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Por: Daniel Eskibel
Muchos periodistas, políticos y comandos de campaña abusan
del concepto de ‘indecisos’. Es así que construyen una figura que de tan
simplificada termina siendo su propia caricatura. O peor aún: termina siendo un
término que nada significa.
Nada.
Solo un conjunto vacío.
Las cosas se complican bastante cuando las campañas
electorales centran sus baterías en esos míticos indecisos.
Indescifrables indecisos.
Imposibles indecisos.
Inexistentes indecisos.
¿Cómo tener un buen resultado electoral cuando se pretende
conquistar un espacio vacío, un conjunto lleno de nada?
Pues es imposible, claro está.
La mitología del indeciso
La figura que cierto ‘sentido común’ parece dibujar es la un
indeciso como persona que carece en absoluto de decisión electoral.
Pero no existe.
Porque esa persona así caracterizada es en realidad otra.
Casi siempre es una de las siguientes 3 personas:
Uno: alguien que no quiere decir a quién va a votar.
Dos: alguien que siente una simpatía primaria hacia un candidato,
simpatía que aún ni siquiera es plenamente consciente para ese votante.
Tres: alguien que sabe perfectamente a quiénes no va a votar.
El último caso nos proporciona una regla simple para operar
en esos contextos donde dicen que hay muchos ‘indecisos’.¿Qué hacer?
Pues estudiar los rechazos de los llamados indecisos. Y
partir de la base de que su voto se va a decantar en función de lo que no
quieren, de lo que rechazan.
Se trata entonces de trabajar en base a las certezas de los
indecisos.
Porque sí, lejos de las caricaturas, en realidad sí tienen
certezas. Y la principal de ellas es que saben a quién no votarían en ningún
caso.
A partir de ese enfoque seguramente se puede entender mejor
a ese público y se puede trabajar mejor la comunicación con ellos.
Salvo que quieras comunicarte con la nada…