Ricos flacos y pobres gordos en países ricos y ricos gordos y pobres flacos en países pobres


Hace 100 años los ricos eran retratados como "gordos sanos" que rebozaban salud en sus panzas y los pobres como flacos desnutridos. Hoy los ricos son todos flaquitos y los pobres gordos. Esto es así en los paises ricos. En los paises pobres, los ricos son gordos y los pobres flacos.

En tres décadas se consolidó un modelo alimentario que reproduce la desigualdad. Los pobres ingieren más pan, fideos y papas.


Durante la década del ’60 y principios de los ’70, los sectores sociales menos favorecidos solían –en general– tener acceso a una aceptable alimentación. Ingresos suficientes y alimentos baratos eran la combinación que les permitía llegar a una canasta de consumo razonable. Las diferencias sociales solían manifestarse en otras cuestiones, tales como la vivienda, la vestimenta, el automóvil y ciertos consumos superfluos. Esto no significaba que los alimentos consumidos por los sectores más pudientes y por los más carecientes fueran exactamente los mismos. Por el contrario, siempre existió cierta diferenciación social en la comida que se llevaba a la mesa familiar. Por ejemplo, si se piensa en la carne como componente fundamental de la dieta de aquellos años, siempre existieron determinados cortes más caros que eran consumidos por los sectores de mayor poder adquisitivo.

A pesar de esas diferencias, como señala Patricia Aguirre en su trabajo Ricos flacos y gordos pobres. La alimentación en crisis, “el análisis químico de las canastas familiares no mostraba carencia de nutrientes en ningún grupo social”. Pero esta lógica se rompió. El proceso de exclusión económica que marginó a muchos del mercado laboral y la creciente pérdida de poder adquisitivo de los salarios pusieron en crisis la seguridad alimentaria. Esta es definida por los especialistas como el derecho que tienen todas las personas a una alimentación cultural y nutricionalmente adecuada y suficiente.

La encuesta sobre el consumo de los hogares, realizada por el Indec en 1985, ya registraba una importante diferenciación: los pobres ingerían más pan, fideos y papas. Mientras, los sectores acomodados consumían una mayor proporción de carnes, lácteos, frutas y verduras. En la encuesta realizada en 1996 se observa la cristalización de dos patrones de consumo totalmente diferenciados. Según Patricia Aguirre, “en 35 años vimos romperse un modelo de consumo unificado. Y por eso vimos aparecer la comida de pobres y la comida de ricos”. 

Los datos relevados por la encuesta reflejan que el precio de los alimentos condena a los pobres a la compra de aquellos que permiten una mayor sensación de saciedad: fideos, papas, pan, carnes grasas y azúcares. Los sectores de menores ingresos no solamente tienen una mala alimentación sino que también deben destinar un mayor porcentaje de sus ingresos para la compra de los alimentos. Así, de acuerdo con los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Gastos de Hogares 2004/5, el consumo de alimentos y bebidas (en el total del universo relevado) representa el 33,4 por ciento del presupuesto familiar. Pero en el caso del 20 por ciento de las familias que menos ingresos tienen, el porcentaje de los recursos destinados a la compra de alimentos asciende al 50 por ciento. Alta proporción del ingreso destinado a la compra de alimentos y un deficiente equilibrio dietario es consecuencia de la combinación de bajos ingresos y alimentos caros.

La recuperación del empleo y cierta recomposición salarial que se dio en los últimos años han permitido que algunos sectores sociales mejoren su situación. Sin embargo, la persistencia de altos valores en los precios de los alimentos sigue generando una barrera para el consumo de buena parte de la sociedad. Es un problema que se agudizó luego de la salida de la convertibilidad, ya que mientras el Indice de Precios al Consumidor (IPC) creció un 94 por ciento, el aumento de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) ronda el 130.

Las retenciones y el cupo y/o prohibición de las exportaciones intentaron moderar el traslado de los altos valores internacionales de las materias primas a los precios internos. Por otra parte, el Gobierno impulsó los acuerdos sectoriales de precios y la elaboración de listas con valores “sugeridos” (realizadas por la Secretaría de Comercio Interior).

Si bien estas medidas permitieron –en sus comienzos– reducir la inercia inflacionaria, los últimos datos parecen indicar que no alcanzaron para producir los resultados esperados. El tema figura en un lugar de privilegio en las preocupaciones ciudadanas y al tope de la agenda oficial. En este sentido, pareciera ser que los funcionarios nacionales entienden que las decisiones adoptadas hasta el momento deben ser complementadas con otro tipo de medidas.

gordos | Jordi Noticias
En algunas regiones de África prevalece desde tiempos ancestrales un culto a la obesidad que es promovido a través del "leblouh", una práctica que consiste en forzar a las niñas a comer con el fin de prepararlas para el matrimonio.

Este "martirio" suele comenzar desde que las niñas cumplen cinco años de edad y se extiende hasta una edad adulta. 

Es una práctica todavía común en algunas regiones del norte de África, en países como Argelia, Burkina Faso, Níger, Malí y Mauritania.

En ciertas comunidades, además de ser un sinónimo de belleza, la obesidad también es una forma de ostentar buena salud, fertilidad y sobre todo riqueza.

Dedeou Gassamba tiene 21 años y es de Tombouctou, una ciudad en el centro geográfico de Malí y lamenta que una tradición como esta tenga cabida en pleno siglo XXI.

"La alimentación forzada se ha practicado durante mucho tiempo en las regiones del Sahel africano y especialmente en las comunidades árabes. Todavía es común. Aún en 2020 persisten este tipo de creencias y tradiciones", dice.





Hoy tenemos 1000 millones de desnutridos y 1500 millones de personas con sobrepeso. Esto tiene que ver con las relaciones sociales de este mundo globalizado donde desnutrición y obesidad son las caras de una misma moneda, las caras de la desigualdad e injusticia de este sistema de producción, distribución y consumo de alimentos. No hay desnutridos porque los padres son malos. Solo así se puede entender que los africanos se mueran de hambre y los alimentos que ellos producen los consuman los europeos. Solo así se entiende que haya hambre cuando la industria agroalimentaria global produce tres mil y pico de calorías por persona y, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), con 2.700 una persona estaría bien alimentada. No es un problema de falta de alimentos, porque de hecho hoy sobran. Es una cuestión de acceso.

¿Cuál es la responsabilidad del Estado?
El Estado tiene un rol importante siempre, pero sin duda los gobiernos se vuelven impotentes frente a la industria, porque responden a cierta organización del mundo y de la política internacional. Yo trabajé 15 años en el Estado y lograr hacer que una empresa baje un miligramo de sal o de azúcar a un producto es una tarea titánica, sino directamente imposible. Y entonces tiene mucha más importancia para nuestra alimentación, y sobre todo más poder, lo que dice la Organización Mundial del Comercio (OMC) que todas las regulaciones de la ANMAT. Esta agricultura química de monocultivo extensivo no es un problema de un gobierno, sino que está convalidada mundialmente. Si nosotros no producimos así según lo que demandan el mundo y la OMC, a la que nosotros pertenecemos, quedamos excluidos, los países miembros dejan de comprarnos y nuestra economía tambalea. Así funciona un mundo globalizado. 
Más allá de las cuestiones sociales y las posibilidades económicas, ¿qué lugar tiene la educación alimentaria?

El problema es quién educa y para qué educamos. Esto también tiene que ver con los cambios en las relaciones sociales: hace 50 años la educación alimentaria era en la vida y la hacían las madres y abuelas en la feria. Las madres han sido vaciadas de saber respecto de lo que es la alimentación de un niño, que se ha convertido en un caso especial de un sistema experto: el sistema médico con cada vez más especialistas alrededor de la obesidad y la nutrición, las ecónomas, los cocineros, los publicistas. Entonces hoy hay un montón de discursos sobre qué es comer bien, cómo comer bien, y el que manda es el discurso de la industria, que relega sin dudas al de la salud, y tiene mucha más penetración que cualquier otro. El que gana es «coma rico, fácil y rápido». Hoy la educación alimentaria está sobre todo en la televisión. Los medios, hermanos bastardos de la industria, te enseñan a comer: te dicen que el desafío del yogur, que los probióticos, cómo bajar calorías, cómo llenar a toda la familia de manera simple.... De más está decir que a ninguno le interesa que la gente aprenda a comer, sino que compren lo que ellos venden.