"Los empresarios nos decían que los militares habían salvado a la Argentina"





El periodista estadounidense Jack Markowitz reconstruye su visita al país en diciembre de 1976. Los diálogos con Videla, Díaz Bessone y Martínez de Hoz sobre la lucha "contra el comunismo". Argumentos para una tibia autocrítica.



Por Gerardo Aranguren y Javier Borelli




En diciembre de 1976, el dictador Jorge Rafael Videla se sentó frente a un grupo de periodistas estadounidenses y les aseguró con énfasis que en Argentina no se torturaba. Y que, además, había instruido con esa orden a todas las fuerzas militares y de seguridad. "Es una prédica diaria, actualizada y reafirmada todos los días. Es una cuestión de filosofía personal profunda", les juró.




Más de 37 años después, el encuentro fue reconstruido por Jack Markowitz, un periodista estadounidense que viajó al país en plena dictadura junto a otros siete colegas, todos patrocinados por la empresa publicitaria Burson Marsteller (BM) como parte de un elaborado plan de comunicaciones que buscaba limpiar la imagen de la dictadura argentina en el exterior. El testimonio de Markowitz confirma el plan comunicacional diseñado por Burson Marsteller.












Markowitz era entonces editor de Economía del Pittsburgh Post-Gazette. Hoy, a sus 82 años, ya retirado, parafrasea de memoria las palabras de Videla y las confirma con las anotaciones que realizó ese día y que luego fueron volcadas en los siete artículos que escribió sobre la Argentina. "Ahora los leo y creo que fueron objetivos, aunque también fueron demasiado blandos y no lo suficientemente críticos (con la dictadura)", se lamenta al otro lado del teléfono, en diálogo con Tiempo.




Los periodistas estadounidenses llegaron el 4 de diciembre de 1976 a Buenos Aires para conocer "el país, sus gobernantes, su economía y su gente", y así "ayudar a poner en foco y entender" la situación del país durante la dictadura militar. Ese era el objetivo de las varias visitas de reporteros y editores de todo el mundo que planificó Burson Marsteller para combatir "la campaña internacional anti-gobierno financiada por la subversión", según quedó expuesto en el documento hallado por la Comisión de Relevamiento de la Memoria Histórica de la Cancillería y publicado por primera vez el pasado 23 de marzo en este diario.




El viaje, así como la integración de la comitiva, fue anunciado a la embajada estadounidense en Buenos Aires por el Departamento de Estado de EE UU. El cable diplomático, filtrado por Wikileaks, detalla que "un grupo de periodistas estadounidenses visitará Argentina auspiciado por Burson Marsteller desde el 4 hasta el 11 de diciembre", y da un listado de nombres donde figura el de Jack Markowitz.



El periodista no recuerda quién o cómo lo invitaron a viajar a la Argentina en lo que sería su primera y única vez en el país. "Había olvidado que Burson Marsteller estuvo involucrado. Igualmente, desde mi punto de vista, no había nada malo en esa invitación. No era raro en aquellos días y puede que no lo sea tampoco hoy que una agencia de relaciones públicas, contratada por un gobierno, una corporación o fundación, invite periodistas a escuchar su historia. Lo que descubres ahí es tuyo para escribir como mejor te parezca", señala. Sin embargo, admite que el caso ingresa dentro de los grises de la ética profesional: "La objeción ética se produce cuando pagan la cuenta para que escribas y, por supuesto, la cuenta de nuestro viaje a Argentina fue recogida, supongo, por el gobierno a través de Burson Marsteller".




Al ser consultado por su estadía en el país, el octogenario periodista asegura que no fue un viaje lujoso. "No fuimos al hotel más elegante, ni nos invitaron un fin de semana a Mar del Plata o a esquiar a Los Andes", señala. Y agrega que el grueso de la visita transcurrió con "entrevistas a funcionarios del gobierno, incluidos civiles que trabajaban para el gobierno militar".




En ese marco, Markowitz recuerda su encuentro con Videla; con Ramón Genaro Díaz Bessone, entonces ministro de Planeamiento; y con el jefe de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. La visita incluyó también reuniones con periodistas argentinos, "hombres de negocios" y el infaltable asado en un campo cercano.




"Tuvimos una entrevista con Videla. Mi recuerdo es que era un hombre caballeroso y agradable que respondió a nuestras preguntas. Habló en español, la mayoría de nosotros no lo hacía por lo que teníamos un intérprete. Recuerdo que le pregunté muy directa y enfáticamente, presionando mis dedos sobre la mesa: ‘General, ¿nos puede asegurar que no hay tortura de presos políticos?’. Él aseguró que había instruido a las fuerzas en contra del uso de la tortura como ‘cuestión de predicación diaria, actualizada y reafirmada todos los días. Es una cuestión de filosofía personal profunda’. Él podría haber estado mintiendo, pero eso es lo que dijo", detalla el entonces editor, mientras refresca la memoria con sus antiguas notas de trabajo.




Markowitz se describe a sí mismo como anticomunista y rememora que le pareció un "muy buen argumento" que la Junta Militar haya derrocado al gobierno peronista "para evitar que el comunismo se haga cargo del país".




Recuerda también haberse entrevistado con Díaz Bessone, "un hombre más duro y que sonaba más agresivo", y con Martínez de Hoz, quien les explicó cómo iba a desarrollar su política económica. "Era caballeresco y seguro que era un hombre rico: el tipo de persona al que uno tiende a dar credibilidad", describe al titular del Palacio de Hacienda.




En los pocos días que permanecieron en la Argentina también tuvieron contacto con periodistas locales y con empresarios. Markowitz reconstruye que, en ese momento, los "hombres de negocios" le trasmitieron que "los militares habían salvado al país y a la sociedad". "Nos decían que antes la vida había sido caótica, que necesitaban guardaespaldas y que el final del gobierno de Perón había sido como vivir bajo la mafia. Esa era la visión general que nos daban, pero sólo hablamos con ese sector, no hablé con un dirigente sindical y me arrepiento, pero no era parte de nuestro viaje", agrega.




En el marco de su visita también los llevaron a compartir un asado a una estancia ubicada a unos 50 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. "Fuimos invitados por la gente que la dirigía, el dueño era muy amable. Nos contó que había enviado a su hijo a estudiar a los Estados Unidos, pero que no podía volver porque era peronista", destaca.




A más de 37 años de haber visitado la Argentina, Markowitz recuerda con melancolía aquel viaje al país. A la distancia, histórica y geográfica, el periodista se lamenta por no haber "hecho más". "Mi trabajo era ir a Argentina y ver de qué se trataba. Debería haber conseguido más información ‘del otro lado’ y lamento no haberlo hecho. Pero también el gobierno militar no parecía, desde nuestro punto de vista, tan opresivo como lo resultó después. En el tiempo que estuvimos allí, no parecía ser muy abusivo. La fase en la que la gente fue desaparecida todavía no era conocida. Nosotros nos preguntamos sobre la tortura y los interrogatorios excesivos, pero no sobre la gente desaparecida", concluye.




La experiencia personal del periodista en el país permite conocer de qué forma se aplicó el acuerdo comercial entre Burson Marsteller y la dictadura argentina para lavar su imagen ante la comunidad internacional. Ese acuerdo tomó más fuerza aún con la llegada del Mundial de Fútbol de 1978, momento en que se multiplicaron las campañas desde las embajadas para intentar frenar las denuncias que hacían en el exterior familiares y víctimas de violaciones a los derechos humanos. También continuaron las visitas de periodistas, como el paso, en abril de 1978, del inglés Michael Frenchman, corresponsal de The Times, para cuya visita los militares desalojaron momentáneamente el centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA y montaron una temeraria puesta en escena.



Historia de un espía




Uno de los periodistas invitados por Burson Marsteller a la Argentina para participar del plan de lavado de imagen de la Junta Militar fue denunciado en 1977 por su participación como informante de la Central de Inteligencia Americana (CIA) para la invasión de tropas estadounidenses en la Playa Girón de Cuba, en 1961. William Giandoni, editor de América Latina para la agencia Copley News Service, habría sido uno de los 23 agentes de la CIA infiltrados en las corresponsalías latinoamericanas de la agencia estadounidense, según señalaron los periodistas Joe Trento y Dave Roman en la revista Penthouse de julio de 1977.

Según la pesquisa, cofinanciada por la revista y el Fondo para la Investigación Periodística, el vínculo de Copley News Service con la CIA se habría iniciado en 1953 durante el mandato del presidente Dwight Eisenhouer. James S. Copley, fundador de la agencia, le habría ofrecido ser "los ojos y oídos contra el comunismo en América Central y Latina". A tal punto llegó el vínculo entre las partes que el general de la Marina estadounidense Víctor Krulak, tras pelear en Vietnam, asumió como presidente de Copley News Service, hasta 1977.

Giandoni, según afirman Trento y Roman, reconoció haberse postulado para ingresar a la CIA cuando vivía en México. Pero lo rechazaron diciendo que "no había puesto para él disponible".




La respuesta de Burson


Tiempo Argentino pidió a la agencia Burson Marsteller un comentario sobre los vínculos establecidos con la dictadura militar. Catherine Sullivan, directora de Comunicaciones Globales de la compañía, respondió citando el artículo mencionado por este diario el 23 de marzo pasado en el que el fundador de la firma, Harold Burson, reconocía que había sido un error, aunque se defendía señalando que su trabajo era avalado por el Departamento de Estado de EE UU porque "ayudaba a construir una democracia". Además, agregaba, "tenía fines económicos, no políticos y consistía en ayudarlos a pagar sus deudas".