Votantes que pasan de Obama a Trump, de Trump a Buttigieg o de Clinton a Tulsi Gabbard. New Hampshire es un termómetro del voto oscilante que marcará las presidenciales de noviembre
Rabi Mymampaty, un informático de 50 años de origen indio, pasó de votar a Barack Obama en 2012 a apostar por Donald Trump en 2016, pero ahora se ha convertido en voluntario de la campaña de Tulsi Gabbard,
la más peculiar de las precandidatas demócratas de la carrera de 2020.
Gabbard acusa a su propio partido de querer amañar las elecciones y
recibe elogios de la ultraderecha estadounidense, como Steve
Bannon o Richard B. Spencer. Mymampaty dice que respaldó al magnate
neoyorquino porque “prometió acabar con esas guerras tan costosas, y en
lo social parecía moderado, un demócrata que había tomado al partido
republicano, pero algunas cosas después fueron muy decepcionantes, como
el veto a los soldados transgénero”.
Kelly McDonald, una profesional del marketing de
54 años, explica que hace cuatro años votó a Clinton, aunque en citas
anteriores antes lo había hecho a “Bush, Reagan... Cosas así”. Y ahora
no tiene claro qué hacer, pero sí que detesta al presidente. “Ha hecho
cosas buenas para la economía, pero no lo puedo respetar. No creo que
sea el líder que este país necesita”, apunta.
Y Tyler Golemo, de 24 años, que en últimas primarias apoyó a Bernie Sanders, es ahora voluntario de Pete Buttigieg.
Sus padres, cuenta, también, y eso que en las presidenciales formaron
parte de ese grupo de sanderistas que se fue con Trump en oposición a
Clinton. “Pero a mi madre enseguida le disgustaron muchas cosas que
hizo, mi padre aguantó más, hasta la polémica de la retirada de Siria”,
explica este graduado en ingeniería mecánica.
Son los electores independientes, independientes de verdad.
Según los datos del Pew Research, el grueso de los estadounidenses que
se identifican como tal, se inclinan en realidad por uno y otro partido,
pero un hay pequeño grupo —menos del 10%— capaz de saltar con pértiga
de un líder a otro. Son los verdaderos electores mutantes, como varios
de los ciudadanos que estos días van de mitin en mitin por el Estado de New Hampshire, que el martes celebra primarias y es un buen termómetro para los independientes (representa el 42% del total).
La reelección de Donald Trump depende en buena parte de
ellos, porque a ellos se debe en buena medida la conmoción de 2016,
cuando los demócratas vieron perder a una candidata de manual como
Hillary Clinton frente a un aspirante aparentemente imposible, un
magnate que habla omo si estuviera con los amigos en el club. Entre
este colectivo, el republicano superó a la exsecretaria de Estado en
cuatro puntos porcentuales, según las encuestas de boca de urna de aquel
día, pero en algunos territorios clave, como Michigan, donde se decidió
la elección por muy pocos votos, el hoy presidente se llevó una ventaja
de 16 puntos entre esos electores.
Ganará quien mejor sepa leer los anhelos de ese grupo, de los americanos en general. Theodor H. White, en su fabuloso clásico The making of a president
(La construcción de un presidente, 1960), concluyó que los
estadounidenses deciden su voto haciendo equilibrismos en lo personal,
entre su pasado y su futuro. “El pasado consiste en su bagaje étnico, en
lo que su padre votaba, los cuentos que su madre le contaba, los
prejuicios que ha acumulado y el estatus social heredado”. El futuro, en
cambio, se basa en los sueños y en los miedos: “Si es un granjero, el
miedo de perder el trabajo, si es un negro, su aspiración a la libertad
igualitaria…”.
“Yo creo que fiscalmente soy conservadora y, socialmente,
más liberal”, explica Kelly McDonald. Para esta mujer, “lo importante es
la persona, necesitas a una persona íntegra que lidere el país”. Hay
quien elige candidato de la forma más abierta, como el propio Tyler
Golemo. “Usé uno de esos cuestionarios sobre políticas concretas que hay
online, lo respondí y me dio un 94% de coincidencia con
Buttigieg, así que decidí ir con él. Pero luego, cuando me involucré en
la campaña y conocí a la comunidad que hay detrás, mi voto se
consolidó”, explica.
Si la vieja regla del “Es la economía, estúpido” acaba por decidir
una elección, idea que apuntaló la primera campaña de Bill Clinton,
Donald Trump tiene el camino allanado, gracias a la bonanza, pero
algunas encuestas de los últimos meses reflejan hartazgo en el votante
independiente. Un estudio del pasado diciembre, de los politólogos John
Sides y Lynn Vavreck, advertía de que es menos tolerante que los
republicanos con el escándalo de Ucrania que ha llevado a Trump a pasar -y superar- el tercer impeachment de la historia y que la separación de niños migrantes en la frontera suponía el segundo asunto que más les preocupaba.
McDonald, de Nueva Jersey, y Rabi Mymampaty, Massachusetts,
han coincidido en Rochester (New Hampshire) en un pequeño acto con
votantes de Tulsi Gabbard el sábado por la noche. La congresista por
Hawái, exmilitar, pidió al principio del acto que levantasen la mano los
demócratas allí presentes, luego los republicanos y por último los
independientes o libertarios. Entre las 80 personas que estuvieron
presentes, levantaron la mano aproximadamente el mismo número que
republicanos que de demócratas, y una gran mayoría independientes.
Por eso New Hampshire
es el gran barómetro de este enimgmático colectivo de votantes, un
Estado de gran tradición libertaria, especialmente imprevisible dentro
de la rica región de Nueva Inglaterra. “En este Estado hay muchos
votantes que comparten algunos puntos de vista con ambos partidos, pero
no compran el mensaje completo de ninguno. Tienden a ser republicanos en
lo económico y más liberales en lo social. En parte, tiene que ver con
su tradición libertaria, que quiere la menor intervención posible del
Gobierno”, señala el historiador Eliga Gould, de la Universidad de New
Hampshire. “Vive libre o muere” es el lema oficial que se puede leer en
las patentes de los autos.¿Quién va ganando las primarias demócratas? Así van las encuestas en EE UU
Joe Biden es favorito, seguido de Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Pero la carrera está muy abierta
Los pronósticos. La tabla muestra la probabilidad que tiene cada candidato según un modelo estadístico, las apuestas y un mercado de predicción. También se incluye una media de sondeos.
Las apuestas colocan a Biden como favorito (gana 1 de 3 veces), seguido de Sanders (25% o 30% de probabilidades), Warren (11%) y Bloomberg (11%). El modelo de FiveThirtyEight, en cambio, se decanta más claramente por Biden.
Cómo funciona el modelo de FiveThirtyEight: Se alimenta de encuestas e información demográfica de cada estado, pero además tiene en cuenta “rebotes” después de cada votación —el ganador suele subir— y la posibilidad de que los candidatos vayan retirándose. Es un modelo probabilístico basado en simulaciones, similar a los que hemos usado en EL PAÍS. Me gusta, pero soy cauto porque es el primero que hacen en unas primarias.
¿Qué pasa con Michael Bloomberg? El multimillonario ha sido el último candidato en llegar y los pronósticos no se ponen de acuerdo sobre sus opciones. FiveThirtyEight le da pocas (al menos de momento) y las encuestas solo lo colocan quinto. Pero los apostadores lo ven tercero empatado con Warren. Lo consideran candidato a cisne negro, una sorpresa probable.
Un año arriba y abajo. Otra forma de ver lo impredecible que están siendo estas primarias consiste en echar la vista atrás. Desde verano la carrera ha sido un tobogán (son datos del promedio de apuestas de Oddschecker):