El
10 de septiembre de 2001, la valoración positiva de la presidencia de
George Bush era del 51% de la población. Al día siguiente tuvieron lugar
los ataques a las torres gemelas. El 15 de septiembre, la valoración
positiva de Bush era del 86%. Había subido unos increíbles 35 puntos. El
22 de septiembre, después del lanzamiento de la “guerra contra el
terror”, llegó al 90% de valoración positiva, el récord en la historia política estadounidense.
La razón es el conocido como “Rally round the flag effect”. Este término politológico,
enunciado en 1970 por John Mueller, sugiere que en situaciones de
crisis, especialmente en conflictos internacionales o cuando existe un
enemigo a quien “culpar”, el pueblo cierra filas en torno a su líder y
se une para salir adelante, todos a una.
Para entender mejor este efecto, especialmente en George W. Bush, recomiendo leer el interesantísimo artículo “Anatomy of a Rally Effect: George W. Bush and the War on Terrorism”, en la revista Political Science&Politics. Pero no es el único caso. Luis Arroyo hablaba
de este efecto en Jimmy Carter, durante el rescate de los rehenes en
Irán (pasó del 32% al 58% de aprobación). También sucedió con la crisis
de los misiles de Cuba en 1962, cuando Kennedy pasó de un 61% de
aprobación al 73%. En septiembre de 2012, China hizo un llamamiento
nacionalista a la población para defender las islas Sendaku, lo que hizo
mejorar mucho la aprobación de su gobierno. Un enemigo exterior o una gran acción patriótica ayuda a focalizar los apoyos en el gobierno.
Pero
analizándolo, observo que el Rally round the flag effect también podría
ser extensible después de la muerte de un presidente. Después de la
muerte de Franklin Roosevelt, su vicepresidente, Harry Truman, que
ascendió al poder, partía ya con una aprobación del 87%, el record
absoluto de su mandato. Años después, en el siguiente caso, al morir
John F. Kennedy, su vicepresidente Lyndon B. Johnson partía con una
aprobación del 79% (también el record de su mandato).
A
la muerte de un líder, el período de duelo abarca semanas, y es su
sucesor, siempre que lo haya decidido el presidente fallecido, quien
consigue no solo igualar la aprobación que tuviera el anterior
mandatario, sino superarla
con creces. La de Roosvelt era del 70% a su muerte -87% para Truman al
día siguiente-, y la de Kennedy del 58% -79% de Johnson al día
siguiente-.
Pasó también con la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a la muerte de su marido, el expresidente Néstor Kirchner, pasando de un 35% de valoración positiva a un 56%.
Pasó también con la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a la muerte de su marido, el expresidente Néstor Kirchner, pasando de un 35% de valoración positiva a un 56%.
Murió
el presidente venezolano, Hugo Chávez, que gozaba de un 70,3% de
aprobación. Asume la presidencia Nicolás Maduro, que en 30 días debe convocar nuevas elecciones.
Maduro era el segundo del líder ausente, el elegido, y a partir de
ahora, el centro de atención del efecto “rally round the flag”. Ya en
su discurso de ayer, al anunciar la muerte de Chávez, ya hablaba de ello y buscaba –consciente o inconscientemente- este efecto: “En
este dolor inmenso de esta tragedia histórica que hoy toca a nuestra
Patria, nosotros llamamos a todos los compatriotas, hombres y mujeres de
todas las edades […] Mucho coraje, mucha fuerza, mucha entereza; tenemos que crecernos por encima de este dolor y de estas dificultades; tenemos que unirnos más que nunca, la mayor disciplina, la mayor colaboración, la mayor hermandad; vamos a crecernos”.
Si
no hay muchas novedades, Maduro ganará sin problemas las elecciones,
por ser quien es, pero sobre todo, porque es el elegido del líder que
acaba de morir. Ha muerto un Presidente, pero ha nacido un mito. La gente, por un tiempo, seguirá votando al mito, y a lo que representa.