Evo, el ex villano






por Pablo Stefanoni :: @PabloAStefanoni

Evo Morales acaba de ser reelecto con el 60% de los votos, 35 puntos por encima de su más cercano contendor, el político y el empresario del cemento Samuel Doria Medina, que consiguió el 25%. Así, el presidente cocalero sigue siendo invencible: desde que en 2005 ganó con el 54% fue ratificado en 2008 con el 67% y reelecto en 2009 con el 64%. También logró refrendar la nueva Constitución de 2009, y en ese sentido construir un nuevo orden en el país. Más lejos quedó el ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga (derecha conservadora) quien compitió acompañado de la indígena Tomasa Yarhui, y más lejos aún el ex alcalde de La Paz Juan del Granado (centroizquierda) y Fernando Vargas, del Partido Verde, que dio una pequeña sorpresa en La Paz al obtener un 5% de los votos. Su eje en la ecología –oposición a la carretera en el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) – y su defensa del matrimonio igualitario atrajo votos de sectores urbanos progresistas, pese (o quizás por) haber hecho una campaña sin recursos, estilo estudiantina.

El Movimiento al Socialismo confirmó su bastión en La Paz (ganó por 68 a 15) y venció por primera vez Santa Cruz con cerca del 50%. Así, la ola azul (el color del MAS) llegó a ocho de los nueve departamentos; sólo perdió en Beni. De hecho, Evo pensaba que podía llegar al 70% porque había sumado las ganancias en el oriente del país, donde los empresarios se acercaron al gobierno y abandonaron los estandartes de guerra de 2008, pero en el Occidente el MAS no pudo mantener los excepcionales resultados de 2009 que en algunas regiones alcanzaron votaciones del 80% y se explican por la épica que entonces tenía votar al MAS contra la oligarquía cruceña.



¿Qué explica estos resultados?

La primera razón es que el de Evo no fue un gobierno “normal” sino el resultante de una revolución política procesada en las calles que en 2003 hizo implosionar el sistema político y habilitó un proceso de cambio de élites desconocido en el pasado. Que ese fenómeno se pudiera procesar en democracia habla más bien de la flexibilidad de la “democracia liberal” boliviana para habilitar estas transformaciones, al tiempo que este escenario democrático obligó a ciertos pactos. En segundo lugar, está la situación económica, de crecimiento sostenido en los últimos ocho años, mediante una mezcla de nacionalismo económico (fortalecimiento del Estado) y prudencia macroeconómica. No hay que olvidar que la anterior vez que la izquierda gobernó en Bolivia (1982-1985) debió abandonar el poder antes de tiempo en medio de una brutal hiperinflación que operó como un trauma social similar al de la Argentina. Ese recuerdo, sumado a cierta “psicología campesina” de Evo expresada en su aversión a las deudas y a cierta tendencia a guardar la plata bajo el colchón, explica que Bolivia tenga hoy 15.000 millones de dólares de reservas internacionales, el 51% del PBI (que el lector haga la cuenta de cuánto significaría ese porcentaje para la Argentina). El ministro de Economía, Luis Arce Catacora, garantiza desde el primero día de la gestión Evo que las variables macro se mantengan en orden.

Por eso, la consigna de estas elecciones fue “Con Evo vamos bien”. No muchos de sus antecesores podrían haberla usado. Y de hecho, en estas elecciones ganaron las cifras. El vicepresidente Álvaro García Linera hizo su discurso de campaña en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, “armado” de un powerpoint, como si cada cifra fuera un misil contra la oposición… y lo era. Crecimiento, reservas, inversión pública, depósitos bancarios, caída de la pobreza. Todo contra las magras cifras de la era neoliberal, especialmente de su última etapa. Y algo que no se mide pero está en el centro del éxito político de Evo Morales: la creciente autoestima nacional. Cuando algunos opositores se burlan – en “tecitos” en la zona sur paceña- de los proyectos “locos” del mandatario boliviano no perciben que el satélite Tupac Katari, el teleférico de transporte entre La Paz y El Alto o la “ciudadela del conocimiento”, e incluso el lema “Bolivia potencia” enarbolado últimamente, más allá de su utilidad, pulsan en la tecla de la autoestima, en un país tradicionalmente inseguro de sí mismo. Más polémica es la propuesta de desarrollar la energía nuclear: “Necesitamos miles de matemáticos, de físicos, de químicos, ingenieros, miles y miles formados en las ramas técnicas que nos permitan dominar el lenguaje de Dios, que es la ciencia”, dijo García Linera en el mencionado discurso en la UMSA- Y Evo ratificó que Bolivia buscará la energía nuclear con fines pacíficos desde el balcón de la Plaza Murillo apenas ganar la re-re.



La hegemonía evista no se basa hoy en la épica de la revolución sino en la consolidación de una gestión. Esta elección ha mostrado varios cambios respecto al pasado. Uno de ellos es que Evo pasó de villano a “líder responsable” y “gestor del crecimiento” en la prensa internacional. Prudente, populista responsable, constructor de previsibilidad, son algunos de los elogios. Así, los periodistas extranjeros no vinieron esta vez a La Paz con la misión de retratar la polarización ni la “división del país”, sino con la meta de entender cómo es este gobierno “anticapitalista” que hoy atrae elogios del FMI, el New York Times y la CNN, y ya no tiene al empresariado cruceño con las armas en la mano. Frente al desorden venezolano y la crisis argentina, Evo se volvió una suerte de enigma y hasta moda en ciertos medios liberales.

La nueva etapa de post-polarización política de la que habló el analista Fernando Molina se ratificó en las urnas, además del triunfo masista en Santa Cruz, el segundo lugar nacional es ocupado por una opción de centroderecha que buscó convencer a los bolivianos de que mantendría “lo bueno” que hizo el MAS y no desplegó un discurso restaurador. Otro efecto del nuevo escenario es que dos ex presidentes (Carlos Mesa y Eduardo Rodríguez Veltzé) han aceptado la propuesta de Morales de ser portavoz de la demanda marítima frente a Chile, el primero como vocero internacional de las razones bolivianas, y el segundo como embajador en Holanda y articulador del juicio en la Corte de la Haya. Queda por ver si Bolivia repone embajadores con Estados Unidos o mantiene la vacancia generada en 2008 con la expulsión del embajador norteamericano.

La paradoja actual –que genera el enigma– es que bajo Evo se está procesando el mayor proceso de modernización –y expansión económica– que conoció Bolivia. Por eso la conocida socióloga Silvia Rivera habla del MAS como un “un indianismo de caricatura” y convocó, para el 12 de octubre, a “votar por la derrota” (al Partido Verde). El problema es que con la “episteme indígena como alteridad sustantiva” –que ella sostiene– no se gana una elección nacional ni se construye un bloque de poder que incluya las ciudades y el oriente boliviano. El último censo de 2012 mostró la paradoja de que los bolivianos autoidentificados como indígenas –bajo el Estado plurinacional– bajaron de 62% a 42% respecto al censo de 2001. Bolivia se transformó, además, en una sociedad mayoritariamente urbana, atraída por el consumo y referencias culturales crecientemente globales.



Todo esto remite a las utopías en juego en el proceso boliviano. Estos ocho años de evismo fueron quedando atrás algunas de ellas, como la del indianismo radical, el anticapitalismo o el socialismo comunitario. La utopía que se mantiene en pie, y que quizás era la verdadera utopía en juego en este proceso de cambio desde 2003, es la de la inclusión (la de una foto de familia que incluya verdaderamente a todos los habitantes de Bolivia). Por eso, la descolonización transcurre por diferentes vías y algunas de ellas –no menores– son el mercado, el consumo y la movilidad social ascendente.

Parte de ello explica que la campaña del MAS de 2014 viró hacia el “salto tecnológico” y la estabilidad económica. Al final de cuentas, uno de los méritos ¿paradójicos? de Evo es haber avanzado en la construcción de un país “normal” –con crecimiento económico y estabilidad política– por la vía del nacional-desarrollismo, con todas sus caras, riesgos y tendencias a los “grandes proyectos” en demérito de “lo pequeño es hermoso”, que no debería quedar fuera de la agenda en una visión más compleja del desarrollo.

Esta realidad actual hace unos años sonaba utópica para Bolivia. Hoy es el piso para pensar (y ojalá discutir) el país del futuro.



* Las fotos fueron cedidas por Pablo Stefanoni.