Los votos de Massa, la gran tentación

La maniobra de pinzas del kirchnerismo y de Macri apunta a que Massa se baje y no llegue a ser candidato. El deporte favorito de la política, en estos días crueles, es adivinar quién será el próximo massista en emigrar.

Julio Blanck

Macri está convencido de que al final puede tener los votos de Massa sin necesidad de pactar con él y manchar así el amarillo pretendidamente virginal del PRO. Cristina y Scioli, milagro del cielo, coinciden en algo: operan para vaciar a Massa de dirigentes –en especial los intendentes bonaerenses– apuntando a llevarse todos los votos posibles y sobre todo la estructura capaz de fiscalizar la elección.
Hace un año Massa era el objeto del deseo electoral de una ancha porción de la sociedad. Hoy, el apreciable caudal de votos que conserva es la gran tentación de los que encabezan la disputa por el poder. Como firme presidenciable entonces, o transformado en objeto de rapiña política ahora, Massa sigue siendo una pieza central del tablero electoral.
La maniobra de pinzas coincidente del kirchnerismo y de Macri apunta a que Massa no llegue a ser candidato, que se baje antes, que abandone la carrera. Hay que desconocer por completo el carácter de Massa para suponer que eso pueda suceder blandamente.
El kirchnerismo y Macri juegan a la polarización anticipada. Algo de eso se está perfilando en el humor electoral de la sociedad, según muestran las últimas encuestas confiables. Unos y otros confían en que, sin Massa en el escenario, anticiparían las condiciones de un eventual balotaje y podrían salir ventajosos del reparto de esa porción millonaria de la torta. Si se proyecta la intención de voto sobre el padrón electoral, se concluye que en caída y todo Massa retiene hoy no menos de tres millones de votos.
Quizás los otros candidatos peleen por rapiñarle la estructura al massismo, sin considerar suficientemente el hecho de que la mayoría de los votos no son de nadie, sino del propio votante.
Esto significa que aún si Massa consiguiera algún acuerdo con Macri, la franja de sus votantes que se siente más cerca del Gobierno terminará votando al oficialismo. Y en sentido contrario, los votantes de Massa que son sobre todo opositores no votarán al kirchnerismo aunque su intendente o su gobernador hayan decidido mudarse del Frente Renovador al Frente para la Victoria.
Desde este punto de vista, la incógnita más grande de hoy se remite a acertar cuántos de los votos que conserva Massa son potencialmente oficialistas, y cuántos son irremediablemente opositores. Nadie tiene la respuesta irrefutable, ni en la política ni entre los consultores.
Hay quienes dicen, y puede ser cierto, que los votos opositores que contenía Ma-ssa ya se fueron con Macri, y eso explica por qué uno sube y el otro baja. Pero también puede ser cierto que la recuperación política del Gobierno ya esté funcionando como imán para sacarle votos a Massa, y que el crecimiento de Macri es a expensas de lo que pudo tener el disuelto experimento de UNEN. Muy interesante, pero no dejan de ser teorías aún sin comprobación.
Más allá de estas hipótesis, el desgajamiento estructural que está sufriendo el massismo es, en parte, consecuencia del retroceso sostenido en las encuestas. Debe ser duro admitirlo, pero Massa ya no da garantías absolutas a sus aliados de traccionarlos tanto como para asegurarles conservar o conquistar posiciones de poder.
Los intendentes, núcleo original y razón de ser de su fuerza, antes que nada quieren seguir siendo intendentes. Muchos sienten que el kirchnerismo o Macri los ponen más cerca de ese objetivo. Y se están yendo. O planean hacerlo.
Suele decirse que la conflictiva forma de Massa para relacionarse con el resto del mundo contribuye al declive. El ejemplo más usado en este caso es el alejamiento de Carlos Reutemann. Es un argumento insuficiente: si fuera por la forma de ser, Kirchner nunca hubiese alineado a nadie.
Hay, en verdad, cuestiones que son más de fondo. Por ejemplo, el cálculo sobre el escenario político y social en que se desarrollaría esta campaña.
A mediados de 2013, cuando se lanzó el Frente Renovador, abundaba el pronóstico de catástrofe económica a mediano plazo. Massa se rodeó entonces de un equipo con brillos propios: Roberto Lavagna, Martín Redrado, Miguel Peirano y varios otros. Pero la catástrofe no se produjo. Al precio de mantener y profundizar las deficiencias estructurales que comprometen la marcha económica futura, el Gobierno consiguió mantener la situación deprimida pero sin estallido. La economía dejó de ser el tema central de la campaña y quizás Massa no se haya reenfocado con la suficiente celeridad. Ahora volvió a martillar con la inseguridad, un gran tema suyo en el tiempo triunfal de 2013. Aquella vez le sirvió para subir, ahora habrá que verlo.
El deporte favorito de la política, en estos días crueles, es adivinar quién será el próximo massista en emigrar. Ayer formalizó su regreso al oficialismo el áspero intendente de Merlo, Raúl Otacehé, prototipo de barón del Conurbano cuyo reclutamiento le había costado a Massa un fuerte costo interno. También ayer un massista fundacional, el intendente de Olavarría José Eseverri, se reunió con Florencio Randazzo y lo bañó de elogios. Algo así había hecho tiempo atrás Joaquín De la Torre, alcalde de San Miguel, que también caminó junto a Massa desde el primer paso. De la misma cofradía es Gabriel Katopodis, intendente de San Martín, que por las dudas mandó avisar que sigue con Massa.
Si hay que guiarse por los pronósticos de la Casa Rosada y sus operadores corrosivos, el próximo nombre de la lista sería Facundo Moyano, cuadro promisorio y apellido simbólico. Pero en la planilla del éxodo ya se anotaron figuras de peso como Darío Giustozzi, presidente del bloque de diputados y precandidato a gobernador; el jefe de campaña Juan José Alvarez, que hoy opera a pleno como ave rapaz del kirchnerismo; y jefes fuertes de territorio como Gustavo Posse (San Isidro), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas), Sandro Guzmán (Escobar), Humberto Zúccaro (Pilar). Siguen las firmas.
En el interior, radicales con ambición de gobernador sacaron doble ciudadanía: estaban con Massa pero cuando las encuestas empezaron a girar se sacaron fotos con Macri, como el jujeño Gerardo Morales y el tucumano José Cano. Otros directamente se tomaron el buque como Alberto Weretilneck, oriundo del Frente Grande y que ahora buscará retener por las suyas la gobernación que heredó en Río Negro.
Así, la provincia de Buenos Aires es el reducto final de la resistencia de Massa. Y para terminar de podarle las intenciones se hace correr con insistencia la versión de que hasta Francisco De Narváez va a bajar su candidatura. De Narváez lo niega con el énfasis que pone en todo: “Soy candidato a gobernador por el Frente Renovador”.
De Narváez, involucrado ayer en un episodio bochornoso que puede complicar su plan político (ver página 26), está concentrado sólo en la Provincia. Y vuelve a reclamar una gran interna opositora para alumbrar un único rival que enfrente al kirchnerismo.
La llave de esa puerta la tiene Macri, torea De Narváez: “Mauricio debe decidir si compite para ganar o para salir segundo”. Machaca: “¿cómo se explica que el Frente Renovador y el PRO vayan juntos en diez provincias pero no en Buenos Aires?”. Mete terror: “Cristina va a ser candidata a gobernadora, porque la única manera de conservar poder es no dejarlo”. Y recuerda que la gobernación se gana por un solo voto. Quienes hablaron de esto con Macri aseguran haberle oído decir que “nunca voy a ayudar a ser gobernador a un tipo que me odia”. Parece que el sentimiento es recíproco.
Massa, en tanto, todavía tiene que asegurarse la financiación electoral. Sólo para la logística en la Provincia, sumando PASO y general, harían falta 60 millones de pesos. Y al menos 100 millones más para desplegar para una campaña razonable ¿Quién pone tanta plata si no hay perspectivas serias de pelear hasta la última urna?
Dentro de 12 días vence la inscripción de alianzas. En tres semanas hay que oficializar todas las candidaturas. Es muy poco tiempo. Y todavía van a pasar muchas cosas.