El "socialismo millennial" seduce a jóvenes de Estados Unidos y Europa



Alexandria Ocasio-Cortez

Ocasio Cortez quiere subir el impuesto a las riquezas. La senadora Warren dispara artillería pesada contra Wall Street. Klobuchar, voz atronadora en favor del aborto. Las tres suenan para la presidencia.


El Partido Demócrata está en estado de efervescencia. Proliferan dirigentes que hablan de “socialismo”, usan la palabra “revolución” si titubear, apuntan a Wall Street sin que les tiemble el pulso y proponen grandes impuestos para las grandes fortunas.

Por cierto, el socialismo al que se refieren no tiene por referente a Cuba ni a la extinta Unión Soviética, sino al modelo escandinavo de Estado de Bienestar. Y la “revolución” referida no cambia la institucionalidad vigente en Estados Unidos, sino que plantea hacerla más real u efectiva librándola de los lobbies del capital financiero y de las grandes corporaciones.


 El Millennial Socialismo.  La búsqueda de una sociedad más justa por los que comenzaron la escuela en el siglo XXI, sin la lucha de clases que proclamaban sus abuelos setentistas. Pero no light. Tal vez, un poco descremado pero repleto de banderas por las que luchar, desde el feminismo y la lucha contra el cambio climático hasta la liberación total de Internet. Y como ocurrió con buena parte de las ideas nuevas que sacudieron al mundo, surge en Gran Bretaña –Marx estudió y trabajó en la British Library y sus restos se encuentran bajo una cabeza suya gigante de hierro en el legendario cementerio londinense de Highgate-. Y, ahora, se difunden desde Estados Unidos como compañeras de ruta de la revolución tecnológica y científica. Un socialismo democrático del siglo XXI que se está poniendo de moda y seduce a jóvenes de todo el mundo.


Fue Bernie Sanders, el candidato presidencial estadounidense de 77 años, quien aglutinó a su alrededor a muchos Millennial Socialistas. Y la congresista por Nueva York de origen puertorriqueña, Alexandria Ocasio-Cortéz, es su pasionaria. En Londres, confluyen en la izquierda laborista que lidera Jeremy Corbyn y quieren seguir perteneciendo a la Unión Europea. En Berlín conforman el ala moderada de Die Linke, el partido más votado en la zona Este alemana. Y se distinguen de otros grupos de izquierda populista europeos organizados también por jóvenes nacidos en el último tramo del siglo pasado como el Podemos español.
Bernie Sanders


El eslogan "Somos el 99 por ciento" define el socialismo milenario. Es la consigna gritada en las manifestaciones y la ocupación del Zuccotti Park de Nueva York tras la crisis de los bancos y Wall Street de 2008. Se refieren a que sólo el 1% de la población tiene más riqueza acumulada que todo el resto. Fue acuñado por el profesor David Graeber, estadounidense de Chicago que enseña antropología en la London School of Economics. "Fue una consigna para aglutinar a todos sin las divisiones típicas de la izquierda. Descubrimos que el mismo uno por ciento de la población que se estaba quedando con todos los beneficios del crecimiento económico era el mismo 1% que estaba haciendo casi todas las contribuciones de las campañas políticas. Así que los definimos como 'las personas que están convirtiendo el poder en riqueza y su riqueza en poder'", explicó Graeber. Lo novedoso de esta idea es que rompía con un siglo de pensamiento socialista asegurando que la clase media, la burguesía, siempre estaba del lado de los ricos y que la clase trabajadora era la única que podía luchar contra el capitalismo salvaje. "La clase media ya no era el aliado natural de los ricos; no estaba protegida por el 1 por ciento. Las personas que parecían de clase media, se consideraban de clase media y tenían 'trabajos de clase media', en realidad ahora se estaban ahogando en deudas hipotecarias, con sus hijos cargados de enormes deudas universitarias, sin seguro médico y sin posibilidad de acceder a casi ningún beneficio que hasta ese momento había garantizado 'el sueño americano'; también eran víctimas del 1 por ciento", continúa el profesor Graeber.


La prestigiosa revista liberal The Economist analizó el fenómeno hace unas semanas y destacaba que los jóvenes estadounidenses veían cada vez con más simpatía otras posiciones políticas diferentes a las expresadas hasta ahora por los dos grandes partidos, el Demócrata y el Republicano. Decía el artículo que ya en 2016 los encuestados menores de 30 calificaban al socialismo de manera más positiva que el capitalismo, 43% a 32%. Ahora, de acuerdo a una encuesta de Gallup, esa visión favorable ascendió al 51% en ese mismo segmento de la población.


"La vitalidad renovada del socialismo es notable. En la década de 1990, los partidos de izquierda se desplazaron hacia el centro. Como líderes de Gran Bretaña y Estados Unidos, Tony Blair y Bill Clinton afirmaron haber encontrado una "tercera vía", un camino entre el Estado y el Mercado. "Este es mi socialismo", declaró Blair en 1994 mientras abolía el compromiso del Labour Party con la propiedad estatal de las empresas. Nadie fue engañado, especialmente los socialistas", dice el artículo. "La izquierda de hoy ve la tercera vía como un callejón sin salida. Muchos de los nuevos socialistas son millennials. La mayoría de los estadounidenses de 18 a 29 años tienen una visión positiva del socialismo. En las primarias de 2016, más jóvenes votaron por Bernie Sanders que por Hillary Clinton y Donald Trump juntos. Casi un tercio de los votantes franceses menores de 24 años en las elecciones presidenciales de 2017 votaron por el candidato de la izquierda dura. Pero los socialistas milenarios no tienen que ser jóvenes. Muchos de los fans más entusiastas de Jeremy Corbyn (70 años) son tan viejos como él".


Montana sería, probablemente, el último de los estados norteamericanos que uno podría pensar que hay socialistas. Pero la ciudad de Bozeman, por ejemplo, tiene una asamblea gubernamental dominada por representantes de esa tendencia. Hay otros ejemplos en zonas más progresistas de California, Oregon o Vermont. Pero lo de esta tierra de cowboys es remarcable. No es que cantan la Internacional o exigen la propiedad pública de los medios de producción, pero el partido de los Socialistas Demócratas de América (DSA) imponen sus posturas e inspiran a otros alrededor de Estados Unidos. La última semana aumentaron el salario mínimo de los trabajadores de la ciudad a 13 dólares por hora y llegará a 15 en los próximos dos años. Los neoconservadores están más que preocupados por esta tendencia. El líder republicano Newt Gingrich, eternamente ansioso por presentar cualquier desacuerdo como un conflicto escatológico, advierte que los socialistas son "demonios a quienes los demócratas están desatando para ganar las elecciones". Alexandria Ocasio-Cortez, es una miembro de los DSA que llegó al Congreso en noviembre. El ala más dura de los republicanos la llama "la mini Maduro", a pesar de que la legisladora condenó pública y reiteradamente al régimen venezolano. Lo mismo sucede con la otra nueva congresista Rashida Tlaib de Detroit que es atacada no sólo por simpatizar con el DSA sino por su origen musulmán.
Alexandria Ocasio-Cortez

Y no es que el DSA esté a punto de tomar el poder ni mucho menos. Son todavía una ínfima minoría y gozan de enorme desconfianza dentro del Partido Demócrata que los alberga. Festejarán mucho si algún demócrata centrista logra vencer a Donald Trump en las elecciones del año próximo y obtienen alguna banca en los congresos estatales. El único candidato presidencial abiertamente socialista que tuvo Estados Unidos fue Eugene Debs en 1912 y obtuvo el 6% de los votos. Con este nuevo impulso de los menores de 30 el DSA tiene menos de 50.000 miembros en un país de 330 millones de habitantes. Por ahora, lo más izquierdista que haya llegado a la Casa Blanca es un centrista negro como Barack Obama. De todos modos, la aparente influencia del DSA en el partido Demócrata pone a muchos muy nerviosos. La Guerra Fría todavía está muy fresca en la memoria de los estadounidenses y muchos siguen convencidos de que un "socialista democrático" es tan extremo como un "comunista soviético" y que lo único que desea es "resucitar a Stalin". Y es en este punto donde se explica de alguna manera el giro de los jóvenes estadounidenses y británicos hacia esta tendencia. Nacieron después de la caída del Muro de Berlín en 1989. No están contaminados por la retórica anticomunista que creció tras la Segunda Guerra Mundial. No ven televisión abierta. Se informan a través de las redes sociales y los podcast. Jamás compraron un diario de papel. Se alimentan sólo de productos orgánicos. Pueden fumar marihuana pero muy poco tabaco. Toman cerveza artesanal y vino del Tercer Mundo. Viajan sólo en las Low Cost y paran en casas de amigos de amigos. Hablan todo el tiempo por celular de manos libres (van caminando por la calle hablando y gesticulando a nadie). Están siempre con los auriculares en sus orejas; escuchan Spotify o un audio-libro. Se vuelven locos con el último iPhone y no les importan los autos ni las casas lujosas y mucho menos las joyas. Cuando tienen tiempo, les gusta cocinar. Jamás tiran un papel en la calle. Cuidan el medio ambiente y demandan acciones inmediatas para detener el cambio climático. Si pueden, van a todos lados en bicicleta. Y no se aíslan. Son discutidores públicos. Los Millennials socialistas están acá y quieren ocupar su espacio.

En cuanto a las propuestas para fortalecer la educación y la salud públicas, además de volver a vigorizar a las clases medias, no hay nada sustancialmente diferente a lo que Estados Unidos tuvo desde los gobierno de Franklin Delano Roosevelt.

Aún así, la efervescencia que puso a la oposición en transe socialdemócrata intenso, es un momento novedoso en casi medio siglo. En el terreno socio-económico, los demócratas se cohíben de volver a sus fuentes desde que Ronald Reagan impuso la “revolución conservadora”. Pero el hecho de que la deriva extremista de los republicanos haya desembocado en Donald Trump, desinhibió ideológicamente al partido de los Kennedy.


Berny Sanders sacudió el tablero al competir vigorosamente en las primarias que terminó ganando Hillary Clinton, manteniéndose luego en el centro de la escena y conquistando el apoyo de los milenials, una juventud dispuesta a hablar de una educación universitaria que no los endeude y de una salud pública de excelencia para todos.Klobuchar, voz atronadora en favor del aborto.

El discurso “radical” de Sanders dejó de ser una rara avis entre los demócratas. La congresista más joven de la historia, Alexandria Ocasio Cortez, planteó debatir una “Green New Deal” financiada con un impuesto a las riquezas que a los archimillonarios les parece confiscatorio. La senadora por Massachusetts Elizabeth Warren dispara artillería pesada contra Wall Street. Pete Buttigieg, un joven alcalde de Indiana, quiere convertirse en el primer candidato presidencial abiertamente gay, mientras que Kamala Harris busca ser la primer presidenta negra de la historia norteamericana.

En la lista de aspirantes mujeres a la postulación demócrata, hay otros nombres vinculados a posicionamientos vigorosos en defensa de la agenda progresista; como Amy Klobuchar, senadora por Minnesota cuya voz se vuelve atronadora cuando se trata de defender derechos femeninos como el aborto y la necesidad de enfrentar de manera decidida el cambio climático.
Esta efervescencia demócrata es vista desde la vereda opuesta como una ola de radicalización y extremismo. Pero está claro que la radicalización y el extremismo ocurren desde hace décadas en el Partido Republicano.

Reagan dio los primeros pasos, impulsando el neoconservadurismo cuya marca fue, precisamente, imponer una visión binaria y maniquea para descalificar como izquierdista todo lo que implicara defender la sociedad de bienestar que surgió de la New Deal y que, lejos de debilitarlo, le dio al capitalismo un momento de esplendor inigualable.


El extremismo ultra-mercadista y partidario de desmantelar el Welfare State, resurgió en la década del ochenta con los “reaganomics” y engendró en su vientre un nuevo ultra-conservadurismo. Newt Gingrich fue el cruzado más combativo y, desde la presidencia de la Cámara de Representantes, hostigó y saboteó los gobiernos de Bill Clinton esgrimiendo su “Contrato con América” como una Biblia ideológica.

De aquellos linchamientos al demócrata de Arkansas surgió el “conservadurismo bíblico” que llevó a Bush hijo al Salón Oval. Pero el desvarío fundamentalista del presidente que lanzó “guerras santas” en Irak y Afganistán quedó a la izquierda de la siguiente ola recalcitrante: el Tea Party.

Ese movimiento ultraconservador gravitó sobre el Partido Republicano, empujándolo a posiciones extremas y a ejercer una oposición inescrupulosa y agresiva contra la administración Obama.

La deriva republicana abrió las puertas del viejo partido conservador al ideólogo anti-sistema Steve Bannon y su última creación: el magnate que llegó a la Casa Blanca elogiando el modelo político ruso y a su actual autócrata: Vladimir Putin.



Desde los tiempos de la oposición rabiosa de Newt Gingrich contra Clinton, fueron los republicanos los que dividieron la sociedad en bandos, inoculando odio político en esa “grieta”. Y fue Trump y los herederos de los “reaganomics” los que usaron la palabra “socialista” para referirse a las posiciones socialdemócratas, a los defensores del Estado de Bienestar y a todo lo que cuestione el poder desmesurado de Wall Street y la gravitación determinante de las grandes corporaciones sobre el Capitolio y la Casa Blanca.

En la vereda ultraconservadora nadie parece recordar que fue con la New Deal y con el vigoroso Welfare State que Estados Unidos llegó al liderazgo económico y tecnológico mundial. Con aquel “socialismo” rooseveltiano se multiplicaron los multimillonarios y el capitalismo estadounidense le ganó la competencia espacial, social y económica al comunismo de la URSS.

Siendo republicanos, ni Eisenhower, ni Nixon, ni Gerald Ford, cambiaron el modelo socio-económico que fortaleció el “sueño americano” desde mediados del siglo veinte. Por cierto, hubo resistencias a las políticas de Roosevelt, pero la contundencia de los resultados inició justamente una nueva era. El capitalismo con Welfare State resultaba insuperable. Los neocons se rebelaron contra esa forma de capitalismo, impulsando la ideologización que lo considera “socialismo”.


Ese ideologismo se expandió por Latinoamérica. Los llamados “neoliberales” oscilan entre la palabra socialista y la palabra populista para calificar a todo aquello que no repudie las políticas impositivas progresivas y las redes de protección social.
Con un archimillonario caricaturesco, racista y ultraconservador en la Casa Blanca, se despertó en el Partido Demócrata el sector en el que sólo se escuchaba la voz de Berny Sanders, y ahora resuena un coro con predominio de voces femeninas que también aspiran a pelear la presidencia.