Por Mario Wainfeld
“Todos
queremos las PASO”, describe un pre-presidenciable del Frente para la
Victoria (FpV). La primera persona del plural comprende a la dirigencia
kirchnerista y también a la oposición. Las Primarias Abiertas
Simultáneas y Obligatorias (PASO, para los amigos) son uno de los
interesantes avances de la Reforma Política. Fueron subaprovechadas
hasta ahora, tanto en 2011 como en 2013. Su aceptación parece haberse
ampliado, con la mirada puesta en el 2015. Más allá de sus virtudes
(participación ciudadana en conformación de las listas, ordenamiento de
las preferencias, limitación de transfugueadas preelectorales berretas),
los participantes de todo pelaje atienden a la utilidad táctica. Para
el polícromo espectro opositor facilitan coaliciones sin atravesar
algunos de sus requisitos de manual: acuerdos programáticos así fueran
imprecisos, pactos de convivencia. Sin un liderazgo preciso, las PASO
podrían ser un atajo a la unidad, con la zanahoria de la conveniencia.
El mínimo denominador común (apodémoslo “cero por ciento K” o “ciento
por ciento anti K”) está a buena distancia de ser un proyecto de país,
pero puede fungir de argamasa para sumar parcialidades.
A su vez, los potenciales candidatos del FpV calculan que sin re
reelección, sin un delfín ungido y sin una figura que le “junte la
cabeza” al conjunto, la interna vía las PASO puede servir para sumar y
contener. Hace un año o un poquito menos, era más habitual pensar que la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner nominaría a su hipotético(a)
candidato(a). La interpretación dominante hoy día es que dejará que
“florezcan cien flores” o un puñado de ellas. La “herramienta” (está de
moda describir así a las PASO) alienta a que sean unos cuantos los
dispuestos a “jugar”. Desde luego –de política hablamos– los cálculos se
hacen en base a las coordenadas político-económicas delineadas desde
agosto del año pasado. Si mejoran o empeoran mucho, habría que ver.
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Parafraseando al protagonista mencionado en las primeras líneas en
el kirchnerismo, “todos” tienen una primera lista de eventuales
candidatos, que la prensa también ha fatigado. El gobernador Daniel
Scioli está inscripto desde hace mucho y sus actitudes le han valido que
los compañeros K le reconozcan que “juega acá” resistiendo la
convocatoria del massismo y las diatribas de la prensa dominante. La
propia Presidenta lo viene haciendo, desde la campaña electoral del año
pasado.
Dos colegas, el chaqueño Jorge Capitanich y el entrerriano Sergio
Urribarri, están en la lista. El ministro del Interior Florencio
Randazzo se anotó y tiene un grado de reconocimiento entre sus pares.
Tal vez sean esos los “pre” más instalados. El presidente de la
Cámara de Diputados, Julián Domínguez, insinúa ambiciones. El senador
Aníbal Fernández anunció que no desiste de sus chances. El “goberna”
salteño Juan Manuel Urtubey asoma la cabeza de vez en cuando. En el
relativismo de esta crónica (falta mucho, parte del análisis es opinión
del cronista) podría ubicárselos, hasta acá, con un potencial menor.
Scioli tiene un capital acumulado mayor que sus contendientes, por
ahora. Mayor conocimiento público, un nivel de aceptación amiantado a un
grado difícil de explicar.
Coqui Capitanich fue colocado por la Presidenta en un puesto de
extrema visibilidad, que lo hará reconocible por muchos ciudadanos. Y un
grado de responsabilidad que ata sus perspectivas futuras al devenir
del Gobierno, esto es de la situación general. El Ministro Jefe está
expuesto, es muy activo, habla a diario..., su ponderación queda
adherida a la de la gestión que acomete. Con el tiempo se verá si ese
sitial le granjea aceptación masiva.
Urribarri y Randazzo también dependen en buena dosis de sus
desempeños como gobernador o como ministro. Randazzo lo sinceró
vinculando su porvenir a cómo funcionen los trenes.
Los demás esperan su turno y nada indica que se haya cerrado la
inscripción. Vaya un ejemplo sólo como muestra. La militancia del
Movimiento Evita clamó (en un masivo plenario de su militancia) por
tener un candidato bien representativo del proyecto kirchnerista. Era un
modo de distanciarse en especial de Scioli, pero la consigna puede
trascenderlo. Claro que construir un pretendiente aceptable para el
padrón nacional dista de ser tarea menuda.
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El vicepresidente Amado Boudou no está en ninguna mesa de arena de
sus compañeros dirigentes. Figurar en la fórmula presidencial, haber
sido ensalzado por la Presidenta y tener por una virtualidad un solo
mandato lo colocaban bien a fines de 2011. Desde entonces ha padecido
denuncias y asedio de los medios dominantes que complicaron su imagen
pública. Ese “debe” puede imputarse a la voluntad de los adversarios o
enemigos. Pero, además, Boudou no ha “construido” políticamente. No ha
sumado adhesiones, no formó o congregó agrupaciones, se fue diluyendo
aún intramuros de Palacio.
Los “linchamientos mediáticos” generan adhesiones de sus compañeros
pero, mayormente, no hay quien apueste a su proyección futura, la
promueva o hasta crea en ella. Las primeras figuras de La Cámpora y su
militancia no lo tienen en su cuadro de honor, por decir un eufemismo,
aunque no lo extrovertirán en público.
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“Todos” escrutan encuestas, no las divulgan y se cuidan mucho de
mostrarse apresurados. Scioli, atípico desde el vamos, hace excepción. Y
se da un lujo que rivales internos le recriminan: ostentar sus anhelos,
dialogar mucho más con opositores o grupos de poder. Ayer mismo estuvo
en Nueva York, en el Council of the Americas, mostrándose a su modo zen,
componedor e impreciso.
El gobernador suele reunirse desde hace meses con economistas que no
son “del palo”: Miguel Bein y Mario Blejer por caso. En semanas
recientes inmortalizó los encuentros con fotos-mensajes, a las que es
tan aficionado. Los contertulios son bien recibidos, por el gobernador y
figuras de su equipo de gobierno, entre quienes jamás faltan la
ministra de Economía, Silvina Batakis, y el jefe de Gabinete, Alberto
Pérez. Se les rinde eminencia a los expositores, los contertulios hasta
toman nota de sus palabras. Alguno de ellos traduce que es un modo de
competir con el ahora diputado Sergio Massa, quien congrega a varios
economistas, no todos compatibles entre sí. Como fuera, la galería
fotográfica de Scioli es una obsesión y una marca de fábrica: a esta
altura de la velada se puede cuestionar su encanto pero no su destreza
en el manejo de la imagen.
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Un sondeo incompleto entre figuras relevantes del kirchnerismo
(anche algunas mentadas líneas arriba) comprueba que muchos referentes
del oficialismo miran con agrado una propuesta opositora. Se trata de
modificar la exigencia de que la fórmula ganadora en las PASO represente
al partido o coalición respectivos en las elecciones generales, sin
admitir ningún tipo de cambios. La modificación propone que la fórmula
ganadora pueda retocarse en lo concerniente al vice: sea colocando al
candidato a presidente a quien resulte segundo en las primarias, sea
concertando un acuerdo al respecto.
Muchos protagonistas opositores y alguno de sus opineitors orgánicos
se extasían con la movida, atribuyéndole virtudes exorbitantes. Aunque
no se comparta la excitación, cabe decir que la reforma suena razonable.
Rige en otras latitudes, se aplicó por acá, contempla a las minorías,
es un modo de garantizar adhesiones de los perdedores. Por eso, en la
previa les apetece a rivales de distintas camisetas.
De aprontes tratamos, pero nadie se priva ni se apea ni deja de
pensar en ese porvenir. Scioli se confesó con uno de sus invitados VIP:
“Si las elecciones fueran mañana, pierdo. Pero no son mañana”. La
reflexión no es sólo suya: “todos” en el oficialismo saben que el actual
será un año espinoso en lo económico y conflictivo en lo social. Pero
se vota el año próximo y la floja aptitud del colectivo opositor desde
hace añares también cuenta. Ambos factores insuflan optimismo de la
voluntad ante un escenario por demás complejo.