Para salvarse, Irán necesita a Estados Unidos,
mientras que Washington busca en la República Islámica un freno al
avance del yihadismo en toda la región que le permita confrontar a sus
nuevos enemigos: Rusia y China.
Por Walter Goobar
Como podía preverse, el martes pasado el presidente iraní,
HassanRuhani, centró su intervención ante las cámaras de televisión
explayándose sobre las ventajas económicas que tendrá el acuerdo nuclear
de Ginebra para la población iraní. Además del desbloqueo de las
cuentas bancarias en todo el mundo y el indudable aumento de las
exportaciones en gas y petróleo, se espera que el acuerdo firmado con
Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Gran Bretaña y Francia permita
la revaluación de la moneda, la normalización de las importaciones en
bienes de consumo y materias primas, un mejor abastecimiento de los
mercados, baja de los precios y amortiguar una inflación que ya se había
situado en el 40%.
El acuerdo alcanzado entre el Sexteto e Irán ha dejado, también,
sin justificación la permanencia del escudo antimisiles emplazado por la
OTAN en zonas limítrofes con Rusia. Hoy, Irán dejó de ser la supuesta
“amenaza” de Europa, pero el escudo se mantiene contra el país que
siempre representó la real “amenaza” para los intereses geopolíticos de
Estados Unidos y sus aliados Europeos en la región. “El escudo
antimisiles de Estados Unidos en Europa ha sido un punto de fricción
entre Moscú y Washington por la renuencia de los norteamericanos a
presentar garantías jurídicas de que el sistema no va dirigido contra
las fuerzas estratégicas rusas”.
Mientras los sumisos vecinos de Rusia tratan de arrebatar a este
país nuevos espacios geopolíticos para emplazar en Ucrania los sistemas
antimisilísticos de la OTAN, en el lejano Oriente se levanta un polvorín
que amenaza con arrastrar a toda la región a un conflicto de
consecuencias insospechadas.
El 23 de noviembre, China estableció una zona de defensa aérea en
su mar territorial que incluye las disputadas islas Diaoyu/Senkaku (una
región rica en petróleo, gas natural y pesca) y amenazó con derribar a
cualquier avión que atreviese la zona. China actuó en respuesta a las
últimas movilizaciones militares llevadas adelante por Japón con apoyo
logístico de su aliado Estados Unidos. Seguidamente, el pasado 26 de
noviembre dos bombarderos B-52 estadounidenses sobrevolaron la zona de
defensa china sin informar a las autoridades de ese país. Dos días
después, el 28 de noviembre aviones militares nipones atravesaron la
zona de identificación de defensa aérea establecida por China sin ningún
aviso previo.
Todo parece indicar que Obama ha optado por la estrategia ideada
por el ex consejero de Seguridad Nacional y actual cerebro geopolítico
de la administración Obama, el estratega Zbigniew de Brzezinski, que
propone trasladar el teatro de las guerras y provocaciones mucho más
allá del Medio Oriente y el Norte de África, porque su plan es buscar la
contención de aquellos países que considera la verdadera y mayor
amenaza para la hegemonía estadounidense, que son Rusia y China.
Brzezinski siempre fue partidario de la solución pacífica al
conflicto con la República Islámica de Irán. En una entrevista realizada
en 2009, afirmó que “una colisión estadounidense-iraní tendría efectos
desastrosos para Estados Unidos, mientras Rusia emergería como el gran
triunfador, pues el previsible cierre del Estrecho de Ormuz en el Golfo
Pérsico, donde atraviesa el transporte de petróleo destinado a China,
Japón, Corea del Sur, Europa y Estados Unidos, elevaría el precio del
petróleo a niveles estratosféricos y tendría severas repercusiones para
la economía global, pasando a ser Europa totalmente crudodependiente de
Rusia”.
En ese sentido, Washington parece estar ensayando un movimiento
para cercar a Rusia y desestabilizar, esta vez, a China en el Lejano
Oriente.
La realidad es que la imagen de John Kerry conversando
amigablemente, cara a cara, con el ministro iraní de Exteriores, Javad
Zarif, ante la mirada de la comisaria europea Catherine Ashton hubiera
sido impensable hace un año; y lo mismo se podría decir de la reciente
conversación telefónica mantenida por los presidentes Obama y Ruhani.
Este giro de 180 grados en las relaciones de estos dos viejos
enemigos es –en parte– una lógica consecuencia de la línea moderada que
personifica Rohani. También están quienes sostienen que Estados Unidos
ya tiene suficiente con los fracasos militares en Afganistán e Irak como
para abrir otro frente con Irán.
Pero tal vez haya que ir más lejos en el análisis. Es cierto que
Irán tiene con Ruhani una actitud más abierta hacia la comunidad
internacional, pero también lo es que la República Islámica necesita
este acercamiento para mantenerse como modelo político para el conjunto
del mundo musulmán. Irán está perdiendo su liderazgo religioso que se
extendió por todos los países musulmanes tras la Revolución que derribó
al Sha en 1979.
Hoy, la relación de fuerzas ha cambiado totalmente. El wahabismo
saudita se alza como nueva referencia para los movimientos yihadistas
emergentes. Una de las principales características de estas tendencias
radicales sunitas estriba en que incluyen como enemigo preferente a la
otra gran corriente islámica: el chiísmo, ampliamente mayoritario en
Irán.
No sólo las sangrientas matanzas en atentados contra la minoría
chiíta de Paquistán, o la persecución de los azaras afganos, sino la
violencia sectaria instalada en Irak y Yemen y, sobre todo, la guerra
civil en Siria revelan una tendencia al enfrentamiento global entre las
dos grandes tendencias musulmanas, como ya ocurrió hace siglos, durante
el período abasida.