Cómo utilizar las manos ante un auditorio








Por: Marcelo Castelo


Como ya hemos comentado, los gestos adaptadores son una parte de nuestra comunicación no verbal que nos ayuda a adaptarnos a una situación que, por el motivo que sea, nos incomoda. Al mismo tiempo informan, a quien sepa leerlos, sobre nuestro estado emocional.

Lo más peligroso de los gestos adaptadores es que si son muy evidentes, el auditorio percibirá que algo no va bien, lo que tendrá como consecuencia que el diálogo interno de los asistentes inicie su especulación sobre los motivos que hacen que el orador no tenga el control de sus emociones. ¿Será que no tiene bien preparado el tema?, ¿será que tiene miedo a las preguntas?, ¿será que no dice toda la verdad?, ¿será que se pone nervioso al hablar en público?


Sea lo que sea, habremos encendido una señal de alerta sobre nuestra profesionalidad, sobre nuestra capacidad de gestión emocional o sobre ambos aspectos.


Al hablar en público es casi inevitable tener algún gesto adaptador. Con la experiencia y el paso del tiempo, algunos oradores logran dominar la mayor parte de ellos y que, para el gran público, pasen desapercibidos.

Una de las mayores dificultades que tenemos en estos escenarios es qué hacer con las manos. Vamos a intentar explicar cosas que no deberíamos hacer y otras que podemos hacer con nuestras manos.


Esconder las manos detrás de la espalda, en los bolsillos, cruzando los brazos ante el pecho o teniendo en ellas objetos que no son propios de un orador como gafas o bolígrafos, son gestos adaptadores clarísimos que levantarán las alarmas, siquiera inconscientes, del auditorio.


Tamborilear con los dedos, estrujar las manos o utilizarlas para hacerse peinados imaginarios, pellizcarse el lóbulo de la oreja, rascarse la nuca, juguetear con la alianza, hojas o carpetas, poniéndolas delante del pecho o detrás de la espalda, son signos de adaptación evidentes que deberías intentar evitar.


Por contra, lo mejor que podemos hacer con las manos es simplemente dejarlas volar con nuestro mensaje. De esta forma,nuestras manos pasarán de hacer gestos adaptadores a hacer gestos ilustradores lo que apoyará y enfatizará nuestro mensaje aportándole un plus de credibilidad, a la vez que ayudará a mantener el interés y la atención del auditorio.

Cuando estés en momentos de espera puedes dejar las manos caídas a ambos lados del cuerpo, lo que exige un gran dominio emocional. En el más que probable caso de que no soportes tener las manos caídas sin hacer nada, puedes juntarlas, sin entrelazarlas, pegando las yemas de los dedos, mientras, por ejemplo, esperas que te hagan las preguntas.


Si todavía necesitas tener algo entre las manos, puedes llevar el mando a distancia del ordenador o un puntero láser. Ambos artilugios son propios de un orador por lo que puedes utilizarlos sin problema o por lo menos tenerlos en las manos y apretarlos disimuladamente si lo necesitas de vez en cuando, aunque en realidad no los estés utilizando.

Por último debes controlar los gestos reguladores. Señalar al auditorio con el dedo índice o con la palma de la mano hacia el suelo son gestos desafiantes. Por contra, enseñar las manos abiertas, señalar o ceder la palabra con las palmas de las manos hacia arriba denotan seguridad, apertura y respeto.






Fuente: Blog de Marcelo Castelo

hand gestures
Por: Marcelo Castelo
Como ya hemos comentado, los gestos adaptadores son una parte de nuestra comunicación no verbal que nos ayuda a adaptarnos a una situación que, por el motivo que sea, nos incomoda. Al mismo tiempo informan, a quien sepa leerlos, sobre nuestro estado emocional.
Lo más peligroso de los gestos adaptadores es que si son muy evidentes, el auditorio percibirá que algo no va bien, lo que tendrá como consecuencia que el diálogo interno de los asistentes inicie su especulación sobre los motivos que hacen que el orador no tenga el control de sus emociones. ¿Será que no tiene bien preparado el tema?, ¿será que tiene miedo a las preguntas?, ¿será que no dice toda la verdad?, ¿será que se pone nervioso al hablar en público?
Sea lo que sea, habremos encendido una señal de alerta sobre nuestra profesionalidad, sobre nuestra capacidad de gestión emocional o sobre ambos aspectos.
Al hablar en público es casi inevitable tener algún gesto adaptador. Con la experiencia y el paso del tiempo, algunos oradores logran dominar la mayor parte de ellos y que, para el gran público, pasen desapercibidos.
Una de las mayores dificultades que tenemos en estos escenarios es qué hacer con las manos. Vamos a intentar explicar cosas que no deberíamos hacer y otras que podemos hacer con nuestras manos.
Esconder las manos detrás de la espalda, en los bolsillos, cruzando los brazos ante el pecho o teniendo en ellas objetos que no son propios de un orador como gafas o bolígrafos, son gestos adaptadores clarísimos que levantarán las alarmas, siquiera inconscientes, del auditorio.
Tamborilear con los dedos, estrujar las manos o utilizarlas para hacerse peinados imaginarios, pellizcarse el lóbulo de la oreja, rascarse la nuca, juguetear con la alianza, hojas o carpetas, poniéndolas delante del pecho o detrás de la espalda, son signos de adaptación evidentes que deberías intentar evitar.
Por contra, lo mejor que podemos hacer con las manos es simplemente dejarlas volar con nuestro mensaje. De esta forma,nuestras manos pasarán de hacer gestos adaptadores a hacer gestos ilustradores lo que apoyará y enfatizará nuestro mensaje aportándole un plus de credibilidad, a la vez que ayudará a mantener el interés y la atención del auditorio.
Cuando estés en momentos de espera puedes dejar las manos caídas a ambos lados del cuerpo, lo que exige un gran dominio emocional. En el más que probable caso de que no soportes tener las manos caídas sin hacer nada, puedes juntarlas, sin entrelazarlas, pegando las yemas de los dedos, mientras, por ejemplo, esperas que te hagan las preguntas.
Si todavía necesitas tener algo entre las manos, puedes llevar el mando a distancia del ordenador o un puntero láser. Ambos artilugios son propios de un orador por lo que puedes utilizarlos sin problema o por lo menos tenerlos en las manos y apretarlos disimuladamente si lo necesitas de vez en cuando, aunque en realidad no los estés utilizando.
Por último debes controlar los gestos reguladores. Señalar al auditorio con el dedo índice o con la palma de la mano hacia el suelo son gestos desafiantes. Por contra, enseñar las manos abiertas, señalar o ceder la palabra con las palmas de las manos hacia arriba denotan seguridad, apertura y respeto.
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Por: Marcelo Castelo
Como ya hemos comentado, los gestos adaptadores son una parte de nuestra comunicación no verbal que nos ayuda a adaptarnos a una situación que, por el motivo que sea, nos incomoda. Al mismo tiempo informan, a quien sepa leerlos, sobre nuestro estado emocional.
Lo más peligroso de los gestos adaptadores es que si son muy evidentes, el auditorio percibirá que algo no va bien, lo que tendrá como consecuencia que el diálogo interno de los asistentes inicie su especulación sobre los motivos que hacen que el orador no tenga el control de sus emociones. ¿Será que no tiene bien preparado el tema?, ¿será que tiene miedo a las preguntas?, ¿será que no dice toda la verdad?, ¿será que se pone nervioso al hablar en público?
Sea lo que sea, habremos encendido una señal de alerta sobre nuestra profesionalidad, sobre nuestra capacidad de gestión emocional o sobre ambos aspectos.
Al hablar en público es casi inevitable tener algún gesto adaptador. Con la experiencia y el paso del tiempo, algunos oradores logran dominar la mayor parte de ellos y que, para el gran público, pasen desapercibidos.
Una de las mayores dificultades que tenemos en estos escenarios es qué hacer con las manos. Vamos a intentar explicar cosas que no deberíamos hacer y otras que podemos hacer con nuestras manos.
Esconder las manos detrás de la espalda, en los bolsillos, cruzando los brazos ante el pecho o teniendo en ellas objetos que no son propios de un orador como gafas o bolígrafos, son gestos adaptadores clarísimos que levantarán las alarmas, siquiera inconscientes, del auditorio.
Tamborilear con los dedos, estrujar las manos o utilizarlas para hacerse peinados imaginarios, pellizcarse el lóbulo de la oreja, rascarse la nuca, juguetear con la alianza, hojas o carpetas, poniéndolas delante del pecho o detrás de la espalda, son signos de adaptación evidentes que deberías intentar evitar.
Por contra, lo mejor que podemos hacer con las manos es simplemente dejarlas volar con nuestro mensaje. De esta forma,nuestras manos pasarán de hacer gestos adaptadores a hacer gestos ilustradores lo que apoyará y enfatizará nuestro mensaje aportándole un plus de credibilidad, a la vez que ayudará a mantener el interés y la atención del auditorio.
Cuando estés en momentos de espera puedes dejar las manos caídas a ambos lados del cuerpo, lo que exige un gran dominio emocional. En el más que probable caso de que no soportes tener las manos caídas sin hacer nada, puedes juntarlas, sin entrelazarlas, pegando las yemas de los dedos, mientras, por ejemplo, esperas que te hagan las preguntas.
Si todavía necesitas tener algo entre las manos, puedes llevar el mando a distancia del ordenador o un puntero láser. Ambos artilugios son propios de un orador por lo que puedes utilizarlos sin problema o por lo menos tenerlos en las manos y apretarlos disimuladamente si lo necesitas de vez en cuando, aunque en realidad no los estés utilizando.
Por último debes controlar los gestos reguladores. Señalar al auditorio con el dedo índice o con la palma de la mano hacia el suelo son gestos desafiantes. Por contra, enseñar las manos abiertas, señalar o ceder la palabra con las palmas de las manos hacia arriba denotan seguridad, apertura y respeto.
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Diseño de un afiche Uso racional del agua


Texto-Imagen 
Composición en Z
Utilización de los tercios

Sintaxis visual

Realizar tres composiciones aplicando:
Repetición


Alternación

Alteración

Realizar dos composiciones utilizando:

Simetría axial

Simetría radial



Análisis de estructuras de composición de diversos avisos, marcas de líneas y direcciones principales:






TPP: el gran negocio de las grandes farmacéuticas




Joyce Nelson

Todavía no conocemos todos los detalles del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), cerrado provisionalmente el 5 de octubre por doce países de la costa del Pacífico. Sin embargo los críticos lo condenan por muchas razones, entre otras, sus generosas concesiones a la industria farmacéutica.


Médicos Sin Fronteras se queja de que el TPP pasará a la historia como el peor acuerdo comercial para que los países en vías de desarrollo puedan acceder a los medicamentos. [1] Esto se debe a que el TPP ampliará la protección de las patentes para los medicamentos de marca, lo que impedirá que los genéricos similares, que cuestan mucho menos, entren en el mercado y, en consecuencia, hará que los precios aumenten.


Judit Rius Sanjuan, asesora de política legal de Médicos Sin Fronteras, ha declarado en vox.com que el TPP crea obligaciones relativas a las patentes en países que antes no las tenían. La población de «Perú, Vietnam, Malasia y México» se verá especialmente afectada, afirmó, y «tendrán que enfrentarse a precios más elevados durante más tiempo». [2]


Ruth Lopert, profesora en la Universidad de George Washington, comunicó en Bloomberg News que las directrices del acuerdo TPP afectarán a los presupuestos de atención sanitaria y al acceso a medicamentos en todos los países que lo firmen, pero especialmente en los más pobres. «Unas 40.000 personas en Vietnam, el país más pobre del acuerdo, podrían dejar de tener acceso a los medicamentos para combatir el VIH debido a que las directrices aumentarán el precio de la terapia [farmacéutica]», afirmó. [3]


Otros países, como Canadá, también se verán afectados por la subida de precios. El Consejo Canadiense dice que si se ratifica el TPP, se prolongarán las «patentes [farmacéuticas], lo que retrasará el lanzamiento al mercado de medicamentos genéricos más asequibles y hará que nuestro gasto público anual en atención sanitaria aumente dos mil millones de dólares». [4] En EE. UU. mucha gente ya no puede permitirse pagar los medicamentos más caros que podrían salvarles la vida e intentan recurrir a los genéricos disponibles en algún otro lugar.


La ampliación de los derechos de patentes para aquellos medicamentos que pueden salvar vidas es, obviamente, un regalo para las grandes farmacéuticas. Conor J. Lynch, en opendemocracy.net, lo ha calificado como «una evidente dádiva corporativa que afectaría mucho al acceso internacional y causaría, sin duda, muertes que podrían haberse evitado. Claramente el objetivo aquí es aumentar los beneficios de la industria, así de simple. Esto no es nada nuevo, pues es lo que hace la industria privada, sin embargo, constituye un gran dilema moral». [5] Algunos resultados obtenidos recientemente han hecho aún más evidente este dilema moral.


Trampas fiscales


En una irónica coincidencia, se llegó al TPP el mismo día en que Citizens for Tax Justice y el US Public-Interest Research Group Education Fund publicaron un informe condenatorio sobre la evasión fiscal corporativa – Offshore Shell Games 2015. Este informe revela el grado al cual las principales compañías de EE. UU. usan paraísos fiscales, como las Bermudas, Luxemburgo, Islas Caimán y los Países Bajos, para instalar «filiales» que, generalmente, no son más que un simple apartado de correos.


De las treinta primeras compañías de la lista Fortune 500 con la mayor parte del dinero en paraísos fiscales extranjeros, nueve son compañías farmacéuticas: Pfizer (74 mil millones de dólares en el extranjero), Merck (60 mil millones de dólares), Johnson & Johnson (53,4 mil millones de dólares), Proctor & Gamble (45 mil millones de dólares), Amgen (29,3 mil millones de dólares), Eli Lilly (25,7 mil millones de dólares), Bristol Myers Squibb (24 mil millones de dólares), AbbeVie Inc. (23 mil millones de dólares) y Abbott Laboratories (23 mil millones de dólares). [6]


En relación a Pfizer, el mayor fabricante de medicamentos del mundo, con unos beneficios declarados de 22 mil millones de dólares en 2013, el informe indica que: «La compañía realizó más del 41 % de sus ventas en los EE. UU. entre 2008 y 2014 pero consiguió no declarar ningún ingreso imponible federal durante siete años consecutivos». Esto se debe a que Pfizer utiliza técnicas de contabilidad para deslocalizar en el extranjero sus beneficios imponibles. Por ejemplo, la compañía puede transferir las patentes de sus medicamentos a una filial en un país con impuestos bajos o libre de impuestos. De esta manera, cuando la sede estadounidense de Pfizer vende el medicamento en los EE. UU. paga a su filial en el extranjero unas tasas de licencia altas que convierten los beneficios nacionales en pérdidas y trasfiere los beneficios al extranjero».


En general, el estudio descubrió que las 500 compañías más grandes de los EE. UU. obtienen más de 2,1 trillones de dólares en beneficios acumulados en el extranjero. «Para muchas compañías, el aumento de los beneficios en el extranjero no significa construir fábricas allí, vender más productos a los clientes extranjeros o hacer alguna actividad económica adicional en otros países», sino simplemente contar con un apartado de correos.


Algunas compañías utilizan el dinero supuestamente «atrapado» en el extranjero como «garantía» para obtener un préstamo a tasas insignificantes con el fin de invertir en activos en los EE. UU., pagar dividendos a los accionistas o volver a comprar acciones.


Por supuesto, como el informe aclara: «el Congreso, sin poder tomar medidas para acabar con la evasión de impuestos, fuerza al estadounidense común a que compense la diferencia. Cada dólar que las compañías evaden en impuestos a través de los paraísos fiscales debe compensarse aumentando los impuestos a las personas, recortando las inversiones y los servicios públicos o aumentando la deuda federal».


El informe muestra que, a través de diversas medidas de evasión de impuestos, las 500 mayores compañías con sede en EE. UU. deben, en conjunto, unos 620 mil millones de dólares en impuestos en ese país.


Golpe corporativo


Ahora el TPP –que se denomina «NAFTA con esteroides»– concedería a las grandes farmacéuticas y a otras multinacionales incluso más «derechos» corporativos en más países, incluido el polémico mecanismo de arbitraje de diferencias estado-inversor (ISDS, por sus siglas en inglés), por el cual pueden demandar a los gobiernos signatarios por los cambios en las normativas que afectan a sus beneficios.


Como señala el sitio web canadiense rabble.ca: «A través del NAFTA, la compañía farmacéutica estadounidense Eli Lilly acaba de demandar al Gobierno canadiense por invalidar la ampliación de la patente de dos medicamentos para la salud mental que tiene la compañía. Un tribunal federal canadiense concluyó en 2010 que la ampliación de la patente no había generado los beneficios prometidos y que, por tanto, el medicamento debía abrirse a la competencia genérica. Los medicamentos genéricos reducen de manera significativa el coste para el usuario final pero Eli Lilly puso el grito en el cielo e interpuso una demanda a través del ISDS contra el gobierno en la que exigía 500 millones de dólares en compensación por los beneficios perdidos. El caso todavía sigue abierto pero, independientemente del resultado, podemos esperar que el TPP conduzca a conflictos parecidos a los del ISDS. Las poderosas compañías farmacéuticas multinacionales utilizarán cualquier medio disponible para aferrarse a los carísimos monopolios de los medicamentos. Una mayor protección de la propiedad intelectual en el TPP dará a estas compañías de forma casi legal aún más fuerza para demandar a los gobiernos y dejar fuera a la competencia de los medicamentos genéricos». [7]


El texto final del TPP no estará disponible durante, al menos, un mes o unas semanas después de la elecciones federales canadienses del 19 de octubre. Los detalles revelarán, sin duda, aún más concesiones a las multinacionales. De los legisladores elegidos en los doce países dependerá que se apruebe o se rechace el TPP. En Canadá, el líder del NDP, Tom Mulcair, ha prometido rechazar el acuerdo si sale elegido primer ministro, basándose en que el gobierno de Stephen Harper no tenía mandato para firmarlo durante una campaña lectoral cuando se trataba, simplemente, de un gobierno provisional.


El sitio web estadounidense zerohedge.com llama al TTP «un caballo de Troya» y «un golpe de las compañías multinacionales que desean un sometimiento global a sus planes». Y de manera muy clara, agrega: «Consumidor, cuidado. Ciudadanos, cuidados». [8]


Notas:
[1] http://www.theaustralian.com.au/business/latest/tranpacific-partnership-deal-reached/story-e6frg90f-1227558154056
[2] Julia Belluz, “How the Trans-Pacific Partnership could drive up the cost of medicine worldwide,” Vox, October 5, 2015.
http://www.vox.com/2015/10/5/9454511/tpp-cost-medicine
[3] “Pacific Deal Rewrites Rules on Trade in Autos, Patented Drugs,” Bloomberg News, October 5, 2015.
http://www.bloomberg.com/news/articles/2015-10-05/pacific-deal-rewrites-rules-on-trade-in-autos-patented
[4] Council of Canadians, “Tell party leaders: Reject the TPP,” October 6, 2015.
[5] Conor J. Lynch, “Trans-Pacific Partnership’s Big Pharma giveaway,” Open Democracy, February 14, 2015.
http://www.opendemocracy.net/conor-j-lynch/transpacific-partnership%E2/80%/99s-big-pharma-giveaway
[6] http://ctj.org/ctjreports/2015/10/orrshore_shell_games_2015.php//executive
[7] Hadrian Mertins-Kirkwood, “Trans-Pacific Partnership a big win for corporate interests,” Rabble.ca, October 6, 2015.
[8] Tyler Durden, “Trans-Pacific Partnership Deal Struck As ‘Corporate Secrecy’ Wins Again,” Zero Hedge, October 5, 2015.
http://www.zerohedge.com

“Las clases medias temían no poder distinguirse de los sectores populares”



Natalia Milanesio es la autora del libro Cuando los trabajadores salieron de compras, una investigación a través de la cual reconstruye los cambios que tuvieron lugar cuando vastos sectores se convirtieron en consumidores de modo masivo durante el peronismo clásico.









Por Nahuel Placanica




A través de un abordaje integral, la investigación de Natalia Milanesio explora el consumo popular en los años del peronismo clásico indagando sobre las regulaciones estatales a la producción y el consumo, las transformaciones de la propaganda comercial, la inclusión social y regional del consumo y las tensiones generadas a partir de la irrupción del consumidor obrero en el mercado y el espacio público.




De esta manera, el trabajo de la autora permite una interpretación del peronismo y la clase obrera argentina desde la óptica del consumo, allí donde Pierre Bordieu supo encontrar la lucha de clases.




APU: ¿Qué lugar ocupaba el consumo popular durante los primeros gobiernos peronistas?




Natalia Milanesio: El aumento del consumo popular fue importantísimo durante el primer peronismo. Primero, el consumo fue parte del “círculo virtuoso” de industrialización, pleno empleo, altos salarios, y alta demanda que llevó a la incorporación efectiva de amplios sectores trabajadores al mercado como consumidores. Con trabajo y muy buenos salarios, (el salario real creció el 62% entre 1946 y 1949, por ejemplo), que además fueron incrementados anualmente por el aguinaldo desde 1945, los trabajadores tuvieron acceso a más y mejores productos de consumo masivo, desde alimentos hasta prendas de vestir y heladeras eléctricas. Esto tuvo un impacto fundamental en como el gobierno construyó su legitimidad: la propaganda oficial presentaba el aumento del consumo como un logro concreto que se contraponía con las paupérrimas condiciones de vida del pasado y con la situación de los trabajadores en otras partes del mundo.




El aumento del consumo fue, además, una manera concreta en que el gobierno peronista dio respuesta a deseos materiales no satisfechos entre la clase trabajadora y esto tuvo un efecto concreto en la identidad de clase y la identidad peronista.




APU: ¿Cómo experimentaban los sectores medios la inclusión al mercado del consumo de los sectores populares? ¿Estas tendencias se han extendido a lo largo del tiempo?




NM: Primero, los sectores medios experimentaron una sensación de invasión: básicamente la idea que los sectores trabajadores estaban “tomando” espacios que antes eran un cuasi monopolio de las clases medias y altas. La calle Florida en Buenos Aires y la ciudad de Mar del Plata son buenos ejemplos.




Segundo, el sentimiento de “confusión de clases”, es decir, las clases medias temían no poder distinguirse de los sectores populares. En diarios y revistas de la época así como en los testimonios orales es recurrente la figura de la empleada doméstica quien, vestida como la señora de la casa, no podía ser fácilmente distinguible de ésta.




Finalmente, muchos miembros de la clase media pensaban que muchos trabajadores eran “ostentosos” y resentían su estilo y su supuesto desenfado. Por supuesto estás eran percepciones e imágenes que circulaban en el imaginario colectivo, la realidad era más complicada tanto entre la clase media como los trabajadores. Es probable que algunas de estas tendencias se hayan extendido a lo largo del tiempo, pero han mutado, los contextos históricos determinan las interacciones entre las clases y los estereotipos sociales.




APU: En línea con lo anterior, ¿Puede pensarse un proceso de inclusión al mercado del consumo que no implique tensiones tan marcadas entre sectores populares y sectores medios?




NM: Es posible pero en el caso del proceso de inclusión a mediados del siglo veinte en Argentina, el peronismo fue un factor fundamental en el surgimiento y crecimiento de las tensiones. El gobierno peronista se presentó como defensor de la clase obrera por excelencia, como reparador de las injusticias históricas de los trabajadores y, de esta manera, dicotomizó el discurso político y social. En el imaginario peronista, la "oligarquía" era egoísta, vende-patria, y usurera y los partidos de izquierda habían desprotegido a los trabajadores y sus intereses. Como consecuencia, el campo social y político se dividió sobre la base de estas tensiones.




APU: ¿Por qué el Estado peronista aumentó los controles sobre la calidad de los productos?




NM: Especialmente en el caso de los productos alimenticios, el control tuvo dos razones fundamentales: la defensa de la salud y la defensa del bolsillo. Inspecciones bromatológicas y la aprobación del Código Alimentario, por ejemplo, estuvieron ligadas a la protección de la salud de la familia obrera. Históricamente, los trabajadores habían tenido acceso a los productos de menor calidad mientras el peronismo buscó dignificar la dieta popular. Desde el punto de vista económico, los alimentos corresponden históricamente al 50 por ciento del presupuesto familiar. Asegurar al consumidor que el producto que compra es verdaderamente lo que indica la publicidad o la etiqueta es una forma de defender el poder de compra del salario: aceite de maní que se vendía como de oliva o girasol, o leche adulterada con agua no eran necesariamente peligrosos para la salud pero el consumidor obrero estaba injustamente pagando por el producto más de lo que realmente valía. El control de la publicidad, pesos, etiquetación, y envases, además de la calidad concreta de los alimentos, sirvió para defender al consumidor de potenciales fraudes.




APU: En el sentido de la pregunta anterior, ¿Ve algún paralelo con las reformas legislativas impulsadas por el gobierno nacional actual en la materia, por ejemplo, el fuero judicial creado específicamente para los consumidores?




NM: A simple vista la intervención del gobierno actual en la formación de precios y los subsidios e incentivos al consumo podrían hacer recordar las características del peronismo clásico pero, en realidad, hay diferencias. El consumo del peronismo clásico estuvo intrínsecamente ligado a una política exitosa de pleno empleo, industrialización y ausencia o baja inflación en vez de un mercado laboral inestable, desempleo, recesión, retiro de capitales, inflación, e inestabilidad ligada a los mercados internacionales. Para el peronismo clásico, el consumo estaba más vitalmente ligado a la figura del trabajador industrial próspero y al derecho al bienestar.




APU: ¿Qué importancia reviste el estudio del consumo para la historiografía?




NM: En las historiografías europeas y Norteamérica, el consumo es un área de estudio fundamental. Los historiadores lo han abordado desde el punto de vista político, social, cultural, en el contexto del capitalismo, el comunismo, las cuestiones de género, el desarrollo de identidades. En la historiografía latinoamericana, en cambio, es un área que recién comienza a estudiarse: hay muchísimo por hacer. El caso argentino sigue este patrón: hay muy pocos trabajos y el campo tiene muchísimo para ofrecer. En mi caso, por ejemplo, la historia del consumo en Argentina está extremadamente influenciada por ideas provenientes de la antropología, la sociología y el análisis cultural del consumo. En este sentido, el consumo es mucho más que un acto económico, es decir, es un fenómeno multifacético que incluye prácticas como comprar, usar, exhibir, ostentar y desear y que implica relaciones complejas entre los sujetos sociales y entre éstos y los objetos. En muchas de las historias orales que recopilé, por ejemplo, la compra de la primera heladera eléctrica o cocina a gas en hogares trabajadores quedó en la memoria como un hito en la historia de la familia: un signo de confort y de modernidad, un elemento de distinción, una herencia para los hijos.




Segundo, el consumo es un espacio y una práctica para la construcción de identidades sociales: a través del consumo los sujetos se expresan, se diferencian de otros y establecen formas de pertenencia y status social. El consumo es un mecanismo de significación para decir quiénes somos o quienes queremos ser y para establecer barreras entre nosotros y los otros. Las clases medias durante el peronismo buscaron afanosamente diferenciarse de los trabajadores a través de la vestimenta, la estética del hogar, los gustos culturales: se presentaban así mismas como “decorosas” y estereotipaban a los obreros como “ostentosos”.




Tercero, el consumo es un campo de conflicto y de disputa entre sujetos y sectores con distintas identidades de clase, de género, políticas, raciales, nacionales. Por ejemplo, la creciente independencia económica y participación en el mercado de consumo de las mujeres a mediados de siglo generó profundas tensiones de género, desde disputas por la administración del dinero hasta acusaciones esgrimidas por los hombres contra las mujeres por pasar más tiempo en las tiendas que en el hogar y, por ende, desertar a sus roles de esposas, madres, y amas de casas.

El político berlinés más berlinés





Para septiembre de 2016 todavía faltan muchos meses. En Berlín se decía que esa fecha significaba el fin de una era en la política de la ciudad. Se terminaba el reinado del berlinés más conocido dentro del ambiente de la política alemana. Klaus Wowereit iba a tener que retirar sus pertenencias de su oficina en la Rotes Rathaus y entregar la llave luego de quince años ininterrumpidos gobernando la capital alemana. Incluso ya se especulaba con qué frase histórica se despediría “Wowi”. En efecto, una de las virtudes más importantes del alcalde de Berlín es su capacidad para producir “soundbites“, es decir, esas expresiones inolvidables al estilo de “Berlin ist arm, aber sexy“*.


Sin embargo, los posibles sucesores del alcalde socialdemócrata puede que tengan que esperar un poco más ya que Wowereit tiene intenciones de posponer su retiro. Muchos pensaban que, luego del desastre por la interminable construcción del nuevo aeropuerto y de la derrota de su mano derecha, Michael Müller, en el congreso partidario de 2012, Wowereit estaba acabado. Olvidaron que “Wowi” tiene otra cualidad que en la política es fundamental: la capacidad construcción de poder. Ese elemento sumado a su facilidad para comunicar y a su carisma innato, parecen ser la causa del resurgir del alcalde.


Su estrategia ha comenzado con una movida política interesante en el plano simbólico. Se ha puesto a la cabeza de una cruzada que toca un aspecto emocional de cada berlinés: La caída del muro. ¿Un golpe bajo? Es posible. ¿Efectivo? También es posible. Wowereit exige al gobierno federal de la gran coalición un mayor compromiso de este con el 25° aniversario de la caída del muro construído por la antigua Alemania Oriental. Así, el alcalde de Berlín se posiciona y se adueña de un tema de todos los ciudadanos de Berlín: la memoria.




No es la primera vez que Wowereit apuesta por la personalización para demostrar su capacidad de liderazgo y aumentar el apoyo interno y externo. En 2011 ganó unas elecciones que para muchos estaban perdidas de antemano. El libro de Frank Stauss, el publicista que creó esta campaña, explica cómo fue construída y comunicada la figura de Wowereit poniendo el énfasis en la identificación que el imaginario colectivo encontraba entre la ciudad y el candidato socialdemócrata. Berlín era como Wowereit y Wowereit era como Berlín.
Berlin-Verstehen-SPD-Plakat


“Berlin verstehen“. Traducción: “Entender Berlin”. Algunas piezas de cartelería de la campaña del Partido Socialdemócrata (SPD) de Berlin para las elecciones regionales de 2011. Fuente: www.butter.de

Wowereit apuesta a eso. Confía en que su ciudad sigue pensando que el es el que mejor la representa. El más berlinés de los políticos berlineses. Esa combinación de carisma, oportunismo, capacidad para comunicar y, hay que mencionarlo, oposición frágil (dentro y fuera del SPD), es la última chance que le queda a “Wowi” para seguir gobernando en “su” Berlín.

* En el año 2003 Klaus Wowereit fue entrevistado para la revista Focus. El periodista le preguntó: “¿El dinero te hace sexy?”, a lo que Wowereit respondió: “No. Y se puede ver en Berlín. Nosotros somos pobres, pero sexy”. Esta frase fue luego utilizada por el político berlinés como slogan político con una gran repercusión en toda Alemania.

María Amuchastegui, rumor, anclaje y posicionamiento

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En 1986, María Amuchástegui era una estrella de la TV. El rumor de un gas al aire destruyó su carrera. Cicco persiguió la verdad durante quince años.

por Cicco


Durante años, mucho antes de que todo se transformara en una pila de papeles y recortes bajo mi mesa de luz, me decía a mí mismo que no quería morirme sin antes escribir un libro contando la historia de la gloria y caída de la gimnasta María Amuchástegui. ¿Había alguna historia mejor que esa? Nah. Ninguna le llegaba ni a los talones: la parábola de la estrella de la tevé más inmaculada de los ‘80, de familia de alta alcurnia –su abuela, Amalia Campos Urquiza, era nieta del caudillo Justo José–, amiga de celebrities, conductora de uno de los programas más vistos de la tele, que, de un día para otro, perdió todo. El motivo: la expulsión en cámara, en TV de aire, de uno de los 15 gases que despide una persona promedio a lo largo del día.


En abril de 1999 anuncié mi proyecto, entusiasmado, a la salida de la Feria del Libro. Venía de presentar una biografía de Julio Cortázar de sus tiempos en los que trabajaba siendo desconocido como maestro de escuelas. Tenía yo 22 años y aún mucho pelo. Mi carrera era un bote al que podía rumbear, río arriba, en la dirección que quisiera. Como era el primero de la camada de redactores amigos de mi revista en publicar un libro, había venido a la Feria buena parte de la redacción. “¿Y?”, me dijo uno, camino a un bar en Libertador para celebrar el acontecimiento. “¿Ahora sobre qué vas a escribir, Emilito?” El gremio de los periodistas no tiene tiempo para festejar. “Voy a escribir sobre la Amuchástegui”, contesté, determinado. “No hay historia mejor que esa, ¿no lo creen?” Nadie lo creía.




Así fue como aprendí: si trataba de que me tomaran en serio, necesitaba dar explicaciones.

Primero me había armado, por así decirlo, una coartada editorial: “¿Viste que los argentinos somos capaces de olvidarlo todo? Hasta nos olvidamos de cómo nos estafaron Menem, Manzano, María Julia. Somos capaces de hacer borrón y cuenta nueva con cada político que nos cagó de arriba de un árbol. Pero va alguien y se tira un pedo en cámara y, a veinte años de aquello, la gente no se lo puede sacar de la cabeza. No es justo”. Esa era mi excusa filosófica. La moraleja a la cual llegaría el lector luego de leer –en vilo, por supuesto– mi libro. Luego tenía una coartada estética: “Es como un policial negro pero en lugar de un asesino, acá lo que se busca es un gas”. Entre mis planes de estructura del libro figuraba uno, osado, donde, cuando llegaba el episodio del famoso asunto, viraba radicalmente el estilo. Al comienzo era pulcro y elegante, luego se hacía recio y zumbón y, por qué no, sucio.



Una vez llevé el proyecto –en una carpeta formal– a un grupo editorial reconocido de la Argentina. Hasta tuve una charla con la responsable del área. Me dijo que le había encantado. No a ella, le había encantado a otro empleado del sello pero del área de publicidad: un freak. No tuve suerte. Ni en aquel lugar ni en ningún otro. El tiempo pasaba, los bochazos se sucedían, y mi investigación se hacía cada vez más voluminosa. Mientras, me encontraba con Amuchástegui repetidamente en su oficina de la calle Arroyo, si mal no recuerdo, o una de por ahí. Primero quiso tomar recaudos: me llevó a su abogado de confianza. Firmamos allí un papel en el que me comprometía a entregarle un borrador del libro.

“Vos tenés derecho a ver el libro, María”, le advirtió el letrado, “pero él puede decidir si acepta o no los cambios”. Pasada la prueba del abogado, le hice una primera pregunta, para entrar en tema y no perder más tiempo: “¿Cuál fue el peor día de tu vida?” Encendí el grabador y abrí bien los ojos. Imaginé que recordaría ese día fatal, ese episodio bisagra a raíz del cual su carrera, decían en los medios, tomó por la pendiente. Pero ella me habló de otra cosa: “Lo peor fue cuando murió papá. Yo tenía 25 años y murió en mis brazos. Fue el dolor de mi vida”.




La ví muchas veces más a Amuchástegui. La mayoría de las ocasiones me hacía esperar una hora hasta que llegaba. Aún sin el programa al aire, era una mujer muy ocupada. Había replanteado su carrera y sacado un disco romántico. Ella no sólo negaba el famoso asunto, sino que decía que su carrera seguía intacta.







“Yo estaba cuando hacía el programa y te puedo asegurar que las tarimas hacían más ruido que otra cosa y nunca salió. Para mí fue un invento”. De a poco, me fue abriendo contactos de sus hermanos, colegas, operadores y hasta las encargadas de sus locales. (Había tenido primero uno de baile de tap de 1971 a 1990, donde se hizo célebre y llegó a enseñar a 600 alumnos, incluidos Antonio Gasalla y Solita Silveyra, y luego la contrataron para la apertura del programa Mesa de noticias y de allí al estrellato.) Ella me daba los números y, uno a uno, yo los llamaba. Para que no se pierda ese esfuerzo en este puñado de hojas mustias bajo mi mesa de luz, voy a contar aquí algunas declaraciones que hablan mucho de Amuchástegui, de lo que significó y sobre todo lo que dejó de significar. Y que las tengo aquí subrayadas con flúo:




“En la escuela, no había festival ni acto donde ella no estuviera en el escenario. María nos llamaba cuando hacía bailes, pero al lado de ella, éramos unos troncos” (Isabel Carro, amiga de la infancia).




“Siempre estaba contenta. Siempre con una sonrisa a flor de labio. Era una mina muy pero muy fina. Bastante cuidadosa de todos esos detalles. Nosotros trabajábamos con un solapero y una batería en la cintura. No lo hacíamos con el micrófono de aire. Si un ruido retumba en el suelo, lo escuchás. Cuando algo salía mal, parábamos y grabábamos de nuevo. María fue mucho más importante que ese detalle que le adjudicaron” (Ismael Salgado, director de Buen día, María, dos temporadas en ATC).




“Yo estaba cuando hacía el programa y te puedo asegurar que las tarimas hacían más ruido que otra cosa y nunca salió. Para mí fue un invento. Nadie se refiere a María hoy como la precursora del fitness sino por el gas, y eso es lamentable. Fue tapado por un chiste que, en dos minutos, tiró todo al diablo” (Juan Carlos López, su maquillador).




“Yo estaba de viaje. Cuando volví me enteré del cuento. Gente que nada tiene que ver con la gimnasia me preguntaba si María se había tirado el cuete. Yo le decía que era imposible. Pero me decían: una amiga lo vio. Cuando iba a ver a la amiga me decía que otra lo había visto. Nunca encontré a nadie que lo hubiese visto. Seguramente, María creaba envidias. Siempre la gente que se destaca es envidiada” (Elena Cánepa, gimnasta del programa).




“Fue lo peor que le pudo pasar. Lo comentó todo el mundo. Uno como médico lo ve desde una cosa fisiológica y no le presta atención. Yo no lo vi, pero supongo que nadie va a inventar algo así. Eso le pasa a cualquiera, con los esfuerzos de la gimnasia te contraés de acá, te relajás de allá y ahí fue. Pero le pasa a alguien como ella y queda en la historia” (Sergio Pascualini, su ginecólogo).




“El blooper le perjudicó la carrera”, confesó Adrián Amenábar, su productor. “Después de eso, presenté su programa en el 7, en el 9, en América y me dijeron que no. Hace años que trato de meter el producto y no se puede. En los canales, nunca me lo comentaron en forma directa pero uno tiene amigos y te das cuenta por qué bochan un programa si usás la sensibilidad”.




En los ‘80, Amuchástegui era Gardel en calzas. La llamaban de las marcas más emblemáticas de la época, que la consideraban la figura ideal para sus productos –desde Mendicrim a Sancor, desde Leche Nido a la línea diet de La Campagnola–, Susana Giménez la recibía en su casa cada semana para aprender fitness. Era una celebridad number one. Y una de las pocas con tan buena preparación. Había aprendido con los mejores: baile clásico con Doris Doreé –desde los 4 a los 15–, zapateo americano con Gordon Stretton en Argentina y luego siete años de entrenamiento en la Academia de Top Dancing de Los Angeles. En 1982 se capacitó en aerobics en Nueva York y en el Karen Voight Fitness de Los Angeles. Cinco años más tarde, le dieron el título de instructora que la habilita a dar clases en toda América. En 1983 fundó su gimnasio Aerobic Center. Y en el ‘84 debutó en la tele, donde se mantuvo ocho temporadas. Vendían con su firma desde videos hasta fascículos, desde zapatillas hasta mallas de aerobics.




Para que te des una idea, cuando se casó en junio de 1985 con el polista Juan José Alberdi, en la Basílica del Socorro –en cuyo sótano emprendió su primera academia de baile–, fue portada de todas las revistas. La fiesta fue en el Círculo de Armas. Los semanarios dieron cuenta de su torta de cuatro pisos, sus doce fuentes del buffet froid, la mesa de postres con helado de frambuesa e isla flotante, y la lista de regalos que incluía chocolatera cincelada, lámparas de pie de bronce, juego completo de cérmica Gourmet y dos juegos de cubiertos: uno de Iris de Christinox y otro de Turgot de Christofle. A pesar del éxito, a las revistas les llamaba la atención: “No hubo casi ninguna figura del ambiente”. Era natural que muchos de sus pares se mordieran los nudillos al ver su ascenso meteórico. Y aguardaran el momento de ser testigos de su caída en picada.




Gracias a que mis amigos del gremio sabían en qué andaba, llegó a mis manos el tesoro. La clave del nudo. “Mirá”, me dijo, solidario, el gran Alex Milberg, por entonces igual que yo redactor en Revista Noticias. Lo que él traía era oro en polvo: la edición 508 de la revista La Semana, fechada el 28 de agosto de 1986, vendida a 1,80 australes. En la portada, Amuchástegui con tapado de visón se cubre el rostro de los flashes. El título lo dice todo: “El increíble caso de lo que dicen que hizo María Amuchástegui”. En su interior, la estrella hacía un descargo que refleja cómo el blooper, en pocas semanas, tomó dimensiones nacionales: “Me enteré hace más o menos un mes. Mis amigas comenzaron a llamarme. Al principio, no entendía lo que me decían. Ellas mismas se sentían como avergonzadas. Después me contaron que La noticia rebelde levantó el malentendido y el asunto creció. No sé por qué lo habrán hecho y quién habrá sido… Podrían haber inventado algo más veraz. Si hasta mis sobrinos se preguntan: pero cómo va a ser cierto si los programas son grabados, si no salen en vivo. Y claro, si el accidente hubiese ocurrido, no hubiera salido al aire. Figurate que cuando en la grabación se filtra algún ruido, el ruido de las luces de neón, se hace todo de nuevo. Lo mismo cuando hay una falla en la parte musical. Si hubiera sucedido, hubiéramos hecho lo mismo que hacemos cuando hay algo que no nos gusta: lo borramos y volvemos a grabar”.




“El increíble caso de lo que dicen que hizo María Amuchástegui”

La crónica de La Semana la firmaba Jorge Omar Novoa, cronista experto de espectáculos. Novoa mencionaba al sospechoso número uno: los cómicos de La noticia rebelde (Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Adolfo Castelo y demás), quienes, decía el rumor, habían salido con máscaras de gas a tomar para la chacota el episodio. Novoa concluía: “Nada de esto ha sido cierto. Nada de esto ha pertenecido a la realidad. Y todo, absolutamente todo, configura un extrañísimo caso de creencia colectiva a partir de un hecho inexistente”. Según la crónica, todo comenzó con una charla casual en Canal 11 donde un empleado chusmeaba con otro: “Me dijeron que se escuchó un ruido rarísimo en el programa de Amuchástegui mientras hacía gimnasia. ¿Habrá sido un…?” Y ahí, zás, el principio del fin.


Primeras chequeadas que hice, a años del episodio, para desentrañar el meollo de la cuestión: entrevisté a Eduardo Lorenzo Borocotó, el médico que hacía micros de salud en el programa. Se decía que luego del desaire, había hablado sobre los gases. “La idea del programa era copiar una emisión que hacía Jane Fonda en Estados Unidos. Fue una pegada monumental. Cuando a mí me preguntan sobre el gas, yo tenía 45 programas grabados. Imposible que haya hablado de eso al aire”.


Hablé con operarios del canal. Y entrevisté en su casa a Guinzburg, ya enfermo, en una de sus últimas entrevistas. El rumor, confesaba él, se había extendido tanto que él ya no lo negaba: “Estoy comiendo un asado y cada tanto viene uno y me dice: ‘la que se mandaron ustedes con las máscaras de gas y la pobre Amuchástegui. Le cagaron la carrera’. Y yo le digo: ‘Y sí’. Pero porque ya no quiero explicar más que no tuvimos nada que ver. Que la gente se haga la película que quiera”.

Hablé con los técnicos que participaron en prácticamente todas las temporadas de Buen día, María, un programa que marcó picos históricos de siete puntos de rating en horario matinal. Ningún técnico sabía nada del gas. Ni de nada que hubiese expulsado María en un programa. “Acá poníamos micrófonos por todas partes”, me dijo un empleado de ATC. El episodio sucedió, si es que sucedió, cuando ella grababa en el 11, pero de esa época no quedaban técnicos. “Si hubiese salido algo, porque a veces las colchonetas hacían ruido, nosotros nos dábamos cuenta”.




Y luego rastreé aquel famoso video con los tres archivistas más grandes de la televisión: Raúl Portal, Diego Gvirtz y el tipo que atesoraba más horas de contenido fílmico de la Argentina: Roberto Di Chiara, quien proveía de material a producciones extranjeras, al noticiero del 13 y guardaba celosamente un video que una vez me mostró: una porno de Marilyn Monroe antes de su consagración. Ninguno había visto nunca aquel video. Portal me sumó un dato: “Nosotros grabábamos al lado. Lo hablamos con ella y los chicos del canal. Ellos, que guardan cosas raras, juran que jamás existió. Es producto del odio y la envidia de la gente”.




Estaba perdido. Si quería escribir un libro sobre Amuchástegui necesitaba tener la versión definitiva de la historia. Sin gas, no había obra. Necesitaba moverme rápido. Los encuentros con ella se ponían cada vez más aburridos: lo más jugoso que tenía, hasta ahora, era una anécdota con Fred Astaire en un camarín de Los Angeles donde María bailó tap para él. Otro encuentro casual en Kenia con Tina Turner. “No la reconocí, ¿podés creerlo? Y ella dijo que yo cantaba muy bien”. Y una historia de la niñez donde un caballo, mientras ella lo cepillaba, le había mordido la oreja. Al día de hoy, le falta ese pedazo.




Estuve una mañana con uno de los hermanos mayores de María, Federico Amuchástegui, en una estación de servicio en la entrada de Lobos, donde cada semana Federico bebía su café y leía el diario. Lo mejor que logré fue esto: “Era la niña mimada de papá. Eran un calco. A los dos les gustaba la música. Y se entendían diez puntos. Ella siempre fue una fanática del movimiento”. El padre era escribano y había conocido a Illia, Frondizi y Balbín. Tenía caballos de carrera y un stud propio, una casa quinta en Río Ceballos de tres hectáreas, y otras 600 hectáreas en 25 de Mayo. Papá Amuchástegui trabajó hasta el último día, cuando regresó a casa, durmió una siesta y no volvió a despertar.




Lo mejor de la entrevista llegó en el momento del episodio. “Me quedé siempre con la duda sobre el blooper”, dijo Federico. “En casa jamás en la vida se le escapó un cuete. Siempre fue impecable. Y muy cuidadosa de su pulcritud”. Si no tenía el gas, concluí, necesitaba detectar algo más intrigante aún. Necesitaba dar con el creador del gas. La mente siniestra detrás del mito. Necesitaba, en fin, conocer a sus enemigos. Imaginé que María, lejos de darme nombres y reconocer que tenía enemigos, iba a negarlo. Pero no: me dijo que así como tenía muchas amistades, conservaba algunas enemistades.




“María no era muy querida en el ambiente”, me había comentado Lilia Yáñez, quien trabajó con ella tres años en su local de Aerobic Center. “Tenía encontronazos con Silvia Chediek. Y se había peleado con una profesora. María era María. Las demás no le llegaban ni a los talones. Tiene una garra que no la tiene nadie”. Seguí buscando. Me enteré de que una vez en la academia faltó una videocasetera. Cuando Amuchástegui se enteró no sólo levantó en peso a la encargada, sino que llamó a la policía y le inició una causa. “Como tengo amigos en la comisaría –me dijo la encargada– me enteré del prontuario que nos había iniciado. Yo estaba hacía tres años y nunca había faltado nada. Hay mucha envidia en el ambiente. Todos se hacían amigos para usar el teléfono y tomar clases de gimnasia gratis.







Una vez, en 1985, a horas de la inauguración, le hicieron un atentado a su local de Junín 1651, en Barrio Norte. Y yo no los dejaba, les ponía límites. Si no, nos fundíamos”. Otra colega gimnasta me atendió entusiasmada hasta que le dije el motivo de mi llamada. Entonces fue severa: “Si quiere que yo hable, primero que me llame ella”.




Una vez, en 1985, a horas de la inauguración, le hicieron un atentado a su local de Junín 1651, en Barrio Norte. La explosión de troytl voló vidrios enteros y mampostería. Del autor nunca se supo nada. Amuchástegui alquilaba el piso de arriba, donde proyectaba incluir tienda de ropa, restorán vegetariano, sala de danza, gimnasio, sauna y solarium. Hacía cuatro meses había firmado el contrato y aún estaba remodelándolo. Estos episodios alentaban la intriga policial que yo quería imprimir a la historia, pero al final tenían sabor a poco. Las colegas no eran enemigos declarados. Eran apenas gente dolida. Y el atentado con bomba había sido uno de una serie de detonaciones similares en la ciudad.




Sin mucho más para contar, me enteré que el programa El rayo, que conducía la modelo Déborah de Corral, había preparado un informe del episodio Amuchástegui. Un colega me contó que, al parecer, en el programa habían dado con una fuente exclusiva. Alguien, desde adentro, confirmaba que aquel gas había existido. “Mirá, en El rayo teníamos una sección medio cómica que investigaba los mitos en la tele”, me contó Silvia Giménez, la productora. “Así tratamos el tema de Amuchástegui. La verdad que pudimos revelar muy poco. Todos negaron la existencia del pedo. Y el video nunca lo encontramos. El único que nos dijo que el pedo existió fue Aníbal Silveyra”.




Silveyra era uno de los gimnastas que replicaba los movimientos de Amuchástegui a sus espaldas en el programa. Había un problema logístico con Silveyra: se había mudado a Los Angeles, donde empezó una carrera de actor y comedia musical. No recuerdo cómo pero en julio de 2001, después de mucho insistir, di con su mail. Le escribí y obtuve esta respuesta. “Recibí tus mails, pero NO QUIERO ser parte de tu libro, gracias pero no me interesa la participación, es que uno elige donde estar, verdad, bueno yo elijo NO APARECER EN EL LIBRO, OK? No tengo nada en contra de nadie, pero me reservo el derecho de admisión. Espero que no lo tomes a mal, saludos”.




Todo se complicaba. Silveyra, la pieza clave, no mencionaba el gas. No quería participar. En fin, volvía a estar con las manos vacías. Lejos de rendirme, tres años más tarde, volví a la carga. Esta vez, busqué una excusa periodística. Silveyra presentaba un musical de Evita en los Estados Unidos –hacía, si mal no recuerdo, del Che– y le hice una nota telefónica. Bah, mi jefe aceptó publicarla para que pudiera llegar al meollo de la cuestión. Así que luego de preguntas de rigor sobre su comedia musical, llegó el momento esperado: le hablé de Amuchástegui. Silveyra estaba acorralado. Si quería que su obra se publicitara en la Argentina, necesitaba conservar su cortesía hasta el final. “El pedo se lo tiró. Yo estaba atrás. Y es tal cual como se dijo. Estábamos haciendo repeticiones de abdominales y se escuchó el ruido. Tal vez, si nadie hacía referencia a eso, hubiese pasado. Pero ella se puso de pie, y salió corriendo del estudio. Estaba escandalizada”. Le pregunté por el mito, la leyenda, el rumor. “Qué rumor ni qué rumor. Si yo lo vi con mis propios ojos”. Se hizo un silencio en el teléfono. “Ahora, ¿es necesario hablar de esto? ¿No podemos seguir conversando del musical que voy a presentar? Tengo ganas de llevarlo a la Argentina”. Dijo que, a pesar de los años, no quería quedar mal con Amuchástegui. “Si es posible –me rogó–, no lo pongas”. Durante diez años, conservé la promesa. Ya es tiempo de que se conozca la verdad. Pero, ¿era así de sencillo: Silveyra sin ningún tape que lo avale, sin otro testigo directo que lo certifique más que su propia memoria, fue capaz de generar lo que generó? O, para decirlo mejor, ¿de degenerar lo que otro había generado con tanto esfuerzo? ¿Había que creerle a él y sólo a él, o a Amuchástegui, y un sinfín de técnicos y directores que juraban lo contrario? ¿Estaba tan enojado que puso en boca de un país un blooper que jamás existió?

Bueno, mis amigos, hasta ahí llegó mi investigación. Lo siento mucho. Esta pila de papeles de entrevistas y material de archivo descansan en mi cajón, cada vez más abajo. Cada vez más aplastados. Letra más ilegible. Y no dan más respuestas que estas. Ah, por poco me olvido de algo.

Antes de despedirse, Isabel Carro, su vieja compañera de escuela, me aportó un dato que tal vez ayude. Carro era muy amiga del primo de Amuchástegui, Pancho. Y un día, ella no aguantó más la intriga y le preguntó. “Decime: ¿pasó o no pasó Pancho lo de María?”. Según Carro, Pancho, discretamente, asintió. “Parece, Isabel”, le dijo, “que justo ese programa no fue grabado. Una pena”.


Cicco




Cicco es periodista. Fue redactor de las revistas Noticias y Newsweek. Colabora en distintos medios. Es autor de Rodrigo Superstar, una biografía de Rodrigo.

Tomás Abraham y la cultura política de alta peluquería

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Ayer haciendo zapping, me detuve unos escasos minutos en un programa conducido por María O’donell, en el que entrevistaba a Tomás Abraham.

En el brevísimo tiempo que la entrevista pudo sostener mi atención, escuché conceptos de altísima peluquería, legitimados, para concurrentes a la misma, por un emisor “validado” por el mainstream. Eso explica muchas cosas.


Primero Tomás Abraham señaló que es bueno que los gobernantes sean ricos, porque de esa manera, llegan “más tranquilos” al estado y roban menos.

Alguno de uds conoce algún rico que llegó a tener, digamos 10 millones de dólares, y dijo “ok, con esto me arreglo, ahora a viajar, a leer, a disfrutar”? No. Por eso son ricos. Nosotros quizás pensemos así, por eso no somos ricos. El que tiene 10 millones quiere 20, el que tiene 20, 40, y el que tiene 1000 millones quiere 100.000. Esa voracidad los hace ricos. Las probabilidades que un rico robe en el estado, son directamente proporcionales al nivel de su riqueza.



Luego señaló que le parecía una buena señal que CEOS lleguen a la política, por su experiencia y capacidad adquirida y desplegada en las empresas privadas.

Más allá de que este es un debate agotado y cerrado por la experiencia desastrosa del menemismo, que sostenía idénticos presupuestos y terminó casi y literalmente con el país, Abraham exhibe un desconocimiento curioso, acerca de que en esas empresas donde crecieron esos CEOS, que según Abraham van a reeditar la república de los gerentes que vivimos en los 90, todas las decisiones importantes se toman en casa matriz. Este detalle que seguramente para Abraham resulta insignificante, grafica de manera clara, la concepción estratégica de estos gerentes puestos a manejar la cosa pública.



Pensar que la articulación de un proyecto nacional, el comando de la propia realidad, y el pensamiento estratégico pueden ser gerenciados por un CEO, es lo que le impidió a esos CEOS en los 90, advertir que dotar a un país, de la misma moneda que otro que tiene 9 veces más productividad, llevaría a la hecatombe  a la que finalmente se llegó. Esa incapacidad es la que impidió poner sobre la mesa de debate en los fallidos 90 que todo país desarrollado es industrial, que no existe ningún país desarrollado agrario.



Tomás Abraham dice que es importante dar previsibilidad y restablecer el clima de negocios. Los 2 países que más inversión directa extranjera recibieron en la última década fueron: China e Irak. Que tipo de previsibilidad y clima de negocios hay en Irak? Donde la gente vuela por el aire, y los shiitas le ponen bombas a los sunitas y viceversa y donde no hay libertad de expresión ni garantía democrática? Que tipo de clima de negocios hay en una dictadura como la china, donde a los opositores lo matan, y donde el artículo séptimo de la constitución china dice que “todo lo que está sobre el suelo chino, le pertenece al pueblo chino” oséa que te pueden expropiar en cualquier momento, y andá discutirle a los chinos.



El capital no busca clima de negocios, amabilidad, buenas formas, el capital busca rentabilidad. Para conseguirla es capáz de invertir en la Alemania nazi, en Irán o en Bulgaria.



Tomás Abraham dice que estos CEOS, van a cuidar las cuentas porque así se hace en el sector privado. Las crisis terminales de 1930 y 2008 en los EE.UU. tuvieron en común por lo menos 3 cosas: 1) Fueron precedidas de 2 gobiernos republicanos, que planteaban la libertad de mercado como eje ordenador de la economía, el endeudamiento y la baja de impuestos a las corporaciones. 2) Esos gobiernos de derecha (cuando alguien te dice que no existe más ni derecha ni izquierda, es por que es de derecha) planteaban que venían a reducir el estado por el despilfarro en el gasto público. 3) De esas crisis se salió, gastando más, no ajustando el cinturón. En una empresa privada, cuando hay crisis, hay que ajustarse el cinturón, en los países es exactamente al revés. Cuando se ajustó como con Menem y de la Rúa, así terminamos, mientras que Roosveelt y Obama gastaron mucho más y salieron a flote exitosamente.



Tomás Abraham habla de los países de la región, de cómo aprovecharon para crecer, esta década de precios altos de materias primas. Sería bueno que Tomás Abraham le avise a los peruanos, paraguayos y colombianos, porque muchos vienen para acá y ningún argentino va para allá.



Finalmente, y no del reportaje ya que cambié de canal ante semejante aburrimiento, Tomás Abraham dijo que los verdaderos millonarios son los corruptos que estuvieron en el estado, por que allí se hacían las grandes fortunas.

Ahí discrepo, no es en el estado sino CON EL ESTADO, que se hacen las grandes fortunas. Siendo contratista del estado o cuando el estado te estatiza una deuda de miles de millones de dólares que vos adquiriste para tus negocios personales. Así hicieron la plata, por lo menos muchos multimillonarios en Argentina.


Seguramente en muchas peluquerías de barrio de EE.UU. o Italia pensarán que Donald Trump, Berlusconi o Bush hijo, podrían hacerlo bien porque son millonarios, o porque si supieron hacer plata ellos o sus padres, también van a gestionar bien el estado. En esas peluquerías seguramente el televisor muestre entrevistas como esta, que como en 1976 o 1991 nos señalen el camino para que por fin “las cosas funcionen” “no se ahogue a los empresarios” “se deje de mantener vago en el estado” “se puedan comprar dólares” se pueda comprar iphones” “no matemos a la gallina de los huevos de oro que es el campo” “terminemos con el odio y la división” y “seamos un país normal”..

Segmentación información y poder

Xavier Peytibi

A mediados de los años noventa el partido republicano estadounidense creó “The Voter Voult”, una completa base de datos de los votantes de los Estados Unidos. Fue infrautilizada hasta 2004, cuando ya disponía de 168 millones de entradas. Ese año, en la campaña de George W. Bush, su asesor, Karl Rove, vio la importancia que podría tener esa información para conocer mejor a los votantes, saber qué piensan, donde están y qué mensajes les podrían enviar. Esa información se le suministraba al ejército de activistas del partido, con lo que sabían donde ir y con quien hablar, ajustándose a las preocupaciones específicas de esos votantes y dotándose de un argumentario específico para cuando hablaran con ellos.

Desde entonces, la segmentación se usa en las campañas electorales de todo el mundo para adaptar los mensajes del candidato a cada colectivo determinado, con el fin de conseguir una aproximación más efectiva. El objetivo es que el electorado se sienta escuchado y próximo a un partido. La gracia de la segmentación es crear mensajes dirigidos directamente a estos grupos, para así reclutar votantes que, de otra forma, no se hubieran identificado nunca con el candidato o para activar a aquellos que están de acuerdo en una temática concreta pero no tanto en el resto. Los datos son información, y la información es poder para discernir mediante qué mensaje un partido o un candidato puede acercarse más a un simpatizante o votante, sea para activarle o para que vaya a votar.


Así, la segmentación electoral pretende conocer a los votantes para hacerles llegar el mensaje oportuno, aquello que les importe y que consiga movilizarles. Consta de cuatro fases:


1. Conocimiento. Establecer las herramientas para conseguir conocer a esos públicos. Se puede lograr a partir de encuestas, de entrevistas, de puerta a puerta, de focus group, de aplicaciones en redes sociales, etc. Se preguntará sobre qué les gusta y qué piensan, pero, también, qué opinan sobre su candidato y sobre el contrincante. Un ejemplo interesante, antes de que la segmentación fuera un arma electoral usual, fue el de los asesores de George Bush padre, que desarrollaron, ya en 1988, un focus group no con partidarios de su cliente, sino con partidarios de su rival, el demócrata Michael Dukakis, que era favorito en las presidenciales. A través de este focus group fueron capaces de identificar que incluso los partidarios más acérrimos de Dukakis eran algo críticos con su posición respecto a la lucha contra el crimen, convencidos de que era demasiado condescendiente. Como resultado, se trabajó ese matiz del mensaje político de Bush como el garante de la protección ciudadana contra el crimen e incluso se rodaron anuncios televisivos (emitidos en todos los canales nacionales) que jugaban con la idea de que si ganaba Dukakis dejaría abiertas las puertas de las prisiones. El anuncio más controvertido fue “Revolving Door”, cuyo nivel de aceptación fue enorme y debilitó notablemente la candidatura demócrata, siendo esta una de las principales razones de la victoria de Bush, según las encuestas post-electorales.

2. Clasificación. Se trata de ordenar y entender los datos recabados, mediante mapas, bases de datos e infinidad de diferentes clasificaciones (intereses, preocupaciones, edad, género, ocupación…). No es suficiente con tener los datos, hay que enumerarlos y analizarlos, clasificando a la ciudadanía según sus deseos y preocupaciones. El equipo de estrategia del candidato usará esos datos (por ejemplo el Voter Voult en el caso de los republicanos o Demzilla en el de los demócratas) para establecer prioridades en la estrategia de campaña y localizar conjuntos de población homogénea -o con puntos en común- para definir para ellos un mensaje que los acerque al candidato. Esas bases de datos estarán constantemente actualizadas, incluyendo también material de empresas privadas. El objetivo es cruzar toda la información para tener una mejor segmentación de públicos, para ajustar el mensaje a sus intereses.


En las actuales elecciones norteamericanas, por ejemplo, hay datos al alcance de cualquiera –y que los partidos habrán mejorado exponencialmente- que nos indican la tendencia de voto de determinados colectivos. En la web de Gallup existen referencias históricas de votos por segmentos poblacionales reunidos desde 1952. Se sabe que el 55% de los universitarios vota demócrata, que el 60% de protestantes vota republicano, que el 55% de personas que van a la Iglesia votan republicano, que el 62% de los propietarios de armas votan republicano, que el 65% de las solteras –por el 60% de solteros- votan demócrata, e incluso que el 55% de las casadas votan republicano (excepto en el caso de Bill Clinton, donde la mayoría de ellas votó demócrata).

3. Mensaje. Lo más importante de esta fase es decidir qué mensaje hará que los electores se decidan por el candidato. Se debe generar un mensaje que se adapte a lo que siente o piensa el público seleccionado. El objetivo es llegar al mayor número de personas que se pueda de modo directo, hablando su mismo lenguaje y expresando sus mismas emociones. Un buen ejemplo lo vimos durante la campaña de Bill Clinton de 1996, donde las madres del fútbol (soccer moms) –madres trabajadoras de renta media que llevan a sus hijos a jugar al fútbol- fueron un objetivo clave a la hora de segmentar el mensaje económico de la candidatura de Clinton.

Otro ejemplo es a través de algunas webs de candidatos: dependiendo del sitio donde se encuentre el votante, la información que se muestra en la web será diferente, priorizando los mensajes que tienen que ver con sus intereses. El primero en usar esta estrategia online fue el equipo de Hillary Clinton en 2008, cuando difundía diferentes mensajes según el Estado donde se encontrara el visitante de la web.


Es importante también monitorizar el mensaje para saber si este llega al público deseado y de la manera deseada o si, por el contrario, debe modificarse. Se gastan ingentes cantidades de dinero para llegar a estos públicos, por lo que es básico aprovechar bien el trabajo realizado en las anteriores fases de la segmentación.

4. Difusión. Se debe conseguir que el mensaje llegue corrctamente mediante la difusión a través de diferentes medios -personales (email, llamadas, puerta a puerta) o generales (redes sociales, diarios y revistas, medios de comunicación, etc.)- que son más usados por estas personas.


Existen datos fiables sobre el modo de vida y hábitos de consumo de demócratas y republicanos que permiten a los equipos de campaña incidir o colocar publicidad en determinados productos o soportes, así como ir a buscar a sus votantes allí donde están. Un ejemplo fue en 2008, cuando los anuncios de Obama aparecían frecuentemente en “Dos hombres y medio”, serie que según las encuestas gusta a los demócratas. Gracias a estas encuestas, los equipos de campaña pueden saber, también, que el 46% de los republicanos tiene perro, por solo un 30% de los demócratas; o que los demócratas prefieren ver la MTV o jugar a videojuegos mientras los republicanos ven programas y series como ‘Dancing with the stars’ (el ‘Mira quien baila’ americano), ‘The Office’ y ‘El Mentalista’; o que la mayoría de los republicanos prefiere el futbol americano o la NASCAR mientras los demócratas prefieren ver la NBA




Todos estos datos son útiles para poder publicitar el mensaje del respectivo partido o candidato allí donde van o donde consumen sus votantes. En esta campaña de 2012, el candidato Rick Santorum insertó publicidad en uno de los automóviles que competía en una de las carreras de mayor importancia del circuito NASCAR: el Daytona 500. En su caso, el coche era un Ford Fusion, fabricado en Detroit, y lo hizo justo antes de las primarias de Michigan. No solo se trata de publicidad, sino de dar un mensaje a un público determinado. No era la primera vez. También lo ha hecho Rick Perry este mismo año, e incluso la dupla Bush-Cheney en el año 2004.
Nuevas herramientas como las redes sociales permiten aumentar también la información y los datos que se tienen sobre los votantes pero, a su vez, discernir a quien es mejor enviarle una información sobre un tema determinado. En el caso del actual presidente Obama su aplicación de Facebook, “Are you in”, permite a sus partidarios declararle su apoyo o hacer llegar a sus amigos un mensaje para que se unan. Pero bajo esta superficie ocurre algo mucho más poderoso: la primera vez que se utiliza la aplicación se pide permiso para que se añada sus datos básicos (nombre, fotografía, género, redes, lista de amigos y cualquier otra información que hayan dejado abierta para compartir en Facebook. También solicita permiso para saber el cumpleaños, ciudad actual y la capacidad de enviar correo electrónico o mensaje al muro. (Algunas de estas características puede ser invalidadas, pero la mayoría son requeridas por la aplicación). Ahora el equipo de campaña de Obama puede, por ejemplo, consultar la lista para enviar un mensaje a cada persona que se auto-identifica como demócrata, mujer, casada y mayor de 35 años, con más de 500 amigos en Facebook y hablar del tema “familia”.

Hoy en día se busca segmentar lo más y mejor posible para llegar, con el mensaje adecuado, a la mayor parte de población. La información es poder, y una buena segmentación puede conseguir aprovechar al máximo los esfuerzos humanos y económicos para ganar unas elecciones.

“El oligopolio bancario actúa como una banda organizada”

FRANÇOIS MORIN, ECONOMISTA FRANCES DE LA UNIVERSIDAD DE TOULOUSE

Los bancos “sistémicos” desempeñan un papel nefasto en las sociedades del mundo al tiempo que han hecho de la democracia un rehén de sus intereses privados. Por primera vez se dio vuelta la relación de fuerzas entre lo público y lo privado. Por Eduardo Febbro

Desde París

El mundo, la política, las democracias y las finanzas están dominados por una hidra mundial compuesta por 28 grandes bancos internacionales cuyas políticas fijan el curso no sólo de las finanzas sino, también, de las democracias parlamentarias. Este es el argumento implacable y rigurosamente demostrado por el economista francés François Morin en el libro investigación que acaba de aparecer en Francia: La Hidra Mundial, el Oligopolio Bancario (Lux Editeur). Profesor emérito de ciencias económicas en la Universidad de Toulouse, François Morin fue miembro del consejo general del Banco de Francia y del Consejo de análisis económico. “La hidra mundial” es un conglomerado de 28 bancos coordinados entre sí –“interconectados”– que manejan el mercado cambiario, las tasas de interés, crean los productos tóxicos por los cuales luego pagan los Estados, o sea, los ciudadanos, influyen en las políticas económicas y modelan las democracias a su antojo.

El libro de François Morin –también autor de Un mundo sin Wall Street– revela datos bancarios inéditos sobre el poder de esta hidra globalizada cuya potencia, por primera vez en la historia, dio vuelta la relación de fuerzas entre lo público y lo privado. Maniobras fraudulentas, pactos secretos, lobby contra la democracia, manipulación de los mercados, estos bancos “sistémicos” desempeñan un papel nefasto en las sociedades del mundo al tiempo que han hecho de la democracia un rehén de sus intereses privados.

Un dato basta para medir sus brazos: estos 28 bancos detentan recursos superiores a los de la deuda pública de 200 Estados del planeta. Las investigaciones llevadas a cabo en 2012 demostraron, en parte, los meandros de sus maniobras secretas. François Morin completa la investigación con un libro de una gran solidez analítica donde las cifras, expuestas sin el tamiz de la ideología, fluyen como un oráculo de lo que vendrá. El hoy son Estados disminuidos, que han perdido su soberanía monetaria y que tienen enfrente a un gigante híper vigoroso. Actualmente, el 90 por ciento de la moneda es creada por los bancos, contra el 10 por ciento por los bancos centrales. Ahora bien, ese oligopolio manipula según como le conviene los dos parámetros fundamentales de la moneda: la tasa cambiaria y la tasa de interés. “Los Estados son a la vez rehenes de la hidra bancaria y están también disciplinados por ésta”, dice Morin. Entre los 28 bancos del oligopolio, hay 14 que “producen” los productos derivados tóxicos cuyo valor alcanza los 710.000 millones de dólares, o sea, el equivalente a diez veces el Producto Bruto Interno mundial.

El autor insiste en llamar a una movilización mundial para recuperar la dimensión política secuestrada por el sector financiero privado y no cesa de advertir que seguimos en “estado de emergencia” porque, en el horizonte, se van formando las figuras del rompecabezas de un nuevo cataclismo. La hidra bancaria se ha transformado en un oligopolio vandálico para la economía mundial y la estabilidad de las sociedades.

–Usted demuestra la existencia de un oligopolio compuesto por 28 bancos que están únicamente al servicio de sus propios intereses. ¿En qué condiciones y en qué momento surgió este oligopolio?

–Este oligopolio comenzó a emerger a mediados de los años ’90. Fue la liberalización completa del mercado de capitales lo que permitió la creación de vastos mercados monetarios y financieros a escala planetaria. Los grandes actores bancarios de esa época se adaptaron a este estado del mundo. Hay que señalar que esta liberalización completa del mercado de capitales interviene luego de dos liberalizaciones precedentes en los años ’70: la del mercado cambiario y la de la tasas de interés. El oligopolio se crea entonces cuando estos tres procesos llegan a su término. Entonces podemos decir que a partir de 1995, hay bancos que se tornan sistémicos a escala mundial, es decir, que la caída de uno de ellos puede provocar un cataclismo financiero mundial.

–¿Cómo influyó este oligopolio en la crisis argentina del año 2001?

–Desde luego que hay una relación. Este oligopolio cuenta en su seno con 14 bancos que fabrican productos (financieros) derivados, en especial productos que dependen de la tasa cambiaria. Ahora bien, la mayoría de las crisis sistémicas que conocimos a partir de 1990, sea en los países del Sudeste Asiático, en Brasil o en Turquía, fueron crisis provocadas por la especulación internacional, por el movimiento de capitales. Este movimiento fue además amplificado por los productos derivados creados con la tasa cambiaria. La crisis argentina de 2001 fue una crisis acelerada por estos productos que le permiten a la especulación internacional poder ganar mucho y rápidamente. Cuando la Argentina, en 2001, se apartó del dólar hubo una fuerte especulación autorizada por la globalización de los mercados financieros y por los productos derivados que, en aquel entonces, estaban fabricados por los grandes bancos internacionales. Catorce de estos bancos especularon en contra de la Argen- tina.

–Entre las revelaciones de su libro, la más sorprendente es que usted demuestra que el peso de estos 28 bancos supera la deuda pública mundial.

–La potencia real de estos 28 bancos, o sea, su capacidad para movilizar recursos financieros, es enorme: el balance global del conjunto de estos bancos es, en 2012, superior a la deuda pública de 200 Estados. Por un lado, esto muestra la potencia fenomenal de estos bancos y, por el otro, lamentablemente, la debilidad de los Estados, que están sobreendeudados. Hay pues una debilidad ante la fuerza fenomenal que está frente a ellos.

–¿En qué momento de nuestra historia reciente ese oligopolio se convierte en lo que usted llama “una hidra mundial”?

–Empieza cuando nos demos cuenta de que, al final, esos bancos se ponen de acuerdo entre ellos, que practican una suerte de colusión. Esos bancos actúan como una banda organizada para influenciar colectivamente los principales precios de la finanza mundial, en especial las tasas cambiarias y las tasas de interés. Las primeras investigaciones sobre estos bancos son recientes. Se remontan a 2012 y muestran que esas prácticas de colusión empiezan realmente en 2005. En concreto, entre los años 90 y 2005 el oligopolio comienza a formarse y, a partir de 2005, sus prácticas se vuelven corrientes. Estamos en presencia de un actor colectivo que se torna devastador para la economía mundial. Es una hidra devastadora.

–La interconexión entre los miembros del oligopolio se extiende a muchos campos...

–Actúan en varios mercados. El mercado cambiario es uno de los más grandes del mundo porque hoy hay 6000 millones de dólares que se cambian cada día. En 2012 se descubrió que cinco bancos controlaban el 51 por ciento de ese mercado. Pero también manejan el mercado de las tasas de interés a corto plazo y el mercado de ciertos productos derivados. Este es un poco el abanico de sus actos delictuosos por los cuales pagaron multas que son, en relación a sus ganancias, insignificantes.

–¿En qué medida las acciones de este oligopolio explican las políticas de austeridad que están en curso poco menos que en todas partes?

–En primer lugar, por la negativa a la realidad del sobreendeudamiento de los países europeos. Cuando se observan los datos no quedan dudas: antes de la crisis el endeudamiento europeo era del 60 por ciento del PIB. Pero a partir de 2007, justo cuando empieza la crisis, ese endeudamiento se acrecienta brutalmente. El sobreendeudamiento actual está ligado a las causas de la crisis financiera y no al despilfarro en las finanzas públicas, como nos lo quieren hacer creer. Hoy se cree que mediante políticas presupuestarias rigurosas se va a combatir el sobreendeudamiento, pero eso es totalmente erróneo. La crisis es una consecuencia del comportamiento de los grandes bancos durante la crisis de los subprimes (productos financieros especulativos). Si se quiere reducir la deuda pública actual y futura, habría que actuar sobre esos comportamientos. Pero estos bancos siguen haciendo lo mismo que en el pasado. Sin crecimiento y sin inflación el sobreendeudamiento no se resolverá nunca, menos aún con políticas presupuestarias de austeridad. Estamos en un camino sin salida.

–Usted afirma que los Estados son rehenes de esos bancos.

–Sí. Los Estados no osan poner en tela de juicio las prácticas de esos grandes bancos. Estas instituciones desarrollaron lógicas financieras muy peligrosas, son responsables de la inestabilidad monetaria y financiera internacional, pero los Estados están desarmados frente a este oligopolio que es capaz de derrotar las legislaciones que se elaboran para desarmarlo. La lógica financiera perniciosa que existía antes de la crisis de 2007 persiste.

–De hecho, este oligopolio constituye una amenaza para las democracias. Peor aún, las modela a su antojo.

–Resulta claro que desde el momento en que los Estados dejan de tener un margen de maniobra, que están sometidos a las obligaciones presupuestarias y, encima, como ocurre desde los años ’70, que pierden su soberanía monetaria, todo esto converge en un debilitamiento progresivo de nuestras democracias. Cuando el arma monetaria desaparece, cuando no se cuenta más con el arma presupuestaria, el Estado queda disminuido frente a potencias económicas que lo enfrentan y lo denominan. Hoy, en la mayoría de los grandes países, las democracias se caen y pierden su substancia ante un mundo económico y bancario súper poderoso.

–La sensación global que deja la lectura de su libro es que el cataclismo siempre nos acecha.

–Sí, el cataclismo está por venir, fundamentalmente porque los grandes bancos no cambiaron su lógica financiera. Estamos ante grupos privados que actúan según sus propios intereses y que son híper poderosos. Por consiguiente, las mismas causas producen los mismos efectos. La inestabilidad financiera persiste y como las deudas públicas no hacen más que aumentar en todos los países desarrollados, nos encontramos con la amenaza creciente de una explosión de la burbuja de las obligaciones. Las deudas están constituidas por obligaciones financieras y, como la deuda aumenta, hay un momento en el cual la burbuja explotará y tendremos un cataclismo financiero tanto más grave que los vividos hasta ahora, ya que los Estados, debido a sus políticas de rigor fiscal, no podrán intervenir. No se ha cambiado ni un ápice de la lógica profunda de la globalización de los mercados y tampoco se ha querido romper el oligopolio. Resulta evidente que todas las condiciones están reunidas para que tengamos otro cataclismo.

–Usted resalta también un hecho que parece de ciencia ficción: ese oligopolio logró transformar la deuda privada en deuda pública.

–En 2007, 2008, los grandes bancos detentaban los productos tóxicos, pero, en vez de reestructurar a esos bancos, en vez de hacerles pagar por las consecuencias de los efectos comportamientos, los Estados intervinieron para recapitalizar a los bancos o nacionalizarlos. Al final, esas obligaciones que representaban una deuda privada se transformaron en deuda pública. Pagaron los contribuyentes.

–¿Es la primera vez en la historia de la humanidad que la relación de fuerzas entre lo privado y lo público se da vuelta?

–Es la primera vez que tenemos un mundo tan globalizado donde los capitales pueden desplazarse de un lado al otro del planeta a la velocidad de la luz, y donde hay actores tan potentes frente a los Estados. En el pasado hubo confrontaciones entre el poder financiero y el poder político, pero es la primera vez en la historia que esa confrontación tiene lugar a escala mundial. Esa es la novedad.

–Entonces revolución, movilización ciudadana... ¿Por dónde transitar con una sociedad global que ha perdido su potencia, su capacidad de acción decisiva, que ha entregado su conciencia democrática y ciudadana a cambio del nuevo estatuto de consumidor planetario?

–Lamentablemente, lo que va a pasar es que, si no se hace nada, habrá una nueva crisis financiera. Y esta actitud pasiva, apática, puede acarrear trastornos enormes cuyos efectos políticos y sociales serían dramáticos precisamente porque ese trastorno no fue anticipado por las fuerzas políticas y sociales. Desde luego, se requieren movilizaciones ciudadanas. No será fácil. Mire lo que ha ocurrido en Grecia, con el Primer Ministro Alexis Tsipras y el partido Syriza. Las trabas para cambiar la relación entre lo político y lo económico han sido gigantescas. La historia no ha terminado aún. Hemos visto a un gobierno aceptar un acuerdo en el cual no cree. ¡Esto nos muestra hasta qué punto se ha puesto en tela de juicio la democracia! En España, con el movimiento Podemos, tal vez ocurra lo mismo. No creo que se pueda decir por adelantado que las movilizaciones ciudadanas iniciarán los cambios que esperamos. Tal vez, con las redes sociales y los movimientos, podamos esperar que comience un proceso. Hace falta una palabra política fuerte capaz de sintetizar el mundo de hoy y, también, lanzar la consigna capaz de abrir el camino de cambios reales. Las contradicciones que hemos visto en Grecia son el punto de incandescencia de estas cuestiones. Nada ha terminado. Como se dice popularmente ¡si nos gustó la temporada uno en Grecia, vamos a adorar la temporada dos! Lo cierto es que sin acción colectiva no saldremos de esto. ¿Cómo imaginar lo que viene, cómo dar vuelta esta relación de fuerzas totalmente desigual entre las potencias bancarias y los Estados debilitados? Reconozco que las democracias están en peligro, pero creo que la única solución pasa por una reconquista política que puede tomar varias formas. En el curso de los últimos años, los Estados han ido abandonando progresivamente su soberanía política, monetaria y presupuestaria. Debemos tomar en cuenta la realidad de la globalización del mundo. Los Estados tienen que recuperar su margen de maniobra, su soberanía, pero dentro de un marco organizado, a escala planetaria. Ello supone que los Estados actúen colectivamente organizando, por ejemplo, una gran conferencia del tipo Bretton Woods (1944). Otro camino consiste en que los ciudadanos empujen a los Estados a actuar, en todo el mundo, con movimientos diversos. Sin embargo, antes que nada, estas opciones suponen que se tome conciencia del estado del mundo, de las relaciones de fuerza existentes. Es indispensable que lo político vuelva al primer plano de la gestión de los asuntos económicos. La moneda debe ser un bien público y no un bien privado.

–En suma, se trataría de adormecer al consumidor y despertar al ciudadano globalizado. En este contexto, la crisis griega es la explosión visible de la degradación de las democracias occidentales.

–Los griegos tienen algo muy fuerte en su historia milenaria: siempre tuvieron el sentido de lo político. Desde los inicios de la democracia en Grecia, los debates siempre fueron muy ricos, hasta violentos. Eso es lo hay que despertar hoy en el mundo. Los griegos nos están mostrando cómo hacer política. Nos encontramos en estado de urgencia.