Alemania no paga con tarjeta





Por Belén Kayser (Berlín)


Una de la tarde en Berlín. Recorro la Oranienstrasse con dos amigas buscando un sitio donde comer en festivo. Si encontrar un local abierto en un día como este es un milagro, encontrar uno que además acepte tarjetas, requiere de una alineación de astros mucho mayor. Uno de cada dos alemanes prefiere pagar en efectivo y los locales no se complican la vida. La Oranien es una de las calles más hipsters de Berlín. Los cafés veganos se alternan con locales de productos turcos y la comida asiática barata comparte acera con el restaurante del inventor del kebab; es cierto que su cercanía a la insegura Kottbuser Tor le podría quitar adeptos, pero todo lo contrario. En resumen y haciendo un cálculo rápido… en esta calle se mueve mucho dinero.

Avistamos nuestro milagro en mitad de la Oranien. Las señales no fallan. Su logo es una virgen, aunque zombie, y el toldo es verde esperanza. Además, mexicano y condecoradísimo por todas las guías del ocio. “¿Aceptarán tarjetas?”, pregunta la más veterana en la ciudad. “Eso de ahí seguro que es un datáfono”, añade mi otra amiga señalando en el mostrador lo que claramente es una calculadora. ¡Alerta, spoiler! La cuenta fueron unos 14€ por cabeza. ¿Y la calculadora…? Era una calculadora. Ni rebuscando en el bolso, bolsillos y forros de la cazadora conseguimos juntar el dinero. Eso que dicen de que los españoles hacemos las maletas de vuelta antes de adaptarnos, es totalmente cierto. Creo que si aguantamos tanto es, en parte, porque esperamos que acepten nuestras tarjetas. Toca echar a suertes a quién le toca andar 15 minutos hasta el banco más cercano. El cajero de enfrente no vale. Es genérico, eso quiere decir que por no ser banco amigo cobran una comisión de 3,99€.

Campeamos la situación gracias a la bici y a conocer la ciudad, pero los turistas podrían tener menos suerte en la aventura porque, aunque hay comercios que pegan un cartel en la puerta “Keine Kartenzahlung möglich…!” (no se acepta ningún tipo de pago con tarjeta), no siempre se informa, y a ver qué hace uno con una cuenta de 50€ y sin efectivo ni cajeros a la vista. Esta situación, que nos puede parecer un drama del primer mundo, es perfectamente normal en el país de Merkel. Los raros para ellos somos el resto del mundo; de hecho no tienen ningún reparo en demostrártelo con un gesto de desaprobación cada vez que les preguntas si aceptan tarjetas. Y ahora veremos por qué.

El temor a quedarse sin dinero

Si a usted le aborda un encuestador a la entrada del metro y le pregunta: “Suponga que se queda sin dinero en efectivo un día y la única forma de pago que tiene es con tarjeta o pago electrónico… ¿Qué le parecería esta situación?”. El español medio pensará: “pago con tarjeta si la admiten y si no le pido a un amigo o me voy a sacar a cualquier cajero”. En resumen, que no le supondría un problema, ¿verdad? ¿Sabe lo que opinan, según la asociación de bancos alemanes –Bankenverband– los ciudadanos de estos lares? “Schlecht”, que es, como su sonoridad indica, terrible.

Quedarse solos ante el peligro con una tarjeta y sin bargeld (efectivo), sería horrible para el 67% de los alemanes. Otro 24% cree que eso “no estaría demasiado bien”; sólo el 8% lo aprueba y hay un 1% al que se la trae al pairo. Preguntados por su método favorito en igualdad de condiciones, según este informe, facilitado por el Deutsche Bank, gana el efectivo con casi la mitad de los votos (47%) frente al 22% de la tarjeta. Sé lo que están pensando. ¿Entonces, cuánto dinero lleva encima un alemán? Es difícil de saber, aunque hace poco la Reserva Federal, que apuntaba a que hasta el 82% de los pagos en Alemania se hacen en efectivo, publicaba datos de varios países y redondeaba la suma alemana en 110€. También sabemos que saca del cajero varias veces al mes y pide entre 100 y 200€ en el 45% de los casos. El 25% de los germanos se llevan de 300 a 500€ y hay un 6% que saca más de 500€ de cada vez. Aunque es cierto, que este pueblo no es amigo de irse de compras en plan película, es más de tiendas pequeñas donde aceptan sus tarjetas o solo efectivo. De hecho, la sociedad lleva tiempo pidiendo eliminar los billetes de 500€.

Pero esta forma de pagar está tan arraigada en el adn alemán que hasta se educa en esa dirección. Por ejemplo: si uno se matricula en la escuela oficial de idiomas, el tema dos es precisamente el excepcional modelo alemán, una mezcla de efectivo, transferencias y tarjetas propias, como la EC Karte o Girocard. ¿Se estudia en el primer nivel? No, no, en el B2.2, cuando ya eres capaz de entenderlo. Lección: ‘En forma para las finanzas’, página 26, traduzco: “La EC Karte, la transferencia y el efectivo son los métodos de pago más seguros”. ¿A que ahora se siente como… como… como más alemán?

La obsesión por el ahorro

Ahorrar es casi una cuestión ética desde el kindergarten (guardería). No es raro ver a niños de menos de diez años un domingo por la mañana frente a su portal, aprovechando que las aceras son bien anchas, con una manta en la que exponen sus juguetes viejos, los venden… y lo que sacan, a la hucha. Como dice Andreu Jerez, corresponsal de El Confidencial: “Endeudarse tiene una implicación moral negativa en Alemania, schuld significa tanto deuda como culpa”. Ahorran tanto, explica “que tienen un déficit cero pero en muchos pueblos sus infraestructuras se caen, porque prefieren ahorrar a gastar”.

Dorothea Schäfer, directora de investigación de mercados financieros del DIW (Deutsches Institut für Wirtschaftsforschung-Instituto alemán para la investigación económica) se sube al argumento del ahorro: “A los alemanes no les gusta estar en balance negativo y pedir un crédito es algo completamente impopular”, e insiste en que “si pagan en efectivo, después no necesitan tener que revisar los movimientos de sus cuentas”. Bah, sí, claro que era una indirecta, pero los españoles estamos acostumbrados a la mirada de desdén de los alemanes cuando hablamos de finanzas, porque creen que nuestra historia reciente les da la razón en cualquier caso.

¿Pero por qué este miedo al plástico? Pues precisamente por su historia, pero no exactamente la reciente. Frank P. es doctor en Filosofía y da clases en la universidad. Berlinés de nacimiento, vivió la segunda guerra mundial, la guerra fría y la caída del muro y ahora es propietario de un edificio de viviendas Mitte, posiblemente el distrito más caro de de la ciudad. Su punto de vista sobre la aversión al crédito, aunque peculiar, representa muy bien al berlinés medio que sacó partido a la historia: “Perdimos dos guerras y aprendimos a sobrevivir siendo pobres, a sobrellevar a la reunificación, todo esto nos ha enseñado a ser ahorradores”. La hiperinflación, la guerra fría y sus espías, la pobreza extrema… Todo esto les ha hecho desconfiar de absolutamente todo lo que no se pueda ver y tocar. “Es algo llevamos en los genes, por eso no nos endeudamos”, explica este profesor. “El crédito se considera un riesgo”, añade la portavoz de DIW, “porque la gente quiere comprobar regularmente los movimientos de la tarjeta y con la de crédito sólo puede hacerlo una vez al mes”.

Llegados a este punto, no desvelamos nada si contamos que detrás de todas estas cifras se esconde en realidad la personalidad alemana: el ahorro y el control. El 61% de los encuestados sostiene que si paga en efectivo controla mejor lo que gasta y dónde lo hace. La directora de investigación de mercados financieros del DIW avala este dato y va más allá: “Pagar con tarjeta de crédito es un hecho muy nuevo en nuestro país”, explica. Es cierto, escuchar esto desconcierta, pero francamente, los conceptos de débito y crédito generan tal confusión que en ocasiones es difícil explicar a un alemán qué es una tarjeta de crédito y qué es una de débito.

Las conversaciones

Viviendo en Alemania me he visto envuelta en no pocas conversaciones sobre las tarjetas. Recuerdo una de ellas, durante la cual un universitario ya entrado en la treintena justificaba el efectivo por la desconfianza que tienen los alemanes en cualquier pago electrónico que no sea de un banco de origen germano. Es decir, ni visa, ni Mastercard ni American Express, sólo la Maestro y EC o Girocard, o sea, las suyas. Comiendo un día con una antigua jefa, a la hora de la cuenta me quejé de que no aceptaran mi tarjeta de débito y no conseguí hacerle entender la diferencia entre una tarjeta de débito y otra de crédito. Me quedé con la sensación de que consciente o inconscientemente para ella no había diferencia. Cuenta el periodista Andreu Jerez que su banco, la Sparkasse, le recomienda “usar la visa sólo en el extranjero y la EC o Girocard, que es de débito, en los comercios alemanes”.

Otro de los aspectos que parece conflictivo para los germanos a la hora de pagar con tarjeta es la sensación de falta de privacidad. Según este informe de la Bankenverband, uno de cada cuatro encuestados pone en valor la privacidad de sus movimientos, y pagar con tarjeta es sinónimo de dejar un rastro. ¿Paranoia? “No, es que no quieren que se sepa en qué se gastan el dinero”, explica Marina Forteza, colaboradora de El Economista en Alemania, “cada cierto tiempo la prensa alemana abre periódicos con la amenaza del robo de datos, de la seguridad de internet, de las tarjetas… Aquí les preocupa mucho su privacidad, posiblemente por un pasado como el suyo, donde la Stasi seguía prácticamente viva en los 90”.

Ese celo por la esfera privada e incluso a la austeridad, sin embargo, está cambiando. En parte, influenciada por la llegada de inmigrantes de todo el mundo, “especialmente de Asia, América y el resto de Europa”, nos explica una portavoz del Deutsche Bank, “está girando esta situación y cada vez más se demanda el uso de aplicaciones móviles y tarjetas para pagar”. Margarita Ruby, dueña de la librería La Rayuela, ubicada en el barrio turco de Kreuzberg, profundiza en el asunto. De padres españoles pero nacida y criada en Alemania, Ruby se ha resistido durante años al famoso TPV, o datáfono. “Durante mucho tiempo tenías que pagar 50€ por el alquiler y tener uno para las tarjetas ordinarias y otro para las alemanas, en un negocio como el mío, sale muy caro”. Preguntada por si cree que ha perdido clientes por este motivo, ella cuyo público objetivo son españoles, defiende que da la opción de pago por transferencia bancaria, pero no le parece un problema.

¿Qué pasaría si el negocio de Margarita estuviera en un barrio de clase media en Madrid? Hemos preguntado a un negocio de características similares, sobre la misma cuestión. Alejandro Muñoz es encargado de una zapatería del madrileño barrio de Peñagrande y su balance es parecido. “No compensa” tener datáfono en negocios que mueven poco dinero al mes, “porque se pierde dinero entre el mantenimiento, el alquiler del terminal y la comisión por compra”, pero aún así sabe que no puede hacer “la revolución a los bancos”. “Lo intentamos y hubo gente a la que le pareció una decisión acertada por principios, pero perdíamos clientes”.

Visto lo visto, y con estos datos en la mano, los próximos años se avecina un drama en Alemania. En primer lugar, porque las nuevas generaciones han heredado este afán por llevar dinero encima. Jóvenes de 14 a 17 se decantan por el bargeld en un 78% de los casos, aunque es cierto que cuando cumplen la mayoría de edad, este porcentaje se reduce. ¿Quizá es que ven más fácil el pago vía móvil? Pues no, tampoco. De hecho, a más de la mitad (57%) no les gusta dejar sus compras en manos del teléfono móvil. Y en segundo lugar porque el resto de Europa se dirige hacia la desaparición total del plástico y el teléfono para luchar contra el blanqueo de dinero. La cashless society es casi ya una realidad en Suecia y la penetración de teléfonos móviles en Europa hace imaginar un euro 3.0 en menos de lo que pensamos. Entonces, será interesante ver qué pasa en Alemania. Confieso que me genera tanta curiosidad como impaciencia.