Peronismo: supervivencia, pragmatismo, flexibilidad y poder


Por Carlos Corach

Desde la primera presidencia de Perón (1946-1952), el peronismo gobernó entre 1952 y 1955 (segunda presidencia de Perón), entre 1973 y 1976 (tercera de Perón, y presidencias de Cámpora, Lastiri e Isabel Perón), entre 1989 y l999 (las dos de Menem), entre 2001 y 2003 (Duhalde) y entre 2003 hasta la actualidad. Es decir, en los últimos 67 años gobernó 36. En ese lapso, el radicalismo fue gobierno 13 años; el resto, 18 años, las distintas dictaduras militares.
Desde el retorno de la democracia han pasado 30 años , de los cuales el peronismo estuvo 22 en el poder.
Los analistas y politólogos, tanto nacionales como extranjeros, se sorprenden de la asombrosa permanencia del peronismo, de su hegemonía y su resiliencia ante los avatares de la vida política argentina. No entienden su plasticidad ideológica para amoldarse a las sucesivas y cambiantes circunstancias mundiales en el contexto de la política y la economía. Algunos críticos dirán que esta característica es simplemente una expresión de oportunismo. Pero hay ejemplos de gobiernos extranjeros (Kennedy, el laborismo inglés, el socialismo español y francés, en distintas épocas) y nacionales (Frondizi) que siguieron con éxito ese patrón de adecuación a la realidad nacional e internacional.
Ningún movimiento ni partido logró tanto como el peronismo en esa combinación virtuosa de influencia y permanencia en el escenario político. Vale la pena, entonces, analizar los fundamentos y las causas de tan extraordinaria performance . Trataremos de sistematizarlas.
1. La estructura organizativa, extremadamente flexible, que se adapta a las cambiantes circunstancias y necesidades de la lucha política democrática.
Desde su fundación, el peronismo reservó un importante lugar a las organizaciones sindicales y, posteriormente, incorporó a la mujer al escenario político, reconociendo su derecho a votar. Esquema que completó Menem, al establecer el cupo femenino (la obligatoria integración de mujeres en las listas de candidatos, por lo menos una en los tres primeros puestos)
2. El verticalismo, tan criticado, es el presupuesto de la gobernabilidad. Esto es reconocido por el conjunto de la sociedad como una de sus ventajas electorales más significativas. En todas las circunstancias, el peronismo aseguró la gobernabilidad del país, tanto durante las crisis propias como ajenas. El verticalismo es el reconocimiento al liderazgo de un jefe, de un conductor.
Cuando el gobierno es de origen peronista, el presidente ocupa naturalmente el liderazgo del conjunto. Esto se observó con claridad durante la presidencia de Menem, que modificó en 180 grados las políticas económicas tradicionales del peronismo para adaptarse a las nuevas modalidades de la globalización en los 90. Todo el movimiento lo comprendió y acompañó (sobre una bancada de 120 diputados, sólo ocho formularon objeciones).
El verticalismo no es sinónimo de obsecuencia ni de clausura de los debates internos entre las principales corrientes del pensamiento que se cobijan dentro del peronismo. Existen numerosos ejemplos históricos de las públicas controversias entre las distintas corrientes que conviven en su seno, que se desarrollaron dentro de la democracia interna, sobre todo a partir de las trágicas experiencias de los años 70.
El verticalismo, como síntesis de la coherencia del debate y de la definición de los objetivos en cada época histórica, posibilita gobernar con eficiencia y seguridad, garantizando la gobernabilidad.
3. La asombrosa capacidad de estructurar y controlar las transiciones, desde el fin del ciclo de un liderazgo hasta la aparición del sucesor. El peronismo ha conocido los liderazgos de Juan Perón, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner. Al extinguirse, en el caso de Perón por su muerte, y en el de Menem, por la finalización de un ciclo político, el peronismo proveyó una conducción colegiada sustitutiva que se hizo cargo de la situación. Fueron las organizaciones sindicales las que ejercieron la conducción del movimiento hasta la derrota de 1983 frente a Alfonsín. Y fueron sucedidas por la liga de gobernadores peronistas hasta el triunfo de Menem, que asumió un liderazgo unipersonal.
Terminada su presidencia, Menem es sucedido por la liga de gobernadores hasta la aparición de Néstor y Cristina Kirchner, en mandatos sucesivos. Al final del ciclo actual, Cristina será probablemente sucedida por la liga de gobernadores u otra conducción colegiada, hasta que un nuevo liderazgo unipersonal asome en el horizonte y se consolide, estimo, en un triunfo electoral en elecciones presidenciales.
4. La capacidad de superar los dogmas ideológicos y adecuarlos a las cambiantes necesidades y exigencias del entorno internacional: keynesianismo, entre l946 y primer tercio de los años 50; neoliberalismo y consenso de Washington, entre 1990 y 1999; revalorización y redimensionamiento del papel del Estado (entre 2003 y la actualidad). Siempre, el peronismo acompañó las grandes líneas de la economía mundial.
El peronismo nace como un movimiento político pragmático, no ideológico, cuyo objetivo permanente e irrenunciable es representar y satisfacer las necesidades de los sectores más postergados de la sociedad. Así, tiene desafíos que trataremos de analizar.
La gran reserva electoral del peronismo, que lo hizo prácticamente imbatible electoralmente, es, sin duda, la provincia de Buenos Aires. Si el peronismo se divide en ese distrito, la ventaja se neutraliza y se abre la posibilidad de una derrota a nivel nacional. Las elecciones de 1983, con un peronismo alejado de los reclamos de la sociedad, y las de 1999, con un frente interno de cuestionamientos recíprocos, son un claro ejemplo de esa posibilidad: en ambos casos, se redujo el voto peronista de un 20 a un 25 por ciento.
Por otro lado, las borrascosas confrontaciones internas del peronismo estremecen a la sociedad, que conserva los peores recuerdos de la violencia de los años 70. Por supuesto, aquello es de imposible repetición, pero aún así influye negativamente sobre el electorado. Es necesario encuadrar la disputa interna en normas democráticas claras, transparentes, y asegurar su cumplimiento.
Además, la sociedad reclama una transición pacífica e integradora de todas las vertientes del peronismo, convocante de las fuerzas políticas opositoras, a fin de crear las condiciones de una generosa colaboración que profundice lo que se haya hecho bien y corrija los errores. Que nadie en el peronismo crea que los ciudadanos van a distinguir entre peronistas buenos y peronistas malos.
El conjunto de la dirigencia política deberá ratificar el compromiso de colaboración democrática, sean quienes fueren los vencedores de la elección presidencial de 2015. Este objetivo debe empezarse a elaborar inmediatamente.
Una condición necesaria en este proceso es la reconstrucción del sistema de partidos. Se debe corregir el gigantesco error, del que el peronismo fue el principal responsable, de autorizar en 2003 el desmembramiento partidario, que en el caso del justicialismo se tradujo en tres candidaturas. Tal reconstrucción exigirá una profunda reorganización interna y una reafiliación que actualice padrones.
Después de casi 25 años de ejercicio ininterrumpido del poder, el peronismo se debe un amplio debate y una sincera autocrítica. Estas metas deberían alcanzarse en los dos años que restan de la presidencia de Cristina Kirchner. El punto crucial del tiempo político inmediato por venir ha de ser cuando el conjunto de la sociedad deba decidir en una interna abierta (las PASO) los candidatos del Partido Justicialista.
Éste es el camino del reposicionamiento del justicialismo y del fortalecimiento de sus candidatos, tal como ocurrió en las elecciones internas partidarias de 1988 entre Menem y Antonio Cafiero.
Del laberinto se sale consolidando un peronismo que esté más atento que nunca a los reclamos de la sociedad.