Europa espera a Merkel


La canciller Angela Merkel, en el Parlamento alemán. Markus Schreiber (AP)


Europa está impaciente. Todos esperan a Angela Merkel. Alemania, por lo demás tan de fiar, todavía no tiene Gobierno, y después de 13 años, las capitales del continente parecen haberse acostumbrado hasta tal punto a la canciller que da la impresión de que, sin ella, la estabilidad no es posible. Se diría que lo único que sigue siendo importante es que en Alemania las cosas se resuelvan rápidamente.



La canciller alemana tiene que liderar y —en una Europa rota— mediar. Pero Europa es víctima de una ilusión. Angela Merkel es más débil que antes. Y lo que es más importante, después del papel que desempeñó en las crisis de los últimos años, es la peor mediadora imaginable.

La división de Europa es doble. La primera brecha sigue la línea del antiguo Telón de Acero. Los Estados miembros del Este tienen una visión propia del futuro de la Unión Europea. Quieren que sea más nacional, más liberal, y también más autoritaria. La segunda brecha corre a lo largo de los Alpes. Con la crisis del euro, los países del sur se distanciaron de los del norte. También ellos tienen su propia visión de la futura UE: más redistributiva, con más margen para el endeudamiento y menos competencia.

Las dos fosas son profundas. Salvarlas será la tarea del próximo decenio. Pero, ¿por qué espera Europa que sea Angela Merkel quien lo haga? Precisamente ella, una política que es símbolo de la división. La canciller resolvió las dos grandes crisis del continente a su manera. La Unión Europea se enfrentó tanto a la crisis del euro como a la de los refugiados tal como ella quiso.

En la crisis del euro, Merkel se ocupó de que los países del sur recibiesen ayuda, pero con la condición de que aplicasen duras medidas de ahorro. En consecuencia, se convirtió —a menudo con el aguijón de una demagogia sucia e interesada en los países afectados— en un personaje odiado por muchos griegos, italianos y españoles. Y todavía sigue siéndolo.



En Bruselas, forzó que el reparto de refugiados por cuotas se aprobase por mayoría

La experiencia de la mandataria en la crisis del euro trajo consigo la segunda brecha que divide la UE. En verano de 2015, cundió por la cancillería el temor de que, a consecuencia de la crisis, la primera ministra proyectase una imagen fría y tecnocrática. Sin este antecedente no se puede entender la posterior reacción de la canciller a la crisis de los refugiados. En otoño de 2015, Merkel anunció de repente el fin de la austeridad y la disciplina presupuestaria. La canciller apostó entonces por la benevolencia y la humanidad. El Estado perdió temporalmente el control. Junto con las víctimas de la guerra civil llegaron muchos emigrantes ilegales. Sin embargo, la primera ministra declaró que los miles de millones que costó su política eran una insignificancia. Se acabó la disciplina presupuestaria.

Ahora bien, desde el punto de vista de la política europea, hubo otro factor de consecuencias más graves. En la crisis de los refugiados, Merkel prescindió de la cautela que Alemania había practicado durante décadas en la Unión Europea. En Bruselas, forzó que el reparto de refugiados por cuotas se aprobase por mayoría. Hasta entonces, este instrumento se había considerado tabú. Lo normal era tomar las decisiones por unanimidad, lo cual incluía hacer todo lo posible por llegar a acuerdos. En un asunto tan crucial para ellos como la acogida de emigrantes, los europeos del Este se encontraron en minoría. Los que habían sufrido como nadie la feroz brutalidad de Alemania tenían que plegarse a ese país. Este es el fondo de la segunda brecha. Y no se ha curado.

Para que cicatricen las heridas abiertas en la última década, Merkel no es una buena elección. Haría falta un nuevo o una nueva canciller que pudiese resolver libremente los conflictos heredados de ella. Mientras Alemania apueste por una gran coalición personal e ideológicamente desgastada, encabezada por Merkel, eso será imposible. Es necesario —y así sucederá— que otros asuman el liderazgo de la Unión Europea. El mismo día en que en Alemania concluyeron las conversaciones para sondear la posibilidad de la coalición, Emmanuel Macron y Sebastian Kurz, el canciller austriaco, se reunieron en París. Con ello transmitieron el mensaje de que no tienen la intención de esperar precisamente a Angela Merkel.

Trump abre una crisis al desclasificar el informe que acusa al FBI de manipular la trama rusa

El presidente intenta desprestigiar la investigación de los supuestos nexos de su campaña electoral con el Kremlin

Donald Trump, en la Casa Blanca.


No importó la seguridad nacional. Tampoco las advertencias del FBI, del Departamento de Justicia y de la Dirección de Inteligencia Nacional. El presidente Donald Trump abrió este viernes una crisis institucional al desclasificar "por su significativo interés público" el informe que acusa al FBI y al Departamento de Justicia de haber actuado como un submarino de los demócratas y haber manipulado información para proseguir la investigación de la trama rusa. El documento, elaborado por los republicanos del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, se enmarca en la contraofensiva de Trump para erosionar unas pesquisas que ya le pisan los talones.

La maniobra tiene un objetivo político. El propio Trump, en un tuit matinal, acusó a la cúpula del FBI y del Departamento de Justicia de “haber politizado el sagrado proceso investigativo a favor de los demócratas y en contra de los republicanos”. En el punto de mira de esta andanada figura el director del FBI, Christopher A. Wray, elegido por el presidente tras la destitución fulminante de su antecesor por negarse a cerrar el caso. Y también el número dos del Departamento de Justicia, Rod Rosenstein, encargado de supervisar la investigación y artífice del nombramiento del fiscal especial, Robert Mueller. Ambos han demostrado su capacidad para resistir las presiones y ambos han visto cómo crecía el cerco a su alrededor. Una tensión que esta misma semana acabó con la carrera del subdirector del FBI, Andrew McCabe, acusado también por el presidente y los republicanos de trabajar para los demócratas.




The top Leadership and Investigators of the FBI and the Justice Department have politicized the sacred investigative process in favor of Democrats and against Republicans - something which would have been unthinkable just a short time ago. Rank & File are great people! — Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 2 de febrero de 2018

Ese es el tiro en la corta distancia. En la larga, el presidente busca, ante una eventual citación de Mueller, demostrar que es víctima de una caza de brujas. Para ello, el informe le proporciona un excelente argumentario. Durante meses, los congresistas han tomado declaraciones a los investigadores e implicados de la trama rusa y han tenido acceso a todo tipo de documentos confidenciales.

El resultado es un texto, de tres folios y medio, que establece que en octubre de 2016, un mes antes de las elecciones que ganó Trump y aún bajo mandato de Barack Obama, el FBI y el Departamento de Justicia ocultaron datos básicos al juez para obtener la orden que les permitiese espiar al millonario Carter Page, uno de los asesores de campaña de Trump. Los investigadores, según esta versión, no le comunicaron que la información que les hacía sospechar de Page procedía del explosivo informe Steel, un dosier altamente radiactivo elaborado por un ex agente del M16, pero basado en fuentes no validadas y que además había sido encargado por un abogado del equipo electoral de Hillary Clinton. El juez dio su aprobación y en primavera de 2017, con el magnate ya en Casa Blanca, la orden se renovó con aquiescencia de altos cargos del Departamento de Justicia y del FBI. La prevaricación, según los republicanos, se había perpetuado. "Hubo una alarmante ruptura de los procesos legales establecidos", señala el informe desclasificado.

El informe Steel Christopher Steele.


Al principio y al fin de la trama rusa. Ahí está el explosivo informe Steel. El FBI llegó a calificar de “salaz y sin verificar” el documento del ex agente del M16 Christopher Steele y nada más entrar en la Casa Blanca informó a Trump de su existencia por las descripciones que contenía de sus nunca demostradas relaciones con prostitutas en Moscú. Pese a este aparente rechazo, la agencia federal no sólo empleó el dossier para pedir las escuchas al asesor electoral Carter Page, sino que siempre mantuvo un buen contacto con Steele, a quien incluso tanteó para contratar. Esa vinculación es la que ahora usan los republicanos en contra del FBI. Consideran que si Steele fue amparado por los agentes es porque recibió financiación de los demócratas y que su informe no era más que un obús contra Trump teledirigido por sus adversarios en la agencia y el Departamento de Justicia.

Esta versión ha sido contestada por el FBI. El propio director de la agencia, en un gesto insólito, ha alertado públicamente de que el “documento presenta omisiones fácticas que impactan en su veracidad”. No es ese el único motivo de queja. Los servicios de inteligencia señalan que el texto puede poner en peligro la seguridad nacional al destapar fuentes y métodos de recogida de datos, pero sobre todo, denuncian que rompe la confidencialidad de quienes acuden a la comisión y declaran en el entendimiento de que es un acto secreto.

Otro argumento contra el informe procede de su magnificación de un aspecto menor del caso. Y que ni siquiera es novedoso. El protagonista de las escuchas, Carter Page, ya estaba bajo seguimiento del FBI en 2013, cuando el servicio secreto ruso intentó reclutarlo. En este sentido, la petición al juez para espiarlo tampoco contamina el resto de pesquisas ni representa su inicio. Estas se abrieron después de que en julio de 2016 un asesor de campaña republicano, George Papadopoulos, fanfarronease en un pub de Londres ante un diplomático australiano de que Moscú tenía “basura” contra Clinton.

“El informe no tiene nada que ver con la verdad y la responsabilidad. Más bien parece propaganda de quienes están aterrorizados ante la investigación rusa y están determinados a descarrilarla por cualquier medio”, ha afirmado en un editorial The New York Times. "Si el informe se utiliza como argumento para destituir al fiscal especial, a Rosenstein o a otros cargos de la investigación, lo entenderemos como obstrucción a la justicia", han advertido en una carta los líderes demócratas. “Dejemos que la gente decida”, ha señalado el presidente del Comité de Inteligencia, el republicano Devin Nunes.

Bajo el vendaval, el director del FBI envió una nota a sus agentes declarando que iba a seguir firme. “Mantengo la determinación de hacer nuestro trabajo con independencia y siguiendo las reglas. Hablar es fácil. Pero lo que permanece es vuestro trabajo”, afirmó Wray.

El avance de Mueller hacia la Casa Blanca es un factor determinante en la tormenta desatada. Cada día es más evidente que su objetivo es llamar a declarar a Trump y que el encargado de supervisar la investigación, Rod Rosenstein, no va a objetar a este trascendental paso. Trump ha mostrado públicamente su disposición a acudir e incluso responder presencialmente. Pero en la Casa Blanca se teme el daño que una comparecencia de este tipo pueda ocasionar en un año en que se celebran elecciones legislativas (renovación de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado).

La investigación de Mueller, que arrancó después de la destitución del director del FBI en mayo, mantiene sus puertas cerradas. Poco se sabe de cuáles son las balas que acumulan el fiscal especial y sus 17 superagentes. Los datos que han trascendido proceden de las cuatro imputaciones que ha hecho públicas: al exconsejero de seguridad Michael Flynn, al ex jefe de campaña Paul Manafort, a su socio Rick Gates y al asesor electoral George Papadopoulos. Los escritos de acusación han dejado ver que la meta original de las pesquisas, determinar si el equipo electoral de Trump se coordinó con el Kremlin en la campaña de intoxicación contra Clinton, ya ha sido superada y la investigación ya se centra en las tramas financieras. El punto débil de Trump.

Fuerte suba de las remesas en el primer año de Trump


Envíos de dinero a niveles nunca vistos

Récord de remesas

Los envíos de dinero desde el exterior, principalmente de Estados Unidos a México, se elevaron a niveles nunca vistos en el primer año de la gestión del presidente Donald Trump, que prometió aplicarles un impuesto para construir un muro fronterizo.
El alza histórica en el 2017, que elevó este rubro hasta los 28.771 millones de dólares las remesas familiares, ocurrió a pesar de que la amenaza nunca llegó a cumplirse, porque aparentemente implicaba demasiados problemas legales.
A juicio de los especialistas, las remesas se elevaron un 6,6% anual como un efecto combinado del temor de las políticas del magnate, quien además prometió expulsar a 7 millones de indocumentados, lo que tampoco pudo hacer realidad, y del buen desempeño de la economía, a juicio de los especialistas.
Estos resultados ocurrieron a pesar de que en noviembre pasado las remesas disminuyeron un 4,74% aunque en diciembre llegaron a 11,17%, según informó el Banco de México (central).
El año pasado, en tres meses el crecimiento de remesas superó los dos dígitos: marzo (15,04%), julio (10,77%) y diciembre, de acuerdo con el reporte oficial.
En este crecimiento no se puede minimizar el rol que jugó la depreciación del peso mexicano frente al dólar debido al temor de que el gobierno estadounidense cancelara el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), consideró Alejandro Cervantes, economista del banco Banorte-IXE.
El crecimiento de la economía estadounidense ha jugado a favor de los mexicanos que viven, legal o ilegalmente, en ese país, argumentan los entendidos.
En su reciente informe del Estado de la Unión, Trump se atribuyó la creación de 2,4 millones de empleos, aunque los especialistas consideran que al menos 500.000 corresponden a la era de su antecesor Barack Obama.
Valeria Moy, de la organización no gubernamental "Cómo Vamos", estiman que el período de prosperidad por el que pasa la economía estadounidense en la actualidad, que incluye la creación de 400.000 empleos en el sector de las manufacturas, es resultado "de un ciclo económico que se esperaba que llegara eventualmente".
Los expertos en México apuestan a que las remesas continuarán subiendo en el corto plazo, a pesar de las políticas de Trump, incluida la reciente reforma fiscal, que redujo el impuesto sobre la renta a las grandes corporaciones y que se esperaba que provocara una fuga de capitales.

El ministro de Finanzas, José Antonio González, señaló esta semana ante un grupo de senadores que, aunque puede dañar la competitividad de las empresas mexicanas, a un mes de la entrada en vigor de esta ley, "no se reporta un impacto" en México "ni se mueven los capitales" hacia Estados Unidos.
El director general de Merryl Lynch en México, Emilio Romano, recordó el viejo adagio "Cuando a Estados Unidos le da gripe a nosotros nos da pulmonía", pero afirma que ésta vez sería en sentido opuesto, pues la reforma fiscal podría también beneficiar al país.
La normativa "permite la deducción inmediata de inversiones y lo que eso hace es fomentar o incentivar de manera importante el crecimiento de la reconversión y manufactura de Estados Unidos".

"Eso es lo mejor que le puede pasar a México porque nosotros somos una economía altamente dependiente de la estadounidense y una aceleración de la economía en ese país sólo puede traernos buenas noticias", indicó Romano, que es también vicepresidente de la Asociación de Bancos de México.
En 2016, los envíos de dinero también habían roto un récord cuando llegaron a 26.970 millones de dólares, aumentando 8,82% respecto a 2015, el mayor crecimiento anual en una década.

El flujo de remesas es tal que ya se convirtió en una de las cinco fuentes de captación de divisas para el país, junto con las exportaciones automotrices, la inversión extranjera directa, el turismo y las exportaciones petroleras.
México es el principal receptor de remesas familiares en América Latina y el cuarto a nivel mundial, después de India, China y Filipinas y antes de Francia.

El debate del Gobierno, entre las encuestas y el ajuste necesario

Macri reunió a su mesa chica y acordaron una serie de medidas para levantar la imagen. Qué lo preocupa.



Mauricio Macri volvió de su gira europea con una determinación que no había tenido hasta el momento, impulsado mayormente por la caída de su imagen en las encuestas que lo llevaron a replantearse su estrategia.


El presidente reunió esta semana a su mesa chica, integrada por Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, para analizar el escenario, según confirmaron altas fuentes del Gobierno.

En esa reunión, se planteó la tensión que se debate actualmente en el Gobierno: la necesidad de un ajuste real contra la caída de Macri en las encuestas.

El presidente planteó que hay que tomar medidas drásticas porque el gradualismo está en su punto límite y el riesgo que hay, de continuar en la misma senda, es el caos. "La economía no aguanta sin ajuste", dijo Macri.

Los presentes coincidieron en que ese marco es real, pero que al mismo tiempo ni Macri ni el Gobierno puede seguir perdiendo puntos en las encuestas. El presidente se encuentra en un 40 por ciento, lo que es considerado por la cúpula del PRO como un límite que no hay que superar hacia abajo.

Por ese choque entre ambas necesidades, Macri intercaló en los últimos días las medidas antipáticas como el tarifazo en el transporte y los despidos en el sector público con movidas para seducir a la opinión pública y levantar en las encuestas.

Es por eso que en sólo una semana, anunció un decreto sin precedentes para prohibir que los familiares de los ministros trabajen en el Estado, se mostró con el policía Luis Chocobar, que mató a un delincuente que apuñaló diez veces a un turista estadounidense en el barrio de La Boca y anunció que recibiría a los familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan, un encuentro que venía esquivando desde noviembre.

El objeto de estas medidas es no perder sustentabilidad política y atrás de alguna de ellas, como la del decreto, estuvo el ecuatoriano Jaime Durán Barba, que no viene al país desde diciembre pero sigue en contacto permanente.

The Secret to Henry Kissinger’s Success




  Many think the retired diplomat’s closeness to one man—Richard Nixon—was the source of his power. That gets Kissinger dangerously wrong.


By NIALL FERGUSON


About halfway through writing my biography of Henry Kissinger, an interesting hypothesis occurred to me: Did the former secretary of state owe his success, fame and notoriety not just to his powerful intellect and formidable will but also to his exceptional ability to build an eclectic network of relationships, not only to colleagues in the Nixon and Ford administrations, but also to people outside government: journalists, newspaper proprietors, foreign ambassadors and heads of state—even Hollywood producers? If Volume I had surprised readers with its subtitle—“The Idealist”—should Volume II perhaps be subtitled “The Networker”?

Whatever your views of Kissinger, his rise to power is as astonishing as it was unlikely. A refugee from Nazi Germany who found his métier as a scholar of history, philosophy and geopolitics while serving in the U.S. Army, Kissinger was one of many Harvard professors who were drawn into government during the Cold War. His appointment as Richard Nixon’s national security adviser in December 1968 nevertheless came as a surprise to many people (not least Kissinger himself), because for most of the previous decade he had been so closely identified with Nelson Rockefeller, Nixon’s patrician rival within the Republican Party. From his sickbed, the former President Eisenhower expressed his skepticism about the appointment. “But Kissinger is a professor,” he exclaimed when he heard of Nixon’s choice. “You ask professors to study things, but you never put them in charge of anything.”


Most writers who have studied his subsequent career in Washington have tended to explain the rapid growth of Kissinger’s influence in terms of his close relationship to Nixon or his talent for the very bureaucratic infighting he had condemned as an academic. This, however, is to overlook the most distinctive feature of Kissinger’s mode of operation: While those around him continued to be bound by the rules of the hierarchical bureaucracy that employed them, Kissinger from the outset devoted considerable energy to building a network that extended horizontally in all directions beyond the Washington Beltway: to the press and even the entertainment industry inside the United States and, perhaps more importantly, to key foreign governments through a variety of “back channels.” Kissinger brought to this task an innate capacity to make emotional as well as intellectual connections even with the most aloof of interlocutors, a skill he had honed long before his appointment by the famously aloof Nixon. It was Kissinger’s unique talent for networking, not just his scholarly acumen or his astute reading of power politics, that made him such a formidable figure. And it was his arrival on the political scene just as the world was shifting from the ideological bifurcation of the early Cold War—a duel between two hierarchical superpowers—to a new era of interdependence and “multipolarity” that made Kissinger precisely (in the words of TIME magazine) “the right man in the right place at the right time.”


***

Indeed, it was networking—ironically, a chance encounter with an official from the Eastern bloc—that presaged Kissinger’s greatest diplomatic triumph: the opening of diplomatic relations between the United States and Mao Zedong’s China.

A characteristic feature of the Soviet system, which endured long after Stalin’s death, was the systematic destruction of private networks and the isolation of individuals. Even in the late 1960s, when Soviet citizens encountered Americans—which of course they very rarely did—they had to be on their guard. The Pugwash conferences of scientists were a rare exception. Today, having been awarded the Nobel Peace Prize in 1995, Pugwash is almost synonymous with disarmament and conflict resolution through so-called “track two diplomacy.” During the Cold War, however, the conferences had a more ambiguous character, as the Soviet academics who attended had to be approved in advance by the Central Committee of the Communist Party and sometimes even by the Politburo. Kissinger thrived in this environment—charming and impressing Soviet apparatchiks with his trademark mordant humor—and he attended the gatherings several times.

In 1966, at the Pugwash conference in the Polish resort of Sopot, Kissinger was startled by the violence of Soviet invective against China. “China was no longer Communist but Fascist,” the Soviet mathematician Stanislav Emelyanov told him during a boat trip to Gdansk harbor. “The Red Guards reminded him of nothing so much as the Hitler Youth. The U.S. and the U.S.S.R. had a common interest in preventing Chinese expansion.” Candidly, Emelyanov admitted he had not seen the Soviet government so confused since the aftermath of Khrushchev’s de-Stalinization speech. It was through Pugwash that Kissinger received an invitation to go from Poland to Prague, where he met Antonín Šnejdárek, the former head of Czech intelligence operations in Germany who was now director of the country’s Institute of International Politics and Economics. The two men met again in Vienna at the annual meeting of the London-based Institute for Strategic Studies. The Czech frankly warned Kissinger that the Soviets had no sincere intention of helping the Americans extricate themselves from Vietnam. Indeed, he said, the crisis in Southeast Asia might end up being “a convenient pretext [for Moscow] to tighten control over Eastern Europe.”

The most revelatory of all these encounters came in January 1967, when Kissinger returned to Prague. Again Šnejdárek warned that Moscow “was becoming increasingly sensitive about the growing freedom of movement of the East European countries and especially the Czech effort to reduce their economic dependence on Moscow.” But now he startled Kissinger with a question that Kissinger had to admit “had never occurred to me”: if he thought a ‘U.S.-Chinese deal was in the making.” Sensing the American’s surprise, Šnejdárek explained:

“The Soviets took the Chinese attack on them [a key feature of Mao’s Cultural Revolution] extremely seriously. They could not easily reconcile themselves to the end of Socialist unity and even less to the challenge to their position as the chief interpreters of Leninism. The extent of their attempt to influence internal Chinese developments is therefore not always grasped. They supported the party apparatus against Mao ...”

The Maoists, in turn, were now desperate “to expel the Soviets physically from China. Nothing less than a complete rupture with the Soviet Union will enable them to feel secure.” True, the Cultural Revolution looked like an ideological rift, with the Chinese as the more radical Marxists. But:

“[w]hatever Mao’s ideological fervor, the human material available to him will force him in a nationalist direction—assuming he is still in charge of his movement. Despite their wild talk, the Maoists might turn out to be more flexible toward the U.S. than their opponents. They will have to shut off China in any event to reconstitute governmental authority and a form of non-aggression treaty with the United States might fit this design very well. Of course they hate the U.S. too; but … no Communist can forget the Hitler-Stalin pact.”

From a Czech point of view, such a “Johnson-Mao pact” was an alarming scenario because “if the United States settled with China it would step up the [Soviet] pressure in Europe.” Fearful of isolation, the Soviets would clamp down on what Šnejdárek obliquely called “the prospects of East European national development.” Kissinger was amazed, yet his Czech host’s fear of “a U.S.-Mao deal” seemed “genuine and deep.” Scholars have long speculated as to which American strategist conceived of the opening to China that would so transform the geopolitical landscape in 1972. But it was not Americans who thought of it first. It was the strategic thinkers of the Soviet bloc who foresaw the new world conjured up by the Sino-Soviet split, and they did so more than four years before Nixon’s historic visit to China.

***

Beginning in January 1969, Kissinger set about applying some of the lessons he had learned as an academic and public intellectual: in particular, the lesson that informal networks could provide diplomatic channels superior to foreign ministries and embassies. As a prelude to writing the second volume of his life, I have attempted to map Kissinger’s network on the basis of all the published memoirs that relate to his period in government. This provides a preliminary plot of his and others’ networks as they were remembered by Kissinger himself and his contemporaries in government. The graphs depict Richard Nixon’s and Henry Kissinger’s ego networks, based on their memoirs; the Nixon and Ford administrations’ ego network, based on all members’ memoirs; and the Nixon and Ford administrations’ directed network, depicting how prominently members figure in each other’s memoirs. In the first three graphs (figures 1-3), relative importance is represented by both the proximity to the central “ego” node (which in the third case is the combined identities of all members who wrote memoirs) and the area of the node. In the fourth graph, we can see who mentioned whom and how often they did so in terms of mutual proximity, edge width and arrow direction.

The graphs leave little doubt about who mattered in the Nixon-Ford era. Kissinger abounds—as important to Nixon as his wife, and the second most important member of the two administrations, outranking Ford, who became president. Next (see figure 4) came Nixon’s chief of staff, H. R. Haldeman, followed by Ford and White House counsel John Dean. Also ranked highly on this basis were John Ehrlichman (assistant to the president for domestic affairs), Treasury Secretary John Connally, future president George H. W. Bush and Alexander Haig (Kissinger’s assistant, then deputy, and Haldeman’s successor after Watergate).

It’s particularly striking to see the difference between “the world according to Nixon” and “the world according to Kissinger.” Nixon’s inner circle (figure 1) was that of a man whose experience of the presidency was to a remarkable extent confined within the walls of the White House. Aside from his wife and daughters, he refers most often in his memoir to Kissinger, Eisenhower (whose vice-president he was), Haldeman, Erlichman and Haig. Kissinger, by contrast, mentions key foreign leaders almost as much as the presidents he served, and more often than the secretary of state who preceded him in that office, William Rogers (figure 2). The more striking thing is which foreign leaders loom largest in Kissinger’s memoirs: the Soviets (their ambassador in Washington, Anatoly Dobrynin, their foreign minister, Andrei Gromyko, and their premier, Leonid Brezhnev) came first, followed by Zhou Enlai, the Chinese premier, and Anwar Sadat, the Egyptian president. Apart from Brezhnev and Dobrynin, only one other foreigner was among the 40 individuals most frequently mentioned by Nixon: Nguyen Van Thieu, the South Vietnamese president. By contrast, only 16 of Kissinger’s top 40 were Americans. Of course, we would expect the national security adviser and secretary of state to spend more time than the president with foreigners: that is the nature of the job. Yet it is difficult to believe that any previous holder of those offices had been quite as indefatigable a traveler and negotiator.




Richard Nixon's ego network, based on his memoirs.




Henry Kissinger's ego network, based on his memoirs.

While in office, Kissinger appeared on the cover of Time magazine no fewer than 15 times. He was, according to one of the magazine’s profiles of him, published in 1974, “the world’s indispensable man”—though one who stood accused by his critics of paying more “attention to principals than principles.” The hypothesis must be that Kissinger’s influence and reputation were products not only of his intellect and industriousness, but also of his preternatural connectedness. Shuttle diplomacy was a part of this. So was schmoozing journalists, at which Kissinger excelled, though he scarcely mentioned them in his memoirs, despite the closeness of his friendships to the Alsop brothers, Stewart and Joseph, and the columnist Tom Braden. As Time noted, Kissinger had “a finely tuned sense of hierarchy.” But what mattered much more were all the other relationships in a network—including an “old boy network” of former participants in Kissinger’s summer seminars at Harvard—that spanned the globe. “He always looks for the guy who can deliver,” an unnamed aide told Time. “A lot of doors open for him,” said a “Washington friend and admirer.” The network was the precondition for his “chain reaction” diplomacy—a phrase used by the Israeli deputy premier, Yigal Allon. That was what justified the claim that Kissinger “probably [had] more impact than any other person in the world.”




The Nixon and Ford administrations' ego network, based on all members' memoirs.

The weakening of hierarchy and strengthening of networks that characterized the 1970s had many benefits. From Kissinger’s point of view, these trends significantly reduced the risk of a Third World War: that, after all, was the central rationale of more frequent dialogue with the Soviet Union, as well as the beginning of communication with the People’s Republic of China. Contemporaries often summarized Kissinger’s foreign policy as “détente.” He preferred to speak of “interdependence.” A “new international system” had replaced “the structure of the immediate postwar years,” he declared in London in December 1973: one based on “the paradox of growing mutual dependence and burgeoning national and regional identities.” “The energy crisis,” he suggested three months later, was one of “the birth pains of global interdependence.” By April 1974, “The Challenge of Interdependence” had become a speech title; by 1975 interdependence was “becoming the central fact of our diplomacy.” “If we do not get a recognition of our interdependence,” Kissinger warned in October 1974, “the Western civilization that we now have is almost certain to disintegrate.” Academics at his alma mater such as Richard Cooper and Joseph Nye obliged by writing books on the subject. Interdependence found institutional expression with the first meeting of the Trilateral Commission at the Rockefeller estate in Pocantico Hills in 1972 and the first meeting of the “Group of Six” (Britain, France, Italy, Japan, the United States and West Germany) at Rambouillet in 1975. The New York Times chose to mark the Bicentennial of the Declaration of Independence with an editorial entitled “Interdependence Day.” It was a concept enthusiastically adopted by President Jimmy Carter and his national security adviser, Zbigniew Brzezinski.




The Nixon and Ford administrations' directed network, depicting direction and frequency of members' references to each other in their memoirs.

Yet there were costs as well as benefits to inhabiting a more interdependent world. As Brzezinski argued in his book Between Two Ages, the new “global city” being created by the “technetronic age” was “a nervous, agitated, tense, and fragmented web of interdependent relations.” This was true in more ways than one. During the first half of the Cold War, the superpowers had been able to control information flows by manufacturing or sponsoring propaganda and classifying or censoring anything deemed harmful. Sensation surrounded every spy scandal and defection; yet in most cases all that happened was that classified information was passed from one national security state to the other. This, too, changed in the 1970s. Leaked official documents began to reach the public in the West through the free press—beginning in 1971 with the Pentagon Papers given by Daniel Ellsberg to The New York Times—and (to a much smaller extent) in the Soviet bloc through samizdat literature, notably Alexander Solzhenitsyn’s Gulag Archipelago. Leaks to the media in turn fueled the dramatic escalation of social protest on university campuses and inner cities that made the early 1970s seem so febrile compared with the sedate quarter-century after 1945. Altogether close to 400 different groups were involved in some form of protest in the United States between the 1960s and the 1980s: what had begun with the campaign for African-American civil rights soon encompassed campaigns for women’s rights, Native American rights, gay and lesbian rights, and campaigns against the Vietnam War, nuclear weapons, poverty and industrial pollution.

Like most members of the generation who fought in the Second World War, Nixon and Kissinger had little patience with these groups; indeed, Kissinger likened the student radicals he encountered at Harvard in the late 1960s to the German students who had attended the Nuremberg Rallies in the early 1930s. Nevertheless, in the small hours of May 9, 1970, Nixon ventured out of the White House to confront a group of student protesters who were camped out at the Lincoln Memorial. It was an uncharacteristic attempt at connection by a man notorious for his reclusiveness and misanthropy. As he told them:

“I was sorry they had missed it [his press conference the previous day] because I had tried to explain … that my goals in Vietnam were the same as theirs—to stop the killing, to end the war, to bring peace. Our goal was not to get into Cambodia by what we were doing, but to get out of Vietnam. There seemed to be no—they did not respond. I hoped that their hatred of the war, which I could well understand, would not turn into a bitter hatred of our whole system, our country and everything that it stood for. I said, I know you, that probably most of you think I’m an SOB. But I want you to know that I understand just how you feel.”

Perhaps Nixon did understand how the protesters felt. But, as they subsequently made clear to the reporters who swiftly descended on them, they did not remotely understand how he felt, or care to.

Long before Nixon fell victim to the exposure of his own skulduggery by the Washington Post—as well as to the consequences of his own vulnerability as a network isolate, with too few friends in the institutions that might conceivably have saved him—Kissinger had understood that networks were more powerful than the hierarchies of the federal government. The protesting students he knew well enough not to waste time on. But he did tour the country in the Ford years giving speeches to Midwestern audiences in an effort to explain his strategic concept to the wider public—though with only limited success. In some ways, his most remarkable feat was to isolate himself from the one component of the Nixon network that would have been fatal to him: the part that plotted the Watergate break-in. It took a networker of genius to know exactly which nodes to avoid connecting to.

Kissinger’s power, still based on a network that crossed not only borders but also professional boundaries, endured long after he left government in 1977, institutionalized in the advisory firm Kissinger Associates, maintained by almost incessant flying, meeting, mingling, dining. By contrast, the executive branch after Nixon saw its power significantly curtailed by congressional scrutiny and greatly emboldened newspapers. No future national security adviser or secretary of state, no matter how talented, would ever be able to match what Kissinger had achieved.

Adapted from THE SQUARE AND THE TOWER: Networks and Power, from Freemasons to Facebook by Niall Ferguson, published by Penguin Press, an imprint of Penguin Publishing Group, a division of Penguin Random House, LLC. Copyright © 2017 by Niall Ferguson.

Camioneros ratificó la fecha de la movilización del 22-F




Hugo y Pablo Moyano.



La controversia sobrevoló este viernes la organización de la marcha que el gremio de Camioneros anunció para el próximo 22 de febrero contra el ajuste y los despidos del Gobierno de Mauricio Macri, por su coincidencia con la Tragedia de Once. Sin embargo, Camioneros ratificó su realización con un comunicado, como habían adelantado fuentes del gremio a ámbito.com.

La fecha elegida por Hugo y Pablo Moyano coincide con el sexto aniversario de la Tragedia de Once, que dejó 51 muertos cuando el tren n° 3772 de la línea Sarmiento, identificado con la chapa 16, impactó contra la segunda plataforma de la estación a las 8.33 de la mañana.

Como todos los años, los familiares y sobrevivientes pedirán Justicia, en un acto en el andén de la estación por lo que -según trascendió- María Luján Rey, madre de una de una las víctimas del choque, Lucas Menghini Rey, habría mantenido contactos con Facundo Moyano, en un intento de cambiar la fecha de la marcha pautada por el sindicalismo.

"Febrero tiene varios días como para que justo marchen ese día. Lamentamos que no se hayan acordado que el 22 fue el día de la tragedia. Pero vemos bien que vayan a cambiar la fecha, es un buen gesto", sostuvo la referente de los familiares de Once, en diálogo con NA en la tarde de este viernes ante rumores de que la marcha podría cambiarse de día, lo que fue finalmente negado por Camioneros.

Según habían adelantado temprano a ámbito.com fuentes del gremio, la fecha de la movilización del 22 de febrero -a la que ya sumaron su apoyo La Bancaria de Sergio Palazzo, parte de la CGT, la CTA de Hugo Yasky y el Suteba de Roberto Baradel- "es inegociable".

"Después de ocho años, Camioneros no cobró el bono de fin de año. No sólo no sacaron ganancias, sino que además tampoco pagaron el bono. Esa calentura es muy fuerte en Camioneros y todos los afiliados, por eso no hay manera de dar marcha atrás", señalaron.

Posteriormente, un comunicado del gremio puso fin a las versiones que circularon por la tarde sobre un supuesto cambio de fecha, con la firma del propio Pablo Moyano.

"El Sindicato y la Federación de Choferes de Camioneros comunica que la movilización del próximo 22 de febrero sigue en pie y más firme que nunca, pese a algunos trascendidos periodísticos mal intencionados", comienza el texto.

"Siempre vamos a estar del lado de los trabajadores, marchamos a proteger todas y cada una de las fuentes de trabajo, ese es nuestro compromiso", continuó, en tanto anunció que el próximo miércoles 11 se realizará una reunión preparatoria con todas las organizaciones que se sumarán a la marcha en "rechazo a las reformas del Gobierno nacional", concluye.

Ruidos de fractura:La marcha de Camioneros ahondó las diferencias entre los triunviros de la CGT

Dos de los triunviros que lideran la CGT tuvieron opiniones contrapuestas sobre el acto armado por Hugo Moyano. Para Daer, es el “capricho” de alguien que busca “adueñarse de la voluntad colectiva” de la central obrera. Schmid reclamó “disciplina”, porque “se hace lo que se debe” y pidió que se respeten las decisiones orgánicas.


Acuña, Schmid y Daer, la conducción de la CGT.

La profundas diferencias que existen en el seno de la conducción de la CGT ya no se pueden ocultar. La decisión de los triunviros Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña de promover la adhesión a la marcha que convocó el titular de Camioneros, Hugo Moyano, provocó el rechazo de Héctor Daer. El tercer integrante de la Secretaría General anunció su rechazo porque considera que no se puede poner a la central obrera al servicio de un gremio.


Para Daer "no se puede aceptar que alguien tenga el capricho de adueñarse de la voluntad colectiva de la CGT". El dirigente de Sanidad manifestó que “nuestra posición es clara: no vamos a poner a la CGT al servicio de ningún gremio ni dirigente", en clara alusión al acto de Moyano.

El triunviro reclamó "seguir dialogando entre todos, sin poner por delante la paritaria, ni las cuestiones personales de nadie". Su gremio, junto a otros, no adhirió a la convocatoria, al tiempo que sí se plegaron los otros dos miembros de la conducción tripartita, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña.

"Nosotros vamos a seguir trabajando para resolver los temas pendientes que se vinculan con las paritarias, con los derechos de los trabajadores. Lo del 22 será la marcha de los camioneros, pero el mundo igual va a seguir girando", destacó Daer, quien anticipo que "si la unidad no va más, habrá que convocar a un congreso cegetista y definir un nuevo consejo directivo".

En una entrevista publicada por el diario El Cronista, Daer criticó a Moyano y sus aliados al sostener que "deberían explicar por qué pidieron el paro y después no pararon, y se borraron", en relación a lo ocurrido el 18 de diciembre pasado, cuando se debatía la reforma previsional en la Cámara de Diputados.

Por su parte, Schmid aseguró que “vamos a intentar que todos confluyamos en el mismo tipo de acciones” y reconoció que “puede haber una ruptura” respecto de “quienes no están compartiendo esto”. Esos dirigentes deberían “tomar una postura pública”.

En una entrevista concedida al canal La Nación+, estimó que alcanza “con dejar de asistir a las reuniones del consejo directivo” para formalizar la ruptura, de acuerdo al estatuto de la CGT. “Cuando dejan de venir a las reuniones, se termina la discusión”.

En alusión a Daer, dijo que “vengo de arriba de los barcos, donde no hay democracia, hay capitán y disciplina, y se hace lo que se debe, no lo que se quiere”. Estimó que “lo relevante es que se respete lo orgánico y lo que decidimos colectivamente”. En esa línea opinó que “si decidimos en órganos colectivos, los tenemos que respetar” y que “no podemos estar consultando todos los días”.

El líder de Dragado y Balizamiento reconoció que ahora se ve “un conjunto de gremios que tienen que ratificar” ante la decisión conjunta y que “hay que ver cómo se normaliza esto”.

A su juicio, Schmid indicó que el futuro de la CGT puede depender de “un congreso en el que se llame a todo el mundo” y que “las formas no importan, sino el tipo de relación que vamos a tener con el Poder Ejecutivo”. Finalmente, consideró que las expresiones del Gobierno hacia Moyano “han venido marcando cierta brújula”, como las alusiones a “la mafia sindical”, y remarcó que “la reforma previsional marcó otro tipo de relación con el Gobierno”.

Debatir o no debatir

Vos preguntame lo que vos quieras, yo te respondo lo que yo quiero


Por Rubén Weinsteiner 


¿Sirve debatir en comunicación política? ¿Debe debatir el líder, el que va arriba? ¿Hay que apuntar a convencer, o a vencer emocionalmente? Preguntas que nos hacemos cada tanto, a favor de no relegar ni el lugar, ni el valor de la duda en el marco investigativo.
Una vez vi en un diario alemán un caricatura que mostraba a una pareja discutiendo, el marido le decía algo asi como : “querida se razonable” y la mujer le respondía : “que sea razonable, lo único que me interesa es ganar esta discusión”.
Es obvio que los debates no se ganan en términos de A vence a B, B lo reconoce, le da la mano y dice que cambiará de opinión. Los debates en comunicación se ganan o se pierden en el ring side, en la teleplatea, cuando se debate delante de otros. Se juegan en en el estudio, pero se ganan en los livings de las casas.
Lo que se dice, lo que no se dice, los argumentos, los giros, el manejo de los gestos y fundamentalmente la respiración.

En definitiva la estrategia apunta a influir en los que miran, y en los que miran a los que miran. En las audiencias y en las audiencias de audiencias.

Parte de la biblioteca dice “el líder no debate”, otra parte dice “hay que dar la batalla discutir, todo y todo el tiempo”.

El problema de debatir todo el tiempo, y no digo que no haya que debatir a veces, es que acelera una entropía de la imagen, con una mutación pronunciada sin beneficio de homeostásis en tiempo real, donde cada round se hace interminable, y la estrategia, diseñada se desdibuja. Allí se le otorga al otro la enorme ventaja del codiseño de la propia imagen.
Cuando discutimos, le estamos otorgando entidad a la otra parte, sin dicha entidad no podríamos establecer la discusión. El contrato discusional consiste en aceptar que el otro está en un lugar de equivalencia. Que este lugar esta legitimado desde la posición, desde el equipaje argumental o desde la entidad del otro. Cuando discutimos estamos aceptando nuestras propias limitaciones, sean estas dudas o límites de poder. Si tuviéramos la seguridad absoluta de tener la razón y el otro no tuviera ningún poder, no discutiríamos. Nadie discute con la abuela con Alzheimer. Con lo cual debatir es validar nuestras limitaciones y el poder del otro.

En la discusión se condiciona la imagen y la narrativa a favor de la victoria en el debate, y en ese momento se sale de la estrategia propia de marca política. No es grave, solo requiere mayor flexibilidad. El peligro consiste en que ese replanteo marcario, puede estar muy condicionado por el otro. Es como cuando quieren poner nervioso a alguien y le dicen cosas con ese propósito, para “sacarlo”. Ahí, si uno se “engancha”, el poder lo asume el otro. La solución, lo sabemos todos, esta en no responder.

Bajado al terreno de la comunicación, la traducción no es exactamente no responder, ante el modelo inquisidor. Inquirir o callar pone al otro en el lugar de “mover la ficha”. Es imposible no comunicar, todo comunica. Lo que se impone en ese caso es lo que en comunicación llamamos fogging, lo que nos permite jugar el juego sin patear el tablero.

No responder, porqué ahi le estamos dando el poder al otro, pero no responder no significa no decir, significa; VOS PREGUNTAME LO QUE VOS QUIERAS, YO TE RESPONDO LO QUE YO QUIERO
París, mayo de 1981. En el comando de campaña de Miterrand, se discute con qué estrategia el candidato socialista, François Mitterrand, deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial.

Se pasa , una y otra vez, el video del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. En las urnas también ganó Giscard.
La táctica giscardiana consistía en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección. Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. Claro, el Presidente en ejercicio, sabía todos los pormenores, datos, cifras, mecanismos, que solo en el poder se pueden conocer.

En el debate Ibarra-Cavallo en 1999, Ibarra le preguntó a Cavallo si sabía cual era el presupuesto de la ciudad, una pregunta, cuya respuesta Cavallo debería haber sabido, sin embargo no la sabía. Cavallo cambió de tema, e Ibarra lo volvió a su pregunta, "Cavallo, sabe o no sabe cual es el presupuesto ?" Cavallo quedó muy mal parado.

La conclusión fue: principio básico para el inminente debate : Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.
Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel debate de 1981; hizo posible el memorable “¡yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard.

Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Rubén Weinsteiner

Costos y productividad en el mercado de la información del #votojoven




Por Rubén Weinsteiner

Un ciudadano en cualquier país democrático, tiene a su alcance múltiples fuentes de información para formarse una idea política de a quién votar, aprobar o no una gestión u opinar a favor o en contra de un determinado proyecto de ley, además de los medios de comunicación tradicionales 1.0.

Archivos abiertos, plataformas electorales, Google news, Wikipedia, y fundamentalmente la Web social, para hacer pullcasting antes de exponerse al brodcasting, tirar la data que se busca y no esperarla, ya sea en los blogs, las redes sociales, archivos de estadísticas, expedientes judiciales, declaraciones juradas etc. Pero en esta operación de obtención de información, hay un problema netamente económico.

La posibilidad que nuestro voto u opinión defina, cambie las cosas para un lado o para el otro, es muy chica, salvo elecciones muy peleadas como las de Bush contra Gore, donde unos cientos de votos definieron Florida, en la gran mayoría de los casos nuestro voto mide poco en términos de definir. Y en el plano económico la utilidad obtenida por el consumidor de información, es poca, se limita a la percepción del alcance limitado del voto y a la satisfacción de actuar de acuerdo a conciencia.

En la mayoría de los casos, la suma de rentabilidades por estos dos beneficios es muy baja, para que el consumidor invierta recursos importantes en leer e investigar para entererarse y saber mas sobre los candidatos.

La solución a este problema aparece aparentemente, en la forma de un intermediario, “un mayorista” que acumula, procesa y mediatiza la información. Un dato no menor: la “fabricación” de información, el proceso de construcción tiene altos rendimientos en términos de escala, y el costo marginal por abastecer a un consumidor mas es bajísimo, mientras que la utilidad marginal para los consumidores es alta.

Esta solución del intermediario “mayorista” de la información , plantea un problema nuevo fundamental, al abastecer a tantos consumidores con información que afecta tantos intereses de factores tan poderosos, le da a estos últimos motivaciones para manipular este flujo de contenido.

Si en un pueblo, los medios locales difunden información aludiendo a actos de corrupción del intendente, las posibilidades de ser reelecto del mismo pueden disminuir, incluso esta situación podría contribuir a una salida anticipada del mandatario comunal.

Supongamos que el Intendente sabe que los medios están por publicar información negativa sobre el, en ese caso, puede intentar darles pauta, negocios, reducciones impositivas, solucionarles problemas importantes al o a los medios.

La función a analizar en este caso sería la cantidad ponderada ( de acuerdo a tirada, rating, prestigio, legitimidad) de medios en el eje de las X, y la renta que genera el acto de corrupción en el eje de las Y.

Siguiendo esta matriz, Besley y Prat (Handcuffs for the grabbing hand media capture and Government Accountability) señalan que en los paises con mayor concentración de medios, ya sea en manos privadas o públicas, hay menor rotación de gobernantes y mayores índices de corrupción.

En este escenario, la Web social plantea un escenario de apertura, mucho mas caótico, y que altera la relación concentración-corrupción-baja rotación de gobiernos, ya nunca fue tan incontrolable lo que se dice acerca de alguien como en la Web 4.0, y ahí la función anterior no tiene cabida, porque es imposible arreglar a miles de internautas, aun suponiendo que estos quieran ser coimeados, y además la influencia de un blog sin recursos puede escalar y crecer en forma caótica.

Que pasa si tomamos mercados distintos de la información política, por ejemplo, celulares, autos o turismo. Ahí el incentivo para el consumidor a meterse a obtener información, investigar y enterarse, es mayor, porque tiene que ver con el confort y seguridad del auto, beneficios y chiches del celular, atractivos y posibilidades que la pasemos bien en nuestras vacaciones.

Y ahí ese incentivo lleva al consumidor a invertir mas recursos en hacer la propia investigación, en ir a la Web 4.0, y allí ser prosumidor, consumir información y también producirla, con experiencias con el producto o servicio.

La comunicación 4.0 plantea en este caso, tres diferencias fundamentales con la Web 1.0 o la comunicación tradicional pre Internet, por una lado la pérdida de control, por el otro la igualación de los emisores, y finalmente que resulta mas importante lo que dicen de uno que lo que uno dice de uno mismo.


Ya no se controla ni cómo ni quién ni cuándo se habla de nuestro producto. Los espacios donde se habla del producto, los generan los internautas en general y los consumidores en particular, ya sea para plantear sus diferencias o puntos de afinidad. Esta presencia constante de la acción del usuario requiere una respuesta en tiempo real.

La construcción 4.0 no se da por lo que pretendemos decir de nosotros mismos, ni siquiera por aquello que los demás dicen de nosotros. Se construye a través del diálogo y la comunicación permanente.

Ahí la producción de información se desconcentra, se atomiza y los costos de producción de información toman otra escala, con un rango de variabilidad muy grande dependiente de la eficacia en la producción, del caos y en definitiva de la nueva productividad 4.0.

Silicon Valley se cansó de San Francisco: Google, Apple y Facebook se van

Google, Apple y Facebook abandonan la urbe para sus grandes citas



  Mark Zuckerberg durante el evento F8 en San José. R.J.C.


Algo está cambiando en Silicon Valley. A pesar de que la Salesforce Tower se erige como el edificio más alto de la costa oeste como símbolo del florecer tecnológico, la industria comienza a mostrar hartazgo con la ciudad fetiche. Poco a poco, comienza a tomar fuerza una tendencia, hacer de San Francisco una ciudad residencia, pero huir de ella para grandes citas. No es práctica, no es útil y resulta demasiado cara.



El costo de una noche de hotel o de Airbnb es difícil que baje de 150 dólares cuando se aproximan las fechas de las convenciones, que para los desarrolladores son el equivalente a un festival de rock

San José, la vieja capital de Silicon Valley, acoge durante dos días a los desarrolladores que harán realidad, o no, los planes de Facebook. En ese mismo centro de convenciones tuvo lugar la conferencia de Oculus. A comienzos de junio Apple ha citado allí a los desarrolladores para WWDC, su gran evento de software. Google, a pesar de las críticas y quemaduras en la piel, va a repetir en mayo en el anfiteatro Shoreline. Los gigantes de la tecnología dejan de lado el Moscone Center, durante años escenario de los grandes lanzamientos de Apple, el lugar en el que Jobs desplegaba su magia. El centro de convenciones en el que Sergey Brin, cofundador de Google, llegó tras un salto en paracaídas para demostrar las posibilidades de las difuntas Google Glass.



Los factores para este viraje son variados. Para empezar, la localización. San Francisco es el límite norte de la península, se conecta con Oakland y el condado de Marín a través de dos puentes icónicos: el de la Bahía y el Golden Gate.

Con el despertar de Twitter, el alcalde Ed Lee vio una oportunidad para atraer a las startups. Bajó los impuestos de manera temporal para las empresas de nuevo cuño y les ofreció algunos espacios en zonas deprimidas para su remodelación.



Lo que fuera con tal de evitar que las empresas que habían nacido en SOMA, como se llama a la zona de antiguos talleres y naves industriales al sur de la calle Market, la arteria principal de la ciudad, se mudasen al valle, donde están todos los demás: Apple, Yahoo, Google, Facebook, Intel… Así el Tenderloin, el peor barrio de San Francisco, comenzó a denominarse como el muy hipster Twitterloin, con sus bares de moda y tiendas alternativas. La renta también subió, tanto de las oficinas como de los apartamentos. Pero no mejoró el transporte. Al estrangulamiento a la electrificación del Caltrain por parte de la administración Trump hay que sumar unas obras infinitas para crear una línea de norte a sur de San Francisco, que conecta Marina y Chinatown con SOMA y la Misión.

Cuatro años después, las calles alrededor del centro de convenciones siguen levantadas, con zanjas, cortes y atascos perpetuos. El coste de una noche de hotel o de Airbnb es difícil que baje de 150 dólares cuando se aproximan las fechas de estas citas, que para los desarrolladores son el equivalente a un festival de rock.

Apple, Google y Facebook le han dado el último empujón para la caída al vacío de San Francisco. Ya se han cansado de concesiones. Aceptaron que, para captar talento y tener felices a sus empleados, hacía falta desarrollar todo un sistema logístico de autobuses (con wifi sobre ruedas) que traían y llevaban a unos empleados con salarios de seis cifras.
Toque retro en el teatro nacional de San José. R. J. C.


En la sombra, un joven alcalde de San José, Sam Liccardo, ha movido los hilos para, por ejemplo, permitir que Facebook haga pruebas para poner una nueva generación de wifi ultrarrápido a modo de prueba, o que los niños en las escuelas tengan clases de programación desde primaria hasta que dejan la secundaria. En el centro de San José ya se han registrado 120 startups de reciente creación. El aeropuerto, con robots que ayudan a saber dónde ir para tomar un café o facturar ła maleta, cuenta con vuelos directos a Brasil, India, Reino Unido y Alemania.

San José lucha por volver al trono que perdió hace 15 años, cuando Apple la cambió por San Francisco para celebrar su conferencia. San Francisco, de momento, no da signos de reacción.

Reforms and resistance: how tenants can influence housing policy

Stewart Smyth
 
With successive governments having failed to alleviate England’s housing crisis, can tenants ever hope to influence housing policy? Stewart Smyth explains how this can be done. He explores the nature of the dynamic between government reforms and grassroots resistance across housing tenures.


As the extent of the housing crisis in England has become apparent, the government’s policy failures are not only being exposed but also quietly removed from the agenda for 2018. In December 2017, for example, the department responsible for housing in England released an updated departmental plan setting out their priorities for the coming period. The plan had two noticeable absences: Starter Homes and the extension of the Right to Buy to housing associations tenants; both policies were manifesto commitments in 2015.

Yet, after many years of relatively little activity there has been a noticeable growth in grassroots resistance on housing issues. Much of the academic work on housing does not portray tenants as active agents who can influence or even change their living conditions. The analysis tends to focus on the nature, history and potential impact of particular policies and processes in housing. But historically, grassroots campaigning has had a significant influence on the nature of housing at both local and national levels. Furthermore in the current environment housing campaigns are being sparked by the failing policies of successive governments.

An example of this reform-resistance dynamic is the campaigning, over the past two decades, by Defend Council Housing (DCH). DCH was formed when campaigners who had been opposing the emerging large-scale voluntary stock transfers of council housing to housing associations, recognised the need to fight at both the estate (local) level and the national government level. Over the intervening period, DCH has had a greater impact than is often recognised, supporting tenants to secure anti-transfer (privatisation) votes in approximately a quarter of all proposals in England. These votes resulted in very real benefits with council tenants retaining their accountable, secure tenancies. At a national level, the early DCH successes forced the New Labour government to develop an alternative policy of Arm’s Length Management Organisations.

Today we can see this dynamic of government reform-grassroots resistance being played out in local housing campaigns. The private rented sector has seen a positive development with the emergence of ACORN as a tenants’ union. Starting in Bristol in 2013, ACORN combines the provision of housing advice with campaigning and direct action to defend the rights of tenants. For example, in the summer of 2017 a local ACORN group organised a protest to stop an illegal eviction in Sheffield. In this respect, ACORN is drawing on a longstanding tactic employed by tenants when faced with evictions. Dave Burn, in his pamphlet Rent Strike: St Pancras 1960, describes how tenants organised to stop the eviction of two strikers:


…tenants and trade unionists were to be involved in a 24-hour picket of both flats so that in an eviction attempt, defence and warning could be simultaneous … On hearing or seeing the warning, workers from all over the borough were prepared to down tools and rush to the assistance of the two beleaguered tenants.

In the council housing sector, the current highest profile example of grassroots resistance has been the campaign in Haringey, North London. While the media has focused on the selection of Labour candidates for the 2018 local elections as a battle between left and right, the underlying cause of the resistance is local opposition to council plans to demolish several thousand of council homes and redevelop swathes of the borough.

This redevelopment, planned in partnership with a multinational developer through the Haringey Development Vehicle (HDV), is based on higher house prices and rents which will bring economic social exclusion of many locals. The Stop HDV group has generated an impressive campaign of raising awareness in the local community, lobbying councillors, and organising protests. Crucially the foundations for Stop HDV were built over many years, through a series of local campaigns by Haringey DCH.

Meanwhile, in West London since mid-2017, housing association tenants have campaigned against the merger of their landlords – Genesis and Notting Hill. The anti-merger tenant groups – Listen NHH and Genesis Residents – have faced the daunting task of fighting against well-resourced organisations. In 2015, the CEO of Genesis announced they would no longer build housing at social rent levels, stating low-income households “won’t be my problem”. This is an expression of the impact of government reforms which seek to commercialise the sector through dramatic cuts in public funding and sales at full market value, with the promise that any profits made will be used to cross-subsidise below market-level operations. In the process, housing at affordable levels disappears.

The tenants in West London saw the merger as part of these broader processes and feared what would happen to their communities as rent levels increase. It looks like their campaign will not be successful (a recent shareholders meeting of both housing associations voted in favour of the merger). But the example highlights the ‘government reforms – grassroots resistance dynamic’. Further, the examples above have not mentioned the Grenfell Tower disaster which is likely to dominate future discussions about housing as the victims campaign to get justice.

The West London anti-merger campaign also illustrates some of the weaknesses of such resistance; with the exception of a few academics and other activists, the campaigners were left isolated, with very few resources. This is where other civil society groups, especially trade unions, can play an important part by helping tenants with technical skills, developing alternative plans, and with providing access to other resources (such as meeting rooms/photocopiers etc.).

Local campaigns are vital in opposing the direct impact of government policies on local communities. But in order to change the overall direction of housing policy, a national focus is required: one that joins these local campaigns together and pressurises the government directly. In the Republic of Ireland, where there is a housing crisis every bit as acute as that in England, a range of civil society groups, housing campaigners, trade unions, and political parties are supporting a national day of action on 7 April, 2018.

Where campaigners in Ireland are leading civil society groups, trade unions and others in England can follow by creating a national focus to demand housing as a human right, creating an awareness of the housing problems and generating resistance at local levels. If this happens, then 2018 could mark a turning point towards a housing system that is based on the need for secure, decent shelter – not the priorities of finance or the market.

Bill Bernbach and the Creative Revolution in advertising that he launched.


Marca Putin: El todo terreno de Camel


La generación Y vs los baby boomers




La Generación Y vs. los Baby Boomers



Por Claudio Celano Gómez* | La visión de un Millennial sobre el cambio necesario en las empresas. Cómo deben adaptarse los Baby Boomers a los nuevos paradigmas de esta generación.


La Generación Y obliga a las empresas a respetar los horarios laborales flexibles que exigen los Millennials.

Resuelve todo con su teléfono o su computadora. No necesita salir de su casa para pagar sus cuentas, para ver la última película de Star Wars ni para escuchar el tema que acaba de salir de su banda favorita. Desde su dispositivo móvil también hace la comparación entre los tres modelos de auto que puede llegar a alquilar en sus próximas vacaciones, ya que acaba de sacar sus pasajes por Internet luego de recibir una oferta en su mail. Por si esto fuera poco, de los cinco días de la semana, tres de ellos se puede quedar trabajando en su casa porque su jefe se dio cuenta que rinde mucho más haciendo home office.

Ese podría ser un día cualquier en la vida de una persona de la Generación Y, también llamado Millennial. Son jóvenes que nacieron entre 1980 y 2000, y vinieron después de la Generación X y los Baby Boomers, y anteceden a la actual Generación Z. Actualmente, en la Argentina los Millennials representan el 33% de la población y casi un 30% de las personas económicamente activas. Si bien todavía sus ingresos no son los más altos, ya que solamente el 17% de los que reciben ingresos superiores a $ 10.850 son de esta generación, son el principal centro de atención de las marcas y las empresas. Sin embargo, ¿las corporaciones realmente conocen a este público y sus particulares intereses? ¿Las empresas saben qué y cómo ofrecerles sus productos y servicios? Y a nivel empleo, ¿qué les ofrecen?

“En la Argentina todavía las empresas no ven a los Millennials como a un todo, sino que lo miran solamente desde el lado del marketing. Es decir, parte de su oferta está pensada y desarrollada para ellos, pero no en un todo. El mejor ejemplo es lo que sucede en la industria financiera. Los bancos ya tienen home banking y aplicaciones móviles. Ese un paso adelante. Pero, si alguien quiere aumentar el monto de su tarjeta de crédito tiene que ir al banco y llevar los tres últimos recibos de sueldo. Y lo tienen que hacer cuando el sueldo se le deposita en ese mismo banco. Es absurdo, pero así es”, explica Victor Grzenda, Data Chief Officer de Equifax Argentina, Uruguay y Paraguay, que en el país son dueños de Veraz. “La industria financiera –agrega- está en plena transformación como consecuencia de los Millennials, pero viene corriendo de atrás”.

En el último informe que Equifax realizó en el país, en el que analizó la evolución y el comportamiento de los consumidores de las diferentes generaciones, con foco en los Millennials, queda clara la transformación planteada por Grzenda. El 27% de los encuestados pertenecientes a esta generación aseguró que preferiría no tener un banco, el 62% utiliza la banca online en su teléfono o tableta, el 33% piensa que en cinco años no va a necesitar un banco y un 32% de ellos nunca pisó un banco. “Hay un dato todavía más interesante -asegura Grzenda-. El 50%, o sea más de siete millones de jóvenes, piensan que las start-ups tecnológicas transformarán la forma en que trabajan los bancos en los próximos años.

CAMBIO DE CONSUMO. Los hábitos de consumo de los Millennials son muy diferentes a los de la Generación X y los Baby Boomers. Para los nacidos a partir de 1980, lo que vale es la experiencia completa. Cuando, por ejemplo, alguien compra algo por Internet, todo el proceso puede ser excelente. La página puede estar bien diseñada, ser intuitiva y fácil y contar con recomendaciones de otros usuarios. Sin embargo, lo que finalmente determinará si la experiencia de compra fue buena o no es lo que se conoce como “última milla”. Este concepto hace referencia a la etapa de entrega del producto. Si los compradores reciben lo que compraron en tiempo y forma estarán satisfechos, pero si lo reciben un par de horas más tarde de lo que le habían prometido empezarán las quejas en las redes sociales. “Es un tema cultural que las empresas deben entender y actuar en consecuencia. Los Millennials van a compartir lo que les pasa en las redes sociales y, en general, no comparten cuando les pasa algo bueno con algún producto o servicio, pero sí cuando les sucede algo malo. Y, mucho más, si una marca les había prometido algo que no cumple. Y ahí se presentan dos problemas. Por un lado, la compañía deberá mejorar todo el proceso que afectó a esa experiencia. Pero, por otro lado, está la repercusión negativa en las redes sociales, y ahí es donde aparece la importancia del Community Manager. Esta persona tiene que ser alguien de su misma generación, que entienda su idioma y le hable de igual a igual. Y debe actuar rápido pero conociendo las políticas de la empresa. Acá también se ve bastante atraso en las compañías argentinas, que o tienen jóvenes sin experiencia que manejan las redes sociales o para dar una respuesta debe pasar por un proceso interno tan largo que no tiene sentido”, opina Grzenda,

CAMBO LABORAL. El desafío para las empresas no sólo está en conocer cómo acercarse a estas dos generaciones desde el lado de los productos y servicios que ofrecen. Hay un reto todavía mayor que es el de qué ofrecerles para que sean sus empleados. Según una investigación de Manpower Group, los Millennials son la generación que ha marcado un cambio de paradigma en el mercado laboral, dejando obsoletos a aquellos modelos de trabajo estructurados que caracterizaron a sus antecesores. Para la Generación X ser jefe no es una prioridad. Según el estudio, sólo un 1% aspira a liderar equipos, mientras que un 31% busca hacer una contribución positiva, un 22% trabajar con “grandes personas”, un 18% tener su propia empresa y un 12% ser reconocido como un experto en su tema. Sólo el 7% quiere hacer mucho dinero.

La segunda conclusión del informe de Manpower es que un 72% de los Millennials están enfocados en desarrollar sus habilidades individuales, mientras que el 28% se enfoca en habilidades gerenciales relacionadas a liderar y gerenciar equipos. Además, si bien dos tercios de los nacidos entre 1980 y el comienzo del nuevo siglo están a gusto con la manera en que están siendo gerenciados por sus jefes, consideran que su propio estilo de liderazgo es más positivo.

“Es hora de que las compañías reinventen sus prácticas de recursos humanos con una mirada más creativa y adaptada a las necesidades de esta generación. Los Millennials buscan desarrollarse en un mundo más dinámico y quieren carreras variadas donde puedan progresar con mayor velocidad, lo que no significa que deba existir una promoción constante. Las empresas necesitan convertirse en lugares más atractivos, por esto será clave invertir en capacitación y en la creación de formas para aprender en el trabajo y moverse alrededor de la organización”, asegura Fernando Podestá, Director Nacional de Operaciones de ManpowerGroup Argentina.




Los Baby Boomers vs. la Generación Y

Por Mario Rodríguez Muñoz* | La visión de un Baby Boomer sobre los Millennials que avanzan en el mercado laboral. ¿Niños ricos caprichosos o una generación con metas claras?




Las diferencias entre Baby Boomers y Millennials obligan a las empresas a repensar la estrategia de RR.HH.

Por lo pronto hay tres verdades sobre los millennials: integran esta definición los nacidos entre 1981 y 1995 (algunos la extiende hasta 1997), que son nativos digitales y que la conectividad es esencial en su vida (son nomófobos, sienten terror de no tener a mano su smartphone). Después hay otras descripciones de la llamada Generación Y que son relativas y se pueden analizar según el grupo social al que pertenecen, el nivel de educación, el tipo de trabajo que desempeñan, la zona del mundo donde residen (si viven en países desarrollados o emergentes) y si son urbanos o del ámbito rural, entre otras condiciones. Es decir, no todos los millennials son iguales, salvo por esas tres verdades iniciales.

Sin embargo, si se toma el miembro de la Generación Y promedio, y a pesar de ciertas contradicciones en tal definición, se puede decir que es altamente social (principalmente a través de las redes sociales virtuales, más que en el cara a cara); busca generar un impacto con su actividad, y ese impacto debe ser inmediato por lo que se frustra rápidamente si no lo consigue (tal vez de ahí provenga esa imagen de ser altamente rotativo en sus empleos), aunque tiende a canalizar esta frustración justamente a través de las redes sociales; es sumamente optimista, y absolutamente determinado a cambiar el mundo para bien. Busca la gratificación instantánea, el balance entre vida laboral y privada, horarios flexibles en su trabajo y las soluciones personalizadas.

Todo este panorama hace que las empresas estén atentas a esta generación tanto desde su rol de consumidores, como en su papel de trabajadores en esas mismas compañías.

Justamente, para analizar su lugar en el mundo laboral frente a quienes ocupan hoy los cargos jerárquicos (o sea sus jefes), los baby boomers (quienes hoy tienen entre 50 y 60) o la Generación X, cuatro especialistas en RR.HH. responden una serie de cuestiones: Alexandra Manera (directora de RR.HH. de Adecco Argentina); Soledad Ruilópez (directora de Human Capital de Deloitte); Matías Ghidini (General Manager de Ghidini Rodil), y Martha Alles (titular de Martha Alles Capital Humano).

¿Las empresas deben adaptarse al estilo de trabajo y de vida que plantea la generación Y?

RUILÓPEZ: Sí, las empresas deben adaptarse porque hoy gran parte de la fuerza laboral está ocupada por ellos, ya ocupan posiciones de liderazgo y en un par de años llegarán a ser el 50% de la fuerza laboral, por tal motivo deberá ser una de las principales preocupaciones para la atracción y retención del talento.

ALLES: No hay una única realidad. Entre otras circunstancias, deberá considerarse la composición de los recursos humanos de cada organización, el producto/servicio que vende y el mercado al cual se dirige. Por lo tanto, la modificación o no del estilo de trabajo dependerá de ciertas variables. Es indudable que los cambios generacionales deben ser considerados.

¿Siendo las corporaciones y las empresas estructuras verticalistas por naturaleza, cómo se congenia esa idea de horarios flexibles, un compromiso frente al trabajo que se cumple sólo en el ámbito laboral, la alta rotación, etc?

MANERA: En primer lugar no todas las empresas tienen ese tipo de estructura y en segundo ya no hablamos en las organizaciones de “cumplir horarios” sino de cumplir con objetivos, esto nos marca la diferencia. Las nuevas generaciones colaboran y propulsionan el equilibro entre la vida personal y la vida laboral.

RUILÓPEZ: Las corporaciones o empresas muy verticalistas deben adaptarse de acuerdo a los colaboradores que esperan atraer. No en vano, los millennials rehúyen de este tipo de empresas y les son más tentadoras aquellas dinámicas, flexibles donde la propuesta no se basa en una típica carrera vertical, sino la que le representa distintos desafíos a lo largo de su carrera optando incluso por preferir movimientos laterales antes que promociones. Las compañías hoy deben aprender a vivir con la alta rotación y focalizar sus esfuerzos en retener a los key talents. Los programas de recursos humanos deben ser más modulares y adaptables a distintas poblaciones.

¿Puede ser que estas exigencias sólo surjan entre profesionales jóvenes, educados en universidades privadas, que provengan de una clase social media alta y alta? No me imagino a un obrero, albañil, vendedor o empleado en trabajos de baja remuneración con exigencias de este tipo.

ALLES: Continuando con los mitos, otro mito es creer que los comportamientos relacionados con los millennials solo son observables en los millennials. Muchas personas de generaciones anteriores han asumido estos comportamientos y, al mismo tiempo, muchos otros millennials evidencian comportamientos similares a las generaciones anteriores. Tampoco se puede estudiar el fenómeno de las generaciones sin incorporar en el análisis a los habitantes de ciudades pequeñas del interior del país. Un niño/joven de medios rurales y/o pequeñas ciudades del interior, no tiene acceso a las mismas cosas que alguien de la gran ciudad. Además, su vida cotidiana está expuesta a otros estímulos, viven influenciados por otros factores, muchos de ellos ajenos a la tecnología.

RUILÓPEZ: Las exigencias no dependen de una clase social, sino más bien del tipo de trabajo y de la posición a ocupar. Hay características que son compartidas, más allá de la posición y de lo que exige el trabajo en sí mismo. Obviamente en un trabajo rural no se exige un horario flexible, pero si se busca una cercanía con el liderazgo, necesidad de feedback y reconocimiento y tareas que generen desafíos mayores.

¿Cómo debe actuar un jefe de mayor edad antes estas exigencias?

MANERA: Las recomendaciones son siempre la escucha activa, la buena comunicación y fundamentalmente la empatía. Es sumamente importante ponerse en el lugar del otro y comprender las realidades de nuestros equipos, entendiendo que somos todos especiales y únicos.

GHIDINI: Un jefe (baby boomer o generación X) no tiene más opción que adaptarse; lo cual implica escuchar, comprender, generar los espacios de confianza, empatizar y –sobre todo– dotar de sentido y desafíos el trabajo de sus colaboradores Gen Y.

Lo que las #marcas pueden aprender del #votojoven




Los Millennials, son aquellas personas nacidas entre 1981 y 1995 (aproximadamente) que se hicieron mayores de edad con el cambio de milenio, en una época de prosperidad, con hogares seguros y confortables, con títulos académicos universitarios y que hoy día son el objetivo potencial para marcas y vendedores.

Se trata de jóvenes que desconfían de los bancos y de sus hipotecas, que alargarán su adolescencia hasta los 40 años, que han conocido las cifras de paro juvenil más altas de nuestra historia reciente y que se sienten más fieles a si mismos que a las empresas para las que podrían trabajar, con lo que se espera que cambien entre 13 y 14 veces de empleo a lo largo de su vida.


Demandan mayor transparencia a instituciones y empresas, valoran las causas sociales y mediambientales y al mismo tiempo son fieles a las marcas con las que sincronizan como Google, Zara, Apple, Nike o Samsung.
Los millennials son la generación del “aquí y ahora” en el consumo.

A todas estas marcas les exigen el “aquí y ahora” en su consumo y se han convertido en el mayor instrumento de prescripción de nuestro tiempo puesto que utilizan de forma continua sus dispositivos electrónicos en movilidad para compartir con sus seguidores sus experiencias de usuario.

Esta fidelidad a las marcas combinadas con el factor de prescripción y con la tendencia de los millennials a utilizar exclusivamente el pago por tarjeta y online, llevan a algunos bancos importantes a proyectar que Facebook y otras redes sociales pueden ser una buena forma de llegar a estos consumidores. No en vano los jóvenes son los primeros que son conscientes de que la mayor parte del dinero en circulación tiene forma virtual (no hablemos ya de los ‘bitcoins’) y de que en la UE solo el 9% de la moneda en circulación es tangible.

Así que no puede sorprendernos demasiado que según las últimas encuestas sobre medios online el 53% de los millennials perdería antes el sentido del olfato que sus dispositivos tecnológicos. Parece que casi son ya una extensión de su propio cuerpo.

Como decíamos al principio esta generación se ha convertido en un atractivo objetivo para las marcas y estas han tenido que cambiar sus estrategias para adaptarse a una situación a la que no se habían enfrentado nunca. Ahora los receptores del mensaje son también emisores, en muchos casos con mayor alcance que la propia marca si además trabajan en equipo. Y todo esto en un contexto en el que:
Solo el 14% de la audiencia confía en la publicidad
El 93% de las decisiones de compra están influenciadas por los medios sociales
El 78% de los usuarios confía en las recomendaciones de otros usuarios

Si además tenemos en cuenta que de los más 200 millones de blogs que hay en internet aproximadamente, un 34% publica opiniones sobre productos y marcas, tenemos una radiografía bastante clara del cambio del estatus de la relación marca-consumidor.
¿Se han adaptado las marcas al modelo de comunicación de los millennials?

Algunas marcas han sabido aceptar este estatus y lo han aprovechado a su favor. Cada opinión es una oportunidad para mejorar y revalorizar su producto y así lo entienden. Tal es así que en ocasiones se ven obligadas incluso a variar sus estrategias publicitarias en la medida de una reacción desfavorable a la propia naturaleza de la campaña, viéndose obligadas a retirar anuncios de televisión, por ejemplo.

Otras sin embargo siguen pensando en caducos modelos unidireccionales y su presencia en internet no es más que una fachada que denuncia su inoperancia de forma continua y repetitiva. Abarrotan sus timelines de mensajes publicitarios, se apoyan trending topics para difundir su mensaje sin relación ninguna y terminan por convertirse en los primeros arrinconados por los millennials que manejan los medios sociales con mayor habilidad y naturalidad que sus ‘expertos’ en marketing online.

No solo esto, plataformas y medios que en los últimos años han parecido ser la panacea, como Facebook, están cambiando hacia el consumo móvil (basicamente por las costumbres de estos Millennials) lo que varía notablemente la estrategia de acercamiento.
Aun peor (o mejor, según se mire) los millennials están migrando a plataformas como Whatsapp, mucho más personales.Se trata de nuevo del principio de la evolución, no sobrevive el más fuerte sino el que mejor se adapta, ya han caido muchos grandes y seguiran cayendo más aun. Los pequeños empresarios tienen una gran oportunidad como la tuvieron hace millones de años los pequeños mamíferos frente a los grandes reptiles. Solo hace falta aprovecharla con los millennials.

Polonia sancionó una ley que castiga con cárcel las acusaciones de complicidad de Polonia con los crímenes cometidos por el nazismo

Polonia sancionó la polémica ley sobre el Holocausto




Polonia aprobó finalmente una controvertida ley que revisa el Holocausto, lo que generó críticas de dos de sus aliados más importantes, Estados Unidos e Israel, en una decisión que se suma a las polémicas reformas que recientemente enemistaron al país con sus socios europeos.

La norma, propuesta por el ultraconservador y nacionalista Ley y Justicia (PiS), castiga con hasta tres años de prisión el uso de la expresión “campos de concentración polacos” para referirse a los campos de exterminio nazi ubicados en el país. Además, tipifica penalmente las acusaciones de complicidad de Polonia con los crímenes cometidos por el nazismo durante la ocupación.

El Senado aprobó anoche la iniciativa con 57 votos a favor y 23 en contra, y para que entre en vigor sólo falta la firma del presidente Andrzej Duda, puesto que ya tenía media sanción de la Cámara Baja desde el mes pasado, informó la agencia de noticias EFE. No obstante, Duda anunció que someterá el texto de la ley a una minuciosa revisión.

Una de los primeras y más fuertes reacciones a la aprobación vino desde la Cancillería de Israel, el país que con mayor ahínco criticó todo el proceso parlamentario de la norma. Incluso, el 27 de enero pasado, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, rechazó “totalmente” esta “inapropiada” ley.

Hoy, el vocero de la Cancillería israelí, Emanuel Nahshon, salió al cruce en Twitter para rechazarla “categóricamente” y dijo que observa “con suma gravedad cualquier intento de desafiar la verdad histórica”, antes de sentenciar que “ninguna ley cambiará los hechos”.

Otra fuerte condena fue la del Museo del Holocausto en Jerusalén que, en un comunicado, sostuvo que la nueva ley “pone en peligro la discusión libre y abierta de una parte del pueblo polaco en la persecución de los judíos”. El Museo admitió que la expresión “campos de exterminio polacos” es errónea ya que fueron construidos y operados por los alemanes en la Polonia ocupada por los nazis.

Pero “la manera correcta de combatir estas tergiversaciones históricas no es criminalizando las declaraciones, sino reforzando las actividades educativas”, añadió.

Varios políticos israelíes también se expidieron contra la ley. El ministro de Transporte, Yisrael Katz, pidió a Netanyahu que llame a consultas al embajador israelí en Polonia, informó el diario Maariv.

La ex canciller israelí Tzipi Livni consideró la ley “un escupitajo a la cara de Israel” y pidió que se responda “agresivamente”, presentando toda la documentación que evidencia los crímenes de guerra polacos durante el Holocausto.

El Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos recoge que al menos 2 millones de civiles polacos no judíos murieron a mano de los nazis mientras que miles de polacos ayudaron a los judíos e hicieron resistencia al Holocausto.

El actual gobierno de Varsovia quiere tener base legal para perseguir a aquellos que utilicen la expresión “campos polacos” y para quienes sugieran una responsabilidad de Polonia en los crímenes del nacionalsocialismo.

Desde hace décadas, las autoridades se esfuerzan en transmitir el mensaje de que el Holocausto tuvo lugar, pero que los polacos fueron sus víctimas, no sus responsables.

El PiS defiende que el proyecto es “necesario” para proteger la reputación de Polonia y adhiere a la línea histórica polaca acerca de que ellos también fueron víctimas.

"Cada polaco tiene el deber de defender el buen nombre de Polonia. Al igual que los judíos, también fuimos víctimas”, afirmado la ex primera ministra Beata Szydlo.

Los críticos de la ley temen que la iniciativa se utilice para limitar la libertad de expresión, y organizaciones judías polacas consideran que incluso puede conducir a una falsificación de la historia.

La ley está especialmente enfocada a periodistas -ya que artistas y académicos no podrán ser perseguidos-, y afecta a todas las personas “independientemente de las leyes vigentes en el lugar donde se cometa el acto”, según el texto.

Son habituales ya las denuncias del gobierno polaco cuando medios extranjeros usan la expresión “campos de concentración polacos” para referirse a Auschwitz, un centro de exterminio ubicado en Polonia pero abierto y operado por los ocupantes nazis.