De los «chalecos amarillos» al Estado social-ecológico

La rebelión de los chalecos amarillos muestra hasta qué punto la sociedad necesita cambios en la estructura productiva. Esta revuelta expresa, como ninguna otra, la necesidad de una transformación social y ecológica del capitalismo. El concepto de Estado social-ecológico puede inspirar una nueva política social para enfrentar las crisis gemelas de desigualdad y del medio ambiente.

Por Éloi Laurent





La revuelta de los gilets jaunes (chalecos amarillos) es la primera crisis social-ecológica de la Francia contemporánea y una de las primeras en Europa. Fue desencadenada por el grave problema –eludido demasiado tiempo en el país de la prístina igualdad republicana– de los combustibles fósiles, que atrapa a millones de trabajadores diariamente.

Muchas otras crisis le seguirán, o ya están aquí, algunas ardiendo, otras molestando. Todos los desafíos ecológicos son problemas sociales; el medio ambiente es la nueva frontera de la desigualdad. Si estas desigualdades ambientales no son desactivadas, les explotarán en la cara a los políticos como bombas sociales. No desaparecerán por arte de magia.

¿Una molesta crisis social-ecológica? La injusticia alimentaria, junto con la pobreza energética, es el grito que ha resonado en las rotondas con los gilets jaunes. En la actualidad hay por lo menos dos problemas que afectan a millones en Francia: el acceso a los alimentos (el 10% más pobre destina a alimentos una proporción de sus ingresos que duplica la que destinan los más ricos, mientras que la inseguridad alimentaria afecta al 12% de los adultos) y el acceso a una buena nutrición (la diferencia en la dieta de las diferentes categorías sociales no está en la densidad energética sino en la calidad nutricional). En cada etapa de la vida, los alimentos contribuyen a las desigualdades sociales en la salud: durante el embarazo, la lactancia materna y la nutrición de niños y adultos. Comemos como somos y vivimos y morimos como comemos.

O bien consideremos la injusticia sanitaria que afecta a los niños en áreas urbanas contaminadas con material particulado. La exposición prolongada a 10 μg/m3 de PM2,5 adicionales (las partículas más pequeñas y, por lo tanto, las más peligrosas que se miden) significa perder aproximadamente un año de esperanza de vida. La ecología es salud.

¿Una crisis social-ecológica en llamas? Existe una injusticia del destino en el impacto de las olas de calor relacionadas con el cambio climático. La dramática experiencia de la ola de calor de 2003 (70.000 muertes en Europa) se repetirá. Solo en Francia, con uno de los mejores sistemas de salud del mundo, 15.000 personas murieron en la canicule (ola de calor): el 90% de las víctimas tenía más de 65 años y el aislamiento social era un factor de riesgo crucial. El cruce de los dos mapas, el del aislamiento social de las personas mayores y el de riesgo de olas de calor, nos proporciona un indicador social-ecológico de la vulnerabilidad climática de las localidades europeas. Las olas de calor funcionan como reveladoras del aislamiento social.

La desigualdad social está implicada de manera similar en el impacto de los llamados «desastres naturales», que están aumentando en Europa como en otras partes del planeta. De los 158.000 millones de dólares que costaron los desastres en todo el mundo, según el cálculo hecho por el grupo de reaseguros Swiss Re para el año 2016 (comparados con los 94.000 millones de dólares que costaron en 2015), menos de un tercio estaba cubierto por compañías de seguros. El cambio climático conduce a la precariedad social.


Y la lista continúa, desde el acceso al agua hasta la exposición al ruido, desde los «cánceres ambientales» hasta la igualdad en la limpieza de calles. Ante estas crisis social-ecológicas surge la misma pregunta: ¿estamos listos? Obviamente no. ¿Qué podemos hacer al respecto? Todo.

Un Estado social-ecológico

Más precisamente, podemos hacer lo que hemos estado haciendo en Europa por más de un siglo con un éxito contundente: crear instituciones colectivas capaces de mutualizar el riesgo para reducir la injusticia. Podemos construir un Estado social-ecológico calibrado para el siglo XXI, donde la crisis de la desigualdad y la crisis ecológica se entrelazan y refuerzan mutuamente.

El riesgo ambiental es ciertamente un horizonte colectivo y global, pero también está socialmente diferenciado. ¿Quién es responsable de qué y con qué consecuencias para quién? Esa es la cuestión principal del enfoque social-ecológico y exige una política social-ecológica.

¿En qué consiste este Estado social-ecológico? Organiza la transición social-ecológica para responder al cambio ambiental con progreso social. Es financiado por impuestos ecológicos justos, que hacen visible el considerable costo social oculto de las crisis ambientales al tiempo que reduce las desigualdades sociales. No hay nada inevitable en cuanto a la injusticia social de los impuestos ambientales: el impuesto original al carbono aplicado en Francia en 2009 redistribuyó dinero al 30% de los franceses más pobres (los actuales gilets jaunes) sobre la base de los ingresos y la ubicación espacial, mientras que los sistemas de impuestos ecológicos más eficientes del planeta (especialmente en los países nórdicos) se basan en un principio de compensación social.

Por el contrario, el impuesto al carbono que acaba de ser abolido por el gobierno de Macron-Philippe frente al malestar social, se introdujo a hurtadillas en el sistema francés y se aplicó sin considerar ningún criterio social. Al abolirlo apresuradamente, en lugar de hacer una reflexión profunda sobre la compensación social, el gobierno hizo lo contrario de lo que se debe hacer: no debemos caer en la miopía de hacer enfrentar lo social a lo ambiental, sino trabajar cuidadosamente para integrar ambos planos en el largo plazo.

El desarrollo de una política social-ecológica requiere la identificación y el análisis previos del carácter asociado –y a veces inextricable– de las dimensiones social y ambiental: es necesario reconocer los aspectos ecológicos dentro de las cuestiones sociales, así como revelar los aspectos sociales de las cuestiones ecológicas. Muchas de las compensaciones social-ecológicas, si no todas, se pueden transformar en sinergiassocial-ecológicas: la pobreza energética relacionada con la calefacción residencial da como resultado pobreza monetaria y consumo excesivo de energía. El aislamiento térmico (climatización del hogar) permite reducir el consumo de energía (y, por lo tanto, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas, con lo cual se genera una mejora del medio ambiente), lo que se traduce en un menores gastos en facturas de energía por parte de los hogares a los que les es difícil costearse el combustible, y permite así el progreso social.

El Estado social-ecológico también garantiza la protección social-ecológica para los más vulnerables (grupos sociales y localidades que enfrentan riesgos climáticos). Organiza el desarrollo de puestos de trabajo en la transición energética. Replantea los espacios urbanos para hacerlos sostenibles e imagina su cooperación ecológica con las zonas rurales (energía y alimentos, cara a cara). El término «Estado», de hecho, debe ser entendido de manera amplia: la transición social-ecológica es policéntrica, lo que significa que cada localidad y cada comunidad puede y debe participar.

Finalmente, el Estado social-ecológico apunta al bienestar humano –no al crecimiento ni a la disciplina fiscal– que empieza por la salud. Se basa en una verdad simple pero difícil: nuestras sociedades serán más justas si son más sostenibles, y serán más sostenibles si son más justas. En otras palabras, es lógico desde el punto de vista ambiental mitigar nuestra crisis social, y es lógico desde el punto de vista social mitigar nuestras crisis ambientales.

Un «New Deal verde» en los Estados Unidos

La idea de un «New Deal verde» está resurgiendo en los Estados Unidos bajo la presión de una nueva generación de ambiciosos políticos rojiverdes que han comprendido las crisis social-ecológicas a las que nos enfrentamos y no temen aplicar impuestos a los poderosos para proteger a los vulnerables. Si bien Europa se adelantó casi medio siglo en este original New Deal, se está quedando atrás ante este nuevo horizonte.

Aun así, el Estado social-ecológico tiene el poder de reinventar el progreso social frente a las crisis ambientales socialmente desiguales, al igual que el Estado se reinventó cuando nació, se construyó y se defendió el Estado de bienestar. Esa revolución comenzó en Europa. La transición social-ecológica también debería hacerlo.

Los gobernadores de Entre Ríos, Tucumán, Chubut y Jujuy irán por su reelección y Mendoza tendrá PASO

Los gobernadores de Entre Ríos, Tucumán, Chubut y Jujuy buscarán el domingo su reelección en comicios provinciales donde también se elegirán diputados e intendentes y concejales, mientras que Mendoza celebrará sus elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) para elegir candidatos a la gobernación.

Así el domingo 9 de junio se convertirá en la jornada más nutrida de distritos que desdoblan sus comicios en relación al calendario nacional y para la cual los candidatos del oficialismo y la oposición de las cinco provincias cerraron anoche sus campañas con distintos actos en las capitales provinciales.

En Entre Ríos, donde el gobernador Gustavo Bordet irá por un segundo mandato, más de un millón de ciudadanos están habilitados para votar en más de 3.000 mesas entre seis candidatos, donde la disputa principal se dará entre el mandatario y el diputado nacional Atilio Benedetti (Cambiemos).Gustavo Bordet (Cedoc)

En las PASO del domingo 14 de abril, Bordet logró una contundente victoria con el 58,28% (392.065 votos) contra el 33,63% (226.223) de Benedetti, mientras como tercera fuerza quedaron los 93.477 votos en blanco; lejos siguieron el Partido Socialista, único que fue a internas y que entre sus dos líneas sumó 16.630 votos (2,47%), y el MST-Nueva Izquierda con 13.281 votos (1,97%).

También este domingo en Entre Ríos se definirán los nuevos 34 diputados provinciales y quiénes dirigirán intendencias, comunas y juntas de gobierno.

En Jujuy, el gobernador Gerardo Morales, del Frente Cambia Jujuy (Cambiemos), también irá por la reelección y cuenta con buenas chances de obtener el triunfo, lo que le daría al oficialismo nacional la primera victoria en una elección provincial anticipada.

El peronismo concurrirá dividido a las urnas con el candidato por el Frente Justicialista, Julio Ferreyra, y Vicente Casas, que encabezará la propuesta de la agrupación Confiar.

En Tucumán, el gobernador Juan Manzur y el ex mandatario José Alperovich, ambos dirigentes del justicialismo, se postularán por distintas listas para definir quien será el próximo titular del Poder Ejecutivo local.

En tanto, la senadora nacional de la UCR Silvia Elías de Pérez será la postulante de Cambiemos que intentará darle un triunfo electoral a la Casa Rosada en estos comicios y Ricardo Bussi, concejal de San Miguel de Tucumán e hijo del condenado por delitos de lesa humanidad Domingo Bussi, es el candidato de Fuerza Republicana.

En Chubut, el gobernador Mariano Arcioni, justicialista que busca la reelección, aspira el domingo "a duplicar los votos" que logró en las PASO ante su rival, el intendente de Comodoro Rivadavia, el kirchnerista Carlos Linares, quien en las primarias resultó el precandidato más votado y el diputado nacional de Cambiemos Gustavo Menna.

En Mendoza, en tanto, cinco mil efectivos policiales estarán a cargo de la custodia de las urnas durante las elecciones primarias del domingo.

Once precandidatos tendrán competencia interna, una en Cambia Mendoza -la versión local de Cambiemos- y otra en el Frente Elegí Mendoza del peronismo, con vistas a definir los postulantes para las elecciones

En Cambiemos, Rodolfo Suárez, intendente de Mendoza Capital que cuenta con el respaldo del gobernador radical Alfredo Cornejo, se enfrentará a Omar De Marchi, jefe comunal de Luján de Cuyo

En el peronismo, la senadora kirchnerista, Anabel Fernández Sagasti, se medirá con el intendente de Maipú, Alejandro Bermejo, en una primaria que se perfila como muy disputada.

‘Fakes’ de carne y hueso


Marta Nebot

La guerra de las imágenes es la guerra más común en la mitad del mundo que lleva un móvil en el bolsillo e internet por todas partes. En mi opinión, las más valiosas (que no siempre son las que más lejos llegan) son las que son ciertas. La mentira en este formato también tiene los pixels muy cortos aunque no todo el mundo se entera.

Un fake es un anglicismo moderno molón que viene a poner nombre a una mentira mediática que vuela a toda velocidad por las redes sociales, confundiéndonos a veces tanto o más que los medios de comunicación y quedando para siempre sin desmentir para aquellos que dejan de mirar su pantalla en el momento justo, ya sea intencionadamente o sin darse cuenta. O lo que es lo mismo, los fakes (siguiendo con el dicho que dice que las mentiras tienen patas cortas) deben ser de las que menos cortas las tienen.

La habilidad del gobierno de Mariano Rajoy para evitar las imágenes que no le convenían del 1 octubre ha quedado más que en entredicho. Artur Mas, en el colegio electoral donde votó a media mañana, como respuesta a mi pregunta sobre qué iban a hacer con unos resultados tan poco fiables me contestó: “Es que ya hemos ganado por goleada. Porque la imagen en todo el mundo es un estado español represor y violento, frente a un pueblo catalán pacífico que simplemente quiere votar y decidir su futuro”.

Es cierto que nadie (excepto los suyos, públicamente) se explica cómo a Don Mariano and company les pareció buena idea echar esa cerilla en este conflicto en el momento más inflamable. Su decisión de cargar contra los civiles que se concentraron tratando de proteger los colegios electorales no gustó a los que se llevaron los porrazos ni a los que los dieron, ni a los que fuimos testigos (pensemos lo que pensemos), ni a sus aliados constitucionalistas ya sea por exceso o por defecto, ni a la prensa internacional del mundo entero.

Una de esas imágenes, que pesará sobre muchas conciencias e inflamará corazones por un tiempo indeterminado, es la de María José Molina Ferrer con la cara ensangrentada.



María tiene 64 años y decidió sentarse en primera fila para proteger el colegio electoral del Niño Jesús, en la Travesera de Gracia en Barcelona. Llevaba allí horas leyendo su libro cuando llegó la policía. “En el primer empeñón la gente me agarró y no pudieron arrancarme”. “En el segundo… Yo peso 50 kilos… Me cogieron por los aires y me lanzaron contra el bordillo”. Cayó de cara.

María, después de que le cosieran el puente de la nariz y le curaran y taparan la herida y el golpe en la frente en el hospital, decidió volver para votar al mismo colegio electoral del que la policía se había marchado sin llegar a entrar; algunos dicen que conmovidos por el silencio de la multitud que resistía, otros que marcharon cuando llegó una ambulancia para atender a un hombre tendido semi inconsciente, que finalmente se confirmó que lo que sufrió fue un ataque de epilepsia.

María ya ha sido canonizada en las redes como era lógico.



También se ha intentado hacer pasar su foto por fake y muchos han picado. Muchos, muchísimos. La imagen es tan manipulable como todo lo demás. Los ojos nos engañan tanto como las palabras. Lo peor es que algunos no quieren desmentirse cuando se dan de bruces con la verdad. He tuiteado a todo el que me he encontrado engañado por esta imagen. Pocos se han retractado.



Éste fake lleva más de 30.000 retuits en el momento en que escribo esto. Mis rectificaciones y las de sus cercanos no llegan a 1.500.



Cuando María volvió a votar tuve la oportunidad de entrevistarla y le vi la costura, las heridas y los moratones y también vi cómo le aplaudían los que habían estado con ella a primera hora de la mañana.



Cuando le pregunté a María si sabía el riesgo que corría sentándose en primera línea y que si valía la pena, respondió: “Claro que lo sabía y claro que sí. Por eso he vuelto para votar y ahora lo que quiero es irme a mi casa”.

A la pregunta de si era consciente de cuánto iba a ser utilizada su imagen en las redes, contestó que ella no tenía redes sociales y que no sabía nada de eso, que solo pensaba que “votar no es malo”.

Me he preguntado muchas veces si hay y cómo serán los héroes del siglo XXI. No se me ocurrió pensar que podía haber héroes colaterales.

Sobre el 1-O, en las redes, hay muchos fakes y muchas verdades y todavía más intereses estirándolos hasta el imposible. Esta vez, como siempre y cada día más, conviene creerse solo lo que viene de quien nos fiamos y fiarnos solo de quien es capaz de rectificar aunque su tuit haya sido el más tuiteado.

Otro golpe para Huawei: sus celulares no podrán instalar las apps de Facebook

Tras una orden de la administración Trump, la plataforma de redes sociales anunció que "tomará las medidas para cumplir" con las exigencias del gobierno de EEUU. Los propietarios actuales de teléfonos inteligentes podrán continuar utilizándolas.

Huawei no podrá instalar las aplicaciones de Facebook en sus nuevos celulares.

Facebook se sumó este viernes a las muchas empresas que han sido obligadas a cortar parcial o totalmente sus vínculos con Huawei, el fabricante chino de dispositivos de comunicación. Los nuevos smartphones del gigante asiático no traerán consigo las aplicaciones de la mayor red social mundial.


Facebook está "examinando" los textos oficiales de las autoridades estadounidenses y "tomará las medidas para cumplir" con las exigencias, afirmó un vocero de la empresa a la AFP.

Por ahora, el grupo suspende el sistema que permitía preinstralar sus aplicaciones -Facebook, WhatsApp, Instagram y Messenger- en los dispositivos Huawei, dijo Facebook, que entre todas sus plataformas tiene 2.700 millones de usuarios.

Los propietarios actuales de teléfonos inteligentes Huawei que incluyen las aplicaciones de la compañía podrán continuar utilizándolas y actualizándolas, dijo el grupo a la AFP, confirmando información publicada en la prensa.

Como muchas de las aplicaciones más populares, Facebook viene preinstalado en los smartphones, lo que es posible a través de la colaboración tecnológica de la empresa responsable de la red social con el grupo chino.

En cambio, sin Facebook preinstalado y sin acceso a la tienda digital de Google, será imposible para los nuevos usuarios de los dispositivos Huawei acceder no solo a la red social, sino también a la gran mayoría de las aplicaciones más conocidas.

Desde que se desató la guerra comercial, la administración Trump ha prohibido la transferencia de tecnología de firmas estadounidenses a chinas, lo que provocó una reacción en cadena en el sector tecnológico.

La medida ha tenido también un impacto en las empresas estadounidenses, por la interdependencia de las industrias de ambos países y porque Huawei -que se ha convertido en el segundo mayor vendedor de smartphones del mundo- es un peso pesado del sector.

En respuesta, Pekín elevó el tono al insinuar que podría bloquear sus exportaciones de "tierras raras", nombre con el que se conoce a los lantánidos, elementos químicos que son materia prima fundamental para el sector tecnológico y que la industria de Estados Unidos necesita en muchos sectores de tecnología avanzada.

Las negociaciones entre Massa y Fernández entran en etapa de definiciones

Después de una serie de reuniones con intermediarios, el líder del Frente Renovador se tomará el fin de semana para consultar su decisión con dirigentes políticos y empresarios de confianza.



Las negociaciones entre Sergio Massa y Alberto Fernández entraron en etapa de definiciones. El líder del Frente Renovador ratificó su voluntad de formar parte de una coalición opositora lo más amplia posible en las próximas elecciones y anunciará antes del próximo miércoles su decisión. Después de una serie de reuniones con intermediarios, por estas horas los dos precandidatos presidenciales volvieron a negociar directamente los términos del acuerdo político.


Para Massa, las opciones están sobre la mesa: enfrentar a Fernández en las PASO, aceptar el primer lugar de la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires o no apuntarse a ningún cargo electivo y negociar lugares para los suyos en el flamante armado del peronismo y un rol en un eventual futuro gobierno. En su entorno aseguran que se tomará el fin de semana para consultar su decisión con dirigentes políticos y empresarios de confianza.


Un hombre del círculo más cercano al líder del Frente Renovador aseguró que las negociaciones tienen buen rumbo y que el acuerdo con el peronismo es la única hipótesis en la que trabaja a esta altura. “No camina en dos direcciones a la vez”, graficó. También dijo que Massa está evaluando convocar a una conferencia de prensa el lunes a las siete de la tarde para informar acerca de la determinación que tome, pero todavía no existe ningún anuncio concreto en ese sentido.

Valdés, el favorito de Macri para liderar la UCR

El gobernador de Corrientes tiene una excelente relación con Peña y el Gobierno lo quiere para eclipsar a Cornejo.



Gustavo Valdés se convirtió en el radical preferido de la Casa Rosada, que piensa en él para liderar el partido centenario y ser el interlocutor de la UCR con el PRO.


Mauricio Macri tiene una mala relación con Alfredo Cornejo, el actual presidente del partido de Alem. El mendocino buscará derrotar el domingo a Omar de Marchi, el candidato que la Rosada le opuso a su delfín Rodolfo Suárez.

Si bien el posible triunfo de Suárez significa una derrota del peronismo en una de las provincias gobernadas por Cambiemos, a la Rosada le costará exhibirlo como un logro propio.

Más que nada porque la desconfianza entre Macri y Cornejo es evidente. El titular de la UCR no se ocupó en ocultarla. En la convención radical de la semana pasada habló prácticamente como un opositor y ya fue descartado como uno de los candidatos para la vicepresidencia que el Gobierno analiza ofrecer a la UCR.

Valdés expresa otro tipo de perfil para el PRO. Hasta el momento le otorgó el único triunfo a Cambiemos en lo que va de un año cargado de derrotas para la Rosada en el interior.

El correntino fue recibido por Macri horas después de la victoria en las elecciones legislativas e incluso se especuló con una oferta para que sea vicepresidente. Pero en la Rosada aseguran a este medio que planean otro futuro para el gobernador, a quien ven como una de las figuras fuertes del radicalismo luego del corrimiento de la escena de Cornejo, que debe dejar la gobernación en diciembre y de Ernesto Sanz, que no quiere ser candidato.

Valdés tiene un plus del que carecen los otros dirigentes de la cúpula radical: tiene una excelente relación con Marcos Peña, el hombre más poderoso del Gobierno.

No fue casual que el gobernador tuviera un lugar privilegiado en el almuerzo con el que Macri agasajó este jueves a su par brasileño, Jair Bolsonaro. A Valdés lo ubicaron al lado del ministro de Economía de Brasil, Jair Bolsonaro. No participaron ni Cornejo ni el restante gobernador radical, Gerardo Morales.

Festival de reconciliaciones a ambos lados de la grieta

Panorama semanal


La cumbre habría resultado impensable apenas dos meses y medio atrás, cuando los Brito estrenaban la torre de vidrio curvo en Catalinas Norte que dibujó César Pelli para el Banco Macro. Era el momento de máxima tensión con el Presidente. El hijo, Jorge Pablo, recibió por esos días en su nueva oficina del piso 26 un mensaje desde la cima del poder político: "No te preocupes que el problema es con tu viejo, no con vos". El emisario volvió con una respuesta, rápida, que sorprendió a un Mauricio Macri acostumbrado a una vida de recelos mutuos con su propio padre y de alianzas con terceros contra portadores de su propia sangre. "Si vos tenés un problema con mi viejo, entonces el problema lo tengo yo con vos".

Parecía algo irreversible. Tanto Nicky Caputo como Alejandro Macfarlane, amigos en común, habían intentado, sin éxito, acercarlos. Pero Jorge Horacio Brito, fundador del Macro y padre de Jorge Pablo, parecía haber descartado cualquier posibilidad de reconciliación con Macri. Hasta le había hecho saber a esos amigos comunes que consagraría todos sus esfuerzos a que el Presidente fuera preso en caso de que este año abandonara el poder. Era una guerra sin cuartel, que incluyó insultos cruzados por teléfono satelital en diciembre, en el momento más álgido de la causa Ciccone II, que tiene procesado al patriarca del clan. Los presenció perplejo el operador todoterreno y consultor Guillermo Seita en el avión privado de los Brito.

Pese a toda esa tensión y hasta los insultos, que Macri solo suele proferir en contadas ocasiones, finalmente hubo fumata blanca. Fue un encuentro días atrás fuera de la quinta de Olivos, en la casa que prestó un tercero y que confirmaron a BAE Negocios fuentes del Ejecutivo y del Macro. El dueño del banco privado más grande del país se volvió a ver en persona con el mandatario cuya gestión defenestró ante todo aquel que haya tenido la chance de preguntarle. Y el Presidente aceptó volver a conversar con el principal mecenas de Sergio Massa, a quien acusó de haber conspirado en su contra desde el día que asumió.

Habrá que esperar para ver si lo que se selló es una paz duradera o apenas una tregua mientras dure la campaña. Lo seguro es que no fue el único episodio de los últimos días donde Macri dio muestras de querer controlar el impulso calabrés de la venganza para no seguir coleccionando enemigos poderosos. Lo fue también la reunión, igual de reservada, que compartió con Marcelo Tinelli. El mismo conductor estrella que tres meses atrás coqueteaba con una candidatura del hoy devaluado Roberto Lavagna y decía que él y Cristina Kirchner son "las dos caras de una misma moneda".

Subcomandante
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, es quien encabeza el operativo pacificación con el empresariado. Dispuesto a restañar las heridas incluso con quienes pidieron su cabeza abiertamente, mantiene su agenda abierta para los almuerzos en la Casa Rosada que le organiza el "latin lover" Francisco Cabrera, por lo general los viernes. Menos expuesto desde que abandonó el Ministerio de la Producción y se refugió en el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), Cabrera está abocado a tres misiones que le encomendó personalmente Macri: esos almuerzos para volver a acercar empresarios, no siempre de primer nivel, la coordinación entre los tres think tanks de Cambiemos (las fundaciones Pensar, Alem y Hannah Arendt) y una vaporosa "estrategia para el segundo mandato".

Cabrera volvió a mostrarse en público este martes, en el mismo almuerzo del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (CICyP) donde reapareció Luis "Toto" Caputo. El antecesor de Guido Sandleris en el Banco Central nunca dejó de jugar al paddle con Macri en la quinta de Olivos y saboreó como una victoria personal que el Fondo Monetario haya aceptado finalmente que la autoridad monetaria intervenga en el mercado cambiario para frenar eventuales subas del dólar. Está corrido de la gestión pero no se privó de mandarle un mensaje por whatsapp al encargado del Fondo para Argentina, Roberto Cardarelli, apenas supo de ese "permiso" del FMI. "Me imagino lo que les habrá costado tomar esta decisión y lo celebro", le escribió. El romano le respondió cortés y lo invitó un café mientras encabezaba la última revisión de la economía argentina el mes pasado.

En uno de esos almuerzos con empresarios en la Rosada fue donde nació la frase que el subcomandante Peña dijo después en público: "A un Presidente no se lo somete a una interna". Fue cuando arreciaban las versiones de que podría disputar una PASO con Martín Lousteau o algún otro radical. En otra de esas comidas -donde participaron el dueño de un poderoso estudio de abogados, un banquero, el dueño de Colonia Express y los CEOs locales de IBM y Google- le insistieron con que Macri se baje de la reelección. "Es cierto que no puede ir a una interna, pero un presidente sí puede hacer un renunciamiento y dar un paso al costado para preservar su proyecto", le propuso uno de ellos. Peña recordó lo inútiles que siempre le parecieron esas reuniones pero aguantó estoico. No son días para perder ni un solo voto.

Causas y efectos
A dos semanas del cierre de listas presidenciales, el establishment aparece más resignado que expectante frente a una polarización que por algunas semanas creyó que podría superarse. Y que no hizo más que profundizarse desde que Cristina Kirchner ungió a Alberto Fernández como cabeza de su propia fórmula presidencial, hoy favorita (aunque por poco) en los sondeos para las PASO de agosto. Ese renunciamiento, el que le reclamaba a Peña el comensal de aquel viernes, fue el que finalmente convirtió en acto Cristina.

De ese lado de la grieta, Alberto encabeza un "operativo reconciliación" paralelo al que desplegaron Macri y Peña en secreto desde el oficialismo. Tanto en el grupo Clarín como en el comando de campaña kirchnerista niegan que haya existido la reunión a solas con Héctor Magnetto que publicó el diario Perfil, pero lo que sí admite Fernández es que nunca dejó de reunirse con el director de Relaciones Externas del holding, Jorge Rendo. Al malestar que causó entre los defensores de la Ley de Medios su aviso de que respetaría los "derechos adquiridos" de Clarín, Alberto respondió en privado pero con dureza: "Algunos se enamoran de sus creaciones más de lo aconsejable".

¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los pacifistas de cada comando de campaña? En el macrismo dicen que mantendrán algunos límites. Como Daniel Vila, por ejemplo. Aseguran que el socio de Claudio Belocopitt y José Luis Manzano en América TV es de los que empuja a Sergio Massa a acordar con el kirchnerismo. Algo que a Brito padre, en cambio, no le parece bien. Y que tampoco aceptan Luis Barrionuevo ni Graciela Camaño. La diputada y madrina política del tigrense, de hecho, planea abandonarlo y encabezar la lista de candidatos a diputados de Roberto Lavagna si finalmente da ese paso.

Fernández, en cambio, no reconoce fronteras en su hoja de ruta de reconciliaciones con viejos enemigos del kirchnerismo. Antes de que lo internaran en el Otamendi se reunió con el CEO local del HSBC, Gabriel Martino, a quien el Banco Central llegó a exigir que removieran de su cargo en septiembre de 2015, por orden de Alejandro Vanoli. Aquella exigencia se justificó en ese momento en la falta de colaboración de la filial local del HSBC con la investigación sobre más de 4 mil cuentas no declaradas por sus clientes en Suiza. Parte de la documentación que reclamaba el Central, según el banco, se había incendiado en 2014 Iron Mountain, el depósito donde perdieron la vida diez bomberos y que una pericia asegura que empezó a arder de forma intencional.

Cultor de una amistad estrecha con varios miembros del gabinete nacional y con el Presidente, Martino llegó a advertir en la intimidad que abandonaría el país si alguna vez volviera a gobernar el kirchnerismo. Lo preocupa esa causa por evasión agravada, que permanece abierta y donde la Cámara en lo Penal Económico validó las pruebas obtenidas por la jueza de primera instancia, Verónica Straccia. Los abogados de Martino no consiguieron que se archivara, como sí lograron en cambio que la Unidad de Información Financiera (UIF) lo exculpara por no haber reportado como sospechosas de lavado varias operaciones del narco colombiano Mi Sangre.

Fernández no le prometió nada, pero ambos convinieron que el enfrentamiento era "cosa del pasado". ¡A desengrietar!

“Los algoritmos reproducen las desigualdades del mundo real”

La profesora de la Universidad de Nueva York Meredith Broussard se rebela contra la supremacía de la tecnología y analiza sus debilidades

Meredith Broussard.


Meredith Broussard quería ser programadora. Se matriculó en Ciencias de la Computación en la Universidad de Harvard y era una de las únicas seis mujeres de la promoción, pero “el sexismo” la empujó a cambiar de carrera. Hoy es profesora de Periodismo de la Universidad de Nueva York y autora del libro Artificial Unintelligence, en el que describe los problemas de la tecnología y los sesgos raciales y de género que se esconden tras los algoritmos. Broussard critica que el mundo digital está reproduciendo las mismas desigualdades que la vida real y cree que parte del problema son las matemáticas, disciplina en la que se sustenta la programación, que históricamente ha sido liderada por hombres y que poco se ha preocupado por los problemas sociales.

Su lucha es demostrar que los ordenadores no son más objetivos que las personas ni más imparciales por el hecho de que su funcionamiento se base en preguntas y respuestas gestionadas bajo evaluaciones matemáticas. “Nunca va a haber una innovación tecnológica que nos aparte de los problemas esenciales que arrastra la naturaleza humana, por el simple hecho de que sus diseñadores son humanos”, cuenta a EL PAÍS en conversación telefónica desde Nueva York.

Pregunta. ¿Cuál es el principal mal al que nos conduce la tecnología?
La portada del libro que critica la inteligencia artificial.


Respuesta. Un día empecé a darme cuenta de que la forma en la que la gente habla de la tecnología no tiene nada que ver con la realidad. Los estadounidenses son demasiado entusiastas con el uso de aplicaciones en todas las facetas de la vida: la contratación de empleados, la conducción, los pagos o la elección de su pareja. Esa fascinación ha derivado en un diseño muy pobre de la tecnología, donde importa mucho la premura y poco los valores. Si intentamos solucionar los grandes problemas sociales usando únicamente la tecnología, cometeremos los mismos errores que han impedido el progreso y la igualdad. Entender esos límites nos ayudará a tomar decisiones más acertadas y ha llegado el momento de que la sociedad abra el debate de hasta dónde tiene que llegar la tecnología.

P. ¿Qué está fallando desde el punto de vista técnico?

R. Los ordenadores son máquinas que funcionan gracias a millones de cálculos matemáticos que no responden a ningún principio universal o natural, son símbolos que han sido creados por personas y que responden a una construcción social. Son el resultado de millones de pequeñas decisiones tomadas por diferentes ingenieros en determinadas empresas. El día a día está inundado de tecnología, pero las personas no han cambiado. Solo porque los gobiernos compartan sus datos en plataformas abiertas no quiere decir que no haya corrupción. Las nuevas empresas ligadas a la economía colaborativa tienen los mismos problemas laborales que se registraban al principio de la era industrial. Es ingenuo pensar que los datos por sí solos van a solucionar los problemas sociales.

P. ¿Podría poner un ejemplo de esa desigualdad que reproduce el mundo digital?

R. Los algoritmos son un buen ejemplo. En 2016, varios periodistas de ProPublica detectaron que uno de los algoritmos que se estaba usando en el sistema judicial estadounidense no era imparcial y perjudicaba a los afroamericanos. La Policía pasaba un cuestionario a todos los detenidos y sus respuestas se introducían en un ordenador. Un algoritmo llamado Compas usaba toda esa información para predecir la probabilidad de que una persona volviera a cometer un crimen en el futuro, asignándole una puntuación.

Esa puntuación se le pasaba a los jueces para ayudarles a tomar decisiones más objetivas y basadas en datos a la hora de emitir sus sentencias. Con un resultado claro: los afroamericanos eran condenados a penas más largas de cárcel que los blancos. Es fácil observar cómo los creadores de ese algoritmo estaban tan cegados por el poder de la tecnología que no recayeron en el daño que podría causar. Si das por hecho que una decisión generada por un ordenador es más justa e imparcial que la de una persona, dejas de cuestionarte la validez de ese sistema. Tenemos que plantearnos si estamos construyendo un mundo mejor o no.

P. Usted abandonó la carrera de Ciencias de la Computación porque no soportaba el sexismo. ¿Qué situaciones tenía que afrontar?

R. Me cansé de lidiar con el sexismo un día tras otro y me matriculé en Periodismo, donde la desigualdad de género no era tan pronunciada. Esa situación apenas ha cambiado. Si miras los puestos más altos entre los matemáticos verás que no hay mujeres, no porque no sean capaces, sino porque hay estructuras de poder que están manteniendo a las mujeres y a los negros fuera del poder en el escenario tecnológico. Tal y como cuento en mi libro, las STEM (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) se asocian con una cultura de normas masculinizadas. La figura del científico se asocia con una actitud metódica, objetiva, poco emocional o competitiva, características que se asocian con los hombres. No lo digo yo, lo publicaron los investigadores Shane Bench y Heather Lench en 2015. Las mujeres sienten que no pertenecen a esos contextos.

P. Ese sexismo del que habla, ¿podemos encontrarlo también en los algoritmos?

R. En mi libro hablo de un caso concreto. En 2015 varios medios estadounidenses se hicieron eco de un experimento basado en la ciencia de los datos sobre cómo tomar un buen selfi (en español, autorretrato). Se medían aspectos como si la fotografía estaba enfocada o si se cortaba alguna parte del rostro. El investigador que llevó a cabo el experimento, Andrej Karpathy, que en ese momento era estudiante de doctorado en Stanford y ahora jefe de Inteligencia Artificial de Tesla, no se dio cuenta de que la mayoría de las imágenes consideradas como buenos selfis correspondían a mujeres blancas jóvenes.

Karpathy usó como principal indicador para su algoritmo la popularidad de la foto, el número de likes que había generado en las redes sociales. Esa era la métrica para obtener mejor o peor puntuación. Es un error muy común entre investigadores en el campo de la programación: no tienen en cuenta los valores sociales y los comportamientos humanos que hay detrás de sus estadísticas. Este científico de datos creó un modelo con una importante discriminación; daba prioridad a las mujeres blancas y jóvenes que responden a la definición heteronormativa de mujer atractiva.

P. ¿Cuál cree que es la solución para frenar esos sesgos?

R. Es necesario contratar a más personas expertas porque los sistemas totalmente autónomos no son válidos para lidiar con cuestiones sociales. Necesitamos grupos diversos creando tecnología. Puedes mirar a los que lideran las grandes tecnológicas y averiguar su visión de los temas sociales; simplemente no les importan. Mark Zuckerberg aseguró en su declaración en el Congreso que Facebook desarrollaría herramientas de inteligencia artificial para lidiar con esos problemas, pero han sabido de ellos durante años y no han hecho nada. Manipulación política, racismo… Pueden contratar gente suficiente, no será por dinero.

México intensificará los controles migratorios para frenar la guerra arancelaria de Trump

El Gobierno de López Obrador enviará 6.000 efectivos de la Guardia Nacional a la frontera sur de México
El canciller de México, Marcelo Ebrard, tras una de las reuniones en Washington.


La presión de Donald Trump contra México en materia migratoria dio señales este jueves de estar surtiendo efectos. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador se comprometió a reforzar la frontera sur del país después de dos días de negociaciones con el fin de evitar la entrada en vigor del nuevo arancel anunciado por Washington para el próximo lunes. Trump reclama que su vecino del sur aumente ipso facto los controles y asuma más asilados. Las negociaciones entre ambos países continuarán este viernes, según informó el canciller mexicano, Marcelo Ebrard.

A primera hora de la tarde, después de toda la mañana de reuniones entre la delegación mexicana y miembros de la Casa Blanca empezaron a bullir informaciones de que las posturas habían empezando a aproximarse. La secretaria de Gobernación [ministra de Interior], Olga Sánchez Cordero, anunció que México reforzará la frontera con Guatemala, con el envío de hasta 6.000 efectivos de la Guardia Nacional. Sánchez Cordero justificó la decisión tras la entrada masiva de migrantes el día anterior, aunque viene siendo la tónica de los últimos meses. Prácticamente al mismo tiempo, el Gobierno mexicano anunció que se habían congelado las cuentas de 26 personas que presuntamente traficaban con migrantes.
 
La portavoz de la Casa Blanca, Sara Sanders, enfrió las expectativas en un comunicado hacia el final de la jornada. "La postura no ha cambiado y en este momento seguimos con los aranceles", señaló, idea que el vicepresidente Mike Pence repitió en un acto público en Pensilvania. El canciller mexicano confirmó que en la tarde del jueves aún no se había llegado a un acuerdo pero que las conversaciones continuarán. "Así es una negociación", dijo Ebrard.

La Administración de Trump quiere que México acoja más asilados y que incluso asuma la condición de tercer país seguro, extremo al que la Administración de López Obrador se niega, al menos de forma explícita, aunque admita que debe adoptar medidas drásticas si quiere frenar la imposición de aranceles a los productos mexicanos a partir del próximo lunes. A cambio, México quiere lograr un compromiso de Trump de que invertirá en un plan integral de migración con Centroamérica, la única solución que, a medio plazo, consideran factible para paliar la situación.

Con el régimen de “tercer país seguro”, se considera que los refugiados que soliciten refugio o asilo en Estados Unidos pueden recibir la misma protección en México, así que se les puede enviar de nuevo allí si es este el país que han visitado en último lugar antes de presentarse en la frontera estadounidense. “Hemos dicho ya desde hace tiempo que un acuerdo respecto a un tercer país seguro no sería aceptable, no me lo han planteado, pero no sería aceptable", avanzó el canciller Ebrard el pasado lunes, en la rueda de prensa previa a los encuentros con la delegación estadounidense.

Cualquier medida que pacte con Estados Unidos resulta insatisfactoria para México, en tanto conlleva una cesión por su parte mayor que la que hará la Administración Trump. Es más, en el Gobierno de López Obrador dan por hecho que, aunque satisficieran los reclamos de Estados Unidos en esta ocasión, dentro unas semanas Trump volverá a emprender una nueva ofensiva contra su vecino del sur. Así lo ha hecho desde que ocupó la Casa Blanca y nada indica que vaya a frenarse en plena campaña electoral para reelegirse. “México necesita hacer más”, fue la conclusión a la que llegó el vicepresidente de Trump, Mike Pence, tras su encuentro con Ebrard el miércoles.

México asume que deberá incrementar los controles migratorios en la frontera sur y a lo largo de su territorio. El acercamiento de posturas en este sentido choca con la forma en que cada país quiere poner en práctica una solución. Estados Unidos reclama medidas tangibles a corto plazo, esto es, ya. México, a sabiendas de que necesita contentar a Trump, es consciente de que el problema se va a prolongar durante mucho tiempo y trata de convencer a Estados Unidos de la necesidad de poner en marcha un plan que incorpore a Guatemala, Honduras y El Salvador, o el problema se mantendrá. De hecho, ese plan ya ha sido diseñado con ayuda de la Cepal, el organismo de Naciones Unidas que promueve el desarrollo económico y social en América Latina. Para materializarlo, sin embargo, requiere del dinero de Estados Unidos.

El canciller mexicano admitió, después del primer encuentro con la delegación de Trump, que el flujo de indocumentados no es normal. En cierta manera, Ebrard asumió que las intenciones de facilitar la entrada de migrantes centroamericanos con las que arrancó el Gobierno de López Obrador no eran viables. No al menos con Trump como vecino. México ha triplicado las deportaciones en los primeros meses de la Administración de Andrés Manuel López Obrador, al pasar de 5.717 expulsiones en diciembre de 2018 a 15.654 en mayo. Un año antes, la cifra fue de 10.350. En 2018 hubo 26.566 solicitudes de refugio, el número más alto del que se tiene registro.

El aluvión de sin papeles en la frontera es real. Según los datos conocidos el miércoles, solo el pasado mayo los agentes estadounidenses arrestaron a más 144.00 migrantes, lo que supone el máximo en 13 años y un incremento del 32% respecto al mes anterior. A ello hay que sumarle las más de 20.000 detenciones que se han producido en México y los miles que, admiten desde el Gobierno de López Obrador, transitan ilegalmente por el país latinoamericano, una cifra que incomoda sobremanera a Trump. La ingente cantidad de familias que huye de la violencia y la miseria de Centroamérica explica buena parte de este incremento de sin papeles y pone a prueba las costuras de un sistema que no está preparado para cuidar –y retener- a tantos niños y padres. Un informe oficial de la inspección de DHS (siglas en inglés del Departamento de Seguridad Nacional) resaltó que la llegada de “unidades familiares”, lo que se considera al menos un adulto con uno o más menores, se ha disparado un 1.816%.

Trump no solo presiona a México, sino también a los demócratas, a los que apunta con el dedo por no apoyar la construcción de nuevos tramos de muro en la frontera sur –proyecto que tampoco goza de la simpatía de muchos republicanos- ni el refuerzo del control migratorio. Este será, de nuevo, uno de los asuntos más calientes de la campaña electoral presidencial que está empezando a arrancar en Estados Unidos. Para el presidente, la mano dura significa rédito electoral. Para los demócratas resulta más complicado. La posición favorable no implica castigo en las urnas, pero, a diferencia de lo que ocurre entre los conservadores, muchos politólogos dudan de que suponga un incentivo.

Lavagna propone aumentar la asignación por hijo "con la plata que salga de una renegociación de la deuda"

Prometió eliminar el impuesto a las ganancias a las pymes

Destacó la importancia de "sacar a la Argentina de la situación en la que está"




El candidato presidencial y ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, pidió "sacar a la Argentina de la situación en la que está", y propuso además aumentar la Asignación Universal por Hijo ( AUH) "con la plata que salga de una renegociación de la deuda".

Así mismo, el precandidato de conseso 19 sostuvo que la formación de su espacio tuvo un planteo que fue "ni Macri ni Cristina", y destacó la importancia de "sacar a la Argentina de la situación en la que está. Llevamos ocho años de estancamiento".

Sus propuestas buscan "generar el impacto que hace girar la rueda económica" y destacó como una de sus medidas "bajar a cero el impuesto a las ganancias para las empresas pymes y todos los emprendedores, con la única condición que inviertan y reinviertan", explicó el ex ministro.

"La otra manera (de incentivar la economía) es generar mecanismos para poner plata en el bolsillo de los trabajadores" y sostuvo que la quita del impuesto a las ganancias se haría "sin ningún tipo de trámite" para que "esto vaya a la actividad privada y a generar puestos de trabajo".

Lavagna recordó que esta medida la había utilizado en el año 2005 cuando era ministro de el presidente Néstor Kirchner, y señaló además "en el 2002, cuando la situación era mucho peor, se tardó 15 meses en recuperar lo que se había perdido" y puso de relieve la importancia de "subir la asignación universal por hijo, con plata que salga de una renegociación de la deuda".

"Ningún ajuste crediticio que se haga debe tener un índice mayor al de salarios. También se pueden alargar algunos períodos de vencimientos de créditos", afirmó el ex ministro de Economía, según un comunicado de prensa, al destacar que se trata de "montones de pequeñas acciones que hacen mejorar el consumo. Ahí viene, enseguida, el impacto que hace girar la rueda".

Haciendo referencia a la situación social por la que atraviesa el paós, , Lavagna remarcó que "la mitad de los chicos son pobres en nuestro país" y, tras destacar la importancia de impulsar un programa que incluye estimulación temprana, nutrición infantil y educación, sostuvo que "no hay sensibilidad, por eso no se hizo hasta ahora".

Putin: atiendan el mensaje de las religiones

Líder del Kremlin negó injerencias rusas en EEUU o en Europa
 
Vladimir Putin, presidente de Rusia en diálogo con periodistas de agencia internacionales, entre ellas ANSA.

 "Si todos leyeran bien la Biblia, el Corán y la Torá serían un mundo mejor", afirmó hoy el presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante una reunión con las agencias internacionales de prensa, entre ellas ANSA.
Esa fue su respuesta cuando se le preguntó qué libro le gustaría recomendar a un niño para entender mejor el mundo de hoy.

Deje que los niños "lean la Biblia, la Torá, el Corán; todo esto seguramente les hará bien, tanto para los niños como para las niñas, porque en todas las religiones del mundo las bases humanísticas son inherentes", afirmó. "Y si nos atenemos a ellas, si las seguimos a esas reglas, el mundo será mejor, más pacífico y estable", dijo Putin al hablar con los periodistas durante el Foro Económico Internacional en San Petersburgo.
"Los soberanista no son pro-rusos sino pro-alemanes, pro-húngaros o pro-italianos: no tenemos nada que ver con ellos", se defendió luego y dijo que Rusia "no ejerce ninguna interferencia en los asuntos europeos, como tampoco hubo interferencia de Rusia en Estados Unidos".
De ese modo arrojó agua sobre la hoguera de la fobia rusa, que imputa a Moscú todos los males de Occidente.

El presidente ruso recordó que actualmente la agenda internacional incluye el asunto de la extensión del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, el START III o Nuevo START.
"Es posible no prolongarlo. Contamos con sistemas modernos que garantizarán la seguridad de Rusia en una perspectiva histórica suficientemente larga. Quiero decir que hemos logrado un significativo avance y hemos adelantado a nuestros rivales en la creación de armas hipersónicas", señaló.
Además, subrayó que si ningún país está interesado en extender el START III Rusia tampoco lo estará, y que en 2021 no habrá ningún instrumento que controle la carrera armamentista.

Según el líder del Kremlin, Rusia está preocupada por la cooperación militar entre Japón y Estados Unidos.
"No ponemos en duda, reitero nuevamente, el derecho de Japón de garantizar su seguridad tal como lo considera necesario, partimos de que la parte japonesa también respete nuestras preocupaciones, se trata de un tema a negociar, un tema para un debate sin prisa, a nivel de expertos", declaró el líder ruso.
En diciembre de 2017 el Gobierno de Japón aprobó la adquisición de sistemas Aegis Ashore para potenciar la capacidad de defensa ante el pujante programa norcoreano de misiles balísticos, pese a que Moscú exhortó a los países de la región a recurrir a medidas puramente diplomáticas para solucionar la crisis en torno a Corea del Norte.

La UIA advirtió que "estamos en el peor de los momentos"

Miguel Acevedo culpó a la recesión y las altas tasas y sumó un pronóstico nada optimista: "no hay un panorama de mejora en el corto plazo"


El martes último Acevedo fue reelecto por dos años más al frente de la UIA



El presidente de la Unión Industrial Argentina ( UIA), Miguel Acevedo, advirtió hoy que el país atraviesa "el peor de los momentos" a nivel económico, como consecuencia de "la recesión y las altas tasas".

Según el dirigente, "hay una caída generalizada en casi todos los sectores, en un contexto de altas tasas con recesión y caída de consumo".

"Por eso creo que estamos en el peor de los momentos. Y no hay un panorama de mejora en el corto plazo. Esta es la coyuntura que está teniendo nuestro país", lamentó Acevedo a FM Milenium.

A la vez, el ejecutivo de la Aceitera General Deheza (AGD) agregó: "Al estar en un período electoral, no veo que pueda haber medidas diferentes a las que tenemos ahora. Tal vez sí lo hagan cuando termine la campaña".

Por caso, comentó que el Gobierno dio impulso al programa "Ahora 12", un mecanismo que, a su criterio, "puede impactar de manera positiva en algunos sectores, como el de electrodomésticos".

El presidente de la UIA también expresó que la industria "está a casi el 50% de la capacidad instalada, se achican turnos y se suspende personal", ante lo cual deseó que "éste sea el piso".

Acevedo, que el martes último fue reelecto por dos años más al frente de la central fabril, consideró también que "está bajando la inflación, algo que se puede ver mes a mes, y los últimos aumentos de sueldo o las paritarias que se están trabajando ahora pueden dar un respiro para el mercado interno".

Sin embargo, advirtió: "Pero no somos optimistas, al menos para este año".

Además, cuestionó a la Casa Rosada por "haber atacado a la inflación de manera muy minorista, sin tener en cuenta los costos".

"Cuando comenzó este Gobierno nos decían que la inflación iba a bajar e iba a ser del 5% este año. Y bueno, vemos que estamos ahora muy por encima del 40%", añadió.

No obstante, el dirigente industrial resaltó que "la Argentina tiene un potencial enorme para crecer. Para eso hay que tener un rumbo de acá a diez años".

"Lo que tenemos es que cada vez que cambia el Gobierno, el país va ferozmente de un lado a otro", concluyó.

Los 'productos esenciales' casi duplican su facturación

Los alimentos de la canasta de Productos Esenciales aumentaron un 85% su facturación en abril y también incrementaron su peso dentro de sus categorías. En promedio, pasaron de representar el 2,6% de sus categorías en facturación -antes del lanzamiento del programa- al 5,1% en el primer mes.

Así lo revela un análisis de la consultora de consumo Nielsen que también marca que el 60% de lo vendido bajo el programa que lanzó el Gobierno y que congela precios por seis meses son leches, galletitas y conservas de tomate.

Según un relevamiento del ministerio de Producción sobre 2.300 comercios, el cumplimiento del programa es del 78,8%, según publicó PERFIL el domingo pasado. Sin embargo, las organizaciones de defensa del consumidor sostienen que en las provincias la disponibilidad de los productos ronda el 50%, de acuerdo con los datos de Héctor Polino, de Consumidores Libres. Los datos del Gobierno marcan que la región donde hay más faltantes es el interior de la provincia de Buenos Aires, donde el cumplimento llega al 71%.

Un reciente informe de Kantar división Worldpanel indicó que el 70% de los hogares consumió productos de Precios Cuidados en los últimos tres meses y que la demanda creció 22% contra el año pasado. “El consumo de los hogares cayó un 9% en el primer trimestre del año -con respecto al mismo periodo del año pasado-, los programas Precios Cuidados y Productos Esenciales aparecen como una herramienta más dentro de las distintas estrategias que implementan los hogares para ahorrar”, según Joaquín Oría, gerente del comportamiento del consumidor de Kantarl.

Inflación. Una de las dudas frente al programa de Precios Esenciales es cuánto puede impactar la canasta fija en bajar el costo de la canasta alimentaria. Los datos del Nielsen Scantrack muestran que el 76% de los productos se encuentran por debajo del promedio de precio de la categoría a la que pertenecen.

Por otra parte, el 66% de los productos abaratan su índice de precio respecto de la categoría en comparación con marzo. Los casos con mayor impacto son aguas y pastas. El análisis que presentó al lanzar los 60 productos la secretaría de Comercio marcaba en el caso de los fideos mostachol por 500 gramos, que el promedio de la categoría tenía un precio de $ 38,24 mientras que la marca Regio -incluida en el programa- llega a $ 21,20.


La inflación de abril fue de 3,4%, por debajo de lo esperado. En ese marco, alimentos y bebidas mostró una suba del 2,5%, lejos de la medición del mes anterior, cuando saltó más del 6%.

Versiones de una cumbre de Gioja y Máximo con Massa para cerrar el acuerdo

La reunión se habría concretado este miércoles en una oficina ubicada entre la zona de Congreso y Once, para analizar la posibilidad de un acuerdo.


En una oficina ubicada entre la zona del Congreso y Once, Máximo Kirchner y José Luis Gioja se reunieron este miércoles con Sergio Massa. Es posible que los involucrados desmientan esta información, como suelen hacen los políticos cuando están en medio de negociaciones delicadas y estas salen a la luz.

El acercamiento de Massa al espacio que llevará la fórmula Fernández-Fernández es según todas las fuentes consultadas por este medio y que están al tanto de las conversaciones, la hipótesis más probable del rumbo que tome Massa.

En el reciente congreso del Frente Renovador, Massa recibió el mandato de trabajar en un acuerdo que evite la división de la oposición y permita evitar que Macri repita en la presidencia.

En alarma, la Casa Rosada salió a instalar que podría habilitar las colectoras para que dirigentes opositores lleven la boleta de María Eugenia Vidal. Fue un mensaje a Massa y a Juan Manuel Urtubey. Pero lo hicieron con tanta torpeza, que queda flotando la duda sino fue una jugada de Marcos Peña para inviabilizar políticamente una iniciativa que estaba reclamando Vidal, pero que tiene demasiado riesgo para Macri.

El kirchnerismo no permitió que el diputado Diego Bossio, jefe de campaña de Massa, se sume a la reunión. El ex titular de la Anses todavía no logró recomponer su relación con el núcleo más cercano a la ex presidenta, empezando por el propio Máximo.

La vía judicial para derogar el decreto de Macri de apenas unas semanas que prohíbe las colectoras no es prometedora. La jueza electoral Servini de Cubría ya rechazó tres planteos que buscaban su anulación. Por eso, al Gobierno sólo le quedaría la opción de que Macri saque un decreto que anule lo que firmó hace apenas unos días atrás.

Semejante zafarrancho institucional, en una materia tan delicada con lo electoral, no es propio del discurso de mejor cívica que impulsa Cambiemos y representaría un costo político al límite de lo insoportable.

Según las fuentes consultadas, Massa concurrió al encuentro acompañado por el diputado Diego Bossio, a quien no le permitieron sumarse a la reunión. Es que el ex titular de la Anses todavía no logró recomponer su relación con el núcleo más cercano a la ex presidenta, empezando por el propio Máximo. En el entorno del diputado reconocen que tiene una mala relación con el hijo de la presidenta y sostienen que por eso no fue al encuentro y no es cierto que le hayan impedido ingresar.

Como sea, entre los múltiples temas abordados, apareció la situación electoral en Tigre. Massa no descarta que su mujer, Malena Galmarini, enfrente en las primarias al actual intendente Julio Zamora, alineado con el PJ bonaerense. Se trata de una discusión entre amigos, pero que contiene la tensión inevitable de la puja política.

Alberto Fernández confirmó este jueves de manera indirecta las negociaciones, al evaluar que un acuerdo con Massa en este momento está al 50 por ciento de posibilidades. Para el kirchnerismo el acuerdo es crítico, porque permitiría elevar el piso de votos en la provincia y acaso acercarse a un triunfo en primera vuelta.


Esa es la hipótesis en la que trabajan Alberto Fernández y Cristina Kirchner, porque saben que en un ballotage puede pasar cualquier cosa.

Netflix, Amazon y HBO contratan expertos temáticos para darle más realismo a sus series

Auge del streaming aumenta la demanda de especialistas para series de televisión.


Los productores de programas dramáticos siguen los consejos de los profesionales para asegurar la veracidad del contenido y lograr la calidad necesaria para hacer frente a la competencia





Los estudiantes tienen una pregunta muy importante para Hannah Greig, una historiadora que se especializa en la temprana edad moderna en Gran Bretaña: ¿Has conocido a los actores Aidan Turner o Kit Harington?



La pregunta no es totalmente absurda. Greig, una profesora de New York University, funge como asesora histórica para Poldark, la exitosa serie televisiva, protagonizada por Turner y transmitida por la BBC y Amazon. También colaboró en la producción de Gunpowder (Pólvora), que narra la historia de una conspiración del siglo XVII para dinamitar el Parlamento y asesinar al rey, en la que Harrington, estrella de la seria "Juego de Tronos" interpreta el papel de Robert Catesby, el autor del complot.

Grieg afirma que este tipo de conocimiento es cada vez más solicitado. "Los valores de producción cambiaron. Ahora esperamos que nuestros programas de televisión tengan la misma calidad que las películas que vemos en el cine".

La proliferación de servicios de streaming como los que ofrecen Amazon y Netflix incrementaron las comisiones de los programas televisivos. Netflix anunció que el próximo año contará con un presupuesto de entre u$s 7000 millones y u$s 8000 millones para producir contenido original. Apple contrató a Jay Hunt, el exdirector de BBC One y el director creativo del Canal 4, para ser su director creativo en Europa. La compañía tiene un presupuesto de u$s 1000 millones para producir series originales el próximo año. El creciente número de programas televisivos significa que la competencia para atraer a la audiencia se volvió feroz e incrementó la demanda de los mejores valores en la producción.



Para asegurarlo, los creadores de programas televisivos y los cineastas requieren los conocimientos de un especialista para crear historias y escenarios realmente auténticos. Durante la producción de Gunpowder, Grieg junto con John Cooper, otro especialista en la temprana edad moderna, sugirieron detalles para los interiores, como el tipo de pinturas que se encontrarían en las paredes, las palabras que podrían gritar las personas en una multitud, o cuál sería la vista desde una ventana del siglo XVII.

Los agentes de la policía y expertos forenses ayudan a los creadores de los programas policiacos. Los científicos asesoran a los productores de las películas de superhéroes y los largometrajes de animación. Adam Summers, un biólogo marino cuyo enfoque es el movimiento de peces, consultó en las películas de animación Buscando a Nemo y Buscando a Dory.

La Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. tiene un programa de Intercambio de Ciencia y Entretenimiento, que conecta a los asesores científicos con los cineastas.

David Kirby, profesor titular de estudios de comunicación de la ciencia en la Universidad de Manchester, dice: "El público es muy sofisticado y el Internet expone los errores".

Señala los tuits del astrofísico Neil deGrasse Tyson criticando a Gravedad (Gravity en inglés), una película sobre dos astronautas varados en el espacio: "Misterios de #Gravity: por qué el cabello de Sandra Bullock, mostrado en escenas de cero-gravedad que en general son convincentes, no estaba flotando libremente".

Alex Perry, un ex corresponsal extranjero de Time, asesó a los productores de programa dramáticos de televisión sobre una variedad de temas, incluyendo la mafia. Él quedó impresionado con el deseo de los guionistas de contar cuentos detallados. "Estamos en una situación extraña donde el drama es lo más real posible, mientras que el periodismo, con la proliferación de noticias falsas, no está anclado en la realidad".

Los científicos se quejaron durante mucho tiempo de las imprecisiones en las películas y series de televisión. Por eso, cuando Donna Nelson, profesora de química orgánica de la Universidad de Oklahoma, leyó que Vince Gilligan, director de la serie de televisión Breaking Bad, estaba buscando comentarios constructivos de expertos químicos, se puso en contacto con él.

La profesora Nelson se convirtió en la asesora en asuntos de química de la exitosa serie del canal AMC, que narra la transformación de un profesor de química de una escuela secundaria con cáncer de pulmón inoperable en un fabricante de drogas y un gran comerciante. Al principio, los guionistas querían saber cuál era la típica personalidad de los científicos. "Yo nunca había pensado en eso", dijo Nelson. "Los científicos normalmente tienen inclinaciones matemáticas, nos gusta resolver problemas y disfrutamos de trabajar de forma independiente". Pero se sintió obligada a señalar que los científicos, al igual que los abogados y los peluqueros, tienen diferentes tipos de personalidades.

Los guionistas consultaron a agentes antinarcóticos sobre los métodos de fabricación de metanfetamina. Nelson señala que no sabe nada al respecto y que ignora las preguntas de los estudiantes sobre la síntesis de cocaína. "Siempre he evitado cualquier discusión sobre algo ilegal en mis clases. Siempre he querido ser un buen modelo a seguir".

Inicialmente recibió críticas de sus colegas porque parecía que estaba idealizando a las drogas. "Me dijeron que estaban avergonzados de mí. . . que yo había avergonzado a la profesión". Pero a medida que progresó la serie y mostró el lado oscuro de las drogas, la crítica se desvaneció.

Kirby cree que un buen asesor es "alguien que está dispuesto a entender que cuando se trata de la producción de un programa televisivo, el director también es un experto". El asesor no debe priorizar su experiencia sobre la experiencia de otra persona".

A Paula Frew, profesora asistente de medicina en la Universidad de Emory, quien asesoró a los creadores de la serie de CBS, Señora Secretaria, le pidieron consejos para realizar escenas sobre enfermedades infecciosas, incluyendo el VIH. "Tienes que entender que no puedes microgestionar el proceso y controlar el resultado. Debes ofrecer información creíble, material de referencia cuando es necesario o apropiado para respaldar tus reclamos, así como también darles a los escritores la libertad de investigar un tema y mejorar su conocimiento en torno a un argumento".

Según Frew, es importante que los asesores se mantengan alejados del producto final. Y, como señala Greig, no tenemos el beneficio de contar con notas a pie de página en la televisión.

Populist Persuasions


The promise and perils of left populism

Joe Lowndes

Since 2016 a cascade of anxious op-eds, magazine articles, and books for popular audiences has poured forth on the perils of populism in the wake of Brexit, Trump, and far right victories across Europe. If we do not rush to defend liberal democratic institutions, they warn, pluralism, minority rights, the rule of law, and democracy itself will perish from the earth. The left’s response to these jeremiads is to argue that the great acceleration of inequality and the erosion of democratic rule enabled by liberal democratic institutions over the last few decades are what produced this historic upsurge in right-wing populism. Indeed, a range of voices across the left in the last two years—from the Sanders campaign to democratic theorists such as Chantal Mouffe and others, in magazines such as Jacobin and The Nation—has called for a left populism as the most effective counter to the rise of the far right.

But distinguishing the politics of right and left populism is not as easy as it might seem. In theory, a clean distinction should separate the excesses of right populism (chauvinist, exclusionary, authoritarian) from the virtues of the left variety (capacious, emancipatory, radically democratic). But populism is as populism does, and just as right-wing populism draws on democratic and egalitarian desires, left-wing variants can have a cramped notion of the people that alienates the politically vulnerable and marginal. Right-wing populists have long drawn on democratic and majoritarian positions (and dispositions) through a language of racial grievance. And homegrown left-leaning populism has a long and troubled relationship with questions of race and nation. As the populist right moves swiftly toward authoritarian nationalism, and even proto-fascism, we will need a left-wing populism that puts antiracism, immigrant rights, and refugee solidarity at the center of its politics.

Fears about the political upheavals that are providing opportunities for the emergent far right are well founded. There are fundamental shifts in the political order—particularly in Europe and the United States, but also in Latin America, as we saw just days ago with the election of Jair Bolsonaro in Brazil—that are novel, dramatic, and profoundly destabilizing. However, as a growing number of critics have contended, the status quo now under attack has itself suffered a radical decline in both democracy and equality in the last half century. Indeed, the core conditions of neoliberal rule across the globe share a great deal of blame for the emergence of radical responses. The demise of the Cold War era’s broad social contract between capital and labor, the rise of an extreme wealth gap within and between countries, the thoroughgoing privatization of formerly public functions of the state, and the accelerated financialization of economies have all rapidly corroded the very institutions and norms of liberal democratic states that ushered in these changes.


Distinguishing the politics of right and left populism is not as easy as it might seem.

In fact, in the United States, the Constitution that liberal scholars want to protect has itself always been a hindrance to democratic representation. The Madisonian structure of checks and balances, separated powers, the Electoral College, and staggered elections was designed, after all, to keep democratic rule in check. As political theorist Thea Riofrancos pointed out in a recent essay, it was this structure that thwarted the democratic will in the 2016 presidential balloting and placed Trump in the presidency.

Indeed, the moments of greatest democratization and political inclusion in the United States have come when movements have challenged and overcome settled constitutional arrangements and interpretations in the name of the popular will. The People’s Party of the late nineteenth century, which gave populism its name, created a culture of participatory democracy among farmers and workers across the South, Midwest, and West as it battled the rule of monopoly capital and political corruption that flourished under the plutocratic heyday of the Gilded Age.

Thus, instead of joining the call to defend liberal democratic institutions, left populists argue that the only way to defeat right populism is through popular challenges to the governing arrangements of neoliberal rule. This was the dream that beat at the heart of Bernie Sanders’s Democratic primary challenge in 2016, and in the Occupy movement that paved its way.

Maker and Takers

For all of its immense democratic promise, populism in the United States, as Chip Berlet and Matthew N. Lyons have argued, has always been open to right-wing mobilization. The representative figure of the people in the United States since the Jacksonian era of the 1830s has been the virtuous producer. Politically, Andrew Jackson’s Democratic Party coalition was made up of farmers, emergent industrial wage workers, and slave owners—all depicted as the “producing classes” of society. “Producers” understood themselves in contrast, on the one hand, to the idle rich such as bankers and land speculators, and on the other, to people of color, stereotyped as parasitic and/or predatory figures at the other end of the economic spectrum. Producerism was fundamental to the populist movement of the 1880s and 1890s in its resistance to monopoly capital, but it also furnished the basic template for the worldview of Social Darwinist William Graham Sumner, whose version of the Forgotten Man was the beleaguered small property owner forced by government to turn his hard-won wealth over to the undeserving poor. Producerism distinguishes the proper subject of democracy from both the so-called dependent poor below and the elites above—a distinction that can easily rest, in turn, on racialized and gendered ideals of both autonomy and democracy.

The practical brunt of this distinction is to single out the predominantly white (and usually male) citizen as the bearer of (small r) republican virtue. The opposition to monopoly power on behalf of those who toil extended into early twentieth century progressivism, and shaped fundamental elements of the New Deal. Nevertheless, FDR’s vision shored up producerist ideology—a strictly gendered division of labor, and, through the distinction between “entitlements” and “relief,” a sharp divide between the deserving and undeserving poor.

The Middle Frequencies

It was not until the 1960s, however, that the now-dominant version of populism took hold in U.S. politics. As the black freedom, feminist, and anti-war movements pressed against the New Deal political order, right-wing populists claimed to speak on behalf of aggrieved law-abiding, tax-paying, white working- and middle-class Americans. The leading exponents of this new politics focused particularly on race, and framed their appeals around the mythic, endangered trope of “Middle America.” But crucial to development of the populist right was the continued borrowing of ideas from the left.

Forged in part by George Wallace’s presidential campaigns in 1968 and 1972, the idea of a sovereign people squeezed by wealthy elites and bureaucrats from above and by black protesters and criminals from below emerged as a central theme of Richard Nixon’s opposition to “forced busing” and calls for “law and order.” Nixon campaign strategist Kevin Phillips cannily deployed an upmarket version of Wallace’s common-man message of racial and cultural grievance in the 1968 campaign to lure former New Deal Democrats into a new political coalition. What Phillips dubbed the “Emerging Republican Majority” was a new assemblage of Southern segregationists, white ethnic union members in industrial cities of the East and Midwest, Sunbelt conservatives, and Western populists. Along with similar catchphrases employed by Nixon, such as the Silent Majority and Forgotten Americans, the term Middle America became a commonplace brand of ideological shorthand at the Nixon White House.

Yet there were tensions from the start. Middle America populists suspected, not without reason, the establishment conservatives to be an opportunist breed of traditional business Republicans, out only to serve elite interests. And conversely, the GOP old guard regarded their new “Middle American” coalition partners as turncoat figures, pandering to crude cultural trends while proving troublingly inclined to embrace the hated features of New Deal statism.


Middle America populists suspected, not without reason, the establishment conservatives to be an opportunist breed of traditional business Republicans.

When George Wallace appeared on William F. Buckley’s Firing Line television program in January of 1968, he was subjected to a harsh interrogation by his host. It was populism though, not racism, with which Buckley really took issue. Putting the matter flatly, Buckley told his television audience: “I think that Mr. Wallace is trying to persuade a lot of people that he should appeal to [conservatives] . . . . [But] his background is that of a New Dealer, a person who is intensely concerned to multiply the functions of the state.” Addressing Wallace directly, Buckley went on: “If I may say so, your fanatical concern for using public money for certain functions that otherwise—” [Here, Wallace interjects, and then Buckley continues.] “For instance, you want to take care of the hospitalization, you want to take care of old people, you want to take care of the poor. . . .” As Buckley summed it up later in the program: “You are in the populist tradition, a complete, as I see it, opportunist as regards the use of funds as long as they come in your direction and they can be distributed by you.” In classic populist fashion, Wallace responded that “if conservatism is against looking after the elderly or destitute I might say that no conservative in this country who comes out against looking after destitute elderly people ought to be elected to anything.”

By the mid 1970s, Kevin Phillips openly rebuked William F. Buckley and the GOP leadership class on behalf of populists; he later moved leftward to argue for the party’s populist re-orientation in tracts such as his 1990 assault on Reaganomics, The Politics of Rich and Poor.

White Makes Right

The right populists’ misfit role in the emerging new Republican majority, together with the fallout from the Watergate crisis, temporarily soured their prospects of finding a stable home in the Republican Party. In the meantime, though, a mixture of economic and cultural issues continued to stoke a sense of dislocation among white voters. The potential appeal of Middle American disenchantment had already been apparent to thinkers and activists on the right since Nixon.

In a 1970 piece called “The Future of the Republican Party,” National Review columnist and editor Frank S. Meyer wrote, “Today, as [the New Deal] coalition splits apart, a considerable portion of the Negroes and the intellectuals are moving to the radical Left; labor and the farmers to the Right.” Meyer went on: “It is clearly the main mass base of the rightward movement in American society.” Meyer, a former Communist, saw Middle America as something like a hegemonic bloc—linking class to racial position. By 1974, right-wing populists began looking for new ways to advance their politics. Some, including National Review publisher William A. Rusher, argued that it was time to leave the GOP. Rusher—the grandson of a socialist organizer for the United Mineworkers—wrote a book called The Making of the New Majority Party in which he used the language of producerism to place the hardworking makers of things on one side, and nonproducing “verbalists” and welfare recipients on the other.

These right populists had not pulled this constituency out of thin air. They had correctly identified a growing alienation from both major parties among white voters. In 1976 sociologist Donald Warren produced a study of what he called “Middle American Radicals” (or MARs) in, The Radical Center: Middle Americans and the Politics of Alienation. There Warren described MARs as largely lower middle-class, white, often urban ethnic. They had proximate roots in the Wallace campaigns of 1968 and 1972, he argued, but also identified with actions like the much more politically ambiguous trucking strikes of 1973-1974. They were liberal on social reforms such as Medicare, education funding, and Social Security, Warren claimed, but also deeply concerned about “law and order” and resentful about the demands of black Americans.

By the end of the 1970s, Republican conservatives fought energetically for this populist constituency, hoping to pull them out of the orbit of the Democratic Party once and for all. As conservative writer Chilton Williamson Jr. observed in 1978, “populist conservatism . . . is winning far more sympathy from the Old Right in the 1970s than it ever enjoyed in the Sixties when it spoke in the accents of George Wallace. No doubt this is owing in part to the tempting success of President Carter’s delicately orchestrated campaign of beer, grits, baptismal water and STP.”


Sociologist Donald Warren saw “Middle American Radicals” as liberal on social reforms such as Medicare, education funding, and Social Security, but also deeply concerned about “law and order” and resentful about the demands of black Americans.

In 1980 Ronald Reagan used right-wing populist language—demonizing welfare and communism, while lampooning experts and social engineers. But he also—unlike Nixon—attacked unions, aggressively deregulated business, and kicked off an era of financialization that undercut the populist-tinged economic reveries of Middle America. Both Reagan and George H.W. Bush embraced strong free trade agreements and open immigration—another economic shift that left the Middle America agenda seeking support among the paleoconservative far right both in and outside the party, particularly in the campaigns of Pat Buchanan. Buchanan, the former Nixon speechwriter, media figure, and Reagan White House Communications Director waged a primary challenge against “King George” H.W. Bush in 1992. He yoked working-class alienation to white resentment in a politics that opposed free trade, affirmative action, and alleged cultural decadence.

In a clear anticipation of contemporary right-populist themes, Buchanan also asserted that immigration from non-white countries was a fundamental threat to the American nation. Buchanan’s nativism thus re-introduced an issue into national political debate that had languished on the margins since the introduction of the national quota system in 1924. His racially charged anti-immigrant rhetoric failed to spark a movement at the time, but “Pitchfork Pat,” as he came to be called, helped spur the far right’s eventual ascendancy, conferring national legitimacy on what had previously been a fringe coalition of racist journals, organizations, and paleoconservative intellectuals.

The New Crass

One of Buchanan’s closest campaign advisers was Sam Francis, a diehard racist and nativist nostalgic for the Southern lost cause. Once a columnist at the conservative Washington Times, Francis was fired for suggesting at a white nationalist conference that the “genetic endowments” of whites made them the “creating people” of Europe and America. He had previously asserted that “Neither ‘slavery’ nor ‘racism’ as an institution is a sin.” He went on to edit the newsletter of the Council of Conservative Citizens and to write for increasingly obscure publications of the far right.

Francis saw Donald Warren’s Middle American Radicals as the key to the populist right’s battle against the political and economic elites who presided over America’s latter-day decline. In developing this critique, Francis drew directly on Antonio Gramsci’s theory of hegemony and National Review senior editor James Burnham’s early Trotskyism. Like Burnham, Francis saw a managerial “new class” as the late twentieth century’s ruling caste, acting as the central functionary of both modern capitalism and the bureaucratic state—and in the process, selling out the interests of a broad working class. As he wrote in 1991 in the midst of Buchanan’s primary challenge to George H.W. Bush, “The strategy of the right should be to enhance the polarization of Middle Americans from the incumbent regime, not to build coalitions with the regime’s defenders and beneficiaries. Moreover, since Middle America consists of workers, farmers, suburbanites, and other non- or post-bourgeois groups, as well as small businessmen, it is unlikely that a new right will make much progress in mobilizing them if it simply repeats the ideological formulas of a now long-defunct bourgeois elite and its order.” Francis died in relative obscurity in 2005 after spending the last years of his life writing his sprawling opus on the rise of the managerial elite, Leviathan and its Enemies. But like fellow paleocon political theorist Paul Gottfried, he’d become an important figure for white nationalists in the alt-right as it gained traction over the last few years, and it is easy to see how his racist theorizing would galvanize Trumpism.

Right Autopsy, Wrong Corpse

By the beginning of the new century, populism had temporarily lost its distinct identity on the right. First, Clinton-era Democrats had scaled back welfare, and built the mass incarceration system with a president who talked sympathetically about “the angry white man.” George W. Bush won over voters with a folksy twang, cowboy boots, and openly Methodist convictions, but his White House was staffed by neoconservatives hated by Buchanan, waged massive wars of empire, strengthened free trade agreements, bolstered Wall Street, appointed one of the most diverse cabinets in history, and sought a wider tent of Republican voters.

However, global economic meltdown and the election of a black president in 2008 reenergized the populist right. A groundswell of activism under the aegis of the Tea Party emerged in direct response to the Great Recession—though in typical modern conservative form, the protests against the TARP program and the 2010 health care overhaul ultimately channeled the efforts of rightist insurgents to advocate for the interests of financial elites and health care cartels. More crucially in light of the Trumpist reckoning to come, the Tea Party’s rise augured the canny repackaging of white racial resentment as righteous economic anger toward both the big banks and the state that would buoy them. Though it also managed to preserve a populist adherence to the preservation of Social Security and Medicare, the Tea Party sharply reoriented the GOP toward a more hardline conservatism.

After Romney’s loss to Obama, the Republican National Committee produced an official “autopsy report” on the defeat. Chief among its recommendations were changing the GOP’s image as a “scary” party of “stuffy old men,” and becoming more diverse and inclusive, but nothing to address the growing wealth gap between the very richest and everyone else. And in the very next presidential election cycle Donald Trump reversed the judgments of the RNC’s report, blaming the declining fortunes of white Americans on free trade agreements, immigrants, Muslims, black protesters, and political correctness. Trump supporters passionately rallied to this message during the 2016 Republican primaries, and used it to give vent to their own economic resentments, their mounting sense of political powerlessness, and their fears of racial marginalization.

Trump’s the One

The Trump campaign self-consciously reached back to the origins of contemporary right populism, using the Nixonian language of the Silent Majority and Middle America from 1968. But fifty years later, this demographic’s claim on either the majority or the middle is tenuous. When Reagan was first elected in 1980, non-Hispanic whites comprised 87.6 percent of the electorate. In 2016, they made up 73.3 percent. In addition, whites have continued to suffer stagnant or falling wages and precarious job security in an increasingly financialized economy—even though their economic plight remains far less dire than that of blacks and Latinos. This sense of relative decline, captured in myriad surveys, opened the territory for a new right-populist mobilization. But Trumpism is less a confident assertion of the people than an anxious fear of being the people no more.

As the 2016 election year began, Buchanan was asked why he thought Trump would fare better than Buchanan had in the 1990s. He replied: “What’s different today is that the returns are in, the results are known. Everyone sees clearly now the de-industrialization of America, the cost in blood and treasure from decade-long wars in Afghanistan and Iraq, and the pervasive presence of illegal immigrants. What I saw at the San Diego border 25 years ago, everyone sees now on cable TV. And not just a few communities but almost every community is experiencing the social impact.” The conjoined economic grievances and anti-immigrant cultural anxieties that Buchanan brought in from the margins of the GOP in the 1990s now represent the taken-for-granted worldview of the movement that won the 2016 presidential election.

Exit, Stage Left

As the appeal to Middle America through racial authoritarianism now appears to have captured the Republican Party, the lessons for the left are important. A parallel insurgency in the Democratic Party, which began with Occupy Wall Street, also sparked a new language of economic grievance in 2016. Although not animated by racism, the Sanders campaign evinced a weakness that has haunted economic populists since the 1960s. The wish for a shared politics in the populist vein has immense potential to turn the tide against the rise of the far right, against the ravages that a half-century of neoliberal restructuring has wrought, and for the radical transformation of society.

Left populism can all-too-easily imagine a vision of a unified people that elides the deep problems of stratification, domination, and exclusion that are the legacy of a settler colonial nation forged in black slavery and patriarchal rule. This is nothing new for the U.S. left. Indeed it was the racial character of the New Deal order that opened the door for Wallace and the right-wing populism that followed behind him. This perspective was on display during 2016 primaries among some Sanders-supporting left writers. As just one example, Connor Kilpatrick’s widely shared Jacobin article “Burying the White Working Class” argued against what he depicted as an alliance of Democratic Party elites and antiracists against white workers. At the heart of it was a majoritarian argument: “The working class is bigger than ever, is still really white, and is broadly supportive of a progressive populist agenda.” The piece distinctly echoed arguments on the populist right that situated aggrieved white workers as the silent majority. Indeed, it is telling that Kilpatrick’s article was enthusiastically touted by the “race realist” journal American Renaissance and the far-right Unz Review. Both publications once served as primary venues for Sam Francis’s populist writings.

Certainly liberal elites have used antiracism as a way to marginalize class politics. This is a tradition that goes back to Gunnar Myrdal and before—seeing racism as merely a matter of irrationality, educational backwardness, and status anxiety among poor whites. And, certainly there are twinned dynamics of neoliberal multiculturalism on the one hand, and an emergent racialization of the white working class and white poor by conservatives such as Charles Murrray and Kevin Williamson on the other. But the production of race is historically co-constitutive with the production of class—the “medium through which class relations are experienced,” as cultural theorist Stuart Hall put it.

Left-wing populism has to directly confront the meanings of race insofar as they act as a form of civic ascription and produce other binary meanings—dependency/autonomy, deserving/undeserving, etc.—terms that animate and authorize right-wing populism, and have their roots in the racial formation of U.S. political culture. Race and racism in a very concrete way made the rise of the modern right and neoliberal hegemony in the United States possible, just as they have made capitalism possible for half a millennium. They have to be dismantled together.

Those on the left who argue against “identitarian” approaches merely substitute one set of identity positions for another, and the fear that focusing on the ongoing ravages of white supremacy will simply drive white workers and the white poor into the hands of the right shows a cramped notion of populism’s possibilities. Attacking “identity politics” while genuflecting before the “white working class” won’t lead toward socialism, or even a more tentative defeat of right populism, but rather toward a politics that will be played out entirely on the landscape that the far right is trying to create.


Those on the left who argue against “identitarian” approaches merely substitute one set of identity positions for another.

“The longer they talk about identity politics,” Steve Bannon famously said of the left, “I got ’em.” This kind of remark creates no end of anxiety for certain left populists. But of course even Bannon knows better—which is why he now talks about specific harms done to working-class blacks and Latinos by free trade agreements as he makes the case for his “populist economic nationalism.” He knows that no hegemonic struggle can be fashioned from a Silent Majority or Middle America that is no longer majoritarian nor occupies the middle.

There is nothing new in the understanding that different forms of oppression are linked, nor that struggles for particular forms of liberation are what create the possibility for broader ones. This was, as Keeanga-Yamahtta Taylor and Asad Haider have both recently reminded us, what the Combahee River Collective meant in their 1977 coining of the phrase “identity politics.” Instead of abstract notions of the 99 percent, why not focus on the specific instances of alienation, exclusion, exploitation, and violence out of which broad struggles are always built? The acute and growing sense of political powerlessness reported by Trump voters throughout the 2016 primaries is a concrete phenomenon for working-class blacks and Latinos who must contend with intensifying forms of voter suppression, and the massive carceral state, which ensnares black and brown people at far higher rates than whites, nevertheless imprisons whites alone at higher rates than the citizenry of any other nation. The growing immiseration, violence, and drug abuse in rural America differs in critical ways from its expression in urban centers, but both arise from the same forces of capital concentration and state abandonment. The ongoing fallout from the economic crisis stretches well beyond the Tea Party-choreographed set piece of bankers exploiting Middle America to its more intensified effects on black and Latino communities, and on women more than men.

There are a wide variety of examples of such struggles opening out onto broader vistas with populist dimensions. The protests in response to the killing of African American youth Oscar Grant by the Bay Area Rapid Transit Police became the backbone of Occupy Oakland—the most militant formation of its kind, whose antagonistic energy was translated into a shutdowns of ports up and down the West Coast. In a more recent example of effective organizing within the electoral system, the grassroots insurgency that resulted in the nomination of Andrew Gillum in the 2018 Florida governor’s race had its roots in the protest movement for justice following the murder of Trayvon Martin. Struggles by the undocumented, and by refugees who are the victims of U.S.-sponsored violence elsewhere, have expanded and transformed understandings of the people. Antifa resistance to white nationalism, the recent occupations of ICE offices, and growing immigrant solidarity networks have all drawn increasingly broad sectors of a public that is sharply opposed to the growing threat of the far right. Such struggles are central to any successful opposition to Trumpism, particularly given that it was racist nativism in great part that propelled Trump into the White House.

Much is at stake in how we understand populism today. As radical inequalities in wealth and power continue to intensify in a politically and ecologically destabilized world, demands on behalf of the impoverished, the left-behind, and the politically disempowered will increase. We can expect these demands—in one way or another—to be posed in the language of the people against the powerful. To mistake all such popular claims as authoritarian and tied to racial or national exclusions mis-specifies the underlying thrust of populism. But to fashion populist politics by ignoring the particular forms of domination in any given context is an invitation to reaction. Those of us who hope to help build emancipatory notions of the people must understand that they are always incomplete and remain open to transformations from below.

Joe Lowndes is an associate professor of political science at the University of Oregon, currently working on a history of right-wing populism in the U.S. His new book, with Daniel Martinez HoSang, Producers, Parasites, Patriots: Race and the New Right-Wing Politics of Precarity, will be available from University of Minnesota Press in early 2019.