EEUU, un antagonismo que construyó la identidad de Fidel

Maricel Spini


"El presidente Obama puede pronunciar cientos de discursos, tratando de conciliar contradicciones que son inconciliables en detrimento de la verdad, soñar con la magia de sus frases bien articuladas, mientras hace concesiones a personalidades y grupos carentes totalmente de ética, y dibujar mundos de fantasías que solo caben en su cabeza", escribió Fidel Castro el 1 de junio de 2010 en una de sus habituales reflexiones.

Existe todo un volumen que recopila las opiniones del fallecido líder cubano sobre el presidente estadounidense que, finalmente, encarnaría un histórico proceso de acercamiento con La Habana ("Obama y el imperio", editorial Ocean Sur).

En todas ellas se hizo eco de las expectativas que desencadenó el primer mandatario negro de la mayor potencia del mundo y en cómo todas esas expectativas quedarían defraudadas por un simple hecho: "Es un fanático creyente del sistema capitalista imperialista impuesto por Estados Unidos al mundo".

Aun cuando el fragor de la Guerra Fría se extinguió, el antagonismo con los Estados Unidos permaneció en sepia, congelado en una lógica extraña a los tiempos de la globalización pero enmarcado en la realidad empírica: 638 intentos de asesinatos dirigidos por la CIA, Bahía de Cochinos, la Operación Peter Pan, la base de Guantánamo y el embargo económico.

No obstante, casi seis décadas después, la revolución halló a su Cuba comunista realizando reformas económicas y buscando una receta de apertura para asegurar su existencia. En esa realidad se enmarcó el inicio de la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Muchos declararon entonces que la revolución estaba herida de muerte.

"No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de guerra", fue la primera reacción de Fidel al anuncio de acercamiento de los gobiernos de Obama y de su hermano Raúl Castro.

El líder cubano tomó la bandera de una resistencia al proceso de normalización. Una resistencia tolerante puesto que, a pesar de estar alejado del poder desde 2006, ninguna de las grandes decisiones de la isla se ha tomado sin su consentimiento. Pero necesaria para mantener la mística de un proceso político que tras décadas comenzó a resquebrajarse.

"Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura", escribió en marzo de este año en Granma, una semana después de la visita de Obama a La Habana, la primera de un presidente estadounidense en 88 años.

"No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta", aseguró.

En política, los movimientos no sobreviven sin épica. Y la épica no se construye sin un mito fundante en el que el héroe combata a un rival. La confrontación con Estados Unidos es un rasgo identitario, fundacional, de la revolución.

En momentos en que las grandes ideologías están en crisis y en que Cuba transita un camino de apertura -aunque lo recorra lentamente-, Castro, ya débil y envejecido, asumió una última tarea por su revolución: ser el guardián hasta el último aliento de su propia construcción mitológica.

Lo hizo discursivamente, enfatizando, reescribiendo el enfrentamiento con Washington. Sabía, como líder, que en ese antagonismo se jugaba gran parte de su legado político.

"Las ideas comunistas permanecerán", afirmó en la clausura del VII Congreso del Partido Comunista Cubano en abril. Una orden a sus camaradas que envolvía también la expresión de un último deseo.

Quiso el destino que Fidel Castro muriera cuando el gobierno de Barack Obama, el único presidente estadounidense que en 57 años intentó poner fin a la dicotomía Washington-La Habana, está llegando a su fin.

Cuba sin su máximo líder no será la misma. Estados Unidos se prepara para cuatro años bajo la administración de Donald Trump, un outsider que llegó al poder destrozando los relatos de la política tradicional.

El mundo se adentra en tierras desconocidas. ¿Sobrevivirá el mito aun cuando los dos rivales que le dieron vida no reconozcan sus rostros?