Xi Jinping dirige el combate contra el coronavirus desde la seguridad de las alturas


Xi Jinping Fuente: AP
La construcción de una nueva estructura de poder personalista expone al líder chino ante los resultados de la política sanitaria.



WUHAN, China.- Hace menos de tres semanas, frente a un público de fervientes seguidores, el presidente Xi Jinping se subió al escenario del Gran Salón del Pueblo, en Pekín, para jactarse de haber piloteado exitosamente a China a través de las turbulencias de 2019 y prometer progresos "históricos" para 2020.

"Cada ciudadano chino, cada integrante de la nación china, debería sentirse orgulloso de vivir en esta gran era", declaró entre aplausos generalizados un día antes de iniciarse los feriados del Año Nuevo lunar. "No hay tormenta o tempestad que pueda frenar nuestro avance".

Nada dijo del peligroso coronavirus que ya azotaba a su país. Mientras él hablaba, su gobierno estaba imponiendo un cerrojo sobre Wuhan, ciudad de 11 millones de habitantes, en un desesperado intento por impedir que el virus se propagara fuera del epicentro del brote.

La epidemia de coronavirus, que en China ya ha matado a más de 900 personas y enfermado a decenas de miles, llegó en medio de un diluvio de otros problemas que enfrenta Xi: la desaceleración económica, masivas protestas en Hong Kong, las elecciones en Taiwán donde se impuso el rechazo a Pekín, y la interminable guerra comercial con Estados Unidos.

Ahora Xi también enfrenta una crisis sanitaria en escalada que también es una crisis política: una prueba de fuego para el sistema autoritario que construyó a su alrededor en los últimos siete años. Mientras el gobierno se esfuerza por contener el virus en medio del creciente descontento de la población por el manejo de la crisis, los mismos cambios que Xi introdujo en el estilo de gobierno son los que le dificultarán escapar de las responsabilidades.

"Es un gran golpe para la legitimidad del partido gobernante, y hasta me atrevería a decir que es el golpe más fuerte desde el incidente del 4 de junio de 1989", dice Rong Jian, analista político de Pekín, en referencia a la masacre de la Plaza Tiananmen.


Sin embargo, y mientras el país redobla la batalla contra el coronavirus, Xi puso al frente del grupo de manejo de la crisis a Li Keqiang, primer ministro chino y segundo en el poder, convirtiéndolo en los hechos en la cara visible del gobierno ante la epidemia. De hecho, fue Li quien viajó a Wuhan para visitar a los médicos.

Por el contrario, hace días que Xi está retirado de la mirada pública. No es la primera vez que ocurre, pero llamó la atención en esta crisis, ya que algunos de sus predecesores usaron las situaciones de desastre para mostrarse cercanos al pueblo. Hasta ahora, la televisión y los diarios estatales siempre solían cubrir hasta el menor movimiento de Xi.
Paso atrás

Según algunos analistas, ese paso atrás revela un intento de Xi para aislarse de una campaña sanitaria que podría fracasar y desatar la ira popular. El problema es que Xi tiene un poder consolidado y se ha ocupado de marginar o eliminar a sus rivales, así que hay pocos a los que echarles la culpa cuando algo sale mal.

Al gobierno también se le está complicando sostener su relato, y ahora Xi es inusualmente el blanco de un descontento público que ni el implacable aparato de censura chino es capaz de filtrar completamente.

La muerte del doctor Li Wenliang, un oftalmólogo de Wuhan, que en diciembre había sido censurado por advertir a sus compañeros de la escuela de medicina sobre la propagación de una nueva y peligrosa enfermedad, desató una oleada de dolor e indignación popular por el manejo de la crisis por parte del gobierno.

Tras la muerte de Li, los académicos chinos han lanzado al menos dos peticiones exigiendo libertad de expresión.

Resta por verse hasta qué punto la actual crisis puede erosionar el liderazgo de Xi, pero a largo plazo tal vez debilite su carrera hacia un probable tercer mandato como secretario general del Partido Comunista de China, a partir de 2022.

En los últimos días, y a pesar de su ausencia de la escena pública, los medios de comunicación estatales se esforzaron por retratar a Xi como un incansable piloto de tormentas. Esta semana, los medios empezaron a referirse a la lucha del gobierno contra el virus como "la guerra del pueblo", una frase usada en la transcripción oficial de la llamada telefónica que Xi mantuvo el viernes con el presidente norteamericano Donald Trump.

Sin embargo, se multiplican las señales de que esta vez la propaganda es menos efectiva.

El 28 de enero, Xi se reunión con Tedros Adhanom Ghebreyesus, director ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, y allí le dijo a Tedros que él estaba "dirigiendo personalmente" la respuesta del gobierno. Pero los informes posteriores de la prensa china omitieron esa frase, y dijeron que el gobierno de Xi esta "dirigiendo colectivamente" la respuesta ante la crisis.

Como nada de lo que dicen los medios estatales sobre Xi es azaroso, el cambio deja entrever un deliberado énfasis en las responsabilidades compartidas.

De todos modos, todo indica que Xi sigue manejando el poder desde los bastidores. El premier Li Keqiang y otros funcionarios del grupo de respuesta ante la crisis han manifestado que reciben órdenes directas de Xi. El grupo está integrado por varios de sus más estrechos colaboradores, y sus directivos se ocupan de enfatizar la autoridad del primer mandatario.