Mayra Arena: “En las villas hay resignación con el coronavirus; el principal enemigo es el hambre”

Por Joaquín Cavanna|

Mayra Arena vivió más de dos décadas en una precaria casa de un asentamiento en Bahía Blanca


La Argentina se encamina hacia la segunda fase de la cuarentena obligatoria en su lucha contra la epidemia del coronavirus. Desde el anuncio del presidente Alberto Fernández de la extensión del confinamiento hasta que finalice la Semana Santa, el foco del Gobierno se acentuó en cómo ayudar a los sectores de más bajos recursos, que serán los más damnificados por la interrupción abrupta de la actividad comercial.


Mayra Arena, de 28 años, es la joven que en 2018 trascendió gracias a un escrito en las redes sociales y a la Charla TED titulada “Qué tienen los pobres en la cabeza”, en los que describió cómo fue su vida durante más de dos décadas en un asentamiento de Bahía Blanca. Con su palabra, en su momento logró penetrar en los hogares de la clase media argentina al reflejar una realidad que millones de argentinos desconocían.


Arena, que en el 2019 consiguió trabajo en una consultora de comunicación política y logró mudarse a un modesto departamento de Tres de Febrero junto a sus dos hermanas menores y su hijo de 13 años, continúa en permanente contacto con sus familiares y amigos en diversos asentamientos. Así, en una extensa charla telefónica con Infobae, trazó la realidad que se vive en los lugares más pobres del país después de los primeros 11 días de cuarentena y analizó cómo se preparan los más necesitados para una instancia de su vida con un panorama absolutamente incierto.

Mayra Arena está haciendo la cuarentena en un departamento junto a su hijo Joaquín (13 años) sus hermanas Alelí (13) y Gisella (25) y Richi, el hijo de una familia muy pobre de su barrio, al que ella llama "mi hijito del corazón"


—¿Cómo se hizo hasta el momento para sobrellevar la primera fase de la cuarentena en los asentamientos y villas?


—Los pobres tenemos dos problemas principales para enfrentar esta peste. El primero es el de los recursos, el habitacional. Y el segundo pasa a un plano personal, moral, por así decirlo. La conjunción de los dos deja un escenario de un riesgo muy grande tanto en el plano económico como en el de la salud.


—¿Dónde radica con más peso el de los recursos?


—La vida en la villa no ha cambiado muchísimo. No es que no haya habido acatamiento y no se enteraron, pero allá hay una realidad diferente. Adentro de las casas no hay una comodidad mínima que te permita pasar las 24 horas del día encerrado. Es imposible. Cuando uno es pobre, el rancho es para dormir. Vos entrás a los ranchos y en general no tenemos mesa. Ni hablar que no tenemos un sillón o un lugar para sentarse. El ranchito es la cama y una tele. La precariedad hace que todo gire en torno a la cama. El rancho sólo se usa para dormir.


Además, no hay una cama para cada uno. Eso pasa en muy pocas familias. Tenés que ser un privilegiado. Entonces, hay una falta de intimidad en las casas, de espacio propio, que no te permite estar en tu casa. No podés cambiarte, tener un espacio para poder cambiarte de ropa, lo tenés que estar haciendo afuera a escondidas. Entonces, creo que hay que ser un poco más comprensivo con la gente de los barrios que anden al menos en la cuadra, o por lo menos en el espacio cercano a su casa, porque esa es la forma de estar en su casa que tiene un villero. El estar en la casa de un villero es estar en la “rancheada”, estar en ese espacio. Cuando todo es tan compartido, cuando hasta la cama es compartida, realmente estar en la casa encerrado es todo un sacrificio.


—Y eso suma al combo los problemas de la salud emocional…


—El estrés que tiene una familia que vive encerrada y amontonada no se compara con el que vive una familia que tienen cuartos individuales y espacios comunes. El estrés del villero también lo compone el hecho de que no tenés para comer, no te alcanza la plata, se te acabó la garrafa y ya no tenés para comprar otra. Entonces, ¿con quién te desquitás esa impotencia y esa rabia? Yo me permito ser del interior y discriminar un poco, pero no hay nada más sobrepsicoanalizado que el porteño. Tienen esa sobredosis de psicoanálisis de pensar que “cómo puede ser que desquiten sus frustraciones con el que tienen al lado”. Y la realidad es que el pobre no tiene ese psicoanálisis encima. El pobre se desquita como puede. Y la realidad es que casi siempre ese “como puede” es contra su familia. Y por eso, en general somos más violentos, tenemos más peleas domésticas, hay muchos más quilombos familiares. Entonces, esto del coronavirus se suma a todos los problemas que tiene el pobre, que de por sí son un montón y que son recontra difíciles de llevar.
Mayra Arena, con su hijo Joaquín, delante de la precaria casa en la que vivían en Bahía Blanca


—Ese problema está relacionado estrictamente al virus y a una posible subestimación de lo que pueda causar. Respecto al coronavirus, vos podés tener conciencia de que te puede matar o podés adoptar una postura de “estoy tan curtido que esto no me va a matar”. Porque los pobres también tenemos una romantización de nosotros mismos, de nuestro coraje, y nos creemos más fuertes que la media. Si te cagaste de hambre, si saliste a cirujear o a trabajar de pibe, si nunca tuviste nada y así y todo te las arreglaste siempre para sobrevivir, sí, es muy probable que te creas muy fuerte. Los pobres somos muy de creer que si se viene el fin del mundo, nosotros somos los que vamos a bancar los trapos, los que ya vamos a estar curtidos. Y la realidad es que este virus no discrimina de ninguna de manera, contagia de arriba para abajo. De hecho, hasta dentro de la lógica, el sistema inmunológico de un pobre es más débil que el de los demás, pero bueno, el pobre también tiene esto de “mirá, a mí no me mató cagarme de hambre en el 2001, comer cosas podridas, a mí no me va a matar nada”. El orgullo es la única fortaleza que tiene el pobre y se aferra a eso para seguir saliendo a buscar la comida que tiene que traer a la casa sí o sí. Y si no hace eso, ¿qué hace? ¿Me encierro en mi casa y que se cague de hambre toda mi familia?


Por ahora, el coronavirus todavía es un enemigo invisible y todo pasa a un segundo plano cuando no tenés qué comer. En cambio, el hambre ya se empieza a sentir y se siente claro. Lo sentís en la tripa, te duele la cabeza, te agarra esa debilidad de mierda, te agarran arcadas. Todos los procesos del hambre, el que está abajo ya los vivió y no los quiere volver a enfrentar. La reflexión que hace el pobre en estos días es: “Con el virus, hay probabilidades de que me agarre y hay probabilidades de que no. Pero es diferente al hambre, que sé que me va a agarrar sí o sí”. Entonces, entre cagarme de hambre sí o sí o jugármela y si me agarra, me agarra, pero por lo meno sigo trayendo comida, es muy probable que el pobre termine eligiendo la segunda opción.


—¿Cuál es la situación económica en tus asentamientos de referencia en estos primeros días de cuarentena?


—En un barrio bajo, por lo general lo que más tenés son mucamas, changarines y albañiles. Hasta ahora, es muy poco el personal que está en blanco porque culturalmente sigue pasando que, por ejemplo, las mujeres que limpian están en negro. Ese ingreso se ha caído y el ingreso fuerte, que es el masculino, el que sale a arreglarte cosas de la casa, a cortarte el pasto, a levantarte una pared, ese tampoco puede salir a trabajar. En el único lugar donde hay movimiento es en el barrio, pero para adentro. Hoy vas a un barrio popular y hay casi el mismo movimiento que antes de que explotara lo de la pandemia. Pero el tema es que no se sale afuera de la villa, que es donde se consigue la plata. Entonces, lo que va a pasar es que, ni bien afloje un poquito esto del confinamiento, va a explotar lo que es el mercado del trueque. Como todos sabemos, cuando cae la economía, los primeros que nos quedamos sin plata somos los que estamos más abajo y lo primero que sale enseguida es el trueque. Esto de cambiar lo poco que tenés por comida para tu familia.La charla Ted de Mayra Arena: "Qué tenemos los pobres en la cabeza"


—¿Hay cierta ilusión de que, una vez que se supere la pandemia, se apuntale la solidaridad y se apunte a una sociedad un poco más igualitaria?


—No. El pobre ya está acostumbrado a joderse. El pobre está acostumbrado en que le van a aumentar todo cada vez que llega una nueva crisis. Lo que ha aumentado la comida en estas semanas fue escandaloso. Para los que nuestra única preocupación es el alimento, la inflación que hemos sentido en estos días es brutal. Cuando la comida es tu único gasto, es brutal sentir que todo se fue al carajo porque se te achica cada vez más el billete que tenés en el bolsillo.


—¿Cómo se recibió la noticia del subsidio anunciado por el Estado para las personas de más bajos recursos?


—Hay mucha alegría con el bono de los $10.000 que se va a recibir, muchos van a zafar el alquiler con eso.


—Es que muchos piensan que, como es un asentamiento precario, en las villas se vive gratis. Pero la realidad es que en la villa ocurre lo que en todo sistema capitalista: se va concentrando la riqueza, hay personas que son dueñas de cada vez más ranchos, y es muy común el alquiler. Un alquiler en la Villa 31 no baja de los $8.000, el más normalito. Es que ya no es más como antes. En los 90 estábamos enganchados a todo. Yo empecé a pagar el cable recién a los veintipico de años. No existía pagar ciertos servicios porque te enganchabas. Ahora cada vez hay más controles y el costo de vida hace que sea más parecido al de cualquier otra persona que no vive en un asentamiento. Uno paga los servicios, tiene costo de vida. Entonces, es muy posible que muchos utilicen este bono para pagar el alquiler.


—¿Se están preparando medidas dentro de los asentamientos en caso de que se llegara al pico de contagios en el país?


—La pandemia no discrimina. Ahora, esperemos que el sistema de salud tampoco discrimine porque en ese sentido también tenemos las de perder. El pobre es muy de ir al hospital solo cuando se está muriendo, va a las rastras, va cuando es absolutamente necesario. Está acostumbrado a que su salud tenga una calidad bajísima. Está acostumbrado a vivir con dolor, con dolor físico. Imaginate que si van al médico y le recomiendan una semana de reposo absoluto. No podés hacer reposo porque no podés dejar de trabajar para llevar el pan a casa.

—¿De qué manera se puede extender la ayuda?


—Hay dos puntos clave. La garrafa es algo que no puede faltar. La gente que dona, por ejemplo, lo hace con harina, fideos o arroz, que son cosas que necesitan cocción. Pero si no te quedó una garrafa, ¿qué hacés con eso? Y ahora mismo se está viviendo la situación de que no sabés hasta cuándo tenés que estirar la garrafa, porque no sabés hasta cuándo vas a tener que estar adentro o tener plata para comprar otra. Y la garrafa no la querés usar, por las dudas. Entonces, volvés a bañarte con agua fría. Vuelve el pan como protagonista. Volvés a las masitas, la alimentación de mierda. Harina, harina y más harina.


El otro punto es el de mantener activa la cadena de donaciones. Sé que ahora no se puede por la cuarentena, pero les pido a los que habitualmente donan, que traten de acercarse a seguir dejando algo. En esta situación, los que donaban habitualmente dejaron de donar de manera automática. La clase media, que ya acató la orden de cuarentena, era la que sostenía el merendero y la que sostenía el comedor. Es importante que no deje de haber caudal. Que empiecen a donar muchos alimentos que se puedan comer sin cocción por el tema de la garrafa. Mucha masita, mucho pan. Sé que es una alimentación que es una cagada, pero es lo que el pobre puede comer sí o sí.


—¿Te preocupa un incremento de la inseguridad en los barrios?


—Cuando hay confinamiento, el lugar donde hay mayor control policial es en los barrios intermedios. Y eso va a terminar llevando a que los pobres le salgan a robar a otros pobres. Va a aumentar la inseguridad en las villas y en los barrios bajos va a haber mucho de esos “robos miseria”, en los que roban ropa que tenés colgada en la soga, un envase de garrafa vacío, te roban ollas, te entran a tu casa y te rompen todo. Es un robo más resentido y más bajo, porque no hay nada más bajo que robarle a un pobre. Lo mismo va a pasar con los que salen a pedir, que le van a tener que estar pidiendo limosna a otros pobres. Si sigue esto por mucho tiempo, va a terminar convirtiéndose en algo de supervivencia.
Mayra Arena cumplió 28 años el domingo. Lo celebró en cuarentena con su hijo y sus dos hermanas


—¿Qué balance se hace en los asentamientos sobre esta situación tan atípica en la historia del país?


—Ahora mismo, respecto al virus hay una especie de resignación. Si te tiene que agarrar, te va a agarrar. Es la lotería del pobre. La lucha sigue siendo otra. Cuando la alacena siempre está vacía, tu lucha siempre es otra. No importa que afuera haya un virus, el apocalipsis zombie o una guerra. Tu lucha es conseguir para morfar.


—¿Y tu situación personal?


—Hoy en día, mi realidad es otra. Tengo un buen laburo que me permite poder quedarme en mi casa. Acá cada uno tiene su espacio y tenemos la heladera llena. El hambre que pasé cuando era chica no creo que lo vuelva a pasar, y si lo pasara, ya tengo los recursos incorporados para enfrentarme a eso. Por eso te digo que los pobres también tenemos idealizado eso de que “aguantamos cualquier trapo”. Y en ese sentido, soy igual de agrandada que el resto.

Una mega depresión

 

NUEVA YORK – La sacudida que le está pegando el COVID-19 a la economía global ha sido más rápida y más severa que la crisis financiera global (CFG) de 2008 y hasta la Gran Depresión. En esos dos episodios anteriores, los mercados bursátiles colapsaron el 50% o más, los mercados de crédito se congelaron, hubo quiebras gigantescas, las tasas de desempleo se dispararon por encima del 10% y el PIB se contrajo a una tasa anualizada del 10% o más. Pero todo esto transcurrió en un lapso de alrededor de tres años. En la crisis actual, desenlaces macroeconómicos y financieros igual de sombríos se han materializado en tres semanas.



A comienzos de este mes, sólo hicieron falta 15 días para que el mercado bursátil de Estados Unidos se derrumbara en terreno bajista (una caída del 20% de su pico) –la caída de ese tipo más rápida de la historia-. Ahora, los mercados están un 35% abajo, los mercados de crédito se han congelado y los diferenciales de crédito (al igual que los bonos basura) se han disparado a los niveles de 2008. Inclusive firmas financieras tradicionales como Goldman Sachs, JP Morgan y Morgan Stanley esperan que el PIB de Estados Unidos caiga a una tasa anualizada del 6% en el primer trimestre, y del 24% al 30% en el segundo. El secretario del Tesoro norteamericano, Steve Mnuchin, ha advertido que la tasa de desempleo podría elevarse por encima del 20% (el doble del nivel pico durante la CFG).

En otras palabras, cada componente de la demanda agregada –consumo, gasto de capital, exportaciones- está en una caída libre sin precedentes. Mientras la mayoría de los analistas interesados han venido anticipando una crisis en forma de V –en la que la producción cae marcadamente durante un trimestre y luego se recupera rápidamente en el próximo-, ahora debería quedar claro que la crisis del COVID-19 es algo totalmente diferente. La contracción que hoy está en marcha no se parece ni a una en V, ni en U, ni en L (una marcada crisis seguida de estancamiento). Más bien, se parece a una contracción en I: una línea vertical que representa un derrumbe de los mercados financieros y de la economía real.

Ni siquiera durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial el grueso de la actividad económica literalmente se cerró, como sucede en China, Estados Unidos y Europa hoy. El mejor escenario sería una crisis más severa que la de la CFG (en términos de una menor producción global acumulada), pero de más corta vida, lo que permitiría el retorno a un crecimiento positivo en el cuarto trimestre de este año. En ese caso, los mercados comenzarían a recuperarse cuando aparezca la luz al final del túnel.

Pero el mejor escenario supone varias condiciones. Primero, Estados Unidos, Europa y otras economías muy afectadas necesitarían desplegar medidas generalizadas de testeo, rastreo y tratamiento del COVID-19, cuarentenas obligatorias y un aislamiento a plena escala como el que ha implementado China. Y, como desarrollar y producir una vacuna en gran escala podría demorar 18 meses, será necesario distribuir antivirales e implementar otras medidas terapéuticas en escala masiva.

Segundo, los responsables de las políticas monetarias –que ya han hecho en menos de un mes lo que les llevó tres años después de la CFG- deben seguir implementando medidas poco convencionales ante la crisis. Eso significa tasas de interés cero o negativas; una mejor orientación futura; alivio cuantitativo y alivio crediticio (la compra de activos privados) para respaldar a los bancos, las instituciones no bancarias, los fondos del mercado de dinero y hasta las grandes corporaciones (instrumentos para papeles comerciales y bonos corporativos). La Reserva Federal de Estados Unidos ha expandido sus líneas swap transfronterizas para abordar la inmensa escasez de liquidez en dólares en los mercados globales, pero ahora necesitamos más instrumentos para alentar a los bancos a prestarles a empresas pequeñas y medianas ilíquidas pero aún solventes.



Tercero, los gobiernos tienen que desplegar un enorme estímulo fiscal, inclusive a través de una “distribución en helicóptero” de desembolsos directos de efectivo a los hogares. Dado el tamaño de la crisis económica, los déficits fiscales en las economías avanzadas necesitarán subir de 2-3% del PIB a alrededor del 10% o más. Sólo los gobiernos centrales tienen balances lo suficientemente grades y sólidos como para impedir el colapso del sector privado.

Pero estas intervenciones financiadas con déficits deben monetizarse por completo. Si están financiadas a través de deuda gubernamental estándar, las tasas de interés aumentarían marcadamente y la recuperación quedaría asfixiada en la cuna. Dadas las circunstancias, las intervenciones propuestas desde hace mucho tiempo por los izquierdistas de la escuela de la Teoría Monetaria Moderna, incluido el dinero helicóptero, se han vuelto convencionales.

Desafortunadamente para el mejor escenario, la respuesta de salud pública en las economías avanzadas ha sido mucho más ineficiente de lo que hacía falta para contener la pandemia, mientras que el paquete de políticas fiscales que se está debatiendo en la actualidad no es ni lo suficientemente grande ni lo suficientemente rápido como para crear las condiciones para una recuperación oportuna. Así, el riesgo de una nueva Gran Depresión, peor que la original –una Mayor Depresión- crece día a día.

A menos que se detenga la pandemia, las economías y mercados en todo el mundo seguirán su caída libre. Pero aún si la pandemia está más o menos contenida, el crecimiento general podría no producirse a fines de 2020. Después de todo, para entonces, muy probablemente comience otra temporada de virus con nuevas mutaciones; las intervenciones terapéuticas con las que cuentan muchos pueden resultar menos efectivas de lo que esperaban. Así, las economías volverán a contraerse y los mercados volverán a caer.

Es más, la respuesta fiscal podría chocar contra una pared si la monetización de déficits gigantescos empieza a producir una inflación alta, especialmente si una serie de shocks de oferta negativos relacionados con el virus reduce el potencial crecimiento. Y muchos países simplemente no pueden asumir un endeudamiento semejante en su propia moneda. ¿Quién rescatará a los gobiernos, las corporaciones, los bancos y los hogares en los mercados emergentes?

Como sea, aún si la pandemia y las repercusiones económicas llegaran a controlarse, la economía global todavía podría ser objeto de una cantidad de riesgos de cola de “cisne blanco”. Las elecciones presidenciales de Estados Unidos se acercan y la crisis del COVID-19 dará lugar a renovados conflictos entre Occidente y por lo menos cuatro potencias revisionistas: China, Rusia, Irán y Corea dreel Norte, que están recurriendo, en su totalidad, a una guerra cibernética asimétrica para minar a Estados Unidos desde adentro. Los inevitables ataques cibernéticos contra el proceso electoral estadounidense pueden conducir a un resultado final impugnado, con acusaciones de “fraude” y la posibilidad de violencia manifiesta y desorden civil.

De la misma manera, como he dicho anteriormente, los mercados están subestimando, y mucho, el riesgo de una guerra entre Estados Unidos e Irán este año; el deterioro de las relaciones sino-norteamericanas se está acelerando mientras cada parte responsabiliza a la otra de la escala de la pandemia del COVID-19. La crisis actual probablemente acelere la balcanización y desmadre en curso de la economía global en los meses y años venideros.

Esta trifecta de riesgos –pandemia no contenida, arsenales insuficientes de políticas económicas y cisnes blancos geopolíticos- bastarán para hacer caer a la economía global en una depresión persistente y un derrumbe galopante de los mercados financieros. Después de la crisis de 2008, una respuesta contundente (aunque demorada) logró sacar a la economía global del abismo. Quizás esta vez no tengamos tanta suerte.

La carrera entre la economía y la COVID‑19



MOHAMED A. EL-ERIAN


LAGUNA BEACH – Mientras el coronavirus devasta una economía tras otra, la ciencia económica (y con ella los fundamentos analíticos para la correcta formulación de políticas y gestión de crisis) se ve obligada a actualizarse a la carrera. Particularmente importante en este momento es el análisis económico de la pandemia, del miedo y de los «cortafuegos» (circuit breakers). Cuanto más avance el pensamiento económico para ponerse a la par de las cambiantes realidades, mejor será el análisis en el que se base la respuesta política.


Insuring the Survival of Post-Pandemic Economies
ROMAN FRYDMAN & EDMUND S. PHELPS see major shortcomings in the just-adopted $2 trillion US rescue and stimulus package.3Add to Bookmarks
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Respuesta que será a la vez novedosa e inevitablemente costosa. Los gobiernos y los bancos centrales están aplicando medidas inéditas para mitigar la desaceleración global y evitar así que una recesión global, que ya se da por cierta, dé paso a una depresión (un riesgo que ya es inquietantemente alto). Es probable que dichas acciones desdibujen todavía más las fronteras entre el análisis económico tradicional de las economías avanzadas y el de las economías en desarrollo.

La necesidad de ese cambio es urgente. La contundente evidencia de una enorme caída del consumo y de la producción en todos los países obliga a los analistas en economías avanzadas a considerar, antes que nada, un fenómeno del que hasta ahora sólo se había tenido experiencia en estados frágiles o fallidos y en comunidades devastadas por desastres naturales: la detención súbita de la economía y la cascada de efectos devastadores que pueden aparecer a continuación. Luego deberán enfrentar otros desafíos que son más familiares en los países en desarrollo.

Pensemos en el aspecto económico de la pandemia. Sin importar cuánto deseen gastar, los consumidores no pueden hacerlo, porque se les pidió encarecidamente o se les ordenó quedarse en casa. Y por más dispuestas que estén a vender, las tiendas no pueden llegar a sus clientes, y muchas están aisladas de sus proveedores.

Por supuesto que la prioridad inmediata es la respuesta sanitaria, y esta requiere distanciamiento social, aislamiento autoimpuesto y otras medidas fundamentalmente incompatibles con el funcionamiento de las economías modernas, medidas que provocaron una veloz contracción de la actividad económica (y con ella, del bienestar económico).

En cuanto a la gravedad y duración de la recesión venidera, todo dependerá del éxito de la respuesta sanitaria, y en particular de los esfuerzos para identificar focos infecciosos, contener la propagación del virus, tratar a los enfermos y potenciar la inmunidad de la población. Mientras esperamos avances en estos tres frentes, crecerán el miedo y la incertidumbre, y eso tendrá implicaciones negativas para la estabilidad financiera y para las perspectivas de recuperación económica.



Cuando se nos saca en forma tan violenta y repentina de nuestras zonas de confort, la mayoría de las personas caemos hasta algún punto en la parálisis, la sobrerreacción o ambas cosas. Nuestra tendencia al pánico tiende a profundizar la disrupción económica; y en cuanto comienza a sentirse la falta de liquidez, los participantes del mercado se apresuran a vender activos para hacerse de efectivo, y no sólo aquellos cuya venta es conveniente, sino todos aquellos cuya venta sea factible.

En estas circunstancias es predecible un alto riesgo de liquidación generalizada de activos; y sin intervenciones de emergencia bien diseñadas, esto plantea una amenaza para el funcionamiento de los mercados. En esta crisis, el riesgo de que los problemas del sistema financiero se propaguen a la economía real y provoquen una depresión es demasiado grande para ignorarlo.

Lo que nos trae a la tercera prioridad para el análisis: la economía de los «cortafuegos». La cuestión aquí no es simplemente cuánto pueden lograr las intervenciones de emergencia, sino también qué está fuera de su alcance y en qué circunstancias.

Está claro que en vista de las desastrosas implicaciones para el bienestar social de un desapalancamiento económico y financiero simultáneo, el momento actual exige una respuesta oficial con todos los medios disponibles, en forma integral y coordinada. La prioridad inmediata es crear «cortafuegos» que limiten la magnitud de eventuales ciclos de retroalimentación económica y financiera peligrosos. Aunque este esfuerzo lo están liderando los bancos centrales, también involucra a las autoridades fiscales y otras.

Pero habrá complicados dilemas que resolver. Por ejemplo, se está hablando mucho (y con razón) de propuestas de distribuir transferencias en efectivo y otorgar préstamos blandos para proteger a franjas vulnerables de la población, mantener a flote las empresas y salvaguardar sectores económicos estratégicos. La idea es minimizar el riesgo de que los problemas de liquidez se conviertan en problemas de solvencia. Sin embargo, cualquier programa de inyección de efectivo y crédito chocará de inmediato con problemas de implementación. Además de las consecuencias no deseadas y de los daños colaterales típicos de medidas indiscriminadas, inundar de liquidez todo el sistema en medio de la crisis actual obligaría a crear nuevos canales de distribución. La cuestión de cómo hacer llegar el dinero a los destinatarios deseados no es tan sencilla como parece.

Otra alternativa cada vez más probable, la implementación de programas de rescate directos, plantea incluso más dificultades. Las aerolíneas, las empresas de cruceros y otros sectores muy afectados no son casos excepcionales, son preanuncios de lo que vendrá. Desde multinacionales industriales hasta restoranes familiares y otras pequeñas empresas, la lista de espera para los programas públicos de rescate será muy larga.

Si no se estipula claramente por qué, cómo, cuándo y con qué condiciones se entregará la asistencia estatal, es muy probable que los programas de rescate terminen siendo politizados, mal diseñados y capturados por intereses especiales. Eso complicará los planes para una posterior recuperación de viabilidad de las empresas, con riesgo de que se repita lo que pasó después de 2008, cuando a pesar de que se pudo controlar la crisis, no se sentaron las bases para un crecimiento firme, sostenible e inclusivo después de eso.

En vista de la magnitud que probablemente tendrá la intervención oficial en esta ocasión, es fundamental que las autoridades también reconozcan sus límites. Ninguna rebaja de impuestos, ningún crédito blando, ninguna refinanciación de hipotecas ventajosa convencerá a las personas de reanudar la actividad económica normal si todavía tienen miedo de enfermarse. Además, mientras el énfasis sanitario esté puesto en el distanciamiento social como forma de cortar la transmisión comunitaria, los gobiernos tampoco querrán que la gente salga de casa.

Todas las cuestiones mencionadas son ámbito fecundo para la investigación económica. Al explorar estos territorios de indagación, muchos investigadores de las economías avanzadas se cruzarán una y otra vez con temas propios de la economía del desarrollo: gestión de crisis, fallos del mercado, soluciones para la «fatiga de ajuste», creación de bases sólidas para un crecimiento estructuralmente firme, sostenible e inclusivo, etcétera. En la medida en que incorporen enseñanzas de ambos campos, la economía saldrá beneficiada. Hasta hace poco, los economistas opusieron demasiada resistencia a eliminar distinciones artificiales, por no hablar de adoptar una mirada más multidisciplinaria.

Estos límites autoimpuestos se han mantenido pese a la abundante evidencia de que (particularmente desde el inicio de este siglo) las economías avanzadas arrastran impedimentos estructurales e institucionales que han asfixiado el crecimiento en formas que son muy familiares en las economías en desarrollo. En los años que pasaron desde la crisis financiera global de 2008, estos problemas profundizaron divisiones políticas y sociales, debilitaron la estabilidad financiera y llevaron a que hoy sea más difícil responder a esta crisis inédita que está llamando a nuestra puerta.