La disruptividad Trump y el "Síndrome Guantánamo"



La idea de imprevisibilidad con relación a Trump se afinca en un discurso muy provocativo del magnate, cuya aplicación sería muy traumática. Y en el llamado “síndrome de Guantánamo”, por la imposibilidad burocrática que impidió a Obama concretar su promesa de campaña de erradicar ese campo de concentración.

Trump viene a cerrar un ciclo que abrió Ronald Reagan, un actor de una mediocridad enorme, delator de sus compañeros durante el macartismo, al que el lobby del Pentágono y el capital concentrado disfrazaron de gran estadista. El mundo rebosaba de liquidez, la URSS caía en picada, despuntaba la globalización financiera y las empresas norteamericanas aspiraban a ocupar un mundo sin fronteras ni aduanas.


Pero ahora, el imperio cambió el discurso. La palabra que más repitió Trump fue “proteger” y “proteccionismo”, “fortalecer las fronteras”, o “la prioridad será Estados Unidos”. En lo esencial, las corporaciones hacen lo que les conviene. Si es un ciclo expansivo, hablan de mercado libre y lo ponen a Reagan de presidente. Si es un ciclo de reflujo, cambian el discurso y lo ponen a Trump. En ese discurso funcional a las grandes corporaciones, los que no pueden cambiar nunca son las economías periféricas, porque tienen que estar siempre abiertas y subordinadas,




La idea de cambio traumático en realidad no tendría que estar centrada en el recambio presidencial norteamericano, que es más expresión de una crisis que arrastran desde hace varios años. Se diría, en cambio, que este recambio presidencial es expresión de esa situación previa, es su “institucionalización”. Para usar una metáfora militar: es como si un ejército hubiera extendido tanto sus líneas de abastecimiento que empieza a debilitar a su retaguardia. El proceso, entonces es replegarse para fortalecer su base principal. Antes de asumir, Trump se reunió con directivos de 20 de las empresas electrónicas más importantes para convencerlas de que hagan regresar a Estados Unidos a los centros de producción que tienen en todo el mundo. Les prometió protección con impuestos a la competencia extranjera y el resurgimiento de Silicon Valley. También habló con Ford y General Motors para que no inviertan en sus plantas de México y lo hagan en Estados Unidos.

Hay una situación de pobreza y desocupación en Estados Unidos. Se vislumbró en el voto al izquierdista Bernie Sanders en la interna demócrata. Y terminó de expresarse en el triunfo electoral de Trump. Están en las antípodas. Sin embargo, el voto en los estados del viejo cordón industrial, que favoreció a Sanders, después se inclinó por Trump. Sanders se asume como socialdemócrata y Trump se reconoce abiertamente conservador, codicioso, misógino y varios calificativos más. Pero tanto Trump como Sanders fueron los únicos que hablaron de trabajo. No fue la única, pero seguramente fue una de las razones que explican el resultado electoral.




Las acciones tan ofensivas contra México son significativas. Con el Nafta, Estados Unidos obligó a los mexicanos a reordenar toda su economía en función de la economía norteamericana. Las economías regionales fueron devastadas y los mexicanos consumen maíz importado. A cambio tenían las maquiladoras y automotrices que aprovechaban la mano de obra barata. Trump quiere que ahora todas esas fábricas vuelvan a Estados Unidos. Otra vez le rompió el esquema a un país que quedó muy expuesto cuando perdió autodeterminación y se subordinó a un tratado de libre comercio que les prometía el oro y el moro.