Significantes vacíos y flotantes

El texto de la historia no es un texto donde
hable una voz (el Logos), sino la inaudible e
inagotable anotación de los efectos de una
estructura de estructuras.
L. Althusser

Pues la función del lenguaje no es informar,
sino evocar.
J. Lacan



Trazar una posible genealogía de los conceptos de significante vacío y flotante implicaría remontarse a la noción de significante cero que Lévi-Strauss acuña en su “Introducción a la obra de Marcel Mauss” (1951), al estudio de los significantes míticos que Barthes realiza en Mytologies (1957), y a la categoría de point de capiton de Lacan, todos ellos antecedentes teóricos de la propuesta de Laclau.
A partir de la deconstrucción del concepto saussureano de signo lingüístico, en Hegemonía y estrategia socialista ([1985] 2004, HES) Laclau y Mouffe introducen la
noción de “significante flotante”. Destinados a dar cuenta de la lógica que rige en
todo proceso de articulación hegemónica, los significantes flotantes se vinculan
inicialmente con los intentos por “dominar el campo de la discursividad” en torno a “puntos nodales”, en un campo sobredeterminado en el que ninguna identidad es fija ni estable. Se trata de “elementos”discursivos privilegiados que fijan parcialmente el sentido de la cadena significante, constituidos en el interior de “una intertextualidad que los desborda” y cuya principal característica es su naturaleza ambigua y polisémica:si aceptamos el carácter incompleto de toda formación discursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el carácter relacional de toda identidad, en ese caso el carácter ambiguo del significante, su no fijación a ningún significado, sólo puede existir en la medida en que hay proliferación de significados.
No es la pobreza de significados, sino al contrario, la polisemia, la que desarticula una estructura discursiva.
La práctica de la articulación consiste, por lo tanto, en la construcción de puntos
nodales que fijan parcialmente el sentido (2004: 154).
El carácter “flotante” de los elementos, es decir, su no fijación estable, es una de las condiciones indispensables de toda operación hegemónica. La segunda de esas
condiciones consiste en la demarcación de una frontera antagónica, de un proyecto
hegemónico rival que tensione y haga límite a la propia formación discursiva.

Capaces de condensar la lucha política –que es una disputa discursiva
- estos significantes no están fijados a ningún significado, y por esa razón pueden ser
“articulados a campos opuestos” y constantemente redefinidos (ídem: 179).
Si en HES la “flotación” de estos términos tiene un lugar central, en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo ([1990] 2000, NR), se acentuará en
cambio su carácter “tendencialmente vacío” y no literal. Refiriéndose al proceso de
constitución de identidades e imaginarios colectivos, allí Laclau señala que
Por un lado, ningún imaginario colectivo aparece esencialmente ligado a un contenido literal. Por el hecho de representar la forma misma de la ‘plenitud’ ésta última puede ser ‘encarnada’ en los contenidos más diversos; los significantes imaginarios que constituyen el horizonte de la comunidad son, en tal sentido, tendencialmente vacíos y esencialmente ambiguos.
Pero, por otro lado, sería fundamentalmente incorrecto suponer que esta ambigüedad del imaginario tendría su contrapartida en la literalidad de las reivindicaciones sociales que, en cada coyuntura histórica, dotarían al imaginario de cierto contenido (2000: 80-81, yo subrayo).
Nuevamente, la ambigüedad aparece como una característica central de estos
“significantes imaginarios”, que ahora son definidos como “tendencialmente vacíos”
en la medida en que son “pura forma” y no encarnan un contenido literal. Al vaciarse de su literalidad, cualquier discurso, símbolo o valor puede constituir una “materia prima ideológica”, una superficie discursiva en la que pueden inscribirse nuevas reivindicaciones y antagonismos (ídem: 95).
El carácter formal de estos
“símbolos” implica su necesario vaciamiento de contenidos concretos, con los cuales
mantienen una relación hegemónica, es decir, una relación que se juega en la lucha
política. De esto se deriva que toda fijación de sentido es parcial, inestable y relativa.
Como se ve, hasta aquí las categorías de significante flotante y vacío se
superponen y resultan, en cierto punto, indistinguibles de la de punto nodal: se trata
fundamentalmente de significantes imaginarios, discursos, símbolos o valores ambiguos que conforman una materia prima ideológica. La categoría de significante vacío será definida en el ensayo “¿Por qué los significantes vacíos son tan importantes para la política?” (1996).

Elementos vaciados de todo vínculo con significados particulares que asumen el papel de “representar el puro ser del sistema”, estos son “término[s] que en un cierto contexto pasa[n] a ser el significante de la falta”:Esta relación por la que un contenido particular pasa a ser el significante de la plenitud comunitaria ausente, es exactamente
lo que llamamos relación hegemónica.
La presencia de significantes vacíos [...] es la condición misma de la hegemonía
(1996: 82).

Laclau hace explícita la distinción entre los significantes vacíos y los flotantes. Los primeros son entonces definidos como elementos particulares (“palabras o imágenes”, “términos privilegiados”) que refieren a la cadena equivalencial como un todo (2005: 125): dado que esa totalidad es inconmensurable con ellos, estos tienden a vaciarse de sus propios contenidos particulares. En segundo lugar, Laclau señala que su rol semántico no es aludir a o expresar un contenido conceptual o literal sino “nombrar” o representar una
plenitud ausente: “En tanto nombra una plenitud indiferenciada no constituye un término abstracto sino, en el sentido más estricto, vacío” (ídem: 126).
Es por ello que el significante vacío no tiene un fundamento lógico o referencial sino que descansa en un proceso discursivo, que es a la vez afectivo y preformativo. En tercer lugar, los significantes vacíos son términos que tienen un rol condensador y articulador. Lo que
ellos condensan es “un campo antagónico”, es decir que representan tanto la cadena
equivalencial como sus fronteras. Finalmente, Lacau indica que su emergencia en la
superficie discursiva es contingente, en la medida en que depende de la “historia” y el “contexto”: significantes privilegiados que condensan en torno de sí mismos la significación de todo un campo antagónico (el régimen’, la ‘oligarquía’, los ‘grupos dominantes’, etcétera,
para el enemigo; el ‘pueblo’, la ‘nación’, la ‘mayoría silenciosa’, etcétera, para los oprimidos -cuáles de estos significantes van a adquirir este rol articulador va a depender, obviamente, de una historia contextual-) (ídem: 114).



Sin embargo, esta lógica de condensación, articulación, investidura y atribución performativa no se produce en un contexto estable de fronteras fijas. Por el contrario, en muchos casos ellas son móviles y se desplazan, dando como resultado que, ante el surgimiento de cadenas equivalenciales “alternativas”, algunos discursos o símbolos ya articulados a una cadena “reciben la presión estructural de proyectos hegemónicos rivales”, lo que genera cierta “autonomía de los significantes populares” (ídem: 164). De donde surge la definición de los significantes flotantes;
las categorías de significantes ‘vacíos’ y ‘flotantes’ son estructuralmente diferentes. La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de esa frontera. En la práctica, sin embargo, la distancia entre ambas no es tan grande. Las dos son operaciones hegemónicas y, lo más importante, los referentes en gran medida se superponen (ídem:167).

Como Laclau señalara en Misticismo, retórica y política, “el flotamiento de un término y su vaciamiento son las dos caras de la misma operación discursiva” (2002: 27): por un lado, para flotar en el campo discursivo, un significante debe estar necesariamente desvinculado de un significado unívoco; al mismo tiempo, este sólo puede aparecer “fenoménicamente” bajo la forma de un significante flotante. Queda de este modo delineada la distinción analítica entre los significantes vacíos y los flotantes: mientras los segundos dan cuenta de las luchas políticas y semánticas por hegemonizar un espacio político-discursivo, los primeros aluden a los momentos de estabilización, siempre precaria, de los sentidos políticos. Por su naturaleza eminentemente polisémica, estos términos ambiguos e inherentemente móviles extraen su sentido de la cadena discursiva en la que se inscriben.
A partir de este recorrido se plantean algunos interrogantes: ¿cuáles el grado
de restricción en torno a los posibles significados de los significantes vacíos? ¿Cómo
se materializan las luchas ideológicas en esos términos polivalentes, y cómo pensar
su inscripción en distintas cadenas equivalenciales, encadenamientos argumentativos
o proyectos ideológicos? ¿Cómo se dirimen los sentidos posibles en los casos de polisemia? ¿Qué puede aportar la categoría de topos, en tanto discurso argumentativo constitutivamente inscripto en el sentido de las palabras, para abordar estas cuestiones?

El valor semántico de las palabras es de naturaleza argumentativa y no informativa ni descriptiva:“significar, para un enunciado, es orientar” (Anscombre y Ducrot, 1983), dirigir el
discurso en determinada dirección. Es decir que la dimensión argumentativa no es un ornamento agregado a un sentido primigenio: la “fuerza argumentativa” es inherente a la significación misma de las palabras.

El sentido de un enunciado puede describirse como una serie de instrucciones argumentativas que éste provee sobre su enunciación, y por la evocación polifónica de otros discursos (las posibles continuaciones, conclusiones o argumentos en su favor, así como los discursos vedados): “no hay conclusión racional, no hay justificación en el discurso, sólo hay evocación de otros discursos” (Ducrot, 1998: 129). El sentido es, entonces, “una calificación de la enunciación y consiste especialmente en asignar a la enunciación ciertos poderes y consecuencias” (1986: 190).

El sentido de las entidades lingüísticas se plasma en forma de encadenamientos argumentativos, cuya garantía está dada por los topoï. El concepto
de topos proviene de la Retórica aristotélica y remite a los lugares comunes y a las
creencias compartidas por una determinada comunidad:
La relación entre un argumento y una conclusión no es binaria, sino que hay un tercer término, que crea un nexo entre los dos enunciados. A este garante del paso del argumento a la conclusión lo llamaremos topos (Anscombre, 1995b: 301).
Los topoï son principios argumentativos e ideológicos, discursos utilizados pero no asertados que, implícitamente, forman parte del enunciado y que constituyen el trayecto, el pasaje o camino indicado que permite alcanzar la conclusión a partir de los argumentos. Su carácter ideológico e histórico hace que “el discurso político [sea] el lugar por excelencia de ejercicio de los topoï”
Según esta teoría, cada topos puede aparecer bajo dos formas tópicas
(FT) recíprocas y equivalentes (no es posible admitir una sin admitir también la otra).

Según la Teoría de la Polifonía Enunciativa, ampliación de la teoría bajtiniana al campo de la lingüística destinada a “impugnar el principio de unicidad del sujeto hablante”, en la situación enunciativa se ponen en escena una serie de personajes cuyas voces aparecen superpuestas en distintas capas: por un lado el Locutor, responsable del enunciado (y distinto del sujeto empírico); por otro, el o los enunciadores que dan cuenta de los distintos
posicionamientos y/o puntos de vista presentados en el enunciado. Esta perspectiva completa la teoría de los topoï, discursos ideológicos circulantes en el espacio social frente a los cuales el locutor adopta distintos posicionamientos enunciativos.