Liderados por Ocasio los demócratas se suben a un disruptivo Green New Deal

Trump cree que la iniciativa que plantea cambiar toda la infraestructura de EEUU es impopular y favorecerá su reelección.



En los años 30 el presidente de EU Franklin Delano Roosevelt lanzó un ambicioso proyecto nacional conocido como el New Deal con la intención de arrancar al país de la miseria económica de la Gran Depresión. El proyecto puso a trabajar para el Gobierno Federal a millones de desempleados, lanzó programas sociales como la Administración de Seguridad Social, e hizo a Roosevelt el presidente más influyente de EU en el S. XX, y el único en ganar cuatro elecciones presidenciales.





La semana pasada el Partido Demócrata, bajo el liderazgo de Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven en la historia, y el senador Ed Markey de Massachussets, presentaron el Green New Deal¸ un enorme proyecto que pretende generar millones de empleos al tiempo que transforma de manera radical la infraestructura energética de EU, de la actual, basada en fuentes de energía contaminantes, a una sostenida por fuentes renovables y limpias. Sobra decirlo: se trata de la declaración de principios más ambiciosa que cualquier partido político estadounidense ha presentado en décadas. El plan pretende reemplazar al 100% la emisión de gases de efecto invernadero de los procesos de manufactura y transporte. Incluye compromisos que suenan como sueños imposibles, entre ellos "actualizar todos los edificios existentes en los Estados Unidos y construir nuevos edificios para alcanzar máxima eficiencia energética, eficiencia de agua, seguridad, asequibilidad, confort y durabilidad". Todos los edificios existentes en los Estados Unidos.

También garantiza "un empleo con un salario [adecuado] para sostener una familia, garantía familiar y médica adecuada, vacaciones pagadas, y seguridad de jubilación para todas las personas de los Estados Unidos".

Los legisladores ya aclararon que se trata más de una "declaración de principios" que de un proyecto de ley comprensivo, sin embargo, aún bajo este estándar, es una idea sumamente compleja y arriesgada, y los republicanos, encabezados por Donald Trump, ya lo ven como el argumento perfecto para radicalizar al Partido Demócrata ante los ojos del electorado rumbo a 2020. El mismo Trump insistió en un par de ocasiones durante su último informe de labores: "América nunca será socialista".


Creo que es muy importante que los Demócratas presionen con su Green New Deal. Sería grandioso para la llamada "Huella de Carbono" eliminar permanentemente Aviones, Autos, Vacas, Petróleo, Gasolina y al Ejército - incluso si ningún otro país hace lo mismo. ¡Brillante!


El riesgo para los demócratas es alienar a los votantes del medio, a los apartidistas y moderados que, al final del día, son quienes deciden una elección presidencial en estados como Florida y los del cinturón de óxido (Michigan, Wisconsin, Pennsylvania).


De acuerdo con una fuente de alto nivel al interior del Partido Demócrata, el plan logrará energizar a las bases del partido, no tanto conquistar nuevos votantes moderados. Es decir, no están muy preocupados de asustar a los votantes moderados.


"Es para nuestra base. Para los que no votaron por Hillary, pero sí por el Partido Verde [en 2016]; los que decían que querían ver una propuesta de ley del Partido Demócrata más a la izquierda", afirma una fuente.


En todos los estados, arriba del 50% de la población están a favor de este plan de trabajo que garantiza un empleo para todos sin excepción. Hay estados en donde ese apoyo tiene entre 63 y 69%.


Respecto de los ataques que el plan provocará por parte de Trump y los republicanos, el operador político explica por qué no les preocupa: "Los republicanos siempre nos van a pintar como que vamos a matar la economía y los empleos. Apoyamos una reforma que tal vez no es favorable para los negocios de la industria del carbón, en estados donde ganó Trump. Ese es y será siempre su argumento. Nosotros queremos estar en la misma página cuando hablamos del medio ambiente".


Los demócratas ven el Green New Deal como una oportunidad para unificar a las dos grandes facciones del partido. 2018 para ellos se trató no sólo de la reconquista exitosa del territorio perdido en 2016, también dejó claro que para ganar iban a necesitar de ambas facciones. Los progresistas alineados a la izquierda (Bernie, Ocasio, Warren) argumentaban que era necesario ser más audaces; mientras que los centristas del ala de Clinton y Obama defendían una posición moderada para atraer el voto indeciso. Al final del día ambos bandos tenían razón.


"Yo creo que hay oportunidades que el partido debería tomar para moverse más a la izquierda, apoyar a candidatos en distritos donde sí se pueda ganar, pero los progresistas tienen que entender que en ciertos distritos no se puede ser tan izquierdista", explica la fuente.


"Siempre está la eterna discusión. Son pleitos que tenemos dentro de la familia, es normal. Gente como AOC, que entró a un Congreso en una situación favorable, con una mayoría demócrata, no sólo tiene su voz e influencia gracias a los votantes de su distrito, sino gracias a que tiene la mayoría en la Cámara Baja, y esa mayoría se ganó también con candidatos moderados".

La congresista de 29 años se convierte en un fenómeno de masas y consigue colocar el socialismo en el corazón del debate político estadounidense.


El despacho de Alexandria Ocasio-Cortez llama a gritos desde el final de uno de los largos pasillos del edificio Cannon del Congreso. Un mural de post-its de colores a ambos lados de la entrada rompe la armonía en la hilera de oficinas uniformes por las que hay que pasar para llegar a la suya: la de Andy Levin, representante por Michigan; la de David Scott, por Georgia; o la de John Ractliffe, por Texas. Ninguno de ellos cuenta, tampoco, con el grupo de chicas en viaje de estudios que este miércoles monta guardia para ver en persona a la inquilina del número 229 como quien aguarda a Madonna a la salida de un concierto. “Está allí… ¡A-O-C!”, grita de repente una de las muchachas. “¡Te queremos!”, exclama otra. En efecto, como si de una estrella del pop se tratara, Ocasio-Cortez ha salido por una puerta secundaria. Al oír sus iniciales, convertidas ya en una suerte de marca personal, se gira y saluda con una sonrisa del tamaño del Capitolio.

Desde su debut en la Cámara de Representantes el pasado 3 de enero, Alexandria Ocasio-Cortez ha puesto Washington patas arriba. Convierte en oro mediático todo lo que toca, arrastra a hordas de millennials y ha colocado las propuestas más izquierdistas del espectro ideológico americano en el centro del debate. Para entender la magnitud del fenómeno que supone esta mujer de 29 años, la más joven de la historia en llegar al Congreso estadounidense, hay que recordar que hace poco más de un año se ganaba la vida tras la barra de una taquería en Nueva York. Su victoria en las primarias el pasado verano, frente a una vaca sagrada del Partido Demócrata, supuso una pica en el cielo. 
 

Su primer discurso en el pleno de la Cámara, de cuatro minutos, batió los récords de audiencia de la historia de C-SPAN, el canal que cubre la actividad parlamentaria. En apenas 12 horas ya lo había visto más de un millón de personas. Pero eso no es nada comparado con lo que pasaría semanas después. Su interrogatorio en una audiencia sobre la financiación de campañas, en la que expuso todos los agujeros por los que se puede colar la corrupción de políticos y de grandes empresas, ha roto parámetros en Internet con 37 millones de visualizaciones.

En las redes sociales baila claqué: ha creado una audiencia fiel en Instragram, donde cuenta el día a día menos conocido del Congreso, y su volumen de interacciones en Twitter supera al de cualquier gran medio informativo y cualquier otra figura demócrata, incluido Barack Obama, o republicana, con la excepción de Trump, el único que la supera, según un informe de Axios sobre un periodo que abarca del 17 de diciembre al 17 de enero.



“Ella produce una especie de efecto Oprah Winfrey. Oprah tiene un estatus de celebridad que hace que cuando presenta algo al público, una nueva crema, un nuevo libro, unas nuevas zapatillas de tenis… Todo el mundo se interesa, aquello se convierte en una fiebre. La política es diferente, pero está pasando algo parecido. Ocasio habla de cosas que a lo mejor se habían dicho antes, pero no habían logrado captar la atención de la gente de este modo”, explica por teléfono Stephanie Kelton, ex economista jefe de los demócratas para el Comité Presupuestario y ahora profesora de políticas públicas en la Stony Brook University.

“Lo consigue por una combinación de factores. Es muy dinámica, tiene sentido del humor, y es sobre todo muy auténtica, llega a la política sin haberse estado preparando años para hacerlo y tiene esa mirada refrescante sobre lo que pasa en Washington. ¿Ha visto lo que acaba de escribir sobre los indigentes?”, añade Kelton. El miércoles la congresista publicó la foto de una fila de personas sin hogar en un pasillo del Congreso denunciando lo que es una vieja práctica en la capital: los lobistas pagan a los pobres para que hagan cola por ellos antes de los comités o audiencias y así tiene un puesto asegurado en la sala. “Shock no llega ni de lejos a describir esto”, dijo.

Una pregunta que sus críticos hacen a menudo es cuánto de esta fanfarria se traducirá en legislación. No se suele esperar tanto de un congresista novato, menos en sus primeros meses en activo, pero todo lo que envuelve a la joven y atractiva Ocasio es excesivo, incluidas las expectativas. Lo que sí parece evidente es su capacidad de agitar el debate político y obligar al Partido Demócrata a plantearse -una vez más- su ser o no ser. Si el camino a la victoria de la Casa Blanca en 2020 pasa por conseguir amarrar el centro o por el giro a la izquierda.


Si algo demostró Bernie Sanders en 2016 es que los estadounidenses le están perdiendo el miedo al término "socialismo", y por mucho que Trump pretenda asociarlo a una debacle anticapitalista, le va a costar trabajo atacar estas propuestas cuando proyectos como un impuesto de 70% para los superricos y un sistema de salud universal están en su momento más popular a nivel nacional. La intención demócrata es clara: rebasar con grandes promesas al presidente populista por excelencia.

 Aunque a juzgar por lo que dice, la legisladora dista de estar bien informada y sus frecuentes meteduras de pata divierten enormemente a sus adversarios, muchos ven en ella la nueva cara del progresismo estadounidense y prevén que, después de adquirir más conocimientos, podría desempeñar un papel significante en la vida pública de la superpotencia.

El gurú actual de Ocasio-Cortez y la persona que, es de suponer, se encargará de su formación, es el senador Bernie Sanders, el que perdió ante Hillary Clinton en la interna demócrata de 2016. En aquel entonces, los operadores del partido lo hicieron tropezar porque creían que era demasiado izquierdista para Estados Unidos, un país en que –como en la Argentina–, la mayoría nunca se ha sentido atraída por el credo socialista, pero parecería que la debacle protagonizada por Hillary frente a Trump ha privado a la vieja guardia de su veto tradicional.

Por cierto, a los moderados que privilegian los consensos y buscan congraciarse con sectores amplios de la población no les sería del todo fácil frenar el avance del ala izquierda que cuenta con el apoyo entusiasta de legiones de estudiantes que son partidarios fervorosos de lo políticamente correcto y atacan con virulencia y hasta con violencia a quienes no comparten todos sus prejuicios.

Trump coincidirá con los demócratas moderados en cuanto a las posibilidades electorales de un eventual candidato radical aunque, claro está, preferiría no tener que enfrentarse con un moderado que no asusta a nadie. Por su propia experiencia, sabe que hay una diferencia muy grande entre las internas partidarias y las elecciones generales. Consiguió la nominación republicana contra la voluntad de los jerarcas del partido merced al respaldo popular. Cree que si los demócratas, presionados por las bases, optan por un candidato que podría acusar de extremismo, tendrá asegurada la reelección.

También se vería beneficiado por los esfuerzos de los aspirantes demócratas por complacer a quienes están pidiendo reformas drásticas. Para aplacar a los activistas, asumen posturas que antes les parecían negativas, transformándose de conservadores tibios en progresistas vehementes. Desgraciadamente para tales camaleones, hoy en día es maravillosamente fácil desenterrar evidencia de pecados ideológicos y, en ocasión, personales cometidos cinco, diez, veinte o treinta años atrás. Aunque Trump mismo se ha mostrado capaz de sobrevivir a las denuncias más escabrosas, los demócratas están pasando por una fase puritana y por lo tanto son menos tolerantes cuando es cuestión de los deslices de sus dirigentes.

Así, pues, una favorita de los halcones izquierdistas, la senadora Elizabeth Warren, tendría que superar el baldón que le supone haber fingido ser de ascendencia india, en su caso Cherokee, para disfrutar de las ventajas sustanciales que en Estados Unidos se otorgan a los integrantes de minorías étnicas; según una prueba de ADN a la que se sometió, a lo sumo tendría una pequeñísima gota de sangre indígena. A Trump le encanta mofarse de la senadora que sueña con desplazarlo; siempre la llama Pocahontas, el nombre de la hija de un jefe de una tribu de indios que habitaba Virginia que, a comienzos del siglo XVII, se casó con uno de los primeros colonos ingleses, lo que le mereció un lugar destacado en los libros de historia norteamericanos. Huelga decir que si Warren obtuviera la nominación demócrata, Trump y sus simpatizantes usarían el apodo burlón para que su campaña resultara ser una farsa.

Ahora bien, no es difícil entender el interés repentino de los demócratas norteamericanos en recetas izquierdistas para solucionar o, por lo menos, atenuar los muchos problemas de su país. Lo mismo que en Europa, se ha ensanchado la brecha económica que separa a los muy ricos de los demás, las incesantes innovaciones tecnológicas motivan más inquietud que esperanza y propende a intensificarse el desprecio que las elites sienten por quienes no respeten los valores a su juicio progresistas que reivindican.

Aunque en Estados Unidos, como en Europa, los más fascinados por las ideas izquierdistas propenden a ser los retoños de familias relativamente adineradas, mientras que son cada vez más los plebeyos que adoptan actitudes denostadas como derechistas, los demócratas apuestan a que la conducta errática de Trump, además de promesas de subsidios de todo tipo, les permita obtener los votos que necesitarían para expulsarlo de la presidencia.

Desde hace muchos años, los estrategas demócratas están procurando construir una gran coalición arco iris conformada por minorías que se suponen víctimas del sistema imperante, aseverándose solidarios con una multitud de grupos: negros, hispanos, musulmanes, feministas, homosexuales y transexuales. Creen que, sumados, les asegurarán una cantidad insuperable de votos.

En cuanto a los blancos que aún constituye al menos la mitad de la población, podrán hacer su aporte si se arrepienten y colaboran con el esfuerzo por depurar la sociedad de las consecuencias de los siglos de opresión racista y sexista que según los ideólogos está en la raíz de todos los problemas sociales de su país. Se trata de un rol que muchos que ocupan lugares clave en los medios y el mundo académico están más que dispuestos a cumplir.

Los muchos blancos de la clase media acomodada que sienten culpa por los crímenes que atribuyen a sus congéneres de generaciones anteriores son los militantes más eficaces de la “política de la identidad” que se ha amalgamado con una versión del socialismo para crear la ideología que está ganando terreno en el Partido Demócrata. ¿Podrían exportar a América latina lo que están fraguando? Puesto que modas que originaron en las universidades norteamericanas, como las del “yo también” de los feministas, del “matrimonio igualitario” y de la corrección política, pronto produjeron copias en la región, es de suponer que el neoizquierdismo norteamericano tendrá cierto impacto, aunque por ser tan diferentes las circunstancias sorprendería que cambiara mucho.