El imperio húngaro de Orbán



Viktor Orbán durante un discurso. Fuente: Wikimedia




La supermayoría parlamentaria de Viktor Orbán, revalidada en 2018, ha ahondado el viraje a la derecha de Hungría. Su desmantelamiento del Estado de derecho y su visión nacional contraria a la diversidad le han granjeado las represalias de instituciones comunitarias como el Parlamento Europeo, así como el feroz rechazo de la oposición.


“El hombre más peligroso de la Unión Europea”. Así se ha llegado a calificar a Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, por su continua instrumentalización de los refugiados para obtener rédito político. El líder húngaro, en un segundo término como jefe del Ejecutivo desde 2010, es una figura clave para entender la política del país desde el fin del comunismo tras las elecciones de 1990, en las que Orbán ya era cabeza de lista por su partido, Fidesz.


El proceso de creciente autoritarismo, así como la defensa férrea de una concepción democrática alternativa a la occidental —denominada iliberal por el politólogo Fareed Zakaria y apropiada por el primer ministro húngaro—, han hecho del país un miembro incómodo del club comunitario regional. Con una supermayoría parlamentaria de 133 escaños de un total de 199, el poder de Orbán en Hungría es incontestable, por lo que es necesario comprender su éxito para entender el presente y futuro de la república húngara.Escrutinio de la situación política polaca a diciembre de 2018. Fidesz mantiene su amplia mayoría, seguida de lejos por Jobbik, partido de ultraderecha nacionalista, y el Partido Socialista, gran partido tradicional, ahora defenestrado. Fuente: Poll of Polls
Hungría tras el comunismo


1989 fue un año histórico para Hungría. Tras los pacíficos Acuerdos de la Tabla Redonda, inspirados en el ejemplo polaco, el régimen comunista del Partido Socialista Obrero Húngaro llegó a su fin. A lo largo de 1989, diversos acontecimientos en el país anticiparon el esperado cambio de régimen; el más importante fue el homenaje a los mártires de la revolución de 1956 y el multitudinario funeral de Imre Nagy, líder reformista asesinado por el régimen en 1958. La disolución del partido comunista se formalizó ese mismo año, transformado en el Partido Socialista Húngaro, que concurrió a las primeras elecciones libres de 1990. Otros partidos formados en el ocaso del comunismo húngaro fueron el Foro Democrático Húngaro, principal voz de la oposición nacional; la Alianza de los Demócratas Libres, y la Alianza de Jóvenes Demócratas —Fidesz—, cuya cabeza de lista en las primeras elecciones democráticas de 1990 fue un joven Orbán.


A pesar de que las dos primeras citas electorales de la democracia húngara —1990 y 1994— fueron desastrosas para el partido de Orbán —penúltimo y último gran partido en votos, respectivamente—, el movimiento obtuvo una amplia victoria en los comicios de 1998. El triunfo electoral del partido orbanista se debe en gran medida a su redefinición ideológica: el giro hacia la derecha en el espectro político provocó una ruptura interna en la agrupación y la salida de diferentes figuras, como Gábor Fodor, actual líder del Partido Liberal Húngaro. El vuelco conservador de Orbán probó su eficacia en 1998: se convirtió en la fuerza política con mayor número de escaños —148; el segundo partido obtuvo 134— y accedió al Gobierno en una coalición de derechas junto con el Foro Democrático y los Pequeños Propietarios Independientes.


Para ampliar: “Concentrated orange: Fidesz and the remaking of the Hungarian centre-right, 1994–2002”, Brigid Fowler, 2007


Un marcado repliegue interno caracterizó el primer mandato de Orbán. Pese a los hitos multilateralistas de la coalición de derechas, como el acceso de Hungría a la OTAN en 1999, la retórica nacionalista de Fidesz monopolizó la vida política húngara de la época. El marcado euroescepticismo de Orbán ya hizo peligrar el acceso de Hungría a la Unión Europea y, a pesar de que figuras del partido defendieran “armonizar la posición del país en el mapa cultural de Europa”, el primer ministro creía en la “vida fuera la de la Unión”, lo que hizo saltar las alarmas entre los más eurófilos. Además de retóricas, las fricciones de Orbán con el club comunitario también fueron materiales: la adopción de la llamada Ley de Estatus es un claro ejemplo. Esta medida otorgaba privilegios como facilidades para estudiar o encontrar trabajo en Hungría a personas étnicamente húngaras —de ascendencia magiar— residentes en Estados vecinos, como Rumanía o Eslovaquia. Dicha ley provocó el rechazo de estos países contiguos, que criticaban la ley por diferenciar étnicamente a sus ciudadanos, lo que fue visto como una intrusión húngara en sus cuestiones internas. Inicialmente, esta medida iba a incluir también a aquellos con ascendencia húngara residentes en Austria, pero este país fue finalmente excluido debido a la legislación europea, que rechaza la discriminación de carácter étnico, un claro varapalo comunitario contra la medida


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Fidesz húngara es uno de los principales partidos euroescépticos.


La defensa a ultranza de la nación y los símbolos patrios se convirtió en el lema de Fidesz durante su mandato, utilizado como arma arrojadiza contra la oposición. Orbán, por ejemplo, acusó al Partido Socialista de favorecer los intereses extranjeros y denunció que una vuelta de los progresistas al Gobierno permitiría a grandes empresas extranjeras adquirir la tierra de los pequeños empresarios húngaros. La entrada en la Unión Europea en 2004 implicaría el beneplácito húngaro al libre movimiento de capital y, por lo tanto, a la posibilidad de que agentes económicos europeos tuvieran acceso a la compra de capital nacional, prerrogativa vehementemente rechazada por Orbán apelando a la seguridad económica de los agricultores nacionales.


Para ampliar: “El orbanismo, retroceso en la Hungría postsoviética”, Ignacio García de Paso en El Orden Mundial, 2015


Esta dicotomía nacionalista-europeísta cristalizó en las elecciones de 2002. En la primera vuelta, los votantes húngaros otorgaron la victoria a Péter Medgyessy, un político independiente asociado al Partido Socialista que trataba de forjar una imagen dialogante en contraposición a los exabruptos de Orbán. A pesar de que los comicios fueron los más populares desde la caída del comunismo —71% de participación—, Orbán centró sus esfuerzos en aumentar la participación y obtener una victoria de la derecha en la segunda vuelta. Para conseguir su objetivo, redobló la retórica nacionalpopulista para sumar así votantes del ultraderechista Partido Húngaro de Justicia y Vida —excluido en la primera vuelta—, además de movilizar su base de apoyo tradicional.


Su objetivo se cumplió el 21 de abril de 2002, cuando la participación en la segunda vuelta alcanzó un histórico 73,5% y Fidesz obtuvo 188 escaños, con lo que revalidaba su posición como partido más votado. Sin embargo, una coalición de izquierdas del Partido Socialista —179 escaños— y el Partido Liberal Húngaro —19— accedió al Ejecutivo e inició una nueva época en la república húngara cuyo primer hito fue el acceso a la Unión Europea en 2004.
La democracia en duda


La elección de Medgyessy supuso un cambio de rumbo para Hungría. El énfasis en la primacía del ingreso europeo protagonizó el mandato socialista, que culminó con el abrumador apoyo —un 84% de la población— al ingreso en la Unión, aunque solo participó el 45% del electorado. A pesar de la victoria, el Gobierno socialista se tuvo que enfrentar a severas crisis que mermaron la popularidad de Medgyessy e impidieron su reelección. Una de las más graves ocurrió poco tiempo después de las elecciones cuando un periódico acusó al primer ministro de actuar como agente para la policía durante el régimen comunista, lo que provocó una avalancha de críticas por parte de su socio de Gobierno.


Orbán aprovechó la crisis de gobierno para tratar de erigirse como único defensor de los logros democráticos poscomunistas y minar la legitimidad del Partido Socialista, heredero histórico del comunismo húngaro. Sin embargo, la pérdida de influencia de Medgyessy y su sustitución por Ferenc Gyurcsány no sirvieron para erosionar la relevancia política del partido, que obtuvo una clara mayoría frente a Fidesz —192 escaños frente a 164— en las elecciones de 2006 y se convirtió en el primer movimiento en lograr la reelección en tiempos democráticos.


Para ampliar: “Péter Medgyessy”, Roberto Ortiz de Zárate en CIDOB, 2017


La mayoría absoluta socialista no sirvió para acallar la feroz oposición de Orbán. Las reformas económicas de Gyurcsány con el objetivo de controlar el déficit presupuestario y obtener así el beneplácito de la Unión Europea solo sirvieron para hundir más la popularidad del primer ministro y evidenciar la tendencia creciente de Fidesz. El escándalo en torno a una grabación filtrada en la que Gyurcsány reconocía haber mentido a los votantes en las elecciones de 2006 y se expresaba de forma peyorativa sobre la política y el país ya había dañado seriamente la imagen pública del mandatario, y sus impopulares medidas terminaron por propiciar su dimisión en 2009, en plena crisis económica. A pesar de las peticiones por parte de Fidesz de elecciones anticipadas, el Partido Socialista desoyó las críticas y propició una moción de censura para otorgar legitimidad a la sustitución, pero la oposición se ausentó de la votación tildando al Gobierno de “ilegítimo”.


Acechados por una grave crisis económica, los votantes húngaros afrontaban las elecciones de 2010 profundamente descontentos con el Partido Socialista. El bochornoso escándalo del discurso de Gyurcsány y los “presupuestos de austeridad”propiciaron la consolidación de Fidesz como único partido defensor de los intereses nacionales y a Orbán como una especie de padre protector de la patria húngara. Tras la segunda vuelta, Orbán fue elegido primer ministro con una histórica mayoría de dos tercios tras obtener su partido 263 escaños de un total de 386. Sumado al descalabro del Partido Socialista, que pasó de 192 escaños a 59, las elecciones de 2010 supusieron la vuelta de la ultraderecha al Parlamento, algo que no ocurría desde 1998. Jobbik —el Movimiento por una Hungría Mejor— obtenía asimismo 47 diputados, lo que lo convertía en tercera fuerza política y encendía la retórica nacionalista excluyente.


El crecimiento del PIB húngaro se desplomó en 2009, durante el mandato socialista. Este fue uno de los motivos que propició la supermayoría de Fidesz en las elecciones de 2010. Fuente: Trading Economics


Una de sus medidas más relevantes fue la reforma en 2011 de la ley electoral, que eliminó la segunda vuelta y redujo el número de escaños de 386 a 199. Aunque la oposición estaba de acuerdo con algunas medidas, como la reducción de parlamentarios, la reforma fue muy criticada y se tachaba de favorecedora a los intereses electorales oficialistas.


La nueva Constitución de 2011 profundizó aún más las divisiones nacionales. El boicot de los dos partidos de centroizquierda, así como el voto negativo de la ultraderecha, aisló a Fidesz en la votación, a pesar de que podía aprobarla gracias a la mayoría de dos tercios con la que contaba. Escudándose en su supermayoría, el partido de Orbán comenzó a demoler el Estado de derecho para así construir una república acorde a sus intereses. Las enmiendas de 2013, que reducen el poder del Tribunal Constitucional y restringen los derechos ciudadanos, ahondaron la división nacional entre aquellos comprometidos con el nacionalismo estatista de Orbán y aquellos que ven en su Gobierno una vuelta al autoritarismo.


Tras obtener una segunda mayoría de dos tercios en 2014, con 133 escaños de un total de 199, el primer ministro reforzó sus posiciones autoritarias, sobre todo tras un discurso en el que proclamaba su defensa de la “democracia iliberal”. Este término hace referencia a la eliminación de los valores liberales de las democracias occidentales y la defensa de una concepción estatal robusta y homogénea, un régimen a medio camino entre las democracias tradicionales y los regímenes autoritarios que puede entenderse como una “tiranía de la mayoría”.


Para ampliar: “The Rise of Illiberal Democracy”, Fareed Zakaria en Foreign Affairs, 1997


Su rechazo a la oposición y su concepción personalista de la política —en 2018 declaró: “Si dices política húngara, puedes estar seguro de que pensarán en Fidesz”— lo han llevado a tratar de acallar las voces más hostiles con su Gobierno; especialmente notable es en este sentido su disputa con el filántropo húngaro-estadounidense George Soros. La distribución durante su última campaña presidencial, en 2018, de carteles con la cara del magnate que decían “No permitas a Soros reírse el último” como respuesta a su férrea defensa de una inmigración controlada le granjearon numerosas críticas. A pesar de que la relación entre el político y el empresario no siempre fue negativa —Orbán disfrutó de una beca otorgada por Soros para estudiar en Oxford cuando era joven—, el compromiso de Soros con el Estado de derecho y las minorías se ve como un factor desestabilizador para el Estado autoritario y homogéneo que defiende Orbán.



La persecución continua a la Universidad Central Europea —financiada por Soros y defensora de los valores liberales— fue uno de los motivos por los que el Parlamento Europeo aprobó tomar medidas sancionadoras para acabar con la política opresora y contraria al Estado de derecho de Orbán, una medida sin precedentes en la organización comunitaria. Sin embargo, la actuación de la organización para terminar con los excesos húngaros se prevé lenta, en parte por su propia estructura burocrática, en parte por una falta de verdadero interés político por constreñir a Orbán —su partido político pertenece al mismo grupo europeo que el de Juncker, presidente de la Comisión: el Partido Popular Europeo, que tiene la mayoría en el Parlamento Europeo—.


Las perspectivas de cambio a medio plazo no parecen halagüeñas. El principal partido de la oposición tras las elecciones de 2018 es el ultraderechista Jobbik, que relegó al Partido Socialista a una tercera posición. Como otros partidos ultras europeos, Jobbik ha sabido aprovecharse del desencanto con los partidos tradicionales —a pesar de que en su país uno de esos partidos sea Fidesz, más virado hacia la derecha que sus homólogos continentales— para captar votos de votantes pertenecientes a todo el espectro ideológico. Con una moderación de su discurso que lo ayudó a librarse de su bagaje antisemita —como hizo Marine Le Pen con la desdemonización del Frente Nacional— y denunciando los casos de corrupción en el partido gobernante, Jobbik ha sabido canalizar el desencanto del país con Orbán y el establishment. Sus opciones de liderazgo son bajas, pero la gran popularidad de la que goza su líder y su poder como fuerza de la oposición pueden marcar el futuro de la república húngara.


Para ampliar: “The Far-Right Hungarian Party Jobbik Is Moderating. Is That a Good Thing?”, Freedom House, 2016


Viktor Orbán y Fidesz han sabido canalizar a lo largo de los años el descontento con los grupos de la oposición para forjar así una Hungría a su medida con ayuda de una supermayoría parlamentaria que mantienen desde 2010. El descalabro del principal grupo de la oposición, el Partido Socialista, ha ayudado a Fidesz a potenciar su imagen como único partido con opciones de gobierno capaz de personificar los intereses húngaros y fomentar una nación unificada, desdeñosa de su diversidad interna. El reciente auge de Jobbik hace peligrar la primacía de Fidesz como único representante de la derecha en el país, pero a medio plazo solo servirá para incendiar más el discurso y avivar las posiciones xenófobas y tradicionalistas de Hungría. La democracia húngara está en peligro de diluirse en un iliberalismo autoritario cuyo único objetivo es perpetuar a Orbán —Viktator, según la oposición ciudadana— y a Fidesz en el poder.