Problema grave de comunicación gubernamental: mitigar ya la incertidumbre y el miedo crecientes en torno a la situación económica.





Rubén Weinsteiner
La marca política Alberto Fernández transitó el mes de diciembre con una suba pronunciada en su imagen, producto del crédito natural a todo gobernante nuevo, del nombramiento de figuras cuya imagen generan consenso, del estilo comunicacional post-grietario de Alberto Fernández y de la paupérrima valoración de la gestión que lo precedió.


Esa suba se esfumó con el verano, cuando la gente comenzó a sentir que la economía no arrancaba y que no se palpaban cambios sustanciales en la economía real de bolsillo con respecto al fallido e indefendible macrismo.

Así la deuda, los conflictos internos, y la economía que seguía helada, ocupaban el spin mediático e instalaban en la población, percepciones de desconcierto que oscurecían la luminosidad de los días de diciembre.

Pero llego el Covid-19 y ahí surgió Alberto como estadista, el rey encontró su corona. La percepción de un líder que toma decisiones duras pero correctas, que se sienta con los gobernadores, los científicos, con Rodríguez Larreta y hasta con Morales, construyó un nuevo posicionamiento para Alberto y una sobredeterminación para su marca política. Un Churchill que promete sangre, sudor y lágrimas con reminiscencias fundacionales de Alfonsín cuando anunció la economía de guerra y con el sentido popular que le brinda su pertenencia política.



Parecía que la grieta había quedado a un costado, que “todos tiramos para el mismo lado” y que la otredad la constituían los que violaban la cuarentena, de manera más o menos burda y pintoresca.

Y ahí la realidad se desplegó sin preámbulos.

Siete millones de argentinos que si no salen a conseguir la diaria no comen. Que no tienen adonde quedarse adentro. Familias numerosas en espacios reducidos, personas que no tienen ingresos formales, que cartonean, que venden panchos en la calle, o cubanitos, o ropa, o lavan autos, o son mozos, o taxistas. Cuanto puede aguantar un bar cerrado? Y una heladería? Un bazar?

Cuanto tiempo puede subsistir un remisero, un/a mozo/a, un/a empleado/a de un hotel o un/a dentista.

Una reducción del 50% en el aporte del monotributo de abril para la mínima categoría ayuda en muy poco a los millones de monotributistas que van a facturar CERO durante los próximos dos meses y tienen CERO ahorros.



Y en la economía informal de las changas eso se profundiza geométricamente. Cuanto tiempo puede aguantar encerrado en su casa un pintor o una manicura, un cafetero o un jardinero, un empleado de una carpintería o de un lavadero de autos.

La gente siente incertidumbre y miedo. Y ese es el principal problema que el gobierno no aborda.

Aunque se instrumenten medidas más contundentes, no mitigarán ni el miedo ni la incertidumbre per se.


Gestionar un motor de dos tiempo, es hacer y comunicar, porque la comunicación define la acción, la completa, la perfecciona, porque la comunicación no es táctica, es estratégica.


Como un médico que le receta una pastilla al paciente , y a la vez le explica lo que ese medicamento va a hacer por él, con el fin primero que tome la pastilla y así maximizar el efecto de ese tratamiento.

No hay realidades, hay percepciones, la percepción de la gente siempre es real, porque la comunicación construye la realidad al mismo tiempo que la difunde.

La comunicación tiene que construirse a partir de la visión global del campo de batalla y no de un sector o una acción específica.

Las acciones y las medidas, no pueden autorelatarse ni autodifundirse masivamente; y no pueden construir sentido a través de un capital simbólico intrínsenco.

La comunicación define estratégicamente a la acción, porque la direcciona proyectando intencionalidad. La define tácticamente porque le da significación y valores. Y la define vectorialmente, porque la direcciona en términos de difusión y destino, llevándola a donde queremos que llegue.

Las cosas son lo que sabemos de ellas, y en base a lo que sabemos, construimos las percepciones y sentimientos más profundos. Si alguien ve a Scarlett Johansson contorsionándose en forma sensual puede sentirse atraído por la visión y hasta excitarse, pero si alguien le dijera a esa persona, que Scarlett Johansson padece de epilepsia y está sufriendo una convulsión, la excitación cesaría inmediatamente.



La gente, tanto en la base de la pirámide, clase media baja e incluso clase media-media, está hoy atravesada por una profunda incertidumbre de no saber como va a comprar los alimentos la semana que viene, si va a poder comprar medicinas para los hijos, si va a tener trabajo dentro de 10 días o más, que va a pasar con el alquiler, los servicios, deudas que tiene que pagar. La sensación es que se le vienen un montón de pagos y cero ingresos, además de no saber cuanto tiempo deberá seguir encerrado en lugares inviables para una gran cantidad de gente, sin horarios, sin ingresos, sin salidas.

Esa incertidumbre ancla el miedo, y con el miedo no se puede lidiar con narrativas planas llenas de anuncios racionales.

El gobierno debe ante todo resolver comunicacionalmente la incertidumbre y el miedo. Sin resolver eso, no podrá operar sobre la realidad y puede perder el control de la misma.


La narrativa que resuelva este problema, no puede apoyarse simplemente en afirmaciones sin poder de fuego emocional como hasta ahora, para vencer emocionalmente a las personas aquejadas por la incertidumbre y el miedo, ni con negaciones inútiles como el macrismo.

Para resolver hace falta construir un discurso de poder (Discurso= organización de las percepciones Poder=Potencialidad de acción) que venza emocionalmente a las personas que sufren por la incertidumbre y el miedo obturando toda posibilidad de intervención que no resuelva el ese tema, y que instale una esperanza y un cambio de polaridad y clima.


Rubén Weinsteiner