Tinelli los tiene a todos bailando

Por Diego Schurman



 Él es el rey. El rey del rating. El rey de la televisión argentina. Es Marce. Es el cabezón. El que se comía los alfajores de un solo bocado. El de los bloopers. El del Bailando. El que hace bailar a todos.

Pero sobre todo a los políticos. Porque Marcelo Tinelli —de él se trata— no es peronista ni radical, aunque su viejo haya sido peronista y su abuelo radical. Marcelo es tinellista.
Tinellista de la primera hora. O sea, hace y deshace para él. No fue kirchnerista, como le endilgaron cuando criticó a Mauricio Macri. Fue tinellista, ¿se entiende?

Ti­ne­llis­ta. Por ahí pocos recuerdan que en las postrimerías del gobierno de Cristina Kirchner, después de su fracasado ingreso a Fútbol para Todos, la tirria con la ex presidenta resultó indisimulable. Le decía irónicamente "profesor" a Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete que le había prometido manejar los hilos del fútbol, y también tiraba munición gruesa a La Cámpora, a la que responsabilizaba de su desdicha en las negociaciones.

Probablemente Tinelli imaginó que la sociedad con Cristóbal López, a quien le vendió el paquete mayoritario de Ideas del Sur, se convertiría en un trampolín hacia la expansión de sus negocios. Pero se equivocó. Ese anhelo de convertirse en el mandamás del fútbol también lo hizo chocar con el actual presidente, a quien castigó con sus imitadores.

Cuando Macri llegó al poder, desconfiado de Tinelli, evitó tenderle la alfombra roja en la AFA. No de manera frontal, porque cuando se habla de dinero y poder, todos son grandes jugadores de poker. Pero Tinelli no se rinde, sabe que es un peso pesado en estas lides. Y eso quedó demostrado en los acuerdos comerciales de los últimos años. Acuerdos comerciales que revelan, simultáneamente, la avidez de la clase política por tenerlo de su lado o, en el peor de los casos, neutralizarlo.

¿De qué estamos hablando? En el 2015, año de las campañas presidenciales, Tinelli tenía cerrados acuerdos con: 1) Daniel Scioli. Gracias a la venia del ex gobernador era la cara de Provincia Seguros, del Grupo de Banco Provincia; 2) Mauricio Macri. Su buena sintonía con el todavía jefe de gobierno porteño le permitió tener el sponsoreo del Banco Ciudad para la camiseta de San Lorenzo; 3) Sergio Massa. El entonces intendente de Tigre le puso a disponibilidad escenarios naturales del distrito para grabar sus programas televisivos. Scioli, Macri y Massa, los candidatos del podio, los que en 2015 tenían más chances de llegar al poder.

Los tres fueron, además, parte de su show televisivo. Fueron al pie del conductor. Por esos días Macri, incluso, lo galardonó en la Ciudad como "persona destacada de la cultura". A riesgo de ser reiterativo, Tinelli trabaja para el partido de Tinelli. No es un mercenario K ni el monstruo de la "corpo" ni mucho menos un adscripto a la causa de Cambiemos. Sí, es cierto, en el último mes cenó con Macri y nunca renegó de su amistad con Horacio Rodríguez Larreta. Pero también se juntó con Massa y Francisco de Narváez. Y tendió puentes con Miguel Ángel Pichetto y Eduardo Duhalde.

Y consolidó su vieja relación con Florencio Randazzo. Y, como si fuera poco, se enteró por una entrevista publicada la última semana en Infobae del interés de Juan Manuel Urtubey de sumarlo a su proyecto presidencial. Es así. Tinelli los tiene bailando a todos. Bailando por un sueño. El conductor­empresario estrella de la TV ya dijo que no descarta meterse en política. Amaga, coquetea y rosquea. ¿Con quién cerrará? Con todos y con ninguno. Porque Tinelli no jugará para nadie más que para él.

Porque Tinelli es un tinellista full time, competitivo, ambicioso, poderoso y expansivo. En un escenario de crisis su figura crece y encima tiene allanado gran parte del recorrido porque a los famosos, como él, ya los conocen. Ni siquiera requiere del trampolín de San Lorenzo, como sí Macri necesitó de Boca. Y, además, tiene un aliado indestructible. Se llama rating. Y ese rating es lo que hace doblegar al poder frente a él, frente a Marcelo Hugo Tinelli, quien se erige como el verdadero poder, aunque el rating no sea sinónimo de