La depresión que
aqueja desde hace meses a Francia
es tan profunda que el martes pasado, cuando la selección nacional se
clasificó para ir al Mundial, el país se lanzó a las calles a festejar
como si hubiera ganado la Copa del Mundo y los medios se preguntaron si
ese acontecimiento no serviría para devolver la fe en el futuro.
La respuesta fue un rotundo no (68%), según una
encuesta realizada por la cadena de televisión France 3. Aunque lo
contrario hubiera sido desconcertante en el país más pesimista del
mundo, según otro reciente sondeo internacional.
Lo cierto es que algunas cifras de la quinta potencia económica del mundo dan escalofríos: crecimiento para 2013 de 0,2% y con
escasas perspectivas positivas
para los próximos dos años, un desempleo cercano al 11%, una
competitividad estable desde 2011, que tampoco consigue despegar, un
número de quiebras que nunca antes se había registrado en el país: en
los últimos 12 meses, 62.431 empresas fueron colocadas en trámite de
salvaguarda, bajo control judicial o simplemente liquidadas. Todo ello,
con la consecuente destrucción de puestos de trabajo que suma
desesperanza al pesimismo.
A los 53 años, sola y con tres hijos, Marie-Christine Blot es el
ejemplo de ese desaliento. La empresa Fagor-Brandt, líder del mercado de
electrodomésticos en Francia, para la que trabaja desde hacía 21 años,
acaba de anunciar su quiebra, que pone en peligro el porvenir de más de
1800 personas.
"Se terminó. ¿Dónde podré encontrar trabajo a mi edad?
¿Cómo hacer para pagar los estudios de mis hijos y las cuotas de la
compra de mi casa?", se lamenta.
El viernes fue la empresa de logística Mory Ducros la
que pidió convocatoria de acreedores y podría dejar en la calle a 7000
personas. Con una pérdida de casi 80 millones de euros en los últimos 16
meses, Mory Ducros podría ser la quiebra más importante desde que el
presidente François Hollande asumió el poder, en mayo de 2013.
Es verdad que, contrariamente a los trabajadores de
países emergentes, cada europeo puede beneficiarse con un seguro de
desempleo que lo acompaña durante meses, y a veces años. "Sin embargo,
el desempleo es vergonzante. El que no trabaja desaparece de la sociedad
y está convencido de que ha perdido su puesto por su culpa", señala el
sociólogo Martin Fistch.
La situación social se degradó tanto que uno de cada
seis chicos de 6 a 18 años (17%) padece de alguna forma de exclusión
social, según un estudio publicado la semana pasada por Unicef Francia.
Y como corolario de esa retahíla de malas noticias, el
presidente de la república que, con apenas 20% de opiniones favorables
-el nivel más bajo de todos los jefes de Estado desde 1958-, seguirá al
frente del país hasta 2017.
Hoy, François Hollande se encuentra solo frente a un
país nervioso por el rigor de las ofensivas impositivas que le cayeron
encima sin aviso previo. Pero lo peor es que esa ola de impuestos aún no
sirvió para nada: la nota de Francia fue reducida por la agencia de
calificación Standard & Poor's, y la Comisión Europea persiste en
exigir ajustes.
Para que el déficit baje, Bruselas reclama reformas
estructurales y recortes de gastos. En otras palabras, más rigor. Y, si
por casualidad Hollande fuera presa del antojo de enviarlos a pasear,
tampoco podría. Porque la deuda pública, que se elevará al 95% del PBI
el año próximo, prohíbe toda fantasía.
Pero ¿cómo reformar? "Así como es imposible prohibir
las armas en Estados Unidos, es impensable dejar a los franceses sin
subsidios", señaló el economista Philippe Dessertine.
Jacques y Emilie Frechon son el ejemplo típico. Dueños
de un pequeño almacén en el barrio parisino de la République, ambos
dependen de los 350 euros de "subsidio familiar" que les paga el Estado
para ayudarlos a mantener a sus tres hijos. La pareja, que trabaja seis
días por semana, tiene un ingreso de 1800 euros mensuales. Sin esa ayuda
oficial, se verían obligados a "decir adiós hasta a los más ínfimos
placeres", afirman.
El ingreso medio mensual de una familia en Francia se
eleva a 2300 euros. Pero esa cifra no refleja la cantidad de subsidios
que provienen del Estado. En este país, la educación primaria,
secundaria y universitaria es gratuita, lo mismo que la salud. El
sistema de jubilación, similar al de la Argentina, es público.
El costo de la salud, la jubilación y la solidaridad
social son solventados con los impuestos que pagan trabajadores y
empleadores. Los asalariados contribuyen con el 22% de sus ingresos. Un
empresario debe pagar 48% de impuestos sobre el salario de sus
empleados.
Visto desde el exterior, el país es víctima de su apego
visceral al consenso y al statu quo. Una actitud que lo está
transformando en una "economía periférica", según un reciente estudio
del think tank Peterson Institute. El documento no sólo insiste en "la
incapacidad francesa de reformarse", sino en su "evidente pérdida de
influencia desde que comenzó la crisis". "La Alemania de Angela Merkel
se beneficia hoy con las reformas realizadas por su antecesor Gerhard
Schröder", señala.
Ni Jacques Chirac ni Nicolas Sarkozy ni François
Hollande hicieron nada para poner fin al ocaso desde la adopción del
Tratado de Maastricht, en 1992, afirmó el danés Jacob Kirkegaard, autor
del estudio.
"Derecha e izquierda favorecen el statu quo y temen las
manifestaciones populares, que terminan por bloquear toda tentativa
seria de reforma", resume.
Al llegar al poder, en mayo de 2012, Hollande prometió
al país un futuro mejor. Ahora se encuentra ante un terrible dilema.
Reconocer un error estratégico significaría debilitar todavía más su
credibilidad. Pero seguir haciendo alarde de optimismo podría terminar
por desvitalizar la función presidencial, pasablemente maltrecha durante
el quinquenio de su antecesor, Nicolas Sarkozy.