Nueva York se enamora de los De Blasio

 



La última vez que Nueva York eligió a un alcalde de Brooklyn fue en 1973, y por aquel entonces la marca progresista, ecológica, artesanal y moderna de esta pedanía no era ni siquiera una posibilidad remota. Cuatro décadas después, la llegada de Bill de Blasio y su seductora familia al City Hall representa un hito en la ascensión de ese nuevo Nueva York que se viene gestando en las calles arboladas y viejas casas de ladrillo al otro lado del East River. Los De Blasio son el epítome del nuevo cool, ajeno a los rascacielos y próximo a las huertas urbanas, con expresivos peinados y una clara conciencia social.
El nuevo alcalde, que tomará posesión del cargo en enero, toma leche orgánica, recicla compulsivamente y le gusta llamar a la gente brother. Mide más de un metro ochenta y cuando su futura mujer le vio por primera vez, en 1991, estaba sentado en una silla en la que apenas cabía, hablando por teléfono. Charline McCray, aguerrida feminista lesbiana afroamericana, preparaba un comunicado de prensa y necesitaba saber a qué candidatos en las elecciones a la asamblea municipal apoyaba Dinkins, el alcalde negro para quien De Blasio trabajaba.
McCray, como ha explicado varias veces en los últimos meses, no había tenido ningún novio. Desde que entró en la universidad, lo suyo eran novias, que sucesivamente presentó a sus padres. La insistencia de Bill, que no se daba por vencido, acabó por convencerla. Más que el color de su piel, le preocupaba la diferencia de edad, ya que ella es seis años mayor. Sus padres le adoraron desde el primer momento.
Multirracia, progresista, sólida y cercana, la familia del nuevo alcalde es una excepción en Nueva York
Había crecido en Springfield (Massachusetts), donde su padre trabajaba en una base militar, y su madre, en una fábrica, un dato que ella, única estudiante negra en su colegio, ocultó a sus compañeros. La hostilidad del ambiente no la hizo callar, sino todo lo contrario: en el periódico del colegio publicó una columna denunciando la discriminación de la que era objeto. Fuera del colegio, su familia también sufría constantes afrentas. En el Wellesley College se incorporó al Combahee River Collective, una agrupación feminista afroamericana que plantaba cara a la exclusión. Poeta y escritora, Charline, de 58 años, trabajó en el departamento de prensa del Ayuntamiento de Nueva York, tuvo un puesto en la sección de relaciones públicas de Citigroup (que dejó tras 8 meses) y ha escrito discursos, entre otros, para el político William C. Thompson, que perdió ante Bloomberg en 2009 y ante De Blasio en las primarias del pasado septiembre. Los últimos años ha trabajado en un hospital de Brooklyn, y es precisamente el asunto de la sanidad uno de los puntos en los que ha influido más en el programa de su esposo. El cierre este año del único hospital del West Village, St. Vincent’s, donde la salvaron de un agudo ataque de asma sin tener seguro hace tres décadas, la enfureció, más aún al ver que allí se construían viviendas de lujo. Combativa y osada, Charline ha criticado sin disimulo a Bloomberg y su Administración enfocada en la prosperidad de unos pocos, y ha sido una pieza fundamental en la campaña de su esposo, escribiendo sus discursos y ayudándole a elegir a su equipo. Ha dicho que sus modelos son Hillary Clinton y Eleanor Roosevelt.
El factor sorpresa en la carrera que ha llevado a De Blasio a la alcaldía de Nueva York ha sido su hijo menor, Dante, o más concretamente su melena afro, que recibió elogios hasta del presidente Barack Obama. El joven de 16 años se ha convertido en toda una estrella mediática tras aparecer en uno de los anuncios de campaña explicando que su padre, el candidato, terminaría con los cacheos aleatorios, el llamado stop and frisk, que la policía lleva a cabo en Nueva York. Ante la pregunta de un periodista, confesó que solo se lava el pelo una vez a la semana (algo normal para este tipo de cabello), y ante la crítica en Twitter, su madre saltó como una leona: claramente quien escribió esto no tenía ni idea de los cuidados que requiere este pelo. Aún le quedan dos cursos en el instituto de Brooklyn, y es precisamente esto lo que hace que la familia se plantee si trasladarse a la casa oficial en Manhattan o no.
Los De Blasio al salir de su casa de Brooklyn. / REUTERS
La hija mayor de los De Blasio, Chiara, también ha tenido su papel bajo los focos. Lució una melena afro hace unos años, pero ahora esta estudiante de segundo curso en Ciencias de Medio Ambiente en una universidad de California apuesta por recogidos y vistosas coronas de flores que se añaden a sus piercing (ceja, orejas y nariz). Defiende la libertad capilar a toda costa frente a los alisados a los que se someten muchas mujeres negras. Y ella representa quizá el lado más hippy de la familia.
Así, Bill de Blasio ha convencido a un electorado tan diverso como el que habita en las calles de Nueva York y se ha impuesto en barrios de mayoría hispana, afroamericana, blanca, en zonas ricas y pobres. Antes convenció a Charline de cambiar su opción sexual y formar una familia, y el matrimonio se instaló en Brooklyn hace 22 años. En 2000 compraron una casa de ladrillo, un brownstone, por apenas 450.000 dólares, y hoy está valorada en más de un millón. En el jardín, Bill tiene una huerta con tomates y pimientos. Sus hijos son vegetarianos; él aún come carne. Ha sido un miembro muy activo en el comité de padres del colegio público donde estudiaron sus hijos y es un frontal opositor a los colegios concertados que han proliferado durante la Administración de Bloomberg.
Hijo de neoyorquinos —su padre, de Staten Island; su madre, de familia inmigrante napolitana—, Bill creció en Boston y es seguidor del equipo de béisbol de esa ciudad, los Red Sox, quizá la única tacha en su filiación a Brooklyn y Nueva York. De su madre —que le tuvo a los 43 años— recibió unos firmes valores progresistas, y ella acabó viviendo en el mismo barrio que Bill, Park Slope, en 2003 hasta su fallecimiento en 2007. Los inquilinos que De Blasio tiene ocupando ese dúplex han hablado muy bien de él y de Charline.

Los cantos de la Transición española

Antes de viajar a Nicaragua, de hacer un posgrado sobre América Latina y de apoyar la causa sandinista, Bill de Blasio viajó a España un verano, cuando estudiaba en NYU. Iba con un compañero de universidad, y juntos cambiaron la letra de una canción de los Ramones, I want to be sedated, para entonar un verso que decía “Nunca me confundas con Francisco Franco. / Lo sé, lo sé, lo sé. / Yo quiero ser Juan Carlos!”.
Multirracial, sólida, progresista y cercana, la atractiva familia del nuevo alcalde es una excepción en Nueva York; según el censo de 2010, solo un 1% de los chicos de esta ciudad menores de 18 años son fruto de parejas mixtas. El número es mucho mayor en otras ciudades de EE UU, aunque en Nueva York ha subido de 10.500 en 2005 a 17.500 en 2010.
De Blasio se impuso en las primarias de septiembre a la disfuncionalidad de Anthony Weiner (el excongresista que fue por segunda vez pillado mandando fotos porno por Twitter); a Christine Quinn, la primera candidata lesbiana con amplia experiencia en la administración de la ciudad, y al afroamericano William C. Thompson, un peso pesado en el partido. Y resultó que ellos, los De Blasio, tenían algo de todo esto en su historial y además Brooklyn.