PERO

Leemos en http://thewatcherblog.wordpress.com/2015/01/11/pero/

PERO. En los últimos cuatro días he leído demasiadas veces esa palabra. Normalmente introduciendo una adversativa tras una declaración de buenas intenciones de perogrullo. «Condeno el uso de la violencia PERO». «Estoy a favor de la libertad de expresión PERO». Hablo, claro, de las reacciones al atroz, terrible crimen que varios terroristas cometieron en París y que acabó con las vidas de diecisiete personas, entre ellas cinco dibujantes de la revista Charlie Hebdo, blanco del ataque. En un primer momento, cuando sucedió, me quedé completamente bloqueado. Incapaz de reaccionar, ni mucho menos de escribir sobre lo que había pasado. No quería escribir en caliente, no quería decir cosas en público de las que luego pudiera arrepentirme. Quería tener cierto duelo antes de hablar, porque el dolor en ocasiones no es buen consejero. Y esto me ha dolido muchísimo. Necesitaba distancia y cierta reflexión. Por desgracia, fui de los pocos que pensó así.

Desde el instante siguiente al ataque las redes comenzaron a llenarse de opiniones de personas que resultaron ser expertas en el Islam —aunque confundieran árabe con musulmán; pequeños detalles sin importancia—, en libertad de expresión, en geopolítica en general y en la historia de la Charlie Hebdo en particular. Y así, junto a la farsa habitual y esperable —medios que llevan años secuestrados por intereses políticos y económicos diciendo que ellos también son Charlie, el gobierno de Rajoy haciéndose cruces mientras aprueba la Ley Mordaza— he asistido con pena y rabia a un desfile de opiniones lanzadas desde la izquierda, o desde cierta izquierda, o desde ciertas personas de izquierda.

Pienso que hay, en ciertas personas, una necesidad de disentir casi patológica, de ir más allá de la mayoría, incluso de los de su cuerda, de ver lo que nadie ve, de querer ser más papista que el papa: de ser más izquierda que nadie. Normalmente esto conlleva una seriedad exagerada, un ansia de trascendencia que deviene en una superioridad moral tan dañina como la de la derecha más tradicional. Desde arriba, nos juzgan y señalan nuestros pecados. Y se pasan, claro. Creo de veras que cierta izquierda, en esa especie de carrera por ver quién es más abierto, tolerante y respetuoso, han acabado dando la vuelta completa y cayendo en cierto tipo de conservadurismo. Es lo que ha sucedido estos días en torno a Charlie Hebdo.

Obviamente muchas de esas personas ni siquiera conocían la revista previamente. A partir de cuatro portadas que satirizaban el Islam se han formado una rápida opinión para desmarcarse de la corriente y descubrirnos que ahora lo verdaderamente de izquierdas es censurar y poner límites, porque, claro, Charlie Hebdo es una revista islamófoba. Porque satiriza el Islam. Da lo mismo que durante sus cinco décadas de historia hayan disparado a todo y a todos, da lo mismo que tengan multitud de portadas y chistes donde arremeten contra otras religiones, incluyendo la católica. Da lo mismo que hayan cargado abiertamente contra la derecha y contra las políticas xenófobas de la misma, da igual que varios de los dibujantes sean de origen árabe. Han visto una imagen en la que han detenido la mirada tres segundos y eso es suficiente para sentar cátedra.

Criticar el Islam es racista y xenófobo, dicen. Es una falta de respeto innecesaria a las creencias de unas personas. Ok. Supongo entonces que toda esa gente se sentirá fatal cuando Mongolia ridiculiza las creencias de los católicos españoles. Pero no, por supuesto. A esas personas de izquierda les parece bien eso, les parece bien la crítica sin límites a nuestras tradiciones, entienden que eso es progresista, y de hecho ponen el grito en el cielo con cada condena de nuestra deficiente legislación a un humorista. Porque, dicen, la libertad de expresión es sagrada. Cómo ha cambiado el cuento en tres días. De repente, las mismas personas que seguramente compartirían entusiasmados viñetas de El Papus de los años setenta cargando contra la Iglesia, los mismos que quizás sin saber su procedencia hayan aplaudido antes alguna portada de Charlie Hebdo crítica con Franco— por ejemplo—, nos dicen que libertad de expresión sí PERO.

Nos estamos equivocando terriblemente. En serio. Si ése va a ser el discurso, si la izquierda va a ser así, perdón pero yo me bajo. Esto no es ser de izquierdas, o al menos no es la idea que yo tengo de ser de izquierdas. Primero: la oración «Estoy a favor de la libertad de expresión» debe ser simple y terminar con un punto. No admite matices. Si los tiene, entonces ya no es libertad. Si consideras que una cosa es la libertad de expresión y otra faltar al respeto, entonces no has entendido absolutamente nada. La libertad de expresión incluye la posibilidad de faltar al respeto. Porque si tenemos que respetar las creencias, entonces tenemos que respetarlas todas; incluso las absurdas o las que sólo sostiene una persona. Lo cual equivale a decir que no podemos reírnos de nada. Pero si la cuestión es que alguien considera que no puede satirizarse una religión porque es la que profesa un pueblo oprimido, entonces vamos todavía peor. Primero, por el paternalismo etnocentrista de quien está intentando ser más tolerante y multicultural que nadie. Y segundo, porque precisamente es la versión dura de esa religión la que está oprimiendo a millones de árabes. Musulmanes o no, religiosos o no. Estáis errando el tiro: no es con el radicalismo y el fanatismo con el que debéis ser tolerantes. No son «sus costumbres»; es un sistema de control totalitario y asfixiante que está matando, sobre todo, árabes. Que oprime a las mujeres, que castiga la disidencia, que tortura. Que hace todo lo que aquí hemos luchado, desde la izquierda, por erradicar. Y ahora, por no querer pecar de lo que con acierto denunciáis en la derecha, por no dar pie a que nadie dude de vuestro respeto a otras culturas, estáis comulgando con ruedas de molino. Ruedas de molino peligrosas, además. Y se cae en una esquizofrenia cultural llamativa: se defiende el velo porque las monjas también llevan la cabeza cubierta y al mismo tiempo se critica la iglesia católica por relegar a las mujeres a ese rol. Se exige el laicismo para nosotros pero se respeta el integrismo para ellos. Sólo que ya no hay un nosotros separado de un ellos. No me extiendo aquí porque me faltan conocimientos y porque precisamente ayer leí, vía Pepo Pérez, este artículo de Ilya U. Topper al que os remito, porque creo que expone la cuestión con claridad cristalina.

No es una cuestión cultural. Se trata de opresión y tiranía. Y, creedme, a nadie le gusta ser oprimido. Pensaba que eso sí lo teníamos claro. Si ante la prohibición de dibujar a Mahoma la respuesta es no dibujarlo, entonces han ganado los opresores. «¿Por qué molestar?», se preguntan algunos; «De acuerdo, a favor al cien por cien con la libertad de sátira de Charlie Hebdo, pero si sabían lo que podía pasar, para qué arriesgarse?». El argumento del miedo me apena más incluso que el anterior, que más bien me cabreaba. «¿Qué necesidad hay de provocar? Hombre… seamos juiciosos». Tanto darle vueltas a los límites del humor y de la libertad de expresión para llegar a la conclusión de que el límite está en las pistolas. Así de triste. Di lo que quieras pero si te pueden pegar un tiro, cállate. Esto no me lo estoy inventando, ni estoy haciendo parodia: son comentarios que se escuchan y leen en estos días, dichos por gente supuestamente tolerante y abierta. «Se lo han buscado», «Ya sabían el riesgo que corrían». El argumento de ser tolerante con la intolerancia porque las consecuencias pueden ser sangrientas es, lo voy a decir claro, aterrador. Supone una derrota absoluta, en mi opinión, de unos valores y una ideología que debería buscar todo lo contrario: la valentía, el arrojo, la lucha por lo que se cree. Si nos metemos con unos porque no nos ponen bombas pero con los que sí lo hacen nos callamos, hemos perdido. Y ellos han ganado. Es un argumento que, tristemente, he tenido que ver cómo sostiene alguien por lo general tan lúcido como Joe Sacco, que para mi sorpresa toma la parte por el todo y se cuestiona si no tendríamos que respetar la exigencia de unos fanáticos para no molestar a millones de personas.

Pero, ¿sabéis? Quizás la pregunta sea lícita. Hablamos de vidas, es cierto. Hemos vivido días terribles. Charb, Cabu, Honoré, Tignous y Wolinski han muerto por dibujar. Otras doce personas ha sido igualmente asesinadas, supongo que, según los que intentan justificar en alguna medida lo que ha sucedido, por pasar por allí. Los cinco dibujantes habían «provocado»; ¿qué había hecho el resto, según los que argumentan con esos PEROS? Da igual, no quiero entrar en eso. Quiero hacerme preguntas. ¿Por qué se arriesgaron? Es cierto.

¿Por qué se arriesgaron a dibujar a Mahoma si sabían que los podían matar?

¿Por qué El Papus se reía de la ultraderecha si sabían que les podían poner una bomba?

¿Por qué negarse a pagar el impuesto revolucionario a ETA si sabes que te pueden pegar un tiro?

¿Por qué exigir democracia si te pueden torturar en una comisaría?

«Por qué los negros pedían derechos si sabían que el Ku Klux Klan acechaba?

¿Por qué no se quedaron en su casa Martin Luther King, Nelson Mandela o Malala Yousafzai?

¿Por qué hablar, por qué arriesgarse?

La respuesta es sencilla: porque nadie más lo hacía.

Mientras los demás sucumbían al miedo o eran víctimas de su propia confusión, los autores de Charlie Hebdo no cedieron. No se dejaron silenciar por la violencia, no rebajaron ni un ápice su sátira feroz contra quienes pretenden oprimir y recortar la libertad. No dejaron nunca de ser dignos de una tradición satírica profundamente francesa, que hunde sus raíces en el siglo XIX, en las figuras de autores como Honoré Daumier: tal vez él también debería haberse abstenido de caricaturizar el rey, y se habría ahorrado la cárcel.

El humor es libertad absoluta. El humor ofende, por supuesto que ofende. Para eso está. Para señalar al poderoso, para denunciar la injusticia, para gritar allí donde los demás callan. Para jugársela, por todos nosotros. También por los que tuercen el gesto, también por los que opinan que va «demasiado lejos». Ahora todos son Charlie Hebdo. Pero no es cierto. La mayoría callamos mientras ellos se la jugaban, mientras se ponían conscientemente en el punto de mira porque lo contrario era la derrota que, tal vez, estemos viviendo estos días. Hago mías las lúcidas palabras de Isaac Rosa en el homenaje de Orgulo y satisfacción: «“Yo soy Charlie”, repetimos todos estos días. Pero qué va. Charlie eran solo unos pocos, los que se jugaron la vida». Así es. No soy Charlie, no me atrevería a decir que lo soy, porque no tuve el valor de hacer lo que ellos hicieron. Ahora, lamentablemente, tenemos que asistir al juicio desinformado a su labor por parte de quienes se dicen defensores de la libertad. Y tenemos que ver cómo una ultraderecha a la que siempre atacaron capitaliza su tragedia, y cómo gentes que querrían prohibir la sátira contra sus creencias proclaman la libertad de expresión para criticar las de enfrente.

No hay que estigmatizar a quien elige no jugársela. Pero tampoco podemos criminalizar a quien sí tiene el valor para ello, porque es perverso. Y quiero decir para terminar que estoy lleno de dudas. Cada vez más. Y que por eso me asombra que muchos tengan perfectamente claro y ordenado el mundo en su cabeza y puedan juzgar con tanta alegría unos hechos y a unas personas desde el minuto uno. Me maravilla tanta certeza en un mundo tan complejo; ojalá yo tuviera tanta seguridad ideológica, ahorra muchos disgustos. Pero sí creo tener algo claro: como sociedad no podemos ceder. Si lo hacemos, si dejamos de hacer humor no ya para no herir susceptibilidades, sino para que no nos vuelen la cabeza, esto no terminará nunca. Será la mayor victoria del terror, y el mayor fracaso de todos los que queremos libertad, de cualquier parte del mundo. Y será el peor favor que hacerles a los millones de árabes que son las primeras víctimas del fanatismo, por añadidura. Pero no puedo ser optimista. No con lo que estoy presenciando. La corrección política es peligrosísima; no sabéis cuánto. Deviene en un nuevo conservadurismo que rápidamente se volverá en nuestra contra. Ya lo está haciendo.

Charlie Hebdo: gracias. Lo siento. No os merecéis las balas; tampoco os merecéis tanto PERO.

Umberto Eco: "El mundo está en guerra y el estado islámico es el nuevo nazismo"

Guerra sin declarar


El escritor y semiólogo italiano Umberto Eco considera que el mundo se encuentra en guerra y que la organización radical Estado Islámico es el nuevo nazismo.



En una charla con el diario Il Corriere della Sera, publicada este jueves tras el sangriento atentado en París contra la revista satírica Charlie Hebdo en el que murieron 12 personas, Eco, de 83 años, confiesa que se siente como cuando era niño y su país estaba siendo bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial.

"Han cambiado las modalidades de la guerra; hay una guerra en curso y nosotros estamos metidos hasta el cuello, como cuando yo era niño y vivía mis días bajo los bombardeos que podían arribar de un momento a otro sin que yo lo supiera", reconoció.

Para uno de los intelectuales más destacados de Italia y autor de varios ensayos sobre el islam, el método que emplea la organización yihadista, con una estructura militar y administrativa en los territorios sirios e iraquíes bajo su control, es "apocalíptico".

"Lo que sí se puede decir hoy en día es que el grupo Estado Islámico es una nueva forma de nazismo, con sus métodos de exterminio y su voluntad apocalíptica de apoderarse del mundo", comentó. La organización extremista, que lanzó en setiembre una llamada a los musulmanes a matar a civiles y militares de los países miembros de la coalición internacional, "se quiere apoderar del mundo", recalcó.

El autor de la premiada novela El nombre de la rosa recordó que las grandes guerras fueron desencadenadas por religiones monoteístas. "Han sido las religiones del libro las que han provocado las guerras para imponer la idea contenida en sus textos", explicó.

"¿Ha visto alguna vez que animistas hayan intentado conquistar el mundo con las armas?", se interroga al explicar las razones por las que se han desatado guerras en el curso de la historia de la humanidad.

Durante la charla, Eco reconoció que todos los grandes cambios "aterrorizan", pero considera que sería igualmente terrible la perspectiva de que un gran centro comercial sustituya a una catedral, una visión que podría realizarse.

Slavoj Žižek sobre la masacre de Charlie Hebdo: ¿están los malos llenos de apasionada intensidad?


Qué frágil debe ser la creencia de un islamista si se siente amenazado por una caricatura estúpida en un periódico semanario satírico, dice el filósofo esloveno.




Ahora, cuando todos estamos en un estado de shock después de la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo, es el momento adecuado para reunir el coraje de pensar. Debemos, por supuesto, condenar sin ambigüedades los asesinatos como un ataque a la propia esencia de nuestras libertades, y condenarlos sin salvedades ocultas (del estilo de "Charlie Hebdo, sin embargo, provocó y humilló demasiado a los musulmanes"). Pero tal patetismo de la solidaridad universal no es suficiente - debemos pensar más allá.

Tal pensamiento no tiene nada que ver con la relativización barata del crimen (el mantra de "¿quiénes somos nosotros, los occidentales, autores de terribles masacres en el Tercer Mundo, para condenar estos actos?"). Tiene aún menos que ver con el miedo patológico de muchos izquierdistas liberales occidentales de sentirse culpables de islamofobia. Para estos falsos izquierdistas, cualquier crítica del Islam es denunciado como una expresión de la islamofobia occidental; Salman Rushdie fue denunciado por provocar innecesariamente a los musulmanes y por lo tanto (en parte, por lo menos) responsable de la fatwa que lo condenaba a muerte, etc. El resultado de tal actitud es lo que uno puede esperar en estos casos: mientras más se abisman los izquierdistas liberales occidentales en su culpabilidad, más son acusados por los fundamentalistas musulmanes de ser hipócritas que tratan de ocultar su odio al Islam. Esta constelación reproduce perfectamente la paradoja del superyó: cuanto más obedeces lo que el Otro te exige, más culpable eres. Como si cuanto más tolerante fueras con el Islam, más fuerte habrá de ser su presión sobre ti. . .

Es por esto por lo que me parecen también insuficientes las llamadas a la moderación, en la línea de la afirmación de Simon Jenkins (en The Guardian, 7 de enero) de que nuestra tarea es "no reaccionar de forma exagerada, no sobre-publicitar las consecuencias. Hay que tratar cada caso como un horrible accidente pasajero"- el ataque a Charlie Hebdo no era un mero "horrible accidente pasajero". Siguió una agenda religiosa y política precisa y, como tal, era claramente parte de un patrón mucho mayor. Por supuesto que no debemos reaccionar de forma exagerada, si por tal se entiende sucumbir a una ciega islamofobia - pero debemos analizar despiadadamente este patrón.

Lo que es mucho más necesario que la demonización de los terroristas en fanáticos suicidas heroicos es una refutación de este mito demoníaco. Hace mucho tiempo Friedrich Nietzsche percibió cómo la civilización occidental se estaba moviendo en la dirección del último hombre, una criatura apática, sin gran pasión o compromiso. Incapaz de soñar, cansado de la vida, que no toma riesgos, buscando sólo el confort y la seguridad, una expresión de la tolerancia hacia el otro: "Un poco de veneno de vez en cuando: esto hace los sueños más agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte agradable. Ellos tienen sus pequeños placeres para el día a día, y sus pequeños placeres de la noche, pero tienen un sentido para la salud. "Hemos descubierto la felicidad," - dicen los últimos hombres, y parpadean".


Efectivamente, puede parecer que la división entre el permisivo Primer Mundo y la reacción fundamentalista hacia éste pasa cada vez más por una la línea que opone llevar una vida satisfactoria llena de riquezas materiales y culturales, frente a dedicar la vida a una causa trascendente. ¿No es este antagonismo el que existe entre lo que Nietzsche llama nihilismo "pasivo" y "activo"? Nosotros, en Occidente, somos los nietzscheanos últimos hombres, inmersos en placeres cotidianos estúpidos, mientras que los radicales musulmanes están dispuestos a arriesgarlo todo, comprometidos en la lucha hasta su autodestrucción. La "Segunda Venida" de William Butler Yeats refleja perfectamente nuestra difícil situación actual: "Los buenos carecen de toda convicción, mientras que los malos están llenos de apasionada intensidad." Esta es una excelente descripción de la actual división entre liberales anémicos y fundamentalistas apasionadas. "Los buenos" ya no son capaces de participar plenamente, mientras que "los malos" participan de un fanatismo religioso racista y sexista.

No obstante, ¿lo que hacen los fundamentalistas terroristas encaja realmente con esta descripción? Aquello de lo que obviamente carecen es de una característica que es fácil de discernir en todos los fundamentalistas auténticos, de los budistas tibetanos a los Amish en los EE.UU.: la ausencia de resentimiento y la envidia, la profunda indiferencia hacia modo de vida de los no creyentes. Si los llamados fundamentalistas de hoy creen realmente que han encontrado su camino a la verdad, ¿por qué deberían sentirse amenazados por los no creyentes?, ¿por qué deberían envidiarlos? Cuando un budista se encuentra con un hedonista occidental, difícilmente lo condena. Él sólo señala con benevolencia que la búsqueda de la felicidad hedonista es contraproducente. En contraste con los verdaderos fundamentalistas, los terroristas pseudo-fundamentalistas están profundamente molestos, intrigados, fascinados, por la vida pecaminosa de los no creyentes. Uno puede sentir que, en la lucha contra el pecado de los otros, están luchando contra su propia tentación.

Es aquí donde el diagnóstico de Yeats se queda corto ante la difícil situación actual: la intensidad apasionada de los terroristas es prueba de una falta de verdadera convicción. ¿Cuán frágil debe ser la creencia de un musulmán si se siente amenazada por una caricatura estúpida en un periódico satírico semanal? El terrorismo fundamentalista islámico no está basado en la convicción por los terroristas de su propia superioridad y en su deseo de salvaguardar su identidad cultural y religiosa de la embestida de la civilización global de consumo. El problema de los fundamentalistas no es que los consideremos inferiores a nosotros, sino más bien que secretamente ellos mismos se consideran inferiores. Por eso nuestra condescendiente y políticamente correcta aseveración que no sentimos superioridad respecto de ellos sólo los pone más furioso y alimenta su resentimiento. El problema no es la diferencia cultural (su esfuerzo por preservar su identidad), sino el hecho opuesto de que los fundamentalistas ya son como nosotros, pues han interiorizado secretamente nuestros hábitos y miden por ellos. La paradoja subyacente en todo esto es que en realidad carecen precismente de una dosis de esa convicción "racista" en la propia superioridad.

Las recientes vicisitudes del fundamentalismo musulmán confirman la vieja visión de Walter Benjamin de que "cada ascenso del fascismo es testigo de una revolución fracasada": el auge del fascismo es el fracaso de la izquierda, pero a la vez una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción, que la Izquierda no fue capaz de movilizar. ¿Y no es lo mismo que sostiene hoy el llamado "islamo-fascismo"? ¿No es el ascenso del islamismo radical exactamente correlativo a la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes? Cuando, allá por la primavera de 2009, los talibanes se apoderaron del valle de Swat en Pakistán, el New York Times informó que diseñaron "una revuelta de clases que hizo estallar profundas fisuras entre un pequeño grupo de ricos terratenientes y sus arrendatarios sin tierra". Sin embargo, si al "aprovecharse" de la difícil situación de los agricultores, los talibanes están "haciendo saltar la alarma sobre los riesgos para Pakistán, que sigue siendo en gran medida feudal", ¿qué impide que los demócratas liberales en Pakistán, así como los de EE.UU., "aprovechen" de forma semejante esta difícil situación y traten de ayudar a los campesinos sin tierra? La triste consecuencia de este hecho es que las fuerzas feudales en Pakistán son el "aliado natural" de la democracia liberal...

Entonces, ¿qué decir acerca de los valores fundamentales del liberalismo: la libertad, la igualdad, etc.? La paradoja es que el liberalismo en sí no es lo suficientemente fuerte como para salvarlos a la embestida fundamentalista. El fundamentalismo es una reacción -una falsa, desconcertante, reacción, por supuesto- en contra de un fallo real del liberalismo, y es por ello por lo que una y otra vez es generado por el liberalismo. Abandonado a sí mismo, el liberalismo lentamente se hunde - lo único que puede salvar a sus valores fundamentales es una izquierda renovada. La clave para que este legado sobreviva es que el liberalismo necesita la ayuda fraterna de la izquierda radical. Esta es la única manera de derrotar el fundamentalismo, barrer el suelo bajo sus pies.

Pensar en respuesta a los asesinatos de París significa desprenderse de la autosatisfacción de suficiencia de un liberal permisivo y aceptar que el conflicto entre la permisividad liberal y el fundamentalismo es en última instancia un conflicto falso -un círculo vicioso de dos polos que se generan y se presuponen mutuamente. Lo que Max Horkheimer había dicho sobre el fascismo y el capitalismo ya en 1930 -los que no quieren hablar de manera crítica sobre el capitalismo también deberían guardar silencio sobre el fascismo- habría de aplicarse también al fundamentalismo de hoy: los que no quieren hablar críticamente sobre la democracia liberal también deben guardar silencio sobre el fundamentalismo religioso.

Slavoj Žižek