Argentina: del bipartidismo a la «democracia peronista»

Luego de la crisis de 2001 se popularizó en Argentina la tesis de la «disolución del sistema de partidos». No obstante, mediante el análisis de datos electorales, puede demostrarse que la respuesta del sistema de partidos argentino a la crisis fue asimétrica: mientras que el campo no peronista nunca pudo recuperarse del impacto, el peronismo no solo se recuperó, sino que hoy aparece como hegemónico en la política nacional. Las elecciones presidenciales de 2015 parecen confirmar esta especial capacidad de sobrevida y vuelven a colocar a la fuerza fundada por Juan Perón como una de las grandes favoritas.

Por María Esperanza Casullo



La democracia argentina tiene ya más de 30 años de edad (si fuera una ciudadana, no solo estaría habilitada para votar, sino que ya podría ser, por ejemplo, candidata a senadora según la legislación nacional). A los argentinos que nacimos a la conciencia política en los años de la transición, esta fecha no puede sino emocionarnos: no faltaron momentos en los que alcanzar semejante hito parecía imposible. Pero la que fuera en 1983 una joven y dubitativa democracia ha probado ser más resiliente de lo que muchos pensaban en los años de la «primavera» alfonsinista: ha persistido a pesar de tres episodios de insubordinación militar, varias crisis económicas graves, un número incontable de graves conflictos sociales y una crisis política en 2002 que se llevó a cinco presidentes en dos semanas. Hace 30 años, hubiéramos pensado que vivir en un régimen democrático con elecciones limpias y libres y sin amenazas autoritarias era un logro en sí mismo; hoy, sin embargo, sabemos que estos criterios minimalistas no son suficientes y que podemos aspirar no solo a una democracia, sino a una democracia de buena calidad1. La sola resiliencia democrática no es poco; pero aun así, tenemos derecho a esperar más de la democracia.

¿Qué clase de democracia tiene Argentina hoy? No existe consenso: ha sido caracterizada como delegativa2, populista3, hiperpresidencialista4, y la lista puede seguir. La perspectiva de este artículo es más simple y no aspira a encontrar un único adjetivo que describa la totalidad de la práctica democrática nacional desde un ángulo normativo. Emplearemos aquí un enfoque más modesto e inductivo. Sean cuales fueren sus falencias, los analistas coinciden en que las elecciones argentinas han sido aceptablemente limpias, libres y representativas, con una tasa de participación electoral que supera rutinariamente el 70%. Partiendo de esa base, lo que sigue es un ejercicio estrictamente empírico que se centrará en el análisis de los datos de elecciones nacionales que son de acceso universal. Con esta perspectiva, la respuesta a la pregunta «¿qué tipo de democracia tiene la Argentina?» es simple: si miramos los números electorales agregados en el nivel nacional, la democracia argentina es, ante todo, una democracia peronista.

La crisis de los partidos… ¿la crisis de los partidos?

Un contraargumento posible es que la democracia argentina no puede ser peronista porque en nuestro país los partidos están en crisis y, mientras la democracia parece fortalecerse en el tiempo, sus partidos políticos se debilitan. Tal crisis en relación con los partidos fue la vedette analítica entre 2001 y 20025; sin embargo, y habiendo ya transcurrido diez años de ese momento, podemos ver que la tan mentada «crisis de representación»6 no afectó ni afecta a todo el sistema de partidos, sino solo a la mitad no peronista del espectro. La mitad peronista no solo no está en crisis, sino que, en cuanto a cantidad de votos, le va mejor que nunca. Veamos los datos. En 1983 Argentina reingresó en la vida democrática con un sistema casi perfectamente bipartidista, dominado por la Unión Cívica Radical (ucr) y el Partido Justicialista (pj, peronista).

En la elección de 1983 compitieron los dos partidos tradicionales de Argentina (pj y ucr), más una tercera fuerza, el Partido Intransigente (pi, nacionalista de izquierda). El claro –aunque para algunos inesperado– ganador de esas elecciones fue el radical Raúl Alfonsín, del ala «socialdemocratizada» de su partido, con más de 50% de los votos. El peronismo, aunque fue derrotado, obtuvo sin embargo un robusto 40,61% de los votos para presidente. Todas las otras fórmulas combinadas consiguieron algo menos de 9%. La Cámara de Diputados resultante de esas elecciones quedó dividida en una clara mayoría y una clara minoría, más un puñado de parlamentarios de los partidos minoritarios (en ese entonces, los senadores eran elegidos por las legislaturas provinciales y no por voto directo).

La naturaleza bipartidista del sistema político argentino parecía tan fuerte que resistió inclusive los efectos de la hiperinflación de 1989. La insatisfacción con la incapacidad del gobierno de Alfonsín para resolver la crisis económica se tradujo en su renuncia y en elecciones anticipadas, pero aun en plena crisis el radicalismo pudo conservar una buena porción de los votos: Eduardo Angeloz, del ala derecha del partido, obtuvo 37% de los sufragios, mientras el peronista Carlos Menem ganaba las elecciones con 47%. La situación no parecía catastrófica para la ucr y los analistas podían esperar que, luego de cierto tiempo, el más antiguo partido argentino, fundado en 1891, pudiera renovarse y renacer de sus cenizas, como ya lo había hecho en otros momentos de su larga historia. Sin embargo, los datos electorales nos muestran que el sistema de partidos argentino cambió de forma más duradera en la década de 1990. El quiebre del bipartidismo se produjo en 1995. En la elección presidencial de ese año, la ucr obtuvo menos votos que en el crítico 1989, cuando se votó durante una crisis hiperinflacionaria. Claramente, la decisión de Alfonsín de ser cofirmante de la propuesta de reforma constitucional de Menem en 1994 (mediante el denominado «Pacto de Olivos») tuvo efectos catastróficos sobre el atractivo electoral del centenario partido. Un nuevo agrupamiento de centroizquierda, el Frente País Solidario (Frepaso) fue el segundo más votado en 1995, con casi 30% de los sufragios. Es decir, su buena performance puede explicarse casi completamente por los votos perdidos por la ucr más los eventuales votantes del pi y algunos peronistas desencantados (uno de los principales líderes del Frepaso, Carlos «Chacho» Álvarez, abandonó el peronismo en los años 90 en oposición al giro neoliberal del partido fundado por Juan Perón). A partir de esta elección, la ucr ya no podría nunca más ganar una elección presidencial sin aliados.

Así comenzó la no tan larga agonía de la Argentina bipartidista. En 1999 fue posible engañarse con respecto a este final, dado que Fernando de la Rúa, un candidato radical, derrotó al peronista Eduardo Duhalde. Pero aun así la ucr nunca recuperó su preeminencia. Para comenzar, quien ganó las elecciones no fue la ucr, sino una coalición entre la ucr y el Frepaso denominada Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación. Pero la Alianza demostró ser extremadamente frágil. Una vez en el gobierno, creó una compleja estructura de capas partidarias para el reparto de las oficinas del Estado entre los dos partidos (si el mando de un ministerio era «dado» a un miembro de un partido, sus secretarios de Estado eran del otro, y así sucesivamente), y de esta forma, la estructura burocrática resultante nunca pudo funcionar de manera unificada. Finalmente, la mayor muestra de la fragilidad de la coalición fue el conflicto entre el presidente De la Rúa y el vicepresidente «Chacho» Álvarez, que precipitó el fin de la Alianza (y poco después, del gobierno).
1. Guillermo O’Donnell, Osvaldo Iazzetta y Hugo Quiroga: Democracia delegativa, Prometeo, Buenos Aires, 2011.
2. Ibíd.
3. Ernesto Laclau: La razón populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.
4. Alberto Castells: «La institución presidencial en el sistema político argentino» en Revista Electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Gioja año vi No 9, 2012.
5. Juan Carlos Torre: «Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria» en Desarrollo Económico vol. 42 No 42, 2003; Ernesto Calvo y Marcelo Escolar: La nueva política de partidos en Argentina. Crisis política, realineamientos partidarios y reforma electoral, Prometeo, Buenos Aires, 2005.
6. Marcelo Cavarozzi y M.E. Casullo: «Los partidos políticos en América Latina hoy: ¿consolidación o crisis?» en M. Cavarozzi y Juan Manuel Abal Medina: El asedio a la política: los partidos latinoamericanos en la era neoliberal, Homo Sapiens, Rosario, 2002.