Muere un Presidente, nace un mito

por  Xavier Peytibi

Muere un Presidente, nace un mito 
El 10 de septiembre de 2001, la valoración positiva de la presidencia de George Bush era del 51% de la población. Al día siguiente tuvieron lugar los ataques a las torres gemelas. El 15 de septiembre, la valoración positiva de Bush era del 86%. Había subido unos increíbles 35 puntos. El 22 de septiembre, después del lanzamiento de la “guerra contra el terror”, llegó al 90% de valoración positiva, el récord en la historia política estadounidense.

La razón es el conocido como “Rally round the flag effect”. Este término politológico, enunciado en 1970 por John Mueller, sugiere que en situaciones de crisis, especialmente en conflictos internacionales o cuando existe un enemigo a quien “culpar”, el pueblo cierra filas en torno a su líder y se une para salir adelante, todos a una.
Para entender mejor este efecto, especialmente en George W. Bush, recomiendo leer el interesantísimo artículo “Anatomy of a Rally Effect: George W. Bush and the War on Terrorism”, en la revista Political Science&Politics. Pero no es el único caso. Luis Arroyo hablaba de este efecto en Jimmy Carter, durante el rescate de los rehenes en Irán (pasó del 32% al 58% de aprobación). También sucedió con la crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando Kennedy pasó de un 61% de aprobación al 73%. En septiembre de 2012, China hizo un llamamiento nacionalista a la población para defender las islas Sendaku, lo que hizo mejorar mucho la aprobación de su gobierno. Un enemigo exterior o una gran acción patriótica ayuda a focalizar los apoyos en el gobierno.
Pero analizándolo, observo que el Rally round the flag effect también podría ser extensible después de la muerte de un presidente. Después de la muerte de Franklin Roosevelt, su vicepresidente, Harry Truman, que ascendió al poder, partía ya con una aprobación del 87%, el record absoluto de su mandato. Años después, en el siguiente caso, al morir John F. Kennedy, su vicepresidente Lyndon B. Johnson partía con una aprobación del 79% (también el record de su mandato).
A la muerte de un líder, el período de duelo abarca semanas, y es su sucesor, siempre que lo haya decidido el presidente fallecido, quien consigue no solo igualar la aprobación que tuviera el anterior mandatario, sino superarla con creces. La de Roosvelt era del 70% a su muerte -87% para Truman al día siguiente-, y la de Kennedy del 58% -79% de Johnson al día siguiente-.
Pasó también con la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a la muerte de su marido, el expresidente Néstor Kirchner, pasando de un 35% de valoración positiva a un 56%.
Murió el presidente venezolano, Hugo Chávez, que gozaba de un 70,3% de aprobación. Asume la presidencia Nicolás Maduro, que en 30 días debe convocar nuevas elecciones. Maduro era el segundo del líder ausente, el elegido, y a partir de ahora, el centro de atención del efecto “rally round the flag”. Ya en su discurso de ayer, al anunciar la muerte de Chávez, ya hablaba de ello y buscaba –consciente o inconscientemente- este efecto: “En este dolor inmenso de esta tragedia histórica que hoy toca a nuestra Patria, nosotros llamamos a todos los compatriotas, hombres y mujeres de todas las edades […] Mucho coraje, mucha fuerza, mucha entereza; tenemos que crecernos por encima de este dolor y de estas dificultades; tenemos que unirnos más que nunca, la mayor disciplina, la mayor colaboración, la mayor hermandad; vamos a crecernos”.
Si no hay muchas novedades, Maduro ganará sin problemas las elecciones, por ser quien es, pero sobre todo, porque es el elegido del líder que acaba de morir. Ha muerto un Presidente, pero ha nacido un mito. La gente, por un tiempo, seguirá votando al mito, y a lo que representa.

¿Qué se entiende por ideología?

por  Mario Riorda


Es recurrente oír hablar de ideología. Y es habitual que cada actor que la utilice le otorgue un significado. La polisemia es uno de los problemas de la ideología. Tal vez sea esa una de las explicaciones centrales que puedan abonar el uso de la desideologización sin que sea cuestionado por toda una enorme franja de intelectuales. En diferentes contextos políticos y lenguajes científicos, la palabra “ideología” tiene diferentes connotaciones (van Dijk, 2003; Stoppino, 1998; Shils, 1977; Gerring, 1997).

Sin embargo, a pesar de ser un término frecuente, desde la década de 1950 se empezó a hablar de la “declinación ideológica”, o desaparición de las ideologías. Esto se aplicaba especialmente a los extremismos ideológicos de izquierda y derecha y a las grandes ideas políticas que marcaron la historia occidental para dar paso a una política más pragmática donde habían empezado a importar los resultados antes que las ideas, justo en el auge de los modelos de bienestar (Bell, 1964, Stoppino, 1998). En los años 90 se llegó a propugnar en la literatura occidental la existencia de una desideologización, entendida como la primacía de una de ellas (Fukuyama, 1992). Esta tendencia “ideológica” también llegó hasta América Latina.
Podría afirmarse que la propia tesis de la desaparición de las ideologías es un término en sí mismo absolutamente ideológico pues plantea que puede existir un mito de la neutralidad ideológica o bien una imposición de un Estado de ideología única (Mészaros, 2004); también se puede decir, como otros autores, que las ideologías no han desaparecido en absoluto (Bobbio, 2001).
Se tenga una visión optimista o pesimista de la ideología, inicialmente se puede afirmar que todo el lenguaje político tiene una función ideológica. Lo ideológico es inherente a la comunicación política, sin la cual no puede desarrollarse, sostenerse o ser desafiado (Hahn, 2003). Más allá de posturas teñidas de pragmatismo, siempre lo ideológico aparece, aun bajo recurrentes contradicciones, sea de manera explícita o implícita.
En este marco de aparente indefinición, y en virtud de los diferentes criterios con los que se la suele concebir, es relevante hacer un seguimiento evolutivo del concepto de ideología y de las miradas que diferentes autores en épocas y contextos diversos han tenido del concepto de la ideología política.
Se puede partir de las miradas positivas y negativas de este concepto aportadas por Antoine Desttut y Karl Marx respectivamente. El primero se basaba en la premisa antropológica de que todos los seres humanos son buenos por naturaleza, y además pueden mejorar a través de la educación; para él la ideología era la ciencia que ayuda a comprender y mejorar los seres humanos. Mientras, Marx sostuvo que la ideología es parte de la estructura de dominación que reproduce la opresión de unas clases y aliena a la población. Esta visión negativista de las ideologías políticas se extendió a gran parte del siglo XX por las guerras mundiales: las ideologías conllevan a fanatismos, que son negativos para la convivencia y la sociedad.
Otro modo de posicionarse frente a la ideología es a través de su simplificación. No obstante, la simplificación ideológica muchas veces es tan compleja como asimismo una tentación, sea por la dificultad de establecer brevedad en la misma, sea por la complicación de la recepción por parte del público. Estudios más recientes (Zaller, 1989) se han centrado en el papel que cumplen los que se han denominado “atajos cognitivos” en el acceso y procesamiento de la información por parte de los ciudadanos. Uno de estos atajos cognitivos es la ideología –el más importante– y se trata de “esquemas” que reducen el tiempo y el esfuerzo requeridos para sopesar las distintas alternativas y permiten una decisión racional con información imperfecta. Desde esta perspectiva, comúnmente se ha pensado que la ideología es una simplificación de la información (Downs, 1968) y que las categorías o rótulos ideológicos facilitan la comunicación política así como pueden ayudar a los ciudadanos a hacer más razonables las evaluaciones y opciones (Zechmeister, 2006: 151). Lo que se puede proporcionar desde la comunicación política es información, pero mediatizada y procesada por variables estructurales previas.
Estudios como el de Norman Nie, Sydney Verba y John Petrocik (1979) afirman que hay ciertas épocas más ideologizadas con “hipótesis ambiente” fuertes, que tienen que ver con ciertos contextos y sus protagonistas, lo que determina que el uso ideológico de los electores para decidir su posición se haga más frecuente. Pero pareciera ser mucho más habitual que se produzca un voto o apoyo por imagen de partido, conformado por electores que no son sólo producto de formaciones psicológicas de largo plazo, ni tampoco racionalistas que apoyan temáticamente tal o cual posición de un partido, sino que poseen percepciones genéricas, mitad identificación afectiva, mitad expectativas racionales (Singer, 2002).
En una línea bastante similar, Teresa Levitin y Warren Miller (1979) avanzaron sosteniendo un concepto emparentado al anterior, al que llamaron “sentimiento ideológico”, por el cual los electores suelen hacer un uso no ideológico de los rótulos ideológicos, a lo que sostienen que la ideología orienta pero no determina el posicionamiento ante temas de agenda, más allá de tener alguna correlación. De ello se desprende que el voto o apoyo por cuestión o tema no es igual al voto o apoyo por ideología, y la ideología no sólo no exige entonces un voto o apoyo altamente informado sino que incluso podría llegar a sostenerse que puede permitir exactamente lo contrario. Se concluye entonces que, salvo ciertos contextos, el voto ideológico no es un voto sofisticado, no requiere de mucha información, y probablemente esté mucho más asociado a la imagen o el sentimiento que se tenga del partido (Singer, 2002).
Desde la comunicación política, suele comprenderse como útil la generación de rótulos o nominalizaciones. Son modos de expresión indirecta, en los que se trata de “decir sin decir”, no sólo porque el sentido buscado está detrás de lo que se manifiesta en la superficie sino también porque la responsabilidad de lo enunciado, tanto en la información explícita como en la implícita, no está a cargo de un sujeto específico, sino que se diluye en una especie de sujeto universal o anónimo, al mostrarse como una constatación o una verdad científica, a través de expresiones que tienen como núcleo un nombre y no un verbo (Fernández Lagunilla, 1999). Por eso ideologizar todo, aun la propia definición de ideología, suele ser una tarea frecuente, no exenta de resultados divergentes.
En la misma línea de la comunicación política, Eliseo Verón (1995) distingue la ideología como “enunciado” y como “enunciación”. La primera estaría compuesta por todo aquello que es identificable del partido y le es funcional. Aquí se incluyen cuestiones tan simples como ciertos registros lingüísticos propios del partido, incluso símbolos, como también temas que son representativos de esa posición ideológica y tradiciones que le dan identidad. En su segunda acepción, la ideología como enunciación está definida por lo que Fernández Lagunilla (1999) identifica como implícitos. Hay que buscarla, por tanto, detrás de lo que se dice, haciendo un recorrido de los discursos para comprobar las tendencias. Ciertamente, suele esconderse en sujetos anónimos o expresiones de afirmación general, que se toman como supuestos admitidos. Con todo, es materia susceptible de estudio a través del análisis del discurso.
Así, se sabe que la construcción de significados duros es una labor de proceso. Sin embargo,  es importante revalorizar y comprender el concepto de ideología desde una mirada contemporánea, máxime cuando se refiera a un término con un uso tan amplio y variado como la palabra “ideología”, que carga con una evidente promiscuidad de excesos semánticos.
Las ambigüedades son recurrentes, desde posiciones como la de Giovanni Sartori (1969), quien la considera típicamente como una dogmática, rígida e impermeable aproximación a la política; la de Clifford Geertz (1973), para quien es un mapa de la realidad de la problemática social y de matrices para la creación de conciencia colectiva; la de Mostafa Rejai (1991), quien la entiende cargada de emociones, saturada de mitos y de sistemas de creencias y valores acerca de las personas y la sociedad, de la legalidad y la legitimidad, que generan materia de fe y hábitos, comunicados por símbolos de una manera simple, económica y eficiente, con más o menos coherencia, más o menos abierta a nueva evidencia e información y con alto potencial para la movilización de masas, la manipulación y el control; hasta posturas como las de Herbert Mc Closkey (1964), quien la concibe como un sistema de creencias que, elaboradas, integradas y coherentes, justifica el uso del poder, explica y juzga los eventos históricos, identifica lo correcto y lo malo en la política, y sirve de interconexión con otras esferas de actividades (Gerring, 1997: 957-959).
Algunos sostienen que el concepto de ideología ha sido utilizado en tres sentidos importantes (Abercrombie, Hill y Turner, 1980): 1) como tipos específicos de creencias; 2) como una creencia falsa o distorsionada (visión marxista), y 3) como un conjunto de creencias que abarcan el conocimiento científico, la religión y las creencias cotidianas sobre las conductas apropiadas, sin importar si son verdaderas o falsas.
Varias de las definiciones apelan a una cierta visión del mundo que algunos denominan a través de supuestos equivalentes como creencia, mito, valor, pero que suelen verse como muy pequeños para reemplazar la grandilocuencia del término. Más cerca se está entonces del sistema de creencias, del sistema de símbolos (Gerring, 1997: 961). Estas definiciones se aproximan bastante a una versión “más consensuada del término” desde un significado que Norberto Bobbio llama “débil”, conceptualizando la ideología como un conjunto de ideas y valores concernientes al orden político cuya función es guiar los comportamientos políticos colectivos (Shils, 1977).
Desde ya es necesario realizar una aclaración, y es que la definición de ideología puede estar asociada a factores que sólo podrían cobrar sentido en una situación temporal y espacial específica.

Beppe Grillo, la comunicación diferente

por  Xavier Peytibi

Hace cada vez más años, cursé mi último año de universidad en Florencia. Allí, mientras cursaba la asignatura de “sistema político italiano”, un venerado profesor nos espetó el primer día de clase, resumiendo -en una frase- 50 años de democracia a sus alumnos: “L’Italia è un casino” (Italia es una casa de putas). Han tenido -en tan solo los últimos veinte años- doce jefes de gobierno (el recién elegido será el duodécimo). Esta cifra ayuda a entender mínimamente el esperpento en la política italiana y el cansancio de la ciudadanía con sus gobernantes. Corrupción, incapacidad, amiguismo… impregna la casta política y ninguno de los dos partidos tradicionales han podido pararlo.
En esa misma Italia, el pasado 24 de febrero se celebraron elecciones. La tercera fuerza más votada fue el Movimiento 5 Estrellas, del cómico Beppe Grillo. El 25,5% de los votos fueron para ellos. La victoria –pírrica- en escaños se la llevó Bersani, socialdemócrata. Berlusconi volvió a renacer de sus cenizas, y Monti, quien gobernaba, se hundió.
El movimiento 5 stelle es un ejército de perfectos desconocidos que incluyen a investigadores desempleados, teleoperadoras, geólogos, abogados, recién licenciados, biólogos con trabajos precarios, enfermeras, profesores de instituto o maestros. Tal como indica Lucia Maggi en un interesante retrato del movimiento, “no quieren ser los representantes de la sociedad civil, sino que son sociedad civil. Sin intermediarios”.
Ángela Paloma Martín dice que Beppe Grillo ha sabido dirigir bien su mensaje a su forma y a su manera porque, en esta campaña electoral, él no se ha bajado del “escenario”, y que “no es porque haya interpretado un papel cínico políticamente incorrecto, sino porque ha entendido que su audiencia es la misma que está pasando serias dificultades, es la misma que necesita una sonrisa y esperanza, y es la misma que está indignada por la situación”. Decía lo que la gente ansiaba oir sobre la política y los políticos. En Europa, en cambio, se habla de él como la victoria del populismo, que hace guiños a extrema izquierda y derecha, con un programa imposible de realizar. Por ejemplo, al llegar al poder en Parma, en mayo de 2011, en un ayuntamiento endeudado por la corrupción, con 80 asesores y directivos, encargados a dedo y superremunerados, los eliminaron a todos. Ahora, los ocho concejales de la ciudad están aislados en el ayuntamiento, no consiguen activar los departamentos porque, sencillamente, no saben cómo funcionan. Como ésta, muchas intenciones de sentido común se quedan en el aire.
No creo que el movimiento de Grillo sea completamente antipolítico, sino el fruto de haber sabido aprovechar el cansancio de la ciudadanía. Pero sí creo que por desgracia, hay algo de populismo. Es el mismo populismo antipolítico que vemos también en otros partidos y en otros países (España incluida). Lo bueno del movimiento 5 stelle es que es gente nueva, con nuevas ideas, nuevas caras y que emerge como una oportunidad de castigar duramente a las castas políticas que llevan gobernando Italia las últimas décadas, o a los políticos puestos a dedo por potencias extranjeras. Ambas cosas explican el auge del movimiento.
Pero la principal diferencia es que Grillo, al contrario que pequeños y nuevos líderes en otros países que no han aprovechado el ingente malestar social, es un gran comunicador. Dino Amenduni hablaba de su estrategia comunicacional en estos 10 términos:
1. Posicionamiento político. Se sitúan como el partido que rompe con el bipolarismo, que rompen con las castas políticas.
2. No es solo un movimiento antipolítico. Habla de transparencia, de respuestas sociales, de que los medios sean independientes, de la regulación de la financiación de los partidos, de en qué gastar el dinero público y, sobre todo, en qué no hacerlo…
3. Identidad propia basada en los defectos de los adversarios: “son todos iguales. Nosotros somos diferentes”. Cambio profundo en la política italiana.
4. Izquierda-derecha. No se posicionan, con lo que llegan a mucha más gente. Tiene, en su programa, elementos que gustan a ambas ideologías.
5. Consigue que los medios de comunicación hablen de ellos. Lo deben hacer por ley, pero los mítines de Grillo y sus salidas de tono o presentaciones, le dan un aumento exponencial en las noticias e imágenes. Sin embargo, ellos solo hablan a través del blog de Grillo y sus vídeos, sin ruedas de prensa.
6. Él es el líder, toda la atención mediática, para lo bueno y para lo malo, es sobre él. Era el único candidato que jamás ha estado en política. Usa un lenguaje no político, que pesca de registros cómicos y televisivos,… lo que hace que cualquier frase suya aparezca en los medios y aumente su popularidad entre la gente.
7. Web como elemento estratégico. Es, durante los últimos años, la web más visitada de Italia. Hay streaming en directo de todos sus actos.
8. 24h/24h. Usa la lógica televisiva, con directos y contenidos preparados para su rápida difusión viral en las redes sociales.
9. Sin comité electoral central. Ha usado a los medios, a la red y a sus simpatizantes como difusores de sus ideas.
10. Blog polifónico. El blog se ha convertido durante la campaña en un compendio de información, no solo de Grillo, sino de otras personas, artículos de diarios, de bloggers… pero con una línea editorial homogénea.
Recomiendo analizar más a fondo la presentación de Amenduni. De todas estas cosas, y de muchas más, se hablará el próximo 11 de marzo en el Taller de Política, que este mes tiene de ponente a Ton Vilalta. Allí nos veremos.

Las 2 estrategias del cerebro para buscar información política

por  Daniel Eskibel

Algunas investigaciones han puesto énfasis en descubrir las estrategias que el cerebro pone en práctica para buscar, seleccionar y obtener información política. En particular se destacan los trabajos de Lau quien nos aporta algunas pistas extremadamente importantes.
Según Lau, hay dos patrones básicos para la búsqueda de la información política:
Focalizarse en un político individualmente y obtener toda la información posible sobre él antes de pasar a informarse sobre otro. Es la búsqueda candidato-individual.
Focalizarse en un determinado atributo por vez y obtener toda la información sobre ese atributo proveniente de los distintos políticos. Es la búsqueda entre-candidatos.
Los ciudadanos que utilizan el primer patrón de búsqueda, el candidato-individual, buscan activamente toda la información concerniente a un determinado político: las características de su personalidad, su programa de gobierno, su enfoque de los temas en debate en el país, sus declaraciones, sus propuestas…
Cada uno hace esta búsqueda de acuerdo a sus intereses y a la profundidad de su mirada, pero siempre apuntando a la ampliación de su información sobre ese político. Cuando tiene un panorama relativamente claro sobre él, recién entonces pasa a buscar información sobre otro político.
Distinto es el procedimiento de los ciudadanos que utilizan el segundo patrón de búsqueda, el entre-candidatos. Ellos toman un determinado atributo (la simpatía, la capacidad de trabajo, la actitud ante el gobierno, la posición frente a la temática del empleo, la salud, el aborto o cualquier otra) y comparan a los distintos políticos en función de este atributo. Y recién después de compararlos pasan a otro atributo.
En suma: el primer patrón se basa en los candidatos y el segundo en los atributos. El ciudadano busca información y para ello utiliza una de las dos estrategias antes señaladas.
¿Y con esto qué?
Pues que la comunicación política tiene que ofrecerle un buen menú a ambos tipos de personas, los que utilizan una estrategia y los que utilizan la otra.

Voto joven: Algunos elementos para la intervención en el sistema de preferencias

Por Rubén Weinsteiner



       La identificación, apoyada en el clivaje autenticidad-impostura. Gato no gato, lo autentico y lo artificial.

Los otros son la impostura, los que dicen una cosa pero son otra. Contra eso, se plantea un modelo normativo de autenticidad, sencillez y transparencia. No ser “careta”, no ser “gato”, no ser “trucho”, ser o en realidad parecer verdadero y transparente.
El marco de referencia está afuera de la familia,  pero dentro del círculo tribal, y  esa figura referencial se consolida  por un cualidad específica.  Por ejemplo, el líder de la banda que más le gusta, pero además valida su autoridad con un discurso que se retrolegitima a través de los valores de la tribu,  y los proyecta hacia afuera.

             
La institucionalización de soluciones para problemas no legitimados.  

La política como herramienta de reconocimiento, legitimación y solución de problemas de los cuales los adultos “no se hacen cargo”  dejando a los jóvenes en un limbo.

Por ejemplo hoy,  el déficit habitacional. La casa como primer ordenador social, no es algo a lo que los jóvenes puedan acceder mediante el ahorro. Solo quien tiene padres con dinero puede comprarse  una vivienda.  ¿Cómo se supone que un joven puede comprarse una vivienda?  Instalado socialmente el mandato de formar parejas y familias, sin casa no hay familia, por un lado se plantea un modelo y por el otro se cierran los caminos para construir ese modelo.

Este tipo de situaciones , constituyen  aquellos problemas,  en los cuales  los jóvenes,  sienten que los adultos revelan una desidia banal.
Otro ejemplo:  ¿donde se orina en el espacio público en Buenos Aires, si baños públicos no hay?.
En la calle baños no existen, en los bares solo admiten clientes, lo cual obliga a mucha gente pedir un café para ir a un baño. ¿Donde se supone que orine una persona necesitada de hacerlo, estando en la calle?

El planteo de estas preguntas, la interpelación a los más viejos, y la búsqueda de respuestas conforman la demanda de institucionalización  que  conlleva una legitimación implícita  y demandada de valores, sentimientos, necesidades,  deseos y aspiraciones.


El clivaje prohibido-permitido.

 La tensión entre lo prohibido y lo permitido,  como el consumo de marihuana o el aborto.  O en otras épocas,  desde el divorcio,  hasta circular por el espacio público en pantalones cortos, plantea un  trade off que cliva y  divide la cancha entre los caretas y los propios, porque el joven pone en emergencia conductas “asociales” , que muchos viven y practican subterráneamente.



Es más importante lo que dicen otros jóvenes, dentro o fuera de  la tribu, por afirmación o por negación,  que lo que dicen los padres.

De esta manera gestionan el conflicto entre lo que está bien para los padres y lo que está bien para los pares, y así de esa manera,  responder a dos expectativas diferenciadas.

El súper yo y  la constitución del yo plasmados en  la contradicción de las construcción de las decisiones,  tiende a profundizar el conflicto. Esta contradicción genera tensiones interesantes en la conducta,  y en los mecanismos decisorios.
Si los jóvenes cumplen con lo que está bien para los padres, incumplen con lo que está bien para los pares y viceversa. “No tomes, no entables relación con gente peligrosa, estudiá mucho” consejos sobre la vida sexual,  las relaciones, el trabajo y finalmente la política.


El reconocimiento de la cultura que viene, más que como una contracultura.

Los jóvenes barometrizan el cambio, lo que hoy está no aceptado  o mal visto y mañana será normal.  Por eso   demandan  él cambio y lo anclan en el límite de lo socialmente aceptado.

La demanda implícita es  que sea aceptado lo  inaceptable dentro de las condiciones objetivas,  pero que como dice la marcha de la bronca de Pedro y Pablo,  “haré de cualquier modo” .


Planteo de luchas contra enemigos poderosos, con final abierto.
 
Muchos plantean que la 125 fue el ADN del Kirchnerismo.  Como esta batalla,  se trata de luchas difíciles,  enmarcadas en la épica de quien se sabe más débil y por lo tanto debe revelar mística, valor y coraje para dar una batalla, a priori perdida, pero decisiva e ineludible.
El enfrentamiento contra  poderes hasta el momento “intocables” e “invulnerables”,  le otorga vitalidad y dinamismo, al vínculo,  entre una fuerza y los jóvenes
Ese final abierto, esa asimetría desfavorable,  indignan, emocionan, convocan y construyen la bronca originaria y movilizadora  y la alegría de la acción y compromiso colectivos.

Nuevos formatos  de participación política.

Twitter, Facebook y  las herramientas 2.0 y 3.0,  donde los jóvenes juegan de local, como nativos digitales, frente a migrantes digitales como sus padres, maestros y profesores, para desplegar nuevas formas de adhesión, militancia y compromiso.  La posibilidad de generar acciones,  publicar, interactuar, militar,  comunicar y llegar en forma simétrica a cualquier persona, segmento, audiencia u estamento.

 Rubén Weinsteiner