Chile: un gobierno difícil
En el primer turno
electoral lo previsto se comprobó. La mitad de los empadronados no
votaron reflejando así los efectos despolitizadores de la dictadura
pinochetista y el repudio a todos los partidos, incluidos los de la
Concertación que conciliaron con el pinochetismo y casi no se
diferenciaron de la derecha. Como consecuencia del abstencionismo “de
protesta” los candidatos más a la izquierda (Marco Enríquez Ominami,
Marcel Claude, Roxana Miranda) apenas lograron, sumados, cerca del 17
por ciento cuando el primero había logrado el 20 por ciento de los votos
en la anterior elección presidencial. En cambio, los ex dirigentes
estudiantiles, comunistas o independientes de izquierda, que
representaban movimientos sociales y no los aparatos partidarios, fueron
elegidos con mayorías aplastantes.
Sebastián Piñera ni
siquiera pudo unificar la derecha, que perdió un tercio de sus votos y
en la que el ex ministro vedette Golborne ni siquiera fue elegido
senador. Aunque la candidata derechista, Evelyn Matthei, logre
probablemente en la segunda vuelta un diez por ciento más a la derecha
no le queda ya otra opción que el hostigamiento puntual y tratar de
aprovechar el conservadurismo y el conciliacionismo de una buena parte
de la mayoría parlamentaria para reducir el margen de maniobra de
Michelle Bachelet en el caso de que ésta tratase de radicalizar un poco
más su discurso y su política para conquistar un sector de los
abstencionistas.
La ya casi presidente de
Chile, en su discurso después de su triunfo en la primera vuelta, no
mencionó su plan de subsidios a los más pobres para que estudien sino
que exigió directamente la enseñanza pública, laica y gratuita, tal como
reclaman los trabajadores y los estudiantes. Además habló vagamente de
una Asamblea Constituyente- otra reivindicación popular generalizada-
que posiblemente intentará negociar porque no logró los dos tercios
necesarios en las Cámaras para modificar la Constitución.
Su amplia mayoría
parlamentaria, por otra parte, le impide argumentar que la relación de
fuerzas en el Parlamento le ataría las manos pues esa mayoría
conservadora y heterogénea , aunque la obligue a negociar continuamente
cada proyecto, le permite presentar leyes para cuya aprobación baste la
mayoría simple.
¿Y ahora qué? La economía
tropieza con dificultades pues la crisis mundial reduce el consumo de
minerales y el precio del cobre baja. La gran minería está en manos de
las transnacionales (salvo en el caso del litio) y tanto con los
militares como con los gobiernos de la Concertación, el cobre fue cedido
en concesiones, con la excepción de Codelco, cuya renta en un 10 por
ciento financiaba hasta hace poco las fuerzas armadas. Los capitalistas
tienden a la privatización total de la minería pero la mayoría del
pueblo chileno exige al menos la estatización total del cobre (Chile es
el primer exportador mundial).
Éste será uno de los puntos
más litigiosos durante el segundo gobierno de Bachelet. Otros serán la
tremenda desigualdad social y los bajísimos salarios imperantes en
Chile, problemas que, junto a la urgencia de una educación pública y
gratuita y de un buen sistema de sanidad accesible para todos,
movilizará cada vez más a los trabajadores y a los estudiantes y no sólo
a la parte de los mismos que crean que el de Bachelet es “su” gobierno.
Es difícil que en la
segunda vuelta la abstención disminuya mucho. Un sector no considera
necesario votar ya que, de todos modos, Bachelet será presidente.
Los votos de los candidatos a
la izquierda de la Nueva Mayoría probablemente se dividirán entre un
voto por Bachelet y la abstención. Además, una parte de la derecha
considerará que el resultado ya está claro y no votará y otra parte (del
electorado de Parisi) se abstendrá por odio a la Matthei. Lo más
probable, por consiguiente, es que Bachelet sea elegida por la mitad de
la mitad del padrón. O sea, que incluso superando el 50 por ciento de
los votantes, no represente en realidad sino un 25 por ciento del
electorado.
Será pues presidente
legal pero con escasa legitimidad y así deberá enfrentar un crecimiento
de los sindicatos, un aumento de las luchas y de la unidad de los
obreros y campesinos y movilizaciones estudiantiles y populares que
exigirán leyes inmediatas para renovar la sanidad, la educación y elevar
los salarios así como un reclamo de reducción de los impuestos
indirectos, como el IVA y de un aumento del impuesto a los más ricos,
unidos a la estatización del cobre para financiar las reformas
postergadas durante tanto tiempo.
Michelle Bachelet, por
otra parte, promete reforzar la unidad latinoamericana pero ¿podrá por
lo menos retirar a Chile de su alianza con Estados Unidos, Perú,
Colombia y México que, justamente, está dirigida contra UNASUR y contra
el MERCOSUR cuando ni en la Nueva Mayoría que la apoya ni en la
sociedad esta exigencia tiene mucha fuerza?