Trump echó al director del FBI


Trump destituye al director del FBI por el caso de los emails de Clinton

El presidente liquiedó a Comey después de que este reconociese que se equivocó en su declaración bajo juramento


James Comey presta juramento antes de testificar en el Senado, el pasado 3 de mayo.


Donald Trump es un superviviente. Antes dispara que calla. Y así lo ha demostrado con el director del FBI, James Comey. El presidente de EEUU puso fin hoy a su carrera. Pocas horas después de que Comey reconociese errores graves en su declaración ante el Comité Judicial del Senado sobre el caso de los correos de Hillary Clinton, la Casa Blanca anunció su destitución fulminante. Para justificar la caída del director del FBI, que se enteró cuando hablaba con sus empleados en Los Ángeles, Trump se apoyó para sorpresa general en una repentina recomendación del fiscal general y su ayudante que consideraron inadmisible su comportamiento por haber cerrado en julio pasado el caso de los emails de Clinton sin haber permitido a la fiscalía actuar. Una medida que Trump nunca perdonó, pero que tanto demócratas como republicanos daban por zanjada. Comey había sido elegido por Barack Obama y terminaba su mandato en 2023.

El presidente ha esperado al momento exacto. Aunque llegó a defender a Comey en público durante la investigación de la trama rusa, su resquemor hacia él era profundo. El multimillonario republicano siempre usó el caso de los correos de Clinton como una fuente inagotable de dolor para su rival. Sin haberse demostrado jamás ilegalidad alguna, Trump presentó en campaña el asunto como una cuestión delictiva. Era la prueba, a su juicio, de que no se podía confiar en Clinton para la presidencia.

El cierre en julio pasado del caso, circunscrito al uso del correo privado para misivas oficiales, generó una ola de críticas desde las filas de Trump. No admitían que su principal surtidor de pólvora electoral quedará clausurado. Por ello, cuando Comey, en octubre, a solo 11 días de las votaciones, reabrió fugazmente el expediente, el republicano saltó de gozo. "Esto lo cambia todo; es la mayor historia desde el Watergate", proclamó.

La alegría le duró poco. A los tres días, Comey dio marcha atrás y volvió a dar carpetazo. En el camino, quien había quedado dañada era Clinton. Su credibilidad había sido puesta en duda en la recta final de la campaña.

Traidor para todos


James Comey era hasta ayer un traidor para los demócratas. Esa era la acusación que ha pesado todos estos meses sobre él y que este trató de sacudirse en su comparecencia la semana pasada ante el Senado. Ahí se mostró dolido por las dudas sobre su conducta e insistió en que su única motivación fue el interés general y la transparencia. “Haber ocultado la reapertura de las pesquisas habría sido catastrófico y hubiera acabado con el FBI”, sentenció. Sus palabras no cambiaron la actitud de Hillary Clinton ni de si partido. Pero lo que nadie esperaba es que el ataque le viniese ahora directamente de Trump y de su fiel amigo, el fiscal general, Jeff Sessions. Aprovechando el reconocimiento de los errores, dispararon a quemarropa contra Comey y le hicieron pagar el cierre del caso en julio pasado. Algo que Trump siempre dijo que había sido un favor para Clinton. La candidata demócrata es ahora quien nuevamente está en la diana. Y Trump viene dispuesto a apretar el gatillo.

La victoria de Trump hizo desaparecer el asunto del primer plano. Aunque el presidente no dejó de atacar esporádicamente a Comey a cuenta de ello e incluso recordó en un tuit que había otorgado a Clinton "un pase libre para muchos actos malos", su ascenso a la Casa Blanca y la propia confirmación en el cargo del director del FBI alejaron el fantasma de la venganza. Hasta ayer.

Cuando nadie se lo esperaba, el fiscal general, Jeff Sessions, y su ayudante, Rod Rosenstein, dos conocidos halcones, dieron la estocada a Comey. En un escrito que revela una operación largamente preparada, Rosenstein establece que la actitud de Comey durante el caso de los emails de Hillary Clinton “no puede ser defendida” y que la” reputación y la credibilidad del FBI han quedado severamente dañadas”.

“No entiendo su rechazo a reconocer el juicio casi universalmente reconocido de que estaba equivocado. Casi todo el mundo admite que cometió graves errores. Se equivocó al usurpar la autoridad del fiscal general el 5 de julio de 2016 y anunciar el cierre del caso. No corresponde al director del FBI hacerlo. Como mucho debería haber dicho que el FBI completó su investigación y haber presentado sus conclusiones a los fiscales”, sostiene Rosenstein. A partir de esta conclusión, el fiscal general recomienda un “nuevo comienzo” y que se elija a alguien que siga fielmente las reglas.

Todo este arsenal le sirvió a Trump para despedir a Comey “por no ser capaz de dirigir efectivamente el FBI”. La abrupta maniobra revela la sumisión de la fiscalía a los designios de Trump, que siempre pidió que el caso de los email siguiese abierto. Una posibilidad que puede renacer con un director del FBI más proclive.

La caída de Comey coincide además con el reconocimiento de sus errores en su comparecencia bajo juramento ante el Comité Judicial del Senado. En su declaración señaló que el FBI había encontrado el pasado otoño miles de correos de Huma Abedin, la mano derecha de Clinton, en la computadora de su marido, Anthony Weiner. Este hallazgo, según el director del FBI, propició, a falta de 11 días para el fin de la campaña electoral, la reapertura de la explosiva investigación por los emails de la ex secretaria de Estado (2009-2013). “Abedin seguía una práctica rutinaria de reenviar correos electrónicos a él, creo que era para que los imprimiera y para que ella se lo pudiera entregar a la secretaria de Estado. Abedin reenvió cientos y miles de correos, algunos de los cuales contenían información clasificada”, testificó Comey.

Estas afirmaciones, sin embargo, resultaron falsas y el propio FBI tuvo que desmentirlas hoy en una carta pública. Los investigadores determinaron que Abedin, lejos de los miles de correos citados por Comey, solo reenvió ocasionalmente unos pocos emails a su marido. Tampoco se trataba de una práctica rutinaria. Y ninguna de las misivas llegó a ser considerada entonces como secreto, aunque posteriormente se determinó que un pequeño número de ellos contenía información clasificada.

Este reconocimiento de un error mayúsculo en un caso de tanta trascendencia política suponía una bomba de relojería para Trump. La reapertura de la investigación ha sido considerada por Clinton, junto con el ciberataque ruso, como la causa de su derrota electoral. Comey, bajo esta perspectiva, fue un traidor que por motivos torcidos reabrió un caso ya periclitado en un momento extremadamente delicado de la campaña, lo anunció a bombo y platillo y, una vez hecho el daño, lo cerró al no descubrir nada ilegal.

Con la aceptación de su error, la fisura que se abría era pavorosa para Trump. Si el director del FBI había faltado a la verdad al explicar el motivo de la reapertura del caso, su polémica actuación en la campaña quedaba en entredicho. Y Trump, su principal beneficiario, también. Ante la posibilidad de un escándalo aún mayor, Trump tomó sin dilación la abrupta decisión de despedirlo. Y así acabó Comey. Despreciado por los demócratas y humillado por los republicanos.