Las legislativas no ofrecen a los demócratas una estrategia clara para las presidenciales de 2020

Descartada la ola azul, la oposición logra su objetivo de recuperar la Cámara baja, pero saca pocas conclusiones sobre cómo derrotar a Trump
Simpatizantes demócratas celebran la victoria en la Cámara de Representantes de EE UU el 7 de noviembre de 2018. En vídeo, declaraciones de Nancy Pelosi, líder de los demócratas en la Cámara de Representantes.


Los demócratas han salvado los muebles. Poco más. En una trepidante noche de recuento, en la que por momentos unos pocos miles de votos separaban la ola azul del abismo, han alcanzado su objetivo principal: conquistar un contrapeso legislativo a la agenda del presidente, poner fin a cuatro años de mayoría republicana en las dos Cámaras, en definitiva, acabar con la barra libre de Donald Trump. Pero poco más podrán sacar en positivo de este segundo asalto con el mandatario más extravagante y polarizador, que llegaba a las elecciones legislativas, tradicionalmente malas para el partido del presidente, con unos índices de desaprobación récord.

La alegría con la que escenificarán los resultados no oculta una certeza: los demócratas no han logrado penetrar a fondo en el territorio Trump. No hay, pues, una lectura concluyente sobre el gran tema que llevan dos años masticando: la estrategia para derrocarlo en 2020.



Beneficiados por una potente inyección de dinero en las últimas semanas de campaña, y por el poderoso movimiento social del MeToo, los demócratas se han hecho con suficientes escaños para controlar la Cámara baja. Las victorias decisivas las han cosechado en distritos suburbanos moderados, donde la encendida retórica de Trump ha provocado que votantes con educación universitaria y otros colectivos que conforman las bases republicanas tradicionales no le secundaran. Pero se les ha resistido, de nuevo, el territorio rural. La brecha entre la América metropolitana (demócrata) y la rural (republicana) es más profunda que nunca, y eso es algo que debería preocupar a los demócratas, castigados por un sistema electoral que da más peso a los votos rurales.

Lejos ha quedado el partido de controlar el Senado, algo que por la naturaleza de los escaños en juego resultaba francamente difícil. Y sus candidatos a gobernadores han cosechado resultados agridulces. La anunciada gran ola azul no llegó. “Somos los dueños del terreno”, ha dicho Nancy Pelosi que, a sus 78 años, probablemente volverá a ser presidenta de la Cámara de Representantes siete años después.

Cierto es que algunas de las proezas más destacables de los demócratas han quedado apagadas por márgenes ajustadísimos. Es el caso de Beto O’Rourke, el joven candidato a senador demócrata por Texas que al final, por apenas un 2,9%, sucumbió ante el poderoso republicano Ted Cruz. La historia sepultará bajo el titular de “El republicano Ted Cruz gana en Texas” la hazaña del joven demócrata, protagonista de un fenómeno popular que a punto estuvo de teñir de azul el Estado conservador por antonomasia con una agenda progresista sin complejos.

Igual de injusto se antoja resumir con la frase “el trumpista Ron DeSantis será el nuevo gobernador de Florida” la batalla que ha perdido el candidato demócrata Andrew Gillum, afroamericano de 39 años, progresista también sin tapujos.

En el Estado de Florida, que votó por Trump y antes dos veces por Obama, los demócratas tenían el campo de pruebas más puro para valorar cuál es la mejor manera de enfrentarse al presidente republicano en 2020. Además de Gillum, concurría anoche en Florida Bill Nelson, blanco, septuagenario, centrista, que buscaba un escaño en el Senado. Dos candidatos que representaban los dos polos del partido. Aunque por escasos márgenes, ambos han sido derrotados.

Sí ha ganado, como no podía haber sido de otra manera, otra estrella emergente, la jovencísima Alexandria Ocasio-Cortez, de 29 años, en el muy demócrata distrito neoyorquino de Queens. Será la congresista más joven del Capitolio. Pero quizá más meritoria ha sido la victoria de Max Rose, candidato a la Cámara baja por Staten Island, hasta ahora la única mancha roja en la Gran Manzana. Staten Island votó por Trump en 2016, pero Rose se ha impuesto al candidato republicano con un mensaje centrista y destacando su condición de veterano de la guerra de Afganistán por encima de su filiación partidista.

Otro demócrata moderado, el senador Joe Manchin, ha sido reelegido en Virginia Occidental, donde Trump ganó en 2016 por más de 40 puntos. Para apelar a esos votantes trumpistas, Manchin llegó a votar con los republicanos a favor de la nominación de Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo. Pero los también moderados John Donnelly y Heidi Heitkamp, de los crecientemente conservadores Estados de Indiana y Dakota del Norte, han perdido su escaño contra sus contrincantes republicanos.

Las elecciones ofrecen argumentos a todas las corrientes, izquierdista y centrista, ortodoxa y heterodoxa, joven y veterana, que se medirán en las primarias para candidato a presidente, que se abrirán oficiosamente una vez digeridos los resultados.