Ganó Trump



Trump venció a Hillary y es el presidente electo de EEUU



El republicano Donald Trump se convirtió en el presidente electo de Estados Unidos al obtener un resonante triunfo sobre la demócrata Hillary Clinton en unos comicios cuyos resultados sorprendieron al mundo.

El Partido Republicano, además, obtenía mayorías en en las dos cámaras del Congreso.
Contra los medios que masivamente apoyaron a Hillary, contra su partido que no lo bancó. Bush declaró que votó en blanco, sus competidores en las primarias no sólo que no lo apoyaron, sino que reconocieron que no lo votarían, contra "la intellingentzia", que lo denostó permanentemente. Contra los líderes de los otros países, que lo atacaron y jugaron para Clinton, contra los empresarios que le sacaron el apoyo financiero, y lo ahogaron. Contra todos ganó Trump.


La elección presidencial deja a la mayor economía del planeta ante una profunda división política, y al resto del mundo en alerta debido a las preocupaciones y la incertidumbre que despertaron las propuestas de Trump, centradas en un discurso anti globalización y por momentos xenófobo.

En un desenlace que recordó al Brexit y al impactante "No" de los colombianos al acuerdo de paz con las FARC, Trump ganó la Casa Blanca enfrentando a la élite política y mediática del país, incluyendo a buena parte de su propio Partido Republicano.

Para sus votantes, en su mayoría blancos de clase trabajadora, la victoria del magnate inmobiliario es un auténtico milagro que reescribe los manuales sobre cómo se hace política en un país con millones de personas desencantadas con la dirigencia tradicional.


Denostado por la elite del país, Trump tocó una fibra en la sociedad de Estados Unidos y construyó un movimiento formado, mayoritariamente, por trabajadores blancos, sin título universitario, que se han sentido relegados y dejados de lado por el progreso del país en los últimos años.

"Los hombres y mujeres olvidados de este país no volverán a ser olvidados", prometió Trump, en su discurso de victoria, el más moderado desde que lanzó su candidatura.

Su mensaje nacionalista y proteccionista, en contra de los acuerdos de libre comercio, prendió muy bien en el norte y el centro del país, el "Rust Belt", la región que más ha sufrido el éxodo de fábricas que provocó la globalización, y la pérdida de empleos por los avances tecnológicos.

Para tantos otros, en cambio, es un salto al vacío y un retroceso para un país de enorme diversidad cultural y deseoso de una mayor igualdad de género, así como una amenaza a las conquistas logradas por el presidente saliente Barack Obama, especialmente su reforma del sistema de salud.







Contra todos los pronósticos, Trump, de 70 años, se impuso en los decisivos estados de Florida, Ohio y Carolina del Norte, una notable demostración de fuerza en una reñida carrera por la Casa Blanca.




Trump escuchó lo que ni Hillary, ni los medios escucharon. Demandas que no transitaron los medios.




Al final, los norteamericanos volvieron a marcar un quiebre en la historia, pero no el esperado por los demócratas. Cuando asuma la presidencia, Trump se convertirá en el primer hombre en liderar a la primera potencia global sin haber ocupado jamás un cargo público. Será el líder de la primera economía mundial, y el comandante en jefe del ejército más poderoso del planeta.




Trump también dio batalla en los estados industriales del norte y noreste de Estados Unidos, como Michigan y Wisconsin, que habían acompañado al Partido Demócrata de Clinton y Obama en las elecciones presidenciales de las últimas tres décadas.







El republicano ganó también en Iowa, un estado industrial del Medio Oeste que había votado por los demócratas en seis de las últimas siete elecciones presidenciales y que Obama había ganado las dos veces que se postuló.




También triunfó en Pensilvania, donde un republicano no se imponía desde 1988.




El escrutinio se extendió entrada la madrugada, hasta que finalmente Trump superó los 270 votos electores necesarios para consagrarse presidente, según el sistema de elección indirecta de Estados Unidos.




La incertidumbre -o más bien la certeza de que una victoria de Trump era inevitable-, causó un desplome de los mercados en Asia y de los futuros del Dow Jones, reflejando el temor y pesimismo de los inversores ante lo que la presencia del republicano en la Casa Blanca podría implicar para la economía y el comercio global.

Clinton, un ícono de la política estadounidense de las últimas décadas, aspiraba a hacer historia como la primera mujer presidenta de Estados Unidos, tomando la posta de Obama, el primer mandatario negro del país.

Su pulseada política con Trump, un famoso empresario sin experiencia política, fue una de las más rencorosas y polarizadas de la historia reciente, exponiendo y profundizando la división de Estados Unidos.


Un sondeo de boca de urna reflejó esta polarización extrema. A nivel nacional, las mujeres apoyaron a Clinton, de 69 años, por márgenes de dos dígitos, mientras que los hombres se mostraron significativamente más inclinados a respaldar a Trump.

Más de la mitad de los votantes blancos optaron por el republicano, mientras que 9 de cada 10 afroestadounidenses eligieron a Clinton y dos tercios de los hispanos también respaldaron a la demócrata.

Trump gobernará con un Congreso bajo control total de los republicanos.

El camino de los demócratas hacia la reconquista del Senado se volvió virtualmente imposible luego de que los republicanos mantuvieran las cruciales bancas en juego en Carolina del Norte, Indiana y Florida,.

El partido de Trump también amplió su mayoría en la Cámara de Representantes, que es la más amplia desde 1928.

La ex secretaria de Estado ganó en Virginia, Colorado y Nevada, estados clave, y también se impuso en California, el estado más poblado del país y el que envía más delegados, un total de 55, al Colegio Electoral que elige al presidente de Estados Unidos.
Exultantes, cientos de seguidores de Trump celebraron ruidosamente en el bunker del candidato en un hotel de Midtown Manhattan.




En contraste, numerosos partidarios de Clinton, que esperaron durante horas en un centro de convenciones de la misma ciudad para celebrar su victoria, abandonaron el lugar cabizbajos, y poco después la campaña de la demócrata anunció que no daría el discurso que tenía previsto.




El republicano, nacido en Nueva York, ganó en Florida, Ohio, Carolina del Norte, Pensilvania, Gerogia, Texas, Arkansas, Indiana, Kentucky, Virginia Occidental, Oklahoma, Tennessee, Mississippi, Alabama, Louisiana, Montana, Carolina del Sur, Kansas, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska, Missouri y Idaho, entre otros estados.




Además de en Virginia, Colorado y California, Clinton se impuso en Nueva York -el estado donde reside-, Illinois -su estado natal-, Vermont, New Jersey, Massachusetts, Maryland, Rhode Island, Connecticut, Delaware, Oregon, Nuevo México y en el distrito de Columbia, entre otros.




Los latinos no fueron lo suficientemente activos y los varones blancos, en cambio, votaron con ganas: sintieron ganas de ir a votar y lo hicieron. Fueron protagonistas de la guerra interna que les propuso Donald Trump. Pusieron su rabia en las urnas.




El matrimonio entre los hispanos y el Partido Demócrata tiene poco más de 50 años. Muchos demócratas en el siglo XIX eran tan racistas que algunos hasta se opusieron al robo y la anexión de territorios que pertenecían a México. Y no porque respetasen la soberanía mexicana sobre California. El esclavista John Calhoun llegó a decir: “Nunca hemos soñado incorporar a nuestra Unión raza alguna que no sea caucásica: la libre raza blanca”. Agregaba: “Protesto contra la unión con México porque el nuestro es un gobierno de la raza blanca”. Recién en 1960, con John Fitzgerald Kennedy, los demócratas comenzaron a seducir a los hispanos o latinos. Lo lograron. Desde ese momento el voto mayoritario de la comunidad latinoamericana en condiciones de sufragar fue siempre para los candidatos del Partido Demócrata. El análisis final dirá hasta qué punto eso se concretó ayer en masa.




Según cifras de la ONG Votolatino.org cada 30 segundos un ciudadano norteamericano de origen latino cumple los 18. Son 803 mil en un año. Esa progresión hizo que en estas elecciones los latinos alcanzaron los 27,3 millones de votantes potenciales. Pero no todos se registraron pese a la campaña popular para que lo hicieran. Y ni siquiera todos los registrados votaron. Ya en 2012 el 41 por ciento de los latinos no se había inscripto para votar, un fenómeno muy marcado entre los menores de 30 años.




La otra organización importante además de Voto Latino es CHCI, un instituto motorizado por los congresistas de origen hispano que preside la representante (diputada) Linda Sánchez, hija de inmigrantes mexicanos. En el directorio figuran también los ejecutivos latinos de corporaciones, como Rudy Beserra de Coca-Cola, Ed Loya de Dell, Mario Lozoya de Toyota, y una dirigente sindical como Esther López, de los trabajadores de comercio.




Naturalmente no todos los dirigentes latinos son demócratas. Dos de los derrotados por Donald Trump en la interna republicana fueron Marco Rubio y Ted Cruz. Dos hispanos.




Y es obvio que, en la historia de las últimas décadas, los latinos que llegaron al Departamento de Estado no fueron los más flexibles hacia los cambios en el sur del continente. Basta pensar en el ex embajador en la Argentina Lino Gutiérrez o en el ex subsecretario de Asuntos Interamericanos Roger Noriega, un promotor de las acciones contra los gobiernos de Cuba y Venezuela y coautor de la ley Helms-Burton de 1996 que completó el bloqueo contra la isla castigando a las compañías de terceros países que comerciaran con ella.




En buena medida las posiciones políticas de la élite latina conservadora estuvieron determinadas por el conflicto con Cuba y la influencia del lobby anticastrista de Miami guiado por la Fundación Cubano Americana de Jorge Mas Canosa.




El lobby cubano de ultraderecha no desapareció pero perdió influencia por razones biológicas (las nuevas generaciones no tienen el odio de las viejas, un odio forjado en la Guerra Fría o en el propio exilio), por la mayor plasticidad de La Habana y por el crecimiento relativo mucho mayor de los latinos originarios de otras comunidades, notoriamente los de origen mexicano. Este contingente no tiene la política exterior como tema principal de su agenda sino las cuestiones de radicación, de trabajo y de comercio.




En los años 60 los latinos se preocupaban por el chicano pobre. En los ‘90 por el refugiado debido a la crisis mexicana, la violencia narco y la violencia de la guerra antinarco. En un ensayo recogido por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales el investigador José Manuel Valenzuela Arce escribió que ya no se puede entender qué sucede en México sin comprender el México de afuera, las redes comunitarias transnacionales y las industrias culturales. La frontera de tres mil kilómetros es a la vez un tema permanente y un límite que otros fenómenos traspasan y superan sin que por ello la supriman.




Los Estados Unidos de hoy no se entienden sin la migra, el servicio de patrullas que impide el cruce de los mexicanos hacia tierra norteamericana y luego persigue a los ilegales. En el mercado mexicano de Los Angeles la mayor cantidad de cartelitos promociona abogados especialistas en litigios de residencia. Y los que pasaron los obstáculos legales, ¿votan?




Canta Lila Downs: “Los hombres barbados vinieron por barco/ y todos dijeron mi Dios ha llegado/ ahora pal’ norte se van los mojados/ pero no les dicen welcome hermanos”. Y también: “Si el dólar nos llama la raza se lanza/ si el gringo lo pide al paisa le cuadra/ los narcos, la migra y el border patrol/ te agarran, y luego te dan su bendición”. Downs, de 48 años, nació en Oaxaca de madre indígena y padre norteamericano y a los 14 se radicó en los Estados Unidos.




Según escribió el estudioso Arturo Santa Cruz en el libro “La segunda presidencia de Obama”, que compiló el chileno Luis Maira, el voto latino en los Estados Unidos tiene dos raíces. Por un lado la raíz económica. En 2013 el ingreso promedio de los hogares latinos es de 38.039 dólares anuales, contra 51.861 dólares promedio de los hogares blancos. Los negros están todavía peor: 32.584 dólares de promedio. Entre los latinos la tasa de desempleo es tres puntos mayor que entre los blancos. Salvo en los estratos superiores, como los ejecutivos de Wall Street, hasta 2012, al menos, la relación entre voto y nivel socioeconómico fue directa. En las anteriores elecciones el 63 por ciento de los votantes con ingresos inferiores a 30 mil dólares anuales votó por Barack Obama. Tantos perjudicados, ¿votaron?




La otra raíz del sufragio es identitaria y hace que incluso sean mayoría los latinos que votan a los demócratas entre los sectores con ingresos superiores a los 80 mil dólares. La identidad es la noción de pertenencia a un mismo grupo social construida de manera muy fuerte en las marchas por la igualdad de los migrantes después de los años 60 e incluso en los 80. En las encuestas el 100 por ciento de los latinos o hispanos se identifican como tales. Lo hacen por esa idea de pertenencia, por lucha contra la discriminación o en menor medida como primer paso para emprender acciones colectivas.




La mayoría de los latinos piensa que el Partido Republicano o no se preocupa por ellos o es abiertamente hostil hacia los hispanos. Un espanto que el discurso racista de Trump. Sin embargo, el miedo no se convirtió en una fuerza política arrolladora capaz de vencer la inercia para que, más allá de sus creencias pasivas, los latinos se hicieran practicantes del voto. Esta ecuación entre crecimiento demográfico y nivel de sufragio efectivo será clave para un país donde, en 2060, los hispanos serán 138 millones. Uno de cada tres norteamericanos del futuro.




El Estado de Florida es el pulmón de la victoria. Sin los votos mayoritarios de estas tierras de sol y playas lujuriosas, de ricos extravagantes y latinos que forjaron la historia de la región, las puertas de la Casa Blanca permanecerían cerradas. En las elecciones del 2000, el entonces candidato demócrata Al Gore perdió la elección presidencial por 537 votos ante el republicano Georges Bush. Esa diferencia hizo pasar Florida a las arcas de Bush y certificó su acceso a la Casa Blanca. Los sondeos eran apretados. Algunas encuestas le daban una ventaja de un punto y medio a la candidata demócrata, muy poco en el contexto de un Estado que cambia su orientación con la rapidez de una ola. Los partidarios de Donald Trump sostenían con fe mística que el embrutecedor de multitudes ganaría por una mezcla de voluntad popular y contribución divina. La historia electoral no permitía sin embargo tanto optimismo, al menos en lo que atañe a las tan buscadas minorías. Desde 1976, los hispanos de Estados Unidos le dieron su voto a los demócratas, sin interrupción. Lo mismo ocurrió con el voto de los afroamericanos. El Rope Center contabilizó en 2008 un 95% de los votos de los afroamericanos a favor de Barack Obama. En cuanto a las mujeres, su voto también se inclina, aunque en menores proporciones, hacia la balanza demócrata. Queda la decisión de los blancos. En este segmento, los porcentajes se invierten: en las últimas diez elecciones presidenciales los blancos de Estados Unidos eligieron a los republicanos. Allí se enredaba el enigma determinante de Florida.
El profesor Eduardo Gamarra recuerda que, en este Estado, “el 66% de los votantes está constituido por un electorado blanco muy sensible a los mensajes de Trump y del Partido Republicano”. Ese porcentaje y sus inclinaciones electorales se hace patente en cuanto uno se interna tierra adentro y se aleja de la ciudad cosmopolita. El mundo más rural es blanco y votó por Trump. Florida es también un receptor de ricos jubilados blancos, también proclives a Donald Trump. No se podía desdeñar ese dato, más las constantes históricas. Por ello el resultado era incierto y el voto de las minorías, su movilización, aún más capital esta vez que en otras consultas. Los especialistas analizan el voto hispano en dos entidades distintas: la de los cubanos norteamericanos, y la de los demás. Los primeros suman algo más del 35% de votos a favor de Donald Trump, los segundos apenas 8%. En Florida votaron cerca de un millón ochocientos mil hispanos del total de 12 millones de votantes que hay en este Estado. Es importante destacar el paulatino desapego del famoso voto cubano con respecto al Partido Republicano. Durante décadas, el cubano fue un voto cautivo de los republicanos y su narrativa anticastrista. Ya no. En 2012, 48% de los cubanos votaron por Barak Obama. Los cálculos ya mencionados situaban hoy ese voto en apenas 35% para Donald Trump. Pero el resultado desmiente esas proyecciones.La otra comunidad que tenía en sus manos el rumbo de historia fue la puertorriqueña. Entre ellos, la adhesión a los demócratas es masiva: 83% de los boricuas eligieron a Barak Obama en 2012. Las previsiones apuntaban a una mismo porcentaje en 2016, con el agregado de algo más de 200 mil portorriqueños que desembarcaron en Florida luego de la quiebra de Puerto Rico. Como se trata de un Estado Libre asociado, los portorriqueños tenían derecho a votar apenas llegaban a Estados Unidos. Sin embargo, ese aporte no bastó.
Los estados mayores de los partidos cuentan con una exacta cartografía electoral para calcular qué caudal del voto de las minorías es necesario para acceder a la Casa Blanca. En lo que atañe a los latinos, eran necesarios el 41% de sus votos para garantizar la presidencia (Obama sumó el 71% en 2012). Florida emitía hoy signos de derrota republicana, muy lejos de lo que ocurrió al final. En este Estado, la narrativa escatológica de Donald Trump no se reflejaba en la realidad. Es un Estado rico, con una taza de crecimiento superior en más de un punto y medio al promedio nacional. Además, vista desde Miami, la idea de un muro es un disparate. La ciudad es una babel. Se habla español corriente y mucho francés y créole traído por los inmigrados haitianos. La riqueza no proviene de la unicidad racial blanca, sino de la mezcla y el intercambio comercial frenético que fluye en los rieles de esa mezcla. La teatrología de Donald Trump, su imagen de unos Estados Unidos devastados o invadidos son son una comedia de mal gusto en Florida. Aquí se vive y se hacen negocios con los otros, vengan de donde vengan. Y pese a ello, el aspirante republicano puso su sello triunfal. “El muro es al revés: el muro no lo levantará Donald Trump en ningún lado. El muro lo levantamos nosotros los hispanos contra él. Somos el muro que no lo dejará pasar”, decía Hugo Fuentes, un hispano de origen portorriqueño muy comprometido con el movimiento anti Trump. Con el correr de las ofensas y los insultos del candidato republicano se fue formando una suerte de “contra efecto Trump”, según lo define Fuentes. Las repetidas groserías, al menos en Florida, parecían motivar a muchos hispanos salir a votar. Siempre se ha presentado el voto de esta minoría como importante, pero ahora, asegura Fuentes, “nuestra participación y nuestra decisión reviste un perfil histórico”. Los cálculos realizados a partir del llamado “voto adelantado” auguraban una participación record de los hispanos, tanto más cuanto que, desde las elecciones de 2012, la comunidad hispana suma cuatro millones de nuevos votante. Dos incógnitas centrales alimentaban el misterio: en primer lugar, se trataba de saber qué pasará no sólo en Florida sino en los Estados como el de Texas, California o Nueva York, donde se concentra el 52% de la comunidad hispana: en segundo, cuánto habrá de cierto en la movilización extraordinaria prometida por los latinos y promovida por las encuestas de NALEO y el Pew Hispanic Center. Esta minoría había sido, hasta ahora, la menos participativa en los procesos electorales: 48% contra el 64% para los blancos y el 67,4% para los afroamericanos. Según las encuestas de NALEO y del Pew Hispanic Center las diferencias del voto hispano entre Clinton y Trump son abrumadoras: entre 60 y 40 puntos. Irrecuperable a primera vista. La campaña de Donald Trump hacia estas minorías determinantes tuvo visos de suicidio político. El republicano apostó por el voto blanco y el voto resentido de los inmigrados. Acertó en Florida, el Estado más clave de todos. Su discurso, además, tornó cruciales el resultado en otros Estados como los de Nevada, Iowa, Arizona o Carolina del Norte. En cada uno de ellos, la presencia hispana es variable (entre el 5% y el 21% de los votantes. Según reveló de la organización Latino Decisions en un sondeo a pie de urna, más de dos millones de votantes hispanos suplementarios participaron en esta elección. Los resultados en Florida testimonian de un voto trumpista “escondido”. Dijeron una cosa, y votaron otra.

La historia da vueltas y elabora signos curiosos. El primer presidente negro de los Estados Unidos concluye su mandato y la designación del próximo dependía en gran parte del movimiento de las minorías.

Muchos famosos que apoyaban fervientemente a la candidata demócrata - como supieron ratificar al momento de votar - expresaron su indignación sin pelos en la lengua.

Lady Gaga pidió a América "que rece" por su futuro, mientras que Jessica Chastain reflexionó acerca del racismo que predomina en su país ("lo positivo de todo esto es que ya no podemos pretender que estamos libres de sexismo y racismo, la pregunta es ¿qué hacemos ahora?"). Por su parte, la cantante Cher aseguró que "el mundo no volverá a ser el mismo" y el director Paul Feig equiparó el triunfo de Trump con "el triunfo del odio, del bullying". Asimismo, la actriz Rashida Jones definió al día electoral como "oscuro" por los votos a un hombre que es "abiertamente egocéntrico, racista y sexista".

La productora Shonda Rhimes fue durísima con quienes votaron a Trump: "¿A tantos de ustedes no les molesta un hombre que agarra las partes y que es un xenófobo que dice 'allá está mi negro',¿en serio? ¿cualquiera puede ser presidente?". Por otro lado, el comediante Will Arnett invitó a la reflexión: "¿cómo les vamos a explicar esto a las minorías y a las mujeres?" disparó el actor.

Katy Perry , quien fuera una de las famosas voceras de Hillary, se sumó al pedido de protección de las minorías de Lady Gaga y aseguró que "nunca vamos a ser silenciados". La ganadora del Oscar Octavia Spencer confesó que no puede emitir las palabras "presidente electo Donald Trump" por lo raras que le resultan.