicas? Esa
ya no será una cuestión del kirchnerismo, aunque el kirchnerismo puede
dejar una herencia que condicione la respuesta.
¿Y cuál será la herencia? Si las elecciones fueran hoy, ¿qué
es lo mejor que el kirchnerismo les está dejando a sus sucesores y qué
es lo peor?
Lo mejor que le está dejando es un Estado que cobra impuestos,
capturando los beneficios tecnológicos de la informática . Yo nunca vi
esto durante mi vida como economista. Se podrá discutir la estructura
tributaria, pero no este cambio beneficioso. Ya no es un Estado
fiscalmente débil. Natalio Botana quizás pueda escribir que la
ciudadanía fiscal está entre nosotros. Lo peor que está dejando el
kirchnerismo es el congelamiento de un espíritu reformista,
congelamiento que sólo se explica por reacción contra el menemismo.
Estos años nos dejan una visión anacrónica del patrón productivo, una
subestimación de la productividad como motor del crecimiento, la
ausencia de un mercado de capitales en pesos para que las clases medias
ahorren fuera del circuito dolarizado, una mayor cobertura previsional a
cargo del Estado pero sin reforma previsional, mayor gasto educativo
sin reforma educativa, mayor gasto en salud sin reforma del sistema de
salud. El kirchnerismo fue mucho dinero, mucho consumo y casi nada de
modernización. La desigualdad ha sido menor con el kirchnerismo, pero el
interrogante es si se puede mantener sin esos cambios postergados y,
más que eso, rechazados.
¿Y la inflación?
Esperaba esa pregunta. Y es legítima. Al día de hoy tenemos un
régimen de alta inflación con un problema irresuelto de precios
relativos. Pero le confieso algo: no lo mencioné inicialmente como lo
peor de la herencia porque es un problema recurrente de la Argentina de
posguerra: Perón, Frondizi, Illia, las dictaduras. Menem tuvo un enorme
problema de atraso cambiario pero el endeudamiento le permitió postergar
la inflación.
¿Es posible formar un nuevo consenso a partir de este contexto?
Es posible. Siempre se llama igual: crecimiento con equidad. Es fácil
decirlo. Nunca lo pudimos hacer. Tengo la impresión de que la clave
para lograrlo no se lee en las encuestas de opinión y quizás está en el
fondo del mar. Se trata de mantener, a trazos gruesos, la política
distributiva kirchnerista, pero con una configuración distinta para el
resto de la sociedad. Seguir cobrando impuestos a los ricos pero a
cambio de reglas del juego proinversión; abandonar el asistencialismo
social a las clases medias (¿qué otra cosa fueron los subsidios en
energía y transporte?) pero a cambio de ahorro rentable en pesos, de
crédito inmobiliario, de educación de calidad, de inversión en
infraestructura. Después de todo, si las clases medias aceptan esa nueva
visión de sí mismas en lugar del consumismo kirchnerista, los estratos
de menores ingresos también se beneficiarán. A eso denominamos
coalición, ¿no? Y, si lo que estamos mencionando es posible, sería una
coalición mayoritaria pero sostenible.