Sindelar, la súper estrella del fútbol austríaco que se le plantó a Hitler


Adolf Hitler creyó que la germanización de Austria sería tan sencilla como su anexión al Tercer Reich el 12 de marzo de 1938. El país que vio nacer al hombre que condujo Europa al peor capítulo de su historia apenas planteó resistencia cuando las SS cruzaron la frontera para incorporar el territorio austríaco a la Alemania nazi mientras Inglaterra, Francia y la Unión Soviética no movían un dedo a pesar de que los alemanes estaban incumpliendo el Tratado de Versalles. El nazismo no paraba de crecer y quería seguir exhibiendo la superioridad de la 'raza aria' que promulgaba. Ya en los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en Berlín, la alemana había sido la delegación con más medallas y el führer pretendía confirmar la supremacía teutona en el Mundial que iba a disputarse en Francia aquel mismo verano. Sin embargo, la estrella de la selección austríaca, Matthias Sindelar, no se lo iba a poner fácil.
En la década del '20, cuando todavía no existían los mundiales, la selección de Austria era un canto al fútbol. Y su estrella, Matthias Sindelar, un auténtico fuera de serie. Medía 1,80 pero pesaba apenas 60 kilos. Le decían el "Mozart del fútbol", por la preciosidad con la que ejecutaba sus movimientos. Los registros de la época aseguran que ese equipo bailaba el vals adentro de la cancha. Le decían el Wunderteam, el equipo maravilla.


Pero cuando a partir de 1930 la FIFA comenzó a organizar los primeros mundiales de fútbol, Austria no tuvo suerte. Ni como selección ni mucho menos como nación.

Para la primera cita mundialista, en 1930 en Uruguay, Austria fue una de las tantísimas selecciones europeas que prefirió no embarcarse (literalmente, los viajes transatlánticos en aquella época eran en barco) en tamaña aventura.


En la segunda edición de la copa, la política metió la cola. La Italia fascista de un omnipresente Benito Mussolini organizó el que tenía que ser "su" mundial en 1934. Con un buen equipo pero mucha, demasiada, ayuda de los arbitrajes, la Azzurra avanzó hasta toparse con el Wunderteam en semifinales. Sindelar y compañía eran superiores, pero lo que testigos de la época describieron como un arbitraje "escandaloso" favoreció a los dueños de casa, que ganaron 1 a 0 y, finalmente, se consagrarían campeones, para alegría del Duce.

Lo que siguió para Austria, y para Sindelar, fue aún peor. En marzo de 1938, la Alemania de Hitler anexó al país alpino y lo convirtió en una provincia más del III Reich. Se venía el Mundial de Francia y los germanos especularon con contar con los astros del Wunderteam para potenciar su selección y regalarle al Führer la Copa del Mundo.

Con más miedo que convicción, los austríacos debieron aceptar unirse a la selección alemana. En la cúspide del cinismo, el nazismo organizó un "partido de la paz" para darle la bienvenida a los nuevos compañeros. El 3 de abril de aquel año, Alemania enfrentó a un Austria XI, comandado por Sindelar.

La orden era clara: Alemania debía ganar. Durante el primer tiempo, Sindelar lo dejó bien en claro. Se floreaba ante los rústicos defensores germanos, pero no acertaba al arco. Justo él, que había convertido la friolera de 600 goles con su equipo, el Austria de Viena.


Si en el primer tiempo apostó por lo burdo, en el segundo se dejó de metáforas y fue directo al grano: convirtió un gol e hizo hacer otro para que, al menos en el fútbol, Austria le mojara la oreja a los alemanes. Pero hubo algo más: en el festejo, hizo un burlón baile frente al palco oficial donde observaba el partido el propio Hitler. Fue demasiado.

Para colmo, Sindelar se negó a jugar el Mundial del '38 para Alemania, con la excusa de una mala condición física que le impedía afrontar la competencia. La situación se tensó en extremo. Si bien el Hombre de Papel, como también lo apodaban, podía caminar libremente por las calles de Viena, ya no pudo volver a jugar al fútbol y hasta, se dice, empezó a ser seguido de cerca por la Gestapo.

El 23 de enero de 1939, su amigo Gustav Hartmann lo encontró muerto dentro de su casa, a la que debió ingresar tirando la puerta abajo tras no recibir respuesta y sentir un fuerte olor a gas. Sindelar yacía sin vida, intoxicado por el monóxido de carbono, junto a su novia Camilla Castagnola, quien murió unas horas después.

Las crónicas de la época hablaron de un accidente, o de un suicidio. Nunca se supo la verdad. Más de 40 mil personas despidieron al héroe nacional. En el aire quedó flotando cierta sospecha sobre un posible crimen silencioso del nazismo. Al fin y al cabo, Sindelar fue de los pocos que desairó a Hitler en pleno apogeo de su poder.