Rusia recurre a la innovación para enfrentar la crisis


Un viaje por este país desmorona el mito de la baja productividad y muestra que se destinan grandes recursos a la investigación

Por Sebastián Campanario |


Foto: Dmitry Zaster

Hay empresas que para motivar y retener a sus empleados apelan a bonus de fin de año, a mesas de ping pong, a fiestas de fin de año con sorteos y recitales o a tickets de nafta exentos de Ganancias. La compañía rusa Shvabe, dedicada principalmente a la producción de instrumentos de óptica, tiene una estrategia menos convencional: alienta a sus trabajadores a entrenar para los juegos olímpicos. Sólo en Londres 2012 la empresa, que tiene una plantilla de 18.000 personas (menos que Techint a nivel local, por caso) le aportó a Rusia seis medallas.

"Espero que de Río de Janeiro 2016 traigamos más premios", bromea Anatoly Sludnykh, vicepresidente del holding que fabrica desde telescopios hasta el nanomicroscopio más poderoso del mundo. Sludnykh tenía apenas ocho años cuando la Argentina derrotó a la Unión Soviética en el Mundial de Italia 90, unos meses antes de que se disolviera el régimen comunista. "Hoy vivimos una fusión de valores internacionales de innovación y productividad con algunos aspectos de nuestra cultura de las últimas décadas (como el orgullo olímpico)", cuenta el ejecutivo, de 32 años, ex campeón de velocidad, en perfecto inglés.

Shvabe forma parte del grupo Rostec, el mayor conglomerado industria ruso, con dominio estatal, pero con muchas empresas mixtas, que emplea a más de un millón de personas y fabrica desde los autos Lada hasta los helicópteros Amsat, pasando por los camiones Kamaz -que en 2015 podrían ensamblarse en la Argentina-, los celulares Yota de doble pantalla, los rifles Kalashnicov o los lentes ópticos que se fabrican en esta planta ubicada en Ekaterimburgo, en el corazón de la Rusia profunda. La ciudad está en la parte asiática del país, en la base de los Urales, y es el segundo centro científico, después de Moscú, la capital. Aquí se refugiaron -y fueron asesinados por los bolcheviques- los Romanov (el último zar, Nicolas II, y su familia) y aquí mandó Stalin al mariscal Gueorgui Zhukov, héroe de la Segunda Guerra, para que no le hiciera sombra en el Kremlin.

La propia Shvabe, fundada en 1837, se trasladó a Ekaterimburgo en los años 40, cuando se temía que los alemanes bombardearan una planta que se consideraba estratégica. Es una ubicación resguardada, centro de la industria pesada militar, que limita con Siberia, y si se sigue la dirección de los Urales para el Norte se llega a la inhóspita península de Yamal, donde cada tanto se descubren mamuts conservados por el hielo cerca del océano Ártico. Más al Este, presos hambrientos y desterrados por Stalin llegaron a comerse los restos de peces del paleolítico (tritones) preservados en el hielo de un río subterráneo, según cuenta el Nobel de literatura y escritor disidente Alexander Solzhenitzyn en Archipiélago Gulag.

"Todavía subsisten muchos mitos con Rusia", continúa Sludnykh. La ensalada de papas con mayonesa no es rusa (en el país más grande del mundo se llama ensalada Olivier), las montañas de los parques de diversiones se llaman "americanas" y las mamushkas son originarias de Japón. El de la baja productividad rusa, que dio pie a chistes como el que decía que una fábrica de tornillos que debía cumplir con una cuota de producción de 100 toneladas al año fabricaba un solo tornillo de 100 toneladas, es otro prejuicio con el que las compañías locales deben lidiar. En el lobby de la firma de Ekaterimburgo hay un plasma gigante que muestra los rublos que se ganan por segundo, algo impensado hace pocos años.

Rusia destina cantidades enormes de recursos por año al área de investigación y desarrollo. "Invertimos allí entre un tercio y la mitad de nuestra ganancia neta", cuenta ahora Alexander Mikheev, director de Helicópteros de Rusia, que produce los Amsat y los M17 en la ciudad de Kazán. "No queremos seguir siendo un país dependiente de las materias primas, y por eso tenemos claro que hay que apostar a la innovación", agrega. Rusia fue el país más afectado, en términos de valor absoluto, por la baja del precio del petróleo, y esta semana la crisis se profundizó con una caída del rublo sin precedente. Sergei Kogogin, número uno de Kamaz, la novena fábrica de camiones en tamaño del mundo, con 32.000 empleados, admite que las perspectivas económicas para su país para 2015 son "malas".

Al igual que lo que sucede con Israel, otro de los oasis contemporáneos de innovación, Rusia tiene a su favor una población con alta proporción de ingenieros y de científicos. Y una cultura "maker" muy cimentada antes de que esta palabra se pusiera de moda: en la era soviética, el atraso y la falta de bienes de consumo hicieron que los ciudadanos se acostumbraran a soluciones caseras de tecnología menos ortodoxas, por "fuera de la caja" (mientras los norteamericanos invertían años en descubrir una tinta que permitiera escribir con lapiceras en el espacio, los cosmonautas soviéticos lo hacían con sus propios "bolígrafos espaciales": lápices). Hasta la palabra "robot" proviene del término "rabota" (trabajo en ruso). "La usó por primera vez en la década del treinta el escritor checo Karel Capek, autor de la sátira anticipatoria del nazismo en 1938 La guerra de las salamandras", explica el experto en lengua Alexander Sadikok, que tradujo a Jorge Luis Borges al ruso.

"Somos un país acostumbrado a empezar cada tanto desde cero, a nivel económico, cultural, social y religioso", dice una organizadora de eventos de Moscú. En ese sentido, hay un paralelismo con la Argentina.

El boom innovador ruso tiene complementariedades con la Argentina: faltan diseño y creatividad "blanda" para líneas de producción que a menudo terminan en bienes robustos y duraderos, pero con poco cuidado por el detalle final. "Tenemos una sintonía mucho más natural con los latinoamericanos que con nuestros socios de Asia", dice Shludnykh, del holding Shvabe. "Nos encantaría proyectar un aumento de intercambio de transferencia de tecnología, contamos con muchas más particularidades culturales en común que las que se consideran", completa. En Ekaterimburgo, los jóvenes ortodoxos lucen las mismas barbas de leñador que hoy están de moda entre los creativos publicitarios argentinos. Es un comienzo.