Adiós, Mr. Vonnegut


Por Umberto Eco


En abril murió Kurt Vonnegut. Tenía 85 años, pero como hoy en día se puede vivir un poco más, me puse muy triste. Por otra parte, pensé, había estado a punto de morir ya en 1945: había combatido en la batalla de las Ardenas, lo habían hecho prisionero y lo habían mandado a Dresde, justo a tiempo para “disfrutar” del famoso bombardeo de esa ciudad (llevado a cabo por los suyos), que luego le inspiraría uno de sus libros más bellos y desesperados (y que se convertiría en libro de culto para los pacifistas).

Vonnegut estaba entre los únicos siete prisioneros norteamericanos que habían podido sobrevivir al bombardeo, porque estaba encerrado en la celda subterránea de un matadero. De ahí el título del libro, Matadero cinco (Slaughterhouse Five).
Sus obras han sido publicadas más de una vez por editores atípicos, quizá porque al principio pasaba por ser un escritor de ciencia ficción. En cierto sentido lo era, pero sólo con el correr del tiempo se entendió que más bien era un moralista que escribía utopías negativas, como George Orwell.

Recuerdo que en Madre Noche había un diálogo de este tipo:

–Tú odias a los Estados Unidos, ¿verdad?

–Odiarlos sería por lo menos tan estúpido como amarlos. No consigo experimentar ninguna emoción; la tierra en sí no me interesa. No consigo pensar en términos de fronteras. Para mí, esas líneas imaginarias no son más reales que los elfos o los duendes. No puedo creer que indiquen verdaderamente el principio o el final de algo importante para el ser humano. Las virtudes y los vicios, el placer y el dolor atraviesan las fronteras a su antojo.

–¡Cómo has cambiado!

–Para algo tenían que servir las guerras mundiales. Si no, ¿qué finalidad tendrían?

Esto me recuerda mi último encuentro con Vonnegut, un hombre, recordémoslo, que había combatido por su propio país. Estábamos en Nueva York, en una reunión de la Academia de Artes y Letras, y en una pausa me lo encontré sentado en el último escalón de una escalinata, con esa cara suya de morsa triste que te está tomando el pelo.

Me preguntó qué había hecho esos días y le dije que había ido a ver una película, La Momia. Me pregunta qué tal era y le contesté: “Técnicamente perfecta, pero irrelevante”.

Vonnegut me miró de arriba abajo y, con un aire un poco aburrido, me dijo: “Esto es América. Si no te gusta, go home, vuélvete a casa”.