Pedro Sánchez y el desafío de la socialdemocracia


El líder socialista, al frente del gobierno más minoritario de la historia de España, intentará restituir a la izquierda moderada en el centro del mapa político europeo.


Desde la transición democrática, España fue el país más británico del continente europeo en cuanto a su dinámica política. Dos grandes formaciones partidarias, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se alternaron en el poder para enganchar de forma definitiva al país ibérico en el vagón de la modernización europea. La última crisis financiera internacional barrió con el sistema bipartidista -y con el Pacto de la Moncloa en su conjunto- y las esquirlas de su descomposición se evidenciaron en la reciente destitución de Mariano Rajoy. Madrid abandonó así la previsibilidad de Londres y se acercó a la característica inestabilidad de Roma.


¿Qué es lo que volvió más inestable a España? La fragmentación de su sistema político y la volatilidad de su electorado. Ante un creciente malestar ciudadano por el rumbo económico del país, las dos grandes formaciones políticas del posfranquismo se tornaron cada vez menos capaces de mantener la lealtad de su base electoral. En las elecciones generales de 2008, el PP y el PSOE sumaron en conjunto el 84% de los votos. En 2011, totalizaron el 72,4%. A fines del 2015, registraron su mínimo histórico (50% de los sufragios), cifra levemente incrementada en los comicios del 2016 (55%).


La fragmentación partidaria dificulta la formación de mayorías parlamentarias, y la volatilidad electoral vuelve más lábiles los pactos en las elites. En este contexto de extrema fragilidad, y con la debilidad de origen propia de un gobierno minoritario, se gestó el segundo mandato de Mariano Rajoy. Lo paradójico es que una administración condicionada “por arriba” por Bruselas, asediada por derecha e izquierda por Ciudadanos y Podemos y enfrascada en un conflicto “por abajo” con los independentistas catalanes, haya finalmente caído por un fallo implacable de la Justicia. Ni el veto de Ángela Merkel, ni los votos de las nuevas ofertas electorales, ni la amenaza soberanista; el líder del PP fue eyectado del poder por la sentencia de los tribunales.


En efecto, el escándalo de corrupción del caso Gürtel cohesionó a gran parte del arco opositor y posibilitó que una moción de censura contra el presidente prosperara por primera vez desde la sanción de la Constitución de 1978. Pedro Sánchez accede así en condiciones excepcionales a La Moncloa porque excepcionales son los tiempos que atraviesa España. El líder socialista constituye una anomalía en sí misma: por primera vez, el país será presidido por un dirigente que no es diputado y no proviene del partido más votado en las últimas elecciones.


Sánchez no ocupa una banca en el Congreso de los Diputados porque dimitió en octubre de 2016, enfrentado con la cúpula del PSOE por la decisión de colaborar, entonces, con la investidura de Rajoy. Vilipendiado por el establishment mediático y por los barones de su partido, recuperó la secretaría general socialista en las internas de hace un año, a fuerza de su gran predicamento entre las bases militantes.


Si la trayectoria que depositó a Sánchez en La Moncloa está cargada de quijotesco heroísmo -en el marco de las primarias de 2017 recorrió las agrupaciones socialistas de todo el país conduciendo su Peugeot 407- la tarea que tiene por delante requerirá de altas dosis de pragmatismo. Estará al frente del gobierno más minoritario de la historia de España (el PSOE maneja 84 diputados sobre un total de 350). Para alcanzar acuerdos mayoritarios en el Parlamento, tendrá que conciliar el afán refundacionalista de Podemos con la voracidad fiscal de los nacionalistas vascos y las demandas descentralizadoras de los secesionistas catalanes. Una coalición Frankenstein, según los detractores.

Haciendo equilibrio sobre estas contradicciones internas, Pedro Sánchez está ante un desafío todavía mayor: reponer a la socialdemocracia en el centro de la escena europea. A excepción de Portugal, las políticas de austeridad desplazaron a las izquierdas moderadas del mapa político. La proyección de Jeremy Corbyn en el Reino Unido y el nuevo capítulo de Sánchez en España abren el margen para que la socialdemocracia deje de ser una muleta de las fuerzas conservadoras, recupere la mejor tradición reformista y resitúe a la igualdad como un valor prioritario de las democracias del viejo continente.