Posterioridad estructural para definir confrontaciones asimétricas en la arena política

Por Rubén Weinsteiner


Los dinosarurios pueden desaparecer

Los dinosaurios eran los seres más fuertes de su época, eran enormes, tenían el poder, eran los protagonistas centrales de su época. Nadie los enfrentaba, ningún otro animal podía con ellos. Parecían invencibles, sin embargo cuando cambió el clima desaparecieron. No pudieron adaptarse.

El cambio del escenario, de las condiciones objetivas, del clima, hizo que la mayoría se ellos desapareciera, y algunos se adaptaran y se transformaran en animales mucho más pequeños y de los cuales nadie sospecharía que descienden de los dinosaurios.

Me sorprendió mucho enterarme en el American Museum of Natural History de N.Y. que muchas aves que hoy conocemos descienden directamente de los dinosaurios que eran en su gran mayoría ovíparos como las aves.

Correlación de fuerzas


El ABC de la confrontación política es la correlación de fuerzas. Enfrentar frontalmente a un rival que es mucho más fuerte, puede ser estimulante y convocante si uno tiene vocación de secta, pero si se quiere pasar de secta a iglesia, hace falta asegurarse poder ganar antes de salir al campo de batalla.

La pregunta es como. Si uno sólo va a dar las batallas que puede ganar, el pragmatismo obturará toda vocación de cambio.



Guerras asimétricas

La guerra asimétrica es un conflicto violento en el que se constata una abismal diferencia cuantitativa y cualitativa entre los recursos militares, políticos y mediáticos de los contendientes comprometidos, y que por lo tanto obliga a los bandos a utilizar tácticas atípicas. En las guerras asimétricas las partes tienen propósitos diferentes y emplean medios y métodos distintos para desarrollar sus tácticas y estrategias.
Las guerras asimétricas no encajan en el concepto de la guerra enunciado por Clausewitz, son escenarios donde la debilidad se convierte en una fuente de poder.

Hemos visto a lo largo de la historia, luchas asimétricas donde David le ganó a Goliat, o donde por los menos Goliat no pudo definir claramente el conflicto. La URSS con Finlandia, Vietnam con EE.UU., Israel con Hezbolla, son algunos ejemplos donde la asimetría no sólo no sirvió para definir el conflicto sino que en algunos casos hasta fue un obstáculo.


Dinosaurios, aproximación indirecta y ataque lateral

En términos estratégicos Basil Henry Liddell Hart, el téorico militar británico que haciendo un upgrade de las teorías desarrolladas por Carl Philipp von Clausewitz, instaló la concepción de la Aproximación indirecta y mucho antes Alejandro Magno introdujo la idea del ataque lateral, quirúrgico y definitorio en la batalla de Gaugamela contra Darío el persa.

El espíritu de la aproximación indirecta de Liddel Hart implica evitar la confrontación frontal, previsible y directa, buscando distraer, confundir, sorprender y atacar en zonas débiles. Liddel Hart graficaba con un escorpión que parece que retrocede y mientras lo persiguen ataca mortalmente con sus patas traseras. Alejandro Magno muchos años antes, y en una confrontación claramente asimétrica lateralizó, sorprendiendo y buscando el flanco más débil, buscando matar a Darío el soberano enemigo, lo que desorientó a los persas, provocó la huída de Darío, el contraataque desorganizado que fue rodeado por las fuerzas de la Alejandro, la utilización de soldados para cubrirlo a Darío y la retirada masiva, -que como sabemos, hay pocas más difíciles que evitar que una retirada se convierta en una huída- del grueso de la infantería persa.

Frente a un escenario de asimetría de fuerzas en términos políticos, conviene pensar en los dinosaurios, la aproximación indirecta y el abordaje lateral y letal. 

Si cambiamos el clima, los dinosaurios desaparecen, porque no podrán adaptarse. Si sorprendemos con aproximaciones indirectas, la correlación de fuerzas negativa dejará de ser determinante y si lateralizamos buscando dar jaque mate sin sacrificio de piezas, la sorpresa, el desconcierto y el dominio de la situación determinarán un escenario nuevo.


Cambia todo cambia


Como se cambia el clima?

Cambiando las concepciones y las percepciones. La construcción de un discurso de poder es la hoja de ruta.  Discurso es organizar percepciones. Poder es potencialidad de acción en función de lo que los otros desean. 

 

Figura o marca 

Una figura pública es alguien que los otros aman y desean lo que el tiene, es, dice o muestra.

Una marca política es alguien que tiene, es, dice o muestra lo que los otros aman y desean 

El discurso de poder debe plantear nuevas reglas y pasar a retiro las actuales, para entender la realidad, para comprenderla, internalizarla, pensarla y sentirla. 


Posterioridad

 
La idea es ser posterior no en términos temporales, sino en términos estructurales, es decir incluir y superar lo actual.
Ser posterior evita la confrontación frontal y donde el rival espera y está mejor preparada.

No se es posterior criticando o atacando duramente el status quo o al rival. La posterioridad se construye instalando una mirada nueva que haga obsoleto el status quo. Organizando nuevas percepciones en función de la realidad posterior y la mirada constructora, y de la potencialidad de acción posterior propia. Para poner en crisis y problematizar las faltas del presente, validar las demandas del status quo, estimular la formación de nuevas demandas y deseos y plantear nuevas respuestas a esas nuevas demandas y deseos.

Enfrentar a una fuerza mucho más potente, y que cuenta con el apoyo del poder real, y que está instalada, requiere de asumir la asimetría, entender las debilidades propias y las fortalezas del otro, y construir un discurso de poder de marca política para desarrollar una estrategia de posterioridad, aproximación indirecta, distracción y sorpresa, abordaje lateral y consolidación del escenario posterior no en términos temporales, sino estructurales.


Rubén Weinsteiner

El voto del “segmento Doña Florinda”




El voto Doña Florinda


Por Rubén Weinsteiner

La vecindad del Chavo del 8, lo que sería un conventillo pequeño, contaba con varios personajes. Por un lado el Chavo, ese chico huérfano que vivía en un barril, que no tenía ninguna persona que se hiciera cargo de él, aparentemente ningún resorte del estado que se ocupara, pero que iba a la escuela y sobrevivía de alguna manera. También estaba la bruja del 71, que uno intuía soltera, y que debía tener alguna pensión para mantenerse, ya que no se le conocía otra fuente de ingreso. Don Ramón y su hija Chilindrina, con una situación económica muy precaria. Seguramente Don Ramón hacía algunas changas y con eso comían, pero no les alcanzaba para mucho más, y por lo general se escondía del dueño de la vecindad, Don Barriga, por no contar con el dinero para pagar al renta. Y por último Doña Florinda y su hijo Quico. Uno supone que Doña Florinda no trabajaba, que era viuda de un marino, y que recibía una pensión por viudez, y que eso le daba cierta certidumbre económica. Una pensión que no muy alta, de lo contrario no viviría en una vecindad así, pero que de todas maneras le permitía constituirse en la clase alta de la vecindad.

En los sectores de la base de la pirámide, existen microsegmentos con una vocación intensa de diferenciarse.

Doña Florinda siempre le decía a Quico “no te juntes con esta chusma”.

En el segmento DF, existe un fuerte miedo a la movilidad social ascendente del más pobre. No molesta tanto bajar, sino que el otro suba.

Hay en el ascenso del que es más pobre que él, una amenaza, no como en el caso de los sectores medios una preocupación por el encarecimiento de la mano de obra, del personal doméstico que teniendo satisfechas algunas necesidades pide aumento, o se niega a trabajar por salarios bajos.

En este caso el segmento Doña Florinda no suele emplear a los otros más pobres.

Doña Florinda vive en la misma vecindad que Don Ramón, quizás tenga una casa un poquito mejor, pero no mucho, pero se siente, y quiere sentirse, muy lejos de Don Ramón. No quiere que Quico juegue con La Chilindrina, en todo caso prefiere que juegue con el Chavo, porque el Chavo no es una amenaza. El Chavo no va a subir en el escala económico-social, y del Chavo no hace falta diferenciarse, porque las diferencias son mucho más nítidas que con la Chilindrina.

Doña Florinda vive como pobre, come como pobre, viaja como pobre, trabaja (?) como pobre, pasa sus fines de semana como pobre, sale a pasear como pobre, compra como pobre, educa a sus hijos como pobre, pero se siente clase media.

El funcionamiento de la aspiracionalidad siempre se da en términos de relatividad. Doña Florinda es lo que no es, el no ser como Don Ramón la define más que ninguna otra cosa.

Don Barriga es el dueño de la vecindad, es el que cobra la renta, si bien no parece rico, seguramente tiene una posición más holgada que Doña Florinda, sin embargo tiene una relación a priori más cordial, quizás más paternalista, pero sin duda de menos rechazo, con Don Ramón que la mamá de Quico.

La hegemonía cultural es la instalación en una sociedad, culturalmente diversa, de los paradigmas del mainstream, convirtiéndose en la norma cultural aceptada y en la ideología válida y universal. Doña Florinda se ve como rica frente a Don Ramón, y ese Status Quo la favorece, aún cuando se de en términos relativos.

La hegemonía cultural justifica el posicionamiento de Doña Florinda y lo plantea como natural e inevitable, perpetuo y beneficioso para todo el mundo, en lugar de presentarlo como una construcción que beneficia algunos y no a otros. Gramsci plantea a medios, educación y religión como herramientas constructoras de esa hegemonía.

El Segmento DF por lo general tiene un comercio en el barrio pobre, tiene un remise relativamente bueno, o tiene un trabajo en el centro, bien pago en términos del barrio.

Por lo general tienen una mejor casa, usan ropa cool, compran alimentos de mejor calidad, e incluso en algunos casos mandan a sus hijos a otras escuelas. Sin embargo no se mudan, y consolidan su pertenencia a un colectivo del que reniegan en mayor o menor medida.

¿Como construye su sistema de preferencias el segmento Doña Florinda?

El segmento DF tiende a diferenciarse de su entorno natural. Tiende a pensar a su situación como de contingencia y de carácter temporario. “Este no es mi lugar” “ya nos estamos por mudar” “estamos haciéndonos una casita en otro lugar” “cuando nos mudemos…” “nos somos de aquí”, son algunos de los verbatim que nos brinda el segmento.

Para interpelar al segmento DF hay que:

a) respetarle la vocación de diferenciación,

b) registrar su aspiracionalidad,

c) conectar con su deseo de ser visto como diferente

Sin embargo hay una contradicción detrás de estos 3 puntos que debe ser tenida en cuenta.

El Segmento DF quiere ser percibido de una determinada manera, visibiliza las diferencias y no renuncia a lo aspiracional que excede ser el más rico de un barrio pobre. Sin embargo el votante DF sabe que es pobre, sabe que la clase media lo ve como pobre y que para esta y para los ricos las diferencias que tanto lo ocupan y preocupan, son invisibles.

Por eso el discurso para el segmento DF debe:

a) establecer las diferencias

b) conectar con sus demandas naturales que son muy parecidas a los del resto del barrio, pero de una manera más indirecta y tácita

c) conectar con la conciencia de clase oculta y negada, con aquello que no se verbaliza pero que opera de manera latente en la constitución del sistema de preferencias del segmento, porque más allá de la necesidad de diferenciarse, está el deseo de que sus problemas en tanto pobre, sean abordados.


El Segmento DF habla como integrante de la clase media frente a los de su barrio, con quienes convive y de los cuales se diferencia. Y es tratado como pobre por la clase media, los cuales viven marcándole diferencias. Esta situación los pone en un limbo, pero ese limbo no les impide saber íntimamente que son pobres.

Las diferencias, el maquillaje y la impostura, no resuelven el deseo de solucionar los problemas estructurales de los sectores de la base de la pirámide.

Errores de arquitectura de segmentación de discurso:

a) abordar al segmento en forma homogénea con la base de la pirámide

b) juzgarlos: “votan contra sus intereses” “votan a sus verdugos”

c) abordarlos como clase media

El discurso para el segmento DF debe contemplar el diferencial aspiracional de volar más alto que el resto del barrio, debe conectar con sus externalidades clasemedieras y debe interpelar las demandas globales estructurales.

Lo importante es mantener la capacidad de investigativa sin juzgar ni adjetivar.

Me pasó en una ciudad del norte, en un barrio muy humilde, donde una familia cuyos miembros trabajaban en el centro y tenían entre los adultos, y algún hijo grande que trabajaba, un bueno ingreso relativo, se quejaban recurrentemente de que la familia que vivía enfrente recibía varios planes sociales. Intentar explícales la funcionalidad socioeconómica de los planes sociales en un contexto determinado, es una alternativa, pero los anclajes son inmunes a los datos, el sentimiento está y es contundente. Podemos intentar analizar como se constituye ese anclaje, el hombre se levanta a las 5, trabaja todo el día, vuelve a la casa a las 8 de la noche, y ve a los vecinos tomando mate en la vereda. Nuestra explicación acerca de la importancia de los planes sociales, no le mueve la aguja, su enojo blinda el anclaje constituido.

Por eso tenemos que tratar de internalizar ese anclaje para navegar en el y poder diseccionarlo, analizarlo y modelizarlo, de manera que podamos operar sobre el sistema de preferencias creado en base a ese anclaje .

Doña Florinda alimentaba a Quico mejor que Don Ramón a la Chilindrina, seguramente le compraba más juguetes, más indumentaria, más esparcimiento, pero el entorno de la vecindad y sus problemáticas eran comunes a todos, y a los ojos de un chico de clase media Quico y la Chilindrina no eran muy diferentes, porque en realidad tenían más en común que aquello que los diferenciaba.

La necesidad del segmento DF es parecer clase media, la fantasía es ser clase media, pero el deseo reptiliano, factor constituyente del voto, es solucionar sus demandas urgentes reales en tanto integrante de la base de la pirámide.

Rubén Weinsteiner

Cuando construís una marca política, todo lo que no es diferente es invisible

Por Rubén Weinsteiner


Usted puede actuar bien o mal; lo importante es que actúe de verdad.

Konstantín Stanislavski


Sin diferencial no hay marca política exitosa, todo lo que no es diferente es invisible. Nada es más importante en comunicación política que tener un diferencial poderoso. Un significado, una idea, un concepto que pueda decodificarse en imágenes, palabras, sentimientos, que sea llamativo, recordado, para que esa diferencia, rápidamente pueda construir percepciones para colonizar subjetividades y sujetar a los sujetos de elección.

El verdadero campo de batalla en el que se juegan las elecciones es la cabeza de la gente.
El posicionamiento, el lugar en lugar en la cabeza de los sujetos de elección, es esa diferencia generando percepciones, emociones, y traducida en competencia política en el sistema de preferencias de las personas.

Esa diferencia debe poner a la marca política en una categoría diferente a todas las demás ofertas. Ese concepto que diferencia, que separa, que hace especial debe estar preparado para ser plataforma de instalación de diferentes mensajes, para los diferentes segmentos que se quiera abordar.

Ese diferencial debe tener:
1)Ubicuidad: ser visible y comunicado allí donde los diferentes públicos se encuentren
2)Consonancia: debe tener que ver con lo que los deseos, temores, anhelos, angustias, demandas de los diferentes segmentos
3)Repetición: debe insistirse con la visibilización y comunicación de ese diferencial para instalarlo.

Frente a “todos son iguales”, el que establece una diferencia, construye una ventaja.
El diferencial en el voto joven es tributario de la demanda de autenticidad frente a la impostura. El diferencial no sólo debe ser poderoso, sino real, verdadero, disruptivo y recordable. En el voto joven el diferencial, debe como decía Stanislavsky, ser verdad, actuar de verdad
Gimmick es un anglicismo que hace referencia a un truco, y a todo elemento añadido a una pieza creativa con el fin de hacer que sobresalga por encima del resto, y que de forma aislada no tiene valor. Es un adorno, algo que no establece una diferencia real, verdadera.

Gimmick es un truco publicitario es una característica única o peculiar que le atribuyen a los productos para hacerlos resaltar, sin embargo esta característica no necesariamente es relevante, muchas veces ni siquiera es verdadera, o muchas veces ni si quiera trae beneficios, es sólo para llamar la atención.
Por ejemplo acaba de salir una compañía que anuncia una cerveza que está dirigida especialmente para jugar beer pong (el beer pong es un juego popular entre jóvenes, que se juega con vasos llenos de cerveza en una tabla de ping pong).
Y muchos se preguntarán ¿Cuál es la diferencia entre esta cerveza y todas las demás? En realidad ninguna, el truco está en que es una caja con 30 cervezas que incluye los vasos y las pelotas para armar tu juego de beer pong.

Los trucos publicitarios atraerán atención, pero de manera muy efímera, luego se generará una sensación de defraudación difícil de dar vuelta. En conclusión los gimmicks generan ruido y cierta atención a tu marca pero no acumulan.
Sirven para decirle a las personas “ey mírame” pero si cuando te miran no decís algo que conmueva, no acumulará.

Diferencia y verdad

Las marcas políticas y corporativas se vuelven mucho más eficaces a la hora de ocupar el imaginario de los microsegmentos jóvenes, colonizar subjetividades, y sujetar a los sujetos de elección, si exhiben su versión unplugged. En los diferentes públicos jóvenes, las marcas políticas, que “hacen playback”, que solo mueven los labios, suenan cada vez lejanas, artificiales, “caretas”.
Por eso es importante que el diferencial comunique autenticidad, transparencia y verdad.
La identificación, en los públicos jóvenes está apoyada en el clivaje autenticidad-impostura. Lo autentico y lo artificial. La otredad es la impostura, los que dicen una cosa pero son otra. Contra eso, se plantea un modelo normativo de autenticidad, sencillez y transparencia. No ser “careta”, no ser “gato”, no ser “trucho”, ser o en realidad parecer verdadero y transparente.
Y como vimos, ser es ser diferente.
Es difícil identificarse con algo “perfecto, las imperfecciones, lo real, la emergencia de las imperfecciones, limitaciones y zonas oscuras, acercan al votante joven a la marca política y facilitan su identificación.
Esta artificialidad e impostura, establece una barrera entre las marcas políticas y los votantes que impide la construcción de un vínculo emocional eficaz, de una positiva empatía e identificación y de establecer compromisos emocionales y de acción.

El camino crítico debe arrancar por pensar, diseñar, construir e incorporar el diferencial.
Hablar con los jóvenes es fácil, que te escuchen no tanto. La comunicación entre una marca política y los sujetos de elección jóvenes, en medio de la disputa de sentidos, emociones y ofertas simbólicas, requiere por parte del receptor joven de una validación, donde el emisor, en este caso la marca política debe primero ser diferente de verdad y debe convocarlo a “ser parte” de esa diferencia. Para lograr la atención de los jóvenes, el discurso debe dejar establecida esa diferencia, lo que le va a permitir al joven validar tribalmente el pertenecer, el ser parte, y poder vivenciar algo con la tribu que los diferencie, de cara a la promesa de la marca política, para atravesar una instancia colectiva, donde se comprometa lo reptiliano-emocional.

Para una marca política ser, es ser diferente y que esa diferencia sea visible, perceptible y vivenciable. El diferencial es la plataforma para el salto cualitativo del mensaje, para que el discurso de poder ancle, para que la empatía levante la barrera de la sobrecomunicación, para que el discurso pase de “ruido” a “valor”, algo esencial para toda construcción discursiva política significativa.

Todo lo que no es diferente es invisible, y en especial para los jóvenes ser es diferenciarse. La diferencia construye el lugar que queremos ocupar en la cabeza de los sujetos de elección. Estar o no estar en su cabeza y en su corazón es la diferencia entre que nos voten a nosotros y que voten a otros.

Rubén Weinsteiner

Debatir o no debatir


Vos preguntame lo que vos quieras, yo te respondo lo que yo quiero


Por Rubén Weinsteiner

¿Sirve debatir en comunicación política? ¿Debe debatir el líder, el que va arriba? ¿Hay que apuntar a convencer, o a vencer emocionalmente? Preguntas que nos hacemos cada tanto, a favor de no relegar ni el lugar, ni el valor de la duda en el marco investigativo.
Una vez vi en un diario alemán un caricatura que mostraba a una pareja discutiendo, el marido le decía algo asi como : “querida se razonable” y la mujer le respondía : “que sea razonable, lo único que me interesa es ganar esta discusión”.
Es obvio que los debates no se ganan en términos de A vence a B, B lo reconoce, le da la mano y dice que cambiará de opinión. Los debates en comunicación se ganan o se pierden en el ring side, en la teleplatea, cuando se debate delante de otros. Se juegan en en el estudio, pero se ganan en los livings de las casas.
Lo que se dice, lo que no se dice, los argumentos, los giros, el manejo de los gestos y fundamentalmente la respiración.

En definitiva la estrategia apunta a influir en los que miran, y en los que miran a los que miran. En las audiencias y en las audiencias de audiencias.

Parte de la biblioteca dice “el líder no debate”, otra parte dice “hay que dar la batalla discutir, todo y todo el tiempo”.

El problema de debatir todo el tiempo, y no digo que no haya que debatir a veces, es que acelera una entropía de la imagen, con una mutación pronunciada sin beneficio de homeostásis en tiempo real, donde cada round se hace interminable, y la estrategia, diseñada se desdibuja. Allí se le otorga al otro la enorme ventaja del codiseño de la propia imagen.
Cuando discutimos, le estamos otorgando entidad a la otra parte, sin dicha entidad no podríamos establecer la discusión. El contrato discusional consiste en aceptar que el otro está en un lugar de equivalencia. Que este lugar esta legitimado desde la posición, desde el equipaje argumental o desde la entidad del otro. Cuando discutimos estamos aceptando nuestras propias limitaciones, sean estas dudas o límites de poder. Si tuviéramos la seguridad absoluta de tener la razón y el otro no tuviera ningún poder, no discutiríamos. Nadie discute con la abuela con Alzheimer. Con lo cual debatir es validar nuestras limitaciones y el poder del otro.

En la discusión se condiciona la imagen y la narrativa a favor de la victoria en el debate, y en ese momento se sale de la estrategia propia de marca política. No es grave, solo requiere mayor flexibilidad. El peligro consiste en que ese replanteo marcario, puede estar muy condicionado por el otro. Es como cuando quieren poner nervioso a alguien y le dicen cosas con ese propósito, para “sacarlo”. Ahí, si uno se “engancha”, el poder lo asume el otro. La solución, lo sabemos todos, esta en no responder.

Bajado al terreno de la comunicación, la traducción no es exactamente no responder, ante el modelo inquisidor. Inquirir o callar pone al otro en el lugar de “mover la ficha”. Es imposible no comunicar, todo comunica. Lo que se impone en ese caso es lo que en comunicación llamamos fogging, lo que nos permite jugar el juego sin patear el tablero.

No responder, porqué ahi le estamos dando el poder al otro, pero no responder no significa no decir, significa; VOS PREGUNTAME LO QUE VOS QUIERAS, YO TE RESPONDO LO QUE YO QUIERO
París, mayo de 1981. En el comando de campaña de Miterrand, se discute con qué estrategia el candidato socialista, François Mitterrand, deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial.

Se pasa , una y otra vez, el video del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. En las urnas también ganó Giscard.
La táctica giscardiana consistía en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección. Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. Claro, el Presidente en ejercicio, sabía todos los pormenores, datos, cifras, mecanismos, que solo en el poder se pueden conocer.


En el debate Ibarra-Cavallo en 1999, Ibarra le preguntó a Cavallo si sabía cual era el presupuesto de la ciudad, una pregunta, cuya respuesta Cavallo debería haber sabido, sin embargo no la sabía. Cavallo cambió de tema, e Ibarra lo volvió a su pregunta, "Cavallo, sabe o no sabe cual es el presupuesto ?" Cavallo quedó muy mal parado.

La conclusión fue: principio básico para el inminente debate : Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.
Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel debate de 1981; hizo posible el memorable “¡yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard.

Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Discurso político, problematización y output


Rubén Weinsteiner


Cuando tiene lugar una crisis profunda, económica, social o política, o las tras juntas, se produce un reseteo en términos de los sistemas de preferencias.

El 2001 fue un reset profundo. Votantes que jamás hubieran votado por el peronismo, se hicieron kirchneristas, y hoy no imaginan votar a alguien no peronista. Progres que veían a Macri como un límite, se hicieron macristas, el espacio público se volvió a poblar de actores, los jóvenes volvieron a la política.

Estos contextos constituyen un escenario ideal para marcas políticas innovadoras.

Las demandas se renuevan y resignifican, por eso hace falta segmentar por variables blandas, no tanto por lo que la gente es, sino por lo que hace, lo que le interesa, lo que la motiva, lo que desea.

Esta segmentación etnográfica 4.0 se ve potenciada por la big data, y nos permite intervenir como nunca con un discurso de poder potente.

Responder a las demandas es construir el discurso.

Desarrollar un imput de lectura de esas nuevas demandas de los segmentos determinados por la estrategia y desplegar un discurso de promesa de output que se constituye en el reason why de nuestra marca política.

Ese discurso debe organizar las percepciones de la realidad, para poder plantear la problematización de la misma.

Las realidades en si mismas no constituyen “el problema”, hasta que no se las organiza.

Que haya una caída fuerte del salario, crezca el desempleo, cierren pymes, la inflación de devore el poder adquisitivo del salario o un la recesión destruye la actividad, no hace que la gente salga a la calle o vote contra alguien per se.

Quizás un gobierno logre que la población culpe a la pesada herencia, o a la corrupción o que pasaron cosas, o a la mala suerte por estos hechos.

La atribución del significado reptiliano-emocional a hechos objetivos no es unívoca. Y esa interpretación es el campo de batalla por la subjetividad.

Esa subjetividad consiste en lograr el insight del sujeto de elección sobre los mecanismos de causa-efecto de políticas y problemáticas, aún las no tipificadas.

El proceso de construcción del reason why del problema es:

a) Diagnóstico del problema y nominación.

b) Corporización de los actores e intervención de los mismos en el proceso problematizador en términos de causa y efecto

c) Acción, expectativa, solución


El Naming del problema

Hay cosas que existieron siempre: el bullyng, el grooming, las start ups, etc. Pero recién cuando las denominamos, podemos darle entidad y operar sobre ellas en el plano de la realidad. El naming del problema debe constituirse en significante y conectar heterogeneidades diversas para poder ser horizontal, en lugar de "divide y vencerás", decimos, "agrupa y vencerás" el problema debe aglutinar, juntar, hacer confluir


El problema debe tener un nombre, y los actores también.

Instalado el problema en el imaginario y en la agenda, resulta ineludible para todos los sectores de la vida política y social, y los nombres, tanto del problema como de los actores, pasan a ser asumidos por todos los jugadores. De eso se trata la hegemonía cultural.

Esto se da cuando un diario de derecha liberal habla de "capitalismo salvaje" o cuando le preguntaban a Margaret Tatcher, sobre cuál había sido el mayor logro de su gobierno y respondió: Tony Blair (teniendo en cuenta que Blair representaba a la izquierda laborista, pero compartía los presupuestos del liberalismo económico).

Hay un problema, no es producto de los desastres naturales o que pasaron cosas, o culpa de otro, hay causas y responsables, hay soluciones.

Un ejemplo claro lo constituye "La Guerra del gas" en Bolivia. Durante muchos años Bolivia tuvo una grieta de 3 sectores: los europeos, los indigenas, la izquierda mestiza. Ninguno confiaba en el otro, los europeos de Santa Cruz veían a los otros 2 grupos como atrasados, los indigenas se sentían discriminados e invadidos por los europeos y rechazaban el socialismo del MAS, porque entre los aymarás y los quechuas la propiedad privada era un pilar fundamental. Los socialistas rechazaban a los europeos por racistas y a los indigenas por no aceptar el socialismo.


En 2002 Evo Morales hizo el primer intento de juntar por primera vez a los indigenas y a la izquerda y obtuvo el 20% de los votos. Pero el salto lo dio en 2003 con la llamada "Guerra del gas", ahi encontró el significante aglutinador y lo dotó de significados, para juntar a todos los opositores con "El gas no se vende". De un lado quedaron los que querían privatizar el gas y del otro lado los que querían nacionalizarlo. Tres años más tarde Evo llegaría al poder con otro significante aglutinador "Viva la Coca". Un significante que planteaba lo autóctono contra las imposiciones de EE.UU. con la guerra contra los cultivos de Coca. A partir de allí la lucha por la construcción del problema, y la construcción del significante aglutinador la dieron los europeos, que plantearon la lucha contra "la dictadura" "el centralismo" "el atraso", planteando el autonomismo como solución al problema y promesa de marca política.

La respuesta de Evo fue construir "el pueblo indigena contra la derecha transnacional y traidora" y sancionar después de un referéndum una nueva constitución con tres pilares:

1) Estado plurinacional (integración, legitimación y reivindicación de los indigenas)

2) Estado soberano (lucha contra las multinacionales)

3) Estado autonómico ( con esto les robó uno de los reason whys a los europeos)

Con el último punto golpeó fuerte a la oposición.

 Hoja de ruta
1) Construcción de "el problema"
2) Agrupación de realidades heterogéneas en torno al significante
3) Naming
4) Actores
5)Solución

La construcción del "problema" es el paso más estratégico en la construcción del discurso.
El imput en el discurso y la construcción del output transformado en "reason why" es la diferencia entre comunicar y construir una marca política, es decir, es la diferencia entre que vos quieras lo que yo tengo y que yo tenga lo que vos querés.

Sectores medios, hegemonía e intervención sobre la subjetividad




Rubén Weinsteiner


Le preguntaron a Margaret Tatcher, sobre cuál había sido el mayor logro de su gobierno, y respondio: Tony Blair. Debemos tener en cuenta que Blair representaba a la izquierda laborista -con étapas en el pasado de radicalización marcada- pero compartía los presupuestos del conservadurismo británico en materia de política internacional y liberalismo económico entre otros temas).

Una marca política necesita para perdurar, poder gestionar con cierto margen de acción y proyectarse, intervenir sobre la subjetividad para proponer y establecer valores que sean aceptados activa y pasivamente por impotantes sectores de la población, por el poder real y por los medios la mayor cantidad de tiempo posible.

Las narrativas de gestión, los mitos de la marca política que ejerce el poder, los climas de época, articulan, convergen o se enfrentan a las estrategias del poder real y las “miradas” y “construcciones” de los medios que median en los humores sociales, a través de la agenda y el spin, los recortes y la reproductibilidad.

La atomización que produjo el haber pasado del broadcasting ( estar sentado pasivo frente al televisor y esperar a ser intervenido) al pull casting, con nuevas audiencias que eligen en you tube lo que quieren ver, opinan y se nutren en las redes en simultaneo le han quitado cierto poder de intervención sobre la subjetividad a los grandes constructores de la misma, generalmente vinculados al poder real.

Los medios han perdido en sobre todo en los segmentos jóvenes poder de fuego para decirle a la gente qué pensar, pero retienen un poder fabuloso, para decirles, en qué pensar.



La construcción de hegemonías aborda la subjetividad enmarcada en los mecanismos primarios de referencia, los relatos ocultos, esos que por lo general no se verbalizan, por carecer de correción política o cultural, pero están presentes en todo hogar, los mandatos, valoraciones, historia familiar, formación etc.

Ese encuadre cognitivo colectivo que se forma en los diferentes colectivos y microsegmentos se mide con las narrativas, valores y sistemas de creencias que proponen las marcas políticas.

Ese enfrentamiento nunca podrá ser frontal y de eliminación, porque se encontrará con los mecanismos de defensa automáticos que le bloquearán toda posibilidad de intervención.



El discurso de la marca política debe reconocer con vocación de inmersión acrítica los marcos cognitivos de los diferentes públicos, revelar empatía por los drivers de esos marcos cognitivos, y apropiarse de los mismos, leer miedos y demandas y problematizar para proponer, convocar, validar y esperanzar. Intervenir y comprometer desde el discurso al sujeto de elección con una perspectiva de un futuro distinto, mejor y alineado con las demandas latentes de los marcos cognitivos y que de soluciones a los mismos desde lugares nuevos.

No hay un marco, hay una acción de encuadrar, de enmarcar la realidad. El marco es nada, enmarcar es todo.
Si nuestro discurso no esta alineado con los marcos de nuestro público, este lo rechazará o directamente no lo comprenderá, no lo sentirá, no le hará consonancia.



La madre de todas las batallas consiste en ganar “el medio” y apropiarse del concepto de racionalidad, funcionabilidad y sustentabilidad y ubicar a nuestro rival en el lugar de la irracionalidad, en “el rincón”.

Para construir hegemonía e intervenir decisivamente sobre la subjetividad, resulta fundamental hacerse fuerte en términos de la subjetividad, en los sectores medios. Establecer un diálogo eficaz con la clase media, basado en posicionamientos de racionalidad, equilibrio y sentido común en el imaginario de los diferentes microsegmentos que componen los sectores medios.

Estos son los que le fijan la aspiracionalidad y el menú estacional de modas, y valores, a los sectores de la base de la pirámide.

Sólo con los sectores medios no alcanza, pero sin los sectores medios no se puede.


Rubén Weinsteiner

Reconocer, nominar y legitimar nuevas diferencias en nuevas audiencias jóvenes para intervenir sobre los sistemas de preferencias




Rubén Weinsteiner


Por Rubén Weinsteiner

Cuando pensamos en construir y acumular marcariamente en los segmentos jóvenes, nos engocamos necesariamente en nuevas audiencias, en periferias blandas de nuestros espacios de adherentes y en espacios despolitizados con marcos de referencia, pertenencia y pertinencia alejados de la política.

Fortalecer el voto duro propio, es importante desde un punto de vista estratégico por la consolidación de una base y por la potencia evangelizadora de esa base, que puede y debe expandir la misma.

Pero el despliegue de las acciones de la marca política entre los propios y las audiencias redundantes limitan el crecimiento de la potencia electoral de la marca política.

Esa salida afuera tampoco pretende ser masiva, sino quirúrgica y microsegmentada. Con un cálculo preciso de la economía de fuerzas y de la categorización de los accesibles y posibles. Nadie pretende colonizar al núcleo duro del adversario. Siempre conviene empezar por la periferia blanda propia y de ahí avanzar hacia los sectores fluctuantes más cercanos.

Los adultos tienen marcos de referencia consolidados y rígidos, en los jóvenes, esos marcos están en construcción mutación y evolución permanente. El joven necesita diferenciarse para ser y visibilizar esa diferencia para aparecer.

Por lo tanto el joven es mucho más lábil que el adulto. Aún aquel que proviene de segmentos muy refractarios.

Apuntar al voto joven es el mejor negocio electoral que podemos hacer.

Obama obtuvo en 2008 el 66% del voto joven, y en en 2012 el 60%. Con ese número corrigió todos los déficits que tenía en segmentos muy potentes del electorado de los EE.UU. como hispanos, judíos y blancos pobres.

El sistema de preferencias joven es tribal por estructura y funcionalidad. Y consolida los principios de desligamiento y diferenciación de los jóvenes hacia el marco de referencia de los adultos.

Leer, interpretar e intervenir sobre esas diferencias, es el insumo básico para construir un discurso potente en los segmentos jóvenes.

El proceso de intervención consiste en: 1) lectura e interpretación de las diferencias 2) caracterización y problematización discursiva de las demandas que entrañan esas diferencias 3) descripción de personajes y responsabilidades en el escenario de choque entre las realidades diferentes 4) planteo de la normalización y aceptación de las diferencias y nuevas realiades determinadas por estas.

El que nomina domina

“El que nomina, domina”, decía Pierre Bourdieu explicando cómo la lengua que hablamos resulta un escenario de enorme densidad política y que los modos de nombrar los hechos no son neutrales y encierran intencionalidades, ideologías, tomas de posición.

a) Diagnóstico de las nuevas realidades y nominación

b) Corporización de los actores e intervención de los mismos en el proceso innovador
c) Incorporación de los nuevos paradigmas a la realidad presente

El Naming del problema

Hay cosas que existieron siempre: el bullyng, el grooming, las start ups, etc. Pero recién cuando las denominamos, podemos darle entidad y operar sobre ellas en el plano de la realidad. El naming del problema debe constituirse en significante y conectar heterogeneidades diversas para poder ser horizontal, en lugar de "divide y vencerás", decimos, "agrupa y vencerás" el problema debe aglutinar, juntar, hacer confluir

El problema debe tener un nombre, y los actores también.

Instalado el problema que viene a resolver la diferenciación petendida, en el imaginario y en la agenda, hay que nominarlo de manera potente para apropiarse del mismo y poder liderar el proceso de cambio, y que este sea asumido por todos los jugadores. De eso se trata la hegemonía cultural.

Esto se da cuando un diario de derecha liberal habla de "capitalismo salvaje" o cuando le preguntaban a Margaret Tatcher, sobre cuál había sido el mayor logro de su gobierno y respondió: Tony Blair (teniendo en cuenta que Blair representaba a la izquierda laborista, pero compartía los presupuestos del liberalismo económico).

Las demandas de desligamiento del universo adulto y difereniciación, por parte de los jóvenes, no se constituyen en un proceso automático y natural, sino que se definen por la subjetividad enmarcada en los mecanismos primarios de referencia, que nos permiten construirnos una idea clara e inmediata de cómo leer la realidad a través de nuestro encuadre cognitivo (cognitive framing).

No hay un marco, hay una acción de encuadrar, de enmarcar la realidad.

Para intervenir sobre la subjetividad de los sujetos de elección hace falta conectar con su estructura de marcos cognitivos. Si nuestro discurso no esta alineado con los marcos de nuestro público, este lo rechazará o directamente no lo comprenderá, no lo sentirá, no le hará consonancia.

Es por eso que la lectura de las demandas y la construcción de la narrativa de la marca política sobre esas demandas puede y debe intervenir sobre ese encuadre cognitivo.

El disenso formal activo permite poner en crisis los marcos de encuadre cognitivo del universo adulto y las hegemonías actuales, problematizar dicha hegemonía, plantear, desde el discurso una conceptualización de la diferencia propuesta y la lectura de que no estamos condenados a lo actual, sino que esto pasa porque hay cosas que no se hacen o cosas que se hacen mal.

Por eso muchas de las demandas y deseos se encuentran en estado de latencia, obturadas por discurso del mainstream, limitante, justificador y obturador de los deseos lantentes y bloqueador de las diferencias, que para los jóvenes son esenciales, casi como una cuestión de supervivencia en tanto jóvenes.

El discurso de poder, debe organizar las percepciones en función de la potencialidad de acción de la marca política, para palntear as diferencias y los cambios son posibles, modificando aquello que parece inmutable y sin solución, planteando comos claros y proyectando la subjetividad de una fuerte potencialidad de la marca política.

Hay que tener el dedo en el pulso las 24 horas para leer las diferenicias que los segmentos jóvenes quieren instalar, analizar e interpretar los deseos lantentes en esas diferencias, apropiarse de los marcos cognitivos de estos segmentos, problematizar para proponer factibilidades, convocar y esperanzar, e intervenir y comprometer emocionalmente desde el discurso con una perspectiva de un futuro distinto, mejor y alineado con las demandas latentes de los segmentos objetivo.

Rubén Weinsteiner

La "colonización suave" de subjetividades en el #VotoJoven según Bill Bernbach



Lo que aprendimos de Bill Bernbach para potenciar la #marcapolítica en el #votojoven







Rubén Weinsteiner

Cuando hablamos en nuestras notas de los sistemas de preferencia de los segmentos jóvenes, señalamos la labilidad, los jóvenes cambian, los viejos menos, la necesidad de diferenciarse, de comunicar esa diferencia, de hacerse un lugar, lo que psicoanalíticamente llamamos matar al padre, hablamos de luchas contra poderes grandes, con final abierto, decimos que los jóvenes barometrizan el cambio y lo demandan. Pensamos en el clivaje falso-auténtico, es decir como los jóvenes valoran la autencticidad, lo unplugged por sobre la impostura. La tribalidad de las decisiones de los jóvenes, la dimensión colectiva de la estructuración de las adhesiones. El clivaje prohibido-permitido, y fundamentalmete nuevos formatos expresivos.

La institucionalización de la disruptividad es un condición clave en la estructuración de los sistemas de preferencias en los jóvenes, y uno de los hombres de la publicidad y la comunicación que mejor entendió esto fue Bill Bernbach.

Si David Ogilvy le aportó a la publicidad la dimensión de los datos duros, para apabullar al público, Bill Bernabach se resistía al paradigma de la época y se negaba a llenar de datos sus avisos, el apostaba a la colonización “suave” de subjetividades.

Bernbach ponía en juego humanidad, humor, simpatía y fundamentalmente creía en una publicidad menos intensa.

Menos es más

Cuál es el mejor sitio de la Web?

Sin duda Google. Que vemos en la página? Una página en blanco con la palabra Google y un rectángulo.

Anthony Hopkins decía hace poco que el había aprendido de Sir Lawrence Olivier, que el actor debía guardarse algo, no debía ser todo los intenso que podía ser, que menos es más. Hopkins decía que si entregás todo de una vez y no te quedás con nada, y fundamentalmente, no dejás que el público haga el proceso, la gente se va del teatro al bar de la esquina.

En comunicación, como me enseño mi maestro, socio y amigo Jorge Schussheim, lo único que no podés decir es aquello que querés decir.

Bernabach entendió que había decir una parte y que dejar que el público hiciera el resto.

Bernbach entendió algo que en el #votojoven es clave: no podés decir todo, no podés explicar todo, tenés que construir el marco con los elementos mínimos, para que los jóvenes hagan el resto, y construyan aquello que estás buscando como percepción a instalar.

Los espectadores no se levantaban del sillón cuando aparecía un comercial de Bernbach. Estaban signados por “menos es más” y con humor y amabilidad bajaban un enfoque contracultural contundente.

Junto a sus socios Maxwell Dane y Ned Doyle, tenían entre otras las cuentas de Volkswagen, Avis Rent a Car y Seagram. Bernbach exigía creatividad y más creatividad, el ambiente de la agencia era libre y rompía con las convenciones de la época.

Volkswagen fue su mejor campaña, la más disruptiva y una clara campaña con los paradigmas de los segmentos jóvenes. El Volkswagen, me refiero al escarabajo, era, es, un coche chico, muy, para los parámetros de los Estados Unidos de los 60, un coche poco atractivo, que no tenía un línea aerodinámica, y era muy difícil en EE.UU. Tengamos en cuenta además que los norteamericanos lo asociaban con el nazismo, ya que VW era el “auto popular” impulsado por Hitler.

Tenía todas en contra, en todos los segmentos, era un rechazo transversal.

Claro que los jóvenes son más lábiles, los jóvenes pueden cambiar, los viejos … no tanto.

Bernbach en lugar de abrumar al público con cifras y datos acerca de la indudable solidez del escarbajo, como lo hubiera hecho David Ogilvy, Bernabach capitalizó sus obvias limitaciones desventajas. En su lenguaje publicitario, se tomó al escarabajo en joda, el objetivo era hacer reir y que el público se sintiera bien ante todo. Bill Bernbach creía que si lograba este estado la gente iba a cambiar su actitud hacia el auto, y quizás hasta alguno lo compraba.

Think Small

El anuncio clave y genial de la campaña, que cambió la historia de la publicidad para siempre, mostraba una fotografía común del escarabajo en blanco y negro, bajo la cuál puso dos palabras “Think Small”, pensá chico, pero en realidad el metamensaje era, “no tengas pensamientos demasiado ambiciosos para vos, fuera de tus posibilidades” .

El segundo aviso decía que el motor del VW, no tiene la potencia del Super Skyrocket, e incluso algunas personas creen que tiene un motor ridículamente pequeño, pero así de pequeño mueve muy bien a este pequeño y cómico auto.

En todo el país se hablaba de estos avisos, y miles de consumidores iban a las agencias de VW para ver ese auto tan “pequeño y gracioso”.

El tercer aviso mostraba una foto del escarabajo con una sola palabra, “Lemon” (Limón ) un término negativo, agrio, que teóricamente espantaba a los clientes, pero abajo aclaraba que en la planta de Wolfsburg, la Volkswagen contaba con uno de los mejores sistemas de inspección y de control de calidad en todo el mundo, describiendo la minuciosidad “alemana” con la que los supervisores revisaban cada pieza y cada auto terminado, el aviso terminaba con: “Volkswagen recoge los limones, Ud se lleva lo mejor”

Los jóvenes empezaron a pensar en ese auto, tan feo, cómico, chico, pero divertido, llamativo, que permitía diferenciarse, comunicar como jóvenes un mensaje de rechazo a los establecido, coches enormes, llamativos, tipo el batimóvil, que era alemán, resistente, apto para viajes largos, que gastaba poco, a priori sólido, y en el que se podía un confiar. VW se convirtió en ese amigo que no deja de a pie.

La campaña fue un éxito y las ventas superlativas. Bernabach reforzó con un anuncio donde se veían huellas de neumáticos sobre la nieve, nada más que eso, y el texto decía “por fin una bella fotografía del Volkswagen”.

Cuando llegó 1973, y los jóvenes habían hecho suyo el escarabajo, llegó la crisis del petróleo y os precios de los combustibles se dispararon como nunca antes.

Las fabricas de autos competían con estadísticas para ver que auto consumía menos.

La agencia de Bernbach decidió que montado en el éxito de los jóvenes iba a ir por otros segmentos y produjo un comercial, donde no presentaba estadísticas, sino un hombre con una manguera de surtidor en la sien, como si fuera a suicidarse. Debajo de la imagen el texto decía :”O compre un Volkswagen”.

Para la fabrica de pan de centeno “Levy”, un pan típico judío de Nueva York, creo un aviso en el subte que mostraba a un negro, un indio y un asiático comiendo el pan Levy”, el texto deciá “Ud no tiene que ser judío para amar el pan de centeno de Levy”.

Para Avis Rent a Car, utilizó la misma estrategia que con Volkswagen. Los avisos decían que la verdad es que Avis está por debajo de Herz. El slogan que duró 10 años, era : “Somos el número dos” “tratamos de superarnos con todas nuestras fuerzas”. El metamensaje era tenemos que matarnos para superar a Herz, ergo, te vamos a dar un mejor servicio que Herz.

El deseo es el rey

En la comunicación con los segmentos jóvenes, -aprendemos mucho de Bill Bernbach- podemos apostar acompañar ese cambio barometrizado y demandado, con autenticidad frente a la impostura, con la versión más unplugged que podamos, enfrentando poderes inmensos con final incierto, aceptando limitaciones, problemas y defectos, y conectándonos más que con las necesidades y las fantasías con los deseos más profundos.



Rubén Weinsteiner

Hablar con los jóvenes es fácil, que te escuchen no tanto, y que te voten ... ese es el tema




Narrativa emocional en el #votojoven

Por Rubén Weinsteiner


En los segmentos jóvenes hay que hablar de las audiencias más que de uno mismo y vender sensaciones y emociones más que medidas y programas, Más que hablar de vos, hablar como vos, lo más unplugged posible, y dotar al discurso de emocionalidad, que plantee perspectivas de reason why, la autopista prometida en sí no tiene valor emocional, sí lo tiene el poder llegar a lugares lejanos rápido, poder ir a ver a tu novia y llegar en minutos, volver antes a casa a jugar con tu hijo, vender más, buscar un trabajo en otra ciudad.

Las marcas políticas pueden ocupar un lugar en la cabeza de los jóvenes, pero deben ocupar un lugar en el corazón de los jóvenes. La emocionalidad se consolida cuando se comparten experiencias vivenciales entre la marca política y los sujetos jóvenes, y se asegura así la permanencia de una experiencia determinada como disparador de significados, de la marca política.

Hablar con los jóvenes es fácil, que te escuchen no tanto. La comunicación entre una marca política y los sujetos de elección jóvenes, en medio de la disputa de sentidos, emociones y ofertas simbólicas, requiere por parte del receptor joven de una validación, donde el emisor, en este caso la marca política debe “ser parte”. Estamos hablando de algo más que pertenecer, ser parte es hacer algo juntos, atravesar una instancia colectiva, donde se compromete lo emocional.

El joven quiere ser parte de algo, revelar y ejercer pertenencia y pertinencia, compromiso hacia una agrupación o movimiento político, entorno de un grupo musical, de una tribu urbana, de un grupo de amigos, barra, banda, club, tribu de seguidores, fieles, creyentes.

Los jóvenes siempre esperan que algo ocurra, que algo cambie, que los represente, sentir consonancia. Los jóvenes quieren vivir emociones

Lograr llamar la atención y que se hable de vos es un objetivo fundamental, clave y primordial, pero aprovechar esa atención para decir cosas importantes, es todavía mucho más importante, y en esa instancia, hacer sentir cosas, es todavía más importante en los segmentos jóvenes.

La dinámica de la comunicación política con los segmentos jóvenes, se despliega entre políticos y ciudadanos ante audiencias de audiencias. En esa política simétrica donde se establecen conversaciones híper masivas, los posicionamientos emocionales requieren de narrativas emocionales.

El gran desafío de la narrativa de la marca política en el voto joven, es presentar de la manera más eficaz, la promesa emocional de la marca. Con argumentos se conquista la mente, con historias se conquista el corazón, los argumentos intervienen sobre la necesidad, las historias sobre el deseo, y el voto, en los segmentos jóvenes, se define por deseo.

La narrativa política puede y debe virtualizar realidades y escenarios, construir sentido y valores simbólicos. La narrativa política crea la realidad, la define, la explica y la hace sustentable.

Todo discurso significativo que pretenda interpelar al voto joven, tiene sentido solo si transita los límites, es crítico y se apoya en el cambio como paradigma. Si se refiere a conflictos, utopías, incumplimiento de las normas, forzado de la realidad y convocatorias a luchas contra poderes enormes con final abierto. En esas luchas la emocionalidad se convierte en una plataforma poderosa.

El poder político se construye y acumula en el mercado de las emociones, la cognitividad fundamenta, y la emocionalidad define el sistema de preferencias.

La construcción de esa narrativa para interpelar al voto joven es horizontal, se expone a la mirada, la modificación, el ataque, el apoyo y el compromiso de los jóvenes que ya no no son mudos como en los 90 donde la telepolítica era el escenario. En Argentina todo pasaba en la TV, en Hora Clave o en Tinelli, y para los políticos ser era aparecer, mientras que para la gente ser era parecerse a. En cualquier caso no se le puede responder a un televisor.

Esa narrativa emocional debe plantear una narrativa con drama, protagonistas y antagonistas, peligros, indignación, moraleja, anclajes visuales, auditivos y sensoriales, obstaculos,simbología y ritualidad, desenlace, esperanza etc..

La Historia de Obama

La historia de Barack Obama diseñada para la primera campaña, de 2008, comienza mas o menos así: Barack Obama fue criado por su madre soltera y sus abuelos, no tenían mucho dinero, le inculcaron valores, esos valores tradicionales de Kansas, donde nació.
El inicio plantea el escenario, las dificultades y valores, construyendo la expectativa del conflicto que se plantea de movida. Es negro en un mundo dominado por los blancos, es pobre, su padre ausente. Cuando aparece el conflicto, nos plantea la tensión: ¿como va a terminar esto?
Sigue la historia. Pidió prestamos para estudiar, terminó sus estudios y se fue a trabajar para iglesias cristianas en Chicago, ayudando a las comunidades que quedaron devastadas luego del cierre de las acerías. Volvió a estudiar un postgrado tomando préstamos. Al finalizar, desestimó ofertas económicas importantes de estudios de abogados muy reconocidos, para volver a Chicago y desarrollar acciones de militancia de afiliación para el partido Demócrata. Se unió a una pequeña firma de abogados, se hizo docente universitario, y guiado por su fe cristiana, se volvió muy activo en su comunidad.
La narrativa de Obama, nos plantea como el héroe se sobrepone a las dificultades, rechaza las tentaciones del camino corporativo a favor del trabajo social, tiene éxito y sin embargo no olvida sus raíces.
Se casa con la bella Michelle, y tienen dos hermosas hijas: Sasha y Malia, siendo estas personas lo que más ama y el reason why de su carrera. Música para los oídos del votante en EE.UU.

Esta historia conquistó al votante americano. Casas más, casas menos y 45 años de diferencia, JFK también presentó una narrativa que conquistó el corazón de los votantes, interpelando el deseo, eje instrumental del voto.
En el caso de Obama la pregunta específica a instalar fue: ¿cómo hizo para llegar hasta aquí, a pesar de las adversidades? La estrategia narrativa basada en el “american dream”, propuso un héroe que surgió de la nada, quiere y puede llegar a lo mas alto y está en los votantes, en su deseo y acción, hacer que eso pase.

La narrativa para interpelar al voto joven, además de ser emocional y unplugged, no debe ser auto referencial, la gente más que oírte hablar de vos, quiere oírte hablar como vos mismo. No quiere anécdotas sino realidad, autenticidad. Si se lanza un programa político o un producto comercial, más que hablar del programa o del producto habría que hablar sobre la gente para quien ese plan o ese producto, fueron pensados, comunicar sensaciones y establecer una conexión emocional eficaz.

Las marcas políticas y corporativas se vuelven mucho más eficaces a la hora de ocupar el imaginario de los microsegmentos jóvenes, colonizar subjetividades, intervenir en su sistema de preferencias y sujetar a los sujetos de elección, si establecen una conexión emocional, exhiben su versión unplugged, y se conectan más con el deseo que con la necesidad del sujeto de elección joven.

Rubén Weinsteiner

Subjetividad del discurso y relaciones de poder en el intercambio



Rubén Weinstener



Se le cuestiona a Jakobson la extensión que le da al término código, nosotros preferimos diferenciar: emisor frente a receptor, hablante frente a oyente, locutor frente a alocutario, enunciador frente a enunciatario...

Crítica de este esquema

Podemos señalarle a Jakobson no haber considerado suficientes elementos y no haber intentado hacer un esquema algo más complejo con el fin de que el mapa" se aapte mejor al "territorio*.

Alusión que repite Korzybski y que vale para todo tipo de producción discursiva: "El mapa no es el territorio".

El código


Problema de la homogeneidad del código

Es inexacto, que los dos participantes de la comunicación, hablen exactamente la misma "lengua". "Si ubicamos mil personas delante de mil sillas, declara Pottier, podemos obtener un millón de veces el término silla". Esta observación, señala el hecho de que los signos son necesarios al mismo tiempo que arbitrarios, ya que en el intercambio se juegan relaciones de poder y muy a menudo es el más fuerte quien impone al más débil su propio idiolecto.

Toda palabra quiere decir lo que yo quiero que signifique, pero al mismo tiempo "Toda palabra quiere decir lo que quiere decir", hay un sentido en la lengua.

Hablar es precisamente procurar que coincidan esas dos intenciones, esos dos querer decir.

Llamaremos competencia de un sujeto, a la suma de todas sus posibilidades lingüísticas, al espectro completo de lo que es susceptible de producir y de interpretar.

Llamaremos universo del discurso al siguiente conjunto:
1/ situación de comunicación
2/ limitaciones estilístico-temáticas.

Finalmente proponemos, con respecto al modelo de Jakobson, estos dos principios de enriquecimiento: Las competencias no lingüísticas y paralingüísticas, en las dos esferas del emisor y del receptor, agregamos: sus determinaciones psicológicas y psicoanalíticas, que desempeñan un papel importante en las operaciones de codificación/decodificación.

Sus competencias culturales o enciclopédicas, el conjunto de los conocimientos implícitos que poseen sobre el mundo e ideológicas, el conjunto de los sistemas de interpretación y de evaluación del universo referencial que mantienen con la competencia lingüística relaciones tan estrechas como oscuras y cuya especificidad contribuye todavía más a acentuar las divergencias idiolectales.

REFORMULACIÓN DEL ESQUEMA DE LA COMUNICACIÓN

Presentamos a continuación, tras estos comentarios, la reformulación del esquema de Jakobson que aquí proponemos:



Nos parece imposible disociar las competencias lingüísticas y paralingüísticas (mímica y gestos) en la medida en que, , la comunicación es multidimensional para transmitir las significaciones, los apoyos fonemáticos y paralingüísticos.

La importancia de los comportamientos paraverbales se manifiesta, entre otros, en el hecho de que es la dirección de la mirada del hablante lo que define prioritariamente al oyente en la comunicación oral y aún de manera más decisiva que el empleo del "tú" o "vos" lingüístico.

Llamamos universo del discurso a algo extremadamente complejo y heterogéneo, que abarca: los datos situacionales, y en particular la naturaleza escrita u oral del canal de transmisión, y la organización del espacio comunicacional, objeto de la reflexión proxémica.
Las restricciones temático-retóricas que pesan sobre el mensaje que se va a producir.

Autocriticas


Nos parece que nuestro modelo de la comunicación verbal, al darle un lugar a las otras competencias a las cuales se incorpora la competencia lingüística, y a los diferentes factores que mediatizan la relación lengua/habla y permiten la conversión de una en otra, hace ciertos aportes positivos al modelo de Jakobson.
Pero aún no es más que un esquema- demasiado estático.
Esta presentación no muestra ciertas propiedades características de la comunicación verbal:

La reflexividad: el emisor del mensaje es al mismo tiempo su primer receptor.
La simetría: el mensaje verbal pide generalmente una respuesta, es decir que todo receptor funciona al mismo tiempo como un emisor en potencia, la simetría implica que la respuesta se efectúe con la ayuda del mismo código.

Observación


Nuestro esquema supone que cuando uno habla el otro escucha en silencio y viceversa, es decir que los dos enunciados desempeñan alternativamente los papeles de emisor y receptor. Esta simplificación abusiva es en rigor aceptable en lo que concierne a los comportamientos verbales propiamente dichos en los que tal situación suele ser la más normal.

La complejidad de las instancias emisora y receptora


Esta presentación sólo da cuenta del caso más simple, y más raro, de la comunicación:
el de la comunicación dual (cara a cara).

El destinatario o alocutario (que puede ser singular o plural, real o ficticio), se define por el hecho de que es explícitamente considerado por el emisor L (lo que atestigua el empleo del pronombre de segunda persona y/o la dirección de la mirada) como su compañero en la relación de alocución. Por lo tanto, las operaciones de codificación están parcialmente determinadas por la imagen de ellas que se construye .

El amisor puede preocuparse, por la presencia en el circuito de la comunicación de destinatarios indirectos que, sin estar integrados en la relación de alocución, funcionan como "testigos" del intercambio verbal e influyen a veces en él de manera decisiva (ejemplos de chistes, discursos políticos, etc.).

Finalmente, en todo mensaje existen receptores adicionales y aleatorios, cuya interpretación del mensaje el emisor no se podrá prever, pero uno puede estar preparado para ser mal interpretado.

1) En este esquema el emisor y el receptor se enfrentan y sus esferas respectivas son como dos burbujas impermeables que se cuidan bien de intersectarse.

Todo receptor es al mismo tiempo un emisor en potencia, y que en la competencia cultural de los dos miembros de la comunicación es necesario incorporar la imagen que se forman de ellos mismos, que se hacen del otro y la que se imaginan que el otro se hace de ellos: no se habla de un destinatario real, sino a aquello que se cree saber de él, mientras que el destinatario decodifica el mensaje en función de lo que él cree saber del emisor.

Los dos interlocutores no se contentan con tomar por turno la palabra, teniendo en cuenta las imágenes que se han formado el uno del otro; hay una modificación recíproca de los protagonistas del discurso a medida que se desarrrolla lo que ciertos teóricos denominan como "interacción", donde también juegan los esquemas y relaciones de poder

Las competencias se interseccionan cuando tienden a adaptarse una a la otra en el curso del intercambio verbal, cada una modelando su propio código sobre el que, según se presume, posee el otro.

La comunicación se basa en este ajuste más o menos logrado, de los sistemas de referencia de los dos enunciadores.

2) la ideología, es un sistema de contenidos que se manifiesta en toda clase de comportamientos semiológicos, está en todas partes, sobretodo en contenidos lingüísticos.

3) el status del referente es complejo. Es exterior al mensaje pero envuelve a la comunicación. Éste se refleja en la competencia ideológica y cultural de los sujetos, es decir, en el conjunto de conocimientos que poseen y de representaciones que se han construido de él.

4) el canal es el soporte de los significantes, soportes éstos a su vez de las significaciones.
Al mismo tiempo funciona como un filtro suplementario sobre las elecciones lingüísticas.
La naturaleza del mensaje varía con la del soporte.

5) el universo del discurso incluye los datos situacionales y restricciones del género. Sus límtes son borrosos.

Rubén Weinsteiner

La #marcapolítica Windsor: un caso de rebranding de superviviencia

Por Rubén Weinsteiner


La familia que ostenta la corona del Reino Unido es de origen alemán. En realidad es una prolongación de las dos dinastías anteriores, la Brunswick-Hannover y la Sajonia-Coburgo-Gotha, cuyos orígenes se remontan al Medievo alemán. La Casa de Hannover procedía de una familia nobiliaria establecida en Suabia y Baviera en el siglo IX. Su "desembarco" en el trono británico se produjo por el enlace del príncipe elector alemán Ernesto Augusto de Hannover en el siglo XVII con una nieta de Jacobo I de Inglaterra. Su hijo Jorge I hizo efectivos sus derechos y fue el primero de la familia en reinar en Gran Bretaña, a partir de 1714.

La dinastía continuó a través de sus descendientes Jorge II, Jorge III, Jorge IV y Guillermo IV. La llegada al trono de Victoria, sobrina de Guillermo IV, y su matrimonio con Alberto, príncipe de Sajonia-Coburgo-Gotha -otro linaje alemán-, supuso el cambio de denominación de la dinastía real británica por el de Hannover-Sajonia-Coburgo-Gotha, cuyo único rey fue el hijo de ambos, Eduardo VII. En 1917, el hijo de éste, Jorge V, eliminó toda vinculación con Alemania, entonces enfrentada con el Reino Unido en la I Guerra Mundial, y cambió la denominación oficial de la familia por la de Casa de Windsor

Desde que la reina Victoria I del Reino Unido contrajo matrimonio en 1840 con el germano Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha a todos sus descendientes y herederos al trono se les aplicó el título de Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, sustituyendo al de la Casa Real de Hannover que era el que se había portado hasta entonces desde el siglo XVII.

Pero el título tan solo permaneció en la familia dos generaciones más hasta que, el 17 de julio de 1917, el rey Jorge V, nieto de Victoria I, proclamaba por ley que a partir de aquel instante todos los miembros y descendientes de la Familia Real Británica dejarían de llevar el apellido Sajonia-Coburgo-Gotha y pasarían a pertenecer a la Casa de Windsor, recién creada por él a tal efecto. También sería de obligatorio uso el llevar el apellido Windsor tras el nombre.

En 1917 durante primera guerra mundial un ataque aéreo contra Londres llevado a cabo por los alemanes el 13 de junio de 1917 con catorce aeroplanos llamados "Gotha", en el que murieron 162 personas y que dejó 432 heridos, no hizo sino poner de relieve la urgente necesidad de un cambio.

Cambiar la marca para entre otras cosas eludir cualquier connotación con el enemigo pasó a ser un objetivo central para el rey Jorge V .

La marca Gotha hizo crisis, los reyes eran alemanes?


Lord Stamfordham

El secretario privado del Rey Jorge y su principal estratega comunicacional, Lord Stamfordham decidió intervenir sobre la marca en una brillante acción de rebranding.

Primero tiró Tudor, lo cuál fue rechazado, luego York, Lancaster, Plantagenet luego y luego Fitzroy, que parecía demasiado plebeyo, finalmente a Lord Stamfordham se le ocurrió Windsor, uno de los castillos que tenían como residencia oficial y que estaba situado en la pequeña población de mismo nombre, en el condado de Berkshire

Windsor, al igual que el famoso castillo homónimo, cerca de Londres, constituía todo un símbolo para Inglaterra, además de ser un nombre cien por cien inglés y fuertemente ligado a la realeza.

Windsor era un naming brillante, remitía a todo el glamour, la gloria y el factor aspiracional de los ciudadanos de a pie. Cuando se piensa en Windosr se piensa en fiestas, en tomar el té, caza, recepciones, naturaleza, verde etc.

Sin duda Lord Stamfordham cambió la historia de la familia británica y de Gran Bretaña con el nuevo naming, dotó a la marca real de nuevos significados, modificó su posicionamiento, lo cuál legitimó su nuevo discurso, redefinió la personalidad de la marca, resignificó su simbología y ritualidad y cambió para siempre la historia de Gran Bretaña.



Rubén Weinsteiner

The marketing of political marketing



Rubén Weinsteiner


Abstract

Has political marketing been over-marketed? This article ± taking a definition of political marketing that (controversially) excludes news management and ``spin’’ control ± does not seek to ``prove’’ that it has, merely to suggest that the impact of marketing in politics is not directly analogous to its effectiveness in business because of differences between a business context and a political one. We argue specifically that political marketing programmes can sometimes do harm, and two case studies ± from Canada and Britain ± are examined to illuminate this. The claim is that marketing is thus less relevant in politics, both at the level of description and prescription. The broader aim of the article is to sensitise students and researchers alike to the differences in commercial and political contexts, differences of which practitioners must be aware if they are to utilise political marketing to its best advantage.

Has political marketing been over marketed?

To question whether the field of political marketing has itself been over- marketed may seem untimely, both since political marketing is far from being universally accepted among political scientists at the conceptual level, and because of its obvious attractions as a normative-rational model of what is occurring in electioneering to-day, particularly in the USA. But its advocates such as Kotler (1999) have a tendency to perceive the political and commercial contexts as essentially similar. We, however, seek to suggest that media and the press, with their own agendas of information manufacture, are often more influential on public opinion than political advertising and other communication techniques of commercial derivation. Marketing is a business discipline whose relevance lies primarily in business: we should not assume that political contexts are invariably analogous to business to the extent that methods can be imported and used with equal effect.

However, the genre ``political marketing’’ may be seen to function at several levels, since it is both descriptive and prescriptive. Descriptive, in that political marketing analyses provide us with a structure of business derived labels to explain, map, nuance and condense the exchange dynamics of an election campaign; offering the possibility of new perspectives for interpreting elections. But it is also prescriptive. Implicitly or explicitly, many academics have been saying that this is something parties and candidates ought to do if they are to fulfil their mission of winning elections. ``Political marketing’’ may now be a recognised sub-discipline, but it is also a recommendation.

It is this prescriptive status that this article questions, not in the sense of doubting that the application of political marketing has clear value as an organising concept, but rather to claim that this value has certain limitations. ``Political marketing’’ is seldom, alone, a panacea. The claim of this article is that its proponents may sometimes downplay the fact that they advocate a volatile weapon that can on occasion harm those who employ it. The foundation, though not the proof, of such a claim is established through the use of two historically significant case studies, the British General Election of 1992 and the Canadian General Election of 1993.

Politics and the marketing concept

There are of course many apparent parallels between the selling of politicians and the selling of certain products. Most obviously, politics sell an abstract and intangible product; it is value laden; it embodies a certain level of promise about the future, some kind of attractive life vision, or anything whose satisfactions are not immediate but long-term, vague and uncertain. Vendors of products which share the above characteristics will have legitimate things to say to politicians and the analogies are with promise-based offers. Many of the methods used correlate with those used to sell products where information is complex or contradictory and not easily retained by the audience like insurance or finance. Thus Harrop (1990) sees political marketing as essentially a form of services marketing: marketing a party consists in projecting belief in its ability to govern (and political parties are service organisations). But there is scepticism about services and therefore parties need to reassure: they must eliminate all perception of risk. The ideal party, he claims, would be a political version of a Holiday Inn.

The rise of political marketing

Political marketing, using a definition of commercial marketing by GroÈnroos (1990) can be defined as ``seeking to establish, maintain and enhance long-term voter relationships at a profit for society and political parties, so that the objectives of the individual political actors and organisations involved are met. This is done by mutual exchange and fulfillment of promises’’ (Henneberg, 1996). The political ``product’ is some amalgam of policy, leader image, inherited memory, promise, and it is also a referendum on past performance.

Political marketing would appear to be distinguished from propaganda by its conceptualisation of voters as customers and its consequent stress on market-research-driven policy. For consumer marketers, there is no value independent of what the customer determines. The ideological turnaround of the Clinton administration in his first term is an example: ``Clinton gave people what they wanted to hear, with just the right language, words and phrases that would resonate with the American public’’ (Johnson, 1997). Nor is it something that is done just at election periods. Early in the Reagan years observers began to speak of a new political phenomenon, the permanent campaign (Blumenthal, 1982): that is, that the methods used to gain office would now be used to sustain it. Thus political marketing was accorded a new credibility: it was not merely the corpus of tricks that got government elected; it had become, in a sense, the government ± the organising principle round which policy was constructed.


Far from being universally accepted, some political scientists have treated
the concept of political marketing with condescension, Philo (1993) dismissing
what he calls a ``shallow science of imagistics’’, while for Bowler and Farrel
(1992) the marketing literature is ``an exercise in rationalising success or failure
in hindsight’’ rather than offering any theoretical insight. One does not have to
embrace political marketing in every respect to notice that most criticism is
grounded in normative models, in ideals of democratic behaviour (Jamieson, 1049 1992; Franklin, 1994).These models sometimes seem out of touch with reality,
for example the normative model of voting decision making based on objective
information and full deliberation. Voters cannot follow this model because of
the intrinsic complexity of the decision-making task; therefore they use
cognitive short-cuts and cues in order to facilitate a decision (Newman and
Sheth, 1987).


But a small group of political scientists have embraced the concept, arguing that its analyses bring distinctive strengths lacking in orthodox political science treatments. For Bartle and Griffith (2001), marketing’s contribution lies in the broader theories of demand it introduces, such as voter aspiration, and applied tools like segmentation. They argue that consumer-behaviour related models seem to grasp the complexities of voter decision-making best, although other political scientists are hostile to this approach. Scammell (1999) echoes their further argument: ``curiously, however, political science voting models seem reluctant to build in image/reputation as a major element. The standard voting model continues to rely on party identification, issue perceptions and to a lesser extent leader evaluations.’’ Harrop (1990) also stresses the importance of image in marketing’s potential contribution to political science: most studies of voting behaviour, such as Himmelweit’s consumer model, stress policy and ideology. But Harrop has argued that image is also critical ± such as competence or trustworthiness ± and it is here that the tools of marketing analysis help. Scammell (1999) also believes, following on, that an even more important contribution is the strategic focus that marketing brings, ``the prime distinctive contribution of the marketing literature . . . .it shifts the focus from the techniques of promotion to the overall strategic objectives of the party/ organisation.’’

Values and ethos

The work of these critics has value both in interpreting marketing to the political science profession and focusing our attention on what its special contribution to the study and practice of politics can be. Yet there remain differences between the political and consumer ``product’’, which lead to distinctions in the content of their marketing. Politics is concerned with affirmation of values. Thus, a political issue is not merely a product to be merchandised, but a vibrant value symbol connecting with an individual’s sense of who and what they are. In such cases, political views and decisions are part of the social self construction of the individual. Voting for a particular party can be, and certainly has been historically, a source of social identity.



Indeed this is one reason why the emotional appeal to values can be more effective politically than almost any other kind of appeal (Etzioni, 1984).

Ultimately the proposition that values in the political ``product’ are more important than those in a manufactured product can neither be proved nor disproved. Buying a consumer product is not value neutral either: with the ascent of branding, values have become more important as products/brands cease (if ever they were) to be defined by their utility function alone, and became endowed with the symbolic meanings and lifestyle associations that advertising has poured into them. Values enter many purchase decisions ± for example, environmental ones.

But it is possible nevertheless to argue that political debate today has become largely one of values. What we often mean by a political issue is a value symbol, and many such issues would not have an identity independent of what has been called the ``civil war of values’’. ``Issues’’ gain momentum because of their value symbolism. If political argument were simply about utilitarian appeals, most such debate would have been silenced long ago. The strength of this value orientation means that political partisanship is often affirmed by a moral ethos which is different from that of consumer marketing, which contains little for example that is really like negative advertising (so-called comparative advertising is a mere echo). Ansolabehere and Iyengar (1996) point out that in 1992, 50 US states with 62 per cent of the voting age population suffered full negative campaigns. And what is called political marketing sometimes goes beyond even attack and distortion to actual invention. Technological resources are being used to edit truth. A 1996 study found 28 per cent of the 188 commercials scrutinised contained questionable usage of technology: ``news conferences that were never held, debates that never took place, use of audio or video to stereotype or ridicule opponents’’ (USA Today, 1996). In reality the phrase ``political marketing’’ may appear to be used as a convenient shorthand for a host of loosely related activities .

Media, complexity and turbulence

Political marketing, and political communication phenomena, are distinguished from consumer marketing also by the arbitration of an independent communications power centre, the mass or ``free’’ media which they may be able to influence but cannot control. Yet the availability of such free media is limited in most business situations: indeed many business schools do not even run courses on public relations. In politics, free media are more important. Thus political marketing has to be viewed as a complex two-step communication process that influences the consumer directly, but also indirectly through the medianship of the free media. Such media ± as with the ad-watches which have become an institutionalised feature of the US press ± comment on political marketing but in the process relay its imagery: in this dialogue between political marketing and the mainstream media the advertisements and such become political occurrences themselves. Political marketing texts may thus stand in their own right as autonomous historical events with political consequences of their own, such as the ``Daisy’’ advertisement of 1964 (O’Shaughnessy, 1990).

What is inscribed in a piece of political communication is merely the
beginning of a journey which could end anywhere, even having the reverse
consequences to those anticipated. This degree of turbulence in the political
environment ± especially during elections, the primary focus of political
marketers ± make the problem of control greater than in the business 1051 environment. In this sense, consumer marketing as an analogy may be overly static, since a business can control its image, as a party cannot: one only has to study the conservative administration of John Major in Britain (1992-1997) with its circa 50 scandals (of very varying degrees of magnitude). The fluidity of political situations is enhanced also by new communications media that have energised political pace, particularly in the condensed space of an election, so that parties and politicians can post immediate replies on the Web site when once there would have a one or two day delay for a measured response (Johnson, 1997).

Spin, rhetoric and symbolism

The British (Labour) Government has often been cited in debates on the practice, and the ethics, of political marketing. But the phenomenon of the Blairite regime also offers us the chance to seek to define the parameters of political marketing. Here we have chosen to operate a definition that places it in the realm of primarily commercially derived persuasion techniques and concepts, an organising paradigm immigrated from commerce. The term ``political marketing’’ can be used too loosely, to refer to anything from rhetoric to spin doctoring, or simply to every kind of political communication that has its genesis in public opinion research. It has become a useful hold-all for disparate entities which at an earlier phase in history would have been termed ``populism’’ or ``propaganda’, or, when used in the strictly business context, would go under headings like ``corporate communications’’ or public relations.

But what is being done to communicate the policies of the British government actually bears limited resemblance to anything which would be described by the textbooks of consumer marketing, or inscribed in its practice. Labour are specialists, certainly, in the manipulation of free media or ``spin’’, the art of affixing a desirable interpretation on to a still mobile situation, and the rhetorical and symbolic strategies that might further such manipulation. But it is comparatively rare that a business will need the arts of ``spin’’ in communicating with its public. What I think critics really mean by calling this marketing is ``political corporatism’’, with its associated activities of co- ordinating party spokespersons to be `` on message’’, the clearing of ministerial speeches with communications officers, the issuing of MPs with pagers, etc.

The suggestion in this article that news management and ``spin’’ cannot properly be called political marketing is bound to be a controversial one. For critics they are a clear part of conventional marketing, either subsumed under the category of positioning or in the related conceptual domain of public relations. In one respect in particular they have a case. To wear a contemporary brand is to make a public announcement of affiliation and therefore of trust, and when the brand seems to betray that trust ± as in the case of Nike, Gap and others who were accused of exploiting under-age labour in the third world ± public disenchantment has ultimately entailed, at least for the CEOs of some companies, the kind of public pressures and visibility more naturally 1052 associated with politics. But the level of press interrogation facing a senior politician to-day on an almost daily basis, is generally less apparent in business. To survive, a politician must also exploit the public visibility of his office by organised appeals to the media. It is those appeals that matter in terms of the political impact made, more so than the more ritualised political marketing effort: to call them the same thing is to stretch conceptual elasticity .

Participation

Marketing may not help the politicians. It may be argued that reliance on commercially derived political marketing techniques to win elections helps undermine the role of active participation in politics to-day, to the future detriment of those who employ them. Britain’s ``new’’ Labour Party, which created a substantial ``credit card’’ membership through advertising ± their membership telephone number was showcased in all its communications (O’Shaughnessy, 1999) ± was later to discover the fickleness of its new membership base. Under this argument, the virtues of political marketing for a party could be more short term than long term. Marketing may fail to engender the kind of proselytising organisation which Ellul (1973) reckons to be central to the successful working of propaganda. A part of the theory of persuasion is that we internalise our adherence by working for a cause, therefore engaging in self-persuasion and retrospectively justifying our actions. The lack of active participation in politics today (Richardson, 1995) makes for a superficiality of support, and less direct link between governors and governed. An extreme case of this was Forza Italia.

What marketers neglect

It is possible to argue that political marketers have tended to neglect some relevant concepts and techniques on offer from consumer marketing. ``Relationship marketing’’, for example, is a useful concept: it is not that politicians do not seek to build relationships with party members, or with voters, merely that the concept of relationship marketing and the literature on it would both sensitise political practitioners to the importance of that dimension and educate them with a litany of procedures and ideas for its implementation. Politicians might realise that their parties, indeed they themselves, function as brands. Again, the writings on brand loyalty (Aaker, 1991; Keller, 1993) could be of benefit ± how are brands, essentially a form of condensed meaning, sustained and how is loyalty to them kept alive?

Political marketing is offered not only as an analytic framework but also as a problem-solving tool. But its evangelists should be aware of generic criticisms of consumer marketing, for example, that research-led marketing is constricted
by the limitations of the consumer’s imagination and may not surface their
latent, unarticulated wants. Yet some original products, such as the Sony
Walkman under the leadership of Akito Mori, were actually created in defiance
of market research findings. Research convergence and producer bureaucracy
may tend to make for a uniformity in product forms and functions: the political
equivalency would be unadventurous leadership and bland policies, and both 1053 are perhaps based on an economist’s image of the consumer as having complete self-knowledge and an established and stable hierarchy of preferences.
Political marketing methodologies may also tempt us to use communication to fill the space vacated by ideas and ideology (Sherman, 1987) as with the Tories in Canada 1993: but the combination of marketing acumen and intellectual vacuity is one voters might recognise.

Two case studies: control and interpretation

Two case studies have been chosen to illuminate the potential problems of political marketing. In the first place political marketing always carries a risk factor. We cannot control the destination of a communication text but merely initiate that voyage, for what is encoded is not necessarily what is decoded. Political marketing can provide material for a party’s enemies, including its enemies in the media, who can fix an interpretation on a text which is quite different to that which the party intended. It is through the media’s role as self- appointed election referee that much political advertising is viewed. But when, say, television news shows a slice of a political advertisement, it is framed by a comment; as, of course, are the multiple ``ad watches’’ orchestrated by the American press. It may be the case then that we can speak not of political marketing but of a media-arbitered image of political marketing.

A political marketing text can also receive unintentional readings; a message will give a content, but it can also give off a tone which undermines intent. Thus a projection of ``slickness’’ may be persuasive in a commercial context: but in politics it might suggest manipulation. In the environment of another culture the meaning might be different again ± in Peru, for example the polished, American style campaign advertisements made for Vargas Llosa were interpreted by Peruvians (most of them poor) as an index of a rich, out-of-touch candidate (Siegel, 1991). A political context complicates the interpretation of a message: a ``bold’’ attack ad might be seen not as courageous but as desperate, for example. Political advertising may be viewed as an index of a party’s corporate personality, but in the process providing unintentional reinforcement of people’s half-articulated fears about candidate or party. A text can act as a symbol to trigger inconvenient memories: thus the rejection of the Canadian Tory advertising in the case described below occurred partly because it was perceived as symbolic of the uncaring political ethos of the 1980s: the Tories were viewed as part of an era and an ethos Canadians felt they had outgrown.

The aim of the Canadian Tory advertising in their general election of 1993 was to stigmatise the leadership qualities of Liberal leader Jean Chretien: a sequence of photographs depicted him becoming increasingly confused, with the comment ``I personally would be very embarrassed if (Chretien) were to become the Prime Minister of Canada’’ (Whyte, 1994). One of these images revealed the right side of Chretien’s face, his mouth crooked from nerve injury sustained in youth. Yet the media chose to affix an interpretation on the text that said the advertisement was an attack on physical disability; thus, to be Tory was to hate people with disabilities. Television reports chose the ugliest parts of the images and the script. For most voters, their only exposure to the advertisements was through the interpretative framework attached by television. An experiment at Simon Fraser University found people reacted far more negatively to the broadcasts than to the advertisements themselves. The result of this election was devastating (Globe, 1993), and the Tories were left with just two parliamentary seats. It had become ``politically incorrect to be a Tory’’ (Whyte, 1994).

Our second case is ``Jennifer’s ear’’, an advertisement that used the story of a

sick child to attack the British Conservative Government’s NHS policy, and was shown in the second week of the 1992 UK general election campaign. Again the strategy seemed to make sense. The Conservatives were probably at their least believable when they claimed that ``the NHS is safe in our hands’’, and it was natural for Labour to seek to exploit their area of perceived greatest vulnerability. A powerful ``attack’’ advertisement at the start of the campaign would put them on the defensive where they had least to defend. Such an advertisement should not be rational but emotional, seeking to achieve the kind of resonance with viewers and media reduplication that the sinister ``Willie Horton’ had achieved in the USA. This resonance would be gained by a human story and not abstract argument. If the story was also true, grounded in fact, the power of its symbolism could sustain the entire Labour campaign.

As with the anti-Chretien advertisement in Canada, the broadcast further alienated an already suspicious media that was determinedly fault-finding. They criticised ``Jennifer’’ for accuracy, undermining that claim to truthfulness that was central to its power to persuade. Moreover the charge of ``exploitation’’ of a sick child was what actually resounded with the public, not the attack on the NHS: the child’s vulnerability worked against, not for, Labour’s advocacy. Two child actresses portrayed the allegedly true story of two little girls with ``glue ear’’, one immediately treated privately, the other repeatedly delayed on the NHS. But newspapers discovered the identity of the real child and pursued the family: nor was it clear whether the failure to treat was due to lack of resources or incompetence (Butler and Kavanagh, 1992). That week, ``Jennifer’’ constituted nearly 20 per cent of stories on both main television news programmes. ``Jennifer Bennett and her glue ear received more coverage than housing, transport, pensions, law and order, defence, foreign affairs or Europe ± indeed, than several of those put together’’ (Harrison, 1992). Harrison further argues that ``before the election the NHS had seemed Labour’s strongest suit. However, the momentum the party had built up by the middle of the campaign was never regained after the Jennifer Bennett affair broke on 25 March’’.


Thus in 1992 a political campaign that was to some observers impressive in orthodox marketing terms failed against one that appeared almost to embrace a species of anti-marketing. In particular, an apparently uncontrived gesture by Tory leader John Major, where he addressed voters in one town by standing on a soapbox, did appear to achieve that critical connectedness with the public. The soap box was conscripted as his symbol.


The marketing of political marketing

These cases suggest that television and the press are still potentially more 1055 powerful agents of political influence than political marketing via the paid or
free media. At times even a free press can conspire to present a powerful
``dominant view’’ against which all other opinion is perceived as deviant. When

opinion becomes universal among major press protagonists like this, no quantity of shrewd political marketing can probably rectify the situation. In 1992 the Labour Party under Neil Kinnock was leading at the polls. The British press ``decided to crucify him’’. From December 1991-April 1992 the relatively apolitical Sun readers registered an 8.5 per cent swing to the Tories (Mckie, 1995). Techniques used by the press to demonise the Labour Party and its leader Neil Kinnock (Seymour-Ure, 1995) included the Sun newpaper’s eight page pre-election special ``Nightmare on Kinnock Street’’, where, for example, readers were warned that loft conversions would need the approval of lesbian and gay groups on left wing councils: on election day itself the front page featured Mr Kinnock’s head within a light bulb and the headline ``If Kinnock wins to-day will the last person to leave Britain please turn out the lights’’ (Harrop and Scammell, 1992). Propaganda-like distortions were the order of the day. For example, The Sun in the critical ``Jennifer’s Ear’’ case presented Jennifer’s father as being opposed to Labour’s use of the story when the reverse was true.

Thus the press had become direct participants in the creation of partisan information and not mere conduits of it. The demonstrable impact of this kind of news manufacture may seem to transcend any attempts of parties to ``market’’ themselves. Under this argument, political marketing may be seen as the junior relative of press activism: this would not negate its importance, merely that its impact must be seen in the context of often more significant drivers of political influence.

Conclusion

Case studies, of course, ``prove’’ nothing, merely establish a foundation for further argument. What this article has sought to achieve is a sensitising ± for both researchers and students alike ± of the differences between contexts in which political and business managers operate. They are separate ecologies, and the aim of this piece has been to challenge notions of political marketing as universal panacea: there is no one simple, easy transport from a business context, where social values are one of a number of considerations, to the political one, where values are the core of the process. Important conceptual similarities do of course exist and the same techniques criss-cross the two domains, but this makes them related, not identical. These points are not irrelevant, since while language directs perception it also limits it. Political marketing is not exactly like commodity marketing. When we use the term ``political marketing’’ as a convenient shorthand, we see as a result some things in political exchange relationships with great clarity, but perhaps miss other significant features in the complex environment of political communication, since perception is directed only to those areas common to political and consumer marketing. The phrase is an analogy rather than an accurate scientific term, and perhaps this has been somewhat overlooked in the enthusiasm to create a new field.

Has political marketing been over-marketed? The question cannot be proven and is perhaps trivial. What is ultimately important is perhaps less the establishment of the stature of political marketing along some hierarchy, than an understanding of the contexts in which it succeeds and fails, and why.

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The marketing of political marketing

Rubén Weinsteiner