La promesa de la #marcapolítica en el #votojoven


Por Rubén Weinsteiner

La marca política es un dispositivo disparador de significados a la mente de los votantes, que se articulan en una promesa de marca que les da sentido.

La promesa de la marca política, es lo que ésta dice que hará por sus votantes. O dicho de otro modo, lo que sus votantes perciben que pueden esperar de ella.

Esa promesa debe ser relevante para los votantes y diferente a las de los competidores. Esa diferencia, debe ser visible y notable para los diferentes segmentos, interpelados por la marca política.

El votante adulto va al mercado de las marcas políticas a resolver problemas y a satisfacer necesidades, y lo hace en un marco de clivajes y creencias muy instalados que funcionan emocionalmente en piloto automático. Convicciones, amores, odios, tradiciones y prejuicios, articulados en historias personales e internalizados en anclajes emotivos, que no son cuestionados a la hora de recrear el sistema de preferencias. El joven también busca resolver problemas y satisfacer necesidades, pero en lugar de recrear valoraciones y etiquetas instaladas, el voto joven busca adoptar marcas políticas para cumplir sueños, desafiar poderes inmensos, en luchas con final abierto, y sobre todo interrogar a la marca acerca de quién es, en que cree y cuan autentica es.

En el voto joven, a diferencia del voto mayor, pesa más el desafío que la memoria, la contestación positiva que la afirmación propositiva.


Una estrategia de marca política eficaz en el voto joven, debe buscar generar en las mentes de los votantes jóvenes, un grupo de asociaciones distintivas y diferenciales, despojadas de todo artificio e impostura, que ayuden a visibilizar valores, atributos y beneficios, que den sustento a la promesa de la marca de forzar la realidad, desafiar poderes grandes, en luchas que se pueden perder, e instalar sueños en la agenda.

La marca política está condicionada por los competidores y por el escenario de condiciones objetivas. Si cambian los competidores o el escenario, la marca no puede permanecer inmutable.

La promesa de la marca política, debe estar íntimamente ligada al reason why del candidato, el para qué quiere llegar al poder. Esa relación entre identidad y promesa de marca política, permite la identificación del joven con la marca , ya que para el adulto mayor, identificación es empatía, para el joven identificación es amor.

Promesa, identificación, perspectiva y deseo, en un territorio expresivo de autenticidad y simplicidad, constituyen una hoja de ruta poderosa para la colonización de subjetividades hacia el interior del #votojoven.


Rubén Weinsteiner

El segmento #Punk en el #votojoven



Por Rubén Weinsteiner



“Una vez más, estos movimientos son interesantes en la medida en que, más allá de lo que representan y una vez el momento de efervescencia paroxístico ha pasado, los valores puestos en obra contaminan el conjunto del cuerpo social. Contaminación que es más o menos discreta, con frecuencia se vive en menor medida, o que permanece cubierta en las zonas oscuras del cuerpo social, hasta que ésta sea despertada por otra irrupción”.

Michael Maffesoli

Rubén Weinsteiner

Rubén Weinsteiner @marcapolitica

El segmento Punk se constituye alrededor de una de las tribus urbanas más antiguas a nivel mundial. Es un segmento altamente ideologizado, y con un marco filosófico rico que sustenta esa ideología.

Sus integrantes ya sea desde su núcleo duro, o desde círculos concéntricos de pertenencia y pertinencia más blanda, se identifican, y sustentan esa identificación con solidez intelectual, con ideas anarquistas, nihilistas y anticapitalistas.

Como otros segmentos construidos alrededor de tribus urbanas, el movimiento Punk, surgió en torno a una corriente musical.

Los pilares de los Punks son tres:

1) Música

2) Ideología

3) Apariencia

Nacen en Inglaterra, en la segunda mitad de los 70, como una contestación social de los jóvenes, al sistema político y a las concepciones socioculturales de la época.

La post crisis de la suba del petróleo del 73, que determinó un sacudón fuerte en el modelo político, económico y social a nivel mundial, generó en Inglaterra una fuerte suba de los precios, y una caída pronunciada de la actividad económica.

El desempleo golpeó fuertemente a los sectores medios y bajos, y el estado benefactor comenzó a retirarse. Desempleo, inflación, caída fuerte del consumo, suba de las tarifas, por la suba del petróleo, y falta de contención social, produjeron una situación de grave deterioro del tejido social.

Los hijos de los nuevos desocupados, sintieron que el sistema los había expulsado, y que le obturaba toda esperanza de un futuro promisorio.

Esos jóvenes, desde sus consignas y su apariencia, se enfrentaron al sistema y fueron bautizados como Punks, término que podemos traducir como vagos o despreciables, adoptando una estética que intentaba corporizar aquel desclase que había producido el sistema. Se vistieron como vagabundos, con sacos viejos, rotos, pelos desordenados, con crestas y teñidos, remeras con agujeros etc.

La primera consigna de los Punks fue: “no hay futuro”, consigna que condensaba la falta de expectativas positivas y de ilusiones, un profundo escepticismo y descreimiento de las normas y pautas sociales.

Los Punks no pretendían como lo hippies de los 60 cambiar el sistema, sino que estaban convencidos que el mismo debía ser destruido, que sus propias contradicciones internas iban a determinar su fin. Había que enfrentar el sistema, ayudar a su colpaso, para fundar un sistema nuevo.


Las primeras bandas icónicas Punk, fueron The Sex Pistols y The Clash, mientras que en EE.UU. con un sello menos contestario y más frenético se consolidaban The Ramones, de New York, cultores del Punk Rock.

El primer factor reactivo fue la apariencia. Los Punks decidieron vestirse, maquillarse y usar el pelo, de una manera que escandalizara y resultara molesto, repulsivo, chocante para los adultos británicos.

A lo largo de los 40 años de existencia, hubieron mutaciones y diversificaciones en términos de lo musical. En todos los casos se mantuvo constante el gran despliegue de energía, pilar constitutivo del Punk, basado en una de las premisas Punk “hacelo vos mismo”. Porque para la filosofía Punk, cualquiera que tenga ganas de ejecutar un instrumento, toque bien o no tanto, debe tocar y expresarse.

Hay ahí conceptos de autoestima, seguridad y autosuficiencia, que se aplican a todos los ámbitos de la vida cotidiana de los Punks, y son base para el despliegue de la contestación social y cultural.

Luego del surgimiento en Inglaterra, el movimiento Punk se expandió en europa, EE.UU. y latinoamérica. Si bien al principio aparecían como raros personajes marginales, hoy a 40 años, sin perder la rebeldía ni la postura crítica y contestataria, los Punks conviven y desarrollan trabajos de los más diversos en muchísimas sociedades.



En Latinoamérica, los primeros punks no fueron hijos de desempleados de las clases medias, medias bajas y bajas, los primeros Punks latinoamericanos fueron hijos de las clases altas, que no sufrían problemas económicos, pero se sentían disconformes y oprimidos en una Latinoamérica llena de dictaduras militares. Esos jóvenes en tiempos pre Internet, eran los únicos que podían viajar a Europa y EE.UU. y ver a los primeros Punks, y así importar la tendencia.

A lo largo de los años fueron modificando su estética, y sus formas musicales. Han surgido vertientes del Punk, que dejaron de lado la crítica y la contestación social, como por ejemplo los Straight Edge, una subtribu que se atribuye haber creado el estilo Hardcore-Punk, y pregona un estilo de vida alejado de las “prácticas autodestructivas” y más vinculado a la solidaridad y a la dimensión colectiva, como estrategia de cambio de la sociedad, más que la protesta social.

En Argentina una de las primera y emblemáticas bandas Punk fue “Los Violadores”, uno de sus primero temas, “viejos patéticos” decía:

“Hay que volar con lo establecido

A la salida de las dictaduras en latinoamérica, los Punks crecieron y se expandieron. En Argentina l desplegarse horizontalmente, se sumaron jóvenes de los conurbanos, jóvenes de bajos recursos. Que a diferencia de los primeros Punks, no tenía dinero para viajar, ni para comprar discos ni revistas importadas.

Hacia fines de los ochenta en Argentina, los Punks, ampliaron su base popular, y las bandas ya tenían una impronta más suburbana, popular y hasta barrial, que los Punks originarios.

Los adolescentes comenzaron a comprometerse e identificarse con lo Punk. Aparecen Ataque 77 y Flema, y discográficas independientes que acompañan esta movida más cercana a The Ramones que a las bandas británicas.

La estética Ramones, de jeans chupines, remeras gastadas zapatillas de básquet altas y flequillo, cerraba más con la idiosincracia del conurbano bonaerense que estética británica.

La contestación tomó otros formatos, líneas discursivas más simples, más cercanas al escenario propio, expresadas por la adversión profunda a la policía, el tomar cerveza y al universo joven del conurbano y los barrios medios y medios bajos de las ciudades.

“Me levanto a la mañana

me voy a trabajar

jornada agotadora

caos laboral

el sol calienta los cerebros

y encima hay que aguantar

que vengan los ratis a molestar

allá vienen los ratis”

“Aguantar” – Defensa y Justicia



Proletario y popular
En los noventa menemistas, con el derrumbe económico y social, en Argentina, pero también en el resto de Latinoamérica, donde en muchos países se aplicaron políticas ortodoxas neoclásicas, siguieron creciendo los Punks como contención y escape para muchos jóvenes, que como los fundadores en Inglaterra, se sentían expulsados del sistema.

En los noventa, la dimensión individual era el clima de época, y frente a esto se rebelaban estos nuevos Punks, menos ilustrados que los de los 80, menos dogmaticos, más populares, barriales y de origen proletario.

Las bandas que hicieron comercial la música Punk, llevaron esta cultura a los medios masivos, que intentaron de esta manera sumarlos al sistema. Tal es el caso de Ataque 77 con los programas de Pergolini.

De esta manera lo Punk se hizo visible, comercial y masivo, mutando parte de su esencia y adaptándose al nuevo escenario.

Los Punks aún con las diferentes líneas internas, son animales políticos, muy ideologizados, son militantes full time, sus ideas se estructuran alrededor de la anarquía, la libertad contrapuesta al estado opresor y rechazan el transar con el sistema, más allá del trabajo para vivir.

Algunos Punks, en Buenos Aires, militan en organizaciones como la Biblioteca Popular José Ingenieros y la Federación Libertaria, organizaciones anarquistas con más de 100 años de trayectoria, donde discuten, escriben y militan.

Una corriente interna de los Punks está compuesta por los Okupas, movimiento nacido en Europa junto a la música Punk, hijos de clase media y media alta, que ocupaban terrenos y casas para protestar por las dificultades de acceder a la vivienda para los jóvenes.

En Latinoamérica, en muchos países, incluida la Argentina, los Okupas viven en comunidad, se consideran anarquistas, se autogestionan, rechazan las jerarquías hacia adentro de sus organizaciones y hacia fuera.

Hoy los Punks se han integrado al sistema, laboralmente, empresarialmente y hasta socialmente.

Los punks plantean que para operar los cambios y apurar el colapso de lo viejo, hace falta cambiarlo desde adentro.

Ya no s diferencias desde la apariencia, no se ven muchas crestas ni la simbología y ritualidad original

Prevaleció si lo ideológico, sobre todo al llegar a determinada edad, los Punks se van quedando con el con el ideario



Ecologismo y animalismo
El ecologismo ha sido uno de los intereses de un sector del movimiento punk. Muchas bandas han venido citando en sus canciones los problemas de la contaminación, la explotación desmedida de los recursos por la sociedad industrial y el mercado de consumo, el cambio climático y el calentamiento global, etc. Este tema ha llegado incluso a formar un pilar fundamental de algunas de sus corrientes, ya desde los tiempos de la banda pionera Crass. El crustcore y el straight edge son vertientes del punk en que abundan las letras sobre ecologismo político.



Muchos de los colectivos o ambientes punk se declaran colectivos pro-ecologismo y pro-derechos de los animales. Suele haber grupos dedicados a la organización de charlas y la edición y distribución de literatura ecologista y política, ecologismo en los hábitos de consumo, agricultura, vegetarianismo y alimentación vegetariana, veganismo, etc.

El discurso animalista también hizo que el punk se aproximase a filosofías de carácter espiritual como el hinduismo, el budismo, o la secta Hare Krishna.

Anti-religión
El punk se presenta como una cultura mayoritariamente atea (también antiteísta o irreligiosa). Un sector del movimiento punk hace énfasis en este aspecto criticando constantemente a las costumbres de religiosidad social del cristianismo al uso, por considerarlas hipócritas, y a las instituciones y discursos religiosos en general, por considerarlos un disfraz del control social y el mantenimiento de posiciones de poder. El ateísmo más racionalista dentro del punk opta por un discurso que parte de la negación de la idea de "Dios" y de toda clase de misticismo.

Pero también hay declaraciones directas de afinidad con ideas religiosas vinculadas a algunas bandas musicales o seguidores del punk. Una de las primeras inclusiones de afinidades religiosas en el punk puede considerarse Bad Brains, uno de los grupos pioneros de hardcore, afines al rastafarismo. También son conocidas afinidades con religiones orientales como el hinduismo y el budismo.

También hay un fuerte sector agnóstico desligado de la discusión religiosa.


Ideología y concepción  política

En el pensamiento punk, “la ley”, “la autoridad” es corrupta e intolerable. La policía, la religión, los gobiernos y cualquier otra institución pueden reprimir al ser humano, considerándolos peligrosos para la sociedad. La autoridad conduce siempre a la corrupción y al abuso. Las ideas sobre este tema provienen, en parte, de la ideología del anarquismo. La brutalidad policial y la discriminación institucionalizada que sienten ellos alimentan esta posición.

El Punk se erige como una fuerza instituyente que contraria a lo instituido en razón de que cumple con las características que Castells le atribuye a los discursos alternativos.

Al igual que los discursos alternativos, el Punk propende por cambios de mentalidad mediante la construcción de significados compartidos que desafíen las relaciones de poder tradicionales y/o existentes. Al respecto, John Sinclair, poeta y manager de la banda MC5, expresaría: “Nuestra oportunidad era la revolución cultural por cualquier medio, incluyendo al rock, las drogas y el sexo en las calles... esa era la prioridad”.

La cita destaca, la intención de cambio y animo revolucionario a los que se debe el Punk. La novedad que trae consigo y que es coherente con el esfuerzo de este acápite, es que deja de manifiesto como el Punk se desliga de la violencia y privilegia como arma de cambio determinadas manifestaciones artísticas y actitudes, las cuales se proyectan como revolucionarias en consecuencia con la antinomia de valores que expresan y promueven. Imbuida por esta lógica, Mary Harron, cofundadora de la revista a la cual el Punk le debe su nombre y directora de cine, señalaría: “Cuando más grave se vuelve el panorama político, cuanto más reprime y excluye, más valiosa se vuelve la imaginación para hacerle frente”.

Consecuente con el propósito de cambiar mentalidades, el Punk en sus diversas expresiones pretende “abrirle la cabeza a la gente a otras posibilidades mediante manifestaciones radicales que amplíen los límites de lo permitido”, para lo cual “moviliza sentimientos de vida y actitudes frente al mundo que se han relacionado y son parte de la continuidad vital de expresiones contestatarias, artísticas y políticas que han surgido para abogar por la libertad del ser humano”.

Por este camino, el Punk se ha convertido “en un medio regenerador de la conciencia humana, en un manera de interpelar al mundo, de autorepresentarse y salir del anonimato social. En un mecanismo para rechazar la impotencia social y ser escuchados cuando siempre se ha sido callado”, superando de este modo la simple composición de estilos y confiriéndose un lugar preponderante en la generación, transformación o desarrollo de modos de existencia, marcos de referencia, saberes singulares e incluso nuevas artes.

Asimismo, como fuente de construcción de significados compartidos que riñen con lo instituido formalmente, discursivamente el Punk “como ningún otro estilo, entra por los ojos y crea un mascara tan visible como insólita: cuerpo-imagen serán reivindicados como espacios propios, individuales, en los que se puede ser consecuente con el libre albedrió: Hazlo tú mismo (tu ropa, tu música, tu grabación, tu revista), sé como quieras (no como otros deseen que seas). La norma es la ruptura con la norma: si algo no pega, póntelo; si algo suena mal, tócalo. Simples, feos, sucios y groseros, invierten el orden de las cosas y los valores”. El “Punk en sus propios discursos, a través de las letras de las canciones, refleja las fallas sociales que la lógica colectiva procesa y oculta, descentrando e invirtiendo el sentido de las cosas, porque el movimiento Punk, así como su realidad, quiere verse como el inverso de la razón colectiva.

El Punk hace de la propia vida un discurso alternativo en capacidad de poner en entre dicho las relaciones de poder tradicionales y/o existente: Ser Punk, según verbatim recogidos, es colocarse tras el espejo y deformar lo que este refleja, devolver en forma de mascara orgullosa todo el desprecio y la marginación que “algunos señores” e instituciones poderosos proyectan sobre su vida. Ser Punk es recrear la realidad mutando la propia personalidad, sin olvidar por ello las condiciones sociales que la determinan, al contrario, voceando hasta la caricatura la conciencia de clase, de género y de territorio.

El Punk busca la libertad, por lo que su lucha se concreta en la crítica social y en la no contribución con el sistema, en hacer de la vida un acto de permanente enfrentamiento.

El Punk nació como un proyecto de emancipación individual con perspectivas hacia el cambio social, reviviendo el sentimiento de lucha moderna al asumir la política como un medio para producir la transformación social. Para ella, El Punk responde local y globalmente instrumentalizando al sujeto como un agente político, quien se moviliza en el nexo social apropiándose de la política, volviéndola una práctica ontológica.

El Punk vuelve mecanismo de participación y expresión política el lenguaje, la música, la estética, el arte, el cuerpo, bombardeando así a la sociedad de mensajes y denuncias directas. De esta manera la concepción del cuerpo tradicional se disgrega para convertirse en un espacio social.

El Punk asume lo político como un espacio de constitución de los sujetos y hace de la vida una acción directa contra las estructuras de dominación social: El sujeto en el Punk es ante todo un instrumento de lucha


Interpelación y discurso de las marca políticas

El segmento Punk, si bien no quiere ser parte del sistema político, está abierto a las promesas de las marcas políticas, en tanto instrumentos parciales de las transformaciones buscadas.

Desde ya no buscan que las marcas políticas se hagan pasar por uno del palo, eso sería letal para el vínculo, sino que desde la autenticidad y aún con diferencias no ocultas, sino visibles, se les proponga vías de cambio que sean tributarias de la mirada transformadora Punk, que esbozamos más arriba.

La lucha contra poderes grandes con final abierto, los convoca, la visibilización de otras imposturas los tranquiliza, les da un denominador común, una plataforma desde donde construir pequeños consensos, que es en realidad lo que necesitan y buscan en el sistema político.

El sistema de preferencias Punk es tribal, es inelástico y no es transversal, difícilmente encontremos Punks en todas las expresiones políticas.

El discurso de la marca política para el segmento Punk, debe asegurar tolerancia a las rugosidad anárquicas del colectivo, debe revelar complicidad y pertinencia pero nunca pertenencia.

La dimensión colectiva en la construcción del discurso para el segmento Punk, teniendo en cuenta la preponderancia de lo individual en la mirada anarco, debe centrarse más en lo que retroalimenta al individuo, que en expresiones colectivas de tipo nacional.

La versión Unplugged de una marca política es requisito excluyente para que la comunicación con el segmento Punk sea esencialmente persuasiva y técnicamente informativa, y no al revés, y debemos tener presente que es más importante lo que dicen otros Punks, por afirmación o por negación, que lo que dicen los padres, los profesores, la religión, los medios o los políticos.

Rubén Weinsteiner

Guedes justificó la devaluación en Brasil: "Hasta las empleadas domésticas iban a Disney"

El ministro de Economía de Brasil criticó el atraso cambiario del Partido de los Trabajadores. En los últimos 30 días el dólar subió de 4,13 reales a 4,38.


El ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, justificó la devaluación que viene encarando desde el comienzo del gobierno de Bolsonaro y que reanudó el mes de noviembre. Su explicación reavivó la polémica por el tono de sus declaraciones: "Hasta las empleadas domésticas iban a Disney" durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), dijo.



La frase formó parte de su explicación respecto de la suba del dólar frente al real, que este jueves llegó a 4,38 reales, cuando 30 días atrás estaba en 4,13 reales. Es decir, una suba del 6%.

En lo que va del año, el dólar subió 8,9% frente al real.

"Hasta las empleadas domésticas iban a Disney cuando el dólar estaba a 1,80, eso era una fiesta terrible. Ahora hay que pasear en Foz de Iguazú, ir a las playas del noreste", dijo.

Consultado por los dichos de su ministro, Jair Bolsonaro respondió: "No comento, cada uno responde por sus actos. El dólar está un poco caro".

No es el primer comentario de Guedes señalado como clasista y despectivo con los asalariados por las ONGs, la semana pasada el ministro había denominado "parásitos" a los empleados públicos, una declaración con la cual se frenó el impulso del gobierno para enviar la reforma del sector público al Congreso. Las declaraciones de Guedes fueron criticadas por el ex presidente Lula da Silva minutos antes de su encuentro con el Papa en el Vaticano: "Es triste y muchos creen que yo exagero cuando digo esto, pero esta gente no soporta la movilidad social ascendente de los más pobres ni el desarrollo soberano de Brasil", dijo en su cuenta de Twitter.

Portugal tiene más votantes que habitantes

En Portugal residen 10,3 millones de personas, pero pueden votar medio millón más

Acto electoral en Lisboa.


Portugal tiene peculiaridades únicas, como cualquier país, por otra parte: el fado, el vino de Oporto, Cristiano Ronaldo y los forcados (festejo taurino), pero sobre todo un censo electoral superior a sus habitantes. Según las cifras oficiales, tiene derecho a voto 10,8 millones de portugueses cuando en el país residen 10,2 millones. A esa cantidad habría que descontar los menores de 18 años, alrededor de 1,5 millones de personas, por lo cual los portugueses de Portugal con derecho a voto apenas llegan a los 9 millones.

La aparente contradicción —en la vecina España los habitantes son casi 47 millones y las personas con derecho a voto 36 millones— se explica por la histórica emigración de los portugueses, por una mejora del censo de esos expatriados y también por el envejecimiento de la población y escasa natalidad de la última década.

No es la única singularidad de las elecciones portuguesas. El día de reflexión, víspera de las votaciones, no solo están prohibidos los actos electorales de los partidos —como es común en muchos países—, sino que además los medios de comunicación tradicionales, periódicos, radios y televisiones, tienen prohibido informar de cualquier tema relacionado con los partidos, incluso tienen que retirar de sus webs informaciones políticas al respecto, pues la Comisión Electoral considera "propaganda" la información periodística. El viernes por la tarde, el principal candidato a la victoria, el primer ministro António Costa, se encaró con un jubilado por un falso comentario. El incidente se extendió durante la tarde y noche, pero el sábado no solo no se hablaba del incidente, sino que había desaparecido de medios online portugueses.

La medida —amparada en una legislación de 1974— no atañe obviamente a las redes sociales ni a los medios extranjeros que siguen divulgando pronósticos electorales, aunque también los prohíba la Comisión Electoral.

El domingo, día de votación, un millar de centros de salud permanecerán abiertos en todo el país. Su misión principal no es, en este día, curar a los enfermos, sino expedir certificados a los votantes impedidos o con alguna discapacidad física que necesitan una ayuda para depositar su papeleta.

En los últimos años, a causa de una abstención creciente, también se prohíben los domingos electorales los espectáculos que pueden atraer a mucho público, distraerle o incomodarle el acto de meter el voto en una urna. Así, por ejemplo, los grandes partidos de fútbol profesional suelen adelantarse al sábado o posponerse al lunes.

Una vez superadas todas las tentaciones para no votar o votar a uno o a otro, el colegio electoral y los 500 metros a su alrededor deberán estar libres de eslóganes políticos, siglas, anuncios, carteles o cualquier otra clase de propaganda que pudiera o pudiese afectar a la decisión del votante en el momento de depositar la papeleta, seguramente llamada así por todos o alguno de los requisitos y normas que afectan al día electoral.

Cristina Fernández contra el FMI

 Publica el estatuto del Fondo, y dice "los argentinos sabemos leer"

La vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner

"Ningún país miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital", dice un fragmento del artículo VI del mencionado estatuto. Esa frase fue resaltada y publicada en la cuenta de Twitter de la expresidenta.
"Sin comentarios. Los argentinos y las argentinas sabemos leer", afirmó la también líder del Senado en otro mensaje en la red social.
Este mismo jueves, el director de Comunicaciones del Fondo, Gerry Rice, había rechazado la acusación de la vicepresidenta argentina, quien días atrás, en Cuba, afirmó que el organismo incumplió sus propias reglas con el préstamo por 57 mil millones otorgado a su país durante el gobierno de Mauricio Macri.
Rice, en su tradicional conferencia de prensa en Washington, dijo que el organismo cumplió con su estatuto y minimizó la posibilidad de que los dichos de la vicepresidenta tengan un impacto en las negociaciones.
"Puedo asegurarles absolutamente a todos que no hubo violación de las reglas del FMI", dijo Rice en referencia a la letra de ese tramo del estatuto.
"Estamos absolutamente comprometidos a ayudar y apoyar al gobierno argentino y al pueblo argentino tanto como sea posible.
Creemos que hasta ahora las discusiones han sido constructivas.
Ese es el adjetivo que usaría en este momento", agregó.
En tanto, en una entrevista radial, el presidente argentino, Alberto Fernández, se refirió hoy al diálogo con el FMI y al pedido de Cristina Fernéndez, quien el fin de semana pasado instó al organismo de crédito a que permitiera una quita en la deuda.
"La observación de Cristina es muy pertinente, porque muchas veces dije que el Fondo incumplió con el hecho de que el estatuto prohíbe prestar plata para cubrir corridas cambiarias.
Lo que Cristina dice es que si incumplieron eso, que hagan una quita. Es absolutamente pertinente", afirmó el mandatario.
Fernández también reiteró que "Argentina necesita más plazos" y admitió que le gustaría que el FMI "se comprometa con el crecimiento, porque el Fondo puede ayudarnos a salir de la catástrofe alimentaria que tenemos". "Siento que no estamos mal con el Fondo. Yo quisiera tener un diálogo sensato con el FMI para que podamos poner en marcha el crecimiento de la economía", completó el presidente argentino, en coincidencia con la presencia de emisarios de ese organismo en Buenos Aires.

Partisan Antipathy: More Intense, More Personal

Rubén Weinsteiner

Majority of Republicans say Democrats are ‘more unpatriotic’ than other Americans

Three years ago, Pew Research Center found that the 2016 presidential campaign was “unfolding against a backdrop of intense partisan division and animosity.” Today, the level of division and animosity – including negative sentiments among partisans toward the members of the opposing party – has only deepened.

The share of Republicans who give Democrats a “cold” rating on a 0-100 thermometer has risen 14 percentage points since 2016 – with virtually all of the increase coming in “very cold” ratings (0-24). Democrats’ views of Republicans have followed a similar trajectory: 57% give Republicans a very cold rating, up from 41% three years ago.

The survey by Pew Research Center was conducted Sept. 3-15 among 9,895 adults (it was completed before House Speaker Nancy Pelosi’s Sept. 24 announcement of an impeachment inquiry into President Donald Trump). It finds that both Republicans and Democrats express negative views about several traits and characteristics of those in the opposing party, and in some cases these opinions have grown more negative since 2016.

For example, 55% of Republicans say Democrats are “more immoral” when compared with other Americans; 47% of Democrats say the same about Republicans. Three years ago, 47% of Republicans and 35% of Democrats said members of the other party were less moral than other people.

For the most part, Republicans are more likely than Democrats to ascribe negative characteristics to people in the opposing party, with one exception: 75% of Democrats say Republicans are “more closed-minded” than other Americans, while 64% of Republicans say the same about Democrats.

Yet Republicans are far more likely than Democrats to view members of the opposing party as unpatriotic. A 63% majority of Republicans say that, compared with other Americans, Democrats are “more unpatriotic.” Just 23% of Democrats say the same about Republicans.

The survey also finds that partisan hostility extends beyond politics. Fewer than half of Democrats (45%) and just 38% of Republicans say that while members of the other party feel differently about politics, they share many of their other values and goals. Majorities in both parties say those in the opposing party do not share their nonpolitical values and goals.

As prior surveys on partisan polarization have shown, partisans who are highly attentive to politics are most likely to express negative sentiments about the opposing party. For example, both Republicans and Democrats who follow government and public affairs most of the time are more likely to give cold ratings to members of the other party – and warm ratings to their fellow partisans – than those who follow government less closely.

Even as Republicans and Democrats have grown more critical of each other, they acknowledge – and voice concern about – the partisanship dividing the nation. Overwhelming majorities in both parties (85% of Republicans and 78% of Democrats) say divisions between the two parties are increasing. Similar shares express concern about the partisan divide, with about half in each party saying they are very concerned about this.

Partisans also generally agree about their inability to agree on “basic facts.” Overall, 73% of the public – including 77% of Republicans and 72% of Democrats – say that voters in both parties “not only disagree over plans and policies, but also cannot agree on the basic facts.”

These are among the other important findings from the survey on how partisans view each other and the political parties:

Majorities of Americans describe both parties as ‘too extreme.’ More Americans say the Democratic Party than Republican Party is described well by such phrases as “is respectful and tolerant of different types of people,” “cares about the middle class” and “governs in an honest and ethical way.” But nearly identical majorities say each party is described at least somewhat well by the phrase “is too extreme in its positions” (63% say this about the Republican Party, 61% about the Democratic Party).

Partisan ‘leaners’ also are hostile to the opposing party. Independents who lean toward the Republican and Democratic parties are much less likely than those who identify with a party to express warm feelings about the people in their own parties. But large majorities of Republican and Democratic leaners give cold ratings to the people in the opposing party, and there are only modest differences between leaners and partisan identifiers in these views.

Majority of Democrats want a presidential candidate who seeks ‘common ground’ with GOP. Nearly six-in-ten Democrats (58%) say it is more important for a Democratic presidential candidate, if elected, to find common ground with Republicans on policies even if that means giving up some things Democrats really want, while 41% say it’s more important to push hard for Democratic policies even if it’s harder to get things done. By contrast, about half of Republicans (53%), say Donald Trump should push hard for GOP policies even if that means less gets done; 45% say he should make compromises with Democrats even if that means giving up things Republicans really want.


The partisan landscape and views of the parties

Republicans and Democrats agree on very little in the current political environment, but there is a widespread belief in both parties that partisan divisions in the country are increasing. Among the public overall, 78% say divisions between Republicans and Democrats in this country are increasing, while just 6% say they are decreasing and 16% say they are staying the same.

Large majorities in both parties say partisan divisions are increasing, though Republicans are somewhat more likely than Democrats to express this view (85% vs. 78%).

Similarly, large majorities in both parties express concern about rising partisanship. About eight-in-ten adults (81%) say they are very or somewhat concerned about divisions between Republicans and Democrats, including nearly half (46%) who say they are very concerned about the growing divide.

Comparable shares of Republicans and Democrats express concern about divisions between the two parties, though Democrats are slightly more likely to say this than Republicans (88% vs. 83%).

A similar pattern is evident among independents who lean toward a party. About three-quarters of independents who lean toward the Republican Party (77%) or Democratic Party (74%) say partisan divisions are growing. Comparable shares of those who lean toward each party express concern about this.
Growing share of Americans say there are major differences in what the parties stand for

A majority of Americans (55%) say there is a “great deal” of difference in what the Republican and Democratic parties stand for, while 37% see a “fair amount” of difference and 7% say there is “hardly any” difference between the two parties.

These opinions have changed dramatically over the past three decades. From the late 1980s through the mid-2000s, no more than about a third of Americans said there were major differences between the two parties. But the share expressing this view has increased, especially over the past decade.1

In the current survey, Republicans are more likely than Democrats to say there are major differences in what the parties stand for (74% of Republicans vs. 59% of Democrats).

In both parties, people who are attentive to politics on a regular basis are more likely than those who are less attentive to see wide, growing divides in the country.

Most Republicans who say they follow what is happening in government and public affairs most of the time perceive a great deal of difference in what the Democratic and Republican parties stand for (85%). Among Republicans who follow government and public affairs less often, a smaller majority (65%) says there are major differences between the parties. Among Democrats, there is a similar gap in views by engagement; 70% of politically attentive Democrats see a wide gulf between the parties, while just 49% of less-attentive Democrats say the same.
Most Americans say partisan disagreements extend beyond policies to ‘basic facts’

Fully 73% of the public says that most Republican and Democratic voters not only disagree over plans and policies, but also disagree on “basic facts.” Just 26% say that while partisan voters often differ over plans and policies, they can agree on basic facts. These opinions have changed only modestly since last year.

Comparable majorities of Republicans (77%) and Democrats (72%) say that Republican and Democratic voters cannot agree on basic facts.
Does the other party have any good ideas?

Most Republicans and Democrats believe that few – or no – good ideas come from the other party. Only 17% of Republicans say that the Democratic Party has “a lot” or “some” good ideas” and only 13% of Democrats say this about the Republican Party. In fact, nearly half in both parties say the other has almost no good ideas.

Overall, 45% of Democrats say the GOP has almost no good ideas, while 41% say it has a few and just 13% say it has a lot or some good ideas. The share of Democrats saying the Republican Party has almost no good ideas is higher than it was in the spring of 2016 (45% now, 34% then), while the share saying the GOP has at least some good ideas has dropped from 21% to 13%.

Among Republicans, 53% say the Democratic Party has almost no good ideas, while another 29% say they have a few; just 17% of Republicans say the Democratic Party has a lot or some good ideas. The share of Republicans who say the Democratic Party has almost no good ideas has increased since 2016 (from 43% to 53%).
Republicans and Democrats have different views about compromising with the other party

Overall, Republicans are divided over whether Donald Trump should focus on finding common ground with Democrats, even if that means giving up some things Republicans want, or pushing hard for GOP policies, even if it means less gets done. While 53% of Republicans say Trump should “push hard” for the party’s policies, 45% say it’s more important for the president to find common ground with Democrats.

However, politically attentive Republicans broadly oppose Trump seeking compromise with Democrats even if it means giving up some things Republicans want. Just 39% of Republicans who follow government and public affairs most of the time say it is more important for Trump to find common ground with Democrats; 61% say he should push hard for GOP policies. Opinion is more evenly divided among less politically attentive Republicans.

Democrats, who were asked a hypothetical version of the question about the party’s 2020 presidential candidates, are more open to potential compromise with Republicans. About six-in-ten Democrats (58%) say it is more important for a candidate, if elected, to find common ground with Republicans even if it means giving up things Democrats want.

There are no differences in these views among Democrats based on political attentiveness. But liberal Democrats (54%) are less likely than conservative and moderate Democrats (62%) to say it is more important for a candidate to seek compromises with Republicans.

There is an even sharper ideological divide among Republicans in views of whether Trump should make compromises. Just 39% of conservative Republicans say Trump should find common ground with Democrats if it means giving up things Republicans want; about two-thirds of GOP moderates and liberals (63%) say the same.
Views of the parties’ traits and characteristics

The Republican Party and the Democratic Party are both seen as too extreme by a majority of Americans. About six-in-ten (63%) say the phrase “too extreme in its positions” describes the Republican Party at least somewhat well, including 30% who say this describes the GOP very well. The share of Americans who say the same phrase applies to the Democratic Party is nearly identical: 61% say this applies at least somewhat, and 29% say it describes the party very well.

The public also is critical of the parties ability to govern honestly and ethically: Just 38% say the phrase “governs in an honest and ethical way” describes the Republican Party at least somewhat well, while 61% say it does not. Roughly half (47%) say this describes the Democratic Party at least somewhat well, while about as many (52%) say it doesn’t.

The public views the Democratic Party more positively than the Republican Party on three other traits and characteristics. Four-in-ten (40%) say that the phrase “represents the interests of people like me” applies at least somewhat well to the Republican Party, while half (50%) say this phrase describes the Democratic Party at least somewhat well.

A majority (55%) says the description “cares about the middle class” describes the Democratic Party at least somewhat well. By comparison, 39% say that it applies to the Republican Party.

The widest gap in opinion across the items included in the survey is over whether the two parties are “respectful and tolerant of different types of people.” Six-in-ten (60%) say this phrase describes the Democratic Party at least somewhat well; 38% say it describes the Republican Party somewhat or very well.

Large majorities of Republicans and Democrats assign positive characteristics to their own party, while taking a much more negative view of the opposing party.

For instance, 83% of Republicans say the phrase “governs in an honest and ethical way” describes the GOP very or somewhat well; just 12% say this phrase describes the Democratic Party well. The pattern of opinion is very similar among Democrats: 85% of Democrats describe their own party as governing in an honest and ethical way, while just 15% say this describes the Republican Party.

However, a greater share of Democrats (90%) than Republicans (82%) say their own party cares about the middle class. In addition, the share of Republicans who say the Democratic Party cares about the middle class (23%) is larger than the share of Democrats who describe the GOP this way (11%).

There is a similar pattern on views of how respectful and tolerant the parties are of different types of people. A larger majority of Democrats (92%) than Republicans (82%) describe their own party this way. And out-party assessments – while low among both sets of partisans – are more positive among Republicans than Democrats.

Republicans and Democrats are more willing to critique their own party over the extremity of its positions. Overall, 47% of Democrats and 45% of Republicans say their own party is described very or somewhat well by the phrase “too extreme in its positions.”

Still, partisans are much more likely to cast this criticism toward the opposing party than their own: Majorities of Republicans and Democrats (both 76%) describe the opposing party as too extreme in its positions.

On this measure, there is little difference between partisan leaners and identifiers. Similar majorities of those who identify with a party and those who lean toward a party view the other side as too extreme in its positions.

Across the positive traits included in the survey – such as governing in an honest and ethical way – smaller majorities of partisan leaners than identifiers take a positive view of the party they associate with.


How partisans view each other

Large shares of Republicans and Democrats associate several negative traits with members of the other party. Wide majorities in both parties – three-quarters of Democrats (75%) and 64% of Republicans – say those in the other party are more closed-minded than other Americans. And 55% of Republicans and 47% of Democrats view members of the other party as more immoral than other Americans. In both parties, the share saying those in the other political camp are closed-minded or immoral has increased since these questions were last asked in 2016.

Republicans are substantially more likely to characterize Democrats as more unpatriotic than other Americans than Democrats are to say this of Republicans: 63% of Republicans view Democrats as more unpatriotic. By comparison, just 23% of Democrats say this about Republicans, while a majority (57%) say Republicans are about as patriotic as other Americans. In fact, Democrats are roughly as likely to say Republicans are more patriotic than other Americans as they are to say they are less patriotic (19% vs. 23%).

Republicans also are more likely to describe Democrats as lazy than Democrats are to characterize Republicans in this way. Still, this is a minority opinion in both parties (46% of Republicans and 20% of Democrats view those in the other party as more lazy than other Americans).

Most Democrats and Republicans do not think of those in the other party as different from their fellow Americans when it comes to intelligence (roughly six-in-ten say they are about the same as other Americans). However, 36% of Republicans and a similar share of Democrats (38%) do say those in the other party are more unintelligent than other Americans.

Overall, roughly eight-in-ten Republicans (82%) and Democrats (78%) say at least one of these negative descriptors applies to those in the other party. But Republicans are substantially more likely than Democrats to ascribe multiple negative characteristics to Democrats. Seven-in-ten Republicans ascribe two or more of the five negative characteristics to Democrats, while 58% of Democrats associate two or more of these characteristics with Republicans. And 20% of Republicans associate all five negative characteristics with Democrats, while 8% of Democrats say all five negative descriptors apply to Republicans.
More now associate some negative traits with the ‘other side’ than in 2016

The shares of both Republicans and Democrats ascribing several of these negative traits to members of the other party have increased significantly since the spring of 2016.

The share of Republicans who say Democrats are more closed-minded has increased substantially over this time period. In 2016, about half of Republicans (52%) said Democrats were more closed-minded than other Americans. Now, a clear majority (64% of Republicans) say this – an increase of 12 percentage points. While the shift is more modest among Democrats, it is in the same direction (from 70% to 75% saying Republicans are more closed-minded than other Americans).

Members of both parties are now substantially more likely to say those in the other party are more immoral than other Americans than they were three years ago. Today, 47% of Democrats say this of Republicans, up from 35% in 2016. The share of Republicans who say Democrats are more immoral than other Americans is 8 percentage points higher (47% then, 55% today).

There has been little or no change in the shares of Republicans and Democrats saying that members of their opposing parties are lazier or more unintelligent than other Americans.
How partisans see themselves: Republicans say they are more patriotic than others, Democrats say they are more open-minded

Many Republicans and Democrats also associate their fellow partisans with positive traits. And with some exceptions, these are broadly the inverse of how they see the other party’s members.

A clear majority (70%) of Democrats say that Democrats are more open-minded compared with other Americans. Republicans are considerably less likely to ascribe this trait to members of their party: 42% say members of the GOP are more open-minded than other Americans, while about as many (43%) say they are on par with other Americans (14% say they are more closed-minded).

However, Republicans are much more likely than Democrats to describe members of their own party as more patriotic (71% say this). By comparison, just 29% of Democrats say Democrats are more patriotic than other Americans (the majority – 63% – say they are about the same as other Americans).

While majorities of those in both parties say their co-partisans are about as intelligent as other Americans, Democrats are slightly more likely to view members of their party as more intelligent (43%) than Republicans are (36%).
Partisans say their differences with other party extend beyond politics

Majorities in both parties say that, aside from political differences, people in the other party do not share many of their other values and goals. About six-in-ten Republicans (61%) say, thinking about more than just politics, Democrats do not share many of their other values and goals; 54% of Democrats say the same about Republicans.

In the current survey, politically attentive Republicans are especially likely to say Democrats do not share their nonpolitical values and goals. Among Republicans who follow government and public affairs most of the time, 70% say that, setting political differences aside, Democrats do not share many of their other values and goals. That compares with 53% of Republicans who follow government less often.

Among Democrats, the differences based on attentiveness to government and politics are more modest: 57% of highly attentive Democrats say Republicans do not share many of their other values and goals, compared with 52% of less politically attentive Democrats.
Republicans, Democrats are increasingly positive about members of their own parties

When asked to rate Republicans and Democrats on a “feeling thermometer” between 0 and 100 – where 0 is the most negative rating and 100 is the most positive rating – large majorities of partisans rate the members of their own party warmly. In both parties, the shares giving warm ratings (a rating of 51-100) have increased since March 2016.

About eight-in-ten Democrats (82%) and Republicans (84%) feel warmly toward their own party. In March 2016 – prior to the conclusion of the presidential primaries – 75% of Democrats and 67% of Republicans said that they had a warm view of their fellow partisans.

Since 2016, the shares of partisans with neutral feelings (a rating of 50 on the 0-100 thermometer) toward members of their own party have dropped from about one-in-five (19% of Democrats and 22% of Republicans) to about one-in-ten (11% of Democrats and 10% of Republicans).

As Republicans and Democrats take an increasingly positive view of members of their own parties, they have become more negative toward members of the opposing party.

Today, 79% of Democrats and 83% of Republicans rate the other party coldly (a thermometer rating of 0-49).

Three years ago, narrower majorities in both parties gave the other party a cold rating. In March 2016, 61% of Democrats gave Republicans a cold rating and 69% of Republicans gave Democrats a cold rating.

Since 2016, there has been an especially sharp rise in “very cold” feelings toward the opposing party. In March 2016, 41% of Democrats and 46% of Republicans gave the other party a very cold rating (less than 25 on the 0-100 scale). Today, 57% of Democrats and 60% of Republicans give the other party a very cold rating. And about three-in-ten Democrats (30%) and Republicans (32%) give members of the opposing party a rating of zero – the lowest on the scale.
‘Leaners’ are much less warm to their own party than are partisans

Compared with those who identify with one of the political parties, those who “lean” toward a party are considerably less likely to view members of their own party warmly. However, they are only modestly less likely to give a cold rating to the opposing party.

While about eight-in-ten of those who identify with a party (84% of Republicans and 82% of Democrats) say they have warm feelings toward the members of their own party, only about half of partisan leaners say the same.

Among Republicans leaners, 46% rate Republicans warmly, while about as many Democratic leaners (52%) rate Democrats warmly.

However, majorities of partisan leaners – and those who identify with a party – have negative opinions of members of the opposing party. About eight-in-ten partisan identifiers (83% of Republicans and 79% of Democrats) have a cold view of the other party compared with about seven-in-ten leaners (70% of Republican leaners and 72% of Democratic leaners).
Growing shares of partisans give opposing ratings to the two parties

Three-quarters of Republicans (75%) and 71% of Democrats now rate the members of their own party warmly and the other party coldly. In both parties, the shares holding this combination of views have steadily increased over the past three years.

The share of Republicans with this combination of views is 26 percentage points higher than it was just three years ago (75% now, 49% then). Among Democrats, there has been a similar increase in the share with a warm view of Democrats and a cold view of Republicans over this period (71% now, 53% then).
Men, older partisans most likely to view the other party ‘very coldly’

In both parties, there are gender, age and educational differences in “very cold” (0-24) ratings of members of the opposing party.

Men in both parties are more likely than women to give colder ratings to the members of the other party. About two-thirds of Republican (65%) and Democratic (64%) men give the other party a very cold rating.

By comparison, 55% of Republican women and 53% of Democratic women offer a very cold rating to the members of the other party.

Similarly, in both parties, younger adults are less likely than older people to give highly negative ratings to the members of the opposing party.

Yet the education differences in these attitudes differ among Republicans and Democrats. Nearly two-thirds of Democrats with at least a four-year college degree (65%) give Republicans a very cold rating. That compares with 51% of Democrats who have not attended college. The pattern is reversed among Republicans: 52% of Republicans with a college degree give Democrats a very cold rating, compared with 65% of those with no college experience.
Politically attentive have stronger feelings toward both parties

Partisans who follow government and politics most closely are more likely than less attentive partisans to give a cold rating to the other party – and a warm rating to their own.

About nine-in-ten (91% of both Republicans and Democrats) who say they follow government and public affairs most of the time give members of the other party a cold rating. By comparison, smaller majorities of those who follow government some of the time or less often give the opposing partisans cold ratings

The most politically attentive are also most likely to have warm views of their own party. Overwhelming majorities of partisans who say they follow government most of the time give members of their own party a warm rating (88% of both Republicans and Democrats). Narrower majorities of those who are less attentive to politics say the same.

Rubén Weinsteiner

La radicalización de la clase media griega

El motor de la radicalización de los segmentos medios y en especial los medios bajos griegos parece ser el impacto disolvente que la crisis tiene sobre la institución familiar.


De confirmarse la hipótesis de Leontitsis, cabe esperar un comportamiento social emparentado con la demanda de reconstrucción de la institución familiar, en especial con la estabilidad del vínculo y esa circunstancia no necesariamene supone apoyar experiencias de gestión popular democráticas con discreta orientación de centro izquierda, como puede caracterizarse a la actual coalición de gobierno ordenada en torno a Syriza.


Algo similar sucedió en Argentina , los valores que promovieron la radicalización de los segmentos medios tras la crisis del 2001 fueron diversos, y no necesariamente supusieron el acompañamiento sostenido a experiencias políticas popular democráticas.


Por el contrario a medida que la situación socioeconómica se estabilizó, el multidimensional componente aspiracional de los segmentos medios recobró protagonismo y su comportamiento es el violentamente opositor que manifiesta hoy un amplio segmento de franjas medias, no necesariamente vinculado a sostener experiencias de gobierno popular democráticas, con propuestas de mayor inclusión social.


Leemos acerca del fenómeno de "radicalización" de los segmentos medios griegos.



Cómo se radicalizó la clase media griega


Vasilis Leontitsis



Una serie de comentaristas se han referido a la capacidad que tuvo Syriza de atraer el respaldo de un amplio sector de la sociedad griega en su victoria electoral del pasado 25 de enero. Vasilis Leontitsis escribe que una dinámica clave en las elecciones fue el apoyo que recibió Syriza de familias de clase media baja. Sostiene que si bien estas familias habían tendido a votar de modo conservador en anteriores elecciones, un nítido efecto de la crisis económica del país consistió en radicalizar a este sector del electorado y empujarlo hacia partidos con programas más radicales.


Las recientes elecciones nacionales han provocado un desplazamiento considerable en el paisaje político griego y europeo. Es la primera vez que un partido radical de izquierdas ha ganado las elecciones generales en Grecia y, ciertamente, en Europa Occidental. Esto en sí mismo constituye una hazaña para Syriza y Alexis Tsipras, su carismático dirigente populista.


Sin embargo, existe un aspecto que ha pasado por alto el debate político posterior a las elecciones. A saber, que tras la transformación radical experimentada en Grecia está el hecho de que la familia griega media como institución principal de la sociedad griega no está necesariamente bajo el influjo de la lucha ideológica entre izquierda y derecha. Naturalmente, ha habido elementos de influencia en las ideas en las recientes elecciones. Sin embargo, lo que es todavía más importante, las familias griegas han demostrado preocupaciones prácticas y han luchado en muchos aspectos por su autoconservación.


La familia era y sigue siendo la piedra angular de la sociedad griega. Se basa en la ayuda mutua y en las relaciones simbióticas entre sus miembros. En un país en el que el Estado nunca ha sido capaz de proveer una red completa de seguridad social, la familia es considerada una institución inviolable que absorbe los choques externos cuando es preciso. Esto ha permitido históricamente a sus miembros capear tormentas sociales y financieras.


Sin embargo, después de cinco año de desempleo creciente, deudas de los hogares y una reducción de sus ingresos disponibles, la familia griega se debate hoy tratando de desempeñar este papel fundamental. Ha aumentado el número de hogares en paro en el país. Además, el ahorro negativo (es decir, gastar los ahorros existentes para compensar la falta de ingresos) constituye hoy la norma. De aquí que se haya visto comprometida la posibilidad de conservar un nivel saludable de ingresos familiares.


Naturalmente, son las familias de clase media baja las que más han sufrido. Esas familias constituyen el espinazo de la sociedad griega. En el periodo posterior a 1974, el llamado Metapolitefsi (después de la dictadura), llegaron a acumular algunos modestos activos. Y cuando empezó la crisis financiera eran relativamente acomodadas para lo que han sido los baremos históricos griegos. Disfrutaban de un nivel de vida decente que se basaba en los lazos de solidaridad de sus miembros.


Las familias de clase media baja relativamente acomodadas en el pasado se han convertido en nouveaux pauvres de hoy, los nuevos pobres. Han perdido muchísimo en términos de riqueza material. Sus activos financieros se han evaporado, pero han conservado un vivo recuerdo de tiempos financieramente más seguros. Añádase a esto que se sienten humillados y traicionados por las élites políticas griegas tradicionales y sus socios europeos. Esto ha agitado el descontento y ha radicalizado a un segmento de la población que ha sido tradicionalmente conservador en lo social.


Esta parte de la sociedad griega tendía, hasta hace bien poco, a evitar cambios políticas bruscos. De aquí que el discurso político de la izquierda radical tendiera a ahuyentar a esos votantes. Durante años votaron a Nueva Democracia, el mayor partido conservador griego, o al Pasok, un partido de centroizquierda que hace tiempo que perdió sus raíces socialistas. Ambos partidos promovían políticas semejantes, basadas cada vez más en el neoliberalismo o en versiones rebajadas del mismo. Mientras se protegieron los cimientos financieros de las familias griegas, mediante el crecimiento económico y las relaciones clientelares, estuvieron encantados de preservar el statu quo político.


La aguda crisis financiera anuló este bonito equilibrio. El desplome financiero del hogar medio griego llevó al derrumbe de las viejas lealtades políticas. Las élites políticas tradicionales se vieron deslegitimadas y los ciudadanos griegos buscaron alternativas en la ultraderecha con Amanecer Dorado o en la izquierda radical, es decir, en Syriza. Y esta última, sobre todo, llenó rápidamente el vacío político. Ofrecía esperanzas a un electorado desilusionado. Ofrecía también el potencial de revertir las medidas que habían paralizado la base financiera de los hogares griegos.


La familia media griega ya no tiene nada más que perder. No tiene nada que temer. Por esta razón es por lo que el intento de Nueva Democracia de generar inquietud respecto a la economía en las recientes elecciones fracasó como estrategia política. Sintiéndose perdidas las familias griegas, traicionadas e inseguras, estaban preparadas para llegar a los extremos del sistema de partidos con el fin de expresar su resentimiento por los años de penuria. Estaban, así pues, listas para adherirse a alternativas políticas radicales, al haberse atrevido a navegar aguas inexploradas. La victoria de Syriza dejó esto claro: el electorado estaba listo para responder a la conmoción del pilar más sacrosanto de la sociedad griega: la familia.


Vasilis Leontitsis, profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Sheffield, en el Reino Unido, es especialista e investigador sobre Grecia y la Unión Europea.

EN FRANCIA PROYECTAN ABRIR MIL CAFÉS EN MIL PUEBLOS RURALES PARA RECUPERAR EL ENCUENTRO COMUNITARIO




Una iniciativa del Grupo SOS, una organización europea que es modelo de gestión de oportunidades de desarrollo social sin fines de lucro, está analizando propuestas de municipios interesados en participar de la creación de cafés multifunción en poblados rurales de menos de 3.500 habitantes. La idea es recuperar un espacio que históricamente sirvió de centro de la vida comunitaria para que los pobladores cuenten con un punto de encuentro que sirva para debatir y desarrollar las demandas de cada pueblo.

En todo el mundo los cafés constituyen espacios de identidad y vínculo social. En Francia, en la década de 1960 había unos 200 mil cafés, pero esa costumbre de encuentro se fue perdiendo y actualmente la cifra de ese tipo de comercios no llega a los 40 mil. Si las ciudades sufren esta desaparición, mucho más lo sienten las áreas rurales donde se han perdido los cafés o apenas sobreviven con muchas dificultades.

La organización Grupo SOS, especializada en desarrollar innovaciones sociales que atiendan a sectores excluidos, creó un programa denominado 1000Cafés que busca interesar a los alcaldes de municipios con menos de 3.500 habitantes para que se recuperen la costumbre de juntarse a reflexionar sobre los temas comunes y sirvan para atender las demandas de los pobladores.

Los municipios deben disponer de un lugar donde funcionará el café y seleccionar a una pareja que lo atienda. La organización utiliza recursos financieros de distinto orden (estatal, de empresas privadas, de ciudadanos interesados en apoyar acciones sociales) y acondiciona los locales de modo que además de la actividad típica del café haya un espacio reservado para reuniones, debates o cualquier actividad que la comunidad requiera.

«Ante el sentimiento de abandono que sienten los habitantes de muchos territorios, queremos volver a tejer el vínculo social mediante el establecimiento de cafés. Queremos proponer a todos los representantes elegidos de los municipios pequeños, que no tienen más café o que corren el riesgo de un cierre, construir el proyecto con ellos y los habitantes «, explicó Jean-Marc Borello, presidente del grupo SOS, al sitio web Les Echoes.

La primera acción fue contactarse con los alcaldes de 32 mil pueblos que no superan los 3.500 habitantes. Los objetivos centrales que aparecen en la página web del proyecto es que los cafés sean espacios de servicios múltiples, la participación de los habitantes de las comunas para escuchar sus demandas e ideas y el apoyo organizativo de gestión y relación con las instituciones para que el café perdure de forma sustentable.

La idea es que 1000Cafés se adapte a las necesidades de cada municipio con la participación de sus habitantes. «No será una franquicia o una marca. Los lugareños definirán el lugar, la decoración, el nombre y especialmente lo que servirá el bistro » sostiene Borello. Además del negocio principal de la bebida, se ofrecerá una gama de servicios locales: pan, comestibles locales directos de los productores, estaciones de retransmisión, servicios para luchar contra la brecha digital. El objetivo también es establecer un modelo de negocio sostenible para estos nuevos cafés rurales. La agrupación de compras y la apertura de otros servicios propuestos reducirán los costos y diversificarán la facturación. Y el riesgo financiero será respaldado por el grupo SOS. El proyecto también está apoyado por el Ministerio de Cohesión Territorial francés y la Oficina por la Igualdad Territorial, dos organismos destinados al desarrollo local.

El 30 por ciento de la población francesa vive en comunas de menos de 3.500 habitantes y el 60 por ciento de esos poblados ha perdido los clásicos cafés. Una encuesta en esas localidades determinó que el 80 por ciento de quienes viven en esas comunidades desearía que se instale un café en su pueblo.

Más información:

https://www.1000cafes.org/

LAS UNIVERSIDADES ALEMANAS SON GRATUITAS Y TIENE PLANES DE INCENTIVO PARA QUE LOS EXTRANJEROS SE EDUQUEN EN SUS AULAS


Además de gozar de un prestigio que las ubica entre las mejores del mundo, las universidades alemanas tienen la particularidad de que son gratuitas tanto para los residentes locales como para los extranjeros. El sistema tiene un costo inicial para el país, pero el balance final resulta sumamente beneficioso por lo que hay una política de Estado que fomenta que los extranjeros cursen sus estudios superiores en las aulas alemanas.

Una de las banderas que agitan los liberales argentinos es que el modelo de universidad gratuita tiene un costo innecesario para el país y que además de que debería ser arancelada para los argentinos. En esa crítica, uno de los argumentos más fuertes es que además de que hay argentinos que podrían pagar una cuota, miles de estudiantes extranjeros “aprovechan” para cursar carreras universitarias públicas a costa de los impuestos que pagan los argentinos. La muletilla de esos críticos suele ser que hay que copiar a los “países serios” (la forma de calificar al Primer Mundo).

No hay dudas de que entre esos países “ejemplares” que señalan figuran Alemania, Noruega, Islandia, Suiza y Finlandia. En todos los casos, sus universidades son gratuitas y están abiertas bajo el mismo régimen para los estudiantes locales y los extranjeros. Naturalmente el sistema tiene una restricción en la mayoría de estos países que es la condición de hablar el idioma local para poder anotarse. Pero en el caso de Alemania hay una política que incluye muchas carreras que se cursan en inglés. No es el único incentivo para los extranjeros, los alemanes invierten 365 millones de dólares anuales para que a las aulas de su educación superior asistan miles de estudiantes de todo el mundo.

¿Esta apertura educativa es un gasto filantropico? Para nada. El DAAD (Servicio Alemán de Intercambio Académico), estima que cada estudiante extranjero le cuesta al estado alemán 14.600 dólares anuales, pero esa cifra se compensa sin problemas en el transcurso de la carrera. Si el 40 por ciento de los estudiantes que se anotan viven durante 5 años en Alemania para estudiar, cubren ese costo inicial con el pago de impuestos en la ciudad en la que residen. Naturalmente, esos números cierran.

El beneficio para Alemania no termina allí. El DAAD registra que el 50 por ciento de los estudiantes extranjeros se queda a vivir en Alemania, son jóvenes que asimilan la cultura alemana, educados bajo programas que cubren las necesidades específicas de ese país y que suelen ser emprendedores que desarrollan negocios que dejan ganancias por mucho más que la módica suma que el Estado invirtió en ellos.

Berlín es la ciudad alemana que mayores beneficios obtiene de este intercambio, unos 25 mil extranjeros estudian allí y movilizan la actividad económica de la región.

Respecto de los propios alemanes, la política universitaria tiene un sentido igualitario e incentiva a que los jóvenes de cualquier clase social pueda cursar una carrera. En 2006, hubo un fallo judicial que abrió la posibilidad a que las universidades cobraran una arancel semestral de entre 500 y 650 euros, pero resultó tan impopular que la mayoría de las universidades optó por mantener la gratuidad, y las que aplicaron el arancel pusieron un valor mucho menor, de entre 200 y 250 euros.

El «reventón social» en Chile; una mirada histórica

Gabriel Salazar Vergara


Solo faltaba una chispa (cualquier chispa) que, crispando la piel de los adolescentes de Chile, que vienen mostrando más sensibilidad histórica e irritabilidad política que cualquier otro sector de la sociedad, hiciera estallar todo. Esa chispa llegó con el aumento del metro y la represión que sucedió al movimiento por la «evasión masiva».



Desde el 18 de octubre sacude Santiago y el resto de Chile una masiva protesta social, en la que amplios sectores medios y de las clases populares han concurrido a manifestar su rechazo al modelo neoliberal vigente. La protesta ha redundado en grandes marchas, «caceroleos» multitudinarios y enormes destrozos, saqueos e incendios en estaciones del tren subterráneo, supermercados y multitiendas, lo que ha conmovido profundamente a la opinión pública nacional e incluso internacional.

Sin duda, se trata del «reventón social» más extendido, violento y significativo que ha vivido el país en toda su historia. Y el único, además, que hasta ahora no ha dado lugar a una sangrienta masacre como respuesta por parte de los aparatos policiales y militares del Estado central. Dadas esas características, se hace necesario trazar algunas perspectivas históricas mínimas para precisar su especificidad política y sus posibles proyecciones.

1. Debe tenerse en cuenta que en Chile, desde 1973, se impuso por la violencia extrema un modelo  «de laboratorio», por la necesidad estratégica de demostrar, en el marco de la Guerra Fría, que la economía de mercado podía generar «desarrollo económico social» y no solo «subdesarrollo», como se planteó en el Tercer Mundo en las décadas de 1960 y 1970.

A esos efectos se dictó la Constitución de 1980, se aplicó el modelo diseñado por la Universidad de Chicago, se habilitó la entrada libre para el gran capital financiero internacional y, por la reactivación económica producida por ese capital, se integró a Chile en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por su carácter paradigmático. Para salvar ese modelo, se retiró al general Augusto Pinochet del comando superior del proceso (era disfuncional), y la vieja clase política civil chilena aceptó administrar la herencia recibida, como premio por traicionar sus viejas lealtades socialistas o estatistas.

El rechazo de la ciudadanía a la tiranía militar, a la llamada «transición a la democracia» y al gobierno que encabezó, desde 1990, el presidente Patricio Aylwin fue inmediato y, además, creciente. En 1991, una encuesta pública realizada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) demostró que 54% de los chilenos adultos rechazaba, no creía o no confiaba ni en el Estado ni en los partidos políticos, y menos aún en los políticos. Esa cifra fue creciendo consistentemente desde entonces y alcanzó entre 2017 y 2019 cifras que fluctuaban entre 80% y 95%. Es decir, junto con la crisis por ilegitimidad de nacimiento, el modelo neoliberal chileno fue acumulando una crisis de representatividad que llegó a ser casi absoluta. Es decir, se generó una caldera cívica que podía estallar en cualquier momento si no se le aplicaban válvulas de compensación eficientes. Finalmente, el estallido se produjo en el weekend pasado.

2. Durante décadas (1938-1973), el Estado y las grandes universidades chilenas jugaron un papel de investigación, planificación y centralización de las políticas de desarrollo. Eso convirtió al Estado y al sistema de partidos políticos en una gran maquinaria patriarcal: el Estado era empresario desarrollista; protector asistencial de trabajadores, mujeres y niños; promotor de reformas estructurales (reforma agraria, educacional, tributaria, etc.) y, finalmente (durante los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens), fue un Estado revolucionario (en libertad y legalidad).

La conversión en Chile del Estado liberal en un Estado patriarcal-planificador (providence state lo llamaron sociólogos norteamericanos) transformó a la ciudadanía «sociocrática» (soberana) del periodo 1918-1925 en una «masa callejera» disciplinada, demandante y protestante, seguidora de caudillos y vanguardias, respetuosa de las leyes vigentes y, sobre todo, de la Constitución de 1925 (ilegítima).

Ese tipo de Estado (liberal, pero reformista y revolucionario) experimentó una crisis económica sostenida entre 1945 y 1970, y una crisis política catastrófica en 1973. Como se sabe, la tiranía militar eliminó ese Estado y ese tipo de ciudadanía desde 1973, mediante un brutal triple shock. Eliminó con ello tanto la política revolucionaria de la izquierda como la política reformista del centro. De este modo, la ciudadanía, y en especial la clase popular, debieron comenzar a construir un camino político distinto. Por eso, cuando en 1991 54% de los chilenos rechazó el modelo neoliberal, la ciudadanía ya no era «masa seguidora» sino «movimiento social»; esto es, gente que tendía a pensar por sí misma y adoptar posiciones políticas autónomas, con creciente independencia de los partidos políticos.

De ese modo, en 2001,50.000 estudiantes de enseñanza media salieron a la calle, en el llamado «mochilazo», para rechazar el modelo neoliberal gritando una consigna revolucionaria: «¡La asamblea manda!». Esto puede traducirse como «Mandamos nosotros, no los partidos ni el gobierno». En 2006 salieron a la calle ya no 50.000 en Santiago sino 1.400.000 adolescentes en todo Chile, en las protestas conocidas como el «pingüinazo»; y gritaban lo mismo. El PNUD, que venía observando el proceso desde 1991, diagnosticó: «En Chile está en marcha un proceso de ciudadanización de la política». En 2011, en esa misma lógica, se movilizaron masivamente los estudiantes universitarios. Desde 2012, lo hicieron las asambleas ciudadanas territoriales (en Freirina, Punta Arenas, Aysén, Calama, Chiloé, Pascua Lama, etc.) y en 2018, masivamente, la marea feminista.

3. Los gobiernos neoliberales de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI (de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera), sin atender a la dirección a la que apuntaba el movimiento ciudadano, no hicieron más que completar y perfeccionar el modelo neoliberal original dándole una apariencia modernista, democrática y futurista. Todo ello bajo el apotegma de que Chile era el «jaguar» de América Latina, una analogía con los «tigres» del Sudeste asiático… De este modo, privatizaron la educación, la salud, el agua natural y potable, la previsión, el transporte, las comunicaciones, las carreteras, la pesca, los bosques y las salmoneras y permitieron gigantescos entendimientos ilegales entre las grandes empresas y multimillonarios desfalcos y evasiones tributarias.

Al mismo tiempo, la clase política civil se consolidaba como «carrera profesional» altamente remunerada, mientras persuadía a la clase política militar a compartir responsabilidades y la defensa de una fluida inserción de Chile en la economía globalizada, para permitir que las grandes inversiones extranjeras continuaran dentro del país impulsando su «desarrollo». Esta política descargó un enorme peso sobre los ingresos de la clase popular y en los grupos medios.

La extracción de plusvalía se incrementó rápidamente y llegó a un nivel absoluto, disimulándose detrás de una gigantesca oferta de créditos de consumo, que permitió a los pobres consumir lo que deseaban comprando a crédito las mercancías que dan «estatus» de clase media. Así, según informes difundidos en la prensa, un hogar chileno promedio carga una deuda equivalente a casi 75% de su ingreso familiar y ocho veces el total de sus ingresos en un año. Todo es mercancía y todo se paga a crédito (incluyendo la salud, la educación y los 480.000 automóviles nuevos que año tras año se importan en el país). La plusvalía absoluta se disimula detrás de un crédito inflado al máximo. Por eso, el desarrollo en Chile ya no se mide en el aumento de la «producción», sino en el aumento de las «transacciones comerciales». La explotación extrema se esconde, pues, detrás del púdico velo del hiperconsumismo.

4. A la crisis por ilegitimidad sistémica y a la crisis de representatividad política se suma, pues, la de la plusvalía absolutizada escondida detrás del consumismo. Y como si fuera poco, esta olla de presión carece de válvulas de escape o de compensación. Primero, porque en Chile ya no hay izquierda, ni dentro ni fuera del Parlamento: todos los partidos respetan la Constitución de 1980 y/o promueven reformas promodelo; segundo, porque las ideologías revolucionarias (todas ellas eran importadas) fracasaron con Salvador Allende y Miguel Enríquez después de 1973 –aunque hay una nueva izquierda, los nuevos partidos son percibidos como el sector juvenil de la vieja clase política–; tercero, porque las ONG de los años 1980 y 1990, que trabajaron inmersas en la sociedad civil y para la sociedad civil, ya no existen; cuarto, porque todas las universidades actuales están impregnadas por la praxis neoliberal (individualismo, obsesión por el currículum personal, competencia entre intelectuales y entre universidades, internacionalización de sus académicos y sus papers, masas estudiantiles desconcertadas, etc.), razón por lo que ya no piensan los problemas del país y de la ciudadanía, sino sus carreras académicas individuales, y quinto, porque los políticos y los partidos, aparte de su campaña electoral (exacerbada porque se les paga una cantidad de dinero por cada voto que obtienen), no tienen contacto real ni permanente con sus bases electorales, etc. En resumen: el importante proceso de ciudadanización de la política que detectó el PNUD hace ya casi 20 años carece de apoyo teórico, de definiciones políticas y de acompañamiento orgánico, pues se trata de un proceso nuevo y de un tipo de política que, si bien se ha practicado en el pasado, está aplastada por un enorme bloque de conveniente amnesia teórica. El desconcierto político de los ciudadanos agrega, pues, por su lado, un ancho tapón que retarda la explosión «coherente» de la caldera total.

5. En ese contexto, el actual gobierno (de derecha y neoliberal puro) que, paradojalmente, fue elegido por segunda vez –no consecutiva– con una mayoría significativa, se sintió cómodo para iniciar una serie de propuestas legales tendientes a perfeccionar aún más la rentabilidad empresarial, apostando a que esa rentabilidad es la base del desarrollo excepcional de Chile, un modelo neoliberal que es ya el más perfecto del orbe. Enceguecido por su triunfo electoral, Piñera no tomó en cuenta la cuádruple caldera de presión que tenía bajo sus pies.

La actitud y las declaraciones del presidente Piñera son patéticamente expresivas de esa ceguera («somos un oasis en la convulsionada América Latina»). Por eso, solo faltaba la chispa (cualquier chispa) que, crispando la piel de los adolescentes de Chile (que han demostrado desde el siglo XX que tienen más sensibilidad histórica e irritabilidad política que los estudiantes universitarios y el proletariado juntos), hizo estallar todas las calderas a propósito de una aparente nimiedad: un alza de 30 pesos (0,04 dólares) en la tarifa del Metro de la capital, un sistema de transporte particularmente caro. Cuando la opresión sobre la ciudadanía total es múltiple y llega a un punto barométrico extremo, cualquier bengala puede producir el estallido de una crisis larvada y alargada por demasiado tiempo.

6. Chile ha tenido, desde el siglo XVI, un «bajo pueblo» demográficamente mayoritario pero majaderamente maltratado, el pueblo mestizo. Desde el siglo XVII y hasta el día de hoy, el pueblo mestizo ha constituido entre 52% y 68% de la población nacional. Nació como un pueblo sin territorio, sin acceso legal a la propiedad, sin memoria propia, sin lenguaje propio y –por decisión del rey de España y después por conveniencia de la oligarquía mercantil chilena– sin derecho escrito.

No siendo «sujetos de derecho», desde 1600 hasta 1931 (año en que se sancionó el Código del Trabajo), los hombres y las mujeres del pueblo mestizo chileno pudieron ser abusados impunemente en todas las formas imaginables, incluyendo la violación, la tortura y la muerte. Debido a esta situación, vivieron, entre 1600 y 1830 aproximadamente, como vagabundos a pie y a caballo (los hombres), y en miserables rancheríos suburbanos (las mujeres abandonadas). No pudieron, pues, vivir ni en parejas, ni en pueblos. Se llenaron de niños «huachos» y no pudieron ser ciudadanos formales. Reprimidos en todas partes como «afuerinos y merodeadores», como sospechosos y «enemigo interno», intentaron convertirse en productores: campesinos, chacareros, pirquineros y artesanos.

Como no tenían derechos, en esa condición fueron expoliados salvajemente por los propietarios, prestamistas, molineros, habilitadores, militares e incluso por los «diezmeros» de la Iglesia católica. Desesperados, muchos se fueron a los cerros y la cordilleras, donde se transformaron en colleras, gavillas, cuatreros y montoneros, que asaltaron y saquearon haciendas, fundos y pueblos enteros. El bandidaje rural chileno se extendió desde 1700 hasta aproximadamente 1940. Ni la Policía ni el Ejército pudieron eliminarlos. De todos modos, por la presión excesiva, decidieron, desde 1880, emigrar a las grandes ciudades, las que cercaron con rancheríos y conventillos. La ciudad mestiza llegó a ser tres veces más grande que la «ciudad culta» de la oligarquía. Como ni en el espacio rural ni en el espacio urbano fueron integrados por una economía productiva en expansión (la oligarquía mercantil hizo abortar tres movimiento de industrialización en Chile), el «roto» rural o minero fue reemplazado y multiplicado con creces por el roto urbano.

Esto explica el hecho que, cada vez que en Chile se desató un desorden político institucional, las masas mestizas urbanas salieron de su periferia, invadieron y saquearon el centro comercial y a veces residencial de la ciudad. Así ocurrió en Valparaíso, en 1903; en Santiago, en 1905 y 1957, y en varias ciudades del país durante la tiranía militar (entre 1983 y 1987, sobre todo). En todos los casos protagonizaron una «reventón social» que remeció a nivel de pánico la institucionalidad política y la seguridad de la clase dirigente, y abrió procesos de cambio estructural que nunca maduraron del todo.

Hasta 1989, los múltiples reventones sociales no habían logrado fraguar con éxito en Chile ninguna revolución social. El modelo neoliberal impuesto por Pinochet ha producido un gran desarrollo transaccional y consumista, pero este desarrollo solo ha disfrazado al pueblo mestizo con un barniz consumista que no ha alterado en nada su marginalidad crónica, su ausencia de identificación profunda con la cultura occidental que tanto ama la oligarquía chilena y su honda rabia por haber sido por siglos un sujeto sin integración total a la sociedad moderna. Por eso, la destrucción de la materialidad de aquella cultura (lo que ha hecho sistemáticamente desde el siglo XIX) reapareció de nuevo el weekend pasado, como una apoteosis del consumismo (robo y saqueo de mercancías: su guerra de recursos multicentenaria) y a la vez como sabotaje violento contra el sistema que los excluye (destrucción e incendio de supermercados y shopping centers, símbolos de ese sistema).

7.Todo indica que la ciudadanía y el pueblo mestizo le dieron al modelo neoliberal chileno un golpe letal, del cual muy difícilmente se recuperará. Y como ni el Ejército ni la Policía desencadenaron una represión sangrienta sobre el pueblo amotinado, se ha abierto una brecha inesperada por donde la ciudadanización de la política puede avanzar y desplegarse.

Muchas comunidades y grupos tienen conciencia de esta posibilidad. El problema es que no tienen una experiencia cabal de esto, ni memoria histórica, ni agentes intelectuales y políticos que estén en condiciones de ayudarlos en este trance. Porque si la brecha existe, el plazo histórico para avanzar es relativamente corto, porque la clase política civil aprobará rápidamente leyes populistas para atemperar la coyuntura y asegurar su estabilidad en el poder (ya redujeron a la mitad su dieta parlamentaria). Esto es complicado, porque el enemigo del pueblo ya no es tanto, hoy, la burguesía en sí o el imperialismo en sí, como en el pasado, sino una clase política civil que no ha representado nunca directamente al pueblo y que escuda a los capitales internacionales a los cuales protege y de los cuales depende su «desarrollo» como clase. La ciudadanía chilena necesita audacia y creatividad, y actuar con rapidez, tomando el camino más corto para validar asambleas de base por todas partes, a efectos de llegar federadamente a una Asamblea Nacional Constituyente que dicte las normas constitucionales que le inspiran su conveniencia y su sabiduría deliberante. Hay células de este tipo por todo Chile. Hay una ley, la Nº 20.500, de Participación Ciudadana, que le proporciona el procedimiento y las articulaciones institucionales para culminar su tarea. Ya estalló la chispa para que la presión revolucionaria ínsita en esta rebelión pueda desplegarse y orientarse. Pero el «peso de la noche» (que ya dura dos siglos) y la debilidad teórica y política conspiran en su contra. Pero es necesario confiar en el instinto humano, social y comunitario de una ciudadanía despierta y deliberante.