por
Mario Riorda
Es recurrente oír hablar de ideología. Y es habitual que cada actor que la utilice le otorgue un significado. La polisemia es uno de los problemas de la ideología.
Tal vez sea esa una de las explicaciones centrales que puedan abonar el
uso de la desideologización sin que sea cuestionado por toda una enorme
franja de intelectuales. En diferentes contextos políticos y lenguajes
científicos, la palabra “ideología” tiene diferentes connotaciones (van
Dijk, 2003; Stoppino, 1998; Shils, 1977; Gerring, 1997).
Sin
embargo, a pesar de ser un término frecuente, desde la década de 1950
se empezó a hablar de la “declinación ideológica”, o desaparición de las
ideologías.
Esto se aplicaba especialmente a los extremismos ideológicos de
izquierda y derecha y a las grandes ideas políticas que marcaron la
historia occidental para dar paso a una política más pragmática donde
habían empezado a importar los resultados antes que las ideas, justo en
el auge de los modelos de bienestar (Bell, 1964, Stoppino, 1998). En los años 90 se llegó a propugnar en la literatura occidental la existencia de una desideologización, entendida como la primacía de una de ellas (Fukuyama, 1992). Esta tendencia “ideológica” también llegó hasta América Latina.
Podría
afirmarse que la propia tesis de la desaparición de las ideologías es
un término en sí mismo absolutamente ideológico pues plantea que puede
existir un mito de la neutralidad ideológica o bien una imposición de un
Estado de ideología única
(Mészaros, 2004); también se puede decir, como otros autores, que las
ideologías no han desaparecido en absoluto (Bobbio, 2001).
Se
tenga una visión optimista o pesimista de la ideología, inicialmente se
puede afirmar que todo el lenguaje político tiene una función
ideológica.
Lo ideológico es inherente a la comunicación política, sin la cual no
puede desarrollarse, sostenerse o ser desafiado (Hahn, 2003). Más allá
de posturas teñidas de pragmatismo, siempre lo ideológico aparece, aun bajo recurrentes contradicciones, sea de manera explícita o implícita.
En
este marco de aparente indefinición, y en virtud de los diferentes
criterios con los que se la suele concebir, es relevante hacer un
seguimiento evolutivo del concepto de ideología y de las miradas que
diferentes autores en épocas y contextos diversos han tenido del
concepto de la ideología política.
Se puede partir de las miradas positivas y negativas de este concepto aportadas por Antoine Desttut y Karl Marx respectivamente.
El primero se basaba en la premisa antropológica de que todos los seres
humanos son buenos por naturaleza, y además pueden mejorar a través de
la educación; para él la ideología era la ciencia que ayuda a comprender
y mejorar los seres humanos. Mientras, Marx sostuvo que la ideología es
parte de la estructura de dominación que reproduce la opresión de unas
clases y aliena a la población. Esta visión negativista de las
ideologías políticas se extendió a gran parte del siglo XX por las
guerras mundiales: las ideologías conllevan a fanatismos, que son
negativos para la convivencia y la sociedad.
Otro modo de posicionarse frente a la ideología es a través de su simplificación.
No obstante, la simplificación ideológica muchas veces es tan compleja
como asimismo una tentación, sea por la dificultad de establecer
brevedad en la misma, sea por la complicación de la recepción por parte
del público. Estudios más recientes (Zaller, 1989) se han
centrado en el papel que cumplen los que se han denominado “atajos
cognitivos” en el acceso y procesamiento de la información por parte de
los ciudadanos. Uno de estos atajos cognitivos es la ideología
–el más importante– y se trata de “esquemas” que reducen el tiempo y el
esfuerzo requeridos para sopesar las distintas alternativas y permiten
una decisión racional con información imperfecta. Desde esta perspectiva, comúnmente se ha pensado que la ideología es una simplificación de la información
(Downs, 1968) y que las categorías o rótulos ideológicos facilitan la
comunicación política así como pueden ayudar a los ciudadanos a hacer
más razonables las evaluaciones y opciones (Zechmeister, 2006: 151). Lo
que se puede proporcionar desde la comunicación política es información,
pero mediatizada y procesada por variables estructurales previas.
Estudios
como el de Norman Nie, Sydney Verba y John Petrocik (1979) afirman que
hay ciertas épocas más ideologizadas con “hipótesis ambiente” fuertes,
que tienen que ver con ciertos contextos y sus protagonistas,
lo que determina que el uso ideológico de los electores para decidir su
posición se haga más frecuente. Pero pareciera ser mucho más habitual
que se produzca un voto o apoyo por imagen de partido, conformado por
electores que no son sólo producto de formaciones psicológicas de largo
plazo, ni tampoco racionalistas que apoyan temáticamente tal o cual
posición de un partido, sino que poseen percepciones genéricas, mitad
identificación afectiva, mitad expectativas racionales (Singer, 2002).
En
una línea bastante similar, Teresa Levitin y Warren Miller (1979)
avanzaron sosteniendo un concepto emparentado al anterior, al que
llamaron “sentimiento ideológico”, por el cual los electores suelen
hacer un uso no ideológico de los rótulos ideológicos,
a lo que sostienen que la ideología orienta pero no determina el
posicionamiento ante temas de agenda, más allá de tener alguna
correlación. De ello se desprende que el voto o apoyo por cuestión o
tema no es igual al voto o apoyo por ideología, y la ideología no sólo
no exige entonces un voto o apoyo altamente informado sino que incluso
podría llegar a sostenerse que puede permitir exactamente lo contrario.
Se concluye entonces que, salvo ciertos contextos, el voto ideológico no
es un voto sofisticado, no requiere de mucha información, y
probablemente esté mucho más asociado a la imagen o el sentimiento que
se tenga del partido (Singer, 2002).
Desde
la comunicación política, suele comprenderse como útil la generación de
rótulos o nominalizaciones. Son modos de expresión indirecta, en los
que se trata de “decir sin decir”, no sólo porque el sentido buscado
está detrás de lo que se manifiesta en la superficie sino también porque
la responsabilidad de lo enunciado, tanto en la información explícita
como en la implícita, no está a cargo de un sujeto específico, sino que
se diluye en una especie de sujeto universal o anónimo, al mostrarse
como una constatación o una verdad científica, a través de expresiones
que tienen como núcleo un nombre y no un verbo (Fernández Lagunilla,
1999). Por eso ideologizar todo, aun la propia definición de ideología,
suele ser una tarea frecuente, no exenta de resultados divergentes.
En la misma línea de la comunicación política, Eliseo Verón (1995) distingue la ideología como “enunciado” y como “enunciación”.
La primera estaría compuesta por todo aquello que es identificable del
partido y le es funcional. Aquí se incluyen cuestiones tan simples como
ciertos registros lingüísticos propios del partido, incluso símbolos,
como también temas que son representativos de esa posición ideológica y
tradiciones que le dan identidad. En su segunda acepción, la ideología
como enunciación está definida por lo que Fernández Lagunilla (1999)
identifica como implícitos. Hay que buscarla, por tanto, detrás de lo
que se dice, haciendo un recorrido de los discursos para comprobar las
tendencias. Ciertamente, suele esconderse en sujetos anónimos o
expresiones de afirmación general, que se toman como supuestos
admitidos. Con todo, es materia susceptible de estudio a través del
análisis del discurso.
Así,
se sabe que la construcción de significados duros es una labor de
proceso. Sin embargo, es importante revalorizar y comprender el
concepto de ideología desde una mirada contemporánea, máxime cuando se
refiera a un término con un uso tan amplio y variado como la palabra “ideología”, que carga con una evidente promiscuidad de excesos semánticos.
Las ambigüedades son recurrentes,
desde posiciones como la de Giovanni Sartori (1969), quien la considera
típicamente como una dogmática, rígida e impermeable aproximación a la
política; la de Clifford Geertz (1973), para quien es un mapa de la
realidad de la problemática social y de matrices para la creación de
conciencia colectiva; la de Mostafa Rejai (1991), quien la entiende
cargada de emociones, saturada de mitos y de sistemas de creencias y
valores acerca de las personas y la sociedad, de la legalidad y la
legitimidad, que generan materia de fe y hábitos, comunicados por
símbolos de una manera simple, económica y eficiente, con más o menos
coherencia, más o menos abierta a nueva evidencia e información y con
alto potencial para la movilización de masas, la manipulación y el
control; hasta posturas como las de Herbert Mc Closkey (1964), quien la
concibe como un sistema de creencias que, elaboradas, integradas y
coherentes, justifica el uso del poder, explica y juzga los eventos
históricos, identifica lo correcto y lo malo en la política, y sirve de
interconexión con otras esferas de actividades (Gerring, 1997: 957-959).
Algunos
sostienen que el concepto de ideología ha sido utilizado en tres
sentidos importantes (Abercrombie, Hill y Turner, 1980): 1) como tipos
específicos de creencias; 2) como una creencia falsa o distorsionada
(visión marxista), y 3) como un conjunto de creencias que abarcan el
conocimiento científico, la religión y las creencias cotidianas sobre
las conductas apropiadas, sin importar si son verdaderas o falsas.
Varias
de las definiciones apelan a una cierta visión del mundo que algunos
denominan a través de supuestos equivalentes como creencia, mito, valor,
pero que suelen verse como muy pequeños para reemplazar la
grandilocuencia del término. Más cerca se está entonces del sistema de creencias, del sistema de símbolos (Gerring, 1997: 961). Estas definiciones se aproximan bastante a una versión “más consensuada del término” desde
un significado que Norberto Bobbio llama “débil”, conceptualizando la
ideología como un conjunto de ideas y valores concernientes al orden
político cuya función es guiar los comportamientos políticos colectivos (Shils, 1977).
Desde ya es necesario realizar una aclaración, y es que la
definición de ideología puede estar asociada a factores que sólo
podrían cobrar sentido en una situación temporal y espacial específica.