En Londres Corbyn se afianza en el liderazgo del laborismo para consumar su giro a la izquierda

La rebelión parlamentaria queda neutralizada tras imponerse el líder con más contundencia aún (61,8%) que hace un año


El laborismo ha renovado a Jeremy Corbyn su mandato para tirar del partido hacia la izquierda y convertirlo en un movimiento popular que, sin prisas, trate de convertir el descontento que le ha afianzado en el poder en una victoria electoral para construir un Reino Unido diferente. El veterano socialista se ha vuelto a imponer en la batalla por el liderazgo, con dos puntos porcentuales más (61,8% de los votos) que hace un año. La rebelión de los diputados, capitaneada por el inexperto Owen Smith, queda así neutralizada. Pero el abismo que los separa de la militancia sigue bien profundo. Los movimientos de unos y otros en los próximos días permitirán comprobar si la llamada a la unidad que ha formulado el líder se traduce en una mano tendida a sus críticos, y si estos agacharán la cabeza y remarán a favor de una corriente que creen que les aleja de las preocupaciones del conjunto de los británicos.

Jeremy Corbyn, tras ser reelegido.


Unos y otros admiten que una prolongación de la destructiva guerra interna tiene el potencial de herir de muerte a un partido que ha gobernado el país durante la mitad de los años desde la Segunda Guerra Mundial. La victoria de Corbyn se conoció a las 12.00, hora de Londres. El líder ha recordado a aquellos militantes que apoyaron a su rival, Owen Smith, su deber de “unir, amar y construir el movimiento”. "Tenemos que ganar las próximas elecciones para transformar el Reino Unido y tenemos que hacerlo unidos", ha declarado Jeremy Corbyn.

El movimiento laborista de Jeremy Corbyn se ha convertido, ha recordado el líder, en el partido de político más grande de Europa en términos de militancia. El número de miembros se ha duplicado desde que hace ahora un año disputó y ganó, contra todo pronóstico, la batalla por la sucesión en el partido opositor desatada por la dimisión de Ed Miliband tras su derrota electoral en mayo de 2015. Con más de medio millón de afiliados, el laborismo supera la suma de las bases del resto de partidos británicos.

Sin embargo, sus expectativas electorales son, cuando menos, pesimistas. Los nacionalistas del SNP, casi hegemónicos ahora en Escocia, les han arrebatado medio centenar de escaños en Westminster cruciales para una mayoría laborista. La campaña por el referéndum europeo puso de manifiesto la desconexión del partido con una parte de su electorado tradicional, cuya preocupación por la inmigración no encontró en el laborismo una respuesta tan clara, para bien o para mal, como la que les ofrecía el populismo del UKIP. Los pobres índices de popularidad del líder entre el electorado general y la imagen de división, que contrasta con la presteza con la que los tories se repusieron de su propia crisis interna tras la victoria del Brexit, contribuyen a crear la imagen de un partido que está muy lejos de llegar al poder.

Los simpatizantes de Corbyn defienden que un año no es suficiente para juzgar la validez de un proyecto. El primer año del líder, de 67 años, al frente de la oposición no ha sido un camino de rosas. El aparato le negó siquiera una breve luna de miel para disfrutar su victoria y el ruido de sables en el grupo parlamentario sonó desde el primer día. La rebelión parlamentaria se materializó en una moción de confianza —disparada por el malestar ante la tibieza de Corbyn en la defensa de la permanencia en el referéndum— en la que 172 de los 230 diputados laboristas votaron contra él. La mayor parte de los miembros de su equipo de oposición dimitió.

Está por ver cuántos de esos diputados se tragan ahora su orgullo y se resignan a volver a los puestos claves de la oposición parlamentaria, expuestos a la evidencia de que no comparten muchas de las decisiones de su líder. Algunos han pedido que los puestos del Gabinete en la sombra, que replica las carteras ministeriales en la oposición, sean elegidos por los diputados, en vez de designados por el líder, para dotar de legitimadad democrática a su vuelta al redil. Otros se disponen a continuar su labor de oposición desde los escaños de atrás, lejos de un liderazgo que no comparten, o en comisiones de escrutinio parlamentario.

La amenaza de una escisión sigue sobrevolando el partido. Se habla de una formación centrista y proeuropea que pudiera atraer también a los liberal demócratas y a una parte de los conservadores. Pero el fantasma de la experiencia del Partido Social Demócrata, formado por rebeldes centristas en 1981, es difícil de obviar. Aquel partido acabó fundido con los liberales y desapareció. Fenómenos más recientes como el UKIP tampoco invitan a la aventura: con un 12% del voto nacional, ocupan solo un escaño. El sistema electoral británico, que otorga solo un diputado por circunscripción, castiga a los partidos emergentes y pequeños.

Este fin de semana arranca en Liverpool el congreso anual del partido y el ambiente se prevé lúgubre. La euforia por la victoria de Corbyn estará en otro escenario: en un insólito signo de división, los corbynistas celebrarán un evento paralelo, en la misma ciudad, impulsado por Momentum, la plataforma ciudadana que arropa a Corbyn, surgida en la anterior batalla por el liderazgo.