El 'secreto' de la fuerza de Sanders, su legión de voluntarios


“Vamos a ganar. La cuestión es por cuánto”.

Los seguidores del senador por Vermont, prometen no parar hasta llegar a la Casa Blanca. El ‘establishment’ demócrata empieza a preocuparse

<p>Bernie Sanders pronuncia su discurso de la victoria tras lograr el 60% de los votos en las primarias de New Hampshire.</p>

“Esta campaña está absorbiendo mi vida”, dice con un largo suspiro Michael Buckley, un joven escuálido de Connecticut, mientras se seca el sudor de la frente al cruzar la puerta del cuartel general de la campaña de Bernie Sanders en Concord, New Hampshire. Buckley, de 26 años, es uno de los cientos de voluntarios, en su mayoría jóvenes universitarios o recién graduados, que llevan meses haciendo campaña por el senador independiente de Vermont, que se presenta como alternativa por la izquierda a la gran favorita para ser –de nuevo-- inquilina de la Casa Blanca a partir del próximo 20 de enero, Hillary Clinton.

Detrás de Buckley, que aprovecha para recargar energías bebiendo un refresco, un miembro del equipo profesional de la campaña arenga a los voluntarios: “¡Vamos, chicos! Falta hora y media para que se cierren las urnas. Ya visteis lo que pasó en Iowa; cada voto cuenta. Es el momento de estar en la calle. Si no podéis más, idos a casa pero, por favor, no os quedéis aquí parados”.

El cuartel general es un modesto local con una enmohecida moqueta verde y paredes descoloridas. Una luz mortecina, sumada a la ausencia de ventanas, le da un aire de mediocridad. El garito bien podría albergar el despacho del cínico abogado de Walter White en Breaking Bad, Saul Goodman. Pero en el ambiente se respira todo menos cinismo: las últimas encuestas hablan de una gran remontada. New Hampshire, donde Bill Clinton empezó su escalada a la Casa Blanca en 1992 gracias a una inesperada victoria en las primarias, fue también escenario del golpe encima de la mesa de Hillary en 2008, cuando se impuso a Obama y pareció, por un instante, capaz de arrebatarle la nominación. Hace solo dos meses, Clinton sacaba casi 40 puntos de ventaja a un Sanders que, si bien era muy conocido en el Estado vecino a Vermont, no parecía una alternativa viable a la exsecretaria de Estado.

“Vamos a ganar. La cuestión es por cuánto”, cuenta Tom, un voluntario con ojos saltones y hablar vertiginoso. Tom, que ha viajado desde Boston para ayudar en la campaña, se echa al bolsillo un mapa en el que aparecen marcadas con rotulador rosa las casas de posibles seguidores de Sanders, a los que los voluntarios tratan de convencer hasta el último minuto. “En New Hampshire hay muchos independientes, y necesitamos una participación muy grande. Con el frío que hace y lo que ha nevado estos días, en Boston sería imposible, pero a esta gente no parece importarle”. Tras doblar el mapa y guardarlo en el bolsillo interior de la chaqueta, Tom se pone un gorro de lana gris y sale al parking, donde se reúne con dos voluntarios lugareños, que serán quienes traten de convencer a sus vecinos mientras él espera en el coche.

Dentro, Buckley se prepara para hacer el último viaje de campaña en una jornada que empezó a las 4:30 de la madrugada, después de un viaje en coche la noche anterior por las carreteras nevadas que separan la Universidad de Connecticut, donde vive y trabaja, de Concord. Buckley apenas ha tenido tiempo de pensar desde que decidió sumarse a la campana de Sanders hace unos meses. Consciente de la importancia de lograr un buen resultado en New Hampshire, ha recorrido los 250 kilómetros de distancia hasta el Estado de Nueva Inglaterra seis veces en los últimos seis meses para hacer campaña.

“Cuando te apuntas a algo así te estás alistando en una especie de ejército”, cuenta. “Crees en el mensaje, no cuestionas los métodos y te entregas por completo a tratar de ganar. El problema es que a veces los árboles no te dejan ver el bosque, y solo te queda cerrar los ojos y desear que todo esto surta efecto”.

Y vaya si surtió efecto. El martes, Sanders sorprendió a propios y extraños al lograr el 60% de los votos, frente al 38% de Clinton, la mayor victoria de un demócrata en New Hampshire desde 1960. Entonces, el vencedor fue el mismísimo John Fitzgerald Kennedy.

Con una participación récord, Sanders se impuso a Clinton en prácticamente todos los condados de New Hampshire, y logró derrotarle además en todos los grupos demográficos exceptuando las familias que ganan más de 200.000 dólares al año, que apoyaron en su mayoría a Hillary. Quizá lo más sorprendente fue la aplastante victoria de Sanders entre las mujeres, en especial, las menores de 30 años, entre las que obtuvo casi un 85% de los sufragios.

Una de esas mujeres jóvenes es Elizabeth Morrow, natural de Bow, a escasos 10 kilómetros de Concord. “Apoyo a Bernie porque es el único candidato que ofrece soluciones reales a mis problemas”, señala la joven, de melena rizada y mejillas rotundas, que tienden al sonrojo. La presidencia de Obama ha sido muy buena, pero tenemos que dar un paso más”. Morrow pone como ejemplo la reforma sanitaria. “Es mejor que nada, pero las aseguradoras se siguen enriqueciendo más que nunca mientras otros sufrimos”. Morrow padece desde hace tres años una enfermedad pulmonar crónica. “De no ser por la reforma de Obama, no habría tenido seguro, pero ahora estoy endeudada hasta las cejas”, cuenta.

Sanders propone una sanidad parecida a la canadiense, la británica o la española, financiada en su totalidad por los impuestos, en lugar del sistema de subsidios y seguros privados que implantó Obama y apoya Clinton.


Sanders propone una sanidad parecida a la canadiense, la británica o la española, financiada en su totalidad por los impuestos, en lugar del sistema de subsidios y seguros privados que apoya Clinton

Las ganancias de su pequeña empresa de artilugios de yoga no son suficientes para pagar el tratamiento, y debe ya 12.000 dólares. La deuda médica de Morrow se suma a lo que aún debe por sus estudios –los 52.000 dólares que pidió prestados para pagar una carrera en Derechos Humanos y un máster en Historia y Relaciones Internacionales se han convertido, un lustro después, en 70.000, sin que Morrow dejase de hacer un solo pago--. “Bernie tiene razón: el sistema nos estafa a los que trabajamos. Está trucado para que unos pocos se hagan más ricos. Necesitamos que eso cambie”.

Pete Morrow, el padre de Elizabeth, es un seguidor incluso más acérrimo de Sanders que su hija. A escasos minutos del cierre de las urnas, descansa en una silla en el cuartel general de Concord; luce una gorra azul clara y un pin con el lema “Bernie for President”. El empresario jubilado, de 79 años, ha invertido incontables horas en la campaña de su coetáneo Sanders, un declarado socialista. Pete fue militante del Partido Republicano desde su juventud hasta el año 2002, cuando se dio de baja para registrarse como independiente.

“Yo no dejé el Partido Republicano, el partido me dejó a mí,” cuenta negando con la cabeza, mientras clava sus ojos color turquesa, que su hija ha heredado, en el suelo. Su empresa de transporte se dedicaba a llevar al colegio a niños discapacitados, y Pete cuenta que vio con consternación cómo los recortes que propugnaban los republicanos iban afectando cada vez más a esos niños y a sus familias. La guerra de Irak, afirma, fue la gota que colmó el vaso.

“Yo hice campaña por Eisenhower cuando era estudiante en Massachusetts, y te puedo decir que él no aprobaría lo que hace este Partido Republicano. Aquel partido era el de los pequeños empresarios que se preocupaban por la sociedad y sus trabajadores, y ahora no dicen más que locuras”.

Las mujeres dan la espalda a Hillary

La propuesta de Sanders de hacer que la educación superior sea gratuita seduce también a Molly, una joven de 16 años de Concord, que ha pasado los últimos cinco meses llamando por teléfono a adultos para convencerles de que ellos, que pueden, voten a Sanders. En Concord, el martes, se dirige a un colegio electoral en la calle Greene, junto al ayuntamiento, armada con pancartas y ganas de convencer a sus vecinos. Le acompaña Zoe, de 20 años, que ha viajado con su madre desde Westchester, a más de 300 kilómetros de New Hampshire. Camino del colegio electoral, ambas debaten sobre uno de los temas de la campaña: el feminismo. Durante la semana previa a la votación, el bando de Hillary apostó fuerte por esa baza. Madeleine Albright, la que fuera, durante el primer mandato de Bill Clinton, primera secretaria de Estado en la historia del país, declaró a pocos días de las primarias que “hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”. Horas después, la histórica líder feminista Gloria Steinem sugirió en televisión que las chicas jóvenes, como Molly, apoyan a Sanders para llamar la atención de los chicos.

“Es ridículo,” señala Molly con cara de pocos amigos. “La noción de que debemos apoyar a Hillary porque es mujer es algo profundamente sexista”.

“Es verdad que a Hillary se le somete a un mayor escrutinio que si fuera un hombre”, rebate Zoe. “Pero si fuera una auténtica feminista no habría apoyado un acuerdo de libre comercio como el TPP, que favorece la explotación de las mujeres en países pobres". Molly va más lejos: “Para mí el feminismo significa juzgar a alguien por sus valores morales y sus méritos, no por su género, y si alguien apoya a Hillary porque es una mujer está haciendo justo lo contrario. Creo que Bernie Sanders es tan feminista como ella”.

“Bernie no es un demócrata de sangre azul”

Por las calles cercanas al instituto de Concord bajan ríos de jóvenes, muchos de ellos con sus padres, a las siete de la tarde del martes. Los coches aparcados en las cunetas hacen que el escenario suburbano se parezca, por un día, a los aledaños de un estadio de fútbol europeo en día de partido. En la escalinata que da acceso al polideportivo del colegio reina el caos, con agentes del servicio secreto empujando a propios y extraños. Decenas de periodistas acreditados pelean contra el frío –más de 15 bajo cero-- y ruegan al personal de campaña que les deje pasar. “Está lleno”, sentencia un responsable de prensa. “No van a poder entrar”.

Los congregados no esperan a los Rolling, sino a Bernie Sanders, que ha escogido el instituto como lugar en el que seguir el escrutinio con los suyos, quizá para profundizar más si cabe su comunión con los jóvenes.

Dentro del pabellón, Ciaran, un estudiante de 24 años nacido en Glasgow, se abre paso para acercarse al escenario, dejando atrás el gallinero de la prensa. “He venido sobre todo por curiosidad”, cuenta el joven, que prepara un doctorado en salud pública en la Universidad de Columbia. “Admiro a Sanders, y tenía ganas de ver la campaña desde dentro, y quizá de conocerle”, señala. Animado por una amiga que trabaja en la campaña, Ciaran ha echado una mano como voluntario en New Hampshire. A su derecha, una pantalla gigante reproduce las imágenes de la cadena NBC, que todavía no ofrece ningún resultado. Quizá por la distancia que, como escocés, le separa de la política estadounidense, Ciaran se muestra más cauteloso que la mayoría de los voluntarios. “Es posible que Sanders gane aquí, pero no creo que pueda ser el candidato demócrata. Se enfrenta a demasiados obstáculos”.

Jon Erickson no lo tiene tan claro. A escasos diez metros de Ciaran, en la zona reservada a la prensa, este profesor de economía medioambiental de la Universidad de Vermont prepara su cámara para grabar el que, sospecha, será uno de los discursos más importantes de la vida política de Sanders. Erickson lleva seis años filmando un documental sobre los nuevos movimientos sociales en Estados Unidos. Sanders es uno de sus personajes principales. “Cuando empezamos a filmarle, no teníamos ni idea de si su campaña iba a despegar como lo ha hecho. Pero él tenía una cosa clara: no quería presentarse para llamar la atención, sino para intentar ganar”.

Sanders se ha postulado en la mayoría de las elecciones como independiente o miembro de partidos pequeños de izquierda, a menudo haciendo campaña contra los demócratas. Aunque en el Congreso forma parte del grupo parlamentario demócrata, no ha escondido sus críticas al partido por asuntos como la impunidad de los ejecutivos de Wall Street tras la crisis financiera o el apoyo a la guerra de Irak, a la que él se opuso. Pero para ser un candidato con opciones, explica Erickson, necesitaba la infraestructura de un partido asentado en todo el país y con acceso a las instituciones. “Por eso se presenta como demócrata”, apunta Erickson. “Bernie no es un demócrata de sangre azul, y eso, unido a su mensaje a favor de una revolución política, irrita mucho a las élites, también a las demócratas”.

A Tom Edsall también le cogió por sorpresa el éxito de la campaña de Sanders. “Sinceramente, esperaba que esta elección fuese una batalla entre Jeb Bush y Hillary”, cuenta Edsall, que lleva más de 50 años cubriendo la política estadounidense en medios como The Washington Post, la revista New Republic o The New York Times. Autor de cinco libros, Edsall lleva años preparando un trabajo sobre cómo, en su opinión, el Partido Demócrata abandonó con la llegada de Bill Clinton a la clase trabajadora blanca, que había sido su principal estandarte, para centrarse en el liberalismo social. Esto, sostiene, dejó el terreno libre para que los republicanos se apropiasen del electorado de clase trabajadora blanca, que mira con resentimiento desde hace décadas a los demócratas.

Entre risas, Edsall comenta que ha decidido aparcar el libro hasta después de las elecciones. “Todo está cambiando muy rápido. Asistimos al reemplazo de las llamadas ‘guerras culturales’, como el aborto o el matrimonio gay, por los asuntos de clase y económicos. Por eso Trump y Sanders suben como la espuma”. Según Edsall, ambos candidatos compiten por el mismo electorado –la clase media empobrecida de raza blanca, que lleva décadas viendo cómo los beneficios financieros se multiplican mientras sus salarios siguen estancados. “Trump canaliza ese descontento hacia el odio por los inmigrantes”, señala, “mientras que Bernie está intentando movilizar a la misma gente contra las corporaciones y los ricos. Será interesante ver si lo consigue”.


Los resultados de New Hampshire suponen un balón de oxígeno para Donald Trump, que se recupera del varapalo de Iowa al ganar con holgura las primarias republicanas

Los resultados de New Hampshire suponen un balón de oxígeno para Donald Trump, que se recupera del varapalo de Iowa al ganar con holgura las primarias republicanas. El desplome del favorito del partido, Marco Rubio, tras una desastrosa actuación en el debate previo a las votaciones, deja el panorama más abierto que nunca en el bando conservador, lo que puede favorecer a Trump, o al ultraconservador Ted Cruz. Quedan hasta seis candidatos con opciones de llevarse la nominación. Entra en liza el gobernador de Ohio, John Kasich, que para muchos representa el ala más moderada del partido, al quedar segundo en New Hampshire.

En el pabellón del instituto de Concord, todas las miradas se fijan en la pantalla gigante que retransmite el escrutinio. Sólo los buenos resultados de Trump rebajan los ánimos de un público venido arriba, que celebra con vítores cada nuevo avance de los resultados. La ventaja de Sanders, que empezaba la noche en torno a los ocho puntos, se ha ido estirando hasta superar los 20. Mientras aumenta la diferencia, y como quien no quiere la cosa, los miembros del equipo de comunicación van situando a la gente –unos negros por aquí, unas mujeres por allá, un discapacitado en segunda fila-- detrás del escenario donde, en pocos minutos, dará su discurso Sanders. De fondo suenan Prince y la banda sonora de la película Rocky. Ciaran, el templado escocés, tira de humor británico para excusar el circo mediático y la selección musical: “Supongo que cuando llegue el socialismo a Estados Unidos seguirán poniendo canciones cursis y comiendo hamburguesas del McDonald’s”.

Con el escrutinio lo suficientemente avanzado como para evitar vuelcos, sale a la palestra Hillary Clinton. La megafonía del pabellón da un respiro, y se conecta el audio de la televisión, para que todos los asistentes puedan deleitarse con el discurso de la derrota de la exsecretaria de Estado.

“¡No abucheéis!” grita un veterano seguidor de Sanders cuando aparece Hillary Clinton en la pantalla. Hillary se muestra impertérrita, como toda una política profesional. “Cualquiera diría que ha ganado”, se escucha a una periodista en el gallinero de la prensa. Pero algo ha cambiado en el discurso de la veterana política de Arkansas: “Sé que la gente está hambrienta de soluciones progresistas,” afirma. “Yo soy la garantía del cambio. “¡Voy a luchar por los derechos de las mujeres, por los derechos de los trabajadores, por los derechos humanos!”, exclama ante las cejas arqueadas de Ciaran. “Suena muy bien,” señala el escocés. “¿Pero quién le va a creer ahora, después de lo que ha cobrado de Goldman Sachs?”

Ciaran se refiere a los casi 700.000 dólares que la exsecretaria de Estado cobró por dar tres charlas a los directivos del banco de inversión. Muchos de los partidarios de Sanders ven en dichos cobros una forma de corrupción institucionalizada, y esperan que el banco quiera cobrarse los favores de Clinton si esta llega a la Casa Blanca. Clinton se ha justificado diciendo que cobró lo que le ofrecían y no tiene por qué desvelar el contenido de los discursos.

Elizabeth Morrow y su padre Pete no logran entrar en el pabellón del instituto para ver a su candidato. Resignados y con los dedos a medio congelar, conducen hasta su casa en Bow, donde conectan la tele justo a tiempo para ver los discursos. “Go Bernie!”, grita el padre al televisor con cada referencia del senador de Vermont a la injusticia económica. Más calmada, pero con una sonrisa de oreja a oreja, su hija toma notas para escribir una carta al director del periódico local al día siguiente: “Inclusivo”, anota, “integrador; habla de nosotros, y Hillary de yo”.

El discurso de Sanders es a veces reiterativo y previsible, y sin embargo tiene un efecto magnético entre su público. Repite casi con exactitud muchas de sus frases tras el empate técnico de Iowa. Pero Sanders, quizá abrumado por la magnitud de su victoria, se muestra visiblemente emocionado, con la voz rota y el rostro desencajado. Sanders se permite incluso salirse del guión y hablar de sus orígenes humildes, en el seno de una familia de inmigrantes judíos en Brooklyn. “Es su manera de decirle a la gente que es uno de ellos”, reflexiona el documentalista Jon Erickson.

“Juntos hemos mandado un mensaje que resonará desde Wall Street a Washington; desde Maine a California”, comienza el senador de Vermont, “y es que el Gobierno de este gran país pertenece a toda su gente, y no solo al puñado de ricos que financia las campañas con sus super-PAC”.

Los super-political action committees, o Super-PACs, son los mecanismos que utilizan las grandes fortunas para financiar las campañas políticas. Desde que el Tribunal Supremo, en una de sus sentencias más polémicas, quitase los límites a los Super-PACs en 2007, el flujo de dinero privado a las campañas se ha multiplicado exponencialmente. En octubre, The New York Times contaba que solo 158 familias habían donado ya 176 millones a una campaña que no había hecho más que empezar. Clinton ya ha recaudado casi un millón de dólares del gigante bancario Citigroup, y más de 600.000 de Goldman Sachs, JP Morgan y Morgan Stanley. Pero, paradójicamente, esto puede haber beneficiado a Sanders.

“En cierto sentido, la decisión de la Corte Suprema, que parecía beneficiar al establishment, ha terminado volviéndosele en contra”, señala Edsall, el veterano analista. “La gente está tan harta del dominio de las finanzas en la política que ha decidido apoyar con su dinero a un candidato como Bernie. Tiene mucho que ver con que esta sea la primera generación que siente que va a vivir peor que sus padres”. En otras palabras, tienen poco que perder.

El discurso de Sanders, que alude de nuevo a la ‘revolución política’ que, a su juicio, necesita Estados Unidos, dura más de media hora. El senador judío nacido en Brooklyn va tocando uno por uno los temas que afectan personalmente a Elizabeth Morrow, desde la necesidad de poner en marcha una sanidad verdaderamente universal y gratuita a la financiación pública de la educación universitaria.

“Por primera vez, he sentido que me hablaba un político en quien podría creer, alguien que entiende los problemas de la gente como yo”, cuenta desde el salón de su casa Morrow, poco después de escuchar a Sanders. “Es la única manera de levantar conciencias políticas, siendo honestos con los problemas que tenemos, porque si hacemos –como pretende Hillary-- como si el sistema estuviera bien, y le seguimos el juego, la clase dominante mantiene su control sobre nosotros. Bernie lo ha vivido, para él esto no son ideas abstractas, ni una estrategia electoralista. Con Bernie sabes a qué atenerte”.

Michael Buckley el joven voluntario de Connecticut, sigue los resultados frente a la barra de un bar en el centro de Concord, rodeado de seguidores de Sanders. No puede aguantar la emoción al comprobar que Sanders ha superado todas las expectativas. “Al final tenían razón”, cuenta, con la mirada perdida. “El esfuerzo ha valido la pena. Es una victoria de la gente”.

Pero Sanders no ha conseguido aún casi nada. Hasta ahora, solo se ha votado en dos de los cincuenta Estados Unidos, y Clinton sigue siendo la gran favorita. Además, la campaña se traslada ahora a Nevada y Carolina del Sur, dos Estados mucho más diversos que Iowa y New Hampshire, que son muchos más blancos y homogéneos que la media. Los expertos vaticinan un paseo triunfal para Clinton, que, dicen, tiene un gran tirón entre los negros y los latinos. Por otro lado, muchos de esos comentaristas han tenido que tragarse sus palabras después de pronosticar que Sanders, especialmente como autodenominado socialista, no tenía ninguna opción ante Hillary, o que las mujeres iban a apoyar a la exsecretaria de Estado en masa. ¿Volverán a equivocarse?

Para Edsall, es posible que sí. El veterano reportero cree que el tirón de Clinton entre las minorías no es tan inamovible como parece, y puede desvanecerse, como sucedió con la irrupción de Obama en 2008, ahora que Sanders se sitúa como alternativa posible. Está por ver si Sanders logra una coalición de votantes de clase obrera que trascienda las barreras identitarias. “Pero si logra hacerlo y consigue un buen resultado en Carolina del Sur o Nevada, creo que el establishment demócrata no tendrá forma de pararlo.”


“La narrativa de la campaña de Sanders”, señala el cineasta Jon Erickson, “es que las desigualdades raciales son, ante todo, problemas de clase, de desigualdad económica y de poder"

Por otro lado, Sanders ha logrado refrendo público de muchas figuras relevantes afroamericanas, como el académico Cornell West, el rapero Killer Mike o el cantante Harry Belafonte, que ven en sus políticas redistributivas una oportunidad para las minorías raciales. En las últimos días, varios familiares de víctimas de la violencia policial contra los negros han apoyado públicamente a Sanders. Es el caso de la hija de Eric Garner, que aparece en un vídeo de campaña de Sanders. Garner murió asfixiado a manos de un agente de policía de Nueva York en diciembre de 2014, después de gritar 11 veces ‘No puedo respirar’.

“La narrativa de la campaña de Sanders”, señala el cineasta Jon Erickson, “es que las desigualdades raciales son, ante todo, problemas de clase, de desigualdad económica y de poder. Pero veremos si eso funciona, si el mismo tipo de narrativa basada en la desigualdad de clase que ha funcionado tan bien en New Hampshire cuajara en el Sur, donde el establishment demócrata lleva décadas forjando un gran seguimiento entre las minorías raciales”.

¿Un precioso espejismo o el principio de una revolución política? Es la duda que flota en el húmedo ambiente del pabellón del instituto de Concord mientras los seguidores de Sanders lo van desalojando. Buscando a su amiga entre los pocos rezagados, Ciaran musita que quizá la victoria del senador de Vermont no sea tan difícil como pensaba: “¿Quién sabe?”, dice entre dientes. “Al oírle hablar, y viendo a su gente, uno piensa que puede ganar”.