El
25 de Mayo se realizaron en Europa las elecciones del Parlamento
Europeo en los 28 países que integran la Unión. Los resultados dispares
en la compleja geografía política de Europa tuvieron sin embargo, un
rasgo común: un profundo disgusto de la población respecto al curso que
está siguiendo la política europea. Las políticas de ajuste de raigambre
neo liberal, pero que también comparten los gobiernos
social-demócratas de varios países, dieron lugar a diferentes
búsquedas de salidas, tanto por la derecha como por izquierda , acorde a
las tradiciones políticas y sociales , el grado de crisis económica en
cada uno. Mientras en Francia y en Gran Bretaña, las fuerzas de extrema
derecha nacionalistas y fascistizantes , se impusieron frente a la
socialdemocracia y las Derechas tradicionales, en otros, se impusieron
fuerzas de izquierda como fue el caso del triunfo de Tsipras en Grecia
y con importantes crecimientos en otros países. Queda pendiente un
balance y un análisis de estos recientes procesos electorales. Hemos
querido ahora, dar a conocer el Manifiesto electoral de Alexis Tsipras,
que será el candidato de toda la izquierda europea para asumir la
presidencia del parlamento Europeo, para estas elecciones.
Declaración programática
Con ocasión de su 4º congreso, celebrado
del 13 al 15 de diciembre de 2013 en Madrid, el Partido de la Izquierda
Europea (PIE) me eligió como candidato a la Presidencia de la Comisión
Europea.
Es para mí un honor y una
responsabilidad. Es un honor personal, pero no sólo eso. Esta
candidatura, confiada al dirigente de la principal fuerza de oposición
en Grecia, es un reconocimiento simbólico de los sacrificios hechos por
el pueblo griego. Expresa igualmente la solidaridad hacia todos los
pueblos del Sur de Europa que sufren las consecuencias sociales
catastróficas del «Memorándum» de austeridad y de recesión. Con esta
candidatura, estimo igualmente que se me confía un mandato: un mandato
para la esperanza y el cambio en Europa. Hacemos un llamamiento en pro
de establecer en Europa una democracia en la que todas las generaciones
encuentren su lugar. Emprendemos un combate para conquistar el poder con
el fin de cambiar la vida cotidiana real de la gente corriente. Para
nosotros, tomar el poder (y cito aquí a Aneurin Bevan, el padre fundador
del National Health Service británico, un verdadero socialdemócrata) es
«utilizar la acción colectiva con el fin de transformar la sociedad y
para elevar las condiciones de vida de todos».
Yo no soy el candidato del Sur de
Europa. soy el candidato de todos los pueblos, de todos los ciudadanos
europeos que quieren una Europa liberada de la austeridad, de la
recesión y del Memorándum, cualquiera que sea su lugar de residencia,
tanto si viven en el Norte como en el Sur. Mi candidatura tiene la
vocación de dirigirse a todas y todos vosotros, ciudadanos y ciudadanas
de Europa, independientemente de cuáles hayan sido hasta aquí vuestras
convicciones políticas y vuestras opciones electorales nacionales.
Aspira a unir muy en particular a las gentes que la gestión neoliberal
de la crisis económica no ha dejado de dividir. Va dirigida a todos
aquellos que quieren una vida mejor para ellos y para sus hijos en una
Europa mejor. Con mi candidatura, la indispensable alianza
anti-Memorándum del Sur viene a confluir con un movimiento europeo más
amplio en contra de la austeridad: un movimiento para la reconstrucción
democrática de la Unión Monetaria.
Mi candidatura va dirigida especialmente
a los jóvenes. Hoy, por primera vez desde la Liberación, la juventud de
Europa prevé que va a vivir peor que sus progenitores. La juventud vé
cómo sus esperanzas son cruelmente truncadas por el desempleo masivo y
la perspectiva de un crecimiento hecho de bajos salarios y de subempleo.
Es responsabilidad nuestra actuar ahora: no «para los jóvenes» sino
«con los jóvenes».
Es urgente acabar con «el dinero rey»
que destruye nuestros proyectos y nuestros niveles de vida en todo el
continente. La Zona Euro vacila, está al borde del desplome. Esta
situación no es debida al euro en sí mismo, sino al neoliberalismo: es
decir, al conjunto de las políticas de austeridad que conducen a la
recesión y que, lejos de servir de apoyo a la moneda única, la han
desestabilizado peligrosamente. Más aún, al mismo tiempo que la moneda
única, dichas políticas socavan la confianza misma de los pueblos en la
Unión Europea y el apoyo público a una integración europea más avanzada y
más sólida. Por esa razón estamos convencidos de que el neoliberalismo
es un factor importante, incluso un acelerador, del euroescepticismo.
Pero ésa no es nuestra Europa. Es solamente la Europa que nosotros queremos cambiar. En
lugar de una Europa en que todo el mundo vive con miedo al desempleo y a
la pobreza, donde la invalidez y el envejecimiento son sinónimos de
precariedad; en lugar de la Europa actual que entrega la riqueza a los más ricos y que teme a los pobres, en
lugar de una Europa que se pone al servicio de las necesidades de los
banqueros, nosotros queremos una Europa que esté al servicio de las
necesidades del ser humano.
¡El cambio es possible y llegará!
Necesitamos reconstruir una Europa unida, sobre bases democráticas y
progresistas. Hemos de hacer que Europa conecte de nuevo con sus
orígenes ilustrados y dé la primacía a la democracia. Pues está claro
desde ahora que Europa será democrática o no será. Ahora bien, para
nosotros, la democracia no es negociable.
El Partido de la Izquierda Europea se
bate por una Europa democrática, social y ecológica, es decir, por la
refundación de la Unión Europea sobre la base de esos objetivos
estratégicos. He aquí nuestras cuatro prioridades políticas:
1. La reorganización democrática de Europa
Europa no será ni social, ni ecológica, si no es ante todo democrática. Y
si no es democrática, se enajenará el apoyo de sus ciudadanos, tal como
ocurre hoy día. Desde este punto de vista, hemos llegado a un momento
crítico en la actual Unión Europea, que se halla reducida, después de un
proceso de constante deterioro democrático, a una organización
oligárquica y autoritaria, al servicio de los banqueros, de las
multinacionales y de los muy ricos. La democracia en Europa está en retroceso. No
hay duda: es preciso acabar con la austeridad y reconquistar la
democracia. En efecto, el hecho de que los parlamentos nacionales hayan
aceptado, bajo presión, imponer a sus pueblos la austeridad neoliberal via el
«Memorándum» ha tenido como consecuencia su descrédito. En el plano de
la democracia social, esta política ha destruido los derechos sociales
de los ciudadanos, que habían sido conquistados después de largas
luchas. Además, esa política se ha aplicado con metodos dignos de
Estados policiales. Al mismo tiempo, la estructura y el funcionamiento
actual de las instituciones de la Unión Europea ‑a la que han sido
transferidas una parte de las competencias y de la soberanía nacionales‑
carecen de legitimidad democrática y de transparencia. Un puñado de
burócratas, desconocidos para todo el mundo, no puede tomar
legítimamente decisiones en lugar de responsables políticos elegidos. En
fin, para que esta discusión sobre la democracia en Europa adquiera
todo su sentido, es preciso que la Unión Europea disponga de un
presupuesto propio y sólido, a la altura de las tareas que ha de
realizar. Es preciso que el Parlamento Europeo, que vota el presupuesto,
pueda supervisar igualmente su ejecución, en concierto con los
parlamentos nacionales, y que disponga de los medios necesarios para
evaluar la eficacia de las políticas adoptadas. La reorganización democrática de la Unión Europea es primordial: es, por excelencia, nuestro objetivo político. Ello
pasa por el aumento de la intervención pública, por una implicación más
fuerte de los ciudadanos en la elaboración de las políticas y en el
control de los servicios públicos en Europa. En paralelo, debemos
reforzar las instituciones dándoles una legitimidad democrática directa,
como la que poseen los parlamentos nacionales y el Parlamento Europeo.
Ello supone tomar iniciativas políticas concretas, ante todo para
restaurar la función primordial de los parlamentos nacionales en la
elaboración de los presupuestos nacionales y en el conjunto de las
decisiones que tienen que ver con ello. Esto significa la suspensión de
la aplicación de los artículos 6 y 7 del Reglamento (UE) 473/2013, que
ha dado a la Comisión Europea el poder de examinar y revisar los
presupuestos nacionales antes de que los parlamentos nacionales mismos
puedan hacerlo. En un segundo tiempo, tal como he indicado más arriba,
eso supone la plena participaciónt, a la vez, del Parlamento Europeo y
de los parlamentos nacionales en el control del presupuesto europeo. Y
supone también un reforzamiento importante de los poderes del Parlamento
Europeo para hacer de él un verdadero mecanismo de control democrático
del Consejo Europeo y de la Comisión Europea. Finalmente, esta
democratización de la Unión Europea es incompatible con el mantenimiento
de una actitud arrogante, agresiva, belicosa y militarista fuera de sus
fronteras. Por esa razón necesitamos un sistema de seguridad europeo
basado en la negociación y el desarme. Ningún soldado europeo tiene
vocación de actuar fuera de Europa.
2. Acabar con la austeridad
La austeridad es el remedio que agrava
el mal en lugar de curarlo y que interviene en el peor momento, con
consecuencias devastadoras para la cohesión de las sociedades, para la
democracia y para el futuro de Europa. Una de las heridas producidas por
la austeridad que no muestra signo alguno de curación es el desempleo
y, en particular, el desempleo de los jóvenes. En Grecia y en España, el
desempleo de los jóvenes afecta al 60%. Con 5,5 millones de personas
sin empleo entre los menores de 25 años, Europa cava su propia tumba.
3. Acometer una transformación ecológica del modo de producción
La crisis que estamos viviendo no es
solamente económica. Es también ecológica en el sentido de que es el
reflejo de un modo de producción insostenible en Europa. Tenemos, por
ello, necesidad de una transformación a la vez económica y ecológica de
las empresas europeas: para salir de la crisis y crear las bases sólidas
y duraderas de un desarrollo portador de justicia social y de igualdad
entre hombrees y mujeres, que ofrezca empleos estables y decentes, así
como una mejor calidad de vida para todas y todos. ¡Y esta
transformación es urgente! En efecto, con el pretexto de la crisis y de
la necesidad de buscar soluciones a corto plazo para relanzar el
crecimiento económico, la Unión Europea y los Estados miembros han
rebajado los criterios de vigilancia ambiental y circunscrito la
ambición del desarrollo sostenible ‑en el mejor de los casos‑ a la
energía y la explotación de los recursos.
Europa necesita transformar en
profundidad su modelo económico para poner en marcha un desarrollo
sostenible. Una primera etapa debe ser la profundización en los logros
europeos. Es necesaria en Europa una política pública en materia de
ecología que dé prioridad al desarrollo sostenible, a la calidad de la
producción, a la cooperación y a la solidaridad. La transformación
ecológica del modo de producción abarca ámbitos tan vastos y variados
como: la reforma fiscal, que debe cambiar de lógica y, en lugar de
gravar el empleo, contribuir a frenar el consumo de recursos, pero
también suprimir las subvenciones a las actividades que destruyen el
medio ambiente, sustituir las energías tradicionales por energías
renovables, invertir en la investigación y el desarrollo ambientales, la
agricultura biológica y el transporte sostenible, y rechazar, en fin,
todo tratado de libre comercio transatlántico que no ofrezca la garantía
de un alto nivel de normas sociales y ambientales.
4. Reformar el marco europeo de la inmigración
Es imposible frenar la aspiración de los
seres humanos a una vida mejor. Levantando muros se pone fin a los
derechos humanos, pero no se suprime la existencia de los emigrantes.
Mientras las desigualdades de renta y de perspectivas entre los países
de emigración o de tránsito, por un lado, y la Unión Europea, por otro,
sigan siendo tan profundas e incluso continúen aumentando, la emigración
hacia Europa no cesará. La Unión Europea, por el contrario, debería
mostrar la necesidad de una doble solidaridad: en el exterior
de sus fronteras, en dirección a los países de emigración, y en el
interior, con un justa distribución geográfica de los inmigrantes en
Europa. En particular, la Unión Europea debería lanzar una iniciativa
política para la renovación cualitativa de las relaciones con dichos
países, reforzando a la vez la ayuda al desarrollo y las capacidades de
desarrollo endógeno, asociado a la paz, la democracia y la justicia
social. Al mismo tiempo, será preciso cambiar en su conjunto la
arquitectura institucional de la Unión Europea en lo relativo a la
inmigración y al derecho de asilo. Hemos de asegurar el respeto de los
derechos humanos fundamentales en todo el territorio europeo y
planificar inmediatamente medidas eficaces para socorrer a los
emigrantes en alta mar, establecer centros de acogida en los puntos de
entrada en territorio europeo y adoptar un procedimiento legal y un
nuevo marco legislativo que organice de manera justa y eficaz el acceso
de los inmigrantes a todos los países de la UE, de manera equitativa y
proporcional, y tomando en consideración, en la medida de lo posible,
los deseos de los inmigrantes. Será preciso revisar en consecuencia la
financiación de la Unión Europea. Las recientes tragedias de Lampedusa y
de Farmakonisi han demostrado claramente que el Pacto europeo sobre la
inmigración y el derecho de asilo, así como el llamado Reglamento Dublín
II (Reglamento (CE) 343/2003 y Reglamento (UE) 604/2103) deben ser
inmediatamente revisados. Rechazamos la idea de una «Europa fortaleza»,
que no hace sino favorecer la xenofobia, el racismo y el fascismo.
Trabajamos por una Europa que se convertirá en una fortaleza
inexpugnable para la extrema derecha y el neonazismo.
Nuestro plan contra la crisis: las 9 medidas para una crecimiento basado en la justicia social y el pleno empleo
La Zona Euro es el nivel más apropiado
para aplicar políticas económicas progresistas que tengan por objetivo
el crecimiento, la redistribución de la riqueza y el pleno empleo. En
efecto, la Unión Monetaria goza de un mayor grado de libertad en la
definición de las políticas que cada uno de sus Estados miembros por
separado, en la medida en que está menos expuesta a la volatilidad y a
la inestabilidad del entorno exterior. Pero el cambio exige a la vez un
plan político creíble y una acción colectiva.
Para acabar con la crisis en Europa
necesitamos un cambio radical de rumbo político, que pasa por las nueve
medidas programáticas siguientes:
1. Un «New Deal» para Europa
Desde hace 6 años, la economía europea
viene sufriendo la crisis, con un índice medio de desempleo que se sitúa
en torno al 12% y con riesgos inminentes de deflación comparable a la
que tuvo lugar en los años 1930. Europa puede y debe obtener
colectivamente créditos a bajo interés para financiar un programa de
reconstrucción económica y un desarrollo sostenible, con una atención
particular a la inversión en favor de las personas, la tecnología y las
infraestructuras. Dicho programa ayudará a las economías más
afectadas por la crisis a romper el círculo vicioso de la recesión y de
la deuda creciente, permitirá crear empleo y lograr un restablecimiento
duradero. Los Estados Unidos lo hicieron: ¿por qué nosotros no?
2. Aumentar el crédito a las pequeñas y medianas empresas
Las condiciones de crédito en Europa se
han deteriorado claramente. Las pequeñas y medianas empresas se han
visto particularmente afectadas por este fenómeno. Han tenido que cerrar
por centenares, especialmente en las economías de la Europa del Sur, a
las que ha golpeado de lleno la crisis. No han cerrado porque no fueran
económicamente viables, sino simplemente porque dejaron de tener acceso
al crédito. Las consecuencias para el empleo han sido desastrosas. Una
situación extraordinaria exige medidas extraordinarias: el Banco
Central Europeo debe seguir el ejemplo de los bancos centrales que, en
todo el mundo, proporcionan crédito a muy bajo precio a los bancos, con
la condición expresa de que acepten aumentar sus préstamos a las
pequeñas y medianas empresas por un importe equivalente.
3. Ganar la batalla contra el desempleo
El índice medio de desempleo en Europa
es hoy el más alto nunca registrado. En este momento, cerca de 27
millones de personas están sin empleo en la Unión Europea, más de 19
millones de ellas en la Zona Euro. El índice medio oficial de desempleo
ha pasado del 7,8 % en 2008 al 12,1% en noviembre de 2013. Tan sólo en
Grecia, del 7,7 % al 27,4%, y en España, del 11,3% al 26,7% durante el
mismo período. Para muchos, el desempleo dura desde hace más de un año y
numerosos jóvenes no han tenido siquiera la possibilidad de acceder a
un empleo remunerado y satisfactorio.
Este desempleo masivo es la consecuencia
de un crecimiento económico débil o incluso negativo. Pero la
experiencia demuestra que, aunque el crecimiento se reanude en Europa,
llevará mucho tiempo antes de que el desempleo vuelva a su nivel de
antes de la crisis. Ahora bien, Europa no puede permitirse esperar.
Esta larga oleada de desempleo deja marcas indelebles al destruir los
talentos y las competencias, en particular, de los jóvenes. Alimenta a
la extrema derecha, desestabiliza la democracia y destruye el ideal
europeo. Europa no debe perder tiempo. Debe movilizar y redirigir los
recursos de su Fondo Estructural hacia la creación de ofertas de empleo
válidas para sus ciudadanos. Allá donde las limitaciones fiscales de los
Estados miembros sean demasiado fuertes, la contribución nacional debe
reducirse a cero.
4. Suspender el nuevo marco fiscal europeo
Éste impone presupuestos anuales
equilibrados, sin tener en cuenta las condiciones económicas existentes
en un Estado miembro. Así, elimina la posibilidad de utilizar la
fiscalidad como una herramienta política de estabilización en tiempo de
crisis, es decir, en el momento mismo en que es más útil, haciendo así
correr un riesgo grave de desestabilización de la economía. En suma,
es una idea muy peligrosa. Europa necesita un marco fiscal que
reconozca la necesidad de la disciplina fiscal a corto plazo, pero
permitiendo a los Estados miembros recurrir a la fiscalidad para
estimular la economía en períodos de recesión. Es preciso, pues, optar
por una política fiscal adaptada al ciclo económico y que dé margen
suficiente a la inversión pública.
5. Un verdadero Banco Central para Europa: prestamista de última instancia para los Estados miembros y no sólo para los bancos
La experiencia histórica tiende a probar
que, para tener éxito, las uniones monetarias necesitan bancos
centrales que dispongan plenamente del conjunto de los poderes propios
de su función y que no se centren exclusivamente en el mantenimiento de
la estabilidad de los precios. El compromiso de actuar como prestamista
de última instancia debe ser incondicional. No debe depender, por tanto,
de que cada Estado miembro dé su acuerdo previo al Mecanismo Europeo de
Estabilidad para la puesta en práctica de un programa de reformas. El
destino del euro y la prosperidad de los pueblos de Europa podría muy
bien depender de ello.
6. Un reajuste macroeconómico
Los países que tienen un excedente
presupuestario deben contribuir tanto como los países cuyo presupuesto
es deficitario a la corrección del desequilibrio macroeconómico en
Europa. Europa debe exigir (pero también realizar y evaluar), de los
países cuya balanza es excedentaria, actuaciones que permitan aliviar la
presión que pesa hoy de manera unilateral sobre los países
deficitarios. La actual disimetría entre los países con presupuestos
excedentarios y los países deficitarios no perjudica únicamente a estos
últimos. Perjudica a Europa en su conjunto.
7. Una «Glasse-Steagall Act» para Europa
Su finalidad es separar las actividades
bancarias comerciales de las actividades bancarias de inversión e
impedir la aparición de riesgos graves en una entidad incontrolada.
8. Una legislación europea
eficaz para gravar las actividades económicas y empresariales en el
exterior, en los paraísos fiscales
9. Una conferencia europea sobre la deuda
Nuestra proposición se inspira en uno de
los momentos más sensibles de la historia política de Europa. Era en
1953 cuando tuvo lugar el «Acuerdo de Londres sobre la deuda externa
alemana» que, al liberar a Alemania de la carga económica de su propio
pasado, ayudó a la reconstrucción democrática del país en la posguerra y
sentó las bases para su futuro éxito económico. El Acuerdo de Londres
exigió a Alemania el pago, como máximo, de la mitad de toda su deuda,
tanto privada como intergubernamental. Vinculó el calendario de
reembolso a la capacidad del país para pagar, extendiéndolo por un
período de más de 30 años. En suma, condicionó el reembolso de la deuda
al rendimiento económico del país, instaurando así un principio
implícito de «cláusula de crecimiento»: entre 1953 y 1958 sólo debían
pagarse los intereses. Este aplazamiento del reembolso del capital
principal tenía por objeto dar al país un margen suplementario, un poco
más de oxígeno. A partir de 1958, el Acuerdo exigía a Alemania proceder a
un pago anual del resto de su deuda, pago que resultaba cada vez más
insignificante a medida que la economía alemana despegaba. Dicho Acuerdo
suponía, pues, en su época, de manera implícita, que reducir el consumo
en Alemania ‑lo que hoy se llama «devaluación interna»‑ no era
aceptable y que no podía en ningún caso ser una forma aceptable de
asegurar el reembolso de las deudas. Los reembolsos de Alemania
estuvieron, de hecho, condicionados a la capacidad del país para
reembolsar. El Acuerdo de Londres sobre la deuda rompe radicalmente con
la lógica errónea de las reparaciones impuestas a Alemania por el
Tratado de Versalles, que desestabilizó en su momento gravemente la
capacidad del pueblo alemán para reconstruir su economía, haciendo así
dudar de las verdaderas intenciones de los aliados.
Dicho Acuerdo está ahí como una
referencia y un esquema general útil para actuar hoy. Sin embargo, no
queremos una conferencia sobre la deuda para la Europa del Sur. Queremos
una conferencia sobre la deuda para Europa en general. En ese marco,
todos los instrumentos políticos disponibles deberán ser empleados,
incluida al respecto una actuación del BCE como prestamista de última
instancia, así como la emisión de títulos de deuda europea, como los
eurobonos, para reemplazar las deudas nacionales.
Hay que lograr el cambio
Para lograr el cambio es necesario estar
en condiciones de ejercer una influencia decisiva, desde ahora, sobre
la vida de la gente corriente. Nuestro objetivo no es simplemente
cambiar la dirección de las políticas vigentes, sino ampliar el campo de
la intervención pública y de la implicación de los ciudadanos en las
decisiones políticas y en su puesta en práctica. Para ello debemos
construir alianzas sociales y políticas lo más amplias posible.
Es preciso invertir el equilibrio del
poder político en Europa a fin de lograr el cambio en Europa. El
neoliberalismo no es un fenómeno natural, no es ni ineluctable ni
invencible. Deriva únicamente de opciones políticas, que dependen de la
correlación de fuerzas políticas en Europa: es, por tanto, únicamente
coyuntural y está históricamente fechado.
Debe su longevidad al paradigma
económico dominante y principalmente a los socialdemócratas, que, hacia
mediados de los años 1990, hicieron la opción estratégica de adoptar
íntegramente sus principios y hacer suyos sus fines, reajustando en
consecuencia su posición sobre el tablero político y alejándose cada vez
más de la izquierda. Para muchos, en Europa, los socialdemócratas no
son más que el eco lejano de una época pasada. ¡No para nosotros! Pero
el sufrimiento social provocado por esta crisis prolongada, así como la
desafección de una parte importante del electorado por el tran-tran
político habitual, los han conducido a un callejón sin salida
estratégico.
La realidad no puede permitirse esperar
el retorno de la socialdemocracia en Europa. Aquí y ahora, los
socialdemócratas deben optar por un cambio histórico y redefinirse ante
la gente como una fuerza política de Izquierda. Ello pasa por la ruptura
decidida con el neoliberalismo y las políticas que han fracasado, es
decir, por la afirmación de una diferencia clara con el PPE y la Alianza
de los Liberales; o bien, tal como se ha subrayado con acierto,
convirtiéndose en una fuerza política «con voluntad de ser tan radical
como la realidad misma».
Europa se halla en la encrucijada de dos
caminos. En las elecciones europeas del 25 de mayo próximo, dos
opciones alternativas claras para el presente y el futuro de Europa
están sobre la mesa: o bien seguir con los conservadores y los
liberales, o bien ir hacia delante con la Izquierda Europea. O se acepta
el statu quoneoliberal ‑pretendiendo que la crisis puede
resolverse con las mismas políticas que la han agravado‑ o se toma el
camino del futuro con la Izquierda Europea.
Nos dirigimos muy particularmente a los
ciudadanos europeos que han votado hasta ahora por los socialdemócratas.
Ante todo, os exhortamo a ejercer vuestro derecho de voto el 25 de
mayo: no os abstengáis y no dejéis que los demás voten por vosotros.
Luego, en segundo lugar, os invitamos a votar por la esperanza y el
cambio que encarna la Izquierda Europea. De este modo podremos
reconstruir juntos nuestra propia Europa, una Europa del trabajo, de la
cultura y de la ecología. Una vez más, en la historia de nuestra casa
común que es Europa, ha llegado la hora de la reconstrucción. Es hora de
reconstruir Europa como un conjunto de sociedades democráticas, hechas
de justicia social y de prosperidad. Si hemos de reconstruir Europa, es
para cambiarla. Y para que sobreviva, hay que cambiarla ahora.
Alexis Tsipras es el
presidente del partido unificado de la izquierda radical griega Syriza,
la novedad sin duda más interesante, programática y organizativamente,
de las izquierdas europeas de las últimas décadas. Gran promesa de la
izquierda europea actual, el joven dirigente griego (39 años) ha logrado
tal autoridad moral y política en el conjunto del continente, que en
Italia, por ejemplo, la llamada “Lista Tsipras” ha unido electoralmente a
los restos del naufragio de la izquierda transalpina para las
elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo. Tsypras es
precisamente el candidato del Partido de la Izquierda Europea a la
Presidencia de la Unión Europea en esas elecciones.