El fenómeno de la inflación tiene como estética
la modificación de precios para simular una transformación de valor en
precio que contempla el uso de dinero ficticio.
En cada metamorfosis dinero-mercancía-dinero se
genera en el ciclo comercial un margen de ganancia dilatado en el
tiempo y diferenciado por una incertidumbre en la realización.
El valor que surge del proceso de producción
inmediato se presenta al mercado con una percepción de que la moneda no
representa el valor, sino que debe facilitar un margen de ganancia
mayor, porque se adelanta una desvalorizacion del beneficio futuro.
En tanto el precio nominal adquiere temporalmente
una distancia con el valor creado en el pensar del oferente, lo que
provoca una corrección del precio dejando incierto el beneficio
esperando y su base material: el precio de producción.
Esto provoca un cambio de la demanda potencial de
bienes, que induce una realización postergada en el tiempo, salvo que
la violencia de la moneda incorpore el método inflacionario para
justificar la relación biunívoca entre tasa de interés y tipo de
cambio.
Se modifica el precio nominal de los bienes,
tomando en consideración el gasto del consumidor que elige entre tasa
de interés y nivel de precios.
Al mismo tiempo la forma moneda obliga al inversor
individual a elegir entre la tasa de interés y el crédito. Esto
tergiversa y compromete el comportamiento en función del mayor riego o
de una actitud conservadora. La decisión de inversión se adelanta al
consumo condicionando la expansión del mismo.
Lo que en la inflación reptante aparecía como una
creación de liquidez para motivar el consumo se trastoca en su
contrario con la inflación galopante. La retracción del consumo y la
desnaturalización de la identidad de la moneda provocan una
astringencia de moneda real y la búsqueda de una certeza en la
inversión.
La mayor emisión en dinero simbólico pierde
aceptación universal y se orienta la inversión al refugio en la función
atesoramiento. La suba de la tasa de interés intenta anclar los
precios al alza. En el limite del paso de una forma de inflación a otra
el alza de la tasas de interés en dinero local es mas veloz que las
modificaciones de precios, pero el comportamiento del consumo y de la
inversión deja de responder y la previsión se refugia en valores
socialmente reconocidos.
La perdida de reconocimiento social de la moneda
se iguala por la mimétizacion del trabajo abstracto en trabajo concreto
encerrado en una mercancía no validada socialmente. El trabajo
nacional pierde representación y valor.
La moneda refugio prima sobre la local, el trabajo
vivo pierde poder adquisitivo, al igual que el trabajo pretérito ve
disminuido su valor patrimonial.
La competencia internacional justifica precios
desvalorizados que al principio aumentan las exportaciones. Esto lleva
a un aumento del volumen necesario para poder compensar los
diferenciales de precios por tipo de cambio, pero finalmente el retraso
en los cambios de productividad por carencia de cambio tecnológico en
el equipo de capital, disminuye la competitividad internacional, salvo
en países donde el salario devaluado pasa a ser insignificante en el
costo de producción e impulsa una inversión vía explotación basada en
plus valor absoluto en la equiparación del trabajo abstracto local con
el internacional (comportamiento en el largo plazo del yuan de China
Comunista con respecto al dólar estadounidense y al Euro.
Cuando la inflación de precios busca disminuir la
restricción monetaria se inyecta moneda en el circuito de
comercialización vía emisión. La no equivalencia con el valor creado,
bajo la preexistencia del costo de producción anticipado como adelanto a
la realización, permite que la inflación llamada reptante por su
similitud con el movimiento de una víbora se transforme en galopante
como un corcel.
El momento del pasaje de un tipo al otro es
incierto y de una sensibilidad especifica en el ciclo. Exige el
reconocimiento de que la superación de la astringencia no permite vía
la emisión tener el reconocimiento necesario para lo cual se debe
incrementar la emisión con mayores formas derivadas de moneda y
restringir el comporta miento de espiral de los precios vs los
salarios. Al igual que asumir el pasaje de la tenencia de dinero con
contraparte real a dinero ficticio.
Cuando esto ocurre que puede ser en el caso de una
sociedad emergente en la actual globalización de tasas de alrededor de
10 por ciento anual a tasas de hasta 20 por ciento anual, se comienza a
sentir el impulso a corrimientos mas frecuentes de precios y de tasas
de interés o de tipos de cambio, con incidencias en la política fiscal,
en la restricción que surge del chaleco de fuerza del cumplimiento del
endeudamiento internacional y de la gestión del gasto publico.
A partir del momento en que se supera el 20 por
ciento anual de inflación los tiempos de la política económica se
aceleran. El efecto de la inflación galopante se declara como una
avalancha de nieve en una tormenta. Depende de la memoria social y de
los síndromes traumáticos de la consciencia social históricamente
predeterminada que el tiempo se acorte provocando un derrumbe
vertiginoso en el funcionamiento del sistema económico. Lo que era
funcionalismo pasa a ser gestión caótica y las herramientas de política
económica provocan efectos de corto plazo sin respuestas coherentes y
finalmente contradictorias y hasta de forma adversa, como un boomerang
australiano.
El control y la regulación estatal de los precios
en pocos meses genera un desabastecimiento con mercado negro con
precios mas desbocados. El control de salarios termina exigiendo
cláusulas gatillo de incremento acompañadas de huelgas y trabajo a
desgano. La regulación de los márgenes de ganancia empresarial y de los
niveles de inversión llevan a retracción de la inversión, despidos y
finalmente a retiros de participación en el sistema productivo.
Finalmente la búsqueda de recursos fiscales supletorios de carencias de
ingreso por retracción del consumo motiva la efusión, el fraude y
finalmente la insubordinación fiscal.
Estos procesos de inflación galopante terminan
tergiversando la economía capitalista de crecimiento, aumentan las
practicas desleales en el comercio, el lavado de dinero, la
desocupación y la destrucción del símbolo monetario.
Las formas institucionales no quedan ajenas a la
crisis económica, y el desgobierno y la crisis política son parte de
estos momentos históricos del ciclo económico.
Cuando el movimiento de precios se adelanta a los
ajustes de la tasa de interés y el tipo de cambio la regulación vía el
control de precios o la administración monetaria no logran poner limite
a los cambios abruptos y la temporalidad se acelera.
Finalmente el corcel se desboca y la masa entra en
pánico, el precio no tiene vigencia y se llega a la hiperinflacion
donde la destrucción del capital prima en relación a la reproducción.
Se pierde el comportamiento de la ley del valor bajo el velo de las
transacciones persona a persona, mercancía a mercancía.
El dinero no vale como símbolo de poder y riqueza,
se retorna al trueque y a la representación primigenia de la moneda,
en oro o en bienes físicos.
Las fracciones individuales de capital reclaman la
intervención del Estado para limitar la crisis. Se pide orden y
autoritarismo ya que la inexistencia de la representación real de
sumisión del trabajo al capital produce la perdida de identidad del
bien pero también de la creencia simbólica del sujeto.
Su valor patrimonial desaparece al mismo tiempo
del desconocimiento de su ser existencial. La voluntad romántica de ser
en la reproducción capitalista se desvaloriza frente al mundo de
intercambio, el Mercado, al igual que frente a su imagen.
El espejo de Lacan lo muestra el ser sin identidad
individual al igual que sumergido en la reacción del pánico de la
masa. El arquetipo de Jung toma vigencia temporal dando el tono
especifico al punto de inflexión del piso de la crisis.
Lo que para Keynes es el derrumbe de la eficacia
marginal del capital en el ciclo cuando se desencadena la depresión, es
en el piso de la crisis el limite de la desvalorización del valor de
la moneda y de la posibilidad de que sirva de unidad de valor.
El retorno a una forma simbólica de aceptación
universal es un tiempo propio de cada crisis. Desocupación de masas
acompaña la destrucción y la no utilización del equipo de capital
existente.
La vuelta a la vigencia de una moneda vía el
reconocimiento social de la misma en las condiciones sociales de
producción de crisis, exige de un compromiso de masas.
La guerra y las formas salvajes del capitalismo
son propias a la salida de condiciones de hiperinflación. Un nueva
moneda con una reducción de empleo y de gasto llevan a continuar la
crisis hasta que la política vuelva viable una forma económica
capitalista.
Generalmente el ciclo económico sigue al ciclo
político tanto en la inflexión del auge como en la salida de la crisis.
La seducción del discurso de poder puede llevar al ciclo depresivo a
limitar su vigencia temporal, pero no resuelve la recomposición de la
demanda de inversión.
Una inducción de consumo e inversión tienen que
dar certidumbre a los actores de la relación social para que se vuelva a
una moneda reconocida en las condiciones de producción de cada
situación particular.
En la globalización es en el sistema financiero
que se expresan los lenguajes de incomprensión y de falta de
certidumbre de inversores y consumidores para asumir una identidad que
resuelva el pánico y el comportamiento destructivo.
La filosofía de la crisis es la de la creencia en
una reproducción cada vez mas autónoma en el tiempo del dinero
ficticio. La llamada burbuja de derivativos y fondos de inversión
securitizados, que finalizan en una quiebra de capitales reales al
mismo tiempo que la quiebra y destrucción de identidades del sujeto
social.
El retroceso de la conciencia y de la materialidad
adquirida en años de acumulación son una secuela de la crisis. La
moneda pasa a ser un vehículo de estos arquetipos de reacciones frente a
la psicología que produce la inflación.
Una búsqueda de una política monetaria, fiscal y
social terminan por ser requerida en la praxis de la lucha de clases en
la crisis. La interrupción de la metamorfosis de la mercancía, tiene
que ser analizada como destrucción del capital en su materialidad y en
las condiciones sociales del individuo, con secuelas de síndromes y
traumas propios a una situación extrema para el ser social.
La ultima crisis en el periodo de búsqueda de
solución parcial por regiones es la posterior al 2010. En ella los
llamados ajustes no resuelven la vigencia de la disociación entre
moneda ficticia y comportamientos de política económica de búsqueda de
ganancias rentistas desproporcionadas.
La inflación galopante esta limitada a países que
inducen la desvalorización de sus valores nacionales, para concentrar
sus capitales propios, al mismo tiempo que licuar sus deudas en moneda
fuerte generando tipos de cambio que permitan validar emisiones
ficticias de moneda.
El aislamiento en la reproducción reduce la
posibilidad del Estado de regular una política heterodoxa que limite
las consecuencias de la crisis y permita sostener las condiciones
estructurales para una reproducción ampliada.
Un retorno vía la inflación a un estado primitivo y
rústico de la sociedad, llevan a una conciencia de clase dominada por
el tribal istmo y la rusticidad pre Socrática.
El pensar racional pasa a ser sustituido por la
incertidumbre y el desorden de una política de fragmentación que
finaliza en un sometimiento a los poderes del mercado financiero.
El sostén de procesos inflacionarios tergiversa la
relación social del capitalismo globalizado e impulsa la perdida de
memoria y de identidad en el ciclo del capital.
La búsqueda de un paradigma solidario se limita a
un rescate financiero y no a una salida de la crisis sistémica. Un
pensamiento critico se necesita en los países emergentes del mundo
sometidos a estos procesos de inflación galopante con riesgo de sufrir
hiperinflación.
En aquellos que no están en este riesgo pero se
encuentran en depresiones estructurales de deflación, como Japón, la
situación es similar aunque parte por el absurdo del otro extremo del
comportamiento de precios. Fue con todas las diferencias histórico
culturales el caso de la deflación de los últimos años de la
convertibilidad en la Argentina (1999-2001) en los que la crisis se
desato con los mismos comportamientos que si fueran procesos de tipo
inflacionario.
Las respuestas de política económica frente a la
emergencia de estas situaciones paradigmáticas en la crisis son la
utilización de herramientas conceptuales que puede ser adecuadas para
un momento situado históricamente, pero que la percepción social no
acepta por su memoria histórica.
Una metodología del uso del poder adecuada a la
condición social de producción especifica requiere el Estado para un
funcionamiento burocrático eficaz.
Cuando la rusticidad y el primitivismo dominan la
gestión, es muy probable que se dilaten temporalmente le aplicación de
las políticas, se motive la incoherencia en los efectos buscados y se
induzca a la profundización de la crisis.
Los mitos y el develar el oculta miento y la
tergiversación de la verdad, provocan socialmente reacciones de
psicología social en donde falla la forclusion de los traumas de la
historia y se rebelan formas oscurantistas de autoritarismo y de
negación de la estética democrática de las sociedades con conciencia y
praxis de autonomía y libertad frente a la sumisión a un orden caótico.
La presencia de una política racional en lo
económico solo toma realidad con una moneda representativa del esfuerzo
social que implica aceptar la explotación capitalista en el proceso de
producción inmediato. Pero esto da viabilidad a la reproducción si se
reconoce la dignidad del trabajador en la relación social, si su
salario es representativo de un poder de adquisición de bienes para un
consumo de masa socialmente justo frente al nivel de la sociedad
alcanzado en la historia cultural y en la condición social de
producción vigentes.
La falta de coherencia entre la política económica
y la dirección política pueden acelerar la crisis y destruir logros
alcanzados en largos periodos de producción.
El caso argentino es representativo de esos ciclos
decenales de crecimiento que rápidamente se transforman en depresión y
crisis profunda por desconocimiento antropológico cultural de la forma
de conciencia y de los niveles de expresión estética de la lucha de
clases, en sus dos polos el de los oprimidos y el de los explotadores.
El reconocimiento de nuestra historia nos puede
ayudar a no repetir situaciones y no caer en narcisismo en el uso del
poder que dificultan una praxis positiva y que impiden develar las
causas estructurales de la inflación.
Una actitud vital de verdad en la estética del
discurso y en la explícita cion de los componentes de inducción de la
inversión, de la formación de precios y costos del productor
individual, y de las causales de la formación del salario, pueden
llevar a que la creación monetaria reduzca la violencia de la moneda y
re signifique la identidad y la conciencia social.
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